Flor congelada.


Modern Au! Jack x Rapunzel.

Aviso: acoso escolar, violencia.


Rapunzel Bertrand estaba terriblemente acostumbrada a que la siguieran. Sus compañeras solían perseguirla por los pasillos de la escuela, las callejuelas cercanas al centro estudiantil y los vestuarios de la institución para tocarle las narices, romperle las cosas, robarle las tareas o, cuando Rapunzel tenía mucha mala suerte acumulada, darle palizas mientras la grababan. Algunos profesores solían perseguirla por pocos metros por los pasillos para preguntarle si se encontraba bien, a lo que ella siempre respondía huyendo de ellos y jurando y perjurando que estaba ocupada, porque decir la verdad no podía, pero mentir nunca le había gustado. Su madre solía perseguirle por todo el otoñal pueblo si era necesario cuando ella salía a darse un paseo, para evitar que se escapara y huyera lejos para siempre, explicaba siempre su madre, como si la pobre rubia tuviera algún lugar al que escapar, como si el propio medio no la aprisionara para siempre en el pequeño pueblo de Corona. La cosa es que solían perseguirla mucho, pero en esta ocasión era diferente.

Reconocía al chico, Jackson Overland se llamaba, un compañero de clase que, lo recordaba perfectamente, antes tenía el cabello marrón al igual que sus ojos, pero hace unas semanas su despeinada melena se puso blanca como la de un anciano y sus ojos se aclararon hasta hacerse azules. Los profesores habían aceptado eso de que sus padres le habían dado permiso de teñirse el pelo y empezar a usar lentes de contacto de colores, pero Rapunzel hace tiempo notó a la perfección que su piel se había vuelto más pálida de lo normal y que sus pestañas también estaban más blancas. Aquello no era normal y ella parecía ser la única que se daba cuenta de ello.

La cosa es que Jackson Overland la estaba persiguiendo, por mucho tiempo. Amenamente, es cierto, no parecía estar interesado en alcanzarla, solo caminaba a varios pasos detrás de ella, incluso diría un par de metros, con sus ojos, ahora, azules, fijos en su cuerpo. Y lo hacía con una sonrisa, una sonrisa ladina que algunas habían empezado a clasificar como coquetas y burlonas, pero que Rapunzel las consideraba aterradoras.

Ah, y llevaba un maldito palo. Un jodido palo.

¿Por qué tenía un palo con él cada vez que la seguía? Ni idea, pero lo tenía.

Jackson Overland hasta entonces le había parecido un buen muchacho, un empático muchacho que pasaba por sus mismas penurias y que, incluso si él no podía hacer mucho porque las mismas chicas que le hacían imposible la vida a ella tenían novios que le hacían la vida imposible a él, intentaba cada cuantos regalarle una sonrisa para dejarle claro que, cuando lo necesitara, tendría su hombro para llorar o alguien de confianza para curarle las heridas.

Pero ahora no, ahora se la pasaba detrás de ella cada día, caminando con un maldito palo de su tamaño apoyado en el hombro.

No podía evitar bajarse los pliegues de la falda, estirar su suéter para que no marcara su cintura, hacer cualquier cosa para que su figura no se notase tras la ropa. Lo sabía a la perfección, si a él se le ocurriese intentar algo a la fuerza, podría. Algo le decía, o más bien quería creer, que Jackson no sería capaz de hacerle daño, pero hace ya bastante tiempo que no sabía exactamente qué era cierto y qué no sobre ese muchacho.

Siempre tenía la tentación de voltearse y preguntarle qué era lo que quería de ella, pero nunca recopilaba la valentía suficiente.

Aquel día no fue diferente, pero eso no eliminó el hecho de que tuvo que verle.

Antes de que siquiera lo notara, varias manos la arrastraron hasta un callejón diminuto y maloliente.

Maldice mientras cae sobre charcos que reza porque sean solo de agua estancada, gruñe levemente cuando su nuca tiene que chocar contra la pared de ladrillos. Aruña las palmas de su propia mano al ver todas las sonrisas crueles que apuntan en su contra.

–Hasta que te pillamos solita, cielo –ríe una de ellas, acercándose con lentos pasos hacia la pobra rubia que solo sale apretujarse sobre sí misma, como si eso pudiera protegerla de lo que se le venía encima–. Llevas bastante tiempo dándote paseítos con ese anciano.

–Ya, no sería bueno tener un testigo, linda –comenta otra.

Otra más ríe. –Ha sido tan complicado pillarle solita.

Vaya, su acosador en cierto punto la libraba de palizas. Así que era un mal u otro.

Al ver que Rapunzel alza una ceja y parpadea confundida, la líder de ese grupo chasquea la lengua.

–¿Algo qué decir, rubita?

Oh, por favor, se le podía ver las raíces castañas bajo esa melena rubia de bote. ¿En verdad todavía no pensaban en algo mejor luego de varios años de tocarle las narices y hacer su vida un infierno?

Rapunzel duda, hasta que decirle no contestarle, no tiene prueba alguna de que Jackson hiciera algo para ayudarla, decirles que él estaba a varios pasos detrás de ella puede sencillamente no hacer otra cosa que decidan hacer la paliza sencillamente más rápida de lo normal, o que se ensañen mucho más cuando lo vean pasar de largo. Niega fuertemente con la cabeza, prefiere que sea como siempre, que la mención del muchacho no altere absolutamente nada.

Lloriquea cuando una mano la toma del cabello y empieza a tirar con rabia.

–Oh, no llores tanto, cielo –le habla una de las que estaba a la izquierda de la rubia líder–, ¿no estoy siendo tan ruda, verdad que no? –las demás concuerdan con su cómplice mientras Rapunzel llora del dolor–. Todavía no hemos siquiera empezado, rarita de los cojones, no te pongas a llorar tan fácil, haces que se pierda lo divertido de golpearte.

Toma impulso con el brazo para estamparla contra el suelo, pero unos toques contra la pared alarman a todas.

Jackson está ahí, sonriente. Con el palo que siempre llevaba consigo golpeando levemente la pared, como si tocara a una puerta para poder entrar, su cabeza ladeada en una postura terriblemente incómoda.

–Hola –canturreó risueño–, ella no está sola, chicas. Yo estoy aquí –aclara con obviedad mientras sube una de sus pálidas manos hasta su ojo derecho–. Como testigo –añade mientras se le ensancha la sonrisa y abre la mano como si fuera un ojo abriéndose–. ¿Que hacen unas zorras salvajes rodeando a una pobre florecita solitaria?

Una de ellas, una tal Vanessa que se la tenía jurada con una compañera del coro llamada Ariel, sisea con rabia en dirección a Jack. –¿Cómo nos has llamado?

Jack sigue sonriendo. –Zorras –responde sin inmutarse.

Vanessa ríe con rabia. –Oh, pequeño pedazo de imbécil, Gastón te dará mañana la puta paliza de tu vida.

La rubia líder ríe con la misma rabia, pero con mucha más crueldad.

–Eres hombre muerto, Jackson Overland.

De momento a otro, Jackson se aparta de la pared para caminar lentamente hacia ellas, con una mano apretando fuertemente su querido palo.

–Ya estoy muerto, pedazo de idiotas –dice entre lunáticas risillas, confundiendo al grupo de amigas y haciendo que retrocedan al verlo alzar su palo para sostenerlo como un bate de béisbol–. Pero ya que vuelvo al infierno, mejor divertirme primero.

Rapunzel lanza un agudo grito de pánico al ver cómo Jackson atizaba como un puto psicópata a una de las chicas con es maldito palo. Le volteó la cara con tanta fuerza que la pobre desgraciada se desmayó del dolor, con la mejilla hinchada, un diente salido y sangre saliendo de su boca. Escucha reírlo mientras repite la misma acción con otras dos chicas. Las demás intentan que escapar, pero, de alguna forma, él es más rápido.

Llorosa y aún gritando, incapaz de ver cómo Jackson se burlaba de sus víctimas, Rapunzel intenta escapar lejos de toda esa locura infernal.

–¿Punzie?

La voz repentinamente dulce de él la detiene de golpe. Pero ella no se atreva voltearse.

–¿Por qué te vas? –le pregunta con una vocecita que sería tierna sino fuera por el contexto–. Pensé que querrías ver esto.

Jadeando y perdiendo el aire cada vez más, sale corriendo sin ver hacia atrás como siempre lo hace, aún sin la valentía necesaria para verle.


Al día siguiente, mientras la pobre rubia intenta calmarse todo lo posible, luego de pasar toda la noche convenciéndose de que todo había sido una bizarra alucinación y que definitivamente Jackson Overland no les había dado una paliza tan brutal a las chicas que la acosaban, Eugene Fitzherbert se apoya de momento a otro en el casillero más cercano al de Rapunzel consiguiendo la pobre chica espantada pegue un brusco respingo que hace que tire sus libros. Un estruendo se forma en todo el pasillo, se voltean a verlos y ella quiere morirse en ese momento

–Dios, lo siento –suelta el muchacho en seguida–. No pretendía asustarte –asegura mientras se agacha a ayudarla a recoger los libros–. De verdad que lo lamento.

Ella solo niega y asegura que no pasa nada.

–No hace falta –balbucea mientras toma rápidamente el único libro que él logró tomar–. Por favor déjame.

–¿Cómo? –ella se espanta al escuchar su pregunta–. Rapunzel, no pretendo...

Ambos se llevan un susto de muerte cuando Jackson le coloca una mano en el hombro a Eugene para agacharse a la altura de ambos.

