¡Llegué!
Y perdón por la demora. Estos meses en el trabajo son exigentes, y la verdad es que, aunque tenía el cap escrito, me fue imposible hacer tiempo para pasarlo a la computadora. Problemas de tener el sistema de organización de una abuela, sí.
Pero eso no importa, porque ya está aquí el nuevo capítulo, para que lo disfruten o para que me escupan en la cara, eso depende de ustedes.
Va a ser uno de esos variaditos, pero ya verán más adelante que todo se relaciona con todo.
Sin más, los dejo con el capítulo. Nos vemos abajo, mis Grandes Héroes~
Prisioneros de Guerra
—¿No es demasiado...?
El tono dubitativo y algo escéptico de la chica le sacó una sonrisa divertida, mientras no paraba de apuntar más y más viñetas en el guion que tenía ante él.
—Nunca es demasiado en la presentación de tu proyecto —aseguró, con un tono de descarada elocuencia —. Debiste ver el mío, fue...
—Ardiente —le interrumpió una voz aburrida, y el ambiente se tornó incómodo de inmediato.
Hiro le dedicó una mirada molesta al mayor, que se mantenía aparentemente muy ocupado en limpiar una estantería. Tal vez pudiera engañar a Yumiko, pero no a él: su turno no era a esa hora, y sólo estaba allí para controlarlo. La joven se aclaró la garganta, antes de apuntar algo más en la copia del guion que ella tenía entre manos.
—Lamento quitarles su tiempo, es solo que... —parecía algo frustrada mientras buscaba las palabras correctas, llevándose el negro cabello hacia atrás en un gesto molesto —. Soy buena con los inventos, pero pésima para la parte de contacto con el público.
Ante el tono desanimado de la chica, Hiro alejó la mirada del mayor, algo que logró hacer gruñir a Tadashi en su fuero interno.
—Estas cosas te pasan por preferir Verdad a Osadía —le echó en cara, divertido, y logró sacarle una risa a la muchacha. El mayor frunció el ceño, ya había tenido demasiadas referencias a Divergente para toda su vida. Y discusiones sobre si los libros o las películas eran mejores.
Los observó mientras Hiro daba palabras de aliento a la joven y algunos consejos, tranquilo, como si el hecho de que le estuviera viendo hablar con la misma chica que le puso celoso hace menos de una semana no significara nada. Estaban sentados en una misma mesa, con guiones y planos entre ellos, debatiendo con calma mezclada de cierta torpeza. Para él, no era muy diferente a verlo realizar un trabajo con cualquiera de sus amigas. Para los demás... ni siquiera quería pensarlo.
Eran dos jóvenes de dieciséis años, uno un prodigio galardonado y la otra rumbo a serlo. Tenían en común desde los intereses científicos, hasta los gustos raros en series. Hace poco menos de unos meses, no hubiera imaginado a alguien mejor para su hermano.
Ahora mismo, debía luchar con el impulso de sacarla del café a patadas, con lo poco caballeroso que eso sería.
Respiró hondo, y llenó dos tazas de café.
—No te preocupes por los nervios, desaparecen en cuanto subes al escenario —aseguró, acercándose a ambos con una taza para cada uno —. Además, no siempre tienes que interactuar con el público. A veces sólo debes ser un ególatra que habla sólo de lo genial que es su invento y ponerlo en funcionamiento.
Hiro le dio un codazo en la cadera por toda respuesta, y Tadashi mezcló una carcajada con un quejido.
La risa tímida de Yumiko le obligó a llevar su atención a ella. Sonreía, adorable aún en toda su soberbia aparente, y lo miraba de una manera que Tadashi nunca había visto, pero que de cierta manera le recordaba a la abuela de la joven, una mezcla de decoro, ironía, y algo más que no podía reconocer, pero que era un tanto... oscuro.
—Gracias, Tadashi-senpai, eres muy amable —aseguró, en voz baja.
Era tierna, educada, algo arrogante. Era, como quedaba claro por el enano junto a él, el tipo de persona por el que Tadashi tenía debilidad.
Pero algo le impedía sentirse cómodo a su alrededor, y quería pensar que no eran sólo los celos lo que le evitaba que pudiera dejar a Hiro solo con ella.
Pese a sí mismo, se obligó a darle una sonrisa amable.
—Es lo menos que puedo hacer, teniendo en cuenta que seremos grandes compañeros de trabajo por algunos años —aseguró. Era ese tipo de palabras las que todo iniciado necesitaba oír, aliento, un futuro prometedor.
Pero contrario a lo que hubiera esperado, Yumiko no sonrió, ni siquiera se avergonzó. Su mirada volvió a desconcertarlo, una mezcla entre sorpresa, pena y culpa que le dejó estático un momento. Le dedicó una fugaz mirada a Hiro, pero parecía muy concentrado en un plano
Cuando volvió a ver, el gesto había sido reemplazado por un brillo burlón, tan natural, que Tadashi llegó a dudar si había visto en realidad algo.
—Así que... ¿Un ególatra charlatán?
Alzando la mirada de los papeles, Hiro hizo un sonido que desestimó las palabras del mayor.
—Son sólo los dichos de alguien que nunca pudo realizar una presentación igual de exitosa.
Eso tocó una fibra de orgullo en el mayor. Ese enano...
—Pero todas las hice con la cremallera del pantalón cerrada... —recordó, dedicándole una mirada cargada de significado y burla. Hiro se puso rojo de inmediato.
—¡Por Dios, ya cállate!
Y mientras Tadashi se apartaba del camino de los golpes un par de veces, y la risa de Yumiko se alzaba en el lugar, pudo olvidarse de la extraña sensación que le embargaba hacía sólo unos minutos.
Hiro suspiró al salir del baño, rodeado de un efímero halo de vapor y sólo cubierto por una toalla. Aún no hacia el suficiente calor para bañarse con agua fría, pero podía soportar la temperatura de su habitación sin correr peligro alguno.
O al menos eso creyó, hasta que las cálidas manos que tanto conocía envolvieron su torso, pegándolo a un pecho tan desnudo como el suyo.
—Sin correr peligro —se burló de sí mismo, sonriendo con diversión al sentir los labios ajenos en su cuello.
—¿Qué? —el aliento sobre la piel húmeda bastó para estremecerlo, pero trató de refrenar sus respuestas tan obvias.
—Que creí que ya habíamos hablado de esto —mintió a medias, dedicándole una mirada por encima del hombro a su hermano —. No tienes motivos para ponerte celoso de Yumiko, sólo le estoy dando una mano.
