CAPÌTULO 2:THE MAN AND THE MIND
Dos tensas cuerdas sujetadas a los fèrreos grilletes metàlicos le alzaban los brazos en el aire. Sus piernas tambièn se encontraban prisioneras de la misma forma y sus ojos se encontraban cegados por un artilugio metàlico que le rodeaba la cara. Fatigado, cansado y atemorizado, tan solo era sujeto por aquellos aparatos que lo mantenìan preso, pues de no ser asì, se desplomarìa inerte en el suelo.
Silencio, solo silencio. Ni los pasos de un guardia, ni el murmurar de otros presos…Se encontraba aislado, aislado en su propia mente, en su propio horror y desconcierto. Minutos, horas pasaron sin que nada imperturbase aquel fustigador silencio.
Entonces un horrendo grito de dolor logrò adentrarse en aquella celda, unos disparos y después silencio, aquel sepulcral silencio. Tras unos largos segundos, la puerta de la celda se abriò, dejando entrever entre la oscuridad del pasillo, dos siluetas apostadas frente a la puerta. La oscuridad ocultaba sus rostros, pero su voz los delataba.
-Tranquilo, pronto saldremos de aquì-dijo una sincera y apaciguada voz femenina.
La otra figura se habìa colocado tras Alexander e instantes después, multitud de chispas saltaron de las cuerdas que le mantenìan preso. Una poderosa mano le arrancò el artilugio metàlico de la cabeza, pero aùn asì, apenas podìa vislumbrar nada. Entonces un destello, un vendaval de aire que recorrìa toda la celda y vuelta a la oscuridad.
La luz de la luna le hizo despertar, no sabìa cuanto tiempo llevarìa durmiendo, ni tan siquiera sabìa donde se encontraba, tan solo que la luz de la luna entraba por un amplio balcòn. Se levantò de la cama y se dirigiò a este balcòn, desde donde pudo ver un espeso bosque extendièndose frente a èl. La luna lo habìa embelesado, no conseguìa recordar cuanto tiempo habìa pasado desde la ùltima vez que la habrìa visto tan hermosa.
Una madura voz dijo a sus espaldas:
-Bienvenido, Alexander
Sùbitamente, Alexander se volviò y pudo ver la imagen de un hombre robusto, de pelo corto y castaño, vestido con una camisa de lino dorado. Se trataba de Febos.
-¿¡Quién eres!?,¿¡Qué demonios està pasando!?-preguntò desesperado Alexander.
-Tranquilizate-decìa con voz calmada Febos-Has vuelto a donde debìas volver.
-¿De què estàs hablando?
-¿Acaso tu mataste a aquellos hombres?,¿Acaso querìas matarlos?
-¡No!-respondiò irritado
-Fue tu mente, no querìas morir y te defendiste. Es una tècnica de los Sangre Oscura
-¿Los que?
-Alexander, se que lo que vas a oìr no es fácil, ni tan siquiera sè si podràs asimilarlo, pero es la verdad, tuya es la opciòn de creer o no creer.
Tras unos expectantes segundos, volviò a hablar.
-Siempre se nos ha renegado de la historia, siempre se nos expulsò de vuestro mundo, tanto que llegamos a ser olvidados. Creamos un mundo diferente, un mundo paralelo en la noche, un mundo en el que los Sangre Oscura pudieramos vivir en paz. Pero no siempre fue asì. En un principio los Sangre Oscura se negaron a vivir apartados de los demàs humanos, pero el odio que estos nos profesaban era mayor que nuestra voluntad.
-¿Què?,¡Estàs delirando!-le interrumpiò Alexander
-¿Acaso puedes explicarme porque aquellos agentes se suicidaron ante tì?
Alexander callò. No sabìa porquè, no sabìa porque toda aquella gente le buscaba pero no podìa creer en todo aquello.
-Asì pues-continuò diciendo Febos- Tuvimos que ocultarnos en la noche, reunirnos en clanes, en familias, en dinastías…Pero la uniòn fue efìmera. Pronto surgieron aquellos que buscaban venganza contra los humanos que los despreciaron por ser diferentes, aquellos que su sed de venganza les llevò a convertirse en asesinos de ambos bandos, aquellos que lucharon y murieron por una nueva uniòn jamàs alcanzada. Los Sangre Oscura se fueron dispersando cada vez mas y màs, perdiendo su rastro pero dejando su marca. Diferentes familias y dinastías formaron consejos, consejos que debatìan entrar en la guerra o defender la paz. La guerra y el enfrentamiento ha sido la tinta con la que se ha escrito nuestra historia. Pero a pesar de nuestras diferencias, una ùnica regla nos unìa, la Sagrada Regla. En ella aparecìa nuestra eterna lucha entre los de nuestra misma raza y tambièn el peligro de nuestra extinción.
-¿El peligro de la extinción?-preguntò inquietado Alexander.
-El peligro de una anomalía, de un Sangre Oscura sin dinastía, sin familia ni clan. Un Sangre Oscura de ninguna descendencia, un Sangre Oscura que traerìa el final sin principio, la muerte sin la vida…-tras una breve pausa Febos concluyò- Ese Sangre Oscura sin descendencia eres tù.
Segundos pasaron, segundos en los que la mente de Alexander volvìa a aquella bruma, aquella espesa bruma que todo lo invadìa.
-¿Còmo…còmo es posible?,¿Porquè…porquè yo?-preguntaba un confundido Alexander.
-Nadie escapa a su destino Alexander…Tus poderes, tu descontrol, la profecìa…Todo te delata.
-¡No!-gritò un cada vez màs confundido y horrorizado Alexander-¡No puede ser!,¡Me estàs engañando!,¡Todo esto es…!
-Todo esto es real-le espetò Febos
-Soy…¡Soy una amenaza!,¡Soy un peligro para este mundo!-gritaba desconsolado Alexander.
No pudo aguantar màs, sus piernas se derrumbaron sobre la madera del balcòn y sus ojos contenìan làgrimas de un profundo pesar y horror.
-No Alexander, no lo eres. Ahora eres parte de este mundo y estàs en mis manos, no dejarè que te pase nada,¿Entiendes? No te dejarè solo…Ahora eres parte de esta dinastía y parte de este camino y no dejarè que te conviertas en esa amenaza.
Febos se habìa inclinado hacia Alexander, el cual sentìa recorrer el frìo en sus venas.
-Ahora descansa…Y despierta mañana descubriendo la realidad y olvidando el sueño.
Los rayos del sol despertaron de su aletargado sueño a Alexander. Aquella càlida sensación le acogìa y deseaba no apartarse de ella. Habìa sentido el frìo de la muerte, del horror, el frìo del destino incierto. Aquellos rayos de luz apenas podìan iluminar la oscura habitación en la que se encontraba. Una mullida y amplia cama acogìa el cuerpo de Alexander, el cual ya se habìa recuperado. Tras unos segundos de confusiòn comenzò a recordar todo lo ocurrido…y todo lo revelado. Se apresurò en levantarse y en abrir plenamente la ventana tras la cual la luz del sol se retenìa. Tras esta ventana pudo ver la claridad del dìa, una claridad que iluminaba un bello y espeso bosque, tan verde como la hierba, tan alto como la luna. La habitación estaba decorada muy austeramente, tan solo una mesa baja y unos cuantos cojines a su alrededor ocupaban el espacio de aquella habitación. Los ropajes de Alexander tambièn eran diferentes, tan solo vestìa un còmodo y largo patalòn de lino azul, con el dorado emblema de un lobo saltando grabado en su pernera derecha. Se dirigiò ràpidamente hacia una de las puertas correderas del fondo, las cuales poseìan dibujos y grabados con escenas de animales en reposo. Tras la puerta, un amplio patio se abrìa hacia èl. Este patio se encontraba rodeado de mas pasillos interiores y mas porches como en el que el se encontraba. Multitud de frescas y hermosas flores adornaban cada rincón de aquellos pasillos y de aquel patio. Cada parte de aquel lugar poseìa dibujos y grabados distintos, pero todos en un color azulado. Tras observar todo esto, Alexander pudo descubrir a Febos y a un grupo de personas, frente a èl. Se encontraban junto a una grande y espectacular fuente que despedìa un agua clara y cristalina. Esta fuente estaba formada por un enorme lobo subido en lo alto de grandes rocas, acompañado por un bùho que vigilaba en aquellas rocas y la mitad del cuerpo de un hombre que de entre aquellas piedras salìa. De todos ellos y de multitud de orificios mas, salìa aquella agua cristalina.
Febos callò al ver aparecer a Alexander, lo observò detenidamente y se fue acercando hacia èl lentamente.
-Bienvenido a la dinastía Geb, bienvenido a tu nuevo mundo, tu verdadero mundo.
Alexander no podìa articular palabra ni mostrar expresión alguna. Su mente desconcertada y furiosa consigo mismo le habìa llevado a un estado de inconsciencia, todas aquellas revelaciones debìan ser asimiladas por sì mismo, aunque su propia mente lo renegaba.
Unos frìos segundos pasaron en los que las miradas de ambos hombres se cruzaron en un mismo punto. Nadie dijo nada, incluso parecìa callar el sonido del agua caer en la fuente. Las personas que se situaban tras Febos, dos hombres y tres mujeres, realizaron una profunda reverencia, todas ellas sin apartar su puño derecho de su corazòn.
-Permite que te los presente. Ellos seràn parte de tu vida a partir de este momento.- se girò y fue señalando con su mano a cada uno de ellos mientras los nombraba.
-Arges, capitàn de la guardia de la mansión-dijo señalando a un hombre alto, protegido con una armadura azulada y portador de una larga espada-Mindo, jefe de sirvientes-dijo señalando a un hombre de estatura media, con poco pelo y muy delgado el cual vestía unos ropajes marrones-Naede, jefa de sirvientas-dijo señalando a una mujer anciana, con el pelo recogido en un moño y que vestía una túnica rosácea-Dafne, mi prometida- dijo señalando a una hermosa y esbelta mujer de ojos negros como la noche y pelo largo, color azabache, cuyo rostro desprendía fuerza y alegría. Vestía una larga túnica roja, parecida a un kimono.
Finalmente, mostró ante los ojos de Alexander a su hija:
-Esta es mi hija, Nuth-dijo señalando a una joven, tan hermosa como Dafne, de mirada rebelde y dorado cabello, el cual le llegaba por la cintura.
Todos llevaban el semblante dorado del lobo saltando grabado en sus ropajes y en la reluciente armadura del capitán.
-Ahora ven conmigo, te mostrarè la mansión-invitò Febos a Alexander.
Alexander caminaba junto a Febos mientras dejaban atràs a aquel sèquito. Caminaron durante un buen rato mientras Febos le iba indicando las numerosas estancias, salones y aposentos de la mansión, la cual era enorme. Cuando llegaron a la torre que presidía toda la mansión, allà en lo alto, en donde las personas callaban y la naturaleza hablaba, Febos y Alexander mantuvieron su primera conversación tras todo lo ocurrido. Ambos se encontraban apoyados sobre la baranda de madera, observando el espeso bosque y sintiendo la caricia del viento en sus rostros.
-Sè que no has elegido dejar atràs toda tu vida, todos tus recuerdos y todo lo vivido, pero es el destino quien te ha traido hasta aquì y nadie puede luchar contra el destino, contra su destino.
Febos y Alexander continuaban observando el horizonte, en donde el bosque se extendìa con belleza. Eternos minutos pasaron sin que ninguno de los dos volviera a mencionar palabra alguna. Tras esos eternos instantes, Alexander rompió su silencio y su desconcierto:
-Entonces no somos libres…nunca lo seremos. Nunca podremos ser felices, gozar de nuestra libertad…Nunca podremos elegir.
-Tal vez-respondió rápidamente Febos- Pero podemos engañar a nuestro sufrimiento, podemos crear nuestra propia libertad asumiendo nuestra elección.
-¿Qué elección?, Si ni tan siquiera podemos elegir que somos o que queremos ser, no podemos tener opción ni elección.
-Pero podemos crearla, podemos crear a partir de nada un todo, podemos crear un nuevo mundo en donde podamos asumir nuestra realidad y cargar con ella. Por eso te conduje hasta aquí, Alexander, porque tú tortura, tu caos, sería la soledad. Ahora puedes crear un nuevo mundo, una nueva realidad junto a nosotros, junto a los que te defenderán.
-Pero aùn asì es un camino que solo yo puedo recorrer.-respondiò
Febos asintiò.
-Pero… ¿Cómo puedo saber que es verdad, que todo esto no es mas que mi propia falsedad, que otra ilusión de mi mente desesperada?
-Porque lo estàs sintiendo Alexander. Tus sentidos podràn engañarte, podràs ver cosas irreales, oir muchas falsedades pero nunca podràs sentir algo que no sea verdadero.
Fue en aquel momento cuando Alexander encontrò un dèbil haz de luz al final de un mundo cubierto por las sombras.
Tras esa esperanzadora conversación con Febos, bajaron hasta la puerta de entrada a la mansión, tras pasar el adoquinado patio lleno de preciosas y fragantes flores, estanques cristalinos y adornados faroles pendientes de los tejados. Dos guardas armados con lanzas y de armadura tambièn azulada pero menos ostentosa que la del capitàn, les abrieron las puertas hacia el exterior.
Fuera, un sol resplandeciente alumbraba todos los rincones. Un ancho camino de piedra llegaba hasta la puerta de los muros de la mansión, en donde unas estacas de madera sostenìan alargadas banderas con el conocido emblema de la dinastía Geb. Febos le condujo hasta el lateral de la mansión, la cual se encontraba rodeada por el bosque. En uno de los claros que rodeaba a la mansión, entre la mansión y la entrada al bosque, esperaban dos hombres. Uno era alto y fornido, con el pelo recogido en una coleta y de aspecto muy severo; el otro era claramente mas anciano, de pelo canoso pero de mirada afable. El hombre de aspecto severo vestìa una camisa sin mangas, bastante raída, de color grisàceo, al igual que sus pantalones. Sin embargo el anciano llevaba una larga tùnica verdosa, bastante cuidada y hermosa.
Al llegar hasta ellos, Febos le presentò a Alexander a aquellos hombres:
-Alexander, estos dos hombres seràn tus instructores. Magnus, tu instructor de manejo de espada y batalla cuerpo a cuerpo-dijo señalando al hombre de la coleta- y Essex, tu instructor de Fuerza Psìquica-dijo mostrando al anciano afable.
Ambos hombres realizaron una profunda reverencia, tras lo cual Alexander preguntò:
-¿Fuerza Psiquica?
-Si joven, no es solo tu cuerpo quien ha de tomar las decisiones en la batalla, tambièn has de usar tu mente. Tengo entendido que ya has experimentado esos poderes-contestò el anciano con voz pausada y tranquila.
Entonces aquellos terribles recuerdos invadieron de nuevo la mente de Alexander y el miedo y el horror volvieron a turbarle. El agonizante rostro del policía le iba atormentando cada vez màs, cuando Magnus le devolviò a la realidad con su poderosa voz.
-Bien muchacho, tienes mucho que aprender, serà mejor empezar cuanto antes ¿ Estas preparado?-decìa Magnus mientras apoyaba sus pesadas manos sobre los hombros de Alexander.
El muchacho asintiò con un leve movimiento de cabeza mientras intentaba escapar de aquel pasado que no querìa volver a recordar. Mientras lo llevaban camino adelante, Alexander observò como un gesto de orgullo y satisfacción invadìa el rostro de Febos.