–Te ha dicho que la dejes, Fitzherbert –le dice con rabia, perdiendo esa sonrisa que Rapunzel juraba que siempre llevaba desde que su cabello se volvió blanco–. Aunque bueno, estarás acostumbrado a pasarte por los cojones lo que una chica quiere o no.

Eugene se quita la mano de Jackson de encima de un brusco manotazo. El muchacho castaño se levanta y el otro le imita luego de tomar todos los libros que quedaban en el suelo. Jackson empieza a ignorar a Eugene, colocando los libros de Rapunzel en el casillero de la chica luego de preguntarle exactamente cuáles eran los que necesitaba para ese momento.

–Puedo llevarlos por ti si quieres, florecita.

Tiembla al escuchar el mismo apodo de la tarde anterior, pero sí que tuviera que elegir entre el albino y el castaño, de la misma forma que eligió a Jackson sobre ese maldito grupito de acosadoras, elegiría al albino.

–N... no hace falta, Jackson –logra responderle titubeante, incapaz de regresarle la fija mirada.

–Dime solo Jack, linda –le dice de momento a otro en voz baja, de modo que solo ella le escucha, atreviéndose a acariciarle delicadamente la mejilla derecha.

Su piel está fría como la de un muerto.

–Oye, Overland –lo llama Eugene con rabia, Rapunzel, a quien Jackson –o solo Jack al parecer desde ahora– encara, puede ver a la perfección como la sonrisa se le cambia a mueca de asco. Jack voltea a ver a Eugene–. Estoy intentando tener una conversación con Rapunzel, ¿por qué no te mueves antes de que tenga que moverte, eh?

Una risilla se le escapa a Jack. –¿Moverme? –repite burlón–. ¿Por qué debería moverme para que puedas tener una conversación en privado con ella? –de repente un brazo de Jack le rodea los hombros posesivamente a Rapunzel–. ¿Qué quieres con mi chica, Fitzherbert?

Eugene se muestra sorprendido, tanto que no se da cuenta que Rapunzel también está sorprendida por las palabras del muchacho albino, por unos segundos hasta que, después de un gruñido por lo bajo, decide hablar frente a los dos.

–Quería preguntarle si sabía algo de Vanessa y su grupito.

–Oh, pues sí que Rapunzel sabe algo –responde Jack rápidamente, apretando los dientes y con rabia en la mirada azul–, sabe que esas idiotas han estado haciéndole la vida un maldito infierno, sabe que le dan palizas cada tanto por pura diversión y, que gracia esto, sabe que hasta ahora tú te has limitado a reírte o a ignorar toda la mierda por la que ella ha pasado... lo que no sabe, y yo tampoco, es... ¿qué es lo quieres ahora, Eugene? ¿qué quieres de ella?

A pesar de toda la rabia, el muchacho de cabellera castaña logra responderle con calma. –¿Por qué no dejas que tu chica –dice aquello con ironía, como si el hecho de que esos dos salieran fuera una broma del destino– hable por sí misma, Overland?

Eugene le da un leve empujón a Jack en el hombro, pero no logra moverlo ni un centímetro, incluso llega a ser vergonzosa la visión que los tres pueden apreciar. La mano del más alto y fornido de los dos contra el hombro de Jack, la falta absoluta de movimiento del albino que se limita a mirarle fijamente con aburrimiento, la vergüenza con la que su mano decide apartarse lentamente.

Antes de que ninguno de los tres pudiera hacer nada para que esa terrible situación fuera olvidada, aunque Jack parecía estar disfrutándola, el timbre suena llamando a todos a clase. Eugene vuelve a gruñir por lo bajo, antes de enfundarse las manos en los bolsillos de la chaqueta e irse básicamente con el rabo entre las piernas, incrédulo de no haber sido capaz de mover al enclenque de Jackson Overland, cosa que no lo sorprendería tanto si, al igual que Rapunzel, se hubiera dado cuenta que Jack había cambiado muchísimo desde el primer día que llegó al instituto como si primero se hubiera sumergido entero en una enorme piscina de lejía.

Intenta irse a su clase, pero siente el rostro de Jack contra su oreja izquierda.

–¿Quieres fugarte de este pueblo? –pregunta con delicadeza, como si ella estuviera enferma y él tuviera la amabilidad de preguntarle si necesitaba algo para sentirse mejor.

De alguna forma, logra no volver a tirar los libros.

–¿C... cómo dices? ¿Fugarnos?

–Sí, tú y yo. Lejos de este pueblo de mierda.

Ella niega con dificultad mientras ve por el rabillo del ojo como todo el mundo empieza a irse. –N... no... ¿a dónde iríamos siquiera? ¡No! –se detiene de golpe, alejándose él–. Has estado semanas siguiéndome como un maldito lunático, les has dado una paliza con un palo.