—No estoy haciendo esto por celos —le corrigió, fingiendo ofensa, y Hiro hubiera puesto los ojos en blanco si una presión demasiado peligrosa sobre su pecho no le hubiera puesto en alerta —. No puedes pasearte así por la habitación y pretender que pueda controlarme.
Hiro rio ante el infantil comentario, pero que fuera infantil no quería decir que no fuera verídico, como le demostró el ahínco con que el mayor comenzó a juguetear con el lóbulo de su oído, sin dejar de tocarlo.
—En este punto, con suerte pretendo poder usar camiseta sin mangas este verano —suspiró, intentando imprimir un tono de molestia a sus palabras, mientras los labios descendían, explorando la blanca piel de su cuello —. No dejes marcas ahí.
Un gruñido irritado del mayor le obligó a reír aunque se cortó, en medio de un espasmo sorprendido, cuando lo obligó a avanzar hasta la pared, sin permitirle voltearse siquiera.
—¿De repente empiezas a hablar con chicas y ya no puedo marcarte? — ronroneó, y Hiro trató de ignorar la forma en que lo ronco de esa voz hizo cosquillear el espacio entre sus muslos —. De verdad estoy haciendo mi mejor esfuerzo, enano, pero no me lo haces nada fácil.
Hiro sonrió, ruborizado y con la respiración apenas entrecortada, soportando la presión que su hermano ejercía sobre él con las dos manos en la pared, una forma de imponerse sobre él. Sí, estaba celoso.
Y no podía decir que no le resultara encantador.
Cuando estaban molestos el uno con el otro, los celos sólo empeoraban las cosas, pero había algunas ocasiones en que eran su mejor arma.
—No quiero decir que no puedas hacerlo —susurró, girando levemente el rostro para rozar los labios del mayor al hablar —. Pero hay lugares que sólo tú puedes ver, ¿Por qué no intentas ahí?
Y por si sus palabras no habían llegado al cerebro en cortocircuito del chico tras él, echó hacia atrás sus caderas. De inmediato notó, así como la respiración del otro detenerse sobre sus labios, que el cuerpo de su hermano estaba más en sintonía con él de lo que hubiera pensado.
Pasado el momento de sorpresa, el ronroneo de Tadashi le hizo estremecer, tanto como las manos rudas que se aferraron a sus caderas y le obligaron a presionarse más contra él.
—Deberíamos investigar sobre los yakuzas —comentó, sin dejar de besar sus hombros, desconcertando apenas al muchacho, antes de que olvidara lo que acababa de decir con sólo un atisbo de mordida —. Y Cass quiere que te diga que almorzaremos con ella y Krei el domingo.
—¿Sí? —murmuró con cierta diversión. En serio, ¿Tadashi debía recordarle toda su agenda en un momento como ese?
Como si sus palabras y acciones las ordenaran personas diferentes, una firme mano se aferró de nueva cuenta a su pecho, jugueteando cruelmente con sus pezones.
—También, había algo urgente que Wasabi nos quería decir...
—Tadashi —suspiró, arqueando su espalda y separando sus piernas para él. De inmediato sintió el contacto profundizarse, aún con la toalla y la ropa del mayor de por medio —. No puedes hacerme esto después de ponerme así.
Y, libre de toda culpa tomó la mano que jugueteaba en su pecho para llevarla hasta la toalla, que acabó de caer con un leve forcejeo. Él mismo jadeó al contacto de los ásperos dedos sobre su erección.
Apenas pudo reaccionar al gruñido de satisfacción de Tadashi sobre su oído cuando ya le había volteado. Hiro se estremeció al sentir sus brazos rodearlo, y un sonido muy similar a un ronroneo escapó de su garganta cuando los labios del mayor tomaron los suyos, demandantes y desesperados
La lengua del mayor se abrió paso entre sus labios, y él la acogió sin restricciones, encantado, mientras las manos que lo rodeaban descendían lentamente por sus lados, pegándole a él y poniéndolo cada vez más sensible. Se le escapó un gemido cuando los rudos dedos aferraron sus muslos, a la vez que dejaba una mordida algo dura sobre su labio inferior.
Acto seguido, los labios inquietos descendieron lentamente por su mentón y cuello. Bajó la mirada, jadeando levemente al sentir las húmedas lamidas que el mayor dedicaba al espacio entre sus pectorales, sorprendentemente sensible. Se estremeció, más llevó una de sus manos a la cabeza del mayor, tratando de guiarlo de nuevo a sus labios, aún cuando las lamidas alrededor de su ombligo se sentían como la gloria.
Sin embargo, el descenso continuó, y la mirada del chico recuperó algo de lucidez en el mismo instante en que Tadashi se ponía de rodillas ante él. A plena luz del día, y ante su propia excitación tan evidente, Hiro tuvo un leve acceso de timidez.
Al menos, hasta que la mirada hambrienta de Tadashi lo hizo estremecerse de puro anhelo.
—Lugares que sólo yo conozco —repitió, sin dejar de dedicarle esa mirada de autosuficiencia que tanto odiaba y anhelaba. Hiro necesitó más esfuerzo de lo normal para entender a qué se refería. Al menos, hasta que recorrió lentamente su lengua por su vientre bajo, sacándole el adormecimiento en medio de un escalofrío —. ¿Cuáles serían esos, exactamente?
Hiro suspiró, mordiéndose el labio inferior ante la imagen. Le encantaba cuando su hermano era dominante, pero había algo en tenerlo así, arrodillado ante él, que le volvía loco.
"Y de la manera más literal", pensó, mientras llevaba uno de sus dedos pulgares a la boca del joven. Se abrió paso sin resistencia, sólo para rozar con firmes movimientos la blanca hilera de dientes, presionando su yema contra su filo.
—Hazlo donde quieras, pero quiero sentir tu boca incluso mañana, cuando esté en la universidad —murmuró, sin detenerse a pensar en lo que estaba diciendo —. Quiero que me muerdas, quiero que me hagas llorar.
Tadashi jadeó, mirándolo con los ojos abiertos de par en par y aún con su dedo en su boca. Hiro comprendió, vagamente, lo osado de sus palabras, y trató de fingir que era una broma.
Más, cuando los ojos del mayor ardieron y una brusca mordida en su dedo le hizo sisear, Hiro supo que su oportunidad de huir acababa de esfumarse.
—No quiero oír quejas luego —advirtió, en un tono demasiado ronco como para que Hiro no temblara, encantado.
—Entonces haz que valga la pena ahora —exigió, dedicándole una mirada desafiante.
Tadashi sonrió con autosuficiencia, antes de tomar su pierna desnuda y, sin dudar un instante, llevar su boca al blanco muslo.
