Gracias a Allison Black, GaRrY, Mirug, Agus y Moony, Jean-kate, Mary, hermkinomoto, jessytonks, gandulfo, amaltea, Lali, Laura, Xela, the angel of the dreams, jeanneKst, KAMI, Astron, Luin, Noir, Nelly Esp, Akirah, la nieta de Vegeta, lily evans1, Lily Potter, Nimmy, Nariko-chan1, Dorian-Crow, , 0 - alassea - 0 y a Hermi567 por haber enviado un lindo review.
Tiempo al empezar el capitulo. Inglaterra: 12.4 días Tierra Media: 186 días.
Tiempo al termino del capitulo. Inglaterra: 13.2 días Tierra Media: 198 días
El Señor de los Anillos.
III. El Retorno del Rey.
La asfixiante oscuridad se cernía sobre ellos, envolviéndolos en una abrumadora atmósfera viciada, vieja... muerta.
La procesión avanzaba lentamente entre los abismos de la gruta, siguiendo ciegamente al líder, capitán de los montaraces del norte.
Pequeñas esferas luminosas flotaban alrededor de caballos y hombres, esferas mágicas nacidas de la vara de Sirius Black.
Para el animago una eternidad había pasado desde la última vez que sus ojos fueron agraciados por la luz solar, desde que el viento había soplado libremente por entre sus ropas y cabello.
Sirius se sentía presa de un horrible terror. La débil luz de las antorchas y esferas mágicas no rivalizaba con la oscuridad de la hondonada, y a cada momento que la compañía se detenía, matando el rumor de sus pasos, le parecía escuchar alrededor un susurro, un interminable murmullo de palabras extrañas en una lengua desconocida.
Los grises ojos del mago se movieron por los rostros de la compañía, buscando en ellos respuestas, conocimiento de lo que sucedía, pero los montaraces mostraban también el recelo por esas oscuras y extrañas tierras, no tocadas desde hace centurias por algún ser vivo. Solo el temple y el valor de su líder los hacia seguir adelante con esta perpetua marcha, y aunque alguno hubiese deseado dar la vuelta sabía que era imposible; todos los senderos que iban dejando atrás eran invadidos por un ejercito invisible que los seguía en las tinieblas.
Pasó así un tiempo interminable, y aunque nada atacó a la compañía, ni le cerro el paso, el temor de Sirius no dejo de crecer a cada paso que daba en estas tinieblas.
Pronto la compañía dejo el ancho camino que había estado recorriendo y se encontró en un vasto espacio vacío, ya sin muros a uno y otro lado.
Los montaraces y caballos se detuvieron y un débil rumor se alzo entre ellos.
- Lumos maxima - susurró la voz de Harry, y hasta ese momento de su varita broto la magia, expulsado luz desde su centro
Los rayos rebotaron en la desnuda y mohosa piedra de las altas y lejanas paredes, y una puerta tallada en la piedra se mostró imponente ante ellos, y los caballos comenzaron a relinchar recelosos, asustados por lo que se avecinaba.
- ¿Quién entra en mis dominios? – sonó una voz en el abismo, ocasionando que la compañía se juntará en un grupo compacto, haciendo resonar el eso metálico de sus espadas al chocar, siendo desenvainadas. Solo uno se mantuvo firme en su posición, con la espada alzada al aire, altivo, desafiante:
- Alguien que exige tu lealtad – respondió Aragorn, sin que el miedo manchará sus palabras, sino bañadas de orden, respeto
Una risa rebotó en las frías paredes, y a su eco un ejercito fantasmal fue apareciendo, volviéndose visible al paso de la risa.
La compañía estaba rodeada.
Miles de soldados portando fantasmales estandartes que parecían flotar en un viento viejo, muerto, venido de muchos años; lanzas de brillos sombríos; cotas desdentadas, escudos viejos, espadas oxidadas.
- Los muertos no soportan el paso de los vivos – dijo uno, portando una corona y cota real, y su voz era aquella que había roto primero el angustioso silencio
- Tendrán que soportarme – respondió desafiante Aragorn, dando un paso adelante
La risa volvió a brotar de aquellos destrozados labios y dio lugar a una sonrisa en los rostros de los muertos.
- El camino esta cerrado. Fue hecho por aquellos que están muertos y los muertos lo guardan – una de las certeras flechas del príncipe Legolas voló hasta la cabeza del rey de los muertos, atravesándola cual si fuera humo, rebotando en el duro piso – El camino esta cerrado. Ahora deben morir
- ¡Los convoco a cumplir su juramento! – prorrumpió Aragorn, dando pasos hacia la figura del rey de los muertos, alzando valientemente a Andúril
El sonido metálico de miles de espadas lleno el aire y la compañía se vio envuelta en una sabana de acero que amenazaba con desbordarse sobre ellos.
- Ninguno más que el rey de Gondor puede ordenarme – respondió burlonamente el rey, extendiendo los brazos, mostrándoles el poderío de su fantasmal ejercito
Harry lanzó un hechizo a los muertos pero observo con asombro como se desvanecía en el aire, sin haber disuelto ni una partícula de los espectros. Ezellahen lanzó una maldición en élfico antes de desenvainar molesto la espada, poniéndose lado a lado de los gemelos, hijos de Elrond.
Sirius se preparó para su muerte, observando con asombro como la magia de Harry no había tenido efecto alguno en esas cosas que les rodeaban. Muchas veces había vistos fantasmas, convivido con ellos desde su estancia en el castillo de Hogwarts, pero nunca antes había visto seres como estos. El animago trago saliva y desenvainando tanto su daga como su vara, enfrento a los seres que le rodeaban. Si iba a morir, lo haría peleando, como los valientes no como un cobarde.
Los guerreros estaban listos para enfrentar el destino que se les presentaba, empuñando la espada y buscando estrategias de ataque, esperando el acto que desataría la encarnizada matanza, pero... un simple choque de espadas apaciguo los ánimos de los combatientes y los ojos de todos, tanto de los vivos como de los muertos, se posaron en el montaraz Aragorn y en el rey de los muertos, pero no encontraron tal cosa.
Elessar, heredero de Isildur, amenazaba con su espada al traidor de su ancestro.
- ¡El linaje fue roto hace mucho tiempo! – gimió desesperada e incrédulamente el rey de los traidores, con la garganta en el filo de la espada del dúnadain
- Se ha vuelto ha forjar – espeto el capitán, lanzando lejos de sí a su presa, encarando al resto del ejercito de los muertos, sosteniendo a Andúril frente a él – Peleen por nosotros y recuperen su honor perdido – dijo, dirigiéndose ahora a todos los que le escuchaban – ¿Qué dicen? – pregunto, caminando firmemente entre los muertos que se apartaban a su paso – ¡¿Qué dicen?!
- Pierdes el tiempo Aragorn – gruñó Gimli empuñando el hacha y lanzando fieras miradas a sus captores – No tenían honor de vivos, no tienen ninguno de muertos
El silencio se hizo en ambos bandos, dando tiempo a los montaraces de medir a sus enemigos y su situación, pero los ojos de los espectros nunca dejaron la figura del capitán de los montaraces del norte.
- Yo soy el heredero de Isildur – continuó Aragorn, ignorando por completo las quejas del enano Gimli – Peleen por mí y consideraré sus juramentos cumplidos ¡¿Qué dicen?! – pregunto nuevamente
Harry sintió que el tiempo se detenía, incluso la respiración de sus pulmones, observando a los silenciosos muertos que no mostraban reacción alguna ante el ofrecimiento de su rey, sin embargo, lo inesperado llego.
Lentamente, uno a uno, los espectros comenzaron a arrodillarse y la marea verde rodeo a la compañía que se mantuvo de pie como una isla solitaria en el océano, y a Aragorn quien sostenía firmemente la espada de sus ancestros, centellando con una extraña luz.
- Rey de Gondor, te saludamos y obedecemos – se escucharon la miles de voces formando un solo coro
Aragorn se giro sonriente a sus montaraces, quienes bajaron la cabeza en signo de obediencia y respeto.
Sirius se sorprendió de ver que Harry también lo hacia, demostrando con este simple acto que su vida estaba en manos de aquél que llamaban rey. El animago observo perplejo al montaraz y aunque jamás se lo hubiesen dicho, pudo ver la nobleza en sus facciones y en su andar, digno miembro de la realeza, un gran rey de los hombres.
Halbarad se acercó a su capitán, depositando las riendas de su caballo en manos de Aragorn, quien agradeció el gesto.
Los montaraces subieron entonces a los caballos, así como Legolas, Gimli y Sirius.
Trancos se giro hacia ellos, mostrando una nueva energía en el rostro.
- ¡Olviden sus fatigas amigos! ¡Cabalguen! ¡Cabalguen ahora conmigo! – grito Aragorn, con una voz tonante, alcanzando a todos sus seguidores – ¡Marchemos a Pelargir en la ribera del Anduin! ¡Marchemos a cumplir nuestro destino! – gritó, elevando la espada al cielo, y en ese momento, el estandarte que Halbarad había estado cargando se desplegó; y he aquí que era negro, y si tenía alguna insignia, no se veía en la oscuridad
Y como truenos en una tormenta, la compañía gris penetró en las tinieblas de la tempestad de Mordor y desapareció a los ojos de los mortales, pero los muertos los seguían.
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La cómoda oficina se encontraba en silencio, rotó tan solo por los ronquidos de los cuadros de los antiguos directos de la venerable escuela mágica.
El fuego de la chimenea se encontraba encendido, consumiendo los maderos que crujían en las llamas.
Albus Dumbledore estaba sentado en la enorme silla de madera rojiza, detrás del formidable escritorio que se encontraba a reventar de papeles, escribiendo incesantemente en un amarillento pergamino de papel.
El paso de la pluma sobre la superficie resonaba suavemente, deteniéndose tan solo para ser hundida en el pomo de tinta.
Todo parecía perfecto, cada cosa en su sitio, imperturbable, pero no era así.
Con una última mirada a sus garabatos, el viejo director dejo la pluma descansar sobre el escritorio, soltando un enorme suspiro.
Las clases acababan de empezar y ya se sentía cansado.
Eso es lo que deseaba pensar. Que por culpa de la escuela y la vejez ya se sentía cansado, pero en su corazón sabía que no era cierto. Llevaba demasiado tiempo como director para no estar acostumbrado a estas alturas, a las labores que conlleva ser la cabeza de tan prestigiosa escuela.
No, la escuela no lo cansaba, ni los alumnos con sus travesuras y problemas diarios. Todo lo contrario. Servían para brindarle una luz de esperanza a su solitaria vida.
Era Harry Potter quien lo tenía de esta manera, la preocupación por el muchacho.
Estaba enterado de que Sirius Black, su sobreprotector padrino, se encontraba con él, y mientras fuera así ningún daño caería sobre el muchacho si estaba en las capacidades físicas de Sirius de evitarlo, pues amaba a ese chico. Sin embargo... una piedra no dejaba de atormentar su cabeza... ¿una guerra?
Con pesadez se levanto de su asiento, caminando hasta una de las ventanas de su oficina, clavando sus ojos en la nada.
Sabía que Harry era un chico fuerte, valiente, de magnífico corazón y que podía sobresalir de cualquier prueba que se le presentará. Lo había demostrado ya muchas veces, superando incluso las expectativas del anciano director, y a él le gustaba pensar así, para su propio bien físico y mental.
Tanto quería a ese chico que las miradas de odio y decepción que le había tirado a finales de su quinto año, habían sido como cuchillas fugaces que se clavaron en su carne, lastimándolo más que cualquier mago tenebroso y oscuro al que se haya enfrentado.
Era increíble que él, Albus Dumbledore, hubiera encontrado a una persona así, a alguien a quien quisiera tanto que no le importará sacrificar el bienestar de millones con tal de ver una sonrisa en sus labios, con tal de verle sano y feliz, y que cuyo desprecio lastimará más que cualquier dolor físico capaz de atacar el cuerpo humano.
Deseaba tanto hablar con Harry, pero temía que su encuentro tan solo lastimará más al muchacho.
No. No deseaba tal cosa, por eso esperaría, sería paciente.
Prepararía el ritual para su regreso, y cuando le tuviera enfrente ni el mismo demonio salido de los avernos del infierno sería capaz de evitar que le estrechará fuertemente entre sus brazos, vaciando en él todo el amor paternal que había estado acumulando en sus años de observación al chico.
Si. Esperaría. Albus Dumbledore sería paciente.
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Durante seis días la compañía gris corrió a través de los valles de Lamedon y Lebennin, valles del país de Gondor.
Habían salido del Sendero de los muertos cerca del pináculo Erech, atravesando gracias a ese prohibido paso las Montañas Blancas, una procesión rocosa que servía de frontera entre Gondor y Rohan.
Sin detenerse más que en la joven noche para descansar de su aventura corrieron por los verdes y fértiles valles, atravesando en su paso la ciudad de Calembel, al pie de una pequeña montaña; el poblado de Ethring, en las orillas del río Ringló; pelearon en Linhir, ciudad que era atacada por las huestes de Haradrim, hombres altos de piel oscura, y ojos y cabello negros. Los muertos demostraron aquí su valía pues no solo los haradrim huyeron despavoridos, también lo soldados de Lamedon que defendían la ciudad, arrancando la risas de los gemelos élficos y del joven mago ingles.
