Los personajes de esta historia no me pertenecen. Son propiedad de los creadores del juego del Bardurs Gate.
No obtengo beneficio alguno por escribir esto salvo mi propio entretenimiento.
AVISO: Este fanfic es YAOI (y slash)y este se da entre los personajes de Anomen y Haer'Dalis, si este género no te interesa o te resulta desagradable no lo leas, comprendo perfectamente esa postura.
Aclaración: Sé perfectamente que los personajes de esta historia nunca actuarían así en el juego, están fuera de carácter para que cuadre con mi argumento. Me he sacado esta historia, y las situaciones que tienen lugar, de la manga.
Capítulo1. De sanadores y protectores.
- ¿Anomen?
El clérigo guerrero no contestó ni dio muestra alguna de haberle oído, de hecho ni siquiera alzó la vista de la almohada.
Había sido una semana muy dura para Anomen Delryn, una semana horrible, la muerte de su hermana, el dilema de elegir entre la venganza y la justicia.
Haer'Dalis tenía por costumbre no tomarse nada en serio, pero había un limite para todo. Se había mantenido respetuosamente en silencio durante aquellos trágicos sucesos dejando al resto del grupo la tarea de apoyar al joven clérigo de Helmo.
El tielfling suspiró quedamente, muchos le consideraban terriblemente frívolo, de hecho Anomen encontraba su comportamiento enervante y se salía de sus casillas con sus bromas, pero no era tan superficial como podían pensar. Era un artista, y como tal había aprendido a leer los sentimientos en los gestos, a ver la belleza en cada detalle, y a juzgar a las personas. Pero por primera vez había juzgado mal a alguien, y eso le intrigaba.
La primera vez que había visto a Anomen le había catalogado de inmediato, un clérigo joven y pretencioso, entregado a las normas y leyes, totalmente cegado por su sentido del deber y convencido de tener la razón en todo momento.
Y provocarle era tan fácil, un par de chistes fáciles, un comentario burlón y Anomen enseguida picaba el anzuelo y empezaba a despotricar contra su actitud.
Pero le había juzgado de modo muy superficial, Haer'Dalis observó la armadura de Anomen dispuesta sobre la mesa de la habitación, limpiada con la dedicación que daba a absolutamente todo lo que hacía. Anomen podía ser arrogante, estricto y estrecho de miras, pero no era por vanidad o fanatismo como había pensado en un principio.
Tras oír de boca de Anomen las dificultades atravesadas para entrar en la Iglesia de Helmo, tras ver de primera mano el trato despreciativo y tiránico de su padre, resultaba fácil ver que la actitud irritante de Anomen era falta de autoestima.
- ¿Qué quieres?
La pregunta era seca y brusca, clara indicación de que Anomen no quería una respuesta sino que se marchara. Haer'Dalis se sentó cómodamente en la esquina de la cama y se reclinó con intención de estar allí mucho tiempo, le gustara o no a Anomen.
- Vamos, mi Cuervo, solo quería asegurarme de que no te habías ahogado mientras te quitabas ese montón de hierro que llamas armadura.
Las manos de Anomen aferraron la almohada con fuerza, hasta dejar los nudillos blancos, y Haer'Dalis sonrió, no podía evitarlo, pincharle era tan fácil...
- Me llamo Anomen, guárdate el apelativo para alguien que lo quiera.
No podía ver la cara de Anomen pero podía imaginar su ceño fruncido y la expresión de furia contenida que tanto le gustaba, cierto era que Anomen tenía una sonrisa preciosa, pero incluso enfadado tenía un cierto encanto.
Oh si, Haer'Dalis sabía apreciar la belleza, incluso en un hombre, y Anomen era sin lugar a dudas uno atractivo. En el grupo que formaban, Anomen era sin lugar a dudas el que más llamaba su atención, cierto que Aerie le resultaba muy atrayente, pero Anomen la había desbancado en el ultimo mes.
Cuando habían ido a la casa de Anomen, a ver a su padre, el clérigo había mostrado una expresión nueva que había cautivado a Haer'Dalis. Aquella mezcla de tristeza y miedo en Anomen le había mostrado un nuevo aspecto de este y le había permitido ver más profundamente.
Si, Anomen era muy dado a alardear, dar abiertamente su opinión y criticar cualquier actitud fuera del reglamento, pero todo era una necesidad de autoafirmarse. ¿Quién no lo hubiera hecho? Anomen había crecido en un ambiente de estricta disciplina, exigencias faltas de cariño y llenas de desprecio. Una madre amada perdida prematuramente que únicamente había podido ofrecerle un ultimo refugio en la religión.