Cuando la primera mordida lo sacudió de pies a cabeza, Hiro a duras penas pudo contener un jadeo. Tadashi en realidad no necesitó esforzarse en exceso. Hiro había estado encantadoramente receptivo en aquella semana, entregándose a él tan pronto como lo atrapaba con la guardia baja, aún cuando algunas veces jugara a resistirse. No sería la primera jornada de investigación que quedaba interrumpida por el lujurioso dúo.
A ellos, en cambio, muy pocas cosas los detenían cuando se trataba de estar juntos, y una llamada por el intercomunicador del equipo no sería una de ellas.
Hiro soltó un gimoteo agudo cuando los dientes escalaron levemente, cada vez más cerca del punto donde su excitación se hacía imposible de ignorar, y se descubrió a sí mismo balanceando las caderas en una invitación desesperada. Gruñó cuando las manos del otro aferraron sus lados para dejarlo quieto, y un gritito quedo se le escapó cuando otra mordida cercana a su ingle le tomó por sorpresa, antes de que la lengua ajena aplacara la sensación de escozor.
Sin embargo, era muy difícil concentrarse con el timbre del intercomunicador entre ellos. Hiro gruñó, antes de llevar una de sus manos hasta los cabellos del mayor, una leve presión que le indicaba que se detuviera.
—Contesta —jadeó levemente, ruborizado y jadeando sólo con un par de toques, pero en su lugar de héroe. Por eso, no pudo evitar fruncir el ceño cuando un gruñido de protesta fue la única respuesta que tuvo de su hermano, antes de que volviera a morder —. Vamos, puede ser una emergencia.
El mayor le dedicó una mirada de molestia sin apartar sus labios de la piel del otro. No obstante, llevó una mano a su bolsillo trasero. Hiro suspiró cuando se separó apenas de él para comprobar la identidad de quien llamaba.
Le miró extrañado cuando una sonrisa maliciosa se extendió por sus labios, antes de atender la llamada. Casi al mismo tiempo, con su mano libre le obligó a alzar una pierna sobre su hombro desnudo, tomándolo por sorpresa.
Desconcertado aún, Hiro no pudo evitar tensarse al verle enterrar su rostro en la unión entre su muslo y su ingle, al tiempo que empujaba en su mano el aparato encendido.
—¿Hola?
El pánico se apoderó de él al reconocer la voz de Fred.
Miró a su hermano, enfurecido, y éste sólo le dedicó una adormilada mirada de diversión, antes de darle una extensa lamida a la cara interna de su muslo. La mordida que le siguió le obligó a dar un pequeño grito demasiado agudo para su gusto. Y demasiado sonoro también.
Hubo un breve silencio al otro lado de la línea.
—¿Hiro?
Oh, iba a matar a Tadashi.
—¿Fred? Perdón, me tropecé con... el gato —gruñó, y Tadashi rio sobre su piel, antes de articular un silencioso miau de labios rojos y húmedos.
Iba a matarlo o a montarlo, pero lo haría lento y doloroso.
—¡Amiguito! —la voz alegre del rubio le hizo sentir más culpable y avergonzado aún — ¿Qué haces con el intercomunicador de Tadashi?
Hiro maldijo en su fuero interno, él y su gran bocota.
—Él se está bañando — mintió, mordiéndose el labio al sentir cómo los labios del mayor se aproximaban peligrosamente a su erección —. ¿Ocurre algo?
—Aún no estamos seguros, pero creo que tenemos trabajo para mañana —comentó, y Hiro maldijo en su fuero interno. Sí, estaban llegando a esa etapa del año, ¿Pero tenían que empezar justo en ese momento? —. Hay sospechas de...
Hiro no pudo reprimir un ahogado gemido cuando, sin previo aviso, Tadashi mordió la sensible piel de su pelvis.
El silencio, esta vez, hizo entrar en pánico al joven.
—¿Interrumpo algo?
Dios, ¡Si hasta podía oír la sonrisa divertida en la voz de Fred! ¡Como si a él no le hubiera pasado exactamente lo mismo!
—N-Nada importante —mintió, dedicándole una mirada fulminante al chico de rodillas ante él —. Me estoy arreglando para ver a Yumiko y...
La mirada divertida del mayor se volvió fulminante en cuestión de segundos, y demasiado tarde Hiro se dio cuenta de su equivocación.
No pudo ahogar su grito a tiempo cuando Tadashi lo tomó en su boca con violencia, y tan sensible como estaba, apenas pudo apagar la llamada con dedos temblorosos, antes de que el aparato se resbalara de su agarre.
—M-Mierda, Tadashi —jadeó, a duras penas pudiendo soportarse en pie. El mayor gruñó, y Hiro cerró los ojos, abrumado por una profunda succión.
Si eso era lo que Tadashi consideraba controlar sus celos, estaría en graves problemas si alguna vez algún pobre bastardo de verdad quería seducirlo.
Aunque mucho no pudo reflexionar sobre ello, no cuando aquella boca endemoniada se apoderó de él, obligándolo a sostenerse contra la pared con una mano, mientras con la otra se aferraba a aquellos oscuros cabellos, buscando su propia liberación, demasiado cercana para su magullado ego. Movió sus caderas a un ritmo inconsciente pero esmerado, firme, sacando sonidos húmedos a la boca del mayor y provocando que sus ojos brillaran con un deseo imposible de ignorar.
Tadashi se apartó apenas, llamando su atención, y a Hiro casi le da un infarto al verle recorrer con la punta de su lengua las gotas de líquido preseminal que caían por su miembro.
Y el rojo explotó en su rostro cuando sus ojos buscaron los suyos, excitados y visiblemente burlones. Tragó saliva al comprender que aquellos no eran solo celos. En ese momento, era también la venganza por lo de la otra noche, con aquella desconocida.
Hiro lo hubiera maldecido, si tan solo Tadashi no hubiera vuelto a la carga, tomándolo por sorpresa. Ahogado, nervioso y excitado como se encontraba, realmente no pudo hacer mucho más que intentar alejarlo cuando, en cuestión de unas pocas lamidas, su orgasmo se anunció con estremecimientos demasiado notorios y espasmos en su vientre bajo. Como si se tratara del premio por un arduo esfuerzo, Tadashi no sólo se resistió, sino que aferrando sus caderas desnudas, se obligó a tomarlo por completo, de una manera que hizo a Hiro arquearse en un agudo lloriqueo, antes de venirse en su boca.
Tardó varios segundos en volver en sí, y cuando lo hizo, Hiro jadeó y se sostuvo de la pared. A duras penas vio a Tadashi tragar algo, con lo que parecía una sonrisa de pura satisfacción en los labios, y el chico debió parpadear un par de veces, aún perdido.