Harry se desempeño maravillosa y valientemente en el campo de batalla ganando la aprobación de los otros montaraces y del primo de su mentor, Halbarad.
El animago se sorprendió de la apariencia que exponía su ahijado, lleno de tierra, sudor y sangre, y sin embargo se mostraba orgulloso, altivo, un verdadero miembro de los montaraces del norte, digno discípulo de Aragorn. Legolas le dijo que su apariencia no era nada comparada con la que había tenido al salir de las minas de Moria y entrar a Lothlórien, el bosque de oro que circundaba la hermosa y antigua ciudad élfica de Caras Galadon, reino de la dama Galadriel y el señor Celeborn.
Durante el trascurso de los seis días se hablo poco, pues tan solo llegar la pálida aurora y tocar con rayos solares la piel de sus cuerpos, Aragorn los empujaba en una de las carreras más precipitadas y agotadoras que alguno de ellos, salvo el mismo Aragorn, hubiese experimentado antes.
Había sido agotador, pero a los rayos del mediodía del sexto amanecer al fin veían la ciudad forjada entre los ríos Anduin y Sirith.
Pelargir, gran y hermoso puerto de Gondor, aquel que servía para atacar a los corsarios de Umbar y cuyos barcos eran tallados en blancas maderas y decorados con velas níveas.
Pero esta vez, era ella quien sufría los hostiles ataques de su enemigo, sucumbiendo ante el poder y mayor número de los corsarios.
A lo lejos se podía ver la ciudad en llamas, rodeada de los miles de barcos de velas negras, digna característica de los piratas de la bahía de Belfalas, cerca del valle de Umbar, en el desértico país de Haradwaith.
Aragorn observó gravemente la ciudad, escondido por las ramas y troncos del bosque de álamos que se encontraba a las afueras de la ciudad, montado sobre su inquieto corcel.
- ¿Cuál es el plan de acción, capitán? – pregunto Halbarad, portando en alto el estandarte del rey
Trancos le tiro una mirada, y después de que su caballo diera unos cuantos respingos, llamo con voz alta a su pupilo:
- ¡Ezellahen! Ezellahen – Fíriel se acerco rápidamente, pasando entre los caballos extranjeros con la cabeza en alto, cargando a su amo, quien se puso rápidamente al servicio de su maestro – ¿Qué opinas?
Harry observo un momento la ciudad, midiendo la situación y la cantidad de barcos que la circundaban. Pudo distinguir también barcos de velas blancas, pero estos ardían en un incesante fuego. La ciudad ardía al igual que los barcos que se habían construido con tanto amor y cuidado.
- Tienes mayor fuerza de ataque, con soldados disciplinados y leales – continuó, intercalando miradas entre Aragorn y Halbarad – y también tienes el elemento sorpresa
Los dos montaraces compartieron sonrientes una mirada, complacidos con sus observaciones.
- Le haz educado bien, primo – dijo el portador del estandarte, apretando afectuosamente el hombro del joven mago
- Es un buen alumno y poseedor de una mente ágil – expresó Trancos y luego trotó, poniéndose frente a sus hombres que se encontraban un poco más atrás, entre los árboles jóvenes, y habló con voz tonante como si se dirigiera a un gran ejercito, aunque a la vista solo estaban los treinta montaraces – No destruyan los barcos, nos ayudaran a alcanzar rápidamente las orillas de Osgiliath – los hombres asintieron con la cabeza. Aragorn giro entonces su corcel, encarando ahora la ciudad. Después de observar un poco más los miles de barcos, desenvaino la espada en un fluido movimiento – ¡Por Gondor! – grito, lanzándose a la batalla llevando a los montaraces y a los muertos a ella
El trotar de los caballos resonó, el comienzo de una tormenta.
Fíriel corría rápida y rauda sobre los verdes pastos que rodeaban a Pelargir, adelantándose a los demás caballos, corriendo lado a lado con el corcel del capitán. Su amo no le permitía adelantarlo, pero ya lo hubiera hecho, pues superaba al otro caballo en fuerza y velocidad.
A lo lejos, una joven de rubios cabellos sujetos en una larga y gruesa trenza corría gritando hacia ellos, cargando un pequeño bulto en sus brazos. Era perseguida por tres hombres de gruesas y oscuras facciones. Harry observó esto y apuro a Fíriel, desenfundando a Anguirel, la hermosa y mortal espada blanca, regalo del medio elfo.
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Nerdanel sabia que su ciudad no sobreviviría el ataque de los corsarios, papá se lo había dicho antes de partir con el resto del ejercito a Minas Tirith, y ella podía ver ahora de que había estado hablando.
Al parecer, los haradrim de Umbar se unirían a la gran batalla que se desarrollaba en estos momentos en frente de la ciudad blanca, pero para llegar hasta aquél lugar sus barcos tenían que navegarse sobre el Anduin, el gran río que circundaba el reino de Gondor y aquél que pasaba lado a lado de las ciudades de Pelargir y Osgiliath.
Pero los corsarios sentían odio y rencor por los gondorianos, y el destruir la ciudades que se cruzaban en su camino les daba un gran placer, aunque eso los retrasará en su agenda con el lord oscuro.
Nerdanel arropó a su pequeño hermano, observando los negros ojos que se revelaron sobre el blanco pero sucio rostro del bebe. Astaldo se encontraba bien, ingenuo a lo que ocurría a su alrededor y al hecho de que acababa de quedar huérfano de madre.
La chica de rubios cabellos asomó cuidadosamente la cabeza de entre los barriles que le servía de escondite. Si pudiese llegar al bosque de álamos encontraría un refugio seguro para ella y Astaldo.
Asustada, espero el momento en que pudiera salir corriendo, y lo vio.
Nerdanel se levanto rápidamente, partiendo con la velocidad del viento, exprimiendo las fuerzas de su delgado cuerpo, apretando a su pecho a su hermanito.
Gritos salvajes a su espalda le advirtieron que había sido descubierta y comenzó a temer no solo por la vida de su pequeño hermano, sino también por el destino que le aguardaba en cuanto esos salvajes le pusieron las manos encima.
Aun recordaba lo que le habían hecho a Fëanora, su joven madrastra. Los gritos y el desgarre de la tela del vestido. Lo había observado todo desde el escondite que ella le había cedido tan valientemente, a cambio de que cuidará de su medio hermano.
El trotar de cascos llego hasta sus oídos y elevando la cabeza observo con sorpresa y alegría que un grupo de jinetes se dirigían rápidamente hacia ellos, seguidos por una extraña marea verde a la cual no le dio importancia.
No vestían la armadura del ejercito, ni a la cabeza iba algún capitán que ella conociera, pero sobre un estandarte negro que flotaba en el viento observo la insignia del rey de Gondor bordada en hilos de plata. El árbol blanco y las siete estrellas alrededor de su copa.
Tal felicidad la embargo que no se dio cuenta que había disminuido la velocidad, tan solo alcanzo a sentir el jalón en su trenza. La habían atrapado.
Grito pidiendo auxilio, los salvajes deseaban arrebatarle a su hermano y lo hubieran hecho, pero un zumbido en el viento, como una hoja cortando las capas a su alrededor, dirigiéndose rápidamente hacia ellos los detuvo.
Un gemido de dolor salió de la boca de su captor. Asustada giro los azules ojos hacia él, observando con horror como una blanca espada le había atravesado tan certeramente el corazón, de lado a lado.
El trotar de un caballo atrajo la atención de los otros dos y de Nerdanel, y vieron como un jamelgo de pelaje rojizo se acercaba rápidamente hacia ellos.
El soldado arriba del corcel había lanzado la espada, impidiendo que la lastimarán.
Nerdanel observó como el jinete empuñaba con destreza una segunda espada y hería mortalmente a uno de sus enemigos, matándolo en el acto.
El tercero empuñaba una alargada lanza negra.
El gaucho giro su montura, encarando al último de los adversarios. El caballo relincho con fuerza a la vez que se lanzaba rápidamente hacia el último corsario.
Un grito escapó de los labios de Nerdanel al ver como el haradrim encajaba hábilmente la lanza sobre la tierra justo cuando el jinete estuvo a punto de arrollarlo, entre las patas del animal, ocasionando que el caballo se descontrolará y cayera al pasto, tirando en el proceso a su jinete.
El haradrim desenvaino una encorvada espada y con un grito tiro un golpe hacia el montaraz que seguía sobre el piso, recostado boca arriba. Pero no tuvo éxito, pues su golpe fue bloqueado con destreza.
El pirata tiro un segundo golpe, y Nerdanel pensó que esta vez si había asestado, pero un grito de parte de su protector la hizo elevar el rostro, observando como este tiraba una patada al haradrim, desorientándolo el suficiente tiempo para ponerse de pie.
El choque de espadas no se hizo esperar, pero el montaraz era más hábil y rápido, y en un bloqueo, tiro un golpe con el puño a la cara de su adversario y dando un giro sobre sí y alrededor de su oponente, le hirió profundamente la espalda con el filo de su hoja, dejándolo inconsciente sobre el pasto que se manchaba con su sangre.
Después de verificar que ya no representaba una amenaza, el montaraz se giro hacia ella; y he aquí que Nerdanel pudo observar mejor su rostro.
Se trataba de un muchacho, no menor ni mayor que ella. Y a pesar de la suciedad que cubría su fisonomía pudo darse cuenta que poseía atractivas facciones y un par de refulgentes ojos verdes.
- ¿Te encuentras bien? – le preguntó, al tiempo que extendía su mano para ayudarla a levantarse, pues todo ese tiempo había estado asustada sobre el pasto, apretando contra su pecho a su hermano, realizando hasta este momento que había estado llorando. Todo lo que pudo hacer fue asentir con la cabeza y tomar temblorosamente la mano del joven guerrero
pOq
Harry observo a la chica, inseguro de que dijera la verdad. Con cuidado la ayudo a ponerse de pie, dándose cuenta no por primera vez que temblaba como una hoja en una ventisca.
- ¡Ezellahen! – grito Elrohir, cabalgando rápidamente hacia él y llevando por las bridas a Fíriel – '' (Ya tendrás tiempo de galantear otro día) – dijo sonriente, percatándose que la chica no dejaba de mirar indiscretamente a su amigo, y como éste se sonrojaba ante su comentario
- 'Darthanne, Elrohir' (Espera un momento, Elrohir) – susurro, con los ojos perdidos en el pasto, ocasionando que su amigo riera otro tanto – ¿Sabes montar? – le pregunto a la chica, quien ahora le observaba con una mezcla de admiración y respeto
- Lo suficiente – respondió ella, y su voz era suave, dulce
Harry encajo la espada en el pasto para después tomar las riendas de Fíriel y acercarla a la chica, ayudándola a subir a ella, en seguida se acerco a murmurarle unas palabras a su briosa yegua.
- No te preocupes – le dijo a Nerdanel – ella no los dejará caer. No bajes de su lomo – advirtió – estarás más segura sobre ella – después de que la chica asintiera, Fíriel trotó lejos de ellos
- '' (Eso fue muy galante de tu parte, pero dime ¿Cómo le harás ahora para llegar rápidamente hasta la ciudad?) – pregunto Elrohir, observando que los demás montaraces ya habían llegado
Harry no respondió, retirando a Anguirel del cuerpo del corsario y envainando sus dos espadas. La segundo había sido la antigua espada de Aragorn, aquella que había empuñado en sus años de montaraz y que había obsequiado a su pupilo, pues Andúril sería su única espada ahora que había sido forjada de nuevo y estaba en sus manos.
- 'Toron!' (¡Hermano!) – grito Elladan, ocasionando que Harry elevará sus ojos y se diera cuenta que venía acompañado de Sirius. Inmediatamente una sonrisa se le formó en los labios. Ya sabía como llegaría a Pelargir – '' (¿Qué ocurrió aquí? ¿Por qué esa chica estaba montada sobre Fíriel?)
- '' (Por que nuestro amigo Ezellahen fue un caballero y le cedió su montura para protegerla) – respondió Elrohir con una sonrisa, ocasionan que Harry se sonrojara otro tanto
- ¿Te encuentras bien, Harry? – preguntó Sirius, más preocupado por la batalla que acababa de tener su cachorro
- No te preocupes – respondió el joven mago, montando inmediatamente frente a su padrino que le observo sorprendido – ¿No te molesta que yo lleve las riendas, verdad?
- ¡Claro que no! – alego enseguida el animago, agradeciendo que alguien al fin tomará el control de ese animal – Comenzaba a pensar que sería mejor si yo lo llevaba a él cargando hasta la ciudad – a su comentario los gemelos rieron, imaginándose la escena que hubieran hecho
- Andando – señaló Harry, y en seguida los tres caballos corrieron hasta las puertas de Pelargir
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La furia del combate arreciaba en los campos del Pelennor; el fragor de las armas crecía con los gritos de los hombres y los relinchos de los caballos. Resonaban los cuernos, vibraban las trompetas, y los enormes mûmakil mugían con estrépito empujados a la batalla. Al pie de los muros del sur, la infantería de Gondor atacaba a las legiones de Morgul que aún seguían apiñadas allí.
