CAPÍTULO 1

Como era su costumbre, Shinobu despertó esa mañana al verse su sueño interrumpido por el canto de las aves. Una de las ventajas de vivir en las montañas era el servicio de despertador que ofrecían los pájaros cantores todas las mañanas. En cambio, algo no tan ventajoso era que las mañanas podían ser especialmente frías aún en plena primavera.

Sin abrir los ojos Shinobu extendió sus brazos en busca de su calentador corporal patentado, mejor conocido como su esposo. Más no fue capaz de encontrarlo. Shinobu suspiró derrotada y al no tener todavía ganas de levantarse se conformó con abrazar la almohada de su ausente marido.

Solo unos cinco minutos más.

Al cavo de un rato comenzó a escuchar el sonido de pies y vocecillas por la casa. Sus hijos ya deberían haber despertado. No queriendo dar mal ejemplo a sus retoños como una holgazana que se queda dormida hasta tarde, Shinobu se levantó al fin.

Se dio un baño rápido para después arreglarse frente al espejo. A veces Shinobu envidaba lo simple que era la rutina matutina de su esposo en comparación a la suya. Prácticamente lo único que tenía que hacer era lavarse la cara y peinarse, entre comillas el pelo, y listo.

Y a veces ni eso, que le queda bien tener el pelo como Dios le da a entender.

Por otro lado, también tenía que admitir que la culpa era de ella. Su marido siempre le decía que no era necesario que se arreglara todas las mañanas. Pero a ella le gustaba que él le dijera que era la mujer más hermosa del mundo. Y dado que en el pueblo existía el consenso sobre como la doctora esposa del jefe de policía era la mujer más hermosa del pueblo, bueno, era una imagen que Shinobu estaba orgullosa y comprometida a mantener.

Aprovechando que era su día libre y no esperaban visitas, Shinobu se vistió tan solo con un kimono komon. Este en particular había sido un regalo de Aoi para celebrar el nacimiento del tercer hijo de Shinobu. Era color blanco con dibujos de mariposas rojas, moradas y otras más pequeñas color azul. Las cuales la representaban tanto a ella, su esposo y sus hijos.

Una vez lista, salió de la recámara en dirección a la cocina. Fue ahí donde se encontró con él.

Ahí, quitado de toda pena o vergüenza de estar realizando labores típicamente femeninas, se encontraba a quien fuera el asesino del rey demonio Muzan Kibutsuyi, que durante siglos asoló a Japón junto a sus hordas de demonios.

El Pilar de Fuego. El último usuario de la Respiración Solar. El héroe, la leyenda. Pero lo más importante, el esposo de Shinobu y padre de sus hijos.

―Buenos días Rayo de Sol.

―Buenos días Mariposa violeta.

Tanjiro dejó lo que estaba haciendo al ver a su mujer acercársele con claras intenciones de recibir su beso de buenos días. Beso que él estaba más que dispuesto a entregar.

―¿Dormiste bien?

―Sí, aunque mi despertar fue algo frío por tu ausencia.

―Bueno, discúlpame, pero no todos tenemos días descanso.

―Somos padres de tres hijos que muy pronto serán cuatro― respondió Shinobu, al tiempo que cubría su abultado abdomen con su mano izquierda ―Tú y yo no sabremos lo que es descansar hasta que estemos muertos.

Tanjiro se rió del ácido chiste de su amada esposa.

―Amen por eso― respondió, para luego darle otro beso ―¿Traes a los niños? El desayuno está listo.

―Claro.

Shinobu ni siquiera tuvo que preguntar dónde estaban sus retoños. Solo tuvo que seguir el ruido de sus risas y los ladridos de Yuki, la kishu inu de la familia. A quien Shinobu daba las gracias por mantener la casa completamente libre de gatos.

―¡Niños, hora de desayunar! Vaya a lavarse las manos.

Las respuestas positivas de los niños no se hicieron esperar.

Shinku, la hija mayor de 6 años, nombrada así por su cabello y ojos rojos.

Takeshi, su segundo hijo de 4 y medio, tenia cabello negro y ojos morados como su madre.

Honoka, su hija menor de solo 3 años. Tenía el cabello negro y ojos violeta. Nezuko decía que era la viva imagen de su abuela Kie.

Finalmente se sentó la familia a desayunar los alimentos cocinados por el padre. Sopa miso, arroz blanco acompañado, huevos cocidos y té verde para acompañar.

Era domingo, el único día en que Shinobu no trabajaba en su clínica. Por el contrario, y como bien dijo, el jefe de policía no tiene días libres. Así que tras degustar su desayuno, Tanjiro se fue a poner su uniforme para luego retirarse al trabajo.

―Ten un buen día en el trabajo― dijo Shinobu.

―Gracias. Intenta descansar por favor. No te vayas a poner a trabajar en tu huerto.

―Pero tengo un buen presentimiento para este año― replicó la doctora.

―Shinobu...

―Me lo agradecerás cuando tengamos suficientes uvas y fresas como para abrir un puesto de fruta en el pueblo.

―Claro, como nos hace tanta falta el dinero― dijo Tanjiro con sarcasmo.

―Mira quien habla― le respondió Shinobu en el mismo tono.

Y tenía derecho. Ambos sabían que ella ganaba dinero más que suficiente para mantener a la familia. Es decir, personas de otros pueblos y hasta de ciudades cercanas venían a atenderse con ella. Eso sin contar las regalías que Aoi mandaba de la Finca Mariposa (ahora un hospital abierto al público), ni de las pensiones que todavía les enviaba el joven Patrón del ahora disuelto cuerpo de cazadores de demonios.

―Ya sabes que no es por eso.

Shinobu suspiró. Claro que lo sabía. El trabajo de Tanjiro era nada más obra de su necesidad de sentirse útil y ayudar a los demás.

―Sí, lo sé. Pero me gustaría que trabajaras en algo que te diera más tiempo para estar con nosotros.

―Cuando nazca el nuevo bebé te prometo que dejaré el trabajo. Después buscaré algo diferente― abrazó a su esposa, para animarla ―Quien sabe, si el huerto de verdad funciona, tal vez termine dedicándome a eso.

―Muy bien, entonces debo darme prisa si quiero que estar a tiempo para la temporada de cosecha.

―¿Sabes qué? Olvida lo que dije. Niños, no dejen que su madre trabaje mucho.

―¡No te preocupes papá!― respondió Shinku.

―¡Sí, nosotros cuidaremos a mamá!― siguió Takeshi.

―Muy bien― contestó el alegre hombre, despidiéndose de sus hijos acariciándole las cabezas y dándole a su esposa un último beso de despedida.

Shinobu quedó de pie en el portal de su casa, viendo a su esposo alejarse por la vereda mientras que sus hijos se fueron a seguir jugando con Yuki.

Shinobu suspiró el suave aroma de los pinos que componían el bosque que rodeaba su casa, el cual era incluso más fuerte que las flores de glicinia que colgaban de la valla que delimitaba la propiedad.

Luego de tantos años de tristeza, odio y venganza, Shinobu finalmente vivía feliz y tenía todo lo que siempre quiso.

Era un auténtico sueño echo realidad.

―Tienes un esposo maravilloso― es escuchó de pronto a una voz masculina sobre el hombro de ella.

―Lo sé― respondió ella, demasiado feliz para molestarse en voltearse a ver al recién llegado.

―Y unos niños hermosos.

―Y pronto llegará uno nuevo.

―Y qué casa más bonita.

―Sí. Aunque a mi Rayo de Sol le molesta que haya contratado a personas que la construyeran sin dejar que el moviera un solo clavo. ¡Hahaha!

―¡Hahaha! ¡Qué ternura! ¡Es verdaderamente conmovedor! Nunca me habría imaginado que alguien podría amarme tanto― festejó el misterioso invitado, quien parecía estar a punto de cantar de alegría.

Pero la alegre proclamación de aquella persona desconcertó a Shinobu.

¿Amarlo? ¿A él? ¿Quién, yo?

―Disculpe, ¿Qué quiso decir?

Shinobu se giró sobre si misma para encarar al recién llegado. Lo que vio hizo que se le helara la sangre y el corazón le trepara por el pecho hasta la garganta.

―Exactamente eso― respondió Douma, con aires de obviedad ―Me conmueves como no te puedes imaginar. Pudiendo haber tenido todo esto, me elegiste a mí.