Con una expresión burlona, Tadashi se alzó hasta besar sus labios, colando su lengua en el interior de su boca en la primera oportunidad. El sabor extraño de su semilla se mezcló con el ya familiar de la boca de su hermano, y se sorprendió a sí mismo devolviendo el beso sin dudar, sin asco y con todas las intenciones de ir por más.
Cuando se separaron, una sonrisa descarada curvaba los labios del mayor.
—¿Algo importante?
Hiro gruñó, antes de empujarlo. Ocultando su pena pesimamente, sólo necesitó un par de pasos antes de que Tadashi cayera en su cama con un ruido sordo y una expresión entre sorprendido y encantado.
—Tú serás el que llame preguntado por la misión —gruñó, montándose a horcajadas sobre el sonriente bastardo — ¿Qué clase de líder pretendes ser, si pones el placer sobre tus responsabilidades? No tienes madera para esto.
Se guardó el detalle de que, si se trataba de ellos, ninguno de los dos tenía madera para eso.
Hiro, de cierta manera, prefería aquella etapa de calor por encima del invierno, al menos durante las primeras semanas de calor en la primavera, los días previos a que el sol abrasador del verano californiano le hiciera recordar cuánto amaba el frío y poder pasar horas sentado junto al fuego.
Para su mala suerte, los villanos también parecían que aquella era una gran temporada para salir de sus cuevas.
—¿No estás ya algo viejo para esto? —interrogó con gesto aburrido a la cabeza que sobresalía de la masa rosácea. Honey reía por lo bajo y revisaba que ninguno de los cuatro traficantes estuviera herido, mientras Yamma le dedicaba una mirada cargada del más absoluto odio. Esa mirada sin duda lo hubiera intimidado hace unos pocos años, pero ahora había perdido todo su efecto, dada la cantidad de veces que lo había atrapado.
—Juro que algún día haré que cierres esa maldita boca, bastardo.
—Hmmm —Hiro sonrió tras el casco, en parte divertido con su frustración —. Pues tendrás que esperar, la cola es larga.
Y antes de que pudiera hablar de nuevo le dio un leve empujón con el pie, dejando a la enorme bola rodar calle abajo, donde un coche jaula los esperaba para trasladarlos a la cárcel. Un grito ahogado se alzó, probablemente Yamma con una nueva fractura de nariz al chocar su cara contra uno de los laterales del vehículo.
—¿Qué dijimos de herir a los delincuentes? —una voz se alzó a sus espaldas, y Hiro sólo fingió demencia al girarse a ver a su hermano.
—No cuenta, en este caso fue un recurso de la policía —argumentó, y se apresuró a cambiar de tema en cuanto vio el rictus del mayor bajo la máscara que cubría sus labios —¿Mucho cargamento?
Tadashi pareció dudar, pero mordió el anzuelo tras un leve suspiro de resignación.
—Suficiente para que los chicos se divirtieran por varios meses —comentó, señalando con un gesto de la cabeza a los patrulleros que rodeaban una pequeña embarcación con destino a México.
Yamma no era listo, pero sus chicos sí lo eran, posiblemente sólo por eso se mantenía en el poder en el bajo fondo. Vender armas a grandes grupos de narcotráfico no era un trabajo fácil, no con tanta oferta por todos lados. Ellos habían sabido encontrar la solución: vender armas a pequeños cárteles de droga y crear en ellos la ilusión de que así podían competir con los grandes jefes.
Era más lucrativo de lo que él quisiera admitir, y se le retorcía el estómago sólo al recordar los tiempos en que había admirado y querido ser como aquellos perdedores.
Una vez más, consideró que no le alcanzaría la vida para agradecer a Tadashi por arrastrarlo al laboratorio de nerds aquella noche.
Hiro le dedicó una mirada de soslayo. Bajo la máscara su expresión se mantenía serena, y su visor apagado dejaba ver parte de sus ojos, fijos en la distancia, siempre atento a que los policías se llevaran a los sujetos sin inconveniente.
Se veía igual de guapo que siempre, con el traje oscuro pegado a sus músculos y a la curva peligrosa de su columna.
Aprovechándose de la intimidad que el casco le permitía, dejó que su mirada vagara más abajo, al siempre perfecto trasero del mayor.
—¿Sabes? Puedo sentir cómo me desnudas con la mirada ahora mismo.
Hiro se tensó, y cuando llevó una vez más sus ojos hasta el rostro de su hermano, no pudo más que ruborizarse al notar sus ojos divertidos.
Sin embargo, aún estaba molesto por el momento que le había hecho vivir dos días atrás con Fred, motivo por el que el chico no paraba de burlarse de él cada vez que lo veía. No podía dejar que su molestia fuera tomada como algo arbitrario y pasajero.
—Cómo si me provocara algo un irresponsable exhibicionista —farfulló, y muy tarde se lamentó de no encontrar un insulto con palabras más rimbombantes y menos artificiales, en especial cuando la risa entre dientes del mayor le dejó en claro que eso había sonado ridículo.
Eso no evitó que Tadashi se pegara a él más de lo que hubiera sido adecuado para un par de hermanos, siquiera para un par de héroes colegas.
—No parecías tan molesto mientras me montabas a los pocos minutos, mi amor —ronroneó, justo sobre el micrófono en donde debería estar su oído, y Hiro sintió todo su cuerpo estremecerse ante el tono ronco y bajo.
Bien, mierda, de repente el casco estaba muy caliente como para soportarlo.
—C-Cállate, tú...
Se alejó sosteniéndose el lugar, como si en verdad pudiera proteger su oído, y rojo como una braza. No se le ocurría ningún insulto lo suficientemente malo, y la sonrisa encantada de su hermano bajo la máscara dejaba en claro que lo sabía.
—Si necesitas sacarte el traje, yo puedo ayudarte. Hay un par de azoteas por la zona, ahí puedo mostrarte lo que es en verdad exhibicionismo.
Hiro se atragantó.
—¡Por Dios, Tadashi!
El grito fue lo suficientemente bajo como para no comprometer su identidad, pero tan agudo como para que su garganta ardiera. Las carcajadas del otro, por lo contrario, podrían ser perfectamente oídas por cualquiera.
No tuvieron oportunidad de continuar. Pronto distintos móviles de los canales de televisión locales comenzaron a llegar al lugar, y por común acuerdo, cuando eso ocurría, ellos debían desaparecer en el acto.
Y así fue como acabaron en una azotea, aunque no con un plan tan romántico como hubieran esperado. Especialmente al ver a Fred estirar hasta casi un metro el queso de una hamburguesa rebosante en grasa y aceite.