Éomer atacaba rabiosamente a las huestes de orcos y hombres, uniendo a los rohirrim bajo el estandarte real de su casa. Haciendo resonar su cuerno y dando con fuertes gritos las ordenes de ataque. Y el ejercito de la Marca ya no cantaba. Muerte, gritaban con una sola voz poderosa y terrible. Éomer los guiaba en su locura y sed de venganza, pues el cuerpo de su querida hermana había sido encontrado al lado del rey caído. Y acelerando el galope de las cabalgaduras, pasaron como una inmensa marea alrededor de Théoden Rey, y se precipitaron rugiendo rumbo al sur, galopando ahora con Éomer Rey a la batalla.
Los caballos relinchaban con fuerza, barriendo al enemigo entre sus patas. Pero los mûmakil rugían, pisando como insectos a los corceles y sus jinetes. Nadie podía atacar a los grandes monstruos, erguidos como torres de defensa.
Y si al comienzo del ataque la fuerza de los rohirrim era tres veces menor que la del enemigo, ahora la situación se había agravado: hombres del este que empuñaban hachas, Variags que venían de Khand, sureños vestidos de escarlata, y hombres negros que de algún modo parecían trolls llegados de la lejana Harad, de ojos blancos y lenguas rojas. Algunos se precipitaban a atacar a los rohirrim por la espalda, mientras otros contenían en el oeste a las fuerzas de Gondor, para impedir que se reunieran con las de Rohan.
Pero la caballería galopaba hacia el este en auxilio de Éomer: Húrin, el Alto, Guardián de las llaves, y el Señor de Lossarnach, e Hurluin de las Colinas Verdes, y el príncipe Imrahil el Hermoso rodeado por todos sus caballeros.
Entonces, a la hora precisa en que la suerte parecía volverse contra Gondor y los aliados, y las esperanzas flaqueaban, se elevó un nuevo grito en la ciudad.
En el aire límpido los centinelas apostados en los muros atisbaron a lo lejos una nueva visión de terror; y perdieron la última esperanza. Sobre el Anduin, aun a muchas leguas de distancia, pero siendo fuertemente empujados por el viento, una flota de galones y navíos de gran calado y muchos remos. Las velas negras henchidas por la brisa.
- ¡Los Corsarios de Umbar! – gritaron – ¡Los Corsarios de Umbar vienen hacia aquí! Entonces Belfalas ha caído, y también Ethring y Lebennin ¡Los Corsarios ya están sobre nosotros! ¡Es el último golpe del destino!
Y unos tocaban las campanas y soplaban las trompetas, llamando a la retirada de las tropas. Pero el mismo viento que empujaba los navíos se llevaba lejos el clamor de los hombres.
Los rohirrim no necesitaban de esas llamadas y voces de alarma: demasiado bien veían con sus propios ojos los velámenes negros. Pues en aquél momento Éomer combatía a apenas una milla del Harlond, y entre él y el puerto había una compacta hueste de adversarios.
Éomer se había tranquilizado, y tenía ahora la mente clara. Y si la esperanza aún no le había abandonado, el último rayo de ella se extinguió de su ser cuando miró el cauce del río y lo que sobre él viajaba tan raudamente.
Maldiciendo su suerte, hizo sonar los cuernos para reunir a su alrededor lo último de su ejercito, proponiéndose levantar un muro de escudos y combatir a pie hasta que el último de los hombres cayera y llevar a cabo hazañas dignas de ser cantadas, aunque nadie quedase con vida en el Oeste para recordar al último rey de la Marca.
Cabalgó entonces hasta una loma verde con la crin blanca siendo mecida por el soplo de la batalla, y allí, con fuerza, plantó el estandarte que había pertenecido hacia poco a su tío, y el Corcel Blanco de la Marca flameó al viento.
Saliendo de la duda, saliendo de las tinieblasvengo cantando al sol, y desnudo mi espada.
Yo cabalgaba hacia el fin de la esperanza, y la aflicción del corazón.
¡Ha llegado la hora de la ira, la ruina y un crepúsculo rojo!
Pero mientras recitaba esta estrofa se reía a carcajadas. Pues una vez más había renacido en él el espíritu guerrero; y aún seguían indemne, y era joven, y era el rey: el señor de un pueblo indómito.
- ¡Jinetes de Rohan! ¡Manténgase en línea! ¡Manténganse conmigo! ¡Pues esta es la hora y el fin de todas las cosas! – grito levantando la espada en señal de desafío a todas las hueste de Mordor. Los rohirrim recibieron estas palabras con gritos de guerra. Sabían que estaban atrapados, cercados por el enemigo, pero morirían peleando lado a lado del joven y último Rey de la Marca, morirían como eorlingas, morirían como hombres del Oeste
Y mientras reía de desesperación, Éomer miró una vez más a las embarcaciones negras.
Entonces, de pronto, quedo mudo de asombro, y los demás jinetes siguieron la dirección de la mirada del valiente, esperando lo peor, pues ¿Qué otro terror venido de la oscuridad de Mordor era capaz de callar a su señor?
En seguida, Éomer prorrumpió un grito de alegría y lanzó en alto la espada a la luz del sol, y cantó al recogerla en el aire.
He aquí que la primera nave había enarbolado un gran estandarte que se desplegó y flotó en el viento mientras la embarcación viraba hacia el Harlond. Y un Árbol Blanco, símbolo de Gondor, floreció en el paño; y Siete Estrellas lo circundaban, y lo nimbaba una corona, el emblema de Elendil, que en años innumerables no había ostentando ningún señor. Y las estrellas centellaban a la luz del sol, pues eran gemas talladas por las hábiles manos de Arwen, dama de Rivendel; y la corona resplandecía al sol de la mañana, pues estaba forjada en oro y mithril.
Así, traído de los Senderos de los Muertos por el viento del Mar, llegó Aragorn hijo de Arathorn, Elessar, heredero de Isildur al Reino de Gondor. Y la alegría de los rohirrim estalló en un torrente de risas y en un relampagueo de espadas.
Los ejércitos enemigos quedaron estupefactos, pues les parecía cosa de brujería que sus propias naves llegasen al puerto cargadas de sus contrarios. Y he aquí que una multitud de hombres saltaba de las embarcaciones hacia el muelle del Harlond e invadía el norte como una tormenta. Y con ellos venían Legolas y Gimli, y el animago Sirius, y Ezellahen el discípulo, y los gemelos Elladan y Elrohir, y los indómitos Dúnedain, Montaraces del Norte, al frente de un ejercito de hombres de Lamedon y Lebennin. Pero delante de todos iba Aragorn, blandiendo la Llama del Oeste, Andúril, Narsil forjada de nuevo y tan mortífera como antaño.
El ejercito de los muertos había sido liberado a las puertas de Pelargir, después de derrotar en batalla a los mortales Corsarios de Umbar, pero no por eso Aragorn se quedo sin hombres. Pues después de su victoria, el rumor de que el heredero de Isildur se encontraba entre ellos se disperso como fuego en paja seca, y he aquí que llegaron hombres de Lebennin y del Ethring, y Angbor de Lamedon llegó con todos los caballeros que pudo encontrar, y dentro de las naves de los piratas hallaron centenares de prisioneros que eran gondorianos.
Y así Éomer y Aragorn volvieron a encontrarse por fin, en la hora más reñida del combate; y apoyándose en las espadas se miraron a los ojos y se alegraron.
- Ya ves cómo volvemos a encontrarnos, aunque todos los ejércitos de Mordor se hayan interpuesto entre nosotros – dijo Aragorn – ¿No te lo predije en Cuernavilla?
- Sí, eso dijiste – respondió Éomer – pero las esperanzas suelen ser engañosas, y en ese entonces yo ignoraba que fueses vidente. No obstante, es dos veces bendita la ayuda inesperada, y jamás un reencuentro entre amigos fue más jubiloso – y se estrecharon las manos – Ni más oportuno en verdad – añadió Éomer, saludando con una inclinación al alumno de Trancos – Tu llegada no es prematura, amigo mío. Hemos sufrido grandes pérdidas y terribles pesares
- ¡A vengarlos, entonces, más que hablar de ellos! – exclamó Aragorn, y juntos cabalgaron de vuelta a la batalla, seguidos por Harry y los montaraces y los ejércitos de Lamedon y Lebennin y de Rohan
Dura y agotadora fue la batalla que los esperaba, pues los sureños eran temerarios y encarnizados, y feroces en la desesperación; y los del Este, recios y aguerridos, no pedían cuartel.
Ezellahen manejo con habilidad las riendas de Fíriel, sosteniéndolas firmemente con una mano y con la otra empuñando a la terrible Anguirel. Cabalgando con fuerza entre los enemigos, tiraba golpes a cada lado de su montura, hiriendo mortalmente a los enemigos entre gritos de guerra.
Harry enfundo rápidamente su espada, y con un movimiento hábil y tenaz tomo una lanza que yacía olvidada enterrada sobre la tierra. Lanzándola al aire, la preparo y viendo a su objetivo, un sureño que tenía en dificultades a un joven de Lebennin, la lanzó, certera y mortal, salvándole la vida al efebo.
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Sirius combatía a pie, lanzando dagas de hielo que se incrustaban en sus enemigos y usando hechizos ensordecedores.
La daga se movía hábilmente, empuñada por su libre mano y usada como escudo cada vez que alguien le tiraba algún golpe con una espada.
En un momento de desesperación, los sureños le atacaron en grupo. Cuatro enemigos le rodearon, asustados por su magia y deseando matarle antes de que pudiera hacer más daño.
El animago los encaro, esquivando rápidamente el golpe de una lanza dando un salto a un lado, encajando la daga sobre la espalda de su distraído y lento enemigo, pero no tuvo tiempo de recuperarla, pues sintió un jalón en los largos cabellos y en seguido se encontró de espaldas sobre el fango.
El sureño lazó un grito feroz, tirándole un golpe con su espada, pero Sirius lo bloqueo con una lanza que encontró rápidamente a su lado, sin embargo esta se partió en dos, cosa que el animago aprovecho pues golpeo fuertemente con ellas a su adversario, quien cayo inconsciente sobre él, inmovilizando en el acto.
Sirius gruño ante su suerte pues dos más le asediaban, y su vara había quedado debajo del cuerpo de su inconsciente contrincante.
Los sureños gritaron de felicidad y ambos tiraron a la vez golpes hacia él con la punta de sus lanzas, pero los golpes nunca llegaron. Harry se había lanzado de su montura hacia ellos, tirándolos en el acto.
Con destreza el mago de ojos verdes se puso de pie y golpeo con el mango de su espada la garganta de uno de los sureños mientras daba una vuelta para bloquear el ataque del otro.
Gritando, Ezellahen encajo profundamente a Anguirel en el cuerpo de uno, para después retirarla con presteza y observar como el cuerpo caía inerte a sus pies. Después, girando y encarando al otro adversario, quien escupía sangre pues Harry había roto algo en su garganta con el golpe, el mago le tiro un rodillazo al estomago, obligándolo a caer sobre sus rodillas, tosiendo y escupiendo su propia sangre. Con un movimiento limpio y certero, Ezellahen dejo caer la punta de su espada sobre la nunca de su enemigo, sintiendo como la punta atravesaba y se encaja en el fango.
Sirius observo esto, dándose cuenta la crueldad con la que Harry mataba sus adversarios a pesar de que estos eran hombres y no orcos. Nunca antes le creyó capaz de quitar una vida humana, pero ahora lo había hecho, y cruelmente.
El animago se encontraba en sus cavilaciones cuando la punta de la espada de Harry cayo a su lado, asustándolo de sobremanera. ¿Habrá leído mi mente?, se pregunto, pero enseguida se dio cuenta que la espada se había enterrado en la espalda del pobre diablo que había caído sobre él, inmovilizándolo.
- Aun respiraba – fue todo lo que dijo su ahijado, ayudándolo a ponerse de pie – ¿Puedes seguir peleando? – preguntó, a lo que Sirius sólo sonrió y se lanzó de nuevo al combate
Harry suspiro, pero poco después una sonrisa decoró sus labios. Se había asustado de sobremanera cuando le había visto sobre el suelo, inmóvil, y actuando por instinto había matado por venganza a los sureños que habían estado peleando con su querido padrino, pensando que se lo habían arrebato. Pero todo estaba bien, y de eso se alegraba.
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La lucha no cejó hasta que acabó el día. Aquí y allá, en las cercanías de algún granero o una granja incendiada, en las lomas y montecillos, al pie de una muralla o en campo raso, los enemigos se reunían y volvían a organizarse, dando dura batalla a los aliados.
Dos veces Halbarad se enfrentó a la muerte y dos veces Harry estuvo ahí para salvarle de ella, ganándose la gratitud y respetó del mayor montaraz, pues sabia que de no haber sido por el joven discípulo la muerte le habría encontrado.
Sirius ganó renombre en el campo de batalla, ya que los soldados observaron sus habilidades para conjurar y hechizar.
Y cuando el sol desapareció detrás de Mindolluin y los grandes fuegos del ocaso llenaron el cielo, las montañas y colinas de alrededor parecían tintas de sangre; y las hierbas que tapizaban los campos del Pelennor eran rojas a la luz del atardecer. A esa hora terminó la gran Batalla de los Campos de Gondor; y dentro del circuito del Rammas no quedaba con vida un solo enemigo. Todos habían muerto allí, salvo aquellos que huyeron para encontrar la muerte o perecer en las espumas rojas del río. Pocos pudieron regresar al Este, a Morgul o a Mordor; y sólo rumores de las regiones lejanas llegaron a las tierras de los haradrim: los rumores de la ira y el terror de Gondor.
