66. BENDITORMENTAS

¿No es suficiente la destrucción que hemos causado? Los mundos que ahora recorres tienen la marca y el diseño de Adonalsium. Nuestra interferencia, hasta el momento, no ha provocado más que dolor.

Unos pies rozaron la piedra ante la jaula de Raven. Uno de los carceleros que venía otra vez a comprobar su estado. Raven continuó tendido, inmóvil, con los ojos cerrados, y no se volvió a mirar. Para mantener la oscuridad a raya, había empezado a planear.

¿Qué haría cuando saliera? «Cuando» saliera. Tenía que decírselo a la fuerza. No es que no confiara en Bellamy. Su mente, sin embargo… su mente la traicionaba, y le susurraba cosas que no eran verdad.

Distorsiones. En su estado, podía creer que Bellamy mintiera. Podía creer que el alto príncipe quisiera en secreto que Raven estuviera en prisión. Raven era muy mal guardia, después de todo. Había fracasado en todo lo referido a las misteriosas cuentas atrás arañadas en las paredes, y tampoco había conseguido detener a la Asesino da Blanco. Con los engaños de su propia mente, Raven podía creer que en realidad el Puente Cuatro se alegraba de librarse de él, que todos ellos fingían que querían ser guardias solo para complacerlo. Que en el fondo solo deseaban seguir adelante con sus vidas, unas vidas de las que hubiesen podido disfrutar si Raven no hubiese estado ahí para echarlas a perder. Estas falsedades deberían haberle parecido ridículas. Pero no era así.

Clink.

Raven abrió los ojos y se puso alerta. ¿Habían venido a llevársela, a ejecutarla, como quería el rey? Se puso en pie de un salto, adoptando una posición de lucha, lista para lanzar el cuenco vacío de comida.

El carcelero que estaba ante la puerta dio un paso atrás, con los ojos muy abiertos.

—Tormentas, mujer —masculló—. Creí que estabas dormida. Bueno, has cumplido tu sentencia. El rey ha firmado el perdón hoy. Ni siquiera te han privado de tu rango ni posición. —El hombre se frotó la barbilla antes de abrir la puerta de la celda—. Supongo que tienes suerte.

Suerte. La gente siempre decía eso de Raven. Con todo, la perspectiva de la libertad apartó la oscuridad que se había instalado en su interior, y Raven se acercó a la puerta. Con cautela. Salió mientras el guardia daba un paso atrás.

—Eres desconfiada, ¿eh? —dijo el carcelero, un ojos claros de bajo rango—. Supongo que por eso eres una buena guardaespaldas. —El hombre le indicó que saliera de la habitación primero.

Raven esperó.

El guardia acabó por suspirar.

—De acuerdo.

Salió al pasillo al otro lado. Raven lo siguió, y con cada paso se sintió que retrocedía unos cuantos días en el tiempo. Descartar la oscuridad. No era una esclava. Era soldado. La capitana Raven. Había sobrevivido a este… ¿cuánto tiempo había sido? ¿Dos, tres semanas? Ese corto espacio de tiempo encerrado en una jaula.

Ya era libre. Podía regresar a su vida como guardaespaldas. Pero una cosa… una cosa había cambiado.

«Nadie volverá a hacerme esto nunca más». Ningún rey ni general, ningún brillante señor ni brillante dama.

Antes que pasar por esto prefería morir.

Pasaron ante una ventana a sotavento y Raven se detuvo a respirar el fresco olor del aire libre. La ventana ofrecía una vista corriente y anodina del campamento, pero parecía gloriosa. Una leve brisa le agitó el pelo y se permitió sonreír.

—Ya está —dijo el carcelero—. Es libre. ¿Podemos acabar ya con esta farsa, alteza?

—¿Alteza?

Raven se volvió en el pasillo y vio que el guardia se había detenido ante otra celda, una de las más grandes del lugar. Raven había sido internada en la más profunda, lejos de las ventanas. El carcelero hizo girar una llave en la cerradura de la puerta de madera y la abrió. Clarke Griffin, vestida con un simple uniforme ajustado, salió de la celda. La princesa inspiró profundamente antes de volverse hacia Raven y asentir.

—¿Te encerró a ti también? —dijo Raven, aturdida—. ¿Cómo…? ¿Qué…?

—Esperan en la otra habitación, brillante señora —dijo el carcelero, nervioso.

Clarke asintió y se dirigió hacia allí. Raven alcanzó al carcelero y lo cogió por el brazo.

—¿Qué está pasando? ¿El rey ha metido aquí a la heredera de Bellamy?

—El rey no tuvo nada que ver —respondió el carcelero—. La brillante señora Clarke insistió. No quiso salir mientras estuvieras recluida. Tratamos de impedírselo, pero es una princesa. No podemos obligarle a hacer nada, tormentas, ni siquiera a marcharse. Se encerró ella misma en esa celda y tuvimos que soportarlo.

