Porque si de situaciones incómodas hablamos, esta no podía faltar.
Estoy encerrada en el baño. ¿Cómo me puede pasar esto justo ahora? Quiero decir, quedar encerrada en el baño nunca es algo bueno, pero ahora mismo este encierro se me suma al hecho por el cual decidí huir a la única habitación a la que un hombre educado no me seguiría.
Mi hermano tiene razón cuando me dice que los problemas nunca vienen solos, sino en paquetes. Ahora mismo no solo corro el riesgo de ser despedida, sino que ni siquiera puedo salir del baño. Si no pudiese dejar la habitación solo por la vergüenza que me ahoga, estaría mejor la situación, pero no recordé que este cubículo tiene un problema con el seguro y no lo puedo abrir.
¡Felicidades, Kagome, estás despedida y ni siquiera vas a hacer el desfile de la vergüenza porque estás encerrada en el baño! Hablando de situaciones incómodas.
Tenía que haberme mantenido en silencio. Dios, tenía que haber hecho silencio, pero Miroku siempre logra desesperarme y el muy manipulador me hizo admitir que me gusta mi jefe. No solo que me gusta, sino que estoy absoluta y locamente enamorada de él. Y cualquier mujer lo estaría. Quiero decir, hasta las ancianas lo ven y suspiran: un cabello color plata natural (porque sí, es natural), un cuerpo que envidiarían los dioses griegos (no es que lo haya visto desnudo, pero lo infiero por cómo llena el traje), un rostro hermoso y muy varonil, pero lo más impresionante son sus ojos, de un dorado muy similar al oro líquido. Cuando lo veo a los ojos es como si mirara a dos soles y eso me fascina.
Sin embargo, si fuera un tipo insoportable no tendría problemas con alejarme de él, sin importar lo atractivo que fuera físicamente. No soy tan superficial. Pero el muy desgraciado es amable, inteligente, respetuoso y, a pesar de su obvia apostura y seguridad, tiene un toque tímido que me derritió el corazón al segundo de conocerlo.
Por lo que sí, incurrí en el gastado cliché de la secretaria que se enamora de su jefe. Pero eso nunca fue un problema, ni me impidió hacer mi trabajo con la eficiencia que siempre me ha caracterizado y sin dejarme llevar por los suspiros de adolescente que tengo que aguantar cada vez que estoy en su presencia. O así había sido hasta hoy, cuando mi mejor amigo y novio de mi mejor amiga (a los cuales en cuanto logre salir del baño voy a asesinar con alevosía, sobre todo al muy taimado de Miroku) me hizo declarar ante ambos que estoy enamorada de mi jefe. Lo cual no hubiese sido un problema si Inuyasha, también conocido como "mi jefe", no hubiera atravesado la puerta del salón de descanso en ese momento y me hubiese escuchado declarándole mi amor incondicional y unilateral.
No tengo ni idea de qué pasó después, dado que en cuanto noté cómo la sangre desaparecía de mi rostro para bajar a mis piernas, utilicé el impulso que esto suponía para huir despavorida y encerrarme en el baño. Ni siquiera sabía que se pudiese ser tan rápida en tacones de 12 cm.
Registro que alguien entra en el baño y me interrumpe mis patadas mentales en el orgullo.
—Por favor, quien quiera que sea, estoy encerrada en el último cubículo. ¿Podría ayudarme a salir?
—¿Kagome?
Mejor dicho, que nadie me ayude a salir. Tierra, podrías abrirte y tragarme en este momento. Por favor, evítame más vergüenzas por el día de hoy, por lo que más quieras. De todas las personas que trabajan en esta maltita corporación en este edificio de 20 plantas, tenía que entrar mi jefe. Definitivamente hoy no es mi día.
—Sí soy yo. Lo siento mucho, señor Inuyasha, por todo. No se imagina lo avergonzada que me siento por esta situación y por lo que escuchó.
—Kagome, escucha, yo… bueno…—me habla a través de la puerta del cubículo que a mí, incluso con los tacones, me sobrepasa por una cabeza, por lo que si Inuyasha se levantara en puntas de pies me vería claramente, pero creo que prefiere hablar sin que lo vea—yo… escuché lo que dijiste.
—Lo sé, señor, y en el momento en el que logre salir de aquí, aceptaré si me cambia de departamento o me despide y desapareceré de la empresa. Me imagino lo vergonzosa que esta situación debe ser para usted. —cuando estoy nerviosa hablo muy rápido y casi sin respirar, un defecto que me han señalado en algunas ocasiones.
—De hecho, te iba a invitar a cenar conmigo hoy en la noche.
—¿QUÉ? — morí y fui al cielo y todos mis deseos se hacen realidad.
—La verdad es que me gustas mucho, pero no me atrevía a pedirte salir porque pensé que te gustaba Kōga.
Kōga. El Jefe de Recursos Humanos. Nunca me ha gustado Kōga. Pero es un buen amigo de la universidad y está saliendo con mi amiga Ayame, algo que al parecer Inuyasha ignora.
—Nunca me ha gustado Kōga. —se lo hago saber.
—Sí, bueno,—detecto la sonrisa en su voz— después de lo que dijiste en el salón de descanso, creo que me quedó claro.
Siento mi rostro arder. Eso quiere decir que por mi inseguridad y su timidez y un malentendido estamos en esta situación. Si no fuera tan complicado me reiría.
—¿Qué me dices? ¿Aceptas ir a cenar conmigo esta noche?
—Solo si logra sacarme de aquí.
—Apártate hacia una esquina.
Y cuando le aviso que ya lo he hecho abre la puerta de una patada.
—Así que, ¿te recojo en tu apartamento a las 7:30?
—Me parece bien.
Sé que nadie conseguirá borrar la sonrisa de tonta que luzco en mi rostro y mis ganas de asesinar a Miroku fueron disminuyendo hasta que en medio de la cena Inuyasha me confesó que Miroku era su mejor amigo desde primaria y que él le había pedido ayuda para convencerme de salir con él. El muy tunante lo que hizo fue provocar una confesión de mi parte, así quedaba bien con los dos: no revelaba mi secreto confesándoselo a Inuyasha, sino que lo revelaba yo en su presencia y le daba a su amigo el dato que lo sacaba de su error y así podía invitarme a salir.
Lo sentía mucho por Sango, pero iba a matar a Miroku… y luego le iba a agradecer eternamente su ayuda.
