SIRS OF THE NIGHT

CAPÌTULO 1:THE RED MOON

Las oscuras nubes ocultaban la pàlida faz de la luna. Ni siquiera el ulular de los bùhos rompìa aquel sobrecogedor silencio. Los àrboles estaban mudos, las hojas callaban al paso de la brisa nocturna, los animales observaban el cielo, inquietantes, esperando respuesta a algo que les hablaba.

En mitad de aquella paz sepulcral, en donde la vida se habìa detenido durante unos instantes, se alzaba la mansión Heladiem. En uno de sus patios, rodeados de aromàticas y hermosas plantas se encontraba un hombre, de pelo blanquecino y aspecto maduro y rostro severo, con sus ojos clavados en el cielo, en la luna. Nada se podìa atisbar a oìr en la mansión. Una hermosa mujer, de largos y oscuros cabellos se acercò junto a èl.

-¿La luna roja?

-Si…-contestò aquel misterioso hombre tras unos segundos.

La hermosa mujer dio un leve suspiro y le volviò a preguntar:

-¿Y si es tan solo un desengaño?,¿Por qué seguir creyendo en una amenaza inexistente?

No respondiò, aquel hombre continuò observando la luna, hasta que segundos màs tarde exclamò:

-¡Ha desaparecido!

La hermosa mujer mirò al cielo y pudo ver como la luna habìa desaparecido sin màs.

-Tal vez se encuentre oculta tras las nubes y no…

Ni siquiera le dio tiempo a terminar la frase cuando volviò a aparecer, disipando las nubes y dejando entrever un profundo e intenso color rojizo.

El hombre mirò a la mujer unos instantes pero esta no dijo nada, tan solo observaba estupefacta los cielos.

-Preparad mi armadura, el consejo deberà reunirse.

Lejos de aquel lugar, en plena ciudad de Nueva York, un hombre luchaba contra si mismo.

Los cristales del apartamento se encontraban empañados por el frìo, apenas una luz tenue procedente de la làmpara situada en una esquina del amplio salòn podìa iluminar aquel pequeño apartamento. En el suelo, un agente de policía escupìa sangre por la boca mientras se retorcìa de dolor. Cuatro de sus compañeros apuntaban con sus revolveres a Alexander mientras observaban atònitos como su compañero agonizaba tendido en el suelo.

-¿¡Què le has hecho!?-bramò uno de los agentes.

Alexander, de pelo largo y oscuro, agitò la cabeza horrorizado por lo que estaba viendo.

-¿¡Què le has hecho!?-volviò a gritar el mismo agente.

-¡No…no le he hecho nada!-intentaba decirse a si mismo y a los agentes.

-¡Ya basta!,¡Fuego a discreción!-ordenò el mismo agente.

El miedo y el frìo de la muerte recorrieron el cuerpo de Alexander, sabìa que aquel era su final, pero su cabeza se encontraba demasiado turbada como para asimilarlo.

Un furioso estampido ensordeciò los oìdos de Alexander. Abriò de nuevo los ojos, pues los habìa cerrado para no ver su tràgico destino, y descubriò a los agentes desplomados en el suelo, inmóviles e inertes. De sus cabezas, sangre brotaba sin cesar y sus revolveres en sus manos rigidas aun se mantenian.

-Se han…se han suicidado-se dijo a si mismo Alexander mientras intentaba contener el pánico y el terror.

El policía que se encontraba en el suelo habìa dejado de agitarse violentamente, ahora tan solo un hilo de sangre se desplazaba por su nariz.

Los sonidos de la calle, la gente gritar, las ordenes de la policia, el furioso viento impactar contra los empañados cristales del apartamento, los sonidos del terror, los sonidos del miedo, todo ello sumìa a Alexander en una inexplicable pesadilla de la que intentaba despertar pero no podìa. En la radio de aquellos difuntos hombres pudo Alexander oìr como el sargento de los agentes los llamaba insistentemente, preguntando que demonios les ocurrìa. Tras unos segundos de intenso y espeluznante silencio, se pudieron escuchar por la radio las ùltimas òrdenes del sargento; enviaba un grupo de operaciones especiales a por Alexander.

-No…No puedo matar a nadie mas…¡¡NO!!-se gritaba a si mismo mientras corrìa por el vestíbulo.

En su cabeza se mezclaban las imágenes de los cadáveres de los agentes, la agonìa de aquel moribundo policía y el terror de ser un asesino que no podìa reprimir sus sanguinarios actos.

Ya se encontraba en el tejado de aquel edificio de apartamentos, la policìa seguìa apostada alrededor de la calle, incluso vigilaba edificios colindantes. La gente se amontonaba junto a los controles policiales, expectantes de saber que estaba ocurriendo, algo que Alexander tambièn suplicaba por saber.

-Solo yo puedo acabar con esto….solo yo…-decìa Alexander angustiosamente mientras se dirigìa renqueante hacia el borde del tejado, dispuesto a terminar con su vida y sufrimiento.

El gèlido viento encogìa aùn mas el corazòn del joven y movìa su oscura cabellera. Ya se situaba en el borde, dispuesto a saltar, cuando una profunda voz acallò todo el desconcierto del muchacho.

-Serìa una làstima perder una gran promesa-dijo aquella profunda e irònica voz triunfal.

Cuando el muchacho se girò, una alta y fornida figura, de traje azulado, camisa blanca y gafas de sol oscuras se acercaba hacia èl. Su piel era tremendamente pàlida aun en la tenue oscuridad de la ciudad y en su cabeza no habìa cabellera alguna. Mientras aquella misteriosa figura se acercaba lentamente, un grupo de seis SWAT se apostaba ràpidamente junto a la puerta. Levantaron con gran rapidez sus ametralladoras para apuntar contra mi cuerpo y unas pequeñas linternas incorporadas en sus armas me alumbraban y señalaban mi silueta.

-No lo hagas, eres mas de lo que crees ser-dijo finalmente aquel hombre mientras se detuvo en seco a pocos metros de Alexander.

Un fugaz sentimiento de furia recorriò a Alexander poco antes de sentir como una ardiente mano oprimìa su helado pecho. Se sentìa morir, se sentìa caer al vacio…Poco antes de caer inconsciente al suelo pudo oìr como aquel hombre le decìa:

-Tù eres el final de toda esta escoria…no podìa dejarte escapar.

La luna habìa vuelto a su blanca faz, faz que iluminaba aquel esplèndido y espectacular mosaico del suelo. Las antorchas iluminaban con su vivo y ardiente fuego aquella sobrecogedora habitación circular, sobre la cual una amplia abertura dejaba pasar la luz de la luna. Siete lujosas sillas descansaban frente a la enorme y pètrea mesa circular que presidia la sala y en la cual habìa estampada la figura de un àngel negro con alas blancas. Seis hombres, armados con resplandecientes y lujosas armaduras se situaban en los laterales de la mesa y en mitad de ellos seis, presidiendo la mesa, se encontraba un adornado trono de madera y plata, en donde se sentaba un anciano, de aspecto cansado pero aun severo. El anciano, al contrario que los demàs presentes, vestìa una tùnica de color púrpura, la cual rozaba el suelo.

Entre aquellos hombres se encontraba Febos, el hombre de pelo blanco y aspecto maduro y severo.

-¿Acaso sigue este consejo sin creer en los testimonios dados?-preguntò Febos a todos aquellos hombres.

Uno de aquellos hombres, portador de una resplandeciente armadura púrpura respondiò:

-Febos, todos sabemos hasta que punto a llegado tu obsesión por encontrar una anomalìa en nuestra Sagrada Regla. Se que este consejo solo representa a unas pocas familias y clanes, pero insto a que se prohiba al lìder de la dinastía Geb, Febos, a que parta en otra desastrosa expedición en busca de esa anomalía producto de sus desvariaciones.

Febos se levantò ràpidamente de su asiento de piedra y mirando fijamente a los ojos a aquel que le habìa contradicho le contestò:

-En la Sagrada Regla aparece la mención de una anomalía, que deberìa ser recogida por un clan o familia antes de que alterase la existencia entre humanos y Sangre Oscuras. Si a eso llamàis desvariar, tal vez lo haga, pero por el bien de todos nosotros.

Un silencio invadiò a todos los presentes en aquella sala. El anciano que presidìa la mesa y la reuniòn sentenciò con una voz frágil pero rotunda:

-Asì sea Febos, creo que el consejo de Niflheim aprueba tu búsqueda.

Todos aquellos hombres, exceptuando al caballero de la armadura púrpura, asintieron.

-Pero-prosiguiò el anciano-si por algún motivo tu encuentro con aquel que piensas ser la anomalía se viese en peligro de nuestra raza o de nuestro equilibrio, no dudarìamos en tomar las medidas oportunas para evitarlo…incluyendo la muerte de uno de los nuestros.

Febos realizò una profunda reverencia ante el consejo, tras lo cual dijo:

-Pueden estar seguros de que si mi intento de encontrar a la anomalìa fracasase, estarìa dispuesto a pagar con mi vida mi error.

Una blanca habitación era todo lo que Alexander atisbaba a vislumbrar. Un espejo al fondo reflejaba su demacrado aspecto. Le habìan conectado numerosos electrodos en la cabeza y en la cara tenìa marcas de contusiones y sangre. Sus manos estaban presas por unas fèrreas esposas y se encontraba agotado, casi sin sentido. Cuando despertò ya se encontraba en aquella misteriosa sala. Querìa recordar algo, llegar a descubrir porquè se encontraba allì, pero no podìa, su mente estaba cubierta de brumas.

Entonces, en aquella misteriosa habitación una puerta se abriò y el mismo hombre fornido, alto, calvo, de faz muy pàlida y gafas oscuras, ese mismo hombre se adentrò en la habitación, la cual era bastante pequeña. Una mesa situada entre Alexander y el misterioso hombre, esa era la distancia que los separaba. Horribles y vagos recuerdos vinieron a la memoria de Alexander en ese mismo momento. Apenas pudo levantar el rostro cuando el misterioso hombre comenzò a hablar tras un largo rato en silencio.

-Estoy seguro que te preguntas que demonios estàs haciendo aquì, estoy seguro de que ni te imaginas que eres realmente…Nadie sabe exactamente quien o que es. Pero sin embargo tù puedes ayudarme a descubrirlo. ¿Acaso tù mataste a esos hombres?

El debilitado y contusionado rostro de Alexander negò con un lento movimiento de cabeza, pues no podìa pronunciar palabra alguna.

-No, no fuiste tù mi querido amigo. Fue tu deseo, el deseo que nos une a nosotros dos. Este-decìa cada vez mas exaltado-Este solo es un traje que nos cubre a ambos. Ambos sabemos que hay algo mas, ambos sabemos que no somos aquello que creemos ser. Ambos odiamos esta realidad llena de mentiras, por eso tu…tu vas a darme respuestas.

Tras decir estas ùltimas palabras, se quitò las gafas lentamente, dejando a la luz una impactante imagen. Sus ojos y la parte del rostro que los rodeaban estaban quemados por completo y en estos mismos ojos, dos grandes pupilas negras marcaban un profundo terror. Por primera vez, la mente de Alexander intentò salir de aquella bruma que la invadìa, reflejando en su rostro el desconcierto y el miedo.

Las frìas y pàlidas manos de aquel hombre apretaron fuertemente la cara de Alexander.

-Dìmelo Alexander…Dime que es, dime como puedo acabar con este sufrimiento-decìa con un habla resoplante y cada vez màs histèrica-Dime como puedo poner fin a esta plaga…¡¡Dime como devolver este mundo a quienes les pertenece!!

Mientras las negras pupilas se les clavaban en la mente, volvìa a sentir aquella sensación, la sensación de morir, de sentir el frìo manto en su pecho, pero esta vez sintiò algo diferente…sintiò que podìa resistirse, no por mucho tiempo.

Tras unos angustiosos segundos en los que tan solo el acelerado resoplar del misterioso hombre perturbaba el silencio de la sala, algo le detuvo. Apartò las manos de la faz de Alexander y volviò a colocarse las gafas mientras se levantaba, pues se habìa inclinado hasta la mesa. Alexander se sentìa agotado, tremendamente fatigado y fuera de si, una especie de estado de shock lo invadìa.

-Esta bien…-dijo el misterioso hombre.

Entonces dos agentes SWAT entraron en la sala, desconectaron los electrodos de la cabeza de Alexander y lo condujeron fuera de la habitación, a rastras, pues no podìa mantenerse en pie, hacia una celda.