Disclaimer: Todos los personajes de Inuyasha son propiedad de Rumiko Takahashi, yo sólo los he tomado prestados para entretenerme un rato. En cuanto a Yoko, Rioko, el Señor de ambos: Hiroki, Nishido y Yume, son una invención mía, así que si alguien quiere que se los preste me avisa primero.

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Extraña obsesión

Capítulo XI

Ninguno de los ancianos logró reaccionar.

No mediaron palabras en lo que siguió después. Hiroki resopló, frunció el ceño, y con todo el autocontrol de que era capaz, tomó a Kagome en sus brazos, con cuidado, y la llevó él mismo hasta su recámara.

Una vez que le perdieron de vista, Yoko y Rioko, liberaron al fin el aire que habían estado conteniendo, y volvieron a respirar. Se miraron el uno al otro como buscando razones que explicaran lo que había pasado momentos antes, y se sintieron estúpidos por no tener la más mínima idea de nada.

Rioko hubiera esperado un estallido de cólera por parte de su señor, y Yoko pensó que nada más había pasado, porque la muchacha estaba dormida en medio de la escena, pero que lo peor aún estaba por venir. Una gota de frío sudor le corrió por la espalda haciéndolo estremecer. Interiormente se debatía entre desaparecer del castillo tan rápido como el físico se lo permitiera, o decir sencillamente toda la verdad y esperar que Hiroki fuera en realidad tan justo como su esposa afirmaba que era.

La youkai, como adivinando lo que su marido pensaba, le miró seriamente, pronta a regañarlo. Entreabrió los labios para decir algo, pero Yoko se le adelantó.

—No me veas así que no voy a ir a ninguna parte, ¿has oído? — meneó la cabeza con pesar. Dio media vuelta en su lugar y comenzó a desandar el camino hacia los calabozos. La anciana youkai se le quedó viendo, desconfiada, y mientras se alejaba de ella, Yoko agregó sin voltear a verla: — Estaré trabajando. — Y desapareció escaleras abajo.

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Hiroki, enfurecido, pero nunca mal pensado, entró refunfuñando en la habitación de su huésped, cargando con ella. Claro que ese detalle no le molestaba en lo más mínimo... pero lamentablemente no era lo único que tenía en mente por esos momentos. Él no era de los que se dejan llevar, pero para ser francos, en ese preciso instante, nada le hubiera gustado más.

La depositó sobre la cama, tal cual estaba. No le extrañó que su sueño fuera tan profundo, estaba acostumbrado a las mañas de Yoko, e intuía que su magia había tenido bastante que ver en todo aquello. Se aseguró de que la muchacha yaciera en una posición cómoda, acomodó bien la almohada bajo su cabeza, y le quitó el calzado. Luego, movió con sigilo uno de los sillones que había en la habitación y lo ubicó a un lado de la cama, se acomodó en él con los brazos cruzados sobre el pecho, y nada más se la quedó viendo, en silencio, muy tranquilo.

Antes que hacer cualquier averiguación, esperaría a que ella despertara y se lo dijera todo. ¿Por qué habría ido a ver al prisionero?

Bueno, en realidad se le ocurrían varias razones para justificar semejante actitud, lo que no le dejaba tranquilo era el modo en que lo había hecho. ¿Por qué sencillamente no se lo había pedido? Él la habría complacido de buen grado, no tenía porqué hacerlo a escondidas.

La idea de que ella aún le tuviera miedo lo enfurecía. Más que nada porque todo el tiempo había estado esforzándose en demostrarle que no tenía porqué temer. Y no podía dejar de confundir esa extraña sensación que le llenaba poco a poco el pecho, con la de rechazo.

Cerró los ojos con fuerza, respiró hondo, y recobró parte de su calma habitual. Volvió a abrirlos y se encontró con la tierna imagen de la joven, profundamente dormida. Qué suerte que nadie más estaba ahí para verlo, porque al observarla, la mirada se le llenó de ternura, y en sus labios se dibujó una mueca demasiado parecida a una sonrisa. Claro que no le importaba que ella lo descubriera en esa actitud, pero nunca permitiría que alguien más lo hiciera. De ser así, le arrebataría la vida al infortunado en un tris...