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La noche era fría y sin estrellas ni luna, iluminada solo por la luz que despedían las fogatas que se encontraban alrededor del campamento de los montaraces.
Aragorn había insistido en que sus hombres levantarán tiendas en el campo, pues no deseaba despertar controversias y dudas si entraba a la ciudad sin ser convocado, ya que ella había sido administrada durante años por los Senescales. El príncipe Imrahil de Dol Amroth le había rogado que no lo hiciera, que entrará a la ciudad a reclamar sus derechos, pues él le consideraba su rey y señor, pero al escuchar las razones de Aragorn le apoyo en sus deseos, enviando lo necesario para que se instalarán cómodamente a las afueras de la ciudad, y el capitán de los montaraces ordeno que se plegará el estandarte, y lo entrego en custodia a los hijos de Elrond.
Después de la heroica batalla y de ayudar a recoger los cadáveres de los caídos, Harry se encontraba sentado a las afueras del acantonamiento, sus ojos clavados en el Este, allá donde se encontraban Frodo y Sam.
La mente del joven mago no dejaba de viajar a sus pequeños amigos, preguntándose incesantemente si se hallaban bien, si seguirían con vida, si Frodo no sufría cada día más por la cercanía al verdadero amo del anillo entre tanta fuente de maldad.
Una angustia e impotencia apresaban el corazón del mago. No sabía nada de sus amigos desde hace días, no podía hacer nada, no sabia que hacer para ayudar a aquellos valientes hobbits y eso le lastimaba más que el hierro de una espada en su carne.
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Sirius emergió aseado de la tienda, ajustando un poco el cinturón en torno a su cintura.
El día de hoy había sido uno de los más sangrientos que allá tenido en su vida. Aun podía recordar los túmulos que se habían levantado para los hombres de Gondor y Rohan, donde los cuerpos de miles ardieron en el fuego.
A lo lejos, dibujadas en la oscuridad de la noche, aun se distinguían las enormes hogueras danzantes. Y sus ojos grises pudieron distinguir a las centenares de siluetas femeninas que lloraban al esposo, al hijo, al hermano, al padre que habían perdido por defender su país y familia.
Por un momento sintió que era egoísta, pues su corazón se regocijaba de no estar ahí, muerto, sino vivo. Merlín sabia que le debía la vida a Harry, quien parecía estar más versado en las artes de la batalla y la espada que él mismo.
Los ojos del animago viajaron por el campo, encontrando al muchacho sentado sobre un tronco seco, alejado del campamento.
Sirius observo el perfil de Harry, y aunque su rostro se mostraba frío y sin emoción, el animago supo que una angustia apresaba el corazón del joven montaraz, pues los puños del chico se cerraban fuertemente alrededor del mango de su blanca espada, Anguirel.
Preocupado, se acerco al pequeño.
- Ey – susurro suavemente, ganando la atención de Ezellahen – ¿Te encuentras bien? – Harry tan solo asintió, sin despegar los ojos de cualquier cosa que estuviera viendo. Sirius advierto la apariencia del joven mago, notando a la luz del fuego la sangre oscura y seca que manchaban sus ropas y parte de su rostro, el sudor, la tierra. No se había limpiado desde el fin de la batalla, había insistido en ayudar a juntar los cuerpos de los caídos para formar los túmulos, y la sangre le cubría de los pies a la cabeza – ¿Seguro? – repitió la pregunta, esta vez tomando afectuosamente el brazo de su ahijado, pero fue recibido con un débil gemido de dolor. Alejando asustado su mano, reparo que estaba manchada de sangre, y clavando sus ojos en el brazo de Harry, se percato que una profunda herida lo decoraba
- No es nada – se apresuro a decir el joven Potter, girando sus cansados ojos verdes hacia su padrino
Sirius tan solo suspiro, no deseaba enojarse con Harry en estos momentos, y menos dándose cuenta del estado en que se encontraba.
- Vamos, te llevaré con Aragorn – dijo al fin, pero su comentario fue recibido con incredulidad – Yo no sé como curar heridas – gruño, exasperado de tener que buscar la ayuda del montaraz – y no quiero que andes caminando con ella, podría infectarse
Harry tomó la mano que su padrino le ofrecía, poniéndose de pie. Después tomo un fuerte respiro, y era como si el aire llenando sus pulmones le devolviese la fuerza pues su semblante había cambiado, y ahora se mostraba fuerte y orgulloso, regalándole una sonrisa a los túmulos y bajando lentamente su cabeza en señal de respeto.
- Nos volveremos a ver, hermanos – susurro – pero no aún. No aún – añadió, clavando sus ojos en los grises de su padrino, sonriéndole afectuosamente
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Aragorn se encontraba de cuclillas al lado de Harry, observando gravemente su brazo y tirando molestas miradas a su discípulo. Halbarad se encontraba al lado de Sirius, percibiendo la situación bastante divertida. El montaraz que le había salvado la vida estaba a punto de ser regañado por su descuido propio, y su primo parecería un padre molesto y preocupado.
Ezellahen mientras tanto se encontraba sentado sobre una silla de madera, con los ojos mirando distraídamente el techo de la tienda. Su gabardina yacía olvidada sobre su regazo y todos en la tienda estaban debidamente aseados menos él.
- ¿Te das cuenta que esta herida podría haberse infectado? – comenzó Aragorn, el joven mago soltó un suspiro resignado – Si es que no lo esta ya
La voz de Aragorn se escuchó afuera de la tienda, molesta, preocupada, como solo la de un padre podría sonar, y un mago vestido de blanco que llegaba presuroso a buscar al capitán sonrío, pues solo había uno que podría hacer al impasible montaraz reaccionar de esta manera.
Mithrandir entró sonriente, agachando un poco la cabeza para atravesar la pequeña puerta. En seguida, las cabezas de todos, menos de Aragorn, giraron para observarle. Los ojos de Harry le pidieron socorro en silencio.
- Lamento interrumpir esta interesante charla – inicio el anciano mago – pero la presencia del Capitán de los Dúnedain de Arnor es requerida con urgencia en la ciudad
Aragorn le tiro una mirada a su discípulo que claramente prometía que charlarían más tarde, y después se puso de pie, encarando a su viejo amigo.
- Sabes que no puedo entrar a la ciudad, Gandalf – dijo – No quiero que haya problemas que puedan dividirnos cuando somos más fuertes unidos
- Y comprendo tus palabras, Aragorn, pero es menester que vayas. La vida de tres valientes depende de tu habilidad para sanar – respondió el mago blanco, demostrando lo afligido que estaba por estos enfermos
Después de un silencio, el montaraz asintió con la cabeza:
- Iré, pero entraré tan sólo como un capitán de los montaraces – Harry suspiro, por el momento se había salvado de las represalias de su maestro – Pero Ezellahen vendrá conmigo. Alguien debe ver esa herida cuanto antes – continuó, mientras se colocaba su capa – y aunque confío en la habilidad de los montaraces, no confío en que mi querido alumno se quede quieto por un momento – agrego sonriente
Y así, Mithrandir atravesó las destrozadas puertas de la ciudad. Acompañado por dos montaraces, cuyos rostros estaban ocultos por las capuchas de sus capas.
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Harry observó la ciudad estupefacto. Aún después de haber sufrido ataques y necesitar reparaciones era magnífica.
Después de la batalla la había observado a lo lejos, a la luz del sol del atardecer, y se había percatado que era la misma ciudad que había llegado hasta él por medio de la palantir.
Caminaron por las calles de la ciudad, donde los estragos de la guerra eran más visibles, y Harry no dejaba de dar vueltas sobre si mismo para observarlo todo, y he aquí que otro gemido salió de su boca y Aragorn se dio cuenta que también tenía una herida en el muslo.
Con presteza llegaron a las puertas de las Casas de Curación, pero Gandalf fue detenido por Éomer, rey de Rohan e Imrahil, príncipe de Dol Amroth.
Y luego de saludar a Mithrandir, dijeron:
- Venimos en busca del Senescal, y nos han dicho que se encuentra en esta Casa ¿Ha sido herido? ¿Y dónde esta la dama Éowyn?
- Yace en un lecho de esta casa y no ha muerto – respondió Gandalf, y el rey Éomer sintió que se le llenaban los ojos de lagrimas, pues hasta hace poco la creía perdida – aunque esta cerca de la muerte. Pero un dardo maligno ha herido al señor Faramir, y él es ahora el Senescal; pues Denethor a muerto – y Mithrandir relató las últimas horas del viejo Senescal, relato que lleno de asombro y aflicción a todos lo que escucharon
- Entonces es una victoria amarga la que hemos ganado – dijo Imrahil – pues en un solo día Gondor y Rohan han sido privados de sus señores. Éomer gobierna ahora a los rohirrim, pero ¿Quién gobernará los designios de esta ciudad? ¿No sería mejor llamar al señor Aragorn?
- Ya ha venido – dijo Aragorn, saliendo de las sombras y bajando la capucha de la gris capa de Lórien – Si he venido es por que Gandalf me lo pidió, pero ahora soy sólo el capitán de los montaraces del norte. Será el señor de Dol Amroth quien gobierne los designios de la ciudad hasta que Faramir despierte, pero mi consejo es que Mithrandir nos gobierne a todos en estos tiempos de guerra y en nuestros tratos con el enemigo – y todos estuvieron de acuerdo
- No nos demoremos junto a la puerta, el tiempo apremia – dijo Gandalf – ¡Entremos ya! Los enfermos que yacen en las casas no tienen otra esperanza que la venida de Aragorn
Aragorn fue el primero en entrar y los otros le siguieron. Y allí en la puerta había dos guardias que vestían la librea de la ciudadela: uno era alto, pero el otro tenía apenas la estatura de un niño.
- ¡Pippin! – se escucho detrás de los adultos, y Harry pasó rápidamente a su lado, y fue cuando Éomer e Imrahil repararon en la presencia del joven montaraz – ¡Feliz encuentro, amigo mío! – saludo, tomando entre sus manos la pequeña del hobbit
- ¡'Arry! – grito – ¡Que maravilla! ¡Cuánto tiempo ha pasado! Pero mírate, parece que un pony de Brandivino te ha arrastrado
- Casi, casi – dijo Aragorn, posando afectuosamente su mano en la cabeza de Pippin – pero esto es un feliz encuentro en verdad. Es una gran alegría el verte sano y salvo, mi pequeño amigo
Y con esto entraron a las casas; y mientras caminaban a las habitaciones de los enfermos, Mithrandir les contó las hazañas de Éowyn y Meriadoc.
Aragorn visitó a los tres aquejados, observándolos con gravedad, y se dio cuenta que en verdad el tiempo apremiaba para ellos, en especial para Faramir. Y entonces llamó a Ioreth, la más anciana de las mujeres que servían en las Casas de Curación.
Al observarlos en la habitación de su señor Faramir, la mujer pregunto inmediatamente que se les ofrecía.
- ¿Tienes por aquí athelas? – preguntó Aragorn
- Eso no lo sé con certeza, señor – respondió Ioreth – al menos no la conozco por eso nombre. Iré a preguntarle al herborista, él conoce bien todos los nombres antiguos
- También la llaman hojas de reyes – dijo Aragorn – y quizá tu la conozcas por ese nombre
- ¡Ah, esa! – exclamó Ioreth – Bueno, si Vuestra Señoría hubiese empezado por ahí, yo le habría respondido. No, no hay, estoy segura. Y nunca supe que tuviera grandes virtudes; cuántas veces les habré dicho a mis hermanas, cuando la encontrábamos en los bosques: 'Hojas de reyes', decía, 'qué nombre tan extraño, quién sabe por que la llamarán así; por que si yo fuera rey, tendría en mi jardín plantas más coloridas'. Sin embargo, da una fragancia dulce cuando se machaca ¿no es verdad? Aunque tal vez dulce no sea la palabra, saludable sería quizá más apropiado – Harry sentía que la cabeza le daba vueltas ¡Esa mujer hablaba demasiado para ser tan anciana! Ni un solo momento se había detenido para tomar aire. Cansado de escuchar tanta chachara inútil, el mago extendió la mano, tocando el brazo de Aragorn
- Si es athelas lo que buscas – dijo, interrumpiendo a Ioreth quien siguió con su interminable plática – yo tengo unas cuantas hojas. Pero no son frescas, me temo – y luego se descolgó una pequeña bolsa de viaje, de piel oscura, entregándosela a su mentor
- Servirán, de eso no te preocupes – respondió Aragorn, y después, girándose a Ioreth, hablo – Y ahora, mujer, si amas al señor Faramir, corre tan rápido como tu lengua y consígueme agua caliente
Entonces, Aragorn se giro hacia el enfermo y tomo en una mano la mano de Faramir, y apoyó la otra sobre su frente. Estaba empapada de sudor; pero Faramir no se movió ni dio señales de vida, y apenas parecía respirar.
- Esta casi agotado – dijo Aragorn, volviéndose a Gandalf – Pero no a causa de la herida ¡Mira, esta cicatrizando! Si hubiera sido causada por un dardo de Nargûl, como se pensaba, habría muerto esa misma noche. No, es un dardo de sureño
- Pero entonces – pregunto Imrahil, acercándose a la cama de Faramir – ¿Qué explicación le das a la enfermedad y a la fiebre?
