Capítulo 1. Primer acercamiento

Hange y yo no habíamos dormido gran parte de la noche anterior debido a que estábamos ansiosas de ponernos al corriente sobre nuestras vacaciones. La verdad es que prefería escuchar sus emocionantes historias antes que aburrirla con la ordinalidad de mi vida, ella siempre tiene una aventura hilarante para contar.

Recuerdo haber oído un «Buenas noches» como despedida varias veces antes de dar la conversación por terminada definitivamente. Cuando pensé que ya se había dejado vencer por el sueño, de repente la paz en la habitación se veía interrumpida con su voz y, otra vez, se me espantaba el sueño por varios minutos. Aquel era un rasgo característico de su personalidad, opuesta por completo a la mía, con el que ya he aprendido a convivir sin problemas. Hasta me atrevo a afirmar que le añade un toque de sabor a mi vida.

El primer día de clases normalmente me invadía una sensación doble, de felicidad mezclada con nerviosismo en su estado más puro, derivado del inicio de una nueva etapa. No era que se tratase de un nuevo año y no conociera a nadie, solo es un ciclo escolar que de seguro no tendrá nada de maravilloso. Aun así, mi mayor determinación no era forjar lazos de amistad y mucho menos involucrarme de manera sentimental con nadie, por más que Hange insistiera en que me hacía falta salir de mi burbuja.

La verdad es que todavía no superaba mi problema de dependencia emocional y estoy adherida al pensamiento de que sería contraproducente enamorarme de alguien a estas alturas, cuando mi prioridad es la universidad. Esta era quizá la promesa más sentida que me he hecho a mí misma. Sin embargo, muy en el fondo reconozco que no es bueno postergar para siempre la búsqueda de compañía.

Hange fue la respuesta a la necesidad imperante de un amigo cuando me leyó la mente durante una mañana ajetreada en la que chocamos en el pasillo de camino a nuestros respectivos salones. En vez de mostrarse ofendida, me sonrió con profunda amabilidad y se disculpó por el accidente, sabiendo de antemano que yo había sido la responsable. Su chiste reiterativo sobre ser una cegatona que necesitaba cambiar de graduación constantemente, rompió la barrera en segundos, y de inmediato comenzó a hablarme como si me conociera de antaño.

A medida que pasó el tiempo, llegamos a conocernos mejor y gracias a su abundante insistencia, logró ganarse mi confianza. Tal fue la afinidad entre nosotras que, poco antes de que comenzara el semestre pasado, hablamos con el director de la escuela para contemplar la posibilidad de que fuera transferida de habitación y llegara a ser mi compañera, petición que le fue otorgada sin contratiempos debido a la excelente reputación que se había labrado en el campus, es una de las mejores estudiantes en su especialidad.

Durante las vacaciones, se nos instaba a regresar a nuestros hogares, aunque también nos brindaban la opción de quedarnos en el campus. Yo me encargué de volver desde el viernes previo al inicio de clases con el fin de recordar la rutina de siempre. Hange arribó apenas el domingo por la tarde, así que no tuvimos tiempo de conversar demasiado, pues ella necesitaba confirmar su presencia y desempacar sus maletas.

Por fin, a eso de las dos de la madrugada, el silencio inundó la habitación y la escuché roncar con sosiego. La emoción por el primer día del nuevo semestre terminó venciéndome y también me quedé dormida.

A la mañana siguiente, ella se encargó de levantarme antes de que el Sol saliera. Su método fue tan poco sutil que me dieron ganas de arrojarle una almohada, pero preferí ignorarla durante cinco minutos, que se convirtieron en diez, quince, y luego veinte.

Hasta entonces, reconocí que ya no podía hacerme la desentendida pues aún necesitaba acomodar mis pertenencias debido a que el horario se nos había entregado con apenas un día de anticipación. Mi falta de imaginación se hizo evidente al momento de elegir la ropa que usaría, así que opté por prendas básicas en blanco y negro, y mi chamarra de mezclilla en miras de equilibrar la simpleza de mi outfit. Puesto que aproveché gran parte de las vacaciones para practicar mi maquillaje, hoy me sentía lo suficientemente segura para utilizar una cantidad que se encontraba dentro de los límites de lo considerable, al estilo natural que había aprendido.