¿En qué demonios estaba pensando? ...Nada menos que en matar... y sin una razón que lo justificara... Sacudió la cabeza enérgicamente. Tenía que deshacerse de semejantes pensamientos, y cuanto antes mejor. ¿Cómo pretender que "ella" confiara en él si comenzaba a comportarse como un asesino? De ninguna manera podía permitirse eso. Sabía muy bien que a los humanos les aterrorizaba esa faceta de los demonios, y había aprendido muy bien a controlar los instintos, sólo que... estaba algo falto de práctica...

Kagome se revolvió entre las sábanas. Había tenido un sueño espléndido, sumamente reparador, y ahora la cálida luz diurna que se colaba por entre las cortinas la acariciaba gentil provocándole un agradable despertar.

Giró sobre sí misma hasta quedar de lado, de espaldas a la enorme ventana de la habitación. Se estiró tensando todos los músculos del cuerpo, volvió a relajarse, y abrió los ojos muy lentamente. Al descubrir la figura de Hiroki, parpadeó un par de veces como buscando una confirmación, luego esbozó una sonrisa perezosa.

A Hiroki lo invadió la calidez, apoderándose de cada fibra de su cuerpo. La sensación era conocida, pero su recuerdo estaba ya tan lejano, que bien podría haber pensado que era un sentimiento completamente nuevo y desconcertante.

—Hiroki... — dijo Kagome en un susurro, — ¿fuiste tú quien me trajo aquí? — Mientras decía esto, había comenzado a incorporarse.

El youkai asintió con un ligero movimiento de cabeza. — ¿Porqué fuiste a escondidas a ver al prisionero? — Inquirió sin preámbulos, tratando de enfocar la mente en cualquier otra cosa que no fuera el rostro soñoliento y gentil de la joven.

—No me escondía... es sólo que la curiosidad me asaltó a mitad de la noche y no quería molestar a nadie...

—Hiciste mal. — Observó poniéndose serio. — Podría haberte atacado...

—Pero no lo hizo. — Lo cortó Kagome. — Ni siquiera lo intentó, y tampoco lo intentó ayer cuando casi le matas... — Se detuvo a mitad del discurso, alertada por el rumbo inesperado que iban tomando sus palabras. Estaba tomando parte por un desconocido... Claro que Hiroki también lo era, bueno, en realidad todos lo eran en esos momentos, pero lo más extraño era que no conocía una buena razón para que su tono se volviera duro con alguien que no hacía más que tratar de complacerla. Bajó la mirada unos segundos, aspiró hondamente y prosiguió, ante la mirada inquisitiva del taiyoukai. — Lo siento, yo no quise... no sé por qué, pero siento que dice la verdad.

—¿La verdad? — Inquirió maquinalmente. En esos momentos sentía curiosidad por lo que aquél sujeto pudiera haberle dicho, pero para ser sinceros, el tono que empleara Kagome momentos antes, lejos de disgustarlo, ofenderlo o herirlo, lo había complacido hondamente. Se había mostrado desafiante, prácticamente regañándolo, y esa era la prueba de que había recobrado parte del espíritu, la valentía y... el descaro que había sabido intuir en ella. No, no le temía en lo absoluto, y estaba dispuesta a discutir con él si fuera necesario.

—Anoche platicamos, él dijo que había venido a buscarme, o más bien a rescatarme. Dijo que había estado buscándome durante días. — Hizo una breve pausa para observar el semblante magníficamente calmo del youkai. — Dice conocerme, y me llamó Kagome.

Hiroki hizo un gesto de entendimiento. — ¿Y no trató de escapar? — Preguntó a continuación arqueando una ceja.

—Claro que sí, pero no tenía fuerzas para hacerlo. Me pidió ayuda, pero no creí conveniente prestársela.

