Para este capítulo digamos que se me ocurrió algo diferente. Así que espero que se sorprendan al igual que yo cuando comencé a escribirlo.
Nota: Los personajes son de la grandiosa mangaka Rumiko Takahashi. La historia es un pedacito de mi inspiración que quise compartir con ustedes.
Cuando abro los ojos me encuentro dentro de un capullo blanco. ¿Cómo demonios llegué a este lugar? Ni siquiera recuerdo qué hacía hasta hace unos minutos.
Sin embargo no me importa cómo ni por qué llegué aquí, mi prioridad ahora mismo es salir de este maldito capullo de una vez por todas, así que con mis garras lo hago trizas.
Lo primero que hago al salir es comprender dónde estoy. Registrar por posibles peligros, zonas donde esconderme y rutas de escape es lo que me ha mantenido vivo hasta el día de hoy, y mientras no sea lo suficientemente fuerte como para defenderme yo solo, es lo que seguiré haciendo.
Obviamente llevo mi Túnica de Rata de Fuego, y aunque ahora mismo estoy rodeado de los restos de hilo del capullo, alcanzo a ver claramente una espada que antes no tenía, pero analizo que podría llevármela si no le pertenece a nadie. No tengo tamaño aún para blandirla, pero eso no quita que me saque de algún peligro inminente si la uso con inteligencia.
Me concentro por un instante en los sonidos del bosque para captar si estoy rodeado por algo o alguien. Mi oído me ha avisado de amenazas antes de que mi vista lo haga en varias ocasiones, así que nunca lo descarto. Solo escucho respiraciones agitadas de algunas criaturas, cinco para ser exacto, pero lo que me deja completamente atónito es que una de ellas me llama por mi nombre.
Me fijo entonces en quiénes me rodean: son dos yōkai y tres humanos. Detrás de mí detecto otra presencia, pero no respira, así que voy a asumir que quién quiera que haya sido era grande, pero ya está muerto. Sin embargo, me mantengo alerta, porque es lo que le corresponde a un superviviente.
Uno de los yōkai es un gato demonio y parece presentir que soy peligroso porque se mantiene alerta, listo para atacarme si hago algún movimiento en falso. El otro es un kitsune. He conocido algunos antes y aprendí a cuidarme de ellos, por lo engañosos y taimados que son, pero este solo me mira como si hubiese algo raro conmigo, así que, al parecer, no busca atacarme.
Los tres humanos son bastante dispares. El hombre, que al parecer es un monje o eso infiero por su vestuario, me analiza como si yo fuera un acertijo que resolver. ¡¿Qué se habrá creído?! ¡Yo no estoy aquí para que nadie me analice! Sin embargo no parece peligroso, y mientras no se acerque, no pienso moverme. Si solo busco una ruta de escape, puedo evitar hacerles daño.
La siguiente mujer que veo me pone en alerta inmediata: es una exterminadora de demonios. Si no logro escapar de ella, quién sabe lo que me pueda suceder, aunque sea un niño. Los conozco, no me permitirán llegar a la edad adulta. Lo más extraño es que no me está mirando a mí, sino a la otra mujer humana.
Cuando la miro me doy cuenta de varias cosas. La primera: está usando ropajes extraños, no sé de dónde proviene, pero no es de esta zona. Lo segundo: está herida. Puedo ver un moretón formándose en su pierna y el olor a sangre que despide me lleva a mirar a su brazo izquierdo, donde claramente se ve su insólito traje roto y volviéndose rojo a cada instante que pasa. La herida ha de ser reciente porque todavía la sangre se huele fresca. Lo tercero: a pesar de su expresión asustada, tiene una mirada amable y es muy bonita. Por un momento me recuerda a mi madre. Ella también era muy bonita, la mujer más hermosa de mundo. Y siempre tenía una expresión amable y llena de amor cuando me miraba.
Cuando veo que la extraña que más llamó mi atención responde con una mirada a la preocupada de la exterminadora y comienza a acercarse a mí, vuelvo a ponerme en guardia y recuerdo que ella me llamó por mi nombre hace unos instantes.
