Disclamer: Los personajes y parte de la trama son propiedad de Rumiko Takahashi y no mía.
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Nota: Segunda Parte de la trilogía "Los Hongos del Amor". Recomiendo leer esta trilogía en orden y estar alerta a los saltos en el tiempo. También os recomiendo ver de nuevo o por primera vez el capítulo del anime: "Vamos al Templo de los Hongos" para entender mejor como se desarrolla esta historia. Esta parte será un poco más larga, pero espero que os guste ^^
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—Efectos Secundarios—
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5.
Akane consultó su reloj y se sorprendió al ver que solo le quedaban unos pocos minutos antes de tener que volver a clase. No había probado bocado y la hora de la comida estaba por acabar, había perdido el tiempo buscando a Ranma por el instituto, y lo peor era que no había conseguido dar con él.
Estaba segura de que el maldito efecto de los hongos era el responsable de que ese tonto estuviera celoso y quizás, molesto con ella. No es que le buscara para disculparse o algo así (¡Solo faltaba!), pero quería tranquilizarle. Recordarle que esos sentimientos no eran reales, antes de que hiciera alguna estupidez peor que dar un sopapo al pobre Watanabe.
¿Dónde puede haberse metido ese tonto?
Era como si se le hubiera tragado la tierra. No se habría marchado del instituto, ¿verdad? Decidió volver a su aula y si resultaba que Ranma no estaba allí… ¿Debería marcharse a casa para ver si había vuelto?
¡No era posible que estuviera tan enfadado por un estúpido abrazo!
Al doblar la esquina en busca de las escaleras que la llevarían a su clase, Akane vio dos figuras al fondo, entre las sombras del pasillo y tuvo un mal presentimiento que la hizo pararse en seco.
Su hermana Nabiki, que por lo general nunca tramaba nada bueno, estaba hablando con Ukyo de algo que parecía, además, bastante serio. No le gustó el modo en que ambas cuchicheaban sin sacarse los ojos de encima, medio escondidas bajo la escalera. Alcanzó a distinguir el tono de rubor que cubría las mejillas de Ukyo y entonces se fijó en que su hermana tenía en las manos la caja misteriosa de esa mañana. No había vuelto a pensar en ella, pero se dijo que era llamativo que la hubiese llevado al instituto.
De pronto, Ukyo asintió con fuerza y se marchó dando grandes zancadas en otra dirección. Nabiki suspiró con cierto aire de satisfacción y se volvió topándose de bruces con ella que ya había empezado a acercarse. La sonrió como si se alegrara de verla.
—Hola, hermanita —La saludó—. ¿No deberías estar en clase?
—Como tú —respondió a su vez. Se acercó más, entrecerrando los ojos—. ¿Pasa algo, Nabiki?
—¿Y qué podría pasar? —Nunca era buena señal cuando le respondía con otra pregunta—. ¿Y tú qué dices?
. ¿Qué os está pasando a Ranma y a ti?
—¡¿Cómo?!
—Vamos, es muy evidente —Se río con ferocidad, balanceándose sobre sus pies con la caja fuertemente agarrada—. Vergüenza, ¿no es así? Los dos os sentís violentos después de lo que pasó en el Templo.
Akane parpadeó, y disimuló lo mejor que pudo el alivio por oír esas palabras. Nabiki no había descubierto lo que estaba ocurriendo de verdad entre ellos.
—Sí, supongo que un poco.
—Es obvio que Ranma desearía desaparecer debajo de una piedra, y no me extraña… ¡Estaba tan ridículo haciendo de chico enamorado!
—Oye.
—En cambio a ti te veo frustrada —continuó la mediana como si nada—. Te fastidia que el hechizo se acabara, ¿verdad?
—¡¿Y tú qué sabes?!
—¡Se te veía tan feliz enamorada de él! —Frunció el ceño, afilando su sonrisa—. Te gustaría volver a ese día.
. Incluso diría que me odias un poco porque fui yo la que os hizo volver a la normalidad.
Cierto, fuiste tú pensó Akane.
Ahora se acordaba a la perfección de ese momento, cuando Nabiki se acercó a ellos en medio del gran salón, rompiendo la atmosfera de alegría y festejos que lo llenaba. A medida que avanzaba hacia ellos, los rostros de sus padres cambiaron, el monje adoptó una mueca de extrañeza como si no comprendiera o no le gustara. Cuando más felices y enamorados estaban, ella les confesó que sus sentimientos no eran reales. Y los retó a tomar el antídoto para probar que estaba equivocada.
Akane aún no se había cuestionado las razones por las que Nabiki había intervenido. Podía pensar que había sido un acto altruista, pero conocía demasiado bien a su hermana.
