Hola. Quise participar en esta dinámica de #Escrito_Activo_Semanal con esta pequeña historia. ¡Que comiencen los desafíos! ¡Qué divertido!

Nota: Los personajes son de la grandiosa mangaka Rumiko Takahashi. La historia es un pedacito de mi inspiración que quise compartir con ustedes.

FINALMENTE PUDE VER SU SONRISA

Tres años… Mil noventa y cinco días (mil noventa y seis si hay alguno de esos tres años bisiestos) … Más de veintiséis mil horas (en ambos casos).

Para algunos puede parecer poco tiempo; para otros, mucho; y para algunos, aquellos que anhelan con la fuerza que solo un alma anhelante puede llegar a poseer, esa fuerza inconmensurable que logra milagros en muchas ocasiones, representa una eternidad. Una eternidad que se convierte en tortura cuando se espera algo, cuando se desea algo, cuando se quiere ver a alguien…

Habían pasado ya tres "largos" años. En algunos aspectos ese tiempo había rendido bien. Miroku y Sango ya tenían tres hijos, dos revoltosas gemelas y un bebé recién nacido; Rin cada día se comunicaba mejor con los humanos y Sesshomaru era todo lo "sociable" que alguna vez podría ser; Shippo cada día avanzaba más en sus exámenes de zorro demonio; y la anciana Kaede, bueno…, seguía como siempre.

Pero había un aspecto en el que ese tiempo no había provocado nada. Su alma seguía vacía, porque seguía lejos de la única persona que podría llenarla: Kagome.

Sabía que no había mejor decisión que la que Inuyasha en su momento había tomado: dejarla donde sabía que sería feliz, estaría a salvo y protegida. Pero eso no significaba que no se sintiera roto por dentro y sin posibilidades de componerse. A fin de cuentas, le faltaba lo más importante: su corazón.

Habían pasado ya tres "largos" años. En algunos aspectos ese tiempo había rendido bien. Su hermano Sōta estaba a punto de comenzar la secundaria, su abuelo gozaba de buena salud, al igual que su madre. Por su parte, ella se había graduado como la mejor estudiante de su preparatoria, tanto académicamente, como incluyendo sus créditos extra por ser parte del equipo de arquería, el cual, gracias a ella, había ganado todas las competiciones en ese período.

Pero había un aspecto en el que ese tiempo no había provocado nada. Su alma seguía vacía, porque seguía lejos de la única persona que podría llenarla: Inuyasha.

Se preguntaba qué estaría haciendo. El muy idiota ni siquiera la dejó pensar en si quería volver con él o si quería quedarse en su época. No le dio la opción de elegir porque eligió por ella. Eligió que la dejaría donde pensaba que sería feliz, estaría a salvo y protegida. Pero eso no significaba que no se sintiera rota por dentro y sin posibilidades de componerse. A fin de cuentas, le faltaba lo más importante: su corazón.

Acercarse al pozo ese día no fue por impulso, aunque pudiera parecerlo. Iba a ese pozo a diario, y hablaba con él como si Inuyasha la pudiera escuchar y regresar por ella en cualquier momento. ¿Lo habría hecho? ¿Lo habría intentado? Esa era una respuesta que nunca tendría.

—Parece que mi destino es estar en este mundo. Un mundo donde no estás. Pero, Inuyasha, deseo… verte…

En el momento en que sintió la brisa despeinar suavemente su flequillo lo supo, era ahora o nunca. Y tomó LA decisión, la única que podía hacerla feliz.

¿Qué es lo divertido de ser un juguete para dos retozonas gemelas? La respuesta es NADA. Sufría esa tortura a diario porque a las niñas les encantaban las "orejitas de tío perrito". Y él aguantaba estoico, porque no le quedaba otro remedio.

De pronto lo percibió. Era su aroma… no había duda. No lo había olido en tres años, pero no lo hubiera podido olvidar ni siquiera en tres mil vidas. Se apartó de las gemelas y corrió, corrió como nunca había corrido, a pesar de que no era muy larga la distancia que debía recorrer. Pero era la distancia que lo separaba de su felicidad… y no perdería ni un segundo más para alcanzarla.

—Y así fue como pasó. — terminó el relato.

—¡WOWWW! Mamá, eso fue increíble. Ustedes sí que se querían. —comenta nuestra hija.

—Pues sí. —musita Kagome con las mejillas del color de mi traje.

—Pero, papá, ¿qué sentiste en ese momento?

—Pues, Moroha, en ese momento sentí por primera vez en tres años, y lo hice con una magnitud que ni yo mismo conocía ni entendía. Pero no me importaba. —en este momento levanto la vista de mi hija y miro a mi esposa, a mi vida, con todo el amor que siento, y termino dirigiéndome a ella—Cuando finalmente pude ver su sonrisa, esa que había anhelado ver por tanto tiempo, todo cobró sentido. Yo dejé de estar solo, y al fin, logré ser completamente feliz.

…Y desde entonces no he dejado de serlo.