—¿Y porqué no lo ayudaste? — La estaba poniendo a prueba, y Kagome lo sabía, pero consideraba que él estaba en su derecho, al menos en esos momentos, así que decidió conceder respuesta a cada pregunta que él le hiciera.

—Porque no sé quién es... — Dudó por unos instantes, y luego se corrigió. — Aunque tal vez sí lo sepa, sólo que no lo recuerdo...

Hiroki sonrió para sus adentros, y extendió una mano lentamente hacia el rostro de la joven para acariciar sutilmente una de sus mejillas. Ella había caído una vez más en la confusión, y si bien su sinceridad lo complacía, también se sintió culpable por ponerla a prueba.

Kagome alzó la mirada sin comprender, y entonces la sonrisa interior de Hiroki, por fin asomó a sus labios, cálida, extraña, sutil, una mezcla de complacencia, disculpa y frialdad al mismo tiempo. Aquél gesto no hizo más que aumentar la confusión de la muchacha, entonces él comprendió que debía traducir el gesto en palabras para que ella pudiera comprenderlo. — Perdóname. — Dijo con voz grave. — Soy el amo de este castillo, pero no tengo poder para exigirte nada. Eres mi invitada porque así lo he decidido, pero en realidad no me debes nada. Eres libre de quedarte o de irte cuando te plazca, y si no quieres responder a mis preguntas, pues no lo hagas.

—No quiero ser malagradecida...

—No te confundas. — La interrumpió y luego continuó con voz aterciopelada y sumamente calma. — Aquí el agradecido soy yo, aunque no lo entiendas. Ya te dije alguna vez que no hago nada sin esperar algo a cambio. Créeme que con el sólo hecho de quedarte, me doy por bien pagado.

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Inuyasha emergió del letargo y poco a poco fue cobrando consciencia de su cuerpo. Se sentía pesado, y por alguna extraña razón, no conseguía alzar los párpados. El suyo también había sido un sueño apacible, agradable, y aunque por alguna razón sentía que tenía que despertarse por completo cuanto antes, una parte de sí se negaba a hacerlo, como encantada con aquel dulce sopor.

Aspiró hondamente para luego soltar el aire de sus pulmones con un suspiro que bastante se asemejaba al ronroneo de un gatito. Estiró brazos y piernas y volvió a inhalar el aire de aquel lugar. Se percibían los olores de humedad y moho, que en un principio no habían sido demasiado fuertes, pero conforme el tiempo transcurría iban ganando terreno haciendo al aire circundante irrespirable.

El malestar fue tal que aquel agradable sopor desapareció como por arte de magia.

—Kagome... —El sonido de su voz se pareció demasiado a un gemido. ¡Maldición! ¿Acaso ese maldito de Yoko lo tenía hechizado otra vez? No... Carraspeó e intentó aclararse la garganta. —Kagome...

Una risilla hizo eco desde la penumbra.

—No malgastes tus fuerzas, cachorro. —Inuyasha reconoció entonces la voz del anciano youkai.

—Yoko, maldito...

—Shhh... ¿Por qué será que los cachorros jamás escuchan a sus mayores? —Su pequeña y arrugada figura asomó de entre las sombras. Su expresión era sobradora y a la vez inocente. —Mira, —siguió diciendo—, hay una "regla" que debes de respetar por sobre todo, si es que en verdad quieres llevarte a la chica, y esa es: "Harás caso a Yoko, porque él sabe lo que hace". ¿Comprendes? —Alzó los brazos enseñando las palmas, indicándole al hanyou que no intentara interrumpirle. —No, no, no, no... Lo que digo es verdad. ¿Qué prueba quieres? Ya has visto que no puedes enfrentarte a mi amo; si no eres rival para mí, mucho menos para el señor Hiroki.

—Él...