- Pena – se escucho la voz de Harry, y los ojos de todos le observaron – agotamiento, y ante todo el Hálito Negro
Aragorn asintió con la cabeza. Era un buen diagnóstico de parte de su discípulo.
- Es un hombre de mucha voluntad – siguió Trancos – pues ya antes de combatir en los muros exteriores había estado bastante cerca de la Sombra. La oscuridad ha de haber entrado en él lentamente, mientras combatía y luchaba por mantenerse en su puesto de avanzada – entonces se arrodilló junto a la cabecera de Faramir, y le puso la mano en la frente. Y todos los que miraban sintieron que allí se estaba librando una lucha. Pues el rostro de Aragorn se iba volviendo gris de cansancio y de tanto en tanto llamaba a Faramir por su nombre, pero con una voz cada vez más débil, como si él mismo estuviese alejándose, y caminará en un valle remoto y sombrío, llamando a un amigo extraviado. Después, en silencio, saco dos hojuelas de la bolsa de Harry, y las calentó con su aliento, y cuando las trituró, una frescura vivificante lleno la estancia. Luego echó las hojas en las vasijas de agua humeante que le habían traído, y sostuvo una delante del rostro dormido de Faramir.
De pronto, Faramir se movió, abrió los ojos, y miró largamente a Aragorn, que estaba inclinado hacia él.
- Me has llamado, mi Señor. He venido ¿Qué ordena mi rey?
- No sigas caminando en las sombras ¡Despierta! – le dijo Aragorn – Estas fatigado. Descansa un rato, y come, así estarás preparado cuando yo regresé – y dejándolo, se volvió hacia Ioreth, quien lo miraba maravillada, pues ella era vidente de Gondor y había previsto Las manos del rey son manos que curan, y el legítimo rey será así reconocido – He de ver a otros que también me necesitan, pero este joven – puso su mano sobre Harry – a quien estimó como a un hijo, necesita atención. Lo dejo en tus manos – y con una última sonrisa a su discípulo, salió de la estancia, seguido por Mithrandir, Éomer e Imrahil
Ezellahen observó largamente la puerta cerrada, pero la vieja Ioreth le despertó de sus cavilaciones:
- Muy bien jovencito, desnúdese, necesito buscar las heridas
- ¿Perdón? – respondió un avergonzado Harry, observándola con los verdes ojos enormemente abiertos
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A la mañana siguiente, Sirius se despertó más contento, luego de tener días sin dormir cómodamente y el tiempo necesario. Al parecer, ahora la guerra se había detenido, pero a cada lado podía ver que los soldados continuaban trabajando, ya que la batalla había destrozado enormemente la ciudad de Minas Tirith.
- 'Alassea Ree, mellon ni' (Buenos días, amigo mío) – le saludó la melodiosa voz de Legolas, y los vio caminando hacia él, lado a lado del enano Gimli
- El día de hoy hace un buen día para dar un paseo ¿no cree, maese Sirius? – saludó el descendiente de Durín
- Un día soleado, sí, pero veo que muchos de los soldados trabajan presurosamente – respondió el animago
- Es por que la guerra aún no se ha ganado, amigo mío – respondió Legolas – Es verdad que los ejércitos de Gondor y Rohan ganaron la batalla de ayer, pero el enemigo se reagrupa rápidamente en su fortaleza. Y corren rumores que tiene otro ejército preparado en las montañas septentrionales. Pero olvidémonos por ahora de temas tristes. Gimli y yo nos encaminábamos a la ciudad, a visitar a nuestros amigos Peregrin y Meriadoc ¿Te gustaría venir con nosotros?
Sirius asintió con la cabeza, pero en seguida se detuvo, buscando algo con la mirada.
- El joven Ezellahen se levanto temprano esta mañana – respondió el enano – Fue convocado a la tienda de Aragorn, a asistir a la última deliberación de los capitanes – estas palabras sorprendieron al animago, quien mostró un semblante triste ¿Por qué no le había dicho nada?
Legolas, al ver la tristeza que invadía el hermoso rostro de su amigo, habló:
- Fue él quien nos pidió que te entretuviéramos un rato, pues supuso que te molestarías al enterarte de a donde había ido sin pedir tu permiso. Nos dijo que le disculpáramos contigo, pero que no había querido despertarte, pues sabia lo cansado que habías quedado después de la batalla
- ¿Y él? ¿Acaso no merece descansar también un poco? – preguntó rápidamente el animago
- Aragorn le tiene en gran estima, y tiene planes para él, si acaso llegará a quedarse en la Tierra Media – respondió el elfo, tomando entre sus manos las manos de Sirius – ¿Vendrías con nosotros a las Casas de Curación? – volvió, y esta vez Black le respondió con una sonrisa
- Esta bien – respondió – Pero después tendremos que buscar algo de comer, Leg – añadió, pasando un brazo alrededor del cuello del elfo, y recargando el otro en el hombro del enano – Supongo que ahora seremos los tres mosqueteros, Bob ¿No te molesta que te llame Bob, cierto Gimli?
Y así, el trío entró a la ciudad, escuchando la charla de Sirius acerca de unos extraños caballos voladores llamados 'Motocicletas'.
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El consejo fue largo. En él participaron Aragorn, Gandalf, los hijos de Elrond, Halbarad, el príncipe Imrahil y el rey Éomer, y por supuesto Ezellahen. Aunque este último se había contentado con tan solo escuchar, pero cuando hablaba, los adultos tomaban en cuenta su opinión, considerándole un joven astuto y con experiencia. Pero al fin había terminado.
Las decisiones tomadas se llevarían prontamente acabo, pues dos días después partirían a Morannon, la Puerta Negra, no para retar al Señor Oscuro, pues sería muy insensato de su parte pensar que lo dominarían. No. Iban hacia allá a comprarle tiempo a Frodo y Sam, ha vaciar los campos de Mordor y a distraer al Gran Ojo el tiempo necesario para que los dos valientes hobbits llegarán inadvertidos al Monte del Destino. Se convertirían en carnada.
Tales fueron pues las conclusiones del debate: en la mañana del segundo día partirían con siete mil hombres; la mayoría a pie a causa de las regiones accidentadas en que tendrían que internarse. En total seis mil hombres a pie y mil a caballo.
Pero la ciudad no se dejaría desprotegida. La infantería de Lossarnach se quedaría a defenderla, y la fuerza principal de los rohirrim, que aun contaban con sus cabalgaduras y estaba en condiciones de combatir, defendería el Camino del Oeste de los ejércitos enemigos apostados en Anórien.
Estas habían sido pues las decisiones de los capitanes del Oeste, y se acatarían al pie de la letra, pues era este el último lance de una partida peligrosa, y sería de algún modo el final del juego.
Harry se paso las manos por el rostro, y después peino hacia atrás el largo cabello negro con sus delgados dedos. La batalla final estaba por comenzar y él estaría ahí para pelear por los pueblos libres.
- Ezellahen – le llamaron, y girándose se dio cuenta que era Aragorn quien lo hacía, acercándose a él en grandes zancadas. Cuando le alcanzó, se detuvo frente a él, y le observo con afecto, despejando su frente de traviesos mechones azabache, exponiendo la extraña cicatriz en forma de rayo
- ¿Ocurre algo, 'Aran' (Rey)? – preguntó el joven mago, notando que el montaraz no decía nada
- Tu sabes que aún no soy ningún rey – le respondió Trancos
- Para mí lo eres, mi señor – respondió con afecto
Aragorn sonrió ante las palabras de su discípulo.
- Sabes – dijo – aquél día, cuando te recogí en el bosque, jamás hubiera imaginado en lo que llegarías a convertirte, en lo que llegarías a significar para mí. Solo vi un alma destrozada, escondida en el cuerpo de un muchacho, un muchacho que vestía ropas extrañas – agregó – Ahora te veo, y miro a un joven montaraz, cuyas mano – y aquí tomo entre las suyas las de Harry – son tan hábiles para repartir muerte a sus enemigos como para curar las heridas de aquellos que lo necesitan. Oh si – dijo con una sonrisa – llegaron hasta mi las hazañas que realizaste en el Abismo de Helm cuando pensabas que yo había muerto. Eres un joven brillante, Harry James Potter, de mente ágil y firmes decisiones. Y es por ti que he llegado a apreciarte como a un hijo – el joven mago quedo mudo, observando a Aragorn con sus brillantes ojos verdes – y por eso te pido que dejes este mundo y regreses ahora al tuyo – Harry le observo con sorpresa ¿De que estaba hablando? – La batalla a la que vamos es muy probable que nadie sobreviva, y si nosotros somos derrotados y Frodo no llega a cumplir con su misión, entonces el mal se expandirá en estas tierras como sangre en las claras aguas de los ríos
- ¡Pero eso no me interesa! – interrumpió un desesperado Harry – ¡Todos mis amigos van a la batalla! ¡Tu estarás en esta batalla! No quiero dejarlos a los sombras del abismo, cuando la oscuridad se bate sobre nosotros. Sé que mi ayuda es muy poca, que sólo soy uno y que quizá no haga una enorme diferencia, pero si en algo puedo ayudar, si en algo puedo aliviar el dolor de estas tierras, quiero hacerlo, y no por que me sienta obligado, o por que un destino pese sobre mi, sino por que quiero hacerlo – dijo, con los ojos clavados en los de su maestro – No voy a abandonarlos
El corazón de Aragorn se tocó por estas palabras, y sin importar en donde estaban abrazo fuertemente al joven mago, depositando un beso sobre los cabellos azabache.
- '' (Entonces que así, hijo mío) – susurró, y unas lagrimas salieron de los ojos de Harry, mientras afirmaba con la cabeza, pues era tal la emoción que lo embargaba que sentía se desbordaría por sus labios si llegaba a abrirlos
Y así los encontró Sirius, observándolo todo al lado de su amigo Legolas.
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La espera del día en que partirían a Morannon transcurrió en preparativos. Harry andaba de un lado a otro, llevando encargos y ayudando en los preparativos de la guerra, a duras penas podía charlar con sus amigos y aunque compartía habitación con el animago, llegaba tan cansado que Sirius se compadecía de él y le dejaba descansar. Pero la noche antes de partir al este, Aragorn le envió a las Casas de Curación, donde Ioreth inspeccionaría sus lesiones.
Harry subió entonces hasta las casas y después de que la anciana le dijera que sanaba con una rapidez impresionante, le contó algo de unas rosas de Imloth y de sus hermanas y los bosques de Lossarnach. Logrando escapar a la locuacidad de la anciana, se detuvo un momento a saludar a su amigo Merry quien estaba triste, pues no iría a la última batalla. Encontrándolo en un hermoso jardín que miraba al este.
- No estas bien todavía para semejante viaje – le dijo Harry – Pero no te avergüences, aunque no hagas nada más en esta guerra, ya haz ganado grandes honores. Pippin irá en representación de la Comarca, pero no le envidies esta suerte de afrontar el peligro, pues aunque ha hecho todo tan bien como la suerte se lo ha permitido, aun no logra sobrepasar tu hazaña. Tal vez nuestro destino sea morir tristemente ante las Puertas de Mordor, y entonces, sea aquí o dondequiera la marea negra los atrapará, y será el fin de todas las cosas
- No digas eso, 'Arry – le rogó Merry, tomando la mano de su joven amigo – Y por las claras aguas del Brandivino que no tengas voz de profeta. Lo único que deseo es que todos ustedes regresen con bien. Ahora mismo me siento triste y abatido, pues los seres que más quiero parten a las sombras del Este, y mi corazón se turba de tan solo pensar que esta sea la última vez que los vea de pie, sanos y salvos. Cuida a Pippin, es mi hermano, mi amigo desde la infancia, mi cómplice en la travesura, y es el más joven de nosotros, sin contarte a ti claro esta, y no deseo perderle, así como tampoco a ti, ni a tantos otros que parten
- No te preocupes Merry – respondió Harry, con el corazón oprimido por estas palabras – No se que poder haya en mí, pero si puedo evitar que los cuatro valientes Perian que conocí en el Poney Pisador de Bree sean dañados, así lo haré. No te preocupes, y descansa, Merry, duerme un poco – seguido de esto murmuro suavemente Donum dormion, atrapando entre sus brazos el cuerpo dormido de su amigo – 'Lisse oloori, mellon ni' (Dulces sueños, amigo mío)
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Harry entró a la tienda, esperando poder dormir un poco antes de mañana, pero se encontró a Sirius aun despierto, guardando el espejo en una bolsa de cuero que Legolas le había obsequiado.
- ¿Qué tal esta el profesor Lupin? – preguntó el joven mago, preparándose para dormir, pues sabía que con él había estado hablando
- Muy bien – respondió Sirius – Te envía saludos, y espera impaciente tu regreso – a esto, Harry se giro a su padrino, una mirada determinada en los ojos
- Sirius – comenzó, sentándose al lado del animago, pero guardo silencio, con los ojos clavados en sus manos – ¿Irás con nosotros mañana? – preguntó al fin
- ¿No quieres que lo haga? – preguntó dolido el animago, colocando una mano sobre el hombro de Harry
- No es por cualquier cosa que estés pensando – se apresuro a decir el mago de ojos verdes – es que... será una batalla peligrosa, y yo... yo temo que no... que no sobrevivas mañana – susurro
El animago guardo silencio, entreteniéndose con acariciar la cabeza de su pequeño ahijado.
