5
Las primeras horas de la mañana se sentían cálidas y perezosas con una dulce canción de verano entrando por la ventana. Era el viento que mecía las copas de los árboles; los insectos que revoloteaban afuera; el sonido de sus respiraciones suaves.
Entre la espesa bruma de sus sueños Louis vio a todos los socios importantes del conglomerado reunidos en el salón principal de la mansión, con rostros borrosos que bailaban en colores y sombras. Se cernían ante él, que estaba de pie en el centro de la habitación con un pequeño bulto en brazos, tan helado como una mañana de primavera que se aferra al invierno. Él temblaba por alguna razón que desconocía, y apegó más a su cuerpo a la pequeña cosa inerte, protegiéndola de cualquier depredador.
La gran mano roja que ardía como fuego subía entre sus piernas empapadas de sangre hasta llegar al fardo húmedo en sus brazos, y levantó las mantas. De estás se asomó una criatura que nunca estuvo viva, con espantoso pelaje seco que se caía en gusanos apenas tocarlo. Dónde se suponía que vería sus ojos, dos cuencas vacías le devolvían la mirada, y oía los susurros provenientes de ellas, que se burlaban de él y su legado.
La pequeña criatura se disolvió entre sus dedos, chorreando en una pulpa roja y hedionda. Mientras en el suelo yacían los restos de lo que fue su hija, la mano caliente le atizaba el vientre abierto y vacío, y se metía por sus entrañas para retorcerlas.
Una fuerte contracción lo hizo despertar sin aire y sudoroso. La oscuridad de su habitación lo envolvió de repente y manoteó inútilmente en el aire buscando algún apoyo. Sentía una fuerte presión oprimiendo su vientre sin misericordia. Los días anteriores había comenzado con pequeñas contracciones, molestias que se hacían soportables si se distraía con algo. El doctor le había indicado que solo era cuestión de esperar, y sin darse cuenta esa noche había estado dormitando por el cansancio.
Otra contracción mucho más agotadora que cualquiera de las otras atenazó su vientre y tuvo que cerrar los ojos con fuerza. Sabía que más temprano que tarde llegaría el momento esperado, pero ahora que estaba pasando no lo quería. Cuando un nuevo dolor le recorrió la espalda se quejó sin poder evitarlo. Legosi, que dormía a su lado, despertó de golpe como un sabueso en alerta.
Sintió como le pasaba un brazo por sus hombros preguntando algo que Louis no llegó a entender, de repente todos sus sentidos habían muerto y lo único que quedaba eran las contracciones. No supo cuánto tiempo pasó en el plano doloroso que era su existencia, pero Legosi ya estaba de pie a su lado para ayudarlo a levantarse. No dijo nada, o tal vez dijo mucho, fue incapaz de recordarlo.
Aún apoyando casi todo su peso en el lobo, sus piernas temblaban sin remedio, entorpeciendo su andar. Algo húmedo y caliente le escurría entre ellas. Cuando llevó una mano ahí abajo y la levantó vio cómo lo rojo y brillante le manchaba los dedos. El pánico reptó por su pecho al recordar el cadáver que sostuvo en sueños, pero no pensó en su visión por mucho pues otro dolor intenso lo obligó a doblarse, habría dado al suelo si no fuera por Legosi que lo protegía entre sus brazos.
Pasaron al lado de la ventana del cuarto para salir. El cielo empezaba a aclararse con una lejana línea al fondo, de colores azules y amarillos. Las estrellas se estaban apagando y cuando reaparecieran, brillarían sobre su mundo cambiado para siempre.
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Días antes habían acondicionado con todo lo necesario una de las habitaciones para recibir al bebé en la mansión. A pesar de que hubo cierta insistencia por asistir el nacimiento en un hospital, al final lo hicieron a la manera de Louis. Él era quien iba a entrar en labor de parto, y si así lo deseaba...
El equipo médico estaba listo, y la anestesia comenzaba a hacer los efectos que le habían prometido, sin embargo el intenso sufrimiento que sentía no desaparecía cómo lo habría deseado. La tocóloga que había atendido su embarazo junto al doctor Tymet le indicó que no era seguro para él que su esposo, un gigantesco lobo gris, estuviera dentro de la habitación durante el parto pero al final de una discusión a base de súplicas y luego amenazas le dejaron quedarse bajo la advertencia de que lo echarían al más mínimo comportamiento extraño. Así que Legosi se quedó a su lado sosteniendole la mano. Los ojos grises no dejaban de moverse, mirando nervioso a cada uno de los especialistas presentes.
—Duele. —Gimoteó Louis, cubierto de sudores helados. Apretó la mano de su esposo como si su vida dependiera de ello—. Duele. Por favor, Legosi. Haz que pare —le rogó, rostro bañado en lágrimas—. Haz que pare.
Legosi, su lobo, su dulce salvador. Años atrás le había aliviado todo el dolor de vivir, trayendo consigo caricias y eternas promesas de amor. El pánico lo estaba enloqueciendo, necesitaba que dejara de doler, o moriría.
—Por favor, Legosi. —Su voz se quebró en medio de la súplica, mientras sentía como el alma se le partía junto a su cuerpo.
El cánido lo consoló con suavidad, besando el dorso de su mano mientras Louis negaba la cabeza. No, no era eso lo que necesitaba. No lo lograría con solo palabras de aliento.
—Todo acabará pronto, Louis.
Y cuando finalmente llegó el momento, no terminó pronto
Durante el largo proceso que le siguió deseó volver al momento en el que nada de eso había ocurrido aún, cuando la incertidumbre de perder la empresa le parecía el peor castigo por su arrogancia. Deseó despertar en su cama y darse cuenta de que todo había sido un sueño.
Sueño.
Recordó la pesadilla previa al parto. La mano sangrienta. La criatura muerta. De pronto imaginó lentos gusanos rojos que salían de las paredes, pasaban por encima de todos y le corrían por los brazos y piernas, bajo la ropa. Querían a su hija para ellos. Aquel pensamiento lo hizo reír hasta que empezó a gritar.
Entonces Louis deseó estar muerto.
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Creyó haber enloquecido.
Miraba el techo adornado con un tapiz de flores descoloridas que parecían marchitas. La luz brillaba amarilla como una estrella incandescente, y cuando parpadeaba veía su silueta verde y rosa. Nada más que el dolor entre sus piernas.
Había silencio.
Un silencio atroz que no debería estar ahí.
«Nació muerta.» Fue lo único que pudo pensar. No le quedaban fuerzas para levantarse, ni para gritar más. Solo miró el techo, asimilando que él todavía estaba vivo. Lo estaría por mucho tiempo, pero su hija no. «Muerte. Mi legado es la muerte. La mano roja se la llevó de mi lado.»
Flores marchitas, ¿desde cuándo no cambiaban ese tapiz? Un golpe al corazón lo hizo temblar, le dolía. Dolía mucho más que antes.
Entonces un estruendoso llanto inundó la habitación. Era agudo, y le pareció que sufría. «Pero está viva... —pensó, y sus ojos ardieron con nuevas lágrimas.»
Levantó la cabeza y tardó varios segundos en enfocarse, su visión no era más que una torpe neblina blanca. Los doctores, y enfermeros que los asistían, se miraban confusos unos a otros. El deseo insoportable de preguntar que pasaba lo invadió, pero había olvidado cómo hablar. Tuvo la urgencia de levantarse y arrancarla de sus brazos para ver por sí mismo lo que ocurría, ¿Por qué no se la daban? ¿Había parido a una criatura abyecta y maligna?
El doctor Tymet dijo algo, pero no le entendió ninguna palabra. Siguió hablando con una sonrisa nerviosa, pero para Louis solo soltaba balidos como la cabra que era.
—¿E-Es un niño? —escuchó preguntar a Legosi. Parecía un sonido lejano pero descubrió que lo tenía al lado.
«¿No es una niña? —Louis abrió los ojos de golpe— No es...» Revivió solo para sentir su cuerpo débil y agotado. Parecía que acababan de torturarlo, no fue capaz de moverse
—Felicidades. Es un varón —anunció la tocóloga, acercándose con un pequeño fardo de toallas en brazos.
Cuando Louis recibió a su bebé sintió una humedad tibia a través de las telas. Era una cosa pequeña, empapada de fluidos. Seguía gritando, sus ojos cerrados con fuerza, lanzaba inútiles patadas al aire con sus diminutos pies. Su pelaje marrón estaba pastoso y no dejó de llorar ni siquiera cuando lo acunó.
Mucho se diría más tarde entre el equipo médico que asistió el parto sobre lo primero que hizo el nuevo padre al tener a su recién nacido en brazos.
Una mueca de asco.
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Las horas habían pasado desde el nacimiento del bebé; la luz de la tarde entraba a través del cortinaje. Afuera el sol brillaba caliente con esperanza.
Todos habían salido de la habitación y dentro había más calma de la que nunca sintió Louis en su vida. Pasó mucho tiempo inmóvil, aferrado al pequeño que dormía en sus brazos, esperando a que se le aclarara la cabeza y los pensamientos se le ordenasen.
Legosi también estaba junto a él, ambos viendo a su hijo dormir tranquilamente. Lo habían lavado y arropado con más comodidad. Era un cervatillo, al menos en lo que se veía. Su pelaje era rojizo, corto, salpicado de lunares blancos aquí y allá. La primera vez que vio sus enormes ojos tan grises como la claridad de la noche no supo qué hacer.
Un niño nacido en el verano.
Quería llorar, reír, dormir. Era un varón, después de todo. Y en él había una luz semejante a la de las estrellas. Se sintió culpable por todas las noches que permaneció en vela, mirando con horror lo que dejaría atrás.
—¿No vas a decir nada? —preguntó Louis en un susurró, temiendo despertar al pequeño.
—No puedo pensar... Esto es... —musitó Legosi con la misma calma. Sin embargo, cuando el ciervo lo vio a la cara, notó sus ojos llorosos. Se abstuvo de burlarse—. Es muy hermoso.
—Si, si lo es —admitió, volviendo la vista al niño. Jamás se cansaría de verlo—. Supongo que ya no podremos llamarlo Leano. Lo siento.
—¿Pensaste en algún nombre para niño?
—Claro que no. Nos aseguraron que sería hembra.
—Bueno, debemos pensar en algo pronto.
Era difícil maquinar un nombre de inmediato, y ninguno parecía adecuado. ¿Oguma? Podría llamarlo en honor a su padre; el antiguo presidente aún tenía un gran número de seguidores y tal vez así se ganaría el favor de aquellos más ancianos, pero entonces condenaría a su hijo al aplastante peso de hacer valer el nombre.
No. No podía ser Oguma.
¿Esben? ¿Lirio? ¿Ren? Ninguno le gustaba.
—Wissam tenía razón —dijo el lobo.
Louis asintió, con hastío. Lo estaba irritando pensar en alguien más que no fuera su cervatillo.
—Pintamos flores en las paredes de su habitación...
—No me digas que tienes problemas con esas cosas, Legosi —sonrió—. Es un bebé, no creo que le importe. Y a todos los niños les gustan las flores.
—Podemos nombrarlo como a una.
—Una vez conocí a un abogado extranjero que me dijo algo curioso —empezó el herbívoro—. Dijo que en su cultura no nombran a los bebés hasta los tres años de vida, así demuestran que vivirán.
—No vamos a hacer eso. —Aseguró su esposo. Tajante.
—Solo digo que no tenemos que nombrarlo ya. Podemos pensarlo un par de días.
—Louis, nuestro hijo no estará un minuto más sin nombre.
—Nuestro hijo... Es raro, ¿no te parece? —Siempre supo que tendría que ser padre algún día, era su deber como miembro de la familia. Pero jamás imaginó que sería de esa forma—. A veces en las noches me preguntaba de dónde venía. Pensaba que nací de un criminal y una prostituta, o tal vez mis padres fueron como yo, carne viva en el mercado negro. Pero supongo que lo que importa es que alguien más me crió sano y fuerte. Y decidí que cuando fuera mi turno de criar a un niño quería que tuviese una vida feliz a diferencia de la mía. Y ahora me aseguraré de que la tenga.
El pequeño bulto se removió en sus brazos, manoteó un momento, y siguió durmiendo plácidamente sin perturbarse por las miradas que tenía encima. Era regordete, observó Louis, sería grande, quizás mucho más alto que él.
—Aren. Se llamará Aren —declaró el ciervo, con orgullo.
Legosi acercó una mano para acariciar la pequeña cabeza del bebé recién nombrado. Su mano era enorme en comparación.
—Es muy... diminuto.
—¿Quieres sostenerlo? —Ofreció Louis. Sintió que ya era momento de dejar que el lobo lo tuviera también.
No hizo falta preguntarle por segunda vez, pues Legosi lo tomó en brazos enseguida, con tanto cuidado que parecía cómico. Aren pataleó suavemente ante el cambio, pero no despertó. No habló, pero su larga cola osciló con fuerza en el aire.
Y vio que sus ojos se llenaban de lágrimas otra vez.
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Notas:
(◍•ᴗ•◍)✧*。(◍•ᴗ•◍)✧*。(◍•ᴗ•◍)✧*。
- Sé que en realidad es rarisimo (por no decir casi imposible) que las lecturas se equivoquen sobre el sexo de un bebé, pero recuerden que este es un fanfic y nada de esto tuvo sentido:)
- Perdón por el nombre de la cría, no me decidía por un nombre japonés, pero como en Beastars tienen tanto nombres orientales cómo occidentales, no creo que haya mucho problema con este ┐ ( ' ` ; ) ┌
Ustedes cómo prefieren el Mpreg? Que el bebé nazca tipo parto natural, o cesárea?
Yo personalmente prefiero cesárea al 100 jaja pero estoy bien tonta, y cuando leí sobre el proceso no entendí nada y no pude escribir algo mejor ( ´ - ﹏ - ` ; )
¡Bueno, este ha sido el penúltimo capítulo!
¡Muchas gracias por leer hasta aquí!