¿Cómo no iba Anomen a ser tan estricto respecto a su iglesia? Para él el templo de Helmo había sido un refugio contra el injusto y brutal trato de su padre, un hombre falto de virtudes, falto de control, alcohólico y resentido. Anomen quería ser lo más distinto a su padre que pudiese pero a la vez estaba dominado por su presencia.
Ahora su mundo había estado a punto de derrumbarse, quizá lo había hecho.
Anomen se refugiaba en su sentido del deber y su necesidad de ser fuerte. Y eso no iba a ayudarle a superar su pasado ni aquella horrible semana.
- ¿No deberías estar llorando?
La pregunta, tal como esperaba, dejó a Anomen fuera de juego, de hecho se incorporó y miró a Haer'Dalis con una expresión tan confusa que este tuvo dificultades para contenerse y no revolverle el pelo cariñosamente.
- Bueno.- Continuó el tielfling.- Has perdido a tu hermana y no te he visto derramar una sola lágrima, me resulta muy extraño.
Naturalmente Anomen reaccionó del modo que lo hacía siempre que se sentía indefenso o no sabía cual era el modo adecuado de enfrentarse a la situación. Con furia.
- ¡¿Qué insinúas?! ¡Lárgate de aquí!
- Tan solo me preocupaba por ti, caballero de brillante armadura.
- No estoy de humor para tu poesía barata, ahora vete.
Nadie dijo que acercarse a Anomen iba a ser fácil.
- He venido a ofrecerte un hombro sobre el que llorar.
La seriedad con que lo había dicho le sorprendió incluso a sí mismo, y desde luego tuvo doble efecto sobre Anomen, que se quedó boquiabierto, sin duda sospechando que Haer'Dalis bien podía estar burlándose de él pero sin tener la seguridad de ello.
Que joven parecía cuando estaba confuso, el tielfling comprendió que Anomen bien podía tener veinte años, la barba le hacía aparentar más y probablemente se la dejaba por eso, intentado con ello obtener más respeto y autoridad.
- Yo... no necesito llorar. Te agradezco la preocupación pero no es necesaria.
Nuevamente la barrera de autosuficiencia y sentido del deber.
- ¿Por qué? ¿Los hombres no lloran, mi Cuervo?
- ¡Te he dicho que no me llames así!.- Anomen se sentó junto a Haer'Dalis intentando en vano amedrentarle.
- De acuerdo, culpa mía, empecemos de nuevo... ¿Los hombres no lloran, Anomen?
- No tengo tiempo para llorar.
Una respuesta evasiva cuanto menos, Haer'Dalis se pregunto si el padre de Anomen le habría golpeado siendo niño por el simple hecho de haber llorado. Probablemente.
- Aerie y nuestro estimado líder han ido al circo y Jaheira y Keldorn están discutiendo temas filosóficos en la taberna... tenemos tiempo de sobra.
- No para perderlo lamentándose.
- A veces hay que dedicar algo de tiempo a uno mismo.
Anomen estaba visiblemente confuso por el cambio de actitud, Haer'Dalis sonrió sinceramente, apartando todo cinismo. Los demás compañeros no habían sabido ayudar a Anomen, sus consejos acerca de superar el incidente o asegurarle que había hecho lo correcto solo animaban a Anomen a enterrar sus sentimientos sin enfrentarse a ellos, sobre todo Keldorn, el paladín actuaba con Anomen de un modo paternalista. No tenía sentido que el clérigo dejase atrás su dolor limitándose a taparlo. No había llorado la muerte de su hermana y eso acabaría carcomiéndole por dentro.
- ¿Acaso no lloraste la muerte de tu madre?
Tan efectivo como un puñetazo, Anomen se quedó blanco. Haer'Dalis no le dio tiempo a recuperarse y recurrir de nuevo a la ira para tapar sus sentimientos.
- ¿No deberías llorar también a tu hermana? Tú la querías, ¿o no?
- Yo... no... eso no es... claro que la quería...
- ¿Entonces? ¿No es lo natural mostrar dolor por algo así? Ella se ha ido para siempre, no volverás a verla.
A punto de caramelo. Sabía que lo que estaba haciendo era cruel, incluso para su afilada lengua, pero Anomen tenía que derrumbarse y llorar o nunca sería libre.
Anomen respiraba con cierta dificultad, incapaz de normalizar su respiración e intentando contener el torrente de recuerdos.
- Han asesinado a tu hermana... sin que tu hayas podido hacer nada por evitarlo. Eso es lo que ha pasado, y si no eres capaz de llorar por algo tan...
Un puñetazo cortó en seco el último ataque verbal, Haer'Dalis cayó a los pies de la cama llevándose una mano al pómulo enrojecido y que sin duda se hincharía.