El demonio extendió su pálida mano en dirección al rostro de Shinobu, con intención de acariciarle la barbilla con el reverso de sus nudillos. Instintivamente, Shinobu dio un salto para alejarse del demonio y sin darle la espalda, giró su rostro a la vereda.

―¡TANJIRO!

El pánico y confusión que Shinobu sentía crecieron exponencialmente al ver que su esposo ya no caminaba sobre la vereda. Y lo que es peor. No había más vereda, ni bosque, ni un pueblo que se divisara al pie de la montaña.

Aún así, su entrenamiento le permitió concentrarse en su siguiente objetivo. Sus hijos. Se volteó a la casa para ordenarles huir, pero las palabras no alcanzaron a salir de su boca.

Su hogar ya no estaba ahí. Ni el bosque, ni la montaña siquiera. Solo un inmenso vacío negro sobre el que ella y el demonio parecían flotar.

Lo siguiente que Shinobu hizo fue cubrir su vientre con los brazos, en lo que sería un esfuerzo por proteger a su bebé. Pero en lugar de la redondez del embarazo, encontró un abdomen plano y macizo.

Sin poder creer lo que sus manos sentían y en contra de toda regla de no quitarle los ojos de encima al oponente, Shinobu bajó la vista a su estómago.

Y al comprobar que no había rastro de su embarazo, no pudo evitar llorar.

―¡Mi bebé, mi bebé! ¿¡Dónde está mi bebé!?― eran los gritos de desesperación de la afligida madre, quien con sus manos exploraba su cuerpo como si su bebé perdido fuese a salir mágicamente de entre alguno de los recovecos de su piel o ropa.

―Preciosa, cálmate, esas lágrimas van a arruinar tu maquillaje.

―¡CÁLLATE BASTARDO!― con más furia de la jamás había sentido ―¿¡Dónde está mi familia!? ¿¡Qué les hiciste?! ¡Dime o te juro qué―

Fue al elevar la vista que Shinobu descubrió que el escenario había vuelto a cambiar. Esta vez a algo que ella reconocía. Un lugar que apagó medianamente su furia y se cubriera de miedo.

―N-no... No puede ser.

―¿Recuerdas este lugar, querida? Fue donde efectuaste tu última danza. Fue donde te entregaste a mí en cuerpo y alma.

―No, no, no. No puede ser― murmuró Shinobu con incredulidad, mientras se ponía de pie. Sin tiempo para darse cuenta de que ya no llevaba puesto el kimono que le regaló Aoi. Sino su uniforme de cazadora de demonios.

―Esto no puede estar pasando... ¡T-tú estás muerto! ¡Inozuke, Kanao y yo te matamos!

―¿Segura? ¿Y entonces, cómo es que estoy aquí?― preguntó burlonamente.

Shinobu no tenía respuesta. No entendía nada. Ni por qué Douma estaba parado frente ella. Ni como es que habían regresado a la fortaleza infinita. Ni en qué momento se puso de nuevo su uniforme, o cómo es que su espada llegó a sus manos.

Espada que Shinobu decidió apuntar hacia la Luna superior.

―¡D-déjate de juegos! ¡Dime dónde están mi esposo y mis hijos!― demandó saber, mientras lágrimas de rabia y angustia escurrían a cántaros de sus ojos.

Douma no se inmutó por el tono amenazador de la cazadora. Más bien le pareció divertido. Tierno incluso. Se rascó la barbilla con su abanico mientras fingía pensar.

―Tu "esposo"... Imagino que a esta hora él y el pilar del Agua deben estar peleando con Akaza. Si es que siguen con vida, claro.

Las palabras de Douma solo sirvieron para empeorar el estado emocional de Shinobu.

¿Tomioka? ¿Akasa? Pero ellos... ellos también están muertos... ¡No puede ser, no puede ser! ¿¡Qué está pasando?!

―En cuanto a tus cachorros. Eso es un poco más complicado...― Douma cerró los ojos y por un momento pareció como si de verdad se esforzara en razonar su respuesta ―¡Ya sé! ¡Seguro deben estar en Saturno! ¡¿No lo crees?! Como dice la canción ¡Hahaha!―

Shinobu liberó un desgarrador grito de guerra y se lanzó con todas las fuerzas de sus piernas en contra del demonio. Con la intención de clavar su espada justo en medio de los ojos de aquel repulsivo ser.