De hecho, recordaba que además les había sacado dinero a cambio de la verdad. Eso sí que la fastidiaba.
—No digas tonterías, claro que no te odio —respondió, a pesar de todo—. ¿Crees que querría pasarme el resto de mi vida hechizada?
—Esa es una magnífica pregunta… ¿querrías?
Lo preguntó con una seriedad que le cortó la respiración a la pequeña.
—¿Cómo qué…? —Entonces Nabiki abrió la caja que portaba y desveló el secreto. ¡Eso es…! Akane se atragantó con su propia respiración cuando un aullido de horror se abrió paso desde sus pulmones a su boca. Tuvo que toser para aliviar la angustia y después miró a su hermana como si esta se hubiera transformado en un monstruo—. ¡¿Eso es… es… son…?!
—Sí, son hongos del amor —confesó Nabiki, poniendo los ojos en blanco.
—¡¿Cómo los has conseguido?!
—Es un suvenir del Templo.
—¡¿Los robaste?!
—No, claro que no —Se encogió de hombros—. Soborné al experto en setas para que me enviara unos cuantos.
Akane, asustada, trató de arrebatarle la caja pero su hermana podía tener muy buenos reflejos cuando se trataba de proteger una de sus mercancías más valiosas. Se echó hacia atrás, protegiendo los hongos con su propio cuerpo y extendió una mano frente al rostro de la pequeña.
—Nada es gratis en esta vida —Le soltó con guasa y los ojillos brillantes—. Pero por ser tú, te haré descuento.
. ¿Qué tal 5.000 yenes por volver a tener a Ranma comiendo de tu mano?
—¡¿Te has vuelto loca?! —Le gritó—. ¡No quiero esos hongos para usarlos, sino para deshacerme de ellos!
—Ahora eres tú la que dice locuras.
—¿Has olvidado lo peligrosos que son?
—¿Peligrosos? ¡Pero si esto crea amor y felicidad a quien los coma!
—¡No es amor real! Y la felicidad que sientes tampoco lo es —Akane bufó. Le costó admitirlo ante su hermana que la sonreía siempre con superioridad, como si supiera más de cualquier cosa que ella. Pero en esta ocasión era Akane quien sabía lo que esas setas podían hacer. ¡Lo había vivido!—. No puedes jugar así con los sentimientos de la gente, Nabiki, ¿te imaginas lo que pasaría si esos hongos cayeran en manos de…? —De pronto, entendió todo y su rostro se enrojeció por la furia que sintió—. ¡¿Por eso estabas hablando con Ukyo?!
. ¡¿Pretendías vendérselos a ella para que hechizara a Ranma?!
—Si tú no los quieres, yo debo recuperar mi inversión.
—¡¿Cómo puedes ser así?!
La mayor de las Tendo le dirigió una mirada de aburrimiento que la hizo enfadar más todavía. Enganchó la caja con un brazo, asegurándose de que la otra no pudiera tocarla y cambió su tono de voz a uno, en apariencia, más paciente.
—Si no quieres que estos hongos circulen por ahí, solo tienes que comprarlos —Le propuso—. Yo preferiría que los tuvieras tú.
—¡Aunque los comprara para evitar que alguien más los usara, sería para tirarlos a la basura!
—Menudo desperdicio.
—Jamás caería tan bajo como para envenenar a Ranma con esas setas solo para que me amara —Declaró Akane con firmeza y seguridad, aunque no logró impresionar a la otra chica.
—¿Ah, no? —Le soltó—. ¿Lo has pensado bien? —Nabiki abrió la caja y extrajo uno de los hongos. Era pequeño, blanquecino y de textura blanda y sedosa, Akane recordaba lo delicioso que era, como se deshacía en tu boca dejando una sensación placentera en el paladar—. ¿No crees que sería lo más práctico?
—No entiendo.
—Es obvio que tú estás loca por Ranma, como también es obvio que ese chico no sabe decidir nada por sí mismo. Creo que solo por evitarse problemas, aceptaría a cualquiera de sus prometidas si otros eligieran por él.
Akane se río.
—No conoces a Ranma en absoluto.
—Al final os obligarán a casaros —siguió Nabiki, blandiendo el hongo como si fuera una varita mágica deforme—. ¿Estás segura de que Ranma se enamorará de ti llegado el momento? ¿Qué podréis ser felices por vosotros mismos? —Acercó el hongo a la nariz de su hermana y esta retrocedió, huyendo de ese olor dulzón—. Esto puede asegurarte una vida feliz repleta de amor.
. ¿No vale la pena que lo reconsideres?
—¿Reconsiderar, para qué? ¡No está bien hacer algo así! No puedes obligar a otro a que te quiera.