—Él fue quién te dejó inconsciente de un solo golpe, cachorro. —Cruzó los brazos a sus espaldas y comenzó a andar por la "habitación" dando grandes zancadas, con aire reflexivo. —La verdad es que te sobrestimé, y esa debilidad tuya echa por tierra buena parte de mi plan original, aunque... Aunque, ahora que lo pienso...

—¿Es que puedes pensar, anciano?

Yoko le dirigió una mirada fulminante. —¿Sabes? Yo podría dejarte aquí sin más...

—Viejo... ¿Por qué no dices cuál es tu plan?

—La chica...

—Kagome.

—Kagome, eso es. Ella trató de ayudarte a escapar anoche.

—No lo hizo, ella no me recuerda.

—¿Y cómo puedes estar tan seguro de que es la misma humana a quién buscabas? —Inquirió con mala intención.

—Oye... —Gruñó Inuyasha. Los puños apretados hasta que los nudillos se le pusieron blancos y las uñas se le clavaron en las palmas.

—De acuerdo. —Accedió el youkai. —Después de todo, me importa bien poco que ella sea o no quién dices que es, y mucho menos lo que tengas pensado hacer con ella. Eso sí, siempre y cuando lo hagas bien lejos de este castillo y de Hiroki; ninguno de los dos querrá estar cerca de él si a la humana llega a pasarle algo, créeme.

—¿Qué quieres decir con eso?

—El amo protege a la humana porque le recuerda a alguien más. Él sabe que no es ella, pero aún así no le importa, ¿puedes entender eso? —Ante la mirada atónita del hanyou, Yoko meneó la cabeza y soltó una risita amarga. —No, claro que no puedes comprender nada de todo esto. Yo apenas si logro hacerme a la idea. —Suspiró y relajó los hombros. —Verás, mi insensato e incapaz, Hiroki ha estado posponiendo un viaje desde hace tiempo... ha estado esperando a alguien que ya no está entre los vivos, pero se niega a partir sin tener pruebas de ello.

—Y Kagome...

—Tu "adorada" Kagome es idéntica a la persona que mi amo Hiroki espera.

Inuyasha no supo qué decir. No se decidía ni a quejarse ni a preguntar por qué o para qué Hiroki esperaba a alguien igual a Kagome.

Yoko sonrió.

—Tu amiga no es prisionera en este castillo. Ella permanece aquí por propia voluntad, así que si quieres llevártela, entonces tendrás que convencerla para que lo haga.

—¿Y cómo se supone que haga eso si ni siquiera puedo acercarme a ella?

—Ah... Ahí es dónde debes empezar a tomar en cuenta lo que yo te diga, al pie de la letra. Tienes que ganarte la confianza del amo, y déjame decirte que en ese aspecto, tu amiga nos está ayudando mucho, y sin darse cuenta...

—¿Podrías hablar claramente por una vez en tu vida, viejo?

—Escúchame cachorro, y pon toda tu atención: Has despertado la curiosidad de la chica, y eso es muy importante para mi plan; ahora sólo debes saber comportarte para que Hiroki te deje acercarte a ella libremente, ya que si no te ganas su confianza, entonces nunca dejará de vigilarte. —Aguardó a que Inuyasha asintiera en señal de comprensión antes de continuar. —Y otro punto importante es que llames su atención; mi amo está tan interesado como la chica en averiguar su pasado, así que no estaría mal que dejaras caer, como al pasar, unos cuantos indicios acerca de su verdadera identidad, sobre todo en lo referente a la Esfera de las Cuatro Almas…

Éste último comentario llamó verdaderamente la atención de Iniyasha. ¿Qué demonios sabía ese viejo de la Perla de Shikon? ¿Y cómo es que sabía que Kagome estaba relacionada con la joya?

—¿Qué sabes tú de la Perla de Shikon? —inquirió alzando la voz.

—¡Ah…! Veo que al fin empezamos a entendernos… —esbozó una sonrisa maliciosa— pues verás, la cosa es así de simple, muchacho, "tu" chica llegó al castillo de mi amo inconsciente, tal y como ya te había dicho, pero resulta que traía con ella algunos fragmentos de esa joya…

—¿Y qué fue de ellos? ¡Contesta de una vez!