—¿Puedes explicar qué es lo encantador de eso? —la voz de Gogo, desconcertada y asqueada a la vez, iba en dirección a Wasabi. Y aunque en el fondo entendiera su inquietud, Hiro consideraba que no tenía sentido hacer esa pregunta a alguien que veía a su novio como un ángel mientras comía como un cerdo, ajeno a todos y, por lo visto, habiendo superado sus propios complejos de orden obsesivo.
—Fue una mañana tranquila —la reflexión de Honey, a su lado y sin prestar atención a sus amigos, llamó la atención del menor de los Hamada.
La miró con cierto escepticismo.
—Si desmantelar un cargamento de tráfico de armas te parece algo tranquilo...
Ella rio, antes de dedicarle una mirada llena de significado.
—Esto no es nada... o no, al menos, en comparación a nuestros amigos —comentó, dejando en claro a qué se refería sólo con el énfasis de sus palabras —¿Creen que se rindieron al fin?
—Si Tadashi me hubiera dado una paliza por tocar a su tesorito, yo también hubiera desaparecido de la ciudad —comentó Gogo, dedicándole una mirada divertida a ambos hermanos, logrando que Hiro se ruborizara, al tiempo que la maldecía por dentro.
Tadashi, que apenas le dedicó una mirada inescrutable a la chica, se apresuró a retomar la línea de Honey.
—Dudo que se hayan dado por vencidos —dijo, mirando con indiferencia su refresco —. Es más... es más como si estuvieran esperando algo.
Con pesar, Hiro debió asentir. Es verdad, quizás hubiera transcurrido casi un mes desde que se enfrentaran a los yakuza por última vez, y desde entonces sus vidas, se podría decir, habían vuelto a su cuestionable normalidad, con la visita ocasional de un magnate en su humilde hogar y operativos ilegales que trastocar.
Sí, normal.
Pero sabía que Tadashi tenía razón en algo: los sujetos no habían desaparecido luego de su encuentro, sino que aguardaban. Su último enfrentamiento había sido fortuito, una mezcla de mala serte por parte de ambos grupos. Habían descubierto que no iban tras ellos por formar parte del mayor equipo de héroes que protegía la ciudad, sino por algo tan mundano como la relación de su tía y Krei. Aunque aún no sabían cómo, él estaba involucrado.
Eran muchos puntos, y aunque no habían encontrado más que los laboratorios desmantelados la siguiente vez que fueron, fácilmente los llevarían a reconocerlos si cometían otro error. Conscientes de ese punto débil, sólo esperaban.
—¿Esperar qué? —gruñó entonces Gogo, harta ya del asunto.
Hiro intercambió una mirada con Tadashi, cargada de significado.
—La señal del jefe.
Tadashi asintió, antes de dar un largo sorbo a su bebida.
— El jefe no se arriesgaría a ponerse en evidencia, no ahora que sabemos que todos sus planes se ligan, de alguna manera, a Krei y Cass, y si sabe que lo encontraremos fácilmente, significa que es alguien más cercano de lo que creemos.
Ante la mención de la mujer, Fred alzó la mirada por fin de su hamburguesa, curioso y por completo apartado de la conversación.
—Ahora que lo dicen... ¿No tenían un almuerzo con Cass el día de hoy?
Y con eso, toda la seriedad en el rostro de los hermanos pasó a confusión, y desde allí al pánico más grande, ese que cualquiera sufriría tras dejar esperando a Cass.
—¡Creí que ibas a poner una alarma! —exclamó el chico, subiéndose a Baymax de un salto.
—¡Te pedí a ti que lo hicieras, cabeza de chorlito!
Había algunas cosas entre los hermanos que nada podría cambiar...
La llegada al parque central fue accidentada, más de lo que cualquiera que recordara antes. Y no, no se debía a las maniobras que ambos debían hacer para mantenerse medianamente discretos, aún vestidos como héroes y a plena luz del sol, ni por la manera en que Baymax debió descender a la fuerza por un estrecho callejón, ni siquiera por los milagros que hicieron para meterlo en su puerto portátil.
No, lo más complicado fue la cantidad de obstáculos ridículos que debieron sortear para llegar al lugar donde su tía los esperaba, como madres, niño y perros. En su desesperada carrera, incluso estuvieron a punto de hacer caer a un par de ancianitos.
No era muy loable, considerando que era héroes o universitarios siquiera, pero su tía era implacable con los horarios de la comida incluso fuera de casa. Y después de todo, aquella merienda era en parte culpa suya.
Debían reunirse con su tía y Alistair en el almuerzo, pero era imposible posponer el operativo contra Yamma. Habían tenido la esperanza de acabar con las investigaciones y llevar a cabo el trabajo durante el sábado, pero debían atraparlos con el cargamento en el puerto para que no pudieran encubrirlo ante los oficiales.
Por eso, necesitaron inventar la excusa de un trabajo grupal para la universidad. Su tía no estaba feliz, por supuesto, por lo que la compensaron con una merienda en el parque en su día libre.
Aunque al llegar, ambos se sorprendieron por hallarla sola, sentada tranquilamente sobre una manta y con un refresco en la mano... sorprendentemente relajada.
—Creí que no vendrían —comentó al ver cómo cada no se ponía junto a ella, claramente agitados.
Hiro miró el reloj, se habían pasado de la hora por un minuto. No pudo evitar sentir pena por Alistair.
—Veo que no llegamos últimos al menos —comentó, no sin cierta malicia. Tal vez hubiera sepultado sus sospechas sobre él, pero seguía siendo el bastardo que quería robarse a su tía.
—De hecho, él llegó casi media hora antes —rebatió ella, mirándolo con diversión. Acto seguido, alzó su celular ante los rostros sorprendidos de ambos.
—Hola, chicos —el tono alegre y la sonrisa radiante elevó su nivel de indignación.
—¡Esto es trampa! —exclamó el joven, señalándolo con un dedo acusador.
—Yo le diría preferencialismo —acusó Tadashi, ocultando su infantil molestia tras un semblante divertido que, por supuesto, no engañó a su tía.
Ella les dedicó una mirada de superioridad, claramente libre de culpas.
—Yo nunca dije que estaban prohibidas las videollamadas... y entre la alfombra que quemaron la semana pasada y su demora de hoy, no están en posición de reclamar nada —se apresuró a aclarar, al ver que ambos estaban dispuestos a seguir la discusión.
Los hermanos se sentaron en un silencio demasiado profundo para lo que el comentario ameritaba, con expresión derrotada y cierta molestia que divirtió a los adultos. Ninguno de los dos podría sospechar cuánto la mención de la dichosa alfombra los ponía nerviosos.
—Anímense chicos —intervino el magnate, jovial —. El único motivo por el que no estoy allí, y por el que su tía me permite esto, es porque estoy esperando a unos empresarios y científicos para una reunión.