- ¡¡CALLATE!! ¡¡Cállate de una vez, maldito degenerado!! ¡¿Cómo te atreves a hablarme de ese modo?!
Pero no había podido contenerse mas, Haer'Dalis sintió una creciente satisfacción al ver los surcos brillantes que descendían de los cálidos ojos castaños. Anomen no pudo más y enterró el rostro entre las manos mientras sus hombros se sacudían entre ahogados sollozos. Anomen estaba llorando en aquel momento lo que no había llorado en demasiado tiempo.
Que pequeño parecía, que vulnerable, igual que en casa de su padre, incapaz de esconderse de la mirada reprobadora de su este, a quien en vano había intentado complacer.
Haer'Dalis se levantó y volvió a sentarse junto a Anomen, rodeó sus hombros en un abrazo tranquilizador y esperó. Anomen se aferró a él como un naufrago a su tabla, escondiendo sus lagrimas en la camisa del tielfling.
No sabía cuanto tiempo había pasado pero finalmente los sollozos y estremecimientos de aquel cuerpo fuerte y firme cesaron y Haer'Dalis se permitió sostener un poco más a Anomen, sintiendo su calor y el tacto de aquel hombre, aspirando el olor fuertemente masculino. Esperó que Anomen estuviese lo suficientemente confuso y ocupado como para no percatarse de la creciente dureza de su entrepierna.
- Lo... lo siento... - Oyó murmurar.
- No hay nada que lamentar, necesitabas llorar... y puedes continuar si lo necesitas.
- No... no hace falta... no quiero molestarte más...
- Anomen... alza la vista, mírame.
Tuvo que tomar su rostro con las manos para obligarle pero Anomen se dejó hacer, más dócil de lo que estaría jamás.
La urgencia de besar aquellos labios llenos y carnosos por poco pudo con Haer'Dalis, que miró aquellos brillantes ojos y sonrió dulcemente.
- Vine aquí a consolarte, no me has molestado, quería que te quitases ese peso de encima.
- No se lo digas a los demás... por favor, no quiero que sepan...
- Como quieras, pero no hay nada de lo que avergonzarse.
Anomen asintió levemente, no muy convencido.
- Anomen, estoy aquí para que puedas desahogarte, no se lo contaré a nadie.
Poco a poco, Anomen se relajó y dejó que las manos de Haer'Dalis hicieran círculos en su espalda, calmándole como a un animal enfurecido o mas bien asustado.
- Yo... no quería... no quería que pensarais... que soy débil...
- ¿Débil? Anomen, te he visto reventar a martillazos a un Señor de las Sombrar sin parpadear si quiera, ¿crees que unas lágrimas te hacen débil?
Anomen sollozó levemente y se recostó en su hombro, Haer'Dalis le acarició la espalda en círculos rítmicos y le masajeó el pelo con delicadeza para calmarle. Se sintió ligeramente mal por aprovecharse de la debilidad del clérigo, pero apartó el aguijonazo de su conciencia de un plumazo, no había ningún mal en proporcionarse un poco de alegría y material para fantasear posteriormente.
- Vamos... llorar ahora no te hace débil sino fuerte. Has aguantado demasiado, era el momento de permitírtelo.
- Es que... lo siento...
Lo ultimo fue susurrado tan débilmente que Haer'Dalis tuvo dificultades para oírlo, aunque de todos modos estaba bastante distraído por la cálida respiración de Anomen cerca de su cuello y la sensación de sus manos apoyadas en sus hombros.
- Sssssh... descansa, sé que no has dormido bien en todo este tiempo.
No tenía que decirlo dos veces, la respiración de Anomen no tardó en hacerse lenta y profunda y su cuerpo se dejó caer sobre el del tielflin.
Haer'Dalis empujó a Anomen sobre la cama y recorrió su cuerpo con la mirada.
No creía que Anomen fuese gay, probablemente el joven no se había ni planteado la posibilidad. Pero Haer'Dalis estaba dispuesto a afrontar el riesgo, no sería la primera vez que lo hacía, se había llevado algunos disgustos y no pocos puñetazos por esa costumbre pero valía la pena. Si Anomen se mostraba minimamente receptivo sería magnífico.
Y la idea de iniciarle sonaba poderosamente erótica.
Llevó las manos a la camisa de Anomen, desabotonándola con lentitud.
- No te atrevas a continuar.
La voz de Keldorn le detuvo en seco y el tielfling miró al paladín, de pie en el marco de la puerta, con una expresión de completa inocencia.
- ¿Ocurre algo?
- No te hagas el inocente conmigo, bardo, sé lo que pretendes.
Haer'Dalis suspiró sonoramente y se sentó cómodamente como si se dispusiera a escuchar una homilía que le traía sin cuidado. Que así era.
