El día había amanecido radiante, la familia preparaba el desayuno animadamente y la abuela me había dicho que aquel iba a ser un día especial; sin embargo, yo no podía prestarle atención a nada de eso: mi mente sólo revivía una y otra vez la sensación del pecho de Bruno subiendo y bajando relajadamente bajo mi cabeza y recordándome que, aunque sólo fuese durante aquella noche, él estaría conmigo.

Una sensación relajante y anhelada que, a la vez, me dejaba un sabor agridulce. Un aire triste nos envolvió durante aquellas horas en la arena, y nos acompañó aquella mañana a la mesa.

—Dime, ¿quién es el hombrecillo lastimero que está sentado al lado de la abuela?

De todos los invitados que teníamos, ¿por qué tenía que ser Mr. Smolder el que se sentase a mi lado?

—¿Bruno? Es el hermano de mi madre.

—¿De tu madre? ¿No eran trillizos? Parece algo más joven.

—Ah… se conserva bien. Hace mucho ejercicio.

—Sí, la verdad es que tiene mirada de viejo.

Respiré hondo concentrándome en no meterle un mango entero en la boca a aquel chuleras por hablar así de Bruno.

—Y, cuéntame, ¿por qué tienes el pelo lleno de arena como él?

Oh, no.

Me sacudí el pelo instintivamente esperando que nadie más lo hubiese notado y me encontré con su sonrisa maliciosa.

—¿Qué? —pregunté algo más agresivamente de lo que la situación exigía.

—Nada… pero, creo que hoy, después del desayuno, tienes una cita conmigo.

—Yo no…

Eugenio levantó una ceja y entendí que no tenía elección. Si quería su silencio, tenía que tragar con él.

—Vale. Tú ganas.

—Perfecto.

—Familia y amigos —comenzó a hablar la abuela poniéndose en pie—, espero que estéis disfrutando todos estos días de reunión. Hoy traigo dos excelentes noticias. La primera, es que Isabela, Dolores y Luisa me han confirmado que han vuelto para quedarse. ¿Sabéis lo que significa eso?

—¡Fiesta de bienvenida! —contestó alegre Félix bailando en el sitio.

—Exactamente. Es una alegría teneros de vuelta, queridas.

Por fin una buena noticia.

—La segunda, es que me ha llegado una propuesta que creo que a todos os parecerá sorprendente pero imposible de rechazar.

—¿Qué es, mamá? —preguntó Pepa sin perder la sonrisa que la vuelta de su hija había pintado en su rostro.

—Los Gutiérrez están interesados en que su hija conozca mejor a nuestro querido Brunito.

La abuela acarició la pasmada cara de Bruno mientras sonreía ilusionada como si le estuviese regalando la vida por segunda vez y yo sentí cómo mi alma escapaba de mi cuerpo. Sería broma, ¿verdad? ¡¿Querían casar a Bruno?!

—Eh… mamá… yo no… No creo que sea buena idea —contestó Bruno titubeando y devolviéndole el latido a mi corazón—. Yo… no sé tratar con las mujeres y… no me siento cómodo con la idea.

—¿Qué tonterías son ésas? Claro que sabes tratar con las mujeres, vives rodeado de ellas. Y, Brunito, mi niño, es normal que te pongas nervioso al conocer a una mujer; te acostumbrarás. Poco a poco te relajarás y podrás disfrutar de su compañía.

No, no, no, no, ¡no!

—Pero, yo no…

—¿Por qué ahora, mamá? —preguntó mi madre disimuladamente luchando por mí la batalla en la que yo no me podía meter—. Ramona nunca ha querido tener pareja, y es algo más mayor que yo.

—Sus padres ya son muy mayores y no tiene descendencia. Creo que le teme a una vida en solitario. Pero es una bella mujer, por dentro y por fuera, y, aunque no nos pueda dejar descendencia, creo que sería bueno también para Bruno tener con quién compartir su vida.

Bruno desvió su mirada sutilmente hasta dar con la mía y apretó los labios. ¿Qué estaría pensando? ¿Querría aceptar? Quizás aquella era su oportunidad de encontrar la felicidad… Pero, yo… yo no podía creer que aquello estuviese pasando. Dolía pensar en no poder tenerle nunca, pero, mientras no hubiese otra persona, no sería una batalla perdida.