- ¿Irás tú? – le preguntó, a lo que Harry asintió con la cabeza – Entonces por que me preguntas si ya tienes la respuesta. Sabes que iré a donde tu vayas, no voy a abandonarte cuando vas a una batalla donde tu vida corre peligro. Y no – añadió – no es por que seas el niño-que-vivió sino por que eres mi ahijado y te quiero mucho, por ser tu, por ser Harry. Sé que últimamente no hemos podido hablar demasiado y que parece que nos hemos distanciado
- No digas eso, Sirius – se apresuró a decir el mago, pero su padrino le interrumpió, elevando una mano para que guardará silencio
- Pero quiero que sepas, sin importar que pase a partir de mañana, que te quiero, que te quise desde el momento en que James te dejo en mis brazos y me dijo que sería tu padrino, y con el poco tiempo que convivimos en Inglaterra, llegué a quererte por ser tú, por ser 'solo Harry' – el animago abrazo fuertemente a Harry – Y mañana, tu y yo, volveremos a ser las estrellas del espectáculo ¿Acaso no somos los dos miembros de una respetable raza de magos? Verás como todo estará bien, y como cuidaré yo de ti
- Aunque parece que últimamente cuido yo mas de ti que tu de mi – comentó Harry
Si, bueno – carraspeo – a lo que voy es a que los dos cuidaremos de los dos – ambos magos sonrieron divertidos y compartieron un abrazo en silencio, hasta que – Harry
- Hum
- No vayas a mencionarle nada de esto a Remus, tendría suficiente material para hacerme la vida imposible lo que nos resta de ella
El montaraz rió contra el pecho de Sirius.
- Es la verdad, no sabes como me molestaría
- Supongo que ya tengo material para chantajearte – esto dejo mudo al animgo
- ¿Que no estabas cansado? – dijo al fin, y mientras apagaban las velas, los vigías pudieron escuchar la risa del joven Ezellahen y después un fuerte ¡Sirius!.
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Los rayos del sol tocaron los pastos de los campos del Pelennor y el Ejército del Oeste se preparó para partir hacia Morannon, encabezado por Elessar, Piedra de Elfo.
Sonaron por fin las trompetas, y el ejercito se puso en movimiento. Escuadrón tras escuadrón, compañía tras compañía, dieron vuelta y partieron hacia el este. Y los yelmos y las lanzas centellearon a la luz del sol de la mañana y desaparecieron a lo lejos.
Al segundo día de salir de Minas Tirith, Harry pudo observar por vez primera la imponente torre de Minas Morgul, antigua morada del rey hechicero de Angmar, caído a la espada de la Dama Éowyn y el valor de Meriadoc. Y sintió el terror y la desolación, pero el paraje estaba solitario, ni un orco ni un enemigo les salió al paso en ese lugar, pues todos habían perecido en la batalla de los Campos del Pelennor.
El tiempo transcurría lentamente, entre la desolación de las tierras a merced de la inmensa sombra de Ephel Dúath.
Los Nâzgul volaban sobre ellos, vigilando cada uno de sus movimientos, y aunque eran pocos los ojos que alcanzaban a verlos, con excepción de Legolas, una sombra los envolvía cada vez que los espectros del anillo se interponían entre ellos y el sol. Y era cierto que solo se limitaban a acecharlos, pero, sin emitir ningún grito, sumían los corazones de todos en un miedo invencible.
Así transcurría el tiempo, y con él el viaje sin esperanza. En el sexto día de marcha desde los campos del Pelennor llegaron a los confines de las tierras fértiles y comenzaron a adentrarse a los paramos que precedían a las puertas del Morannon en el paso de Cirith Gorgor. Era tal la desolación de aquellos parajes, tan profundo el horror.
Avanzaron más lentamente, pues temían la emboscada del enemigo en aquél lugar que ya era su territorio. Pasaban en vela las horas de noche, escuchando como terror los aullidos de los lobos, sintiendo como los cercaban. El viento había muerto y el aire parecía estancado.
Al amanecer del octavo día desde que el ejército partiera de Minas Tirith, los hombres de Gondor y Rohan se encontraron cara a cara con la gran puerta de hierro, la Puerta Negra de Mordor, y esta se veía hostil y poderosa, pero los corazones de todos se regocijaban con el valor del rey de los hombres.
De improviso, vieron a los Nâzgul volando como una bandada de buitres por encima de la Torre de los Dientes; y supieron que estaban al acecho, pero el enemigo no se mostraba aún.
No les quedaba otro remedio que representar la comedia hasta el final. Los Capitanes ordenaron a su ejercito lo mejor que pudieron, y entonces, con Aragorn a la cabeza, se acercaron a la enorme Puerta, con Halbarad portando el estandarte del rey.
- ¡Que salga el señor de la tierra tenebrosa! – grito Aragorn – ¡Que se someta a la justicia! Por que ha declaro contra Gondor una guerra injusta, y ha devastado sus territorios. El Rey de Gondor le exige que repare los daños y que se marche para siempre ¡Salid ahora!
Siguió entonces un largo silencio; ni un grito, ni un rumor llego desde la puerta y muros como respuesta. De pronto, en el momento en que los capitanes estaban ya listos ha resistir, el silencio se quebró.
Se escuchó un prolongado redoble de tambores, como un trueno en las montañas, seguido de centenares de cuernos que estremecieron las piedras alrededor del ejército del Oeste; y el batiente central de la puerta rechinó en un interminable y desgarrable momento, y se abrió lentamente, dejando emanar de ella los vapores escondidos en esa tierra.
Aragorn, acompañado de Ezellahen y los Capitanes, retornaron de prisa al frente del ejercito.
Y entonces una figura solitaria atravesó la enorme envergadura, una figura alta y maléfica, montada en un caballo negro, si aquella criatura enorme y horrenda era un caballo; la máscara de terror de la cara más bien parecía una calavera que una cabeza con vida; y echaba fuego por los cuencos de los ojos. Un manto negro cubría por completo el cuerpo del jinete, y negro era también el yelmo de cimera alta; no se trataba, sin embargo, de uno de los espectros del anillo; era un hombre y estaba vivo. Era el lugarteniente de la torre de Barad-dûr.
- Yo soy la Boca de Sauron – dijo, mirando a todos con frialdad y desdén – ¿Hay en esta pandilla alguien con autoridad para tratar conmigo? – preguntó – ¿O en verdad con seso suficiente para entenderme? ¡No tú, por cierto! – se volvió a Aragorn, mirándolo con una mueca de desdén – Para ser un rey no basta con un trozo de vidrio élfico y una chusma semejante ¡Si hasta un bandolero de las montañas puede reunir un séquito como el tuyo!
Aragorn no respondió, pero clavo en el otro la mirada, y así lucharon por un momento, ojo contra ojo; pero pronto, sin que Aragorn se hubiera movido, ni llevara la mano a la espada, el otro retrocedió acobardado, como bajo la amenaza de un golpe.
- ¡Soy un heraldo y un embajador, y nadie puede atacarme! – grito
- Donde mandan esas leyes – se escucho que decía fríamente Harry, pues no le había gustado que ese hombre ofendiera a su mentor ni a si ejército – también es costumbre que los embajadores sean menos insolentes – Gandalf le sonrió, pero alzo una mano, pidiéndole que guardará silencio
- Nadie te ha amenazado, nada tienes que temer de nosotros – respondió Mithrandir – Pero si tu amo no ha aprendido nada nuevo, correrás gran peligro, tú y todos los suyos
- ¡Ah! – exclamó el sirviente de Sauron – De modo que tu eres el portavoz, viejo barbagrís. Hemos oído hablar de ti y de tus andanzas, siempre intrigando y haciendo maldades a una distancia segura. Pero esta vez haz metido demasiado la nariz, Maese Gandalf, y ya verás que le pasa a aquellos que tiran redes insensatas a los pies de Sauron. Traigo testimonios que me han encargado mostrarte sobre todo a ti – hizo una señal y un guardia se adelantó llevando un paquete envuelto en lienzos negros
El emisario aparto los lienzos, y allí, ante el asombro y la consternación de todos los Capitanes, levantó primero la espada corta de Sam, luego una capa gris con un broche élfico, y por último la cota de malla de mithril que Frodo vestía bajo las ropas andrajosas. Una negrura repentina cubrió a todos, y en un momento de silencio, sintieron que el tiempo se había detenido; pero tenían los corazones muertos y habían perdido la última esperanza.
- Cota de malla de enano, capa élfica, hoja forjada en el derrotado Oeste – continuó contento la Boca de Sauron – y espía de ese territorio de ratas, La Comarca. Estas son las pruebas de una conspiración. Y bien, tal vez quien llevaba estas prendas era alguien que no lamentabas perder o quizá era alguien muy querido. Si es así, díganlo de prisa con el poco seso que les queda, pues Sauron no simpatiza con los espías, y el destino de éste depende ahora de ustedes
Nadie le respondió, pero viendo las caras grises de miedo y el terror en los ojos rió como un loco.
- ¡Magnífico, magnífico! – exclamó – Veo que era alguien muy querido ¿O acaso la misión que llevaba era tal que no deseabas que fracasará? Pues sepan que lo ha hecho, pues ahora yace en uno de los calabozos de Barad-dûr, esperando los horrores que bien sabemos como aplicar. Todo esto ocurrirá, a menos que – Harry elevó el angustiado rostro, y en su cabeza no paraba de repetir Debí haber ido con él. Todo esto es mi culpa – a menos que acepten las condiciones de mi señor
- Dinos esas condiciones – dijo con voz firme Gandalf, ocasionando que el joven mago le observara y se diera cuenta de la angustia en el semblante del mago. Y ahora parecía un anciano decrépito, aplastado y derrotado al fin. Y Harry supo que las aceptaría
- He aquí las condiciones – sonrió el Emisario, mientras observaba a cada uno de los capitanes – La Chusma de Gondor y sus engañados secuaces se retiraran en seguida al otro lado del Anduin, pero ante todo jurarán no atacar jamás a Sauron el Grande con las armas, en secreto o abiertamente. Todos los territorios al este del Andui pertenecerán a Sauron y solo a él. Gondor y Rohan pagaran tributo a Mordor, y la torre de Isengard será reconstruida. Y allí habitará el lugarteniente de Sauron, no Saruman, sino otro más digno.
Los ojos de Harry se clavaron en los del Emisario, y supo inmediatamente de que hablaba. Él sería el lugarteniente, él sería el tirano azotando el largo látigo, y ellos... ellos serían los esclavos.
- Es demasiado pedir por la devoción de un siervo – respondió Gandalf al fin – Tu amo pide demasiado y no nos da pruebas de que el prisionero siga con vida ¿Dónde esta el prisionero? ¿Por qué no le han traído aquí?
- ¡No le hables a la Boca de Sauron con palabras insolentes! – grito el Emisario – ¡Pides seguridades! Sauron no da ninguna. Estas son las condiciones. Acéptalas o recházalas
- ¡Estas aceptaremos! – exclamó Gandalf, y abriéndose la capa una cegadora luz blanca cortó la oscuridad como una espada. Y ante la mano levantada de Mithrandir, retrocedió el Emisario y Gandalf dio un paso adelante y le arrebató los objetos de las manos – Los llevaremos en recuerdo de nuestro amigo – grito – ¡Vete ya! Tu papel de emisario a terminado. No hemos venido a derrochar palabras con Sauron, el desleal y maldito, y menos con uno de sus esclavos ¡Vete!
El Emisario de Mordor ya no se reía, y furioso, lleno de ira por los Capitanes y Gandalf, se alejó, y echando un alarido, hizo sonar de nuevo los cuernos, respondiendo a una señal convenida, y la puerta se abrió por completo, y he aquí que el gran ejército de Sauron salía, golpeando fuertemente las lanzas contra los escudos, inundando el aire con sus alaridos de odio y de guerra.
Las huestes se precipitaron hacia ellos como las aguas turbulentas de un dique cuando se abre la compuerta, rodeando a los aliados. Y los corazones de todos temblaron, pues jamás sus ojos habían visto a una armada tan grande.
- ¡Quédense donde están! ¡Quédense donde están! – grito Aragorn, trotando hacia el ejército, pues los de corazones poco animosos giraban la cabeza, buscando alguna salida – ¡Hijos de Gondor, de Rohan, mis hermanos! – exclamó Elessar, cabalgando alrededor del ejército, y he aquí que todos se giraron ha escucharlo – Veo en sus ojos el mismo miedo que podría descorazonarme. Quizá llegué un día en que el valor del hombre le falle, en que abandonemos a nuestros amigos y rompamos todos los lazos de camaradería. Pero no será este el día. Una hora de lobos y escudos destrozados en que la era del Hombre se derrumbe ¡Pero no será este día! ¡Este día peleamos! Por todo lo que aman en esta buena tierra, les pido que luchen ¡Hombres del Oeste! – el aire se vio lleno del sonido de las espadas de metal al ser desenfundadas y los hombres se mantuvieron en línea, lanzando fieras miradas al enemigo que le circundaba, cerrándose entorno a ellos como las aguas desbordadas de un río
- Nunca pensé que moriría peleando al lado de un elfo – se escucho que dijo Gimli, acariciando las trenzas de su barba y el filo de su hacha
- ¿Qué tal lado a lado con un amigo? – dijo de pronto Legolas, sonriéndole a su extraño amigo
- Sí – respondió melancólicamente maese enano – Puedo hacer eso
Harry reparó en los enemigos que los rodeaban y de pronto sintió una mano sobre su hombre, y girando se encontró con los grises ojos de su padrino.