—Mejor dicho, ellos te están esperando a ti, irresponsable —echó en cara la mujer, ganándose una mirada pícara por parte del empresario en miniatura.
Eso llamó la atención de ambos de inmediato, más por curiosidad que por las investigaciones que aún tenían pendientes.
—¿Qué estás planeando?
Alistair sonrió al ver que mordieron el anzuelo.
—Nada muy importante, una cena de gala para recaudar fondos para las becas en el Ito Ishioka.
Bien, eso era excusa suficiente.
—¡Debiste decirnos! —exclamó Hiro.
—Hubiéramos preparado esto para otro día —secundó Tadashi, más sereno.
Él pareció dudar, y Hiro creyó notar cómo alejaba la mirada con cierto nerviosismo.
—De hecho, quería hablar con ustedes a toda costa —murmuró.
—¿Sobre qué? —interrogó Tadashi, suspicaz al ver la expresión del mayor, y la diversión en el rostro de su tía.
El hombre se aclaró la garganta.
—Bueno...
Sí, estaba nervioso, lo suficiente para que su tía se echara a reír y, con una clara expresión alegre, interviniera por el empresario.
—Alistair quiere anunciar nuestra relación —soltó, sin titubear, logrando que un sonido nervioso se elevara desde el celular.
Rio al ver la expresión perpleja de ambos jóvenes... al menos hasta que el menor se aferró a sus hombros.
—¡¿Estás embarazada?! —exclamó, con los ojos abiertos de par en par.
—¡Hiro!
Cass se echó a reír ante el pánico de ambos, y se lamentó por no poder ver el rostro de Alistair.
—No, Hiro —se apresuró a calmarlo, embargada por cierta ternura al ver los claros celos del chico —. Él sólo quiere blanquearlo, alguna de esas cosas raras de famosos locos.
Un leve carraspeo le recordó que el famoso loco estaba allí, oyendo todo lo que decían.
—Creímos que era justo preguntarles antes —continuó Krei, ya más calmado —. Es probable que la gente acose el café, o algún camarógrafo los moleste e invente rumores.
—No queremos que se sientan presionados, esto los afecta tanto como a nosotros —secundó Cass.
Hiro miró con atención a la mujer. Trataba de mantenerse calmada, pero era claro su nerviosismo, uno bien fundado. Ellos eran una familia normal para el resto del mundo, prácticamente invisibles salvo por la universidad y el café. El cambio podía ser absoluto o ni siquiera darse tal vez todo acabaría en cuanto los medios vieran que Cass no era una modelo ni se interesaba en generar polémica.
Pero si eso era preocupante, era sólo la punta del iceberg: aún quedaba todo el asunto de su vida como héroes, de hallarse más expuestos y sobre todo, lo que causaría con los yakuza toda esa atención extra sobre la pareja.
Aunque habían estado tranquilos aquellos días, no podía imaginar lo que causaría el que la relación de Cass y Krei se volviera oficial.
Las consecuencias de aquello podrían ser mucho peores de lo que la pareja se imaginaba.
Estaba a punto de negarse, cando alzó la mirada hasta su tía. En su rostro no sólo era evidente su nerviosismo, sino una inmensa alegría, una que sólo ellos podrían reconocer y que, de hecho, muy pocas veces habían visto.
Llevó sus ojos hasta su hermano, y se sorprendió al encontrar la mirada de Tadashi fija en él. No necesitó intercambiar más que eso, para saber que pensaban igual que él.
Sonrió, dándole una mirada llena de serenidad a la mujer.
—Tía, sólo queremos que tú seas feliz, tan feliz como nos has hecho a nosotros.
Apenas lo dijo, lo cursi que sonó en sus oídos fue suficiente para que debiera hacer una mueca. Tadashi rio, antes de volcar su atención en la mujer.
—Hiro tiene razón. Ya dejamos entrar a Alistair al clan Hamada y nadie ha muerto, déjalo incluirnos en su vida también.
Hiro sólo esperó que esas palabras no trajeran la mala suerte sobre ellos, pero no tuvo corazón para decirlo en voz alta. En especial, al ver cómo la mujer los estrechaba a ambos contra sí, lo suficientemente fuerte para que oyera algo crujir en su espalda.
—Son los mejores —susurró con la voz algo estrangulada, dejando por fin de lado la máscara de estoicismo.
—Además, siempre podemos soltar a Baymax cuando lleguen los camarógrafos.
—Que no es un perro, Tadashi...
Sólo se separaron cuando un grito lleno de júbilo se alzó desde el celular de su tía.
—Chicos, más les vale no comer nada desde ahora, porque irán al mejor banquete de su vida —exclamó, con una sonrisa de oreja a oreja que podía adivinarse incluso antes de que alzara el celular.
—Te tomo la palabra —rio Tadashi, siempre rápido cuando se trataba de comida.
Hiro, en cambio, decidió ser recatado por una vez.
—Alistair, no quiero aprovecharme de tu bondad, pero crees... ¿Crees que los chicos...?
—Fueron los primeros que puse en la lista —aseguró, con un gesto de absoluta alegría —. Necesito las medidas de todos para enviar a hacer sus trajes.
—¿En serio? —Cass sonaba genuinamente asombrada.
—¡Claro que sí! Estoy tan feliz que podría regalar el vestuario a cada invitado de la cena —exclamó. Una voz diferente se alzó de fondo, y aunque era cordial, la irritación en ella era evidente incluso para desconocidos. Sin embargo, eso no pareció desanimarlo, le dirigió una seña a la otra persona, antes de darles su reluciente sonrisa —. Tengo una reunión "importante" ahora —se burló, agregando comillas con los dedos a la frase —. Disfrútenla esta tarde, porque luego es toda mía.
—Los nanobots tal vez no estén de acuerdo con eso —se burló Tadashi, ante lo que Alistair se echó a reír.
—Amigo, ahora mismo podría pasar sobre Baymax por ella.
—Pero si Baymax no lastimaría ni a una mosca —comentó Cass, divertida, y ambos chicos intercambiaron una mirada que sólo Alistair pudo corresponder, antes de despedirse de manera definitiva de ellos.
Alistair Krei se giró en la silla de su escritorio, sonriendo como un niño y... bueno, sí, bailando.
—¡Judiiiiith! —canturreó, emocionado —¡Querida Judiiiith!
—Ya oí, ya oí —una voz apesadumbrada y huraña, completamente opuesta al tono jubiloso del hombre, se alzó en el lugar —. Hay que hacer pijamas para los mocosos... ¿Con babero incluido?