—De acuerdo, lo intentaré.

No…

—Perfecto. Pues ve preparándote, voy a confirmarles la cita para esta misma mañana.

Las lágrimas amenazaron con salir a la carrera y empañar aquel momento, pero no lo podía permitir. Si quería luchar por su felicidad, estaba en todo su derecho.

Pude sentir cómo mis padres se aseguraban de no mirarme en aquel momento para no hacer evidente mi estado de ánimo, y cómo Dolores agachaba la cabeza. También pude sentir la patada en la espinilla que me dio Isabela bajo la mesa. ¿Qué esperaba que hiciera? No podía retenerle sólo para esperar por un amor imposible; debía dejarle ir.

—Suerte con tu cita, ehm… ¿Bruno? —dijo Eugenio levantándose de repente y guiñándole un ojo—. Ahora, disculpad la interrupción, pero Mirabel me prometió una cita y ya no puedo esperar más.

Oh, no. Las cosas siempre se pueden poner peor.

—¿Vamos?

Cogió mi mano, tiró de ella sabiendo que no tenía fuerzas para contestar y me arrastró alegremente por todo el Encanto hasta llegar al lado de una pequeña plantación de maíz que lindaba con la última casa de pueblo.

—¿A qué se deben las prisas? —pregunté algo fatigada.

—Wow, ¿has visto la cara que ha puesto cuando te ha visto irte de allí? ¡Aquí hay tomate!

—No hay tomate; no hay nada. Ya lo has visto. Va a salir con Ramona, ¿no?

—Y, ¿me vas a contar por qué eso te da ganas de llorar?

—¿Por qué crees que eso me da ganas de llorar?

—Que te secases las mejillas haría tus réplicas algo más convincentes.

Eugenio se sentó sobre una roca y me invitó a acompañarle y yo me senté en el suelo, frente a él, marcando las distancias.

—No tienes por qué tener miedo de mí. Tampoco es que esperase que pasase nada entre nosotros, ¿sabes? Eres una ricura, pero no estoy interesado en ti.

¿Por qué no me sorprendía?

—Y, ¿a qué venía todo el paripé del seductor incansable?

—Uno tiene una reputación que mantener.

—¿De ligón descarado?

—Tengo que desviar la atención de mis intereses reales.

—¿Cómo se llama?

—¿Qué importa? Nunca será mía.

—Y eso, ¿por qué?

—Mi rubita… es una señorita de clase bien. Ella no se comporta como si lo fuese, es alocada, divertida, no le gusta guardar las formas y siempre va descalza a todas partes, pero… pero sus padres nunca me aceptarán. Yo soy sólo un pobre tonto que no puede olvidarse de ella.

—Vaya, eso me resulta familiar.

—No me cabe duda.

—¿Qué siente ella por ti? ¿Lo sabes?

—Creo que le gusto. Siento que hay algo especial entre nosotros, ¿entiendes? Pero… nunca me he atrevido a preguntarle de verdad. En lugar de eso, me limito a fingir que soy un mujeriego para no meterla en un apuro.

—Seguro que así te ganas a sus padres…

—Ya… Llevo tiempo pensando que necesito un plan B.

—Sí… eso parece…

—Y, ¿tú? ¿Has hablado con él?

—Me rechazó.

—No, en serio.

—¡Hablo en serio! ¡¿Por qué iba a inventarme algo así?

—Y, ¿por qué lo hizo? A mí me parece bastante evidente que está coladito por tus huesos.

—Él… sólo me quiere proteger. Quiere que tenga una familia, que encuentre alguien con quien me pueda casar y tener hijos; y quiere proteger mi relación con la abuela y mi reputación en el pueblo. Y quiere que el hombre que me dé todo eso… no sea treinta y cinco años mayor que yo.

—¡¿Treinta y cinco?! ¡¿Qué os pasa en esta familia?! ¡¿Por qué os conserváis tan bien?! ¡¿Qué os dan de comer?!

Reí al darme cuenta de que, realmente, la razón era lo que nos daban de comer y él me miró entre sorprendido e intrigado.

—Bueno, jovencita, ¿vamos a ver qué tal les va la cita?

—¡¿Es que me quieres matar?!

—¿Eso es un no?