- Sabes – dijo Sirius, regresando la mirada a los orcos – nunca te mostré a Silver, mi adorada motocicleta, no que le hubieras hecho mucho caso, además de que a tu madre le hubiera dado un ataque en el lugar donde se encontrase – y siguió un silencio – Demonios, si que son feos – añadió el animago – Cualquier cosa que haya pasado entre nosotros – le dijo – recuerda que nunca encontraría mejor amigo o compañero en esta hora, Harry
- Lo mismo digo, Sirius. Aunque tal vez sea mala suerte despedirnos. Nunca se sabe que puede traer el viento del Oeste – le respondió Harry, sonriéndole a la cara a la muerte
- Tienes razón. Al diablo con todo, vayamos simplemente a matar unos cuantos orcos
Y al grito de Por Frodo de parte de Aragorn, el ejército se lanzó al combate, el último en una serie de ellos.
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La batalla era aguerrida y peligrosa. Las espadas y las lanzas volaban de un lado a otro, y el suelo comenzó a tapizarse con los cuerpos de enemigos y de aliados.
Harry batía sus espadas, empuñando ambas a la vez, golpeando y bloqueando ataques con ellas. Los orcos caían ante la furia del mago.
Los ojos verdes se dieron cuenta que su padrino tenía problemas, pues su magia requería del tiempo necesario para pronunciar el conjuro en esta marea de enemigos.
Rompiéndole el cuello a uno de sus adversarios, el mago de verdes ojos se apresuro hacia su padrino, evadiendo con saltos las lanzas que los orcos tiraban hacia él.
Sirius tan solo vio como uno de sus adversarios era fuertemente atravesado por la espalda con una espada larga y brillante, y al caer, Harry se revelo frente a él.
- Toma esta – le dijo, dándole la espada que no era Anguirel – sé que dices no recordar nada, pero nunca se sabe cuando serán útil en el campo de batalla – le dijo, y Sirius empuño la espada con la mano derecha y en la izquierda su vara brillaba
Entonces, Harry tiro una patada hacia adelante, y empuñando con ambas manos a Anguirel, perforo la cota de mallas de su adversario, cortándolo de lado a lado.
Sirius perdió de vista una vez más a su ahijado, pero no tuvo tiempo de buscarle, pues en ese momento un troll corría hacia él, empuñando un enorme mazo sobre su cabeza.
El animago le observó, y después, con malicia brillando en sus ojos, grito fuertemente Reducto y al instante, el troll comenzó a empequeñecer de sobremanera, cuando hubo terminado su metamorfosis, Sirius se le acerco y le sonrió al troll-ratón.
- Con que querías aplastarme con tu enorme mazo – le dijo – Ahora verás quien aplasta a quien – y levanto el pie, cuidando que el troll viera lo que hacía, escuchando con deleite el grito ratonesco que salió de su pequeña presa, pero no tuvo tiempo de aplastarlo pues un orco le tiro un fuerte golpe, arrojándolo al piso. Aturdido, vio cómo el orco se lanzaba nuevamente hacia él... y cómo el mini-troll huía con su vara. Sin tiempo que perder, elevó la punta de la espada justo a tiempo, ocasionando que el orco se encajara en su filo. Con desdén, el animago pateo el cuerpo del orco, alejándolo de él, y después observo como el mini-troll se alejaba rápidamente, perdiéndose entre el centenar de pies, logrando milagrosamente evadir ser pisado – ¡Ey! ¡Ey! – le grito Sirius, lanzándose a la batalla con los orcos que amenazaban pisar al mini-troll, pero le perdió de vista ya que un enorme y feo orco le atacaba sin consideración
El animago se defendió lo mejor que pudo, bloqueando los ataques, y tirando golpes con la espada que solo cortaban el aire alrededor del burlesco orco.
Furioso, Sirius le tiro un puñetazo al rostro, y después de romperle la nariz, le pateo fuertemente entre las piernas, dejándolo arrastrarse como gusano sobre el suelo. Después de observarle un momento desde arriba, lo terminó dejando caer la punta de su espada sobre la nuca del orco, tal y como había visto que Harry había hecho.
Justo a tiempo, el animago elevó el rostro para ver una daga volar hacia su cara, pero girándola un poco, esta paso por su lado, matando a un orco que se encontraba detrás de él. Luego vio aparecer a Legolas, quien se acerco rápido a recoger su daga.
- ¡¿Era tuya?! – casi grita Sirius al borde de una histeria, ganando la atención de Legolas y unos cuantos orcos ¿Acaso quería matarlo?
- Pensé que iba a matarte – respondió el sonrojado elfo, evadiendo la mirada de su amigo – Toma – dijo al fin, y Sirius volvió a tocar la vara que pensó había perdido para siempre – vi una especie de mini troll corriendo sobre el suelo, la llevaba a tirar al foso, pero uno de su especie lo piso antes de que llegará – y para probar la historia del príncipe elfo, Sirius observó con asco como unos bracitos sin cuerpo se aferraban fuertemente a una de las puntas de la vara
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Harry se batía en duelo con un enorme troll, llevando las de perder.
Con una fuerza brutal, su adversario lo golpeo con uno de sus enormes brazos, mandándolo volar hasta el otro extremo.
El mago agitó un poco la cabeza, tratando de hacer que sus ojos regresaran a su lugar ¡Cómo le había dolido ese maldito golpe! Pero no tuvo tiempo de quejarse por que el mismo troll llego pronto, reclamando a su presa, y Harry advirtió como elevaba su enorme pata sobre su cabeza, amenazando con aplastarle el cráneo. Girando justo a tiempo para evitar su cruel destino, el mago se puso de pie en un salto, y empuñando con las dos manos a Anguirel, esta brillo con una extraña luz y el troll solo tuvo tiempo de ver como unas llamas azules rodearon la hoja antes de bajar y rebanándole certeramente el cuello.
Ezellahen sacudió de nueva cuenta la cabeza. Ese hechizo lo había desorientado un poco.
Repentinamente, un par de orcos llegaron a atacarle con gruesas hachas, y el mago dio una voltereta hacia atrás, poniéndose de pie con una agilidad sorprendente. Desenfundando su vara, lanzó una daga de hielo a uno de los orcos, atravesándole el cráneo por la córnea. Con rapidez, Harry evadió el hachazo que le tiraba el otro orco, y después de golpearle con la empuñadura de su espada, la enterró profundamente en el estomago de su adversario, dejándolo tirado sobre su propio charco de sangre.
Sin tener tiempo de descansar, el mago se lanzó una vez más a la batalla, combatiendo con un grupo de orcos.
Se encontraba en batalla con el último de sus adversarios, cuando sus ojos cayeron sobre la figura de Aragorn, quien no daba cuartel a sus enemigos, destazándolos y matándolos en el acto. Andúril brillaba hermosa entre sus manos, y él se veía como el rey de los hombres que era.
Acabando con su enemigo de un golpe, Harry se dio cuenta de uno que caminaba lentamente hacia su mentor que se batía en estos momentos a duelo con un par de guerreros uruks, amenazando con matarle por la espalda.
Lanzando un grito feroz, Ezellahen bloqueo el golpe que tiraba el asesino, y usando la fuerza y el peso de su cuerpo lo lanzó lejos de él y de Aragorn, antes de que el último se percatará de lo que había ocurrido.
El asesino se puso lentamente de pie, irguiéndose en el proceso, y entonces encaro a Harry, y he aquí que era la Boca de Sauron, el lugarteniente de Barad-dûr. Un númenóreano negro, reconocido por su astucia y maldad. Hechicero de gran renombre entre las huestes de Sauron, pues era a través de la magia negra que había logrado conservar la vida durante miles de años.
Con frialdad estudio a su oponente, y al percatarse que no era más que un chiquillo de unos dieciséis años, un torrente de risa malvada broto de sus labios.
- ¡Ya te recuerdo! – dijo al fin – Tu eres el mocoso que se atrevió a retarme, defendiendo a ese bandido de mis palabras – el mago no dijo nada – y he aquí que ahora le proteges de mi espada ¿Es acaso para ti alguien importante? – preguntó con desdén – ¿Podrá ser que el noble – dijo estas palabras con sarcasmo, a la vez que agitaba su mano enguantada frente a su rostro – el justo de Aragorn, tenga un bastardo y se encuentre frente a mí? Pues puedes ir despidiéndote de tu papi, montaraz, por que ya no le verás ¡Más que en la otra vida! – grito, lanzándose al combate con Harry
El duelo comenzó y los choques de espadas resonaron en el campo de batalla. La Boca de Sauron resultó ser un hábil espadachín, poniendo en aprietos al joven mago e hiriéndole profundamente en uno de los muslos.
Harry cubría los ataques del hechicero y lanzaba otros. Pronto se mostró como su igual ante el siervo de Sauron. Y dando un saltó hacia delante lo empezó a atacar con fiereza, empujándolo al foso que se encontraba al pie de la montaña.
El desfiladero ya estaba a la vista y Ezellahen sonrió ante la pronta victoria, pero cuando su espada asestó el último golpe que lanzaría a su adversario a una muerte segura, éste desapareció ante sus ojos.
Harry le busco ávidamente por todos lados, pero no le encontró, hasta que:
- Chiquillo malcriado – se escucho detrás, y cuando Ezellahen se giro fue recibido con un fuerte golpe en el rostro que lo lanzo hacia el desfiladero, haciéndolo caer.
La Boca de Sauron comenzó a reír abiertamente y los soldados que estaba más cerca habían visto como el amado discípulo de su rey había muerto a manos del hechicero. Sin embargo, un grito salió del desfiladero y como arrojado por un gigante, Ezellahen cayó sobre sus pies, llenó de tierra y polvo, con la vara empuñada en su mano izquierda y la mortífera Anguirel brillando en su mano derecha.
- Esto aun no termina – sentenció, y entonces el hechicero le observó fría y calculadoramente
- No eres un montaraz cualquiera – le dijo – y tu padre jamás podría ser ese charlatán que llamas tu rey, pues llevas sangre Istari en tus venas ¡Bien! ¡Esto promete ser divertido!
Despojándose de su manto negro, una impenetrable armadura oscura salió a la luz, y sus brazos estaban decorados de escamas de fríos brillos. Un alargado bastón apareció en su mano derecha, y su espada, larga y terrible, brillo en la izquierda.
Los contrincantes se observaron en silencio, ignorantes al resto de la batalla. Y como si un mudo hubiera dado la señal, se lanzaron al combate. Y las hojas de las espadas brillaban con un mortal fuego.
Los hierros de ambos giraban en el aire, lanzando ráfagas que obligaban a los combatientes a dar saltos hacia atrás sino deseaban quedar atrapados en esa terrible fuerza.
Harry despidió fuego por la punta de su vara, pero su adversario giro rápidamente su bastón, dispersándolo. Sin embargo, el mago uso esto como una distracción y antes de que el hechicero lo supiera, Ezellahen lo volvía a atacar fieramente con su espada, asestando golpes en las partes débiles de la armadura.
Con terrible alarido, el hechicero lanzó a Harry, cubriéndolo con un fuego negro que corroía rápidamente su gabardina. Ezellahen se deshizo con premura de ella, observando como el fuego había logrado colarse y había quemado sus piel, dejándola ardiendo y en un rojo vivo.
Los verdes ojos se clavaron con furia en el sonriente adversario, y con una fuerza salida desde su interior, el mago se lanzó hacia él, enfundado la vara y tomando entre sus dos manos la blanca espada.
Sin proponérselo, la magia fluía por sus miembros, envolviendo con un manto invisible a su enemigo, quien se veía cada vez más apurado por esta situación.
Harry le despojo de vara y espada con unos cuantos golpes, y obligándolo a caer de rodillas frente a él, dijo en una voz que no sabia como suya:
- Nunca más atacarás al rey de Gondor por la espalda, esclavo – y de un tajo limpio, la cabeza del hechicero rodó hasta sus pies, portando una expresión de terror en ella
Cuando el cuerpo cayó, Gandalf se reveló frente a él. Y el anciano mago pudo observar como la extraña cicatriz en forma de relámpago brillaba fuertemente con una luz verde.
La Boca de Sauron había caído ante la espada de un adversario subestimado que era más fuerte que él, y he aquí que esta nueva victoria lleno de un ánimo y entereza a los soldados, dándoles nuevos bríos para seguir luchando.
Sin aviso, Harry se derrumbó sobre sus rodillas, exhausto, agitado.
- Por Elendil – se le escucho decir – que no vuelvo a enojarme tanto. Es peligroso para mi salud – bromeó, clavando sus ojos en los sabios de su amigo Mithrandir
- Pero más para tus enemigos – dijo el mago, ayudándolo a ponerse de pie
Sin embargo, el momento de regocijo por la muerte de un temible adversario no les duró mucho
- ¡Nâzgul! – se escucho el grito de unos y de pronto el chillido de los nâzgul inundo el campo de batalla, invadiendo con terror el corazón de muchos
Los cansados ojos verdes se dirigieron hacia el cielo, y pudo ver sobre los monstruos alados a los espectros restantes del anillo.