—¿Quiénes son ustedes? ¿Cómo saben mi nombre? —pregunto con sospecha y evidente enfado.
—Inuyasha, no-nosotros… —al parecer todavía se resiente de la batalla, no debe estar acostumbrada a luchar si se pone tan nerviosa. O eso, o trata de inventar una mentira que obviamente no tarda en llegar— somos tus amigos…
Es increíble cómo creen que pueden engañarme tan insolentemente. Yo nunca he tenido amigos. Solo mi madre me apoyó incondicionalmente, hasta el día que ya no pudo hacerlo.
—¡MENTIROSA! —le grito, dejando salir mi odio y mi evidente desprecio por su mentira—Yo no tengo amigos, y mucho menos sería amigo de unos humanos. ¿Quiénes son ustedes?
—Inuyasha, —interviene el monje, en el que trata de que sea un tono conciliador pero puedo notar los nervios en su voz—¿no nos reconoces? ¿No reconoces a la señorita Kagome?
Kagome. Ese debe ser el nombre de la mujer de ropa extraña. Admito para mis adentros que le sienta muy bien el nombre, pero no dejo que ese pensamiento me distraiga.
—Yo no sé quién es ninguno de ustedes. Seguramente vinieron a burlarse de mí como han hecho los humanos que se creen valientes, pero no se los voy a permitir.
—No es cierto, Inuya…
—Sí lo es. Seguramente se enteraron de mí por los habitantes de esa mugrienta aldea.
—No es así, Inuyasha, si me dejas explicarte…—sus ojos comienzan a llenarse de lágrimas, como si su desesperación porque yo entendiera fuera genuina, pero no me lo creo.
—¡NOOOO! Ustedes los humanos son unos mentirosos y crueles…—no puedo dejar que hable, no puedo permitir que siembre en mí la ilusión de que tal vez no esté solo para siempre. Ya yo acepté esa realidad. Ilusionarme solo me lastimaría como nada lo ha hecho antes— La única que me entiende es mi madre. Los voy a destruir y la voy a buscar y ninguno de ustedes me podrá detener.
Al fin y al cabo, a su lado fue donde siempre me sentí seguro, donde las críticas de mundo no me afectaban, donde solo éramos ella y yo y nos enfrentábamos a todo juntos. Que ella ya no estuviera a mi lado no significaba que la calma que encontraba con ella hubiese desaparecido.
—Escucha, Inuyasha. Ya sé que no me conoces de nada, pero necesito que me escuches. Nosotros no te haremos daño, somos tus amigos y hemos estado viajando juntos durante un tiempo.
—Eres mejor mentirosa que los demás, pero me doy cuenta de que tú también me desprecias. Tu gata demonio está dispuesta a acabar conmigo. Los monstruos tampoco me aceptan.
—¿Y por qué crees que, siendo los humanos y demonios enemigos naturales, viajamos no con uno, sino con dos demonios?
Por un momento me quedo pensando en lo que me dice porque sí, tiene cierto sentido, pero no me puedo dar el lujo de confiar en alguien con facilidad, así que me dispongo a contestarle y a gritarle una vez más que me deje en paz… Pero no llego a hacerlo…
…
Tengo un sueño agradable. Por primera vez en mucho tiempo, me permití dormir lo suficientemente profundo como para soñar.
En el sueño estoy en un prado de flores blancas, estoy rodeado por ellas. En este lugar no soy un niño, sino que soy mucho más alto, alrededor de tres veces mi altura real, y eso que soy bastante más alto que los niños de mi edad. Seguramente soy un adulto. Este era un sueño recurrente cuando estaba con mi madre. Siempre era quien la protegía y quien la hacía feliz y ella sonreía y me acariciaba las orejas como sabe que me gusta.