Hange preparó el desayuno para ambas, lo cual agradecía en sobremanera y decidí compensárselo a la brevedad. Los hot cakes le quedaron deliciosos, y el toping de Nutella con fresas no hizo sino mejorarlos. Revisamos nuestros horarios con el fin de ubicar mentalmente los salones y planear el recorrido. Me alegré cuando me comentó que llevaríamos juntas una materia que impartiría el profesor Shadis, así que el día de hoy estaríamos juntas en la primera y última hora.

—Y bien Kiomy, ¿pensaste en alguien durante las vacaciones? —preguntó con un toque de malicia que me causó gracia.

—¿A qué te refieres Hange? —Tomé un sorbo de jugo, fingiendo desinterés, aunque ya sabía por dónde iba el asunto.

—Vamos Kiomy, no me digas que aún no te has fijado en nadie. Yo creo que ya es hora de conseguirte un novio. —Mi amiga emitió una risa burlona.

Aquí va de nuevo. En efecto, había adivinado el trasfondo de su pregunta inicial, es una conversación típica de nosotras. Tendía a preguntarme por un chico al que ni siquiera había contemplado entre mis pensamientos y yo me resignaba a recordarle por millonésima vez que no podía permitirme el lujo de dejarme envolver por ese tipo de distracciones. Ella bufaba con desgano y yo me reía para desviar hábilmente el tema de la conversación.

—Cielos, Hange. —Volteé los ojos—. Ya sabes lo que pienso respecto a eso. Además, ¿quién se fijaría en mí? —hablé con cierta tristeza—. Normalmente los chicos se me acercan para pedirme ayuda con las tareas y hasta ahí. Eso de gustarle a alguien lo veo muy lejano, recuerda que yo no soy del tipo que le agrada a todos.

—Kiomy —me dedicó una mirada que podría considerarse maternal—, no es necesario gustarle a todo el mundo, lo sabes, ¿verdad? —Puso su mano sobre la mía y yo asentí con la cabeza—. Ya encontrarás a alguien capaz de soportarte con todo y defectos, y esa misma persona resaltará tus virtudes. No te desanimes, hasta nosotras merecemos encontrar la felicidad.

En ese aspecto, ella era la que mejor me entendía. Su historia con los chicos podía resumirse en constantes desengaños y metidas de pata por parte de ella, pero la diferencia radicaba en el hecho de que se defendía de manera diplomática y ha aprendido a esquivar los insultos de otros con astucia. Desearía ser tan intrépida como ella.

Concordé con Hange con la única finalidad de evitar que continuara hurgando entre sentimientos que yo no quería sacar a relucir por el momento. Decidí hacer mención de la hora en voz alta y así logré convencerla sin mucho esfuerzo de irnos al salón de una vez. Hange amaba llegar temprano, al igual que yo, así que podemos confiar en que una llevará a la otra a clases en caso de que perdamos la noción del tiempo.

Abandonamos el edificio de residencias rumbo a la facultad de Economía, en donde se ubicaba el salón que compartiríamos. Lo encontramos al fondo del pasillo en la segunda planta, y por alguna razón, aquella ubicación me gustó en demasía. Resultó que había una excelente vista al horizonte, todas las mañanas era posible ver el amanecer, en donde se combinaban el rosa pastel, el anaranjado y el amarillo a medida que el Sol se asomaba. Madrugar tenía sus recompensas y me sentí complacida de contemplarla con mis propios ojos.

Puesto que aún no llegaba nadie, éramos libres de elegir el asiento que quisiéramos. Decidimos ubicarnos en la tercera silla de dos filas contiguas para facilitar el trabajo en equipo y por qué no, dedicarnos miradas cómplices en caso de aburrimiento.

Hange dejó caer su mochila apenas se sentó. Sacó su teléfono y comenzó a mostrarme varias fotos de sus vacaciones al azar, mientras yo me acomodaba. Ella adoraba turistear en pueblos históricos, museos y también dar largas caminatas a la orilla de la playa. En todas se veía contenta, sin embargo, me topé con una en la que se más feliz de lo habitual.

—Oye —dije en voz alta para llamar su atención, lo conseguí—, ¿quién es él? —pregunté cuando vi un chico alto de piel ligeramente trigueña, con cabello castaño claro y cejas delgadas. Sonreía tímidamente mientras le pasaba el brazo a Hange por la espalda en un gesto amistoso.

