Disclamer: Los personajes y parte de la trama son propiedad de Rumiko Takahashi y no mía.

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Nota: Segunda Parte de la trilogía "Los Hongos del Amor". Recomiendo leer esta trilogía en orden y estar alerta a los saltos en el tiempo. También os recomiendo ver de nuevo o por primera vez el capítulo del anime: "Vamos al Templo de los Hongos" para entender mejor como se desarrolla esta historia. Esta parte será un poco más larga, pero espero que os guste ^^

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Efectos Secundarios

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1.

Notó un sabor extraño en la boca cuando al fin despertó.

Algo herrumbroso, como el sabor de la sangre mezclado con el amargor de la cera. Muy desagradable, tanto así que Akane hizo una mueca con los labios y movió la cabeza sobre la almohada, apretando los párpados a causa de una emoción desconocida y confusa, asociada a ese sabor espantoso.

Puaj—murmuró. Su boca estaba pastosa, la garganta ronca y algo inflamada, como si hubiera estado durmiendo con ella abierta. Tragó saliva y ese horrible sabor volvió a llenar su paladar. Lo reconoció, entonces, y supo que era imposible que estuviera realmente ahí porque pertenecía a algo que había comido dos días atrás. Molesta, se incorporó aún con los ojos entrecerrados y se llevó la mano a la garganta—. El hongo… —Susurró, tan solo para oír su propia voz. El sol entraba a raudales por la ventana de su habitación, junto al canto de los pájaros y alguna voz perdida en la brisa. Suspiró y se estiró—. Qué asco —se quejó, frotándose un ojo.

No tenía dudas, era el regusto del hongo sagrado que había tomado en el Templo, justo antes del atardecer del segundo día que toda la familia pasó allí. Fue una porción muy pequeña, lo justo para liberarse del hechizo del hongo del amor, sin embargo ese gusto horrible llenó su boca al primer mordisco y ardió bajando por su esófago hasta provocarle calambres en el estómago.

Y hubo algo más.

Tragar esa carne blanda y grumosa le produjo una curiosa sensación fría que se extendió por todo su cuerpo, introduciéndose en ella, y que aún sentía. Por eso, aunque ya empezaba a hacer calor, Akane tiró de la sabana hasta su cuello y arrugó la nariz, incómoda. Se sentía rara desde entonces pero no se lo había dicho a nadie, tal vez, porque todas esas sensaciones se le antojaban tan extrañas que ella misma dudaba de sí eran reales o solo un producto de su mente.

Su cabeza también seguía confusa desde que regresó del Templo.

Resopló. La piel se le puso de gallina en los brazos, pero lo ignoró junto a todo lo demás y salió de la cama.

Es hora de seguir adelante se dijo, decidida.

Debía prepararse para ir al instituto, cosa que, descubrió con sorpresa, le parecía fantástico. Necesitaba ocupar su mente con sus tareas y rutinas habituales para así dejar de pensar en hongos mágicos, ese frío extraño y los recuerdos de un amor absurdo y falso que apenas había durado unas pocas horas, pero que aún le pesaba.

Quizás pesar no fuera la palabra más adecuada.

Era, más bien, algo que la acompañaba. Como una presencia inamovible y silenciosa; en ocasiones parecía que no estaba allí, que había pasado al olvido como ocurre con todo aquello que carece de importancia, pero de pronto y cuando menos lo esperaba, volvían a asaltarla imágenes y… los sentimientos. Aún no había decidido si esos recuerdos la conmovían y consolaban, o la hacían sentir miserable.

Todo era demasiado confuso, pero suponía que el tiempo y la distancia se encargarían de colocarlo todo en su lugar.

Se bajó de la cama y, sin mirar el reloj, se puso las zapatillas y una chaquetilla de lana que tenía sobre la silla para salir al pasillo. A esas alturas del año la casa ya debía tener una buena temperatura gracias a las horas de sol y a que solían dejar las ventanas abiertas hasta más tarde. La tenía, seguro. Solo que ella no podía percibirla debido a ese frío. Akane tiró más de los extremos de la prenda alrededor de su cuerpo mientras se internaba en la oscuridad. Casi había llegado al baño, cuando otra puerta se abrió frente a ella.

Estuvo a punto de chocar contra la figura que emergió de ella, tambaleándose.

—¡Ah! —Se le escapó a Ranma al pararse de golpe. Salió del cuarto que compartía con su padre con el mismo aire desaliñado y de poco descanso que ella, incluso se encogía de la misma manera—. Akane… —Primero arqueó las cejas, para después contemplarla un par de segundos y estirarse con un leve temblor—. B-buenos días.

—Buenos días…

Se callaron, desviando la mirada a la vez.

Desde que volvieron del Templo, todas sus interacciones comenzaban de la misma manera. Era ridículo después de tanto tiempo de convivencia, de confianza… Claro que, podía decirse que lo que les había ocurrido en el Templo de los Hongos era mucho más absurdo.

—¿Q-qué tal… has dormido? —Se vio obligada a hablar, porque el silencio dilatado era mucho más incómodo, por desgracia Ranma se limitó a encogerse de hombros así que su intento no sirvió de mucho.

Nada más tomar el hongo sagrado que los liberó del hechizo los recuerdos de ese día se borraron de su memoria. Akane volvió en sí envuelta por la confusión e inquietud; no sabía dónde estaba, ni qué había ocurrido. No tenía ni la más remota idea de por qué estaba sentada en el lugar de honor de un gran salón y rodeada por su familia, el monje del Templo y el experto en setas como si hubiera una gran fiesta. Menos aún entendió que Ranma estuviera a su lado, con un brazo estrechando su cintura y sujetando su mano con la otra.

En cuanto el chico volvió a ser él mismo también, se apartó de ella de un salto y se puso a gritar incoherencias. Por supuesto, y aún sin saber de qué iba todo aquello, ella le respondió del mismo modo.

¡No iba a ser menos!

Fue Kasumi quien se preocupó de explicarles, más tarde, todo el asunto de los hongos del amor que habían ingerido sin saberlo, el hechizo que había propiciado que ambos se enamoraran sin remedio, su disparatada búsqueda del antídoto para su familia… Si Akane no hubiera vivido ya un sinfín de experiencias tan ridículas y delirantes como esa, no se lo había creído. Pero, sin duda, lo peor vino cuando su hermana les hizo una más que detallada descripción de la cursi, empalagosa y bochornosa pareja de enamorados en que se habían convertido Ranma y ella.

¡Ja, era tan inverosímil!

Ninguno de los dos se creyó una palabra. No importó que, no solo Kasumi, sino toda la familia, los habitantes del Templo e incluso Ryoga, Kuno y Mousse (qué llegaron después en un estado lamentable) se lo confirmaran. ¡De ningún modo! Solo querían gastarles una broma, reírse de ellos, como siempre.

Sin embargo, a la mañana siguiente, Akane se despertó con el asqueroso sabor del hongo sagrado en la boca y con todos y cada uno de los recuerdos del día anterior intactos, bombardeando su consciencia. Todo regresó. Cada mirada brillante que Ranma y ella habían intercambiado, cada palabra ridícula que se habían dicho, cada abrazo…

¡Como si nunca se hubieran ido!

Y le bastó apenas una mirada del chico para saber que él también se acordaba de todo.

Por supuesto, no hablaron una palabra de lo ocurrido salvo para acordar que, nunca, compartirían con nadie los vergonzosos detalles de lo que había pasado en lo alto de aquella colina, pues sería la única manera de escapar a las burlas del resto de la familia y, también, de contener la vergüenza y los nervios que esos recuerdos aún les causaban.

Bueno, eso no está funcionando del todo bien… reconoció ella mientras disimulaba su malestar colocándose el pelo detrás de la oreja.

Era mucho más difícil actuar con normalidad frente a Ranma que con el resto porque él sabía toda la verdad. Ellos dos eran los únicos que sabían todo lo que había pasado y era inevitable no pensar en eso, justamente en eso y no en cualquier otra cosa, cuando sus ojos se encontraban y el silencio se instalaba.

Así como estaba pasando en ese instante.

Al menos ella no conseguía huir de los recuerdos de ese Ranma hechizado, tan distinto del que tenía delante. Rememoraba las palabras de ese otro chico, tan firmes y confiadas, palabras de amor; mientras que este parecía incapaz de decir una sola. Lo más que pudo hacer fue carraspear y llevarse una mano a la garganta.

—¿Te duele? —preguntó y él negó con la cabeza.

—La siento rara cuando me despierto —explicó, distraído. Se pasó, entonces, las manos a lo largo de sus brazos, irguiendo la espalda. Akane se preguntó si es que él también sentía ese frío, pero no preguntó.

—Quizás te hayas resfriado.

—No me pongo enfermo desde que era niño.

—Eso no tiene nada que ver —afirmó ella, acurrucándose más entre la lana de su chaqueta—. El Templo estaba a mucha altitud, las temperaturas eran muy bajas.

—¿Y eso qué?

—Recuerdo que la primera noche te quedaste hasta tarde entrenando fuera —dijo Akane—. Y la segunda, apuesto a que tu padre te quitó todas las mantas y no tenías con qué cubrirte.