—Mi amo los tiene —fue su escueta respuesta.

Sin duda alguna el viejo youkai estaba jugando un juego psicológico formidable. Ahora que el hanyou sabía que su chica estaba, al menos relativamente, en buenas manos, tenía que buscar algo más que despertara su interés y, francamente, no le había costado demasiado descubrir qué era. ¿Y cómo habría podido ser de otro modo, si aquella maldita joya era la obsesión de tantos? Él mismo se incluía entre los codiciosos que andaban detrás de semejante tesoro… ¡Y cómo le gustaría hacerse con él…! O que de buenas a primeras su amo lo tuviera entre manos, le daba lo mismo, puesto que Hiroki se consideraba lo suficientemente poderoso como para acabar con cualquiera que se le antojara, y la verdad era que no estaba muy desacertado en su apreciación.

No, Hiroki no necesitaba utilizar nada más aparte de su fuerza innata para derrotar a sus enemigos… tal vez un poco de sangre fría no le vendría nada mal, pero en lo que a fuerza concernía, no había más que agregar, de modo que, "tal vez" no le molestaría obsequiar a "su fiel servidor" con la joya de Shikon, ¿o sí?

—¡Ah…! Con que esas tenemos… Así que después de todo tu amo no es tan fuerte…

—¡Qué más quisieras tú! —le espetó Yoko, con visible desprecio— para tu información, el señor Hiroki no necesita esa perla para derrotar a nadie, y mucho menos a un ser inferior como tú.

—¿Entonces, para qué quiere los fragmentos que tenía Kagome?

—Mira, mejor te dejas de hacer preguntas estúpidas. ¿No te parece que ya estamos bastos de sandeces, cachorro? ¿O es que tienes alguna meta que alcanzar?

A Inuyasha le faltaba muy poco para comenzar a echar humo por las orejas. Ese viejo le tenía realmente harto, pero no le quedaba más opción que llevarle la corriente… al menos hasta que lograra salir de aquella hedionda celda.

—Madito Yoko… —gruñó el hanyou,— ¡Di de una buena vez lo que ibas a decir!

—Está bien, está bien… —murmuró impaciente,— La cosa es así; a mi amo no le interesa en lo más mínimo la perla de Shikon, pero le preocupa que tu amiga tenga en su poder esos fragmentos porque teme que la hubieran atacado para quitárselos, ¿comprendes?

Inuyasha asintió.

—Muy bien. Entonces lo que vamos a hacer es lo siguiente: Yo veré de convencer a mi amo de que eres inofensivo para la humana así te dejará salir, y tú procurarás comportarte con tranquilidad y respeto, así podrás convencer a tu chica de que debe marcharse contigo de aquí cuanto antes.

—¿Y se puede saber por qué la quieres lejos de tu amo?

—Ese no es asunto tuyo. ¡Tú sólo preocúpate por tu chica!

—¡Kagome no es "mi" chica, anciano!

—Mhm… eso dices, pero ni tú te lo crees… —Dejó caer las palabras como monedas en un cuenco vacío, y comenzó a andar hacia las escaleras que lo conducirían fuera de las catacumbas del castillo. ¿Qué no era su chica? ¡Ja, ja, ja! Pobre ingenuo… Lo dejaría rumiar su frustración durante un buen rato, entre tanto vería de trabar cierta "amistad" con la humana.

Inuyasha se quedó de una pieza, rígido y con el rostro teñido de todos los colores imaginables. ¡Maldito viejo entrometido! ¿Qué sabía él de su relación con Kagome?

Se dejó caer en el suelo con las piernas cruzadas y el ceño horriblemente fruncido.

No podía confiar en Yoko, de ninguna manera. Y mucho menos cuando se trataba de Kagome. ¡Por Kami, ya no podía con la frustración! Kagome era "su" responsabilidad; le había prometido a la familia Higurashi que cuidaría de ella y que se encargaría de que ella regresara a su casa sana y salva…

Y lo iba a cumplir, aunque la vida le fuera en ello.