—Yo no he dicho eso.

—Pues vamos.

Eugenio me ofreció su mano y yo la cogí con mucho más agrado que todas las veces anteriores. Quizás no había sabido ver más allá de mis narices. En el fondo, parecía un buen tipo.

El día fue una auténtica pesadilla. Lo pasamos escondiéndonos tras las esquinas como quien huye de la policía viendo cómo el pobre Bruno mostraba la más falsa e incómoda de sus sonrisas y caminaba torpemente mientras escuchaba las mil historias que Ramona parecía tener guardadas para él y miraba a los alrededores como buscando una salida.

—El hombre parece en apuros. ¿Cómo puede haber alguien a quien se le den tan mal las mujeres? ¿Qué ves en él?

—Que se le den mal no es algo malo.

—Eso lo dices porque te conviene.

—Exactamente. Y lo mantengo.

—Y, ¿qué busca todo el rato? ¿Crees que es a ti?

—¿Por qué iba a buscarme?

—Quizás quiere verte… o a lo mejor quiere saber qué tal nos va.

—¿Por qué iba a importarle? Ahora está construyendo una vida para sí —dije agachando la vista hacia el suelo.

—Ya… pues, por cómo nos está mirando, yo diría que sí que le interesa un poco.

—¡¿Nos está viendo?!

—No mires, sólo ríete como si hubiese dicho algo gracioso.

Para variar, no le hice ningún caso y miré hacia donde Bruno se encontraba. Sin embargo, mis ojos no llegaron a alcanzar los suyos; mi mirada se quedó clavada en cómo su mano era capturada por la de Ramona.

—Suficiente. Vámonos.

—Oye, espera… ¡Mirabel!

No quería verlo. No podía más. Sólo le estaba cogiendo la mano, y él ni siquiera le estaba prestando atención, pero… sus manos… quería que fuesen sólo mías.

—Venga, tendrá que comer, o abrazar a su familia, o rascarse el culo.

—¡A nivel romántico, idiota! ¡Me refiero a que no quiero que nadie le toque más allá de la amistad!

—Y, ahora, ¿qué?

—Ahora nada. Ahora me voy a casa a cogerme un empacho de buñuelos.

—Escucha, Mirabel… Por lo poco que he visto… Yo creo que lo hace por ti; para que le olvides y hagas tu vida. No es precisamente un Dandy, pero parece un buen tipo. Yo creo que deberías ir a por él.

—¿Qué te hace pensar que lo hace por mí?

—Pues, para empezar, que parecía querer salir corriendo todo el rato, para continuar la carita que se le ha puesto cuando te ha visto, y, para acabar, que nada más irte se ha puesto a dar de comer a las ratas en presencia de Ramona. Si eso no es querer matar el ambiente… yo ya no sé nada.

—Ah, las ratas… Es lo normal. Son sus amigas.

—¿Seguro que quieres estar con él?

—¡Déjame en paz ya!

—Bueno, de todos modos, Ramona no parecía estar de acuerdo contigo.

—¿Qué quieres decir?

—¡Qué hiciste, ¿qué?!

—Tenían hambre…

Bruno contestaba con total displicencia mientras cenaba bajo la divertida mirada de la familia y la espantada expresión de la abuela.

—¡Claro que te ha rechazado! ¡¿Qué esperabas?!

—Bueno, si no puede aceptar a las ratas, lo nuestro nunca podría haber funcionado.

—Haz lo que quieras, Bruno, pero, permíteme decirte que tienes las prioridades terriblemente trastocadas.

Bruno alzó la mirada y posó tímidamente sus ojos en los míos.

—No lo creo.

Seguramente, estaba viendo cosas donde no las había, pero… si esa medio sonrisa no significaba que lo había hecho a posta… como diría Eugenio, yo ya no entendía nada.

—Y, ¿bien? ¿Vas a rendirte con él? —preguntó el rey de Roma cuchicheando en mi oído.

—Nunca. ¿Qué vas a hacer tú?

—Bueno, si, después de ver cómo tú no te rindes con el panorama que tienes, voy y me rindo yo, me consideraría el ser más patético de este mundo, así que, gracias, salvadora, me has dado el empujón que necesitaba.

—Buena suerte, farsante.

—Quédatela, canija, te va a hacer falta.