—Oh… —Un leve sonrojo acompañado de una sonrisa similar a la que él mostraba en la foto fueron perceptibles a mi vista—. Se llama Moblit, Moblit Berner. El verano pasado su familia se mudó a la casa de al lado y durante las vacaciones nos visitamos con frecuencia. Es muy agradable, me encantaría que lo conocieras.

Una expresión de nostalgia se dibujó en su rostro y relajó la postura.

—Hmmm, ¿solo agradable? —insinué con la misma cara que ella puso cuando me lanzó una pregunta similar por la mañana.

Me había llamado tanto la atención aquella imagen que no me inmuté del ruido a mi alrededor. El salón comenzaba a llenarse poco a poco y el barullo de fondo se hizo más fuerte cuando Erwin irrumpió de forma escandalosa junto con Nile y Mike, sus dos secuaces más leales.

Él poseía el poder de motivar a cualquiera a dejar de lado lo que está haciendo con tal de admirarlo por unos segundos. Cuando caminaba por los pasillos, era común oír a las chicas hablando entre dientes sobre lo bien que se veía con cualquier prenda que se colocase encima. Era tan popular que inclusive contaba con una reserva de admiradoras en las demás facultades, y a decir verdad, no las culpo. Erwin es el arquetipo de hombre perfecto, con esa figura y su sonrisa de comercial no me extrañaba que le pareciera atractivo a gran parte de las féminas, pero para mi gusto, su única falla fue nacer rubio. Los prefiero de cabello semejante al manto sombrío que se instala al caer la noche.

Hange y yo lo apreciábamos por su sencillez y debido a que siempre nos ha tratado con dignidad. Al menos en dos ocasiones ha logrado que los inútiles de sus compañeros del equipo de fútbol dejaran de molestarnos. De común acuerdo, habíamos entablado una especie de relación cordial de la que obteníamos beneficios mutuos. Se cree que Hange está enamorada de él, pero ambos lo niegan constantemente, y ahora con la aparición de Moblit en escena, esa suposición amenazaba con derrumbarse.

Justo cuando Hange decidió ahondar en detalles, llegó la hora de comenzar con lo debido. La mayoría de los asientos ya estaban ocupados y solo restaban los de la parte de enfrente, destinados a quienes llegan tarde.

El profesor Shadis era un hombre estricto, faceta que no le impedía ser capaz de mostrarse flexible con quienes consideraba que se lo merecían. Apareció con una tremenda cara de cansancio, indicio de que no andaba de buen humor, como de costumbre. De inmediato, mandó callar a Nile y Mike, quienes parecían enfrascados en una amena conversación. Dijo que podían seguir con lo suyo en el jardín, que ahí nadie los molestaría, y varias risas discretas se mezclaron en el fondo del aula.

Nos dio la bienvenida al nuevo semestre, a modo de acto protocolario y empezó a comentarnos las especificaciones sobre su materia, los horarios en que la impartiría y la forma de trabajar, lo que incluía las reglas de la clase. Fue entonces que mencionó un detalle que captó mi atención de inmediato: un nuevo alumno se nos uniría en un momento. Él aún estaba poniendo en regla su papeleo y pronto llegaría al salón, por lo que entendí.

Alcancé a escuchar a Petra riendo con Nanaba, seguramente le estaba diciendo que aquel se convertiría en su próxima víctima. Lo gracioso era que ni siquiera lo conocía y ya pretendía marcarlo. Hange me encontró con la mirada y volteó los ojos con disgusto, mientras que yo le extendí una sonrisa para indicar que entendí su mensaje.

—Señorita Ral, ¿hay algo que quiera compartir con el resto de la clase? —El profesor la sacó de sus sueños abruptamente.

Deseé con todas mis fuerzas ver la cara que puso ante la reprimenda del maestro, pero me contuve. No era propio de mí esmerarme en avergonzar a las personas más de lo que ellas mismas hacen. Hange, por su parte, miraba hacia el suelo conteniendo una risa maliciosa, pues no iba a ser tan obvia como para convertirse en la siguiente a la que le llamaran la atención.

—No... —respondió avergonzada—. No maestro, lo siento.

Luego de subsanar los impedimentos, el profesor revisó su reloj de mano y esbozó una mueca de disgusto. Avanzó hacia la puerta y se recargó en ella con los brazos cruzados, a la espera del nuevo alumno. Desde mi perspectiva, fui capaz de distinguir su voz enfadada que nos paralizó a todos. Él no regañaba, rugía como un león cuando ya ha capturado a su presa.