–Cayado –la interrumpe.

–¿Qué?

–Era un cayado no un simple palo, hay una gran diferencia entre uno y otro, sencillamente no son lo mismo.

Ella parpadea incrédula antes de seguir. –Vale... un cayado –toma aire y traga con dificultad–. Les has dado una paliza con un cayado a un grupo de tenías que hoy no han venido a clase, te has presentado de la nada llamándome "tu chica"... ¿y ahora me hablas de fugarnos juntos?

–Sí –le asiente sonriente, como si nada de eso fuera verdaderamente importante, como si hablaran de una película y no de sus vidas–, eso lo resume bastante bien, florecita.

Ella boquea como un pez fuera del agua hasta poder ser capaz de preguntarle lo más importante. –¿Qué pretendías? –al verlo fruncir el ceño por la confusión, ella insiste en su duda–, ¿qué ibas a hacerme? ¿qué planeabas hacerme mientras me seguías?

Él se muestra terriblemente entristecido y ofendido por la pregunta de ella. –Yo... solo quería protegerte, Rapunzel. Te seguía porque sabía que no te harían nada como te vieran con alguien, y, tal y como ocurrió, llevaba el cayado para defenderte si llegaba a hacer falta... jamás te haría daño, florecita.

Intentando mantenerse firme y alejada de él, intentando ignorar la necesidad que tenía de abrazar a la única persona que le había mostrado un mínimo de preocupación en toda su vida, Rapunzel da unos temblorosos pasos hacia atrás, pero él insiste en la cercanía y ella ya no se atreve a seguir retrocediendo.

–¿Cómo podría ser capaz de confiar en ti?

Nuevamente, su congelada mano le acuna delicadamente la mejilla, su rostro entero entra en calor repentino que solo aumenta cuando él va inclinando su rostro hacia el de ella, llegando a pegar sus frentes y combinar sus respiraciones.

–Yo jamás te lastimaría, Rapunzel –le susurra lleno de cariño, comenzando a acercarse a sus labios, haciéndola temblar–. Siempre estaré ahí para protegerte, florecita, cuidaré tu belleza ante el mal, antes no tenía la suficiente fuerza para alejar a los insectos y a las plagas de ti, antes no tenía otro jardín, uno en mejores condiciones, al que llevarte, pero ahora todo eso ha cambiado, ahora puedo cuidarnos, no tendrás que sufrir más, Rapunzel, ¿no te gustaría eso? ¿no te gustaría que te sacara de aquí?

Al verse incapaz de responder a sus preguntas, Rapunzel alza sus manos hasta el cabello blanco de Jack.

–¿Qué te ocurrió? ¿qué ocurrió en verdad en ese lago, Jack?

Los brazos de él bajan para apretujarle con ternura la cintura, como si le enterneciera que ella se preocupara tanto por saber qué le había pasado en verdad aquella tarde que lo llevaron a rastras hacia un lago congelado.

–Ven conmigo, Rapunzel, te haré feliz eternamente, lo prometo.

Ella tiembla entre sus brazos mientras acumula valentía para verlo a los ojos. Le había querido durante tanto tiempo, lo había visto como su único aliado, su único amigo... había soñado muchísimas veces en escapar junto a él, buscar un mejor lugar, huir de las cadenas de dolor de ese maldito pueblo, estar juntos para ser felices eternamente, tal y como él lo acababa de decir.

Esto podría ser solo un sueño, uno muy bizarro, pero sí esto estaba ocurriendo de verdad, entonces esta era la oportunidad por la que había estado esperando toda su vida.

–De acuerdo, Jack... vámonos de aquí.


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Es que vi Carrie hace poco y eso me dio una idea... idea que se me mezcló con el personaje de Hort de la película La Escuela del Bien y del Mal (la cual me parece mil veces mejor que el libro, solo leí el primero, no aceptaré discusión alguna, peleen con la pared) lo que llevó a que me preguntara por qué la chica acosada en el instituto tiene que quedarse con el popular bueno del insti y no con el rarito que tiene tendencias no muy pacíficas que digamos... y así llegamos a una versión oscura y moderna del JackUnzel que disfrute bastante.

No os sabría decir qué ocurrió exactamente con Jack, eso va mucho a vuestra imaginación.

Les he dado a Gothel y a Rapunzel apellidos franceses no solo por mi headcannon de que Rapunzel es francesa en un Au moderno, sino también que estaba intentando probar suerte a ver si alguien le había dado un apellido a Gothel y todo lo que encontraba es que ella era Madame Gothel, así que me busqué un apellido francés cualquiera, me encontré con este que significaba algo así como "célebre" y "cuervo" porque se compone de dos palabras y tiré para adelante.

Nunca lo he mencionado, pero mientras creo que inglés Jack llamaría a Rapunzel "sunshine", en español la llamaría florecilla o florecita.