—¡Bah —exclamó él. No quedó claro si le molestaba que ella insinuara que era un debilucho que podía caer enfermo por tan poca cosa o que hubiese adivinado lo ocurrido con tanta simpleza. En cualquier caso, no le dio la razón. Giró el cuerpo hacia otro lado, como ignorándola, pero siguió mirándola al preguntar—. ¿Tan preocupada estás por mí?

—Claro que no —respondió al instante, aunque sin alterarse, con los labios un poco curvados—. ¿Tan deseoso estás de que me preocupe por ti?

—¡Claro que no! —Apretó los labios un poco, apenas ofuscado—. No necesito que tú te preocupes por mí, mi amor…

Esas dos últimas palabras produjeron el mismo efecto que si hubieran visto un rinoceronte asomar su cuerno por el otro lado del pasillo. Si hubiese sido otro chico, habría pensado que se burlaba de ella usando esas palabras a propósito, pero tratándose de él…

Akane no pudo evitar agitarse y espatarrar sus ojos.

—¿Qué me has…?

Ranma parpadeó lentamente, con exagerada incredulidad y tardó un par de segundos de más en dar un respingo.

—No… —Solo cuando su rostro se encendió de golpe, su voz salió desgarrando su garganta en un chillido nervioso—. ¡No, yo no…! ¡S-se me ha escapado!

. ¡No sé por qué diantres…!

Akane, que seguía mirándole con los ojos bien abiertos, fue incapaz de reaccionar hasta que Ranma se tambaleo hacia atrás y su espalda chocó con la pared.

—¡Cuidado, idiota!

—¡No entiendo porque he dicho una cosa así!

—Bueno… —Se cruzó de brazos, para evitar su propio temblor, aunque la piel de su cara también se coloreó de manera llamativa—. Así era como me llamabas durante el hechizo.

—¡Sí, sí! ¡Me acuerdo! —reconoció él, lanzándole una mirada severa, como reprendiéndola por haber mencionado eso de lo que no se podía hablar—. Pero… ¡No sé por qué lo he dicho ahora!

—Supongo que porque querías hacerlo.

—¡No! ¡Qué va! —negó él, azorado—. ¡Ni siquiera lo he pensado!

Akane bajó la mirada. Estaba acostumbrada a esa manera de negar las cosas por parte de Ranma, así que apenas se sintió mal por ello. Al contrario, su corazón empezó a aumentar el ritmo de sus latidos, no como las otras veces en que se ponía nerviosa. Su corazón se agitaba… contento. ¡Ilusionado de una manera estúpida y que no necesitaba explicación!

Como lo había hecho todo el día del hechizo.

Se llevó una mano al pecho al sentir también que ese frío tan desagradable se retiraba un poquito.

—¡Olvídalo! —Le pidió Ranma. Parecía una orden y una súplica al mismo tiempo, por el modo en que la miraba—. No significa nada. ¡No ha sido nada!

Akane soltó los bordes de la chaqueta y murmuró, solo para ayudarle.

—El hechizo aún está reciente… —Ranma asintió a toda prisa.

—¡Eso! —Y forzó una sonrisa tranquilizadora, aunque su rostro seguía rojo—. Ha sido eso, solo eso —Se rio un poquito para demostrar que no tenía importancia y la miró—. No volveré hacerlo —añadió, confiado—. Puedes estar segura de que no se repetirá, mi amor… ¡No, no!

Esta vez las palabras salieron de un modo más natural, más firmes y Ranma soltó una exclamación al tiempo que se llevaba las manos a la boca, aterrado de sí mismo.

Akane también se vio invadida por una súbita sensación de vergüenza, no tanto por oírle, sino porque su corazón saltó con más ganas, de un modo más febril y animoso que antes. Tuvo el impulso de lanzarse a los brazos del chico con la misma alegría y despreocupación con que lo hacía estando hechizada.

Y eso la molestó.

—¡Deja de llamarme así, Ranma!

—¡No lo hago a propósito! —Se quejó él, igual de enfadado y abochornado—. ¡Estúpido hongo!

Salió corriendo rumbo al baño, sin volver la cabeza para mirarla. Akane se quedó sola en el pasillo, con el corazón desbocado y un humillante amor vibrando en su pecho.

¿Qué está pasando? Se preguntó, aturullada. Las mejillas le llameaban y esa insulsa felicidad que no respondía a nada le quemaba las palmas de sus manos que notaba vacías, deseosas por tocar y abrazar a Ranma.

No, no…

Las apretó contra sus piernas y también salió trotando de vuelta a su habitación. Cerró la puerta y pegó la espalda a la madera, decidida a quedarse allí hasta que esas sensaciones desaparecieran de su cuerpo.

Arrrg —Se quitó la chaqueta de lana y la arrojó sobre la cama. De pronto el cuerpo le ardía.

El frío se había desvanecido por completo.