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Kegome estaba inclinada sobre la barandilla, mirando hacia la nada, oscura y fría, de una noche sin estrellas, como todas las que había visto desde que se había despertado en el castillo de Hiroki.

Era curioso, pero así como no recordaba haber visto estrellas durante la noche, tampoco recordaba haber visto el día. Claro que el alba había llegado en repetidas ocasiones con su usual puntualidad, pero los días eran realmente cortos allí, y también era cierto que sólo había podido adivinar la luz que brillaba fuera del castillo, o sentir su calor al colarse por las ventanas, pero nunca la había visto en el exterior.

Lo cierto era que desde entonces su preocupación por recordar quién era apenas si le había dejado tiempo para darse cuenta de muchas cosas. Sin ir más lejos, los períodos de intensa luz y de oscuridad que se alternaban en el interior del castillo eran algo preocupante, pero por alguna razón nunca se había atrevido a hacer preguntas al respecto…

De repente una presencia conocida se le sumó en la terraza e interrumpió sus pensamientos. Era la misma que la sorprendía un sinnúmero de veces cada día, esa que ya había comenzado a inspirarle confianza, además de respeto… Porque lo cierto era que lo respetaba enormemente, si bien no estaba muy segura de por qué.

Hiroki se aproximó a Kagome con su andar parsimonioso y etéreo, y se inclinó a su vez sobre la barandilla tan cerca de ella que la joven podía sentir su calor con intensidad abrumadora. Luego, su voz profunda y solemne rompió el silencio: —¿Qué te atrae entre la oscuridad? ¿Acaso puedes distinguir algo?

—No, en realidad no puedo ver más que siluetas que saltan de un lado a otro con demasiada rapidez…

—Son tus pensamientos los que toman forma en esa oscuridad… pero no te preocupes, porque sólo tú puedes llegar a distinguirlos, después de todo te pertenecen.

—¿Lo dices en serio? ¿Entonces no hay extrañas criaturas saltado entre las ramas de los árboles allí abajo?

—No. —Aseguró él, magnánimo.

Kagome sólo suspiró, un tanto decepcionada.

—Pues me gusta pensar que sí las hay —sentenció por fin.

—Está bien.

Guardaron silencio unos instantes y luego Kagome por fin miró a Hiroki, lo estudió con detenimiento, cada uno de sus rasgos era la viva imagen de la perfección, se veía adulto pero joven, despreocupado pero dotado de innata elegancia… Y no había que ser muy observador realmente para darse cuenta de que también era poseedor de una fuerza, tal vez, demasiado grande.

Él sabía que ella lo miraba casi con descaro, sabía de la curiosidad que despertaba en la joven, y aún así conservaba el silencio y la apostura con paciencia infinita. ¿Cuándo comenzarían las preguntas? ¿Cuándo acabaría de ganarse su confianza? Tenía que reconocer que ya no faltaba mucho, y cuando eso sucediera se lo contaría todo, le abriría su corazón y correría al fin el riesgo de partir… si es que ella quería acompañarlo…

—Dilo —le ordenó de repente.

El rostro de Kagome se tiñó de un color carmesí furioso. Sacudió la cabeza con fuerza y procuró recobrar la compostura.

—Sabes que puedes preguntar lo que sea —la animó él con tono más benevolente.

—Yo… esto… —balbució la muchacha, —me preguntaba si realmente ha sido de día hoy.

El taiyoukai esbozó una sonrisa y a continuación clavó su mirada en el rostro de ella. —Eres muy observadora… No, no ha habido día realmente… aquí siempre es de noche.

—¿Entonces la luz…?

—La luz que has visto es sólo producto de la magia. Antes de que tú llegaras no habíamos tenido necesidad de crear los días, pero comprendo que los humanos se morirían si tuvieran que permanecer en las sombras, ¿no es así?