Sin dejarse afectar por el mal humor de su asistente, Krei se puso en pie con una sonrisa despampanante.
—¡Oh, vamos! No seas tan amargada. ¡Sonríe! —señaló sus propias comisuras elevadas, y recibió a cambio una mirada que helaría la sangre a cualquiera —¡Vas mejorando!
La mujer suspiró, claramente harta, antes de encarar al hombre de una vez.
—Alistair, por favor, esto es una idiotez —exclamó, dejando su anotador sobre el escritorio y poniendo los brazos en jarra, irritada —. La recaudación de fondos es una pérdida de tiempo. Deberías concentrarte en cosas que funcionen. Deberíamos regresar al proyecto Silent Sparrow, profundizarlo. Estaba casi perfeccionado, y las cantidades de dinero que...
El rubio negó reiteradamente, obligándola a cortar su propio discurso.
—Judith, ya hablamos de esto —habló, sin dudas irritado, pero luchando por mantenerse cordial, algo que rara vez ocurriría antes —. Estoy cansado de hacer todo por el dinero. Quiero ayudar, purgar mis errores, ser un mejor hombre.
La mujer no se molestó en ocultar un gesto burlón.
—¿Para la pobretona de la cafetería? —inquirió con tono socarrón, rebosante de desprecio —. Por favor, Alistair, nunca podrás ser el hombre que quieres mostrarle, ni de una sola mujer. Cuando te aburras de ella o te eche, volverás a ser el mismo tirano de las empresas ¿Por qué no ahorrarte el drama absurdo de la pobretona con mocosos y el multimillonario que descubre que tiene alma?
Acabada su perorata, la mujer le dedicó una mirada de superioridad, algo divertida y esperando a que en la expresión del rubio apareciera esa mirada burlona que solía poner desde la universidad, cuando descubría sus planes maliciosos tras cada gesto aparentemente desinteresado. Usualmente, cuando eso ocurría, el sujeto se echaba a reír y le contaba lo que realmente estaba tramando.
Para nada era aquella expresión tensa que le estaba dando en ese momento, con los ojos más fríos que nunca hubiera visto.
—Escucha, Judith —comenzó, entre dientes, casi como un gruñido —. Cass es ahora mismo lo más importante para mi. Es una mujer fuerte, valiente y decidida, y Hiro y Tadashi son unos muchachos brillantes que se han ganado mi cariño y respeto —sonaba serio, casi como si, en vez de ofender a aquella don nadie, le hubiera insultado directamente a él —. De modo que, si vuelvo a oírte hablar de esa manera de ellos, juro que no me importarán los quince años que llevamos juntos a la hora de colocarte en un puesto donde no deba verte la cara por un tiempo, ¿Entiendes?
Judith, a quien nunca le había hablado de aquella manera, sintió un nudo en su garganta, la molestia quemar como fuego desde su estómago. Le mantuvo la mirada un momento, luchando por morderse la lengua mientras Alistair mantenía sus ojos fijos en los suyos, desafiantes.
No necesitaba abrir la boca en realidad, hace tantos años que permanecían conectados que con una mirada podían decirse todo, desde insultos, a burlas y disculpas.
En aquella oportunidad, no había una sola disculpa.
Frustrada, suspiró.
—Entiendo, señor —gruñó, haciendo especial énfasis en la palabra.
Alistair entendió su molestia, pero no pudo hacer nada para calmarla: era doloroso para él el que redujera la relación más importante que había tenido en años, a una mera aventura. Y que insultara de aquella forma a Cass y a los chicos, era algo que no podía perdonar fácilmente.
—Bien —zanjó el tema, no sin cierto remordimiento por su tono y la manera de hablarle —. Por favor, informarme de las cosas que hacen falta para la fiesta. Debo reunirme con los jefes de la sección de bioingeniería de los alemanes y…
Ella asintió, tratando de mantenerse calmada pero sin oír realmente lo que decía.
—Están esperándolo.
El hombre hizo una mueca al oír el tono distante, pero se sobrepuso y, finalmente, salió del lugar.
Judith aguardó en silencio por unos momentos, atenta al sonido de los pasos del hombre alejarse, ahogados por los murmullos de la empresa y los sonidos de la calle que ascendían hasta el décimo piso de aquel edificio.
Una buena altura y un piso solitario, ideal para que la mujer, hasta entonces serena, se abalanzara sobre el escritorio del hombre, tomando su anotador para destrozarlo contra el suelo en medio de un grito desgarrador y lleno de ira.
Destrozó las hojas sin piedad, enterrando sus uñas y rasgándolos como si se tratara de la piel de alguien. El cabello, usualmente arreglado, caía en mechones irregulares a los lados del rostro sudado y rojizo, las pupilas dilatadas y los dientes expuestos en un rictus casi animal, que se mantuvo, así como sus gruñidos, hasta que el dolor de sus dedos heridos la obligó a dejar los restos astillados del anotador de madera.
Se dejó caer hacia atrás, aferrando las manos entre sí y notando los finos hilos rojizos que descendían por sus blancos dedos, desde los lados de sus uñas. Se miró las manos, jadeando, agotada.
Pasados unos momentos, la mujer respiró hondo, con las manos temblorosas y heridas, con la mirada fija en el papel picado que se esparcía por el lugar, algunos manchados por inquietantes gotitas carmesí.
Su labio temblaba, y Judith recostó la cabeza sobre el escritorio, agotada como no lo había estado en buen tiempo, aunque de igual manera lo hubiera estado desde que aquella tontería de los Hamada comenzara.
Alistair nunca había sido un santo, no desde que ella lo conociera. Tendría sus ideas ridículas de ayudar a cambiar el mundo, y cuando lo conoció, fue ciertamente esa inocencia lo que le había resultado curioso. Le parecía algo tonto, algo así como un cachorro demasiado optimista, pero, a medida que crecía, que lo conocía y se familiarizaba con su pasado oscuro y desgarrador, hubo algo en él que la hizo mantenerse a su lado, curioso, a la espera.
Era el ver cómo, a pesar de todo lo que quería aparentar, el mundo le mostraba cuán poco podía hacer por él.
Debía admitirlo, lo que realmente le mantuvo a su lado fue el ver cómo era el hombre que renació una vez que salió de su estúpida depresión. Le había dedicado discursos de horas enteras, dejándole en claro que el mundo nunca había deseado que lo salvara, y que lo que le había ocurrido no era más que el resultado natural del funcionamiento de su maquinaria.
Y así, como un cuenta gotas, fue vertiendo en él la mayor epifanía, esa que, por algún motivo, se le había escapado en todos aquellos meses: que tenía todo el derecho a tomar del mundo lo que éste le arrebatara a él y que, si quería crecer, debía aceptar que tenía que aplastar a otros en el camino.