—Joven, le recuerdo que a mi clase debe llegar temprano. Hoy hice una excepción por ser su primer día, pero espero que no se vuelva a repetir, ¿está claro? —Se dirigió al nuevo, claramente molesto.

Un silencio sepulcral se hizo presente en el aula. Todos nos manteníamos a la expectativa ante la respuesta de nuestro compañero.

Sabía que aun sin conocerlo, podría averiguar un par de características acerca de él con solo escucharlo. Quizá era un bravucón de esos que intentaban ponerse al tú por tú con los maestros y fracasan lastimosamente en el intento. También cabía la posibilidad de que fuera alguien como yo, que reconoce de inmediato la gravedad del asunto y se resigna a aceptar su error sin demora. O tal vez se trataba de una ingeniosa combinación de ambos, hace tiempo que no me topo con una de esas personas.

—Le aseguro que no volverá a suceder —respondió.

Esa no era la voz que me imaginaba; era aún mejor. Grave y profunda, hizo que se me erizara la piel y sentí un escalofrío recorriéndome por todo el cuerpo. Sencillamente divina. Mi corazón comenzó a palpitar con fuerza apenas tuve el placer de escucharla. Mis tímpanos se hallaban claramente deleitados ante este sonido tan precioso, al grado de que no podía esperar a conocer al espécimen que lo emitía. Imaginé a un tipo sumamente ardiente, alguien capaz de robar suspiros sin necesidad de hacer presencia física en el aula.

Pude decir con toda seguridad que me quedé sin aliento cuando lo vi por primera vez atravesando el umbral de la puerta. Se trataba de un chico bajito, pero de apariencia gallarda. No tenía nada qué ver con la imagen mental que ya se había formado en mi cerebro, y ni siquiera tenía punto de comparación con Erwin, quien me parecía el más guapo hasta este preciso instante, porque brillaba por sí mismo.

Tuve que obligarme a no abrir los ojos más de lo normal para no parecer una loca desesperada. No importaba desde qué ángulo lo observara, era bellísimo. De cabello negro azabache y liso, varios mechones le cubrían la frente sin llegar a tapar sus ojos, los cuales eran finos y pequeños círculos de un color inusual que no pude distinguir de buenas a primeras. Su nariz era preciosa, al igual que sus delgadas cejas y sus labios. Por Dios, era como un ángel caído del cielo. Lo único que no encajaba en esta descripción era su expresión escéptica, la cual parecía inalterable.

El maestro extendió la mano para indicarle que entrara. Avanzó lentamente y no hizo contacto visual con nadie, si acaso miró por el rabillo del ojo para localizar un asiento vacío.

Un chillido de emoción que provenía de Petra rompió el silencio. Apostaría a que ella pensó que él la miraba cuando alzó la vista hacia atrás. Creí que había decidido unilateralmente sentarse cerca de ella, lo cual rompió mis ilusiones, sin embargo, la decepción fue reemplazada de inmediato. Quedé aturdida cuando lo sentí desplomarse en la silla delante de mí.

Hange alzó las cejas como si estuviera diciendo: «Uy, qué buena pinta tiene este», y yo hice lo mismo. Su cara de pocos amigos indicaba que me tenía que andar con cuidado al tratar con él.

Una vez que se acomodó, se le pidió que se presentara ante toda la clase. Se levantó demostrando una seguridad intimidante y se posicionó frente al pizarrón con los brazos cruzados. Repasó toda el aula con la vista, sin fijarse en nadie en particular.

—Mi nombre es Levi. —La apatía en su voz se notaba a kilómetros, ya que fue todo lo que dijo.

La población masculina en el grupo lo veía con recelo, pues comprendieron al instante que el nuevo les robaría la atención de las chicas por obvias razones. Esto ya había quedado de manifiesto con la tontería de Petra, y unas cuantas más no tardaron en imitarla. Percibí que envidiarían el lugar en el que yo me había sentado, pues estaba muy cerca de Levi. Un pequeño triunfo que obtuve sin mover un dedo, del cual no haría alarde en público.

—Bienvenido, Levi —respondió una voz más grave que la del aludido desde el fondo del salón.

Todos giramos para ver a Erwin, quien hizo un ademán asintiendo con la cabeza y con una mirada de advertencia para el pelinegro.