Imposible. Raven miró a Clarke, que recorría lentamente el pasillo. La princesa tenía mucho mejor aspecto que ella: obviamente se había bañado en alguna ocasión, y su celda era mucho más grande, con más intimidad. Pero de todas formas era una celda.

«Eso fue lo que oí aquel día, poco después de que me encarcelaran —pensó Raven—. Clarke vino y se encerró ella misma».

Raven corrió tras la princesa.

—¿Por qué?

—No me parecía justo que estuvieras aquí —dijo Clarke, mirando al frente.

—Estropeé tu oportunidad de enfrentarte a Sadeas en duelo.

—A estas alturas, sin ti yo estaría lisiada o muerta —señaló Clarke—. Así que no habría tenido ninguna oportunidad de enfrentarme a Sadeas de todas formas. —La princesa se detuvo en el pasillo y miró a Raven—. Además, salvaste a Aden.

—Es mi trabajo.

—Entonces tenemos que pagarte más, muchacha del puente. Porque creo que nunca he conocido a otra persona que saltara, sin armadura, a luchar contra seis portadores de esquirlada.

Raven frunció el ceño.

—Espera. ¿Llevas colonia? ¿En prisión?

—Bueno, no había ninguna necesidad de volverse una bárbara por estar encarcelada.

—Tormentas, sí que eres engreída.

—Soy refinada, granjera insolente —replicó Clarke. Luego sonrió—. Además, te hago saber que tuve que usar agua fría para mis baños mientras estaba aquí.

—Pobrecita.

—Lo sé. —Clarke vaciló, luego extendió una mano.

Raven la estrechó.

—Siento haberte estropeado el plan.

—Bah, no fuiste tú —dijo Clarke—. Lo hizo Finn. ¿Crees que no podría haber ignorado sin más tu petición, y seguir adelante, permitiéndome continuar con mi desafío a Sadeas? Se dejó llevar por su mal genio en vez de controlar a la multitud y seguir adelante. Tormenta de hombre.

Raven parpadeó ante el tono audaz, luego miró al carcelero, que se mantenía apartado, obviamente tratando de no llamar la atención.

—Las cosas que dijiste sobre Amaram… —preguntó Clarke—. ¿Eran ciertas?

—Todas y cada una de ellas.

Clarke asintió.

—Siempre me he preguntado qué escondía ese tipo. —Continuó andando.

—Espera —dijo Raven, corriendo para alcanzarla—, ¿me crees?

—Mi padre es el mejor hombre que conozco, quizás el mejor hombre vivo. Incluso él pierde los nervios, toma decisiones equivocadas y tiene un pasado problemático. Amaram nunca parece hacer nada mal. Si escuchas las historias que se cuentan de él, es como si todos esperaran que brille en la oscuridad y mee néctar. A mí eso me apesta a alguien que se esfuerza demasiado en mantener su reputación.

—Tu padre dice que no tendría que haber intentado retarlo.

—Sí —dijo Clarke, llegando a la puerta al fondo del pasillo—. Sospecho que no acabas de entender el formalismo de los duelos. Un ojos oscuros no puede retar a un hombre como Amaram, y desde luego no tendrías que haber hecho lo que hiciste. Avergonzó al rey, como si hubieras escupido en un regalo que te hubiera hecho. —Clarke vaciló—. Naturalmente, eso ya no debería importarte, y mucho menos después de hoy.

Clarke abrió la puerta. Al otro lado, la mayoría de los hombres del Puente Cuatro se apiñaban en una pequeña sala donde los carceleros obviamente se pasaban el día. Habían retirado a un rincón mesas y sillas para hacer sitio a los veintitantos hombres que saludaron a Raven cuando se abrió la puerta. Sus saludos se disolvieron de inmediato y empezaron a vitorear. Ese sonido… ese sonido aplastó la oscuridad hasta que desapareció por completo. Raven descubrió que sonreía mientras avanzaba para reunirse con ellos, aceptando sus manos. Aden estaba allí con su uniforme del Puente Cuatro, e inmediatamente se reunió con su hermana, hablándole tranquilamente de manera jovial, aunque había sacado la cajita con la que le gustaba juguetear. Raven miró hacia un lado. ¿Quiénes eran estas personas que había junto a la pared? Miembros del séquito de Clarke. ¿Era ese uno de sus armeros? Llevaban algo envuelto en sábanas. Clarke entró en la habitación y dio ruidosamente una palmada, haciendo callar al Puente Cuatro.