Sin embargo ahora no es mi madre a quien veo del otro lado del prado. Es una mujer más bajita que ella, tal vez me llegue por los hombros en esta nueva estatura, y su cabello no es tan largo como el de mi madre, aunque sí es mucho más negro, en un color que consigue que la luz del sol le arranque reflejos azulados. Está feliz mientras baila entre las flores, así que no consigo verle bien el rostro, por lo que me acerco lentamente.
Cuando estoy lo suficientemente cerca para que repare en mí, detiene suavemente su baile y me mira mientras en su rostro crece una sonrisa dulce y amable. Me recuerda mucho a mi madre. Es también una mujer hermosa, pero en su mirada detecto algo diferente. Me mira con amor. Lo recuerdo porque mi madre también lo hacía, pero se ve diferente. Como si fuera amor pero fuera un sentimiento distinto…
La veo alargar su mano esperando porque le dé la mía y no lo dudo. Lo siguiente que sé es que me abraza cálidamente y que mi corazón y el suyo se acompasan en una melodía que escucho claramente y que me lleva a enterrar mi nariz en su cabello mientras sonrío pletórico de felicidad.
Sería perfecto permanecer para siempre en este sueño. Pero, como siempre, mi cruda realidad abre sus fauces para acabar con mi felicidad otra vez.
…
Cuando comienzo a despertar, percibo una sensación muy parecida a la que sentí en mi sueño: la misma calidez, el mismo latido del corazón de la mujer que estaba en mi sueño y que ahora, saliendo de la inconsciencia, recuerdo que tiene un nombre: Kagome.
Sin embargo, cuando me despierto completamente me doy cuenta de que esa maldita mujer me lleva en sus brazos como si yo fuera alguien querido para ella. Incluso acaricia mi cabello. ¡Pero qué se ha creído! Maldita sea, no puedo permitir que me engañen de esa manera. Nadie, salvo mi madre, me ha amado ni me amará nunca.
Así que hago lo que mejor sé y me alejo de ella. Y trato de escapar de estas personas que me hacen dudar de todo lo que he sabido hasta ahora, o a todo lo que me he resignado.
…
De acuerdo, voy a admitir que estas personas tienen más inteligencia y recursos de los que me imaginé. Sabían perfectamente qué hacer para retenerme en contra de mi voluntad y sabían cómo atarme a la gata gigante para que no escapara. De lo único que pude librarme fue de mi mordaza, así que les engalané el resto del viaje con parte de mi arsenal de insultos y amenazas. Incluso el kitsune trató de hablar conmigo, pero logré asustarlo.
Cuando llegamos a lo que parecía ser el lugar en el que estas personas habían montado su campamento, detecté la presencia de una criatura que, por primera vez no me venía a picar a mí. Supongo que la sangre de Kagome le llamó la atención en cuanto llegó, tal vez porque ya estaba fuera de su cuerpo.
—Anciano Myoga… —lo regaña Kagome con tono cansino y un suspiro. Era como si ya lo conociera. Eso me hace sospechar demasiado, así que comienzo a tratar de soltarme de mis amarres y de la gata.
—Mi querida Kagome, tu sangre es igual de deliciosa que siempre. —bueno, evidentemente se conocen.
—Si no quieres que te aplaste, más vale que te detengas y me dejes curar mi herida.
—Solo un poquit… Amo Inuyasha. —hasta que al fin mi mal llamado "sirviente" se olvida de su apetito y repara en mi presencia, sin embargo el muy traidor no se dirige a mí, sino a esos enemigos que me mantienen sujeto —¿Qué le ha pasado?
—Un monstruo polilla. No pudimos impedirlo— le explica el monje, mientras yo forcejeo para liberarme. ¿Qué monstruo polilla de qué?
—Ya veo— comenta Myoga mientras me examina, algo que está comenzando a hartarme. Todos me miran como si me pasara algo raro. Si me conocieran como dicen hacerlo sabrían perfectamente que los ojos, el cabello y las orejas tan poco comunes en los humanos son muy normales en mí.
—¿Existe algún remedio para esta situación, anciano Myoga? —preguntó la exterminadora. Pero, ¿de qué hablan? ¿Remedio para qué?
—Sí, no pensé que diría esto alguna vez, pero Inuyasha es más insoportable en pequeño. —protesta el kitsune mientras trata de mantenerme sujeto a la gata.
—Bueno, no estoy seguro de que sea efectivo, sin embargo recuerdo que en la época de gloria de mi señor Inu no Taisho—comienza a contar Myoga—existía un antiguo manantial que tenía la propiedad de devolver a quien lo bebiera a su estado original. Pero no he vuelto a saber de este desde entonces. Si logramos conseguir un poco de esa agua, es muy probable que el amo Inuyasha vuelva a la normalidad.
Pero, ¿de qué normalidad hablan?, ¿qué es lo que les ocurre a estas persona y a Myoga?
—Pero, anciano Myoga, eso es demasiado riesgoso. —reflexiona el monje— No hay manera de saber si esta agua sería realmente efectiva. ¿Cuál es el estado original de Inuyasha? Puede que lo regrese a cuando era un bebé.
Ya me ando cansando de preguntar de qué demonios hablan. ¡MALDITA SEA! En cuanto me libere les voy a arrancar la piel en tiritas, y se los hago saber una vez más, con lo que me gano una mirada triste de Kagome.
—Es un riesgo que será necesario correr. De no ser así, el amo Inuyasha permanecerá como un niño por algunos años más.
—Maldito Myoga, —refunfuño— eres una maldita pulga chupasangre traidora y cobarde. Ven aquí para aplastarte como te mereces.
—Estoy de acuerdo con el anciano Myoga, Kagome, —la exterminadora me ignora y se dirige a Kagome— es un riesgo, y tal vez no salga del modo en que necesitamos, pero si existe la posibilidad de devolver a Inuyasha a cómo era antes, vale la pena.
—Bueno, —continúa el monje — estoy de acuerdo con la hermosa Sango en que es la única idea que tenemos. Es peligrosa e impredecible, pero debemos llevarla a cabo.
Kagome se queda mirándome, y su mirada tiene algo que me obliga a ignorar todo lo que ocurre a mi alrededor y, hasta cierto punto, desisto de mi empeño de liberarme. Ella está buscando algo en mí que no sé qué es ni estoy seguro de que exista. Ella es mi enemiga, quiere "volverme a la normalidad", lo que sea que eso signifique. Parece que, sea lo que sea que busca, no lo consigue encontrar porque después de suspirar profundamente, como llenándose de valor, les dice a los otros:
—Hagámoslo.
—¿QUÉ? —¿qué son ellos? ¿Un maldito coro de geishas? No hay necesidad de decirlo a la vez.
—Busquemos el agua de ese manantial. Y esperemos que todo vuelva a ser como antes, en la mejor de las maneras.
Si en serio estos humanos pensaron por un momento que yo creería en sus mentiras y aceptaría su palabra de que dicen que me conocen, si era posible que existiera una oportunidad de que algo así sucediera, la acaban de destruir.
Obviamente no saben nada de mí, y lo primero que ignoran es que no iré voluntariamente con ellos a ninguna parte.
Continuará…
Más bien, creo que lo correcto sería decir que se me ocurrió una historia diferente y necesito ahora que el punto de vista de Inuyasha, lo que vivió y cómo lo vivió en esta aventura, quede plasmado también.
Hasta ahora todo lo que conté era viéndolo desde los ojos de Kagome, pero eso significaba que Inuyasha me halaba las orejas porque no lo dejaba dar su opinión. Es lo que ocurrirá aquí. Y en algunos de los próximos capítulos.
Si contarlo todo desde el punto de vista de un personaje es difícil, pues no les voy a decir lo duro que es hacerlo desde las vivencias de dos personajes. Pero lo haré por tres razones: uno, creo que será divertido explorar cómo se sintió Inuyasha en esta loca aventura en la que lo convertí en un niño; dos, porque tengo planes nuevos para esta historia en el futuro y lo voy a necesitar; y tres, porque es un reto autoimpuesto con el que busco superarme y espero no decepcionar.
Gracias por leer.
Besos!