- ¿Y que pretendo, si puede saberse?
- ¿Crees que no lo he notado? Desde que te rescatamos de la prisión de ese mago supe que clase de persona eras, aunque no imaginaba hasta que punto.
Haer'Dalis alzó los ojos con desesperación, Keldorn podía ser insufrible.
- ¿Intentas decirme algo, oh noble paladín?
- Si, maldito medio demonio, que he visto como procuras estar siempre cerca de él, cómo le miras... eres despreciable.
- Ssssh, esta dormidito, no querrás despertarle.- Susurró Haer'Dalis imperturbable.
Keldorn gruñó levemente, el bardo le sacaba de sus casillas, su comportamiento y su desprecio por todas las formas de autoridad. Keldorn era un veterano, sabía que no podía exigir a los demás su mismo código de conducta, pero eso no significaba que lo aprobara. Miró a Anomen, que dormía con la placidez del agotamiento, su rostro tenía rastros de lágrimas y Keldorn supuso que había llorado hasta extenuarse. En cierto modo eso estaba bien, pues le había preocupado, lo que no estaba bien era que Haer'Dalis estuviese allí.
Anomen era un joven admirable. Aunque en su primer encuentro el clérigo se había mostrado desdeñoso, Keldorn no había sido engañado, pues había visto en los ojos de Anomen el brillo de la admiración y una cierta tristeza por no ser él mismo un paladín. La poderosa voluntad de Anomen de servir a su fe e ideales le recordaban a él mismo cuando era joven e igualmente ingenuo, viendo el mundo en blanco y negro, sin lugar para los grises. Cuanto lamentaba no haber tenido hijos varones.
Estaba seguro de que Anomen cumpliría su sueño de ser miembro de la Orden del Radiante Corazón, de hecho había tomado como una misión personal el guiar a Anomen hacia su meta. Cuando el joven había afrontado la terrible decisión de dejar la venganza por la muerte de su hermana a favor de los tribunales de justicia había sentido una profunda satisfacción y un orgullo que bien podía ser lo que un padre debería sentir por un hijo.
Él no tenía hijos que heredaran su legado, solo dos hijas, y Anomen tenía un padre despreciable que no merecía tan magnífico hijo.
No permitiría que Haer'Dalis dañara a Anomen.
No era tan ingenuo como para creer que Haer'Dalis se limitaba a hacer rabiar a Anomen. El modo en que el bardo seguía con los ojos al clérigo era enfermizo, como si le desnudase con la mirada y estuviese decidiendo por donde empezar.
Ya estaba mal que el bardo tonteara con la ingenua Aerie, pero que tuviese deseos lujuriosos hacia Anomen era mas de lo que se debía soportar. No podía permitir que el tielfling se saliera con la suya.
Cuando había visto como subía a la habitación había presentido algo, pero descubrir que Haer'Dalis intentaba aprovecharse de la momentánea debilidad de Anomen era demasiado.
- Pues hablemos fuera, déjale dormir en paz.
El bardo salió como un dandy, con cara de no haber roto un plato en su vida. El muy desvergonzado actuaba como si no le hubieran pillado intentando desnudar a un hombre dormido.
Una vez cerrada la puerta, Keldorn decidió poner las cosas claras.
- Quiero a Anomen como al hijo que nunca tuve, si te atreves a hacerle daño pongo a la Santa Tríada por testigo de que te mataré.
- Créame, noble señor, que lo último que tenía en mente era hacerle daño.
La sonrisa no podía haber sido más lasciva.
- Sé lo que pretendías hacerle, y hay mas de una forma de dañar a alguien. No que me quedaré sentado mirando como le seduces y le utilizas.
- ¿Por qué todos los paladines y defensores de la sacrosanta justicia sois tan paranoicos? ¿Utilizarle? ¿Dañarle? Haces que parezca que él es una dama en apuros y yo un repugnante proxeneta.
Nunca había conocido a nadie con tanta cara como Haer'Dalis.
- Maldita sea, Haer'Dalis, Anomen está, por decirlo de algún modo, herido. Es vergonzoso que pretendas seducirle en ese estado y mucho mas teniendo en cuenta que Anomen no ha tenido nunca ese tipo de relación, ¿crees que se lo tomaría como un polvo ocasional?
Haer'Dalis se quedó sin habla, a veces Keldorn le sorprendía por su audacia y directa forma de hablar, era un paladín pero estaba claro que era un veterano de muchas batallas y no un idealista sin cerebro.
Keldorn se suavizó un poco ante la confusión de Haer'Dalis, el muy imbecil probablemente no había pensado en esa posibilidad, como todos los seductores.
- Si rompes el corazón a Anomen, juro que te arrancaré el tuyo.- Prometió.