—Resulta que ahora poseo no una, sino dos nuevas hojas esquirladas y tres armaduras —declaró—. El principado Griffin ha pasado a disponer de una cuarta parte de las esquirlas de todo Alezkar, y me han nombrado campeona de duelos. No es sorprendente, considerando que Relis se marchó en una caravana de vuelta a Alezkar la noche después de nuestro duelo, enviado por su padre en un intento de ocultar la vergüenza de ser derrotado tan claramente.

»Un equipo completo de esas esquirlas será para el general Khal, y he ordenado que otros dos sean entregados a los ojos claros de rango adecuados del ejército de mi padre. —Clarke indicó las sábanas con un gesto—. Eso deja un equipo entero. Personalmente, siento curiosidad por saber si las historias son ciertas. Si un ojos oscuros se vincula a una hoja esquirlada, ¿cambiarán sus ojos de color?

Raven sintió un momento de pánico total. Otra vez. Estaba sucediendo otra vez.

Los armeros retiraron las sábanas, revelando una titilante espada plateada afilada por ambos lados, con un patrón de retorcidas enredaderas que corría por su centro. A sus pies, los armeros descubrieron una armadura, pintada de naranja, tomada de uno de los hombres a quien Raven había ayudado a derrotar. Tomó las esquirlas y todo cambió. Raven se sintió inmediatamente enferma, casi paralizada. Se volvió hacia Clarke.

—¿Puedo hacer con ellas lo que desee?

—Tómalas —dijo Clarke, asintiendo—. Son tuyas.

—Ya no —replicó Raven, señalando hacia uno de los miembros del Puente Cuatro—. Miller. Tómalas. Ahora eres portador de esquirlada.

El rostro de Miller perdió todo el color. Raven se preparó. La última vez… Dio un respingo cuando Clarke la agarró por el hombro, pero la tragedia del ejército de Amaram no se repitió. En cambio, Clarke la sacó al pasillo, alzando una mano para hacer callar a los hombres del puente.

—Un segundo —dijo Clarke—. Que nadie se mueva. —Entonces, en voz más baja, le susurró a Raven—: Te estoy dando una hoja esquirlada y una armadura.

—Gracias —contestó Raven—. Miller sabrá darles buen uso. Zahel lo ha entrenado bien.

—No se las he dado a él. Te las he dado a ti.

—Si de verdad son mías, puedo hacer con ellas lo que quiera. ¿O es que en realidad no son mías?

—Pero ¿qué pasa contigo? —exclamó Clarke—. Este es el sueño de todo soldado, ojos claros u oscuros. ¿Es por rencor? O es… —Clarke parecía completamente anonadada.

—No es por rencor —respondió Raven, hablando en voz baja—. Clarke, esas espadas han matado a demasiada gente a la que amaba. No puedo mirarlas ni tocarlas sin ver sangre.

—Serías ojos claros —susurró Clarke—. Aunque no cambiara el color de tus ojos, contarías como uno de nosotros. Los portadores de esquirlada pertenecen inmediatamente al cuarto dahn. Podrías retar a Amaram. Tu vida entera daría un giro.

—No quiero que mi vida cambie por convertirme en ojos claros. Quiero que cambien las vidas de la gente como yo… como yo soy ahora. Este regalo no es para mí, Clarke. No pretendo ofenderte a ti ni a nadie. Es que no quiero una hoja esquirlada.

—Esa asesina va a volver —sentenció Clarke—. Las dos lo sabemos. Preferiría que tuvieras esquirlas para ayudarme.

—Seré más útil sin ellas.

Clarke frunció el ceño.

—Déjame dárselas a Miller —insistió Raven—. Viste, en ese coso, que puedo manejarme bien sin espada ni armadura. Si le damos las esquirlas a uno de mis mejores hombres, seremos tres para combatirlo, no solo dos.

Clarke se volvió a mirar la habitación, luego a Raven, escéptica.

—Estás loca, ¿lo sabes?

—Lo acepto, sí.

—Bien —dijo Clarke, volviendo a entrar en la habitación—. Tú. Miller, ¿verdad? Supongo que estas esquirlas ya son tuyas. Enhorabuena. Ahora superas en rango al noventa por ciento de Alezkar. Escógete un apellido y pide unirte a una de las casas bajo el estandarte de Bellamy, o inicia la tuya propia si te apetece.

Miller miró a Raven en busca de confirmación, y esta asintió. El alto hombre del puente se encaminó hacia el lado de la habitación y extendió una mano para posarla en la hoja esquirlada. Deslizó los dedos hasta la empuñadura, luego la cogió y alzó asombrado la espada. Como la mayoría, era enorme, pero Miller la sostuvo con facilidad con una mano. El berilo engarzado en la empuñadura destelló con una explosión de luz. Miller miró a los otros miembros del Puente Cuatro, un mar de ