Con los rayos fuertes y cálidos del sol de la mañana inundando su visión, Stan giró la cabeza a un costado, encontrando el bello rostro adormilado de su amante descansando en la almohada. Llevó el brazo hacia arriba y atrás para rodearla y ofrecérselo como reemplazo de la almohada, acercándola a ella, y con los dedos le acarició el cabello. Kohaku respiró profundo, y lentamente parpadeó hasta abrir por completo los ojos.
- En momentos como estos me olvido por completo dónde estamos y qué hora es –Murmuró, con una sonrisa satisfecha.
- Nada mal, ¿verdad? Estas escapadas matutinas son lo mejor del día.
- Sí, aunque se nos están acabando las excusas, o tendremos que trabajar el doble de eficiente para que corresponda con todo el tiempo que se supone que estamos "trabajando".
- ¿Hora de levantarse e ir a hacer lo que deberíamos estar haciendo?
- Tú lo has dicho.
Los dos se levantaron de la cama con parsimonia, levantando la ropa que habían arrojado descuidadamente un rato antes. Cuando estuvieron ya vestidos, Stan se acercó a ella por detrás y la rodeó en un medio abrazo, acariciándole con la punta de su nariz el cuello.
- Ya me encargué de un potro, ahora tengo que ocuparme de otro, no me acapares –Dijo Kohaku en broma, escurriéndose del agarre.
- Hay que aprovechar la ocasión, quisiera tenerte así más seguido...
- Entonces dejemos de jugar a las escondidas, y no será necesario que estés rentando esta habitación a Brody para que podamos vernos.
- De cualquier forma, conviene conservar este lugar, aquí no tenemos que contenernos.
Kohaku sonrió a medias, dándole la razón. La atracción entre ellos había sido tan fuerte desde su excitante encuentro dos meses atrás en la cantina en la que le dieron un uso más creativo y caliente al toro mecánico, que ambos supieron en ese instante que no iba a ser la última vez que se encontraran de esa forma. Tal como habían sugerido, acordaron domar y entrenar un caballo juntos, una joven yegua Mustang manchada café y blanco que habían elegido cuando fueron a cabalgar por los campos texanos, tenía unos cuatro años de edad, la edad justa para empezar a montarla y trabajarla, con su cuerpo bien formado y fuerte. El plan era un solo caballo, pero luego Stan tuvo una conexión intuitiva con otro, un colorado de cabos negros un poco más joven que se mostró muy curioso con ellos, y apenas el rubio le echó el lazo y lo atrapó, el caballo pareció bastante dispuesto a seguirlos, también interesado en seguir a su compañera equina.
Con ese proyecto juntos, Kohaku se llevó la yegua a su establo, a la cual llamó Ágata, y Stan se llevó al potro al suyo, llamándolo Apolo. El que fueran dos caballos fue más que conveniente para serviles de excusa y que así pudieran visitarse mutuamente y compartir unos besos y caricias a escondidas, mientras mantenían su fachada puramente profesional que los había juntado, para evitar el cotilleo de los pueblerinos. Más de una vez habían terminados con trazas de paja o pasto enredado en el cabello y en las ropas, pero como ambas cosas eran moneda corriente en una caballeriza, habían sabido excusarse de aquello.
Unos días después, Stan la sorprendió mostrándole un juego de llaves, de una pequeña habitación ubicada en el primer piso de un albergue que le estaba alquilando a su amigo, el cantinero Brody. Eso garantizó que pudieran volver a tener unos encuentros íntimos más cómodos y relajados sin tentar a la suerte de que los encontraran poniéndose cariñosos en sus establos, aunque era casi un completo secreto.
Iban ya dos meses de eso, el plan solía ser levantarse al alba y turnarse para ir al establo del otro a trabajar juntos los dos caballos, pero antes algunos días acordaban hacerse una escapada antes a esa habitación para compartir un apasionado momento, con la excusa de ir a buscar algo al centro del pueblo o de una cabalgata matutina. Los dos se sentían sumamente cómodos entre sí, se permitían unos gestos afectuosos que evidenciaba que había algo más que atractivo y pasión entre ellos, pero ninguno había dado el paso de decirlo en voz alta, se parecían en que eran más de acciones que de palabras.
Destinaban unas dos horas por las mañanas a trabajar juntos, ya que cada uno y sus familias tenían también sus propios quehaceres. Como esa última semana los padres de Stan estaban dando en su rancho una clínica de caballos con un entrenador amigo y había bastante movimiento, acordaron dedicarse a la yegua que había quedado en el establo del rancho de Kohaku. La hermana y el padre de la joven ya conocían bien a Stan y tenían un trato cordial y agradable, y Kokuyo no se inmiscuía en el trabajo de su hija, le bastaba con estar al tanto del plan general.
Cerca del mediodía de uno de esos días, habían terminado de trabajar a la yegua y se encargaron de sacarle la montura, y darle una cepillada. Bastaba con que uno solo lo hiciera, pero era la oportunidad para compartir un momento más tranquilo quedaron cerca y del mismo lado, Stan pasó por detrás de Kohaku con ganas de bromear un poco, y le pasó el cepillo por la coleta del cabello, sobresaltándola.
- ¡Oye! –Lo empujó a un lado, aunque con una sonrisa divertida.
- Perdona, me confundí de yegua, este cabello también es duro –Contestó con malicia.
- Hay un vaquero que está por recibir una patada, y no va a poder caminar.
Con la sonrisa de un niño que sabe que se está portando mal, Stan se inclinó sobre ella y bajó la voz a un susurro grave y ronco.
- Si me vas a dejar cojo, que sea por otra cosa que lo valga...
Apoyando las manos en el cinto del pantalón de vaquero, empujó su pelvis hacia adelante, presionándola con su entrepierna. Kohaku tuvo que contener el agradable estremecimiento de sentirlo así, era una lucha interna entre gozar de lo sensual y juguetón que era, y fingir estar molesta por su broma y pensar algo para replicarle, lo cual falló miserablemente en cuanto lo sintió tan cerca. A falta de palabras, ella también adelantó sus caderas para alejar su trasero, sólo para impulsarse hacia él nuevamente, haciéndolo jadear y dedicarle una mirada llena de fuego.
- Hazlo de nuevo y el que se va a poner bravo soy yo, preciosa...
- Me gustaría, pero aquí no, estamos a la vista.
Desoyéndola, Stan soltó el cepillo y llevó su mano a la nuca de ella para girarla y atraerla hacia él, sus labios de pronto chocando con brusquedad, y no tardó convertirlo en un apasionado beso, mientras con su mano le acariciaba la espalda y el trasero. La rubia, débil en su intención de rechazarlo, le correspondió con igual intensidad, aunque tuvo que recurrir a todo su autocontrol para interrumpirlo segundos después. La expresión tan llena de deseo del rostro del vaquero la hizo dudar de su determinación, pero la realidad de que estaban en medio del pasillo la volvió a centrar.
Stan pretendía volver a acercarse a para besarla, con la intención de seguir jugando y meterle un poco de mano, cuando oyeron unos pasos y se alejaron, tomando una distancia más prudente. El padre de Kohaku apareció allí, con evidente sorpresa en el rostro al ver al vaquero, aunque sonrió afable y se acercó a ellos.
- Hola Stan, qué gusto verte de nuevo. ¿Qué te trae por aquí tan seguido? –Preguntó Kokuyo.
- Su hija –Contestó con una pequeña sonrisa, sabiendo que Kohaku se alborotaría con eso– Y la yegua que estamos trabajando juntos.
- Oh, cierto... Ágata, ¿verdad? –Le dio unas palmadas en el largo cuello al animal– Se ve prometedora, pero parece que les está dando mucho trabajo. Ustedes saben mejor, los dejo entonces a lo suyo. Ya va siendo un poco tarde, ¿quieres quedarte a almorzar, Stan?
- No, gracias, avisé a mi familia que volvería para comer con ellos, en otra ocasión será.
- Ya que tú y Kohaku se llevan tan bien y trabajan juntos tan seguido, pásales de mi parte la invitación para que vengan a cenar aquí algún día. Es bueno conocerse más con los vecinos, en especial si miembros de las familias son socios.
- Gracias, señor Kokuyo, les pasaré el mensaje. Seguro estarán encantados por la invitación.
El hombre asintió satisfecho y se fue. Kohaku y Stan se miraron de reojo, y luego rieron por lo bajo, cómplices. El rubio se acercó a ella, rodeándola por la cintura e inclinándose para hablarle con tono acaramelado.
- Vaya, qué gracioso será cuando nuestras familias bien inocentes se conozcan, mientras nosotros ya nos conocemos... bastante bien, diría.
- ¡Ja! Eso y un poco más –Acotó la joven, y se soltó del agarre, volviendo a su atención a la yegua– Habrá que demostrar que tú eres tan prometedora como pareces, somos nosotros los que te hacemos quedar mal, Ágata, perdona.
- Si supieran que no nos da nada de trabajo, y aprende tan rápido que no deja mucho tiempo libre para aprovechar para jugar. Shh, será nuestro secreto.
- Secreto no tan secreto, tenemos suerte que mi hermana es más discreta, y que no dirá nada de cuando nos encontró demasiado juntos.
- Buena chica... ¿Debería hacerle algún regalo como agradecimiento?
- Hazlo, y mi papá creerá que a la que quieres cortejar, es a ella.
- Ruri no está nada mal –Dijo adrede, con una sonrisa maliciosa, sin intimidarse cuando Kohaku le dedicó una fea mirada, aunque luego le dio un suave mordisco en el cuello que la sobresaltó– Era broma. La que me gusta eres tú, ese carácter de fuego es mi debilidad, no me van las tranquilitas.
Con un último beso más suave para demostrar que se había terminado el juego, Stan recogió el cepillo y terminó su tarea, después de lo cual comprobó que ya había pasado el mediodía, y preparó a Shadow para volver a su casa.
Unos días después, al alba, un hombre con un solo bolso en la mano llegó en el tren a la ciudad, y pidió indicaciones para viajar al pueblo texano. Una vez allí, tuvo la idea de preguntarle al sheriff si una familia que él conocía vivía allí, y luego de explicarle el motivo de su visita, recibió un papel con las indicaciones. Alquiló un caballo para moverse con libertad, luego de lo cual partió en su búsqueda. Al llegar a la zona aproximada, alcanzó a ver un rancho solitario a lo lejos, y continuó hacia allí. Se detuvo a unos cien metros, con una pizca de nervios y otro tanto de vibrante emoción, cuando sus ojos percibieron una figura conocida. Sin embargo, su contemplación fue interrumpida cuando oyó el golpeteo de unos cascos de caballo en la tierra, y giró la cabeza en su dirección. Un imponente caballo negro y su jinete se acercaron directamente a él, alcanzó a ver que el hombre era un fuerte joven de finos rasgos, con una melena rubia de largo medio, oculta bajo su sombrero negro, con una mirada ambarina muy afilada.
- Howdy –Saludó Stan, tocando su sombrero, mientras lo miraba de arriba abajo al hombre solo y desconocido– ¿Puedo ayudarte en algo? ¿Necesitas direcciones?
- Buen día –Saludó el castaño, con el mismo gesto– Estoy bien, gracias. Sólo quería comprobar que este fuera el rancho de la familia Weinberg, vendré otro día con más tiempo, estoy de paso.
Si bien lo miró con cautela, como Stan vio que el otro hombre palmeaba el cuello de su caballo, intuyó que buscaba los servicios de Kohaku o de su padre, por lo cual asintió. Se despidió y continuó su camino, él sí en dirección a ese lugar. En cuanto llegó, tal era su confianza allí que le quitó la montura y riendas a Shadow, y lo dejó pastando en un corral. Alcanzó a ver a Kohaku poniéndole la montura a Ágata, y se acercó a ella, avisándole de su presencia con un gracioso y singular silbido.
- ¡Buen día Stan! ¿Cómo estás?
- Buen día Kohaku. Todo marcha bien...
Mirando de reojo de forma obvia, chequeó que no hubiera nadie a la vista, y rodeó la cintura de Kohaku con una mano para jalarla hacia él y darle un largo y sonoro beso en los labios.
- Y ahora mucho mejor –Continuó, con una sonrisa sensual.
- Siempre tan galán –Dijo mirándolo con coquetería– ¿Novedades?
- No, yo no. Pero tú las tendrás.
- ¿Eh? ¿A qué te refieres?
- Parece que te va a llegar un nuevo cliente en la semana, hace un momento me crucé con un hombre a caballo que quería asegurarse que aquí viviera tu familia.
- ¿Ah, sí? Mi padre estuvo repartiendo unos panfletos en el pueblo y alrededores, y hemos tenido clientes nuevos, así que nos alegra que prospere.
- No tuve la intuición de que fuera un mal tipo, así que no le hice más preguntas, lo dejé pasar.
- ¡Ja! Eso sonó casi como te creyeras el sheriff del pueblo, cowboy –Dijo Kohaku con sorna.
- No tanto, pero no te olvides que yo sí soy su mano izquierda. Y la que tiene más puntería de las dos, así que también estoy atento a proteger a la gente del pueblo.
- Hmm, sí, claro –Contestó ella, con una sonrisita– Creo que te gustaría ser sheriff más de lo que quieres admitirlo.
- Hay algo de eso, pero estoy mejor de la forma en que estoy llevando mi vida, disfruto más a mis caballos, y tengo mis momentos de gloria ayudando a bajar a los malos hombres de los suyos.
- Por momentos eres un chico bueno, y por otros eres un chico malo.
- Un poco de ambos, ¿qué mejor? –Dijo con una sonrisa confiada.
- Ah, ahí te equivocas... –Kohaku se acercó a él con su propia sonrisa confiada– A mí sólo me gustan los chicos buenos.
Se dio vuelta con gracia y tomó la cabezada para ponerle a la yegua, antes de llevarla al corral para empezar a entrenarla ese día. Stan se le quedó mirando unos momentos, con una sonrisa que no sabía que estaba plasmada en su rostro, y se dispuso a seguirla.
A la mañana siguiente, el mismo hombre del día anterior volvió, esa vez ya sin dudas de acercarse. Kohaku estaba alimentando con fardo a los caballos, cuando oyó en la entrada de la casa la voz de su padre, curiosamente entusiasmado y muy contento, aunque no alcanzó a oír lo que decía ni ver con quién hablaba. Siguió con su tarea, hasta que unos minutos después oyó pasos acercarse y supuso que era un cliente o un amigo de su padre. Cuando divisó la figura que se había perfilado con claridad, sus ojos se abrieron al máximo, mientras su mandíbula caía abierta, y los fardos que cargaba en las manos cayeron al piso. El corazón de la rubia empezó a latir con fuerza, pensaba que era una ilusión, pero no, allí estaba en carne y hueso, él...
- ¿Tsukasa? –Musitó, con un hilo de voz, todavía sin poder creer a sus ojos.
- Tanto tiempo, Kohaku.
Con una inspiración brusca al oír esa tersa y cálida voz que tan bien conocía, al fin reaccionó y se acercó a él, dejando su rigidez poco a poco hasta que quedaron cerca y se dieron un fuerte y largo abrazo. La joven sonrió inmediatamente ante la familiar sensación del grande y fuerte cuerpo de Tsukasa rodeándola, con su larga y suave cabellera castaña suelta como siempre, y esos abrazos de oso tan llenos de cariño que él daba, era revivir demasiada nostalgia de pronto.
- Oh, dios... ¿Qué...? ¿Qué haces aquí?
- Vine de visita, tenía algo importante que hacer en la ciudad, y me acordé de la primera carta que me habías enviado cuando te instalaste aquí con tu familia, así que hice un desvío para venir a verte –La miró con sus cálidos ojos cobrizos adornados de larguísimas pestañas– ¿Cómo estás tú?
- Bien, muy bien. Como ves, conseguimos un buen lugar para vivir, mi papá sigue con su negocio, yo me dedico a los caballos.
- Me alegro mucho. ¿Está Leo por aquí todavía?
- ¡Sí! Allí –Señaló el box de su caballo, que notó que ya estaba mirando curioso hacia ellos.
- ¿Puedo saludarlo?
- Le encantará volver a verte.
Se acercaron juntos, y ni bien Tsukasa lo saludó y estiró su mano hacia él, Leo expresó un suave relincho.
- Veo que no te olvidaste de mí –Dijo el castaño, acariciando al caballo, que había acercado su hocico para olfatear de cerca su rostro.
- ¿Cuánto tiempo te quedas por aquí? –Preguntó Kohaku.
- Dos días. Iba a instalarme en un albergue, pero tu padre me recibió y me ofreció quedarme aquí, en el cuarto de invitados. ¿Te molestaría si me quedara?
- No, para nada. Sería bonito que cenaras con nosotros tres al menos una noche, así que mejor.
- Bien, gracias. –Dejó de acariciar al caballo, volviendo su atención a la joven, acercándose y mirándola a los ojos– Kohaku, hay algo más. Quiero que sepas que algunas cosas cambiaron en mi vida, y vine a...
Tsukasa no alcanzó a completar la frase, cuando el sonoro golpeteo de un jinete al galope resonó cerca, y Kohaku miró inmediatamente en esa dirección, con una gran sonrisa.
- Perdona, luego seguimos, ¿sí?
- Sí... Sí, claro.
El que había llegado en ese momento había sido Stan, que se bajó de un salto de su caballo, y sonrió abiertamente al ver a la rubia, que se acercaba a él. Sin embargo, sus ojos se percataron de la compañía, sorprendiéndose un poco al identificar al hombre que había visto ayer. Prudente, se contuvo de darle un beso en los labios a Kohaku, y ella lo saludó apoyando su mano en el antebrazo de él.
- Así que ya llegó el cliente nuevo, nada mal –Saludó con el típico gesto de su mano en el sombrero al hombre a la vez.
- Ah, él no es un cliente –Le hizo un gesto al castaño para que se acercara– Stan, te presento a Tsukasa, él vive en donde yo lo hacía antes de venir aquí, es boxeador, aunque es otro que tiene excelente mano con los caballos. Tsukasa, él es Stan, estamos trabajando juntos hace dos meses en domar y entrenar dos Mustangs salvajes.
Los dos hombres se miraron a los ojos unos segundos, midiéndose instintivamente, antes de saludarse. A ninguno se le pasó por alto que Kohaku no había hecho referencia a cuál era el vínculo personal de ambos con ella, presente o pasado, ya que ambos se percataron de que había un trato con mucha confianza con el otro.
- Tsukasa, ¿quieres quedarte a ver cómo la entrenamos? –Preguntó con entusiasmo Kohaku.
- Hmm, sí, sería lindo volver a verte haciendo eso.
Los dos se sonrieron, una sonrisa que Stan sintió un tanto larga, preguntándose cuántos recuerdos habría entre ellos. Le sorprendió la punzada fría que de pronto sintió en el estómago, su intuición le estaba diciendo algo que no quería reconocer, pero se mantuvo estoico y centrado en lo suyo. El hombre llamado Tsukasa no se quedó las dos horas allí con ellos, ya que Kokuyo se acercó y lo llamó para que lo acompañara a hacer otra cosa. Stan se percató de cuánta confianza y cercanía había también entre ellos, lo cual le despejó la duda de que sin dudas ese hombre había sido alguien importante para Kohaku, y que el padre lo apreciaba tanto le volvió a dar otra punzada. No quería seguir dándole vueltas a la duda, por lo cual cuando hicieron un pequeño descanso, se lo preguntó abiertamente, aunque tratando de sonar casual.
- Veo que Tsukasa es muy cercano a tu familia. ¿Qué vínculo tienen?
Kohaku lo miró de reojo, repentinamente incómoda, y suspiró antes de hablar.
- Era mi novio.
- Oh... Ya veo.
Tal como pensaba, era el tipo de cercanía que imaginaba, y el que más temía. Que un ex-novio apareciera de vuelta meses después, y que fuera tan bien recibido, lo dejaba un tanto intranquilo e inseguro de pronto.
- Lo dejamos antes de que yo viniera aquí –Aclaró Kohaku.
Stan asintió y le mostró una breve sonrisa con la boca cerrada, la más tensa en mucho tiempo, y para no seguir metiendo el pie en el lodo lo dejó estar, y volvió su atención a la yegua. La rubia se dio cuenta de esa incomodidad, aunque decidió no decir nada más al respecto. Para que Stan no se hiciera la idea incorrecta, aprovechó que estaban al fin solos, y se acercó para tomarle la mano, jalándolo apenas él la miró para quedar cercanos, y le dio un beso en los labios. Ante el titubeo del vaquero, Kohaku le guiñó un ojo con seducción, y se estiró para darle otro, aunque se detuvo unos milímetros antes del roce, mirándolo a los ojos. Stan le sonrió, sintiendo aliviarse un poco la fría punzada de antes, y recortó la escasa distancia para devolverle el beso.
Al terminar el entrenamiento y de ocuparse de la yegua, Stan preparó a Shadow para volver a su casa, cuando Kohaku le habló en un tono bajo.
- Sólo para que sepas, mi papá invitó a Tsukasa a quedarse aquí hasta pasado mañana, que se vuelve a su hogar. Estará en el cuarto de invitados, claro...
- No tienes nada que explicarme, tranquila –La calmó Stan, aunque nuevamente sintió una bola de plomo en el estómago al oír eso– Que disfruten el día, ¿nos vemos mañana?
- Sí, te espero. Buen día, Stan, y saludos a tu familia.
El vaquero asintió, y le mostró una sonrisa radiante más típica suya, antes de robarle un corto beso y subirse ágilmente a su caballo. Sin embargo, a poco de andar se detuvo, algo le decía que tenía que "dar un poco más". No sabía con qué intenciones había vuelto ese hombre a la vida de Kohaku, pero lo que sí sabía, era que quería recordarle a ella que él también estaba allí y la quería.
- Ah, maldición –Masculló, sus impulsos ganándole la pulseada.
Se bajó del caballo y caminó hacia ella, que lo miraba intrigada, y antes de que pudiera preguntarle nada, hundió sus dedos en la coleta rubia de la joven para atraerla mientras le daba uno de los besos más apasionados que le había dado estando al aire libre, en el terreno familiar. Poco le importó en ese momento, y la abrazó contra su cuerpo para darle más de esos besos tan intensos, empujando su lengua dentro de la boca de ella y apenas permitiéndose ambos respirar. Kohaku estaba indecisa entre detenerlo y seguir, cuando Stan la besaba de esa forma no sentía ni el apoyo del suelo, y esa semana no habían podido verse a solas en la habitación, con lo cual ambos estaban deseosos de ese tipo de contacto, y uno mucho más caliente incluso. Negociando con ella misma, no lo detuvo, pero lo llevó a un ritmo más sereno, que el rubio aceptó acompañar.
En ese momento, Tsukasa había terminado de ayudar a Kokuyo, por lo que quería ver cómo seguían con el entrenamiento de la joven yegua. Al ver el corral vacío, le dio pena que ya habían terminado, y de igual forma quiso buscar a Kohaku. Sin embargo, no dio más que unos pasos, cuando por el rabillo del ojo vio movimiento, y al asomarse al otro lado de la pared de la caballeriza quedó congelado al ver a Kohaku y su colega besándose. Se le comprimió el corazón, eso no era algo que esperaba ver, que ella ya estuviera con el corazón y el cuerpo dispuesto a estar con otra persona tan pronto. Cuidando sus pasos volvió hacia atrás, tratando de no evidenciar su presencia. No terminaba de entender el alcance de esa relación romántica que tenía con el hombre, si era una seducción y unos besos, o algo más. Lo había presentado como compañero de trabajo, y no lo había besado ni abrazado, aunque no podía negar que había tenido la sensación de que había algo más. Se había imaginado que él la estaba queriendo seducir, Kohaku era una mujer hermosa y perfecta, pero que ella le correspondiera le ponía las cosas más complicadas.
Satisfecho con esa despedida mucho más fogosa y aliviado de que no hubiera nadie cerca, aunque no le hubiera importado de cualquier forma, volvió a subirse a Shadow y partió al trote. Kohaku quedó con una sonrisa atontada en el rostro, y sacudió la cabeza para despejarse antes de dirigirse a la casa, necesitaba una ducha fría.
Unas horas después, almorzaron los cuatro juntos, la familia Weinberg muy interesada en qué era de la vida de Tsukasa, y cómo andaba todo por el pueblo, así como luego fue el turno de él de preguntarles más detalles de cómo se habían acostumbrado a ese nuevo lugar. Como no tenía mucho que hacer, el castaño se ofreció a ayudarlos en sus tareas, y Kokuyo no fue nada disimulado en sugerirle todas las que involucraban estar cerca de Kohaku, y ella aceptó de buena gana.
La tarde fue calurosa, y luego de ayudarla a darle cuerda a los caballos para mantenerlos activos, le ofreció darles un baño refrescante. La rubia aceptó encantada, mientras que ella fue a hacer otra cosa en la planta superior del establo, donde estaba el heno guardado. Cuando veinte minutos después Kohaku terminó y bajó, sus ojos se abrieron mucho por un instante ya que no se esperaba ver a Tsukasa encuerado, su musculoso y fuerte cuerpo desde las caderas hacia arriba exponiéndose en todo su esplendor, mojado también por el agua que salpicaba de la manguera. Sintió un familiar calor en el cuerpo, y no por la temperatura de la tarde, sino por el inesperado recuerdo de las tantas veces que había hecho más que sólo mirar ese cuerpo tallado por los dioses, además de que Tsukasa había sido un hombre de lo más amoroso y dulcemente apasionado cuando habían estado juntos. Trató de hacer a un lado sus atrevidos pensamientos, y fingió toda la normalidad que pudo al acercarse a él, que sonrió al verla.
- Perdón, me saqué la camisa para no ensuciarla, no traje mucha ropa –Y agregó en un tono confidente– Aunque no es algo que no hayas visto de mí antes.
- Ja... No... No te preocupes –Contestó con rigidez, un tanto sonrojada– Y hace un calor infernal, ¿verdad?
- Y que lo digas, creo que luego me voy a mojar con la manguera a mí mismo, se siente deliciosa el agua fresca así.
- Está bien, hazlo. Bueno... Yo me voy a casa un momento, luego te ayudo.
- Ve tranquila, yo estoy bien aquí, y es lo mínimo que puedo hacer para ayudar y agradecerles, ya que me hospedaron aquí.
Kohaku le sonrió y asintió, dándose la vuelta para dirigirse a la casa. Tuvo que tomar varias respiraciones profundas para serenarse, y de pronto sintió una imperiosa necesidad de volver a ver a Stan, aunque él era otro hombre demasiado guapo y buen amante.
Por suerte, esa fue la última sorpresa de la tarde, y colaboraron ambos con Ruri para hacer la cena. Esa situación le dio un poco de nostalgia, además de que era evidente que Kokuyo estaba hasta entusiasmado por volver a verlos juntos. Kohaku no se sentía tan bien, lamentaba en ese momento haber ocultado su relación romántica con Stan, no quería darle esperanzas equivocadas a su padre, ni a Tsukasa, de quién recibía las más cálidas miradas de sus ojos cobrizos.
Por la noche, la rubia no podía conciliar el sueño, por lo que salió descalza y se sentó sobre la tierra. Al rato oyó el susurro de alguien más caminando y acercándose, y no supo qué sentir cuando vio que era Tsukasa, vestido con ropas ligeras.
- ¿No puedes dormir? Te vi desde la ventana.
- No. Tsukasa, tengo que preguntártelo... ¿Para qué viniste realmente?
- A la mañana estaba a punto de decirte algo, pero fuimos interrumpidos, tenía que ver con eso. La situación es que gané unas peleas de boxeo importantes, y hay una persona interesada en llevarme de viaje a otras ciudades para que compita, y con eso podría ganar mucho dinero, lo suficiente para comprar una casa propia.
- ¡Qué bueno, felicitaciones! ¿Y tu hermana, Mirai? –Interrumpió Kohaku.
- Está con la familia de una amiga de ella, mientras yo viajo. La cuestión es que... Kohaku... –Titubeó, de pronto un poco nervioso, pero se recompuso– Antes no podía moverme del pueblo porque no tenía los medios, y la casa de mis padres fallecidos era la única opción, pero ahora... Puedo mudarme.
Kohaku creyó entender a dónde iba con eso, y se sintió más incómoda. Quería interrumpirlo, y al mismo tiempo no quería adelantarse.
- Así que vine a ver cómo estabas, y hacerte una propuesta. Pero... Hoy vi algo que me hizo dudar, no de mí, sino de ti –Ante la mirada curiosa de la joven, apretó los labios– Te vi besándote con tu... colega, o lo que sea, Stan.
- Ah...
- No sé qué tanto hay entre ustedes, pero no quiero quedarme con esto dentro mío, así que lo diré igual, y la decisión estará en ti. Si gano estas peleas y tengo el futuro asegurado, quiero venir a vivir aquí, comprar una casa para compartir con Mirai... y contigo.
- Oh... Tsukasa...
- Kohaku, sé que nos hemos separado porque creímos que era lo mejor para ambos, pero... –Le tomó la mano, que ella no rechazó, aunque lucía consternada– Nunca he dejado de amarte.
Unos segundos de silencio sucedieron, mientras la joven no sabía qué pensar, sentir ni decir. Su corazón se había conmovido con fuerza, ella había dejado atrás su pasado con Tsukasa, pero tenía que admitir que tampoco había cerrado su corazón por un enojo o traición, simplemente por resignarse a que no podían estar juntos, cuando él había sido el gran amor de su vida. Por otro lado, en su mente no había otra imagen que la de Stan, con quién no tenía una relación oficial ni tan profunda, pero sin dudas lo quería y sabía que era mutuo, y que querían más.
A pesar de sus mezclados sentimientos, percibió cómo Tsukasa la miraba con intensidad y se estaba acercando a ella, hasta que sus rostros quedaron a pocos centímetros. Aún en la oscuridad pudo ver el luminoso brillo cálido y sincero que reflejaban los orbes cobrizos, y no tuvo la fuerza para hacerse a un lado cuando él le acarició la mejilla y luego le dio un suave y largo beso en los labios. Tantas emociones conflictuadas, y a la vez volver a sentir un amor profundo y genuino, estaba abrumada, y sus labios parecieron tener decisión propia cuando le devolvieron el beso. No fue el único, su mente no parecía estar allí mientras compartieron otros más, hasta que de pronto le llegó un pensamiento que fue una total certeza, y se detuvo. Se separó de Tsukasa, sin echarlo a un lado, sino mirándolo con lágrimas en los ojos que empezaron a escocerle.
- Perdón, Tsukasa... Yo...
- Puedes pensarlo tranquila, Kohaku. Te dejo por ahora.
- No –Lo detuvo, agarrándolo con firmeza del antebrazo– Tsukasa... Ya sé que todavía lo que tenemos con Stan es muy fresco, y nadie lo sabe, excepto Ruri y un amigo de él, pero... Por ahora, a menos que él no lo quiera, ya sé dentro de mí que él es con quién está mi corazón. Estoy segura de eso, y quiero apostarle todo porque sé que es especial para mí. Perdona, realmente te pido perdón por hacerte pensar que podíamos volver a estar juntos.
- Kohaku –Susurró Tsukasa, dolido, pero aceptando la honestidad de su amada– Entiendo. De verdad, lo hago. No voy a negar que me sorprendió y amargó ver que en tres meses habías vuelto a tener una relación, pero no voy a reprochártelo, tienes todo tu derecho a ser feliz con quién tú quieras, y no atarte al pasado.
- No fue tan así, yo no pensaba buscar pareja tan pronto –Argumentó Kohaku, apenada– Sólo que fue... Stan. No sé cómo explicarlo, fue como cuando nos conocimos nosotros dos, ese instante en el que sabes que hay algo que te atrae muy fuerte, y está bien. Stan es un buen hombre, y también le agrada a mi papá y a todos los caballos que tengo, sabes –Acotó, con una sonrisita– Aunque mi papá no sepa todavía que puede serlo, claro.
- Bien por Stan, al menos lo primero no es fácil.
- Sí, me dejaste el problema de que pusiste una vara muy alta a su próximo yerno.
- No te mereces nada menos, Kohaku. Tienes que saberlo.
- Gracias –Murmuró, tomándole la mano con afecto, emocionada.
Se quedaron sentados juntos y abrazados un buen rato, hasta que ambos calmaron un poco sus corazones. Luego se pusieron de pie, volviendo cada uno a sus habitaciones, para buscar otra oportunidad de conciliar el sueño.
Por la mañana, Kokuyo y Ruri no supieron por qué sentían un cambio en el aire, mientras desayunaban todos juntos bien temprano podían percibir un ánimo más sereno y a la vez melancólico, al menos de parte de Tsukasa. Eso cambió un poco cuando les contó esa última novedad de las peleas, por lo que se alegraron mucho y le desearon toda la suerte. Sabiendo que no tenía más que hacer en esa casa, les dijo que les agradecía la estancia, pero que se volvería esa tarde en tren a su hogar con su hermana. Kokuyo se mostró claramente desilusionado, mirando de reojo a su hija, pero sin atreverse a decir nada, ella no se veía alterada.
Tsukasa guardó sus pertenencias en el bolso, y le ayudó a Kohaku a preparar a Ágata para entrenar, luego de lo cual se despediría de la familia e iría al centro del pueblo en el caballo alquilado para comprar los boletos de vuelta. Primero se despidió de Kohaku, tomándole las manos y mirándola con dulzura.
- Entonces, dejemos esto acá. De cualquier forma, los próximos meses estaré ocupado con las peleas. Si en ese tiempo, hasta que te escriba mi próxima carta con las novedades, cambias de idea o ya no estás con Stan, sabes que te estaré esperando, te sigo amando. Luego de eso, yo también continuaré con mi vida.
- Gracias por comprender y tomártelo tan bien. Te deseo todo el éxito para tus peleas, y felicidad para tu vida, eres un hombre maravilloso que otra suertuda mujer disfrutará de amar.
Sonriéndose mutuamente, se acercaron para darse un fuerte abrazo, que pretendía ser corto, pero sabiendo que posiblemente sería el último así entre ellos en sus vidas, lo prolongaron por varios minutos, fundiéndose en uno mucho más cariñoso y largo, acariciándose, sin decir nada más.
En ese ínterin, Stan había llegado al rancho y había saludado primero a Kokuyo, ya que tenía que pagarle unos cueros y mantas de lana que le había comprado. Como el padre de familia se ofreció a ocuparse de Shadow, Stan aceptó y se dirigió al establo. La gran sonrisa que tenía en el rostro desapareció por completo al encontrarse a Kohaku y Tsukasa unidos en ese íntimo abrazo, había tal serena y bonita expresión en el rostro de ella, que Stan pudo entender cuánto cariño había allí, uno que ni por asomo él y la joven tenían hasta ese momento. Tragó duro, y se hizo a un lado, recostando su espalda contra la pared.
Por suerte, al escuchar el movimiento siguiente se dio cuenta que Tsukasa había salido por el otro lado, por lo que se tomó un momento para ordenar sus pensamientos. No sabía qué había sucedido entre ellos, pero esperaba que ese hombre no se hubiera salido con la suya y recuperado el corazón de la joven. Cuando logró recomponerse, se paró firme y entró a la caballeriza, tratando de lucir normal, aunque le costaba horrores sonreír como antes.
- ¡Stan! ¡No te oí llegar, qué bueno que ya llegaste! –Exclamó Kohaku, mucho más contenta que nunca de verlo.
- Hace unos minutos, estaba con tu padre, pagándole los cueros.
- ¡Ja! A ti también te tenemos de cliente –De pronto se dio cuenta de la mirada apagada de él, sus ojos ámbar no brillaban como siempre– ¿Estás bien? Te ves... Apagado.
- Sí... No –Admitió, corrigiéndose.
- ¿Qué te pasó? ¿Puedo ayudar? –Preguntó, acercándose preocupada, y estirando una mano para apoyarla en el pecho de él.
- Kohaku... Si tengo que hacerme a un lado, dímelo de una vez.
- ¿Eh? ¿A qué te refieres?
- Es evidente que tienes una historia de mucho amor con ese hombre, Tsukasa, y una sin final. Si quieres volver con él, prefiero que me lo digas –Hizo la mirada a un lado, y bajó el tono de su voz– Será más fácil ahora.
- ¿En qué momento te hiciste esas ideas? ¿Cuándo dije o hice algo que te llevara a pensar eso?
- Los vi abrazarse, recién –Confesó, haciendo una mueca– No pretendía husmear, estaban a la vista y yo llegué justo en ese momento. No lo sé, tuve la sensación de que ese abrazo tenía algo más, los nuestros no son así.
- Stan... –Murmuró Kohaku, sintiendo una mezcla de pena y ternura ante la repentina vulnerable expresión del rubio– Escucha... No voy a mentir, Tsukasa y yo tuvimos un pasado importante juntos. Pero es eso mismo, sólo un "pasado", eres tú con quién estoy en el presente.
- Sí, pero eso podría cambiar si lo sigues amando. "Donde hubo fuego, cenizas quedan" –Soltó, mirándola con intensidad, liberando lo que más lo atormentaba– ¿Qué tan importante fue, si puedo saberlo?
- No sé si ayudaría en algo que lo sepas, sinceramente.
- Lo hará. Porque me libera de las suposiciones que puedo hacer por mi cuenta.
- Está bien –Suspiró, un poco incómoda– Tsukasa fue mi primer y único novio, mi primer amor, estuvimos juntos por seis años, desde que yo tenía quince. No terminamos porque nos hayamos peleado, sino porque mi familia y yo tuvimos que mudarnos aquí, y él no podía hacerlo, tenía que ocuparse de su hermana menor y tenía su vida allí. Así que como sabíamos que la separación iba a ser definitiva, decidimos cortarlo por lo sano, y dejarlo.
- Ya veo –Dijo Stan, bajando la mirada nuevamente.
"Seis años de noviazgo y primer amor", repitió mentalmente el vaquero, sintiendo una punzada en el pecho. Definitivamente no podía competir contra eso, con sólo dos meses de encuentros sexuales a escondidas, y no podría culparla si ella elegía volver con su ex novio cuando había vuelto a aparecer. Con amargura pensó que al menos habían sido de los meses más bonitos en mucho tiempo, y si tenía que ponerle fin para dejarla ser feliz con su gran amor, al menos se quedaría con los mejores recuerdos. Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando de reojo vio a Kohaku acercarse hacia él, y tomarle la mano, mientras lo miraba con una sonrisa inquisidora.
- ¿Puedo preguntarte algo yo?
- Por supuesto.
- Lo primero, dijiste "nuestros abrazos no son así", y lo segundo, que "será más fácil ahora". ¿A qué te referías con eso?
- Que hasta yo pude ver sin saber nada de ustedes que hay amor en ese abrazo que compartían. Nosotros... A decir verdad, no nos abrazamos mucho tampoco, así que no puedo hacer una comparación justa, y es entendible, porque tampoco estamos en ese nivel, no tenemos eso –Contestó, dándose cuenta para sí mismo que estaba dándole vueltas para no decir en concreto la palabra del sentimiento al que se refería.
- Hmm, ¿y lo otro?
Stan se tomó unos segundos para dar su respuesta, sintiendo que ya no tenía escapatoria para no dejar entrever sus esperanzas. Lo que le hizo ruido de sí mismo en ese momento, era por qué estaba tan nervioso de ser sincero, como si abrir su corazón lo asustara un poco. Sin embargo, entendió que quizás esa sería su última oportunidad de tener alguna chance de demostrarle a Kohaku que quería que también lo considerara a él como algo más que un amante.
- Si estás barajando la idea de volver con tu ex, preferiría que terminemos con lo que tenemos ahora. No porque yo quiera eso, sino porque me temo que cuánto más tiempo pasemos juntos, más voy a enamorarme de ti, entonces me será mucho más difícil hacerme a la idea de que ya no serás parte de mi vida.
Los ojos de Kohaku se fueron abriendo más y más a medida que lo escuchaba, así como apenas pudo contener su expresión boquiabierta, mientras se sonrojaba y sentía su corazón latir con fuerza ante tal confesión. Para colmo, Stan se veía más nervioso y vulnerable que antes, sus ojos miel tan transparentes ya no lo eran al mostrar su turbulencia emocional, nunca lo había visto así, y sus mejillas se fueron coloreando de un intenso sonrojo cada segundo que pasaba.
- Stan... –Musitó, y luego apretó sus dedos entre lo de él– Stan, ¿tanto así te sientes conmigo?
- No te mentiría ni tengo intención de engañarte. Sí, así me siento... No quiero perderte ante él. Perdona si soy egoísta, pero quiero tener más tiempo juntos.
- Dijiste "más". "Más voy a enamorarme de ti". Eso significa que ya lo estás, ¿cierto?
- Ah, mujer, qué manera tienes de hacerme decir con toda claridad eso que ya te di a entender –Se quejó Stan– No me hagas decirlo si no voy a tener esa chance contigo, es como quitarle un dulce a un niño.
- El dulce te lo quieres quitar a ti mismo, porque no me escuchaste con atención.
- ¿Cómo?
- Antes de contarte de mi historia con Tsukasa, te dije que él fue mi pasado, pero que tú eres mi presente. Y te pregunté cómo fue que te hiciste esas ideas de que yo pensaba volver con él, si yo no dije ni hice nada en esa dirección.
- Pero ese abrazo... Y cómo se veían juntos...
- Deja de pensar "para atrás", y lo que creíste que viste –Se acercó a él y le tomó el rostro entre sus manos, dándole unos toques en las orejas con sus dedos índice– ¿Qué no oyes lo que te estoy diciendo yo misma, en este momento?
Stan la miró con intensidad, su corazón latiendo más rápido al empezar a entender aquello.
- Ese fue un abrazo de despedida, Stan. Sí es cierto que él vino con la intención de hacerme la propuesta de volver a estar juntos, si lo esperaba un poco más, estaba la posibilidad de poder mudarse aquí. Pero, así como tú nos viste abrazarnos, él también nos vio a nosotros ayer, y se dio cuenta que mi corazón ya no estaba esperándolo a él. Y yo le confirmé eso mismo, le dije que tú estás en mi vida ahora, y que te sigo eligiendo a ti.
- ¿De verdad?
- ¡Ja! Tú también me estás haciendo repetir lo obvio, o de verdad tienes un problema en el oído.
- No, perdón, es que no termino de creerlo. Quiero hacerlo, pero necesitaba asegurarme. ¿Desde cuándo...?
- Hace un tiempo... –Lo interrumpió ella, sonrojándose a la par, y murmuró con pena– Admito que me estuve conteniendo, no quería alimentar mis sentimientos con esperanzas porque no estaba segura de que tú quisieras tener ese tipo de relación conmigo. Eres tan carismático y guapo, no hay mujer en el condado que no te desee. A mí me sedujiste apenas nos conocimos, y nos volvimos más cercanos, pero siempre de una forma tan sexual... Por lo que siempre me decía que no me confíe, que podía ser algo pasajero y superficial, y por eso no me atrevía a decirte lo que sentía.
- Me pueden mirar todas las mujeres del mundo, pero eso no significa que ellas me interesen a mí –Replicó Stan, con una pequeña sonrisa, y apoyó sus manos en la cintura de ella con delicadeza– A mí me fallará el oído, pero a ti los ojos, si no te diste cuenta que yo sólo te veía a ti.
- ¿Un roto para un descosido? –Preguntó Kohaku con una sonrisita culpable– Qué par de despistados, y bien raro, porque ambos nos jactamos de lo buenos que somos de nuestra atención y reflejos.
- ¿Qué será lo que nos tiene así...? –Inquirió el rubio, haciéndose el tonto, mucho más aliviado en su corazón.
- Stan, si dijiste que nosotros "no tenemos eso", ese amor, es porque no nos dimos la oportunidad todavía. ¿Quieres que sea así entre nosotros?
- Sí, ahora que sé que también te sientes así conmigo, dejemos las ambigüedades de lado.
Kohaku asintió, poniéndose de puntillas para rodearlo por el cuello y acercarlo para darle un beso, que él le correspondió largamente. Se sobresaltaron por un ruido cercano, separándose de inmediato, aunque resultó ser Leo echándose sobre la cama de paja. Se sonrieron con picardía, y rieron por lo bajo.
- Dame unos días para pensar cómo conviene que tu padre sepa de nuestra verdadera relación, y no tendremos que escondernos nunca más, seré libre de darte todos los besos que quiera sin que tu viejo me persiga con la escopeta.
- ¡Ja! Eso dependerá de dónde está tu mano en mi cuerpo cuando te vea. Mi papá sabe que ya soy adulta y le caes genial, pero creo que le molestará más el pensar que le mintieron bajo sus narices.
- No estaríamos mintiendo porque nunca nos preguntó, pero sí, entiendo el punto. Oye... Estoy extrañando que compartamos nuestra cuevita secreta. ¿Mañana podemos vernos?
- Hmm... Me encantaría, pero aguanta un par de días más, no son los mejores días para eso.
- Ah, claro. Está bien. Podemos hacer otras cosas, aunque también me gustaría que después de esto de hoy, no nos contengamos.
- Sí, yo también –Se puso de puntillas para darle un rápido beso, y señaló con la cabeza a la yegua que tenían detrás, la cual seguía esperando con paciencia que hicieran algo más que dejarla atada– Vamos a trabajar.
Unos días después, Kohaku estaba trabajando en el corral, cuando sus oídos captaron el familiar sonido de un caballo acercándose al galope. Miró en esa dirección y se sorprendió al ver a Stan montado en Shadow, extrañada porque no habían quedado en verse ni trabajar juntos esa tarde. Sin embargo, percibió su expresión seria en cuanto se acercó.
- ¿Stan? ¿Está todo bien?
- Hola, Kohaku. Sí, sólo quería comprobar que estuviera todo bien por aquí. ¿Viste a algunos vaqueros nuevos andando por estos caminos?
- Hmm, no que recuerde. ¿Qué sucedió?
- Nada, por ahora. El sheriff me dijo que hay reportes en el pueblo vecino de un grupo de maleantes que atacaron y robaron varias casas, que estuviera atento por aquí, sólo por precaución.
- No, no vi a nadie, y mi padre tampoco nos hizo el comentario, él siempre está atento y suele hacer un recorrido por el terreno para asegurarse que las cercas estén bien.
- Ya veo, mejor así. ¿Dónde está él ahora?
- No está desde ayer, fue a hacer una entrega en el pueblo vecino, estará dos o tres días afuera.
Stan hizo una mueca, se sintió intranquilo de que Kohaku y Ruri estuvieran allí solas, justo en ese momento. Su expresión debió de ser tan evidente, que la rubia se acercó y le palmeó la rodilla, con una mirada confiada.
- Tranquilo, estaremos bien aquí. Tengo una escopeta y sé defenderme bien.
- Lo sé, pero estamos hablando de unos ocho hombres armados, no hagas locuras.
- Mientras ellos no hagan locuras, yo no buscaré pelea.
- Kohaku, no te enfrentes a ellos sola, por favor.
- Stan, gracias por preocuparte y tenerme al tanto –Afirmó, con un tono que ponía punto final a aquella conversación.
El vaquero resopló, sabía que no podía hacer nada más salvo confiar en ella, por lo que asintió. Estaba a punto de poner al paso a su caballo, cuando Kohaku deslizó su mano en una caricia por su pierna.
- Por otro lado... No sé si escuchaste que mi padre no está aquí, ni esta noche...
- Oh. ¿Dices que puedo venir a dormir contigo a tu habitación, la noche esperada? Nada mal.
- Sí, aunque también puedes cenar con Ruri y conmigo, sabes. Ya que subimos un escalón en nuestra relación, podemos compartir algo más que la cama y el trabajo.
- Me gusta mucho cómo suena eso –Sonrió coqueto– Lo pensé, pero no quería auto-invitarme. ¿Vengo a las seis?
- A las siete está bien, tengo que terminar varios trabajos, Ruri es la que se está ocupando de hacer las comida, yo me dedico al rancho.
- Puedo ayudar a Ruri a cocinar, no quiero venir todo cómodo a llenarme el estómago –Le dedicó una mirada sensual– Y luego a llenarme de ti.
A Kohaku le recorrió un agradable estremecimiento en anticipación, todas las excitantes promesas que implicaban esas últimas palabras, aunque no pudieran hacer mucho ruido en esa casa.
- ¡Ja! Está bien, le avisaré a mi hermana. No puedo esperar, nos vemos en unas horas.
Stan se despidió con un guiño de ojo y un toque en su sombrero, partiendo al galope para continuar su recorrido. Entusiasmada, la rubia dejó sus tareas por el momento, para ir a buscar a su hermana mayor, a quién encontró revisando la alacena de la cocina.
- Ruri, aquí estás. Por favor, ¿podrías hacer una porción más para esta noche?
- Claro que sí, Kohaku. ¿Viene Stan a cenar?
- Sí, ¡¿cómo sabías?!
- Lo vi venir hace unos minutos, y me imaginé que no perderías la oportunidad de invitarlo si papá no está en casa.
- Ah... –Kohaku se sonrojó profundamente, atrapada.
- ¡Que no te dé pena! Me contaste que se están poniendo más serios en su relación, eso me deja mucho más tranquila. No desconfiaba de Stan, lo veo como un buen hombre, sólo que...
- Lo sé, el vaquero guapo rompecorazones. Donde pone el ojo, pone la bala.
- Algo así –Admitió Ruri, con una sonrisita nerviosa.
- Dijo que iba a venir a las siete a ayudarte a cocinar, así que deja algo para que él haga, ¿de acuerdo?
- ¡Oh, qué amable! Sí, está bien. Admiro que quiera venir en un día como hoy.
- ¿A qué te refieres?
- ¿No viste cómo está el cielo, hermana? ¡Se viene una tormenta!
- Hmm, no lo vi... Y él no dijo nada de eso tampoco.
- Eso quiere decir que tú le gustas tanto como para que no le importe empaparse, ¡qué romántico!
- Ahora me siento culpable, ojalá que llueva después de que él llegue.
- ¿Con qué te vas a vestir?
- ¿Eso importa? Supongo que como siempre.
- ¡No, nada de eso! –Rechazó Ruri– Es la primera vez que viene a cenar aquí, así que te vas a poner bien linda, Kohaku. Te presto lo que gustes, somos la misma talla.
- Está bien, muchas gracias. Voy a aprovechar para terminar de trabajar antes de que llueva. Nos vemos luego.
Con el paso de las horas, Kohaku pudo confirmar que la estimación climática de su hermana era cierta, unos oscuros nubarrones estaban llenando el cielo. En cuanto terminó de trabajar, se dio un buen baño, y luego revisó entre las ropas de Ruri para elegir qué vestir. Encontró una blusa blanca acordonada al frente muy bonita, junto a una falda amplia y larga, además de un cinto ancho que realzaba su cintura de avispa. Se dejó el cabello suelto, para variar, y comprobó en el espejo que se veía mucho más femenina y elegante, le gustaba mucho para una cena, de seguro iba a sorprender a Stan.
Satisfecha con el resultado, le mostró a Ruri, que la felicitó y halagó mucho. Su hermana siempre vestía esas ropas delicadas, por lo cual no se cambió, además de que ya estaba empezando a adelantar algunas cosas de la preparación de la cena. Unos minutos después, la sonrisa se le borró cuando vio a través de la ventana que estaban empezando a caer unas gotas de lluvia.
- ¡Oh, no, ya empezó! Me da pena por Stan, y no tengo forma de avisarle que no venga si no quiere, otro día será... O quizás piense lo mismo y no quiera venir, no lo sé.
- No digas eso, hermana, estoy segura que vendrá.
Kohaku estaba rogando a los cielos que esperaran un poco más para liberar la tormenta, aunque un rato después las gotas eran más gruesas y seguidas. Desde la ventana de la cocina percibió por el rabillo del ojo un inusual movimiento afuera, y al levantar la vista, frunció el ceño al ver que alguien se acercaba. No era Stan, aunque le hubiera sorprendido que llegara una hora más temprano de lo acordado, sino un grupo de jinetes, que se detuvieron cerca de la caballeriza, bajándose de sus caballos y dirigiéndose a la puerta.
- Maldición... No puedo creerlo. ¿Justo ahora?
- ¿Qué sucede, Kohaku? –Preguntó preocupada Ruri, ante la expresión de su hermana menor.
- Stan me advirtió que había un grupo de maleantes que podían venir al pueblo. Deben ser ellos. Escóndete, Ruri, ahora.
- ¡Tú también, Kohaku!
- ¡No puedo, creo que pretenden robar los caballos! ¡No puedo permitirlo! ¡Leo y Ágata están allí también!
- ¡Kohaku, por favor! ¡Tú no puedes contra esos hombres, podemos avisarle al sheriff para que luego los recupere!
- ¡Ruri, escóndete en el altillo y trábalo, que no te vean! ¡Yo me encargo de ello! –Insistió.
- Hermana...
- No puedo protegernos bien si temo por ti, Ruri, y ese tipo de hombres no tiene moral. Confía en mí, y resguárdate.
Finalmente, Ruri aceptó, e hizo lo pedido. Kohaku fue a buscar un largo cajón que tenían junto a la puerta de entrada, y sacó de allí la escopeta de su padre. Esperaba no tener que usarla. Respiró profundo y salió de la casa, dirigiéndose hacia los hombres, que ya uno estaba curioseando dentro de la caballeriza. Lamentaba que no fuese un poco más tarde y que Stan estuviera con ella, entre dos sería más fácil echar a esos malditos, que además se veían como si no tuvieran dignidad alguna. Tal como había circulado la información, era un grupo numeroso, contó unos diez.
- Esto es una propiedad privada, lárguense de ahí –Dijo con voz firme, sorprendiendo a los hombres.
Uno de ellos, el que llevaba un chaleco negro y caminaba con parsimonia, sonrió a medias y se acercó a ella.
- Buenas tardes, linda señorita. Necesitamos caballos que estén frescos, estos están muy cansados.
- Problema suyo, si no saben cuidarlos. Me temo que no puedo ayudarlos, no ofrezco caballos para alquiler ni intercambio.
- No le estoy pidiendo por favor, se lo estoy diciendo de la manera más amable posible –Dijo, su tono más amenazante.
- Y yo le estoy diciendo que no voy a darle mis caballos a gente que no va a cuidarlos -Insistió Kohaku, acomodando un poco su escopeta.
- Le doy una última oportunidad para que lo reconsidere, señorita... O puede que además de sus caballos, busquemos qué más tiene interesante para tomar prestado de su bonita casa.
Ante esa amenaza, pensando en Ruri, Kohaku no dudó en levantar su arma y acomodarla en posición, mirándolos con fiereza. Al mismo tiempo, los hombres levantaron sus pistolas hacia ella, y ambas partes se quedaron quietos y expectantes.
- No sé si es muy valiente, o muy estúpida –Comentó otro, riendo con soberbia.
- Y yo no dudo que ustedes son un montón de imbéciles cobardes.
- Tú te lo buscaste, muñeca.
De inmediato, los hombres rodearon a Kohaku en un círculo, impidiéndole tener algún punto de seguridad desde el cual actuar. Para colmo, ya empezaba a llover copiosamente, era de lo más molesto. Giro rápidamente para chequear que ninguno se acercara demasiado.
- Matarte sería una verdadera pena, me gustan las mujeres valientes. Pero no podemos permitir que sigas insultándonos. Así que nos llevaremos los caballos, y tú vendrás con nosotros también, nos divertiremos un buen rato contigo.
- No lo haré. Y cuando una chica dice que no, es no.
Una ola de carcajadas burlonas resonó alrededor de ella, aunque demasiado tarde se dio cuenta que no había sido sólo por la supuesta gracia, sino para disimular los movimientos que hacían. Sabía que era imposible defenderse de seis hombres armados a la vez y ella nunca había disparado a una persona antes, si todos estuvieran armados con cuchillos sería una historia distinta. Sintió mucha bronca e impotencia cuando se fueron cerrando alrededor de ella, y un hombre logró atraparla por detrás, trabándole el cuello con su propia escopeta.
Sin rendirse, divisó junto al cinto de él un largo cuchillo, y calculó rápidamente en su mente el movimiento para lograr sacárselo y clavárselo en una pierna.
- ¡AAH! ¡PERRA!
El hombre herido aflojó el agarre sobre ella, aunque golpeándole la cabeza con la culata del arma, lo cual le dolió a Kohaku y trastabilló, pero no podía caer o estaría a merced de esos malditos. Cuando el maleante se quitó el cuchillo clavado, la jaló del cabello y se lo apoyó en el cuello, susurrándole que la iban a hacerle pagar con mucho más dolor antes de matarla. Le golpeó la parte trasera de las rodillas para hacerla flexionarlas y caer arrodillada al suelo, y ya sus compañeros se estaban acercando a la joven cuando de pronto él se movió hacia atrás de forma brusca, a la par que un ruido corto y fuerte sonó alrededor.
Los maleantes no tardaron en ver cómo el pecho de su compañero sangraba profusamente, y todos los ojos se dirigieron en el sentido de dónde provino el ruido. Kohaku no pudo evitar gritar por el sobresalto, y alcanzó a ver a través de la intensa lluvia a un jinete solo con un corcel negro, galopando hacia ellos. Era Stan apuntándoles con una escopeta, su posición imperturbable mientras se acercaba a toda velocidad.
- ¡Ja! No era broma que tiene la mejor puntería del condado –Dijo Kohaku boquiabierta, con un enorme alivio dentro– A esa distancia y con esta lluvia...
- ¡¿Quién es ese infeliz?! –Inquirió furioso el líder– ¡Mátenlo!
Ni bien dio la orden, otro hombre suyo cayó, al recibir otro tiro. Una ráfaga de disparos inundó el ambiente, pero ninguno alcanzó a darle a Stan. Con su fina vista, Kohaku apenas podía creer que alcanzó a ver una sonrisa confiada en el apuesto rostro del vaquero, y ella misma no pudo evitar sonreír. Además, lo vio hacerle un claro gesto de que se moviera de allí, hacia un lugar en el cual pudiera cubrirse de los disparos. Aprovechando que la atención de los maleantes estaba puesta en él, la rubia con toda su agilidad se escurrió entre ellos, fingiendo que echaba a correr asustada, aunque sólo lo hizo para alcanzar la parte trasera de la caballeriza.
Sin detenerse en su galope, y alcanzando a liquidar a otro delincuente más, Stan pasó de largo y llegó a donde estaba Kohaku, él también ubicándose detrás de la caballeriza. Oyó al que debía de ser el líder que se subieran a sus caballos y lo persiguieran, lo cual era exactamente lo que quería, que se alejaran de la casa.
- ¡Vamos, ven conmigo! –Exclamó Stan, tendiéndole la mano a Kohaku.
- ¡No! ¡Ruri está adentro!
- No te preocupes, nos van a perseguir a nosotros, no dejarán pasar que haya matado a esos tres. Si vienes conmigo se olvidarán de tu casa, confía en mí.
- Está bien.
Kohaku tomó la mano de Stan, y de un salto se subió al caballo, sentándose por delante de él.
- Toma las riendas, lleva tú a Shadow y concéntrate en el camino, mientras yo me ocupo de disparar a esos malditos.
- ¡De acuerdo!
Mientras partían nuevamente a un galope rápido, Stan recargó la escopeta, aunque la guardó, y en su lugar sacó su pistola, necesitaba tener una mano libre para ayudar a Kohaku por si acaso. Para no ser un blanco tan fácil, la joven guió al caballo con habilidad para hacerlo moverse en largas diagonales, y Shadow respondía al instante y con una suavidad admirable, era una seda. No era momento para fascinarse por esas cosas, pero no pudo evitarlo, y a la vez le daba más tranquilidad. Tenían la suerte de que, si bien quedaban siete vaqueros de los cuales librarse, ninguno tenía una puntería prodigiosa, apenas sentían uno o dos disparos silbar el aire cercano.
- Kohaku, cruza el río que está más adelante, podremos atravesarlo, y ve a la derecha luego, verás un molino viejo. Vamos a detenernos allí.
Dicho río estaba a un kilómetro y medio al menos, la rubia entendió que el plan de Stan era alejarlos lo más posible del rancho, pero sin hacer esa persecución interminable. Durante el camino, él logró acertar otros dos disparos y bajó a esos hombres de sus caballos, sólo quedaban cinco, la mitad. De pronto, Shadow emitió un gemido, su corrida volviéndose más lenta por unos segundos, antes de volver a ganar ritmo.
- ¡La pata izquierda, Stan! –Indicó Kohaku, identificando con su experiencia dónde pudo haber estado el problema, por cómo se había movido el caballo.
El vaquero lo comprobó de inmediato, y vio en el musculoso muslo de su corcel un raspado ensangrentado, le había rozado un tiro.
- Mierda... No es grave, pero nadie se mete con mi caballo. Acaban de firmar su sentencia de muerte.
Stan enfocó su fina mirada en los hombres restantes, y alcanzó a ver una estúpida sonrisa en el rostro de uno, de seguro el infeliz estaba orgulloso de haberles alcanzado. Sin dudarlo, con precisión quirúrgica y una mirada helada, le apuntó a la cabeza y disparó, haciéndolo caer hacia atrás. A Kohaku le atravesó un escalofrío al entender que Stan estaba realmente asesinando a esas personas, pero esa ya era una situación misma de vida o muerte, si se detenían o dudaban, iban a ser ellos los que murieran. No eran ajenos los disparos, asesinatos o duelos de pistolas en esos lugares y tiempos, pero no había estado tan cerca de ninguno antes. Lo que seguía admirando, era cómo él acertaba sus disparos a pesar del movimiento del galope y de la tormenta que el cielo se había decidido a liberar.
Al fin alcanzaron el mencionado río, que Shadow cruzó con valentía y sin inmutarse por hundirse hasta las rodillas en el agua. Allí fue cuando vio el molino a media distancia hacia la derecha, y se dirigió hacia ese lado, lo cual fue el perfecto anzuelo para los cuatro delincuentes restantes. Cuando finalmente llegaron, Stan se bajó de un salto del caballo, y le dijo a Kohaku que se escondiera detrás con Shadow. Ella asintió y siguió la indicación, no quería entorpecerlo, aunque ya se le estaba haciendo un nudo en el estómago de saber que iba a enfrentarse él solo y de pie contra esos cuatro hombres, era un blanco mucho más fácil en ese momento.
Sin embargo, Stan se mostró imperturbable, y recargó su arma rápidamente. Ni siquiera había buscado un árbol o piedra para cubrirse, estaba allí de pie solo en medio del campo. Con su expresión más seria y concentrada en el rostro, hizo una respiración profunda mientras miraba a los hombres, distinguiendo entre ellos al líder. Hizo sus cálculos mentales para su próximo ataque, y en menos de un suspiro, efectuó tres disparos, con el resultado de que los tres que estaban más atrás fueron impactados con precisión, cayendo de sus caballos, que siguieron corriendo. Sólo el líder quedaba, y pareció que se dio cuenta de la situación en la que estaba, por lo cual aminoró su galope y finalmente se detuvo.
Sin dejar de mirar a Stan, se bajó del caballo, y caminó hacia él hasta ponerse a una distancia de unos siete metros. Los dos hombres se quedaron muy quietos, mirándose de frente, midiéndose.
- Abatiste a todos mis amigos –Gruñó el líder– ¿Quién eres tú?
- ¿Mi nombre es lo último que quieres oír antes de morir? –Replicó Stan– Te daré el gusto. Stanley Snyder.
- Ya veo. No oí nunca de ti, pero eres un gran pistolero.
- No puedo decir lo mismo de ti ni de tus amigos –Dijo el rubio con una sonrisa burlona.
- No moriré en vano. Te llevaré al infierno conmigo.
- Inténtalo.
Los dos hombres se miraron fijamente, la tensión del aire alrededor se cortaba con una pluma, ni siquiera la intensa lluvia los molestaba. Kohaku se había asomado a ver, su boca no había podido cerrarse desde que vio cómo tres hombres habían caído casi al mismo tiempo, verdaderamente Stan tenía un talento casi inhumano con su puntería y agilidad, nunca se lo hubiera imaginado así, tenía la impresión de que había mucho que no conocía de él.
El rubio le dio la chance al hombre de que se preparara con tranquilidad para su último disparo, todos los sentidos de él estaban alertas, y al mismo tiempo muy calmo, no sentía nada, estaba en un estado de "no mente". El siguiente minuto fue interminable, y Stan esperó a que el hombre hiciera su movimiento. En ese momento, con una velocidad casi demasiado rápida para el ojo humano, el rubio levantó la pistola y efectuó su disparo, el maleante no tuvo oportunidad siquiera de apuntarle al cuerpo, cuando del lado izquierdo de su pecho empezó a brotar sangre, y cayó de costado.
- ¡Stan! –Exclamo Kohaku, mientras corría hacia él– ¡¿Estás bien?!
- Sí, en una pieza –Afirmó, guardando su pistola– ¿Y tú?
La rubia lo alcanzó y le dio un fuerte abrazo, que él le devolvió. Estaban tan empapados, que no tenía apuro por buscar un techo ya.
- Gracias a ti sí lo estoy. Dios, nunca me latió el corazón tan fuerte por tanto tiempo. Y tú... ¡Ja! Qué puntería. Aunque... –Su rostro se ensombreció– No, olvídalo.
- Kohaku, mírame –Le pidió Stan, y le tocó la barbilla con sus dedos– Admito que no es la primera vez que la sangre de otros hombres está en mis manos, pero sólo lo he hecho en situaciones de vida o muerte, para protegerme a mí y a otros. Y sigo adelante, ya no pienso en eso, ni lo lamento.
- Sí, lo imaginaba. Y te agradezco, si no hubieras venido, no estaría aquí. Ruri estará muy preocupada por mí, pero el altillo tiene una pequeña ventana, cuento que nos haya visto escapar, y que confíe en nosotros. De seguro fue a buscar al sheriff.
- Seguro que sí. Kohaku, agarremos a los caballos que quedaron sueltos, antes de que huyan.
La rubia asintió, y fue a buscar al que estaba más cercano, mientras que Stan iba a chequear cómo estaba Shadow, que obedientemente se había quedado en el lugar, y luego montarse en él para ir a buscar a los otros. Lograron agarrar a los cuatro que se habían quedado por la zona, y cuando estuvieron listos, Stan le dijo a Kohaku que iban a volver por otro camino, que montara a uno de los caballos y llevara por las riendas al otro, él haría lo mismo con los dos restantes. Lo hizo principalmente para que ella no tuviera que sentirse mal o lidiar con ver a los maleantes abatidos en el camino, luego hablaría con el sheriff si mandaban a buscarlos y enterrarlos en otro lado, o si la misma naturaleza y los animales carroñeros aprovechaban el regalo del alimento.
Tendrían que hacer un recorrido que les tomaría el doble de tiempo, alrededor de una hora para volver, además de que ya no hacía falta apurarse, y los caballos estaban cansados de tanta corrida. La lluvia había amainado ligeramente, y fue entonces cuando Kohaku afinó su vista y notó algo.
- Stan, veo una casa grande ahí, sola. ¿Tal vez podamos ver si hay alguien, y pedir un poco de agua para nosotros y los animales? Y que descansen un poco, este que estoy montando de verdad está cansado, me preocupa.
- Eso de allí es un granero abandonado a medias, no hay nadie, pero los viejos dueños lo dejaron abierto y libre justamente para que pudieran resguardarse personas que necesitaran un descanso. Hasta periódicamente se traen aquí unas mantas o algo de pasto seco para los caballos, un buen gesto que acordamos con los del pueblo. Y si bombeamos un poco de agua, podemos llenar unos baldes que hay por aquí para darles de beber.
- Hagámoslo, así les damos un respiro y se recuperan.
Llegaron unos quince minutos después, y comprobaron que no había nadie dentro, tampoco otros animales salvajes. Bombearon el agua y se la dieron a los sedientos caballos, y luego los entraron ya que el lugar era bastante grande, para que no se siguieran mojando hasta que la lluvia amainara. Allí les aflojaron las cinchas para que tuvieran un respiro en sus panzas, les quitaron la cabezada y les sirvieron un poco del pasto seco que por suerte seguía habiendo. Enseguida los caballos empezaron a comer, soltando unos resoplidos que sonaron a alivio.
Cuando terminaron esa tarea, sacaron una de las mantas de los varios bolsones que allí había, sacudiéndola un poco para quitar un poco del polvo que podía tener, y la apoyaron sobre las montañas de paja que había allí. Se enjuagaron rápidamente las manos y la cara, y se sentaron sobre la manta para descansar un rato. Para ese entonces, Stan miraba de reojo a Kohaku para chequear su semblante, y la notó más relajada, ella también había dejado atrás lo que había pasado a la tarde. Luego de unos minutos de silencio calmo, la rubia frunció los labios y habló.
- Qué mal, le arruiné la ropa tan linda a Ruri –Se quejó, mirándose la ropa embarrada– ¡Agh, y pesa tanto esta falda enorme empapada!
- ¿Tenías que usar una falda justo hoy? –Preguntó Stan, con una sonrisa.
- ¡Me la puse por ti! –Contestó la rubia, sonrojada y molesta.
- Por algo está lloviendo así –Bromeó él, divertido, pero en cuanto ella lo empujó, rió y alcanzó a atraparla en sus brazos– Mentira, estás preciosa. De hecho...
Al fin tranquilos, Stan la miró de pies a cabeza, admirando cuan hermosa estaba con esas prendas tan delicadas y femeninas, a pesar de lo mojadas y embarrada que estaban. Y el cabello suelto, aunque también alborotado y empapado, le quedaba divino. Se lo peinó con los dedos, sereno, admirándola.
- Me encantaría verte así otra vez. En mejores condiciones, claro. Gracias por ponerte así de guapa para nuestra primera cena, aunque tú siempre lo estás, con lo que sea que te pongas, y cuando no llevas nada también.
Acercó su rostro para darle un largo beso, que ella le correspondió, sonriéndole tímida y agradecida por el halago.
- Stan, me queda una duda. Todavía no era la hora a la que ibas a venir, ¿cómo supiste que había problemas?
- Recibí el mensaje de parte del sheriff, de que habían visto a ese grupo numeroso entrar al pueblo, y por la dirección que estaban tomando, iban a pasar cerca de tu rancho. Tomé las armas y vine con Shadow a toda velocidad –Explicó. Bajó la voz y le tomó la mano– Temí no llegar a tiempo. Cuando te vi de rodillas, y ellos alrededor tuyo... Imaginé lo peor por un segundo.
- Llegaste a tiempo, eso es lo importante.
- Sí, pero fue la segunda vez en la semana en que temí perderte –Dijo, mirándola a los ojos con intensidad– No quiero que vuelva a suceder, de ninguna forma.
- Stan...
Los labios de Kohaku fueron asaltados con una sensación de necesidad por los del rubio, que seguía conmovido. Ella ahogó un suave gemido en su boca, y se colgó de su cuello, correspondiéndole la necesidad, sentirlo así era todo lo que quería para dejar atrás el día. Quiso hundir sus dedos en el cabello de él, pero el sombrero negro le entorpecía, por lo que se lo quitó con impaciencia y lo lanzó a un costado. En respuesta a eso, Stan se echó sobre ella para recostarse juntos sobre la manta y la paja, y continuar besándose de forma apasionada. Nadie los iba a interrumpir en esa tarde lluviosa en medio de aquel campo, y cuánto extrañaban besarse y acariciarse así los hizo entregarse de lleno al momento. Ansiosa por sentir más de él, Kohaku cerró sus fuertes piernas alrededor de las caderas del vaquero, atrayéndolo con los talones y dándole unos toques con ellos, lo cual lo hizo reír por lo bajo.
- ¿Acaso me estás espoleando?
- Perdona, me gana la costumbre de hacerlo cuando tengo un semental entre mis piernas que quiero que se mueva más.
Con aquella inesperada respuesta provocadora, Stan la atravesó con una mirada de deseo, y volvió a recortar la distancia para besarla apasionadamente, mordisqueando sus labios, queriendo llegar a saborear cada rincón de su boca con los labios y la lengua, sus alientos calientes mezclándose y ambos jadeando ya que no se hacían siquiera el tiempo para respirar una bocanada de aire. El rubio abandonó los dulces y ya hinchados labios de tanto besar, sólo para dedicar esa misma intensa atención al cuello de cisne de la joven.
- Stan –Lo llamó Kohaku, y le acunó las mejillas para mirarlo a los ojos– No me importa que estemos aquí, no quiero que te contengas.
Asintiendo, Stan le sonrió con comprensión, él también tenía una necesidad impostergable de sentirla lo más cerca posible en todos los sentidos, y demostrarle cuánto la quería, hacía días que quería hacerlo, y no pensaba esperar ni uno más, había tenido una fresca lección de cuánto valía el momento presente. Dejó recaer más de su peso corporal sobre ella, empujando su entrepierna para que todo su cuerpo estuviera en contacto así, y llevó una mano hacia el nudo de los cordones de la blusa de Kohaku, para deshacerlo y poder jalar de ellos hasta abrir la prenda para poder seguir viendo y saboreando esa suave y tersa piel.
Sus labios dejaron sus huellas calientes en la clavícula y los hombros de la rubia, que no podía más que gemir mientras recibía los ardientes besos, hasta que ella también se apresuró a abrir los botones de la camisa de Stan, para sacársela por los hombros, necesitaba sentir su cuerpo tan cálido y musculoso sobre ella. Terminaron casi al mismo tiempo, él también desnudándola de la cintura para arriba, y el vaquero hundió su cabeza entre los generosos pechos de su amante para comenzar a besarlos, lamerlos y acariciarlos a gusto. Kohaku arqueó su espalda hacia arriba ante la deliciosa sensación, instintivamente ofreciéndose para buscar más placer, y se atrevió a poner una mano suya encima de la de él para animarlo a tocarla con más pasión. El pedido fue consentido, además que la habilidosa boca del rubio también aumentó la intensidad de sus atenciones.
Cuando el sendero de besos y lamidas bajó hasta su abdomen, removiendo de allí el ajustado cinto, la joven lo empujó para quitárselo de encima, sin demorarse en impulsarse para quedar encima de él. Tuvo que morderse el labio para evitar gemir simplemente por ver la expresión tan llena de deseo de Stan, sus ojos ambarinos eran fuego líquido, y se inclinó sobre él para permitirse su turno de saborear el cuerpo tan bien delineado y excitante, sin tener pena en mordisquearlo con un poco más de brusquedad, haciéndolo sisear ya que de seguro iba a dejarle alguna que otra marca en el pecho.
Queriendo complacerla mientras tanto, Stan apoyó las manos en la empapada falda de Kohaku, le apretó el trasero, y luego buscó a tientas dónde estaba el borde de la misma, para levantársela.
- Para esto sí que es conveniente que tengas puesta una falda, no hace falta quitarte todo.
Cuando al fin encontró el camino para meter sus manos por debajo y poder tocarla, dejó que una mano le acariciara los fuertes muslos, mientras llevaba la otra a la entrepierna de ella. Kohaku jadeó cuando la tocó allí, y sintió un calor abrasivo de deseo, dejando de acariciarle y besarle el abdomen para subir y devorar sus labios.
- ¡Aaaah!
Gimió sonoramente, cuando sintió cómo un dedo de Stan se introducía en ella, esos primeros segundos de placer siempre la desconectaban de todo y la hacían temblar de pies a cabeza. Tan deseosa de más estaba, que empujó sus caderas hacia el dedo de él en un continuo vaivén, dejando salir un gemido gutural cuando sintió un segundo dedo sumándose al otro. Para ese entonces, ya sabía lo que quería, y no era precisamente eso. Kohaku lo miró a los ojos con intensidad, y bajó sus manos para quitarle el cinto con el arma, que ya le empezaba a molestar cuando chocaba con ella, y luego le abrió los pantalones, que parecían estar a punto de estallar por la contenida erección. Ansiosa, le bajó lo necesario para liberarlo, y tal fue su deseo de sentirlo, que lo rodeó con su mano y empezó a acariciarlo, oyendo a Stan gemir grave y largo, entrecerrando los ojos.
- Ooh, necesito esto contigo –Gruñó ronco.
Quitó las manos de debajo de la falda para poder abrazarla, y cuando la acercó lo suficiente se estiró para besarla. Iban escalando juntos, cada toque de uno incitaba al otro a volverse más apasionados y demostrar su deseo y su cariño, ninguno podía separar ya uno de lo otro. Kohaku se acomodó y arqueó sobre él para alinear sus sexos sin despegar sus labios, resultando en una urgente y un poco torpe acción de ambos, hasta que ella lo guió para que entrara y allí se miraron a los ojos con la misma expresión de placer y de sentirse abrumados. Fluyendo con facilidad gracias a toda la excitación del momento, la rubia empezó a moverse gradualmente con ímpetu sobre él, sin dejar de mirarlo a los ojos, volviendo a subir sus manos para acariciarle el guapo y bien perfilado rostro, sin saber si morderse la lengua por todo lo que tenía el impulso de decirle, sus sentimientos aflorando a la par de la intensa pasión tanto sexual como amorosa que los atravesaba.
Pero la duda no duró mucho, recordando lo que habían hablado unos días antes, y más que palabras, el profundo cariño que le habían expresado los ojos dulces como la miel de Stan. Quizás no era el lugar ni el momento más romántico, pero lo maravilloso de su vínculo con él era que le hacía sentir que no tenía que haber algo como eso, que simplemente con estar juntos, eso ya era perfecto en sí mismo. Al contrario, el que no pudieran contenerse de esperar hasta la noche u otro día para profesar sus sentimientos tanto con el cuerpo como con palabras, era suficiente para demostrarle cuán entregados estaban el uno al otro. Por lo que lo besó profundamente, antes de volver a mirarlo con mucha intensidad, queriendo conectar y volcar hasta su alma en la de él. Stan pareció sentir eso intuitivamente, ya que entreabrió sus labios y asintió mínimamente, había sentido en anticipación lo que ella le estaba diciendo con la mirada.
- Te amo.
Los dos se sorprendieron cuando se dieron cuenta que lo habían pronunciado casi al unísono, y sonrieron con los ojos brillantes y divertidos además de la emoción.
- No me aguantaba más para decírtelo –Confesó Kohaku.
- Ni yo.
Stan la abrazó y se impulsó para girarse de lado con ella, ubicándose encima sin haberse separado íntimamente. Sin embargo, fue entonces cuando la falda fría y húmeda de ella y la limitación de sus pantalones todavía puestos le empezó a molestar, y le susurró que se detuvieran para poder librarse de esas ropas. La rubia asintió, aunque sintió más frío cuando él se separó que por las propias ropas mojadas que ya se había olvidado. Dejó que Stan la desnudara, luego de lo cual él también se quitó los pantalones y zapatos, y se volvió a acomodar sobre ella. Sin embargo, Kohaku frunció el ceño y luego soltó una risita.
- ¿Qué pasa? –Preguntó Stan, sonriendo a la par.
- Que ahora siento que me pincha la paja dura en la espalda, aunque estemos sobre la manta.
- Ah sí, yo había logrado ignorar la sensación, la ropa ayudaba en eso. Y nos hemos enredado tantas veces entre fardo y heno, que ya me acostumbré.
- ¡Ja! Eso es cierto, hasta ahora los lugares inusuales son nuestros favoritos.
- Pero quiero que te sientas cómoda ahora. ¿Te cambio de lugar?
- No, está bien –Lo abrazó con sus manos y piernas– Me gusta mucho tenerte así.
Sonriéndose mutuamente, se fundieron entre continuos y profundos besos, deleitándose con la suavidad de sus lenguas acariciándose con mucha más dulzura, volviendo a unir sus cuerpos y llevándolo a un mucho más cadencioso. Stan luego bajó su cabeza para alcanzar a besarle el cuello y los pechos, pero Kohaku lo jaló con más fuerza para volver a sentir su cálida piel junto a la de ella, y presionó con fuerza sus dedos en la amplia espalda, cuando oyó unas dulces palabras junto a su oído que la hicieron derretir más de lo que estaba. En respuesta, impulsó su cuerpo con más ímpetu contra el de él, llevándolo así a que en sincronía fueran acelerando el ritmo, en una búsqueda imperiosa de sentir el máximo placer juntos. La forma tan deliciosa en que Stan la llenaba por dentro y cómo sus cuerpos danzaban sensualmente la llevaban más allá de ese mundo, y pronto empezó a percibir la creciente sensación del clímax que estaba empezando a pulsar y acercarse rápidamente a ella.
- Aaah... Stan, por favor, sigue así, estoy cerca –Pidió en un susurro urgente, abrazándolo con fuerza.
Él asintió, consintiéndola ya que la había sentido tensarse un poco, se imaginaba que sería por eso. Sin embargo, él también estaba cerca, iba a ser difícil contenerse, cuando además lo embargaba una emoción más honda en ese encuentro íntimo. Continuó moviéndose con velocidad y profundidad, asegurándose de que sus cuerpos estuvieran lo más pegados posibles para potenciar el placer, y apenas un minuto después ya podía oír los gemidos ahogados y cada vez más agudos e incontrolables de Kohaku, hasta que la sintió inspirar hondo y tensarse aún más, a la vez que su interior empezaba a pulsar y exprimirlo a la vez.
Eso fue demasiado para él, llevándolo inmediatamente al límite, y le pidió perdón en un susurro para avisarle que tenía que salir, pero se sorprendió cuando ella todavía abrumada por su orgasmo lo rodeó con fuerza también con sus piernas, con los ojos entrecerrados lo miró, y le dijo que quería que se dejara ir dentro de ella, estaban en un buen día para ello. Aunque Stan se sorprendió y por un instante dudó, entendió a lo que debía referirse, y el tiro de gracia fue cuando Kohaku luego acercó sus labios al oído de él y le susurró con un dulcísimo tono que lo amaba. Eso lo hizo, y fue tal la emoción de plenitud y felicidad, que su clímax llegó al pico y fue su turno de desvanecer la consciencia, perdido en el súmmum del placer.
Sin deshacer su unión, se giraron de lado para mantenerse abrazados mientras sus agitadas respiraciones volvían a un ritmo apacible. Se miraban con los ojos calmos y brillantes, con una pequeña y bonita sonrisa dibujada en los labios de ambos, hasta que Kohaku se estiró para besarlo una y otra vez. Suspiraron a la par luego de colmarse de esos cariños, y con ese gesto como un implícito acuerdo de que era hora de volver a la realidad, y a casa.
Stan se levantó primero, cargándola en brazos sólo por galantería y en broma, ya que todo lo demás de donde estaban era todo lo contrario, aunque los dos estaban tan acostumbrados al ambiente de un establo que tampoco les incomodaba realmente. Se vistieron con las frías y húmedas ropas, y Kohaku decidió llevarse la manta usada para lavarla, por lo que la hizo un rollo y la ató a una de las alforjas. Volvieron a preparar a los caballos para emprender finalmente el regreso, y se sorprendieron de ver que todavía faltaba una hora para que el sol llegara al horizonte. Si bien estaban en verano y atardecía bastante tarde, eso les hizo caer en cuenta de lo rápido que había sucedido todo, una tarde de lo más intensa.
Iban a llegar poco después del atardecer, y no querían preocupar por demás a Ruri, que ella no tenía forma de saber que estaban ambos bien, por lo que hicieron una vuelta más ágil entre trote y galope, luego les darían un merecido descanso y masajes a los caballos. Stan decidió que se los llevaría a su rancho, los revisaría con un veterinario, y luego vería dónde reubicarlos.
A la media hora, ya alcanzaba a verse el rancho Weinberg, y cuando estaban a menos de cien metros, la puerta de la casa se abrió, y Ruri salió, visiblemente aliviada, y detrás de ella salió un hombre, que era el sheriff del pueblo. La hermana mayor no pudo aguantarse a que llegaran, y echó a correr hacia Kohaku.
- ¡Kohaku! ¡Estás bien! ¡Gracias a Dios, qué alivio!
- ¡Ruri! –Exclamó en respuesta, y se bajó de su caballo para correr también hacia su hermana y encontrarse en un fuerte abrazo de alivio mutuo.
- ¡Me asusté tanto! Sabía que estarías bien con Stan cuando me di cuenta de cómo se había enfrentado de los que cayeron aquí, pero no podía esperar a que volvieras.
- No tengo un rasguño, Ruri, tranquila. Realmente Stan es admirable en su destreza, y él también está ileso. Sólo el pobre de Shadow tiene un rasguño por un disparo, pero superficial, luego lo limpiaremos y trataremos mejor.
- ¿Tan lejos tuvieron que ir para librarse de ellos? Tardaron unas dos horas en volver.
- Ah... Hmm, sobre eso... –Murmuró Kohaku, sonrojándose– Encontramos un granero en el camino y les dimos un descanso a los caballos. Y bueno... compartimos con Stan el alivio de estar a salvo, y juntos.
Ruri asintió con comprensión, y le dio otro fuerte abrazo a su hermana menor. Stan se percató de que el sheriff se había llevado los restos de los maleantes, y al cruzar unas palabras, el hombre de mediana edad le agradeció y lo felicitó por su proeza, de que sólo él se hubiera ocupado de los diez hombres, y salvado la vida de las dos jóvenes. Tal como Kohaku había supuesto, Ruri se había apresurado a subirse a un caballo para ir al centro del pueblo y avisar al sheriff, que la siguió de vuelta con otros dos hombres, para que se encargaran de "limpiar" el lugar, mientras el comandante tranquilizaba y acompañaba a Ruri hasta que ellos volvieran.
Una vez todo resuelto, Stan dijo que volvería a su casa, cuando Ruri lo detuvo, sonriéndole con gentileza.
- Puedes quedarte aquí esta noche, Stan. Tú y Kohaku tienen que darse un baño caliente cuanto antes, están empapados. Prepararé una cena rápida, no será lo que teníamos en mente, pero estará bien por hoy.
- Me encantaría y te agradezco, pero debería irme. Mi familia no sabe lo que pasó, me vieron irme a toda velocidad. Si no vuelvo hasta mañana...
- El sheriff podría explicarles lo que pasó, y avisarles que estás bien. ¿Por favor? –Pidió con tono dulce Ruri– Después de lo que tuvieron que pasar, a Kohaku le haría bien tu compañía. Pueden dormir juntos y tranquilos, mi padre no se enterará de nada.
Stan aceptó, pidiéndole el favor al hombre, que no tuvo problemas en hacer lo pedido. Kohaku y él se miraron de reojo tratando de contener una sonrisa pícara, Ruri no tenía idea de que sí habían estado más que juntos hacía un rato, pero era cierto que él estaba más acostumbrado que las jóvenes a ese tipo de situaciones difíciles, y que como Kokuyo no estaba, les dejaría a ambas más tranquilas la presencia de un hombre en el que pudieran confiar y sentirse seguras.
Mientras tomaban el baño caliente por turnos, se ocuparon también de revisar y poner cómodos a los caballos. Kohaku volvió a vestirse con otro bonito conjunto que tomó prestado de la ropa de su hermana, que fue nuevamente muy halagado por Stan, y le prestaron a él un pantalón y camisa que tenían de repuesto en el cuarto de invitados, era un poco grande, pero mucho más acorde a su talle que la ropa de Kokuyo.
Luego de la tranquila y sencilla cena, el Stan entrelazó sus dedos con los de Kohaku, y los dos juntos le contaron a Ruri de que querían hacer oficial su noviazgo cuando su padre regresara. Eso puso muy contenta a la hermana mayor, que confesó que ya se imaginaba que sucedería tarde o temprano, tan seguido que se los veía juntos. Luego de limpiar y acomodar, se dieron las buenas noches, y la pareja subió a la habitación de Kohaku. En cuanto cerraron la puerta, Stan se sentó en la cama, y jaló de la mano a su amada para sentarla sobre su regazo.
- Así que después de todo sí pasaremos la noche juntos aquí por primera vez.
- Aquí estaremos más cómodos para repetir lo de hace unas horas –Dijo la rubia, jugueteando con los botones de la camisa de él.
- ¿Segundo round, dices? Nada mal. Así podré cumplir con lo que te dije a la tarde que pretendía hacer.
- ¿Y eso qué sería?
- Llenarme de ti.
Kohaku se estremeció agradablemente al oír eso. El único problema era que no podían entusiasmarse demasiado, la habitación de Ruri estaba a unos metros. Una idea llegó a su mente, y se acomodó a horcajadas de él, mirándolo con diablura.
- Eso si puedes atraparme.
- Por supuesto que puedo. Ya lo hice –Respondió Stan, con tono acaramelado, y la rodeó por el trasero– Y hoy también aquí –Agregó, besándole la piel por encima de la blusa, donde estaba el corazón.
- No, así no –Lo empujó suave, divertida– Si me atrapas en una carrera, yo iré en Ágata, es hora de una prueba de campo.
- Oooh... ¿Ahora, de noche? Un poco arriesgado, pero nada mal, nunca nos aburrimos. Con una condición.
- ¿Cuál?
- Cuando te atrape, te subo conmigo. Y tendré todo el camino de vuelta para comerte a mi gusto.
- ¡Ja! Contigo las montadas son siempre calientes, vaquero.
Stan se adelantó con rapidez para robarle un beso, jalándole el labio inferior al terminar. Se miraron a los ojos, aguamarina y ámbar, con la tensión y expectativa de un cazador y su presa, esperando el próximo movimiento. Sin embargo, la mano del rubio fue muy veloz le dio una palmada juguetona pero firme en el trasero a Kohaku para "arrearla", sonriéndole con picardía.
- Giddy-up, cowgirl!
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Buenaaas! Ahora sí esta historia llega a su fin, espero que la hayan disfrutado. Tenía ganas de escribir un capítulo más estilo western, y con un poco más de drama y trama, y había dejado picando lo de un amor pasado de Kohaku en el capítulo anterior, así que lo traje aquí para ponerle más especias a la salsa jaja. Les recomiendo la serie "Godless", un western de hace unos años que me gustó mucho, y el vínculo del protagonista con los caballos me inspiró un poco para este capítulo.
Gracias por leer, compartir amor y apoyar, siempre. Que tengan una feliz maravillosa semana. Hasta pronto!