—Todo esto ha sido…

—Ha sido por ti —declaró escuetamente. —Aunque lamento mucho no poder hacer lo mismo aquí afuera, aún si en esos jardines no hay nada agradable que pudieras llegar a ver.

—¿Y qué hay realmente allí, además de oscuridad?

—Los que alguna vez fueron mis dominios… —declaró con pesar, —sólo que hoy están desiertos, muertos, ya que todos mis súbditos partieron para cumplir con su destino.

—Me imagino que el señor permanece en su castillo hasta las últimas consecuencias.

—Eso es cierto, pero sólo en parte… Yo ya he cumplido con mi gente, he hecho todo lo que debía hacer, y sé que ellos están bien…

—¿Y por qué te quedas?

—Porque espero a alguien.

Hiroki dijo esas últimas palabras con tanto sentimiento que Kagome sintió que una suerte de nudo se le formaba en la garganta y la dejaba casi sin respiración. Ya lo sabía… Sabía que la persona a quien Hiroki esperaba era esa a quien ella se parecía tanto… ¿Pero por qué tenía que afectarle tanto que él la hubiera confundido con alguien más? ¿Era por él, o por el simple hecho de ser un mero recuerdo, una confusión?

—Quieres decir que esperas a esa persona que se me parece…

—La verdad es que ya no.

—¿No? —balbució la muchacha.

El taiyoukai meneó ligeramente la cabeza en gesto negativo al tiempo que clavaba la mirada en los ojos de una muy aturdida Kagome. —Todos se fueron hace ya demasiado tiempo… Yume era humana, no puede estar aún con vida, ¿entiendes?

—Y si lo sabes, ¿por qué te quedaste aquí tanto tiempo?

—Por los recuerdos, supongo. —Volvió a recargarse en la barandilla y dejó que su mirada se perdiera una vez más en la nada. —No hay nada ahí afuera que me importe lo suficiente como para dejar este castillo, —suspiró, cansado, —pasaron tantas cosas desagradables en el exterior… Todos los recuerdos gratos están aquí, tras la oscuridad de esta fortaleza, y así como tú puedes ver tus pensamientos saltando de un lado a otro en esa oscuridad de los jardines, yo también puedo ver los míos, ¿comprendes ahora?

—Un poco… En realidad no —se sinceró ella. —No entiendo por qué… ¿Acaso no extrañas la vida que tenías antes?

—¿Extrañas tú la tuya?

—No es lo mismo, yo no puedo recordar nada de ella, en cambio tú…

—Créeme, ha pasado tanto tiempo que apenas si recuerdo lo que era mi vida antes de… antes de que fuera como es ahora.

Aquellas palabras hicieron que Kagome se sintiera triste, pero ese sentimiento no era tan simple como la conmiseración para con un ser al que apreciaba de veras, sino algo mucho más profundo e íntimo, como si en realidad se tratara de un sentir compartido, de un dolor compartido. Sí, ella sentía parecido. Tal vez demasiado.

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Hiroki enarcó una ceja, mientras sopesaba las posibilidades, pensativo y serio. —Dime, Yoko, ¿estás seguro de lo que dices?

—Claro que sí, señor. Es más, por el momento no se me ocurre ninguna otra manera de ayudar a la muchacha a recuperar sus recuerdos.

—¿Y cómo es que estás tan seguro de que ese hanyou dice la verdad?

—Señor, —replicó con semblante ofendido ante las dudas de sus amo, —tengo mis métodos… y usted bien lo sabe. Ese hanyou tiene un sincero… interés por la muchacha, y hasta donde he podido indagar, tal parece que existe una suerte de compromiso entre ellos, algo que no le permite a él dejarla desprotegida… no sé si soy muy claro.

—Por supuesto, Yoko. —Asintió al taiyoukai que no estaba muy seguro de sus sirviente, ya que se sabía sus tretas de memoria. Sin embargo, si lo meditaba con algo más de sangre fría, lo que el anciano le decía no era algo demasiado inverosímil. Todas aquellas bien podían ser ciertas, y tal vez aquél hanyou fuera una criatura inferior, débil, pero mal que le pesara por sus venas también corría sangre de demonio, y en consecuencia, algún concepto de la lealtad debía reconocer.