—¿Por qué no? Ranma sería feliz, como el día del hechizo, ¿quién le querrá más que tú? ¿Ukyo? ¿Shampoo? —Nabiki siguió sonriendo, balanceando su tono enredado en esas palabras horribles y que, sin embargo, empezaban a inquietarla—. Ellas no dudarían un segundo en usarlo.
—Yo no soy así —replicó Akane. Por desgracia, su hermana llevaba razón en algo; por ahí fuera había personas, puede que más de las que pensaba, que estarían dispuestos a pagar lo que fuera por conseguir el amor de la persona que les gustaba. Personas como Nabiki, que no tomarían en cuenta los sentimientos del otro, ni su libertad de decisión; egoístas que solo verían un atajo frente a ellos para ser felices. Sería terrible que esos hongos circularan por la escuela sin control, no podía permitirlo—. ¿Cuánto pides por ellos? ¿5.000 has dicho?
—¿Los quieres todos? —La pequeña asintió—. Entonces, digamos que serán varios pagos de 5.000, pero te dejaré que me pagues a plazos.
—Está bien —aceptó, porque no le quedaba otra—. Te daré el primer pago esta noche, pero quiero los hongos ahora.
—¿No te fías de mí, hermanita?
Por toda respuesta, Akane le arrebató la caja al tiempo que le lanzaba una mirada furibunda. La mayor se lo permitió y aún sonriente, empezó a alejarse.
Ella permaneció allí, con la caja apretada contra su pecho, aún aturdida por la conversación y haciendo un gran esfuerzo para que las palabras de su hermana mayor no penetraran en su mente y la embaucaran con falsas promesas.
¡No! Tenía que deshacerse de esos hongos de inmediato. Eran como sujetar una bomba en las manos.
Miró a su alrededor para orientarse pero entonces sonó la alarma que indicaba el regreso a las aulas. Akane gruñó pero decidió volver. En cualquier caso no habría sido seguro tirar los hongos a una de las muchas papeleras de la escuela, porque cualquiera podría tomarlos de ahí y armar el desastre. Lo más seguro sería llevárselos a su casa y una vez allí, triturarlos con algo hasta que solo quedara polvo y después, tal vez, tirar los restos por la taza del váter.
Sí, las alcantarillas le parecieron un buen lugar para ellos.
Llegó a la puerta de su clase justo al mismo tiempo que Ranma, quien no había huido y además, había decidido salir de su escondrijo para seguir con las lecciones. Se pararon un instante ante el umbral, sin saber cuál debía entrar primero. El chico la miró con cierta vacilación.
—¿Qué es eso? —La preguntó, señalando la caja.
—¿Eso es todo lo que piensas decir después de desaparecer? —Le espetó ella. No le dio opción a responder, se precipitó al interior de la habitación y tomó asiento sin dirigirle una sola mirada más.
Maldita Nabiki pensó, molesta, mientras escondía la caja bajo su asiento. El frío había vuelto pero su rostro estaba colorado. ¿De verdad crees que me molestaría tanto por este lelo?
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Hubo alguien más que llegó tarde a la clase. Entró cuando esta ya había comenzado y se sentó en su mesa sin que nadie reparara en ello.
Tenía el corazón acelerado, las manos sudorosas al plantarlas sobre sus apuntes y emborronar la tinta. Costaba reprimir la sonrisa en ese estado.
Así que Nabiki Tendo decía la verdad sobre esos hongos pensó. La excitación burbujeaba en su vientre y el calor empezaba a recorrer su cuerpo hambriento y esperanzado. No se había creído nada de lo que esa chica le contó al principio. ¿Hongos del amor? Sonaba a chiste y sabía que ella era una embaucadora.
Pero después oyó la conversación entre ella y Akane y por las palabras de ambas entendió que era todo cierto. Esos hongos de aspecto raquítico realmente tenían la propiedad de hacer que dos personas se enamoraran, por lo visto, eso había pasado entre Ranma y Akane.
Prefirió no pensar en esa idea tan lamentable.
No obstante, si era cierto y si se hacía con un puñado de esos hongos… ¡Su mayor sueño se haría realidad! Conseguiría que la persona a la que amaba, a la única a la que jamás había amado, se fijara en que estaba ahí. También le amaría. Y todo sería maravilloso, estupendo, una fantasía que se haría realidad.
Tenía que hacerse con esos hongos, no importaba cuánto le costara.
Los necesitaba.
¡Debían ser suyos!
Eran la llave para su alegría eterna.
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Gracias a todos y a todas las que estáis leyendo mi trilogía, gracias por todos vuestros mensajes de ánimo y apoyo.
Espero que os siga gustando.
Besotes
-EroLady-