Es verdad, el Alistair que era en ese entonces era casi por completo una creación de ella, la más perfecta, esa en que había puesto todo su empeño. Se encargó de engatusarlo con sus palabras, de moldearlo, lo hizo su prisionero en una guerra que él nunca hubiera querido empezar, hasta volverlo tan oscuro y rastrero como ella misma. Sólo cuando lo vio volverse más fuerte y cruel que nunca, Judith comprendió los sentimientos que tenía por aquel hombre, o por quien era en ese momento, al menos.
Nunca se molestó en ser romántica, por el contrario, su relación se volvía estrecha en otro punto en la crueldad y ambición que ambos compartían. Ambos habían tomado planes de pasantes y los habían hecho figurar como propios, dándoles unas monedas siquiera a su creador legítimo. Ambos habían destruido la carrera de más de un sujeto incluso aunque no salieran aún de la universidad. Y ambos habían aprendido a pasar por encima de quien fuera necesario para tener éxito.
Pero Alistair, notó pronto, era mucho más endeble que ella. Por meses había sufrido sus remordimientos por todo el asunto de la hija de Callaghan, y necesitó más trabajo para devolverlo al monstruo que ella amaba. Y lo mismo ocurrió cuando, tras el enfrentamiento de los portales y la caída de su última sede, Alistair tuvo la idiota idea de que todo, absolutamente todo lo ocurrido, había sido su culpa. Desde Callaghan en la cárcel, hasta la muerte de aquel mocoso.
Irritada, esperó que gestos idiotas como retirar los cargos contra Callaghan ayudaran. Realmente no le importaba, siempre y cuando de esa manera sus planes continuaran: ella era quien seleccionaba los proyectos y contratos internacionales que llevaban a cabo, y últimamente varios mandatarios rusos estaban interesados en la continuidad de su proyecto.
Fue por ello que permaneció en horrorizada resignación cuando Alistair rechazó ese negocio, para ayudar a un millón de imbéciles en el mundo a estudiar en las distintas sedes del Ito Ishioka. Y cuando de la nada comenzó con sus proyectos ambientalistas, estuvo a punto de entrar en pánico.
No lo hizo. En su lugar, confió en que el mundo hiciera su trabajo una vez más. Esperó, incluso cuando descubrió que el chico Hamada estaba vivo, y a su socio se le metió en la cabeza la brillante idea de ir a disculparse.
Lo admitía, el recibimiento de la mujer del café fue prometedor. Era la patada que la vida solía dar a Alistair cuando más dolía, la que ella solía aprovechar. Pero en lugar de desalentarlo, Judith observó, con horror, que su socio no se daba por vencido, idiotizado a su parecer por el primer golpe.
Imaginó, como otras veces, que se aburriría o se la dejaría en cuanto tuviera o que quisiera de ella. Luego de aquel viaje a Italia, confió en que no volvería a verla.
Cuanto se había equivocado.
No sólo estaba al pendiente de ella más que nunca, sino que anunciaría su relación en esa ridícula de beneficencia.
Era la burla máxima, no sólo a sus sentimientos, sino al esfuerzo de todos esos años, a su sacrificio: había dejado de lado sus propios proyectos de ingeniería para gestionar los negocios de ambos, mientras Krei estaba al mando de todas las secciones de producción. Había puesto los mejores años de su vida en formar esa empresa fructífera, descarnada y millonaria. Nada había importado, ni la moral ni la indignación colectiva, ellos no estaban allí para salvar al mundo, el mundo estaba allí para servirlos a ellos.
Alistair parecía haberlo olvidado... pero, por suerte, ella siempre estaba dispuesta a refrescarle la memoria.
Ya más calmada, irguió su rostro, llevando su mano hasta su celular. Se obligó a mantener una voz serena y fría antes de marcar.
El que respondieran antes de que el segundo pitido sonara, le dejó en claro que quien estaba al otro lado estaba en un estado incluso peor que el suyo. Algo que siempre le ponía de muy buen humor.
Krei no era el único prisionero que había atrapado.
—¿Te aburrías? —comenzó, con un tono divertido.
Un gruñido del otro lado de la línea le obligó a alzar una ceja.
—Sólo habla, quiero terminar con esto de una vez —la voz era masculina, y claramente estaba furiosa.
Debió reprimir una sonrisa, encantada.
—No me gusta tu tono —murmuró, dejando que la irritación se filtrara en su voz —. ¿Crees que no noté tu intento de irte con esa banda de perdedores hoy? No deberías darme más motivos para estar molesta.
Hubo un profundo silencio del otro lado, y se deleitó en la idea de que aquel chico, de estar ante ella, intentaría cavarle un cuchillo en el cuello en ese mismo instante.
—¿Qué desea, jefa? —el sonido de esa voz acorralada, como si mordiera cada palabra, se sentía como música en sus oídos.
—Eso está mejor —sonrió, saboreando su frustración —. Quiero invitarlos a una fiesta.
Como dije, el capítulo es un mix de varias cosas, pero todas tienen un sentido más adelante (obviemos el Hidashi gratuito, ese es regalo).
No sé si se justifica la demora, pero a partir de aquí habrá más acción, y puede que extrañemos estos períodos de pacífico incesto por un tiempo jejej.
¿Una buena noticia? Tengo una parejita en mente, pero no es ninguna que hayamos pensado hasta ahora, ¿Quién se anima a apostar?
Algunos me preguntaron la edad de Hiro y Yumiko. Bueno, Hiro tenía quince al comienzo, pero al transcurrir la historia pasó a los dieciséis. No hice una mención sobre eso, sólo lo dejé pasar. Lo mismo con la edad de Tadashi, que probablemente tenga diecinueve o veinte -se supone que en la película tiene dieciocho, y esto es casi dos años después de su "muerte"-. Creo que sería lindo hacer un cap flashback sobre cumpleaños en algún extra, momentos cute para compartir jejeje. (Espero esos chistes de Hiro soplando la vela).
Yumiko es unos meses mayor que Hiro en teoría, tendrá diecisiete, tal vez dieciocho cercanos. Está más en la edad en que realmente debería entrar a la universidad, pero sigue siendo una prodigio como nuestro niño.
De nuevo, puede que este cap parezca bastante de relleno, pero no se preocupen, los próximos van a retomar mucho de esto, así que nada es tiempo perdido. Además de que tendremos más fetiches de nuestro pequeño y calenturiento héroe. No por nada es el colágeno.
Sin más, me retiro a seguir escribiendo mientras la madera arde. ¡Nos vemos la próxima!
Besos y Abrazos, Mangetsu Youkai.
Balalalalah~