—Cuánta tensión —susurró Hange y concordé con ella al asentir.

Inferí que ese par ya se conocían de antemano, pero lo que capturó mi atención fue el tipo de bienvenida de Erwin, la cual no podría describirse como «cálida»; no era la que esperarías recibir de un viejo amigo.

Levi chasqueó la lengua a modo de réplica y lo miró en afán pendenciero unos segundos antes de volver a su lugar. Ambos poseían una mirada penetrante de esas que infunden respeto, pero que a la vez, asustan. En el caso de Levi, era miedo lo que infundía mayormente. Si las miradas mataran, Erwin ya no estaría entre nosotros.

El día trascurrió con normalidad. Tuve clase con Weilman, Pixis y Hannes, hasta rematar nuevamente con Shadis. Ya los conocía a todos porque habían sido mis profesores anteriormente.

Sin excepción, cada uno le pidió a Levi presentarse, y para el tercer momento en que repitió su nombre, la cara de hastío le resultaba imposible de disimular. Debió ser frustrante convertirse en el centro de atención de un momento a otro, en especial si buscaba mantener un perfil bajo.

Shadis nos habló del proyecto final de su clase, el cuál consistía en una investigación con tema libre que realizaríamos durante las horas de clase y en nuestros "ratos de ocio". Y sí, puntualizó las comillas porque estaba consciente de que su existencia sería casi nula.

En cuanto mencionó que podíamos elegir nuestros equipos, le extendí una mano a Hange y chocamos las palmas. Naturalmente, trabajaríamos juntas.

Sonreí con suficiencia y arranqué un pedacito de papel para anotar nuestros nombres. En cuanto terminé con el apellido de Hange y me levanté para entregarlo, una voz amenazante me detuvo de mi propósito. Estaba tan concentrada en lo mío que no me di cuenta de que Levi se había girado unos 90° en su silla para hablarme de frente.

—Oye —increpó con rudeza, pero en menor intensidad a la que había empleado cuando se presentó. Miró al suelo por un instante, con el fin de ordenar sus ideas, mientras yo comenzaba a temblar del miedo—. ¿Puedo… ser con ustedes?

Aquella declaración me cayó como un balde de agua helada. Me observé a mí misma dentro de una habitación de cuatro paredes, sin puertas ni ventanas, y que estaba sumida en la oscuridad. De todas las frases con las que pensé que podríamos romper el hielo, esa ni siquiera figuraba en la lista. Aunque no es como que tuviera muchas opciones tomando en cuenta su situación actual.

Durante los descansos, no había hablado con nadie. Se limitó a observar la pantalla de su teléfono sin preocuparse por lo que acontecía a su alrededor. Yo bajé a rellenar mi botella de agua y cuando volví, encontré a Petra sentada en mi lugar, conversando "alegremente" con él, porque esa era su expresión común, y me alegró notar a Levi con la cara de desinterés que mostró desde el principio. No la interrumpí, ella volvió a su sitio por cuenta propia al percatarse de que el maestro había llegado.

Es por eso que me preguntaba por qué me había pedido estar en mi equipo en vez de ir en búsqueda de Petra, quien claramente ya se me había adelantado en darle la bienvenida. Al parecer, yo era la opción más fácil, y sabía que su elección no me volvía especial ante sus ojos.

¿Qué podía decirle? No tenía por costumbre negarme al llamado de ayuda de ningún compañero, y menos si resultaba evidente que estaba haciendo un enorme esfuerzo por encajar en el grupo. Estaba segura de que, con el paso de las semanas, entablaría amistad con los miembros de la élite de la escuela y yo pasaría a ser relegada como la amiga de repuesto, suele sucederme cuando le tiendo la mano a los novatos.

Mi cerebro trabajaba arduamente con el fin de elaborar una respuesta efectiva que no pusiera en evidencia el nerviosismo que me causaba hablar con él.

—Oye, mocosa. Sí o no, no tengo todo el día —insistió, interrumpiendo aquella maraña de pensamientos desalentadores.

«¿Así que nos vamos a llevar pesado desde el comienzo?», pensé. Si él se consideraba impaciente, no sabía lo que le aguardaba conmigo.

Hange me miraba de reojo, dispuesta a intervenir para bajarle los zumos al pequeño hombre, pero de inmediato me puse en guardia, ya que no estaba entre mis planes formar parte del primer escándalo de Levi en esta escuela.

Volteé y le hice una seña con la mano para hacerla dimitir de su objetivo. Afortunadamente, captó mi mensaje. Ella confiaba en que yo podía manejar a un tipo como él, pero de todos modos se mantuvo alerta en caso de que necesitara ayuda. Me invadió una sensación de alivio momentáneo al percatarme de que la paciencia de Levi, que por lo visto no era abundante, se había puesto en una cuerda floja.

A él no pareció importarle lo que mi excéntrica amiga pretendía reclamarle. En cambio, me clavó esa mirada estoica de ojos grises como el cielo en un día nublado, que bien podría conducirte por el cielo y el infierno al mismo tiempo.

—Sí Levi, me parece bien. —Me aclaré la garganta y respondí con toda la serenidad que logré reunir—. Seremos los tres entonces —dije en voz alta para asegurarme de que mi amiga escuchara mi resolución—. Hange, tú y yo.

«Tú y yo, juntos, en la misma oración». No sonaba mal, empero, esta era la primera y última vez que le dirigiría esas palabras.

Hange se dignó a mirarlo y le sonrió con sorna. Sobra decir que él mantuvo su expresión neutral, ni alegría ni inconformidad se podían leer en su rostro. Una vez que aceptó, procedí a escribir su nombre al final de la hoja.

—¿Cuál es tu apellido? —inquirí, tratando de ocultar el nerviosismo que me impedía articular con claridad.

—Ackerman.

En este mundo existían demasiadas personas que comparten patronímico sin que exista una línea de consanguinidad; la probabilidad de que ellos vinieran de la misma familia era baja, mas no por ello, nula.

Todo en él me parecía atractivo, inclusive su nombre completo. Más me valía recobrar la compostura antes de que me sonrojara, porque entonces no habría marcha atrás y tal vez no querría volver a hablarme.

Entregué la lista al maestro y volví a mi asiento. Creí ver que Hange se removía en el suyo con una expresión inquieta, como si estuviese recordando un detalle, mas no le tomé importancia.

Al final de la clase, ella se despidió de mí y dijo que nos veríamos más tarde para comer, ya que tenía un par de asuntos pendientes que arreglar. Yo me tardé debido a que me tomaba mi tiempo para acomodar mis pertenencias, y así al volver al dormitorio no me costase encontrar lo que necesitaba. Me puse de pie para verificar con cuidado que no se me olvidaba nada.

Caminé hacia la puerta, pensando en tomar un baño antes de salir nuevamente con Hange, hasta que él me interrumpió.

—Oye, tú. —Me pareció que me estaba dando la orden de establecer contacto con él, pero cometía un pequeño error.

—¿Sí? —«Por Dios, no me llamo "Tú"». Giré levemente para no darle la espalda, a modo de aclarar que llevaba prisa.

—No me dijiste tu nombre —puntualizó en tono de reclamo, y la sangre comenzó a hervirme.

Su forma de llamar mi atención me estaba exasperando, no le había hecho nada para que se ensañara conmigo. Sabía que, si le respondía, lo haría de mala manera, dando lugar a un conflicto innecesario. No quería tenerlo como enemigo, así que reuní una cantidad sobrenatural de paciencia. A fin de cuentas, fui yo quien optó por incluirlo en el equipo y para mi propio descontento, tendríamos que conversar en repetidas ocasiones debido al trabajo.

—¿Cómo te llamas, mocosa? —Aquella reincidencia me sacó de mis pensamientos de paz. Reconocía que, si no le ponía un alto, me arrepentiría más tarde.

—Levi, me llamo Kiomy, no mocosa. Te agradecería que me llamaras por mi nombre, si no es mucha molestia—. Me sorprendí ante la repentina sobrecarga de valentía, parecía que después de todo si he aprendido algunas técnicas de Hange, por ejemplo, mostrar seguridad aunque por dentro estés muriendo de miedo. Lo acababa de comprobar con una persona que me aterraba, pero de una forma curiosa.

Le sonreí mientras me retiraba, no iba a darle la oportunidad de refutar. Antes de irme, percibí a Petra, quien se acercó nuevamente a él apenas puse un pie fuera del salón. No cabe duda que existen personas que no se andan con rodeos para conseguir lo que quieren. Una idea fugaz se instaló en mis pensamientos, una que no habría formulado si mi sentido de la advertencia funcionara adecuadamente.