Se incorporó y comenzó a pasearse por la habitación. Sabía que semejante actitud le ponía a Yoko los nervios de punta… Eso, en ocasiones, hasta se le hacía divertido… "De acuerdo", pensó, "¿por qué no seguirle el juego a Yoko?".

Hiroki podía ser benevolente, y en ocasiones, hasta un poco blando con aquellos a quienes apreciaba, pero no era tonto, y sabía que el fin último de sus sirviente era el de convencerlo que Yume jamás regresaría para así poder dejar el castillo y con él, la maldición que los había agobiado tantos años. Sólo que Yoko no sabía que Hiroki había asimilado la realidad desde hacía ya mucho tiempo, y que si había decidido permanecer en sus dominios, era porque no tenía interés en nada más.

Muchas veces Hiroki se había preguntado acerca de las razones que tendría Yoko para permanecer a su lado, para tratar de salvar su alma cuando él mismo no soportaba el martirio, y siempre había llegado a la misma conclusión: que su sirviente era, as u pesar, demasiado leal; o que, simplemente, al igual que su señor, no concebía otro estilo de vida.

"¡Ah, Kagome…! ¡Gracias por haber llegado a nuestras vidas…! ¿De qué estaría ocupándome ahora si no estuvieras tú aquí?"

—De acuerdo —soltó de repente con su tono más solemne. —Puedes dejarlo salir de su celda para que hable con la muchacha, pero bajo ninguna circunstancia puedes dejarlo a solas con ella, ¿has comprendido? Si llega a hacerle algún daño, te hago a ti responsable directo, y sabes muy bien lo que eso implica, Yoko.

—Sí señor, por supuesto. —Yoko hizo una sencilla reverencia, se excusó, y acto seguido dejó el salón. Un sudor frío le perlaba la frente, y una indefinida sensación lo recorría de pies a cabeza de sólo pensar que pudiera llegar a estar equivocado.

Presuroso recorrió los pasillos hasta las catacumbas.

Muy bien, como fuera el plan estaba en marcha. Nada más esperaba que aquél imbécil de Inuyasha se supiera comportar.

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Continuará...

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Notas de la autora:

¡Saludos a todos los que leen esta historia! Ya sé que hace una vida que no actualizaba, pero es que este año ha sido muy complicado para mí. El ritmo de la facultad no tiene ninguna comparación con el del colegio secundario, y la verdad es que apenas si tuve tiempo para hacer otra cosas que no fuera estudiar y presentar exámenes. TT Encima de todo mi PC se echo a perder definitivamente, de modo que perdí casi todos mis archivos y estuve unos cuantos meses haciendo mis tareas en la computadora de mis padres, no apta para "perder el tiempo" escribiendo estas historias…

En fin, les pido a todos mil disculpas, y espero que de todos modos sigan leyendo este fic, y me dejen su review, aunque sea para tirarme tomatazos.

Gracias a todos los que dejaron sus comentarios: darkangel, karina, uriko, paola, kaoru-chan17, kittychan, padilla, Gaby, Juli-chan, kendra duvoa, Shibby One, Shojorranko, Rosalynn, kala... y especialmente, muchas gracias por los ánimos a ASUMI-CHAN, espero que tu "búsqueda de los fragmentos" haya concluido exitosamente .

¡Que tengan todos un 2005 magnífico, que escriban y lean mucho, que los Reyes Magos los traigan incontables regalos, y que, sobre todo, se diviertan un montón!

Gracias por leer hasta aquí.

Leyla.

P.D.: ¿Que le ha pasado a esta web? Por más que he intentado durante un buen rato que este post quedara bien, no lo ha conseguido... TT Nada más espero que cuando alguien lo lea, se entienda. Gomen masai si no ha quedado del todo bien...