Escupiendo un poco de sangre, el joven mago se agacho a rejuntar una lanza que yacía olvidada sobre el cuerpo de un orco, y usando la fuerza de sus brazos y ayudada por un poco de magia sin varita, la lanzó fuertemente, asestando certeramente en el corazón de una de las bestias, matándola al instante.
Sin esperar a ver donde había caído el espectro, Harry inhaló profundamente, esperando recuperar fuerzas con este gesto, y se lanzó una vez más a la batalla.
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Sirius se batía como un tigre, aunque si alguien le hubiera dicho esto, él lo hubiera corregido y con una carcajada tan característica de él, habría dicho que se batía como un perro.
Los cuerpos de sus enemigos caían a sus pies, y desde lo acontecido con el mini troll, no volvió a empequeñecer a ninguno de sus adversarios, sino que los congelaba o les ataba los pies, obligándolos a caer ante él.
Elevando el rostro, el animago se dio cuenta que unos monstruos alados habían llegado al campo, los mismos que se habían estado paseando como buitres alrededor de ellos.
Al grito de esas criaturas, que mejor era chillido, un temor invadió rápidamente la mente de Sirius, y su corazón se encogió en su pecho. Sin embargo, éste duro poco, pues una jubilosa voz comenzó a gritar:
- ¡Águilas! ¡Las águilas vienen! – y como lanzas emplumadas, las enormes aves bajaron en picada desde el cielo, atacando a aquellos seres oscuros
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La batalla había tomado un buen rumbo, y aunque era cierto que eran superados en número, el enemigo comenzaba en verdad a temer al heredero de Elendil y su ejército del Oeste.
La ayuda de las águilas no había llegado en mejor momento, y un manto oscuro yacía a los pies del mago de ojos verdes. Ese espectro no había sido un digno rival de su espada y vara.
Sin embargo, como llamados por su amo, los nâzgul dieron un fuerte grito, volando precipitadamente hacia Orodruin, el Monte del Destino.
- Frodo – susurró, pero con una angustia manchando sus palabras, pues en esos momentos sus ojos advirtieron como su mentor era brutalmente atacado por un enorme troll que vestía una gruesa armadura y espadas de doble filo
Abriéndose paso entre la multitud de enemigos y aliados, Harry lucho por llegar hasta Aragorn, gritando que no estorbarán en su camino, degollando a aquellos enemigos que se atrevían a interponerse entre él y su maestro. Viéndolo cada vez más lejos en vez de cerca.
- ¡Aragorn! – gritaba con angustia, con miedo. Ya se encontraba a pocos pasos de él, pero sintió que algo le mordía la pierna, y girando hacia abajo, se encontró con un orco caído, quien clavaba con odio la punta de una flecha en su piel. Descargando su odio en esa criatura, Ezellahen tiro una fuerte patada, rompiéndole el cuello en el acto, y después de retirar el arma agresora de su cuerpo, sus ojos se elevaron para ver como el troll tenía a Aragorn bajo uno de sus enormes pies, amenazando con matarle
Ganando un nuevo impulso, el mago corrió hasta ellos, llegando justo a tiempo para interponerse entre el golpe y Aragorn, recibiéndole en cambio.
Un gemido escapó de su boca, pero antes de que el troll pudiera retorcer la espada, Harry empuño una daga que llevaba entre sus ropas y la clavo con aborrecimiento en el ojo del troll, haciéndola girar.
Justo en el momento en que sacaba su daga del monstruo, unos gemidos y alaridos provenientes de Mordor inundaron la batalla, matando cualquier otro ruido que hubiera en ella. Y los enemigos salieron huyendo, incluyendo el troll tuerto, como empujados lejos de ellos por una fuerza invisible, mágica.
Y a lo lejos, en el rojo horizonte, Harry vio como la negra y enorme torre de Barad-dûr se despedazaba, llevándose con ella toda la maldad que Sauron hubiese procreado en sus siniestros territorios.
Al caer la última piedra, una corriente de aire los golpeo, pero no era una aire viciado, oscuro, sino uno que se llevaba lejos toda la oscuridad y limpiaba la atmósfera, dejándola clara una vez más.
Inmediatamente todos comenzaron a saltar de alegría, y con felicidad Harry se dio cuenta que la espada no había atravesado su cota de malla, sin embargo, los mellados anillos de hierro se habían roto, encajándose en su piel, además de que por el golpe, su costado le dolía horriblemente y sabía que tendría un bonito morete adornando su joven cuerpo. Era cierto que estaba herido, pero sanaría rápidamente.
Y Frodo había triunfado. Frodo y Sam habían vencido.
Y entre los gritos de alegría, la puerta cayo, piedra por piedra, y los orcos y hombres del este y sureños huían despavoridos. Sin embargo matando la esperanza que había renacido en sus corazones y ante los sorprendidos ojos de todos, el Monte del Destino hizo erupción y su lava amenazaba con llevarse todo a su paso.
¡No! ¡No podía terminar así! ¡Frodo esta ahí! ¡Sam esta ahí! Con ira y una determinación quemando en sus lagrimosos ojos verdes, se acercó cojeando rápidamente a Sirius, con su costado pulsando dolorosamente.
- ¡Sirius! ¡Sirius! – gritó, llamando la atención de su padrino cuyos ojos observaban con sorpresa la erupción del Orodruin – ¡Sirius! – grito una vez más, y esta vez su vidriosa mirada se poso en él – ¡Dime como me transformo! ¡Dime como me convierto en animago! – exclamo impacientemente, con desesperación en la voz. Sirius estaba demasiado sorprendido y no pudo responder. No entendía por que su ahijado pensaba en Transfiguración en estos momentos
Harry se alejó molesto, pero no con el animago, sino consigo mismo. Y mientras sus ojos se clavaban en el Monte del Destino, lanzó una plegaria al aire, y era tan grande su deseo, que una ventisca le rodeo lentamente y su cicatriz brillo dolorosamente, pero ahí, frente a los atónitos ojos de todos, sus brazos extendidos se comenzaron a transformar en alas de brillantes plumas rojas, las cuales comenzaron a cubrir su cuerpo, y donde antes había estado Harry Potter, un fénix abrió los ojos, revelando dos gemas verdes de las cuales se desprendieron unas lagrimas cristalinas.
El fénix lanzó un grito que más pareció una hermosa nota musical, y elevándose a los cielos, voló valientemente hacia el Monte del Destino, siendo seguido por las águilas y Gandalf que montó sobre la espalda del noble y valiente Gwaihir.
Todo parecía tan surrealista que ninguno supo que estaba ocurriendo hasta que se alejaron, convirtiéndose en puntos negros que volaban sobre el rojo escenario de mortal lava.
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Frodo abrió los cansados ojos, y le pareció ver una hermosa ave de fuego que al llegar a sus pies se transformaba en su viejo amigo Ezellahen.
El hobbit sintió unas inmensas ganas de reír. Aún conservaba lucida la mente y ya estaba alucinando. 'Bien', se dijo, 'si esto es un sueño, no quiero despertar', y dejo que las cariñosas manos le rodearan fuertemente, sintiendo el calor de un cuerpo humano en medio de la frialdad que comenzaba a invadirle. 'Si pudiese contarle esto a Ezellahen seguro que se reiría un buen rato conmigo. Erû sabe que los dos necesitamos una buena razón para hacerlo', y con esto último en mente, se dejo sumir en un profundo sueño.
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Después de rescatar a los valientes que habían llevado a cabo la misión más peligrosa de la historia, los capitanes se encaminaron a los Campos de Cormallen, lugar de Ithilien Septentrional próximo a Henneth Annûn. En ese lugar montaron un campamento para celebrar la caída de Sauron, y esperar la recuperación de los dos pequeños perian, quienes habían estado enormemente en contacto con la Sombra y sufrían de un grave caso de Hálito Negro, sobretodo el Portador del Anillo.
Cormallen era un hermoso territorio, con un pequeño bosquecillo de abedules blancos, y un prado sobre él cual crecían majestuosos árboles de oscuro follaje, cargados de flores rojas.
Sirius caminaba entre estos árboles, vestido con ricas ropas de negro y plata, y su vara enfundada en un costado, y la bolsa de cuero oscuro colgada, atravesada a su cuerpo, desde el hombro derecho y descansando sobre su cadera izquierda.
El animago se detuvo ante un pequeño riachuelo y poniéndose de cuclillas frente a él, observo largamente su reflejo sobre la clara superficie. Lo había estado haciendo desde hacía cuatro días, desde su llegada a este lugar, y los pequeños hobbits aun no despertaban.
Unos pasos le alertaron que alguien estaba detrás de él, y girando rápidamente se encontró cara a cara con el Rey de Gondor y Soberano de las Tierras Occidentales.
Ambos hombres se estudiaron largamente en silencio.
- No pensé que te encontraría aquí – fue Aragorn quien habló primero
- Y yo no sabia que tu caminaras por estos bosques – respondió Sirius, observando que alejado de ellos, un guardia se paseaba, cuidando a su rey – y veo que traes a tu escolta personal
Aragorn giro un poco el rostro, observando al guardia, y después de hacer un ademán con la mano, el hombre hizo una profunda reverencia y se alejó de ellos.
- El príncipe Imrahil insiste en que no salga sólo, pero como ves, están a mis órdenes – dijo
Los dos hombres se volvieron a quedar en silencio, pero ambos sabían por que estaban en este lugar.
- No voy a dejar a Harry en esta tierra – habló Sirius, bajo pero amenazante – No me importa que me tires a toda tu armada, su majestad, él se regresa conmigo a Inglaterra, al lugar donde pertenece
- ¿Qué te hace pensar que quiere irse? – preguntó Aragorn, clavando sus grises ojos en los de Sirius – ¿Qué te hace pensar que quiere regresar?
- ¿Y qué te hace pensar a ti que desea quedarse? ¿Acaso te lo ha dicho? – preguntó, caminando alrededor del rey – No lo creo – dijo – Pues le conozco, y sé que si llega a tomar una decisión nos la hará saber a ambos, a la vez, pues es justo y sabe que lo que decida nos atañe a los dos
- Sin embargo – añadió Aragorn – ¿Le obligarás a escoger entre los dos seres que más ama?
Sirius fulminó con la mirada al montaraz.
- No seré yo quien le obligo, pues bien sabe que tú te quedarás aquí y que yo regresaré a Inglaterra. Pero no te preocupes por su bien mental y psíquico, pues le auxiliaré en su decisión, y así tenga que llevármelo inconsciente de vuelta, de vuelta irá, y me encargaré de romper cualquier medio que le ayudé a llegar hasta aquí – y con estas últimas palabras, se comenzó a alejar furioso del montaraz
- ¡Sirius! – se escucho la voz del rey, y le hizo detenerse aunque no encararlo – Si le haces daño a Harry, de cualquier forma, no responderás ante un ejército, sino ante mí – el animago le miró por el rabillo del ojo, y después de asentir con la cabeza, su pasó se aceleró, y sabiendo que era lo que tenía que hacer, la palma de su mano toco el espejo, enviando la señal que era el disparo para el comienzo del ritual que los regresaría a casa
El animago llegó rápidamente a la tienda dispuesta para Harry, y entró apresuradamente, deteniéndose cuando sus ojos se posaron sobre el preocupado semblante de su ahijado.
Los grises ojos se hundieron en los verdes, ahora llenos de vida, de su cachorro, y se acercó rápidamente a él, abrazándolo con fuerza.
- ¿Sirius? – preguntó un preocupado Harry, sin llegar a comprender la actitud de su padrino – ¿Qué ocurre? – pero sus ojos atraparon el brillo que escapaba del espejo
El animago sabía que esa era la señal. Todo estaba listo.
Abrazando fuertemente a su ahijado, observó el alrededor de la tienda, y con una resolución en su mirada, susurro sobre el cabello de su ahijado.
- Esto es mi obsequio para ti, Harry – murmuro
- ¿Qué...? ¿De qué hablas? – preguntó el joven mago, aun sin entender nada
- Te ayudaré para que no tengas que tomar un decisión que te destroce el alma – murmuro con ímpetu, apretando más el cuerpo de su ahijado hacia el de él.
Y depositando un suave beso sobre los negros cabellos, saco silenciosamente su varita que hasta eso momento había estado escondida entre los pliegues de su ropa y la dirigió a la nuca de Harry, y cuando éste sintió el suave toque de madera en su piel, fue demasiado tarde, pues Sirius ya había murmurado 'Desmasius'.
Una vez mas gracias por su paciencia y reviews, realmente me alentaron mucho. El miercoles 29 de diciembre este fic cumplio un año, todo gracias a ustedes que esperaron pacientes los capis y que aunque tarde siguieron fieles al fic, gracias. Pero esto no es un adios sino un hasta luego y espero verlos en la segunda parte que ya tiene nombre y estructura, y espero publicar en corto tiempo el capitulo 1. Ya saben, quien desee ser avisad solo envieme su mail en un review. Gracias.
& JEUNE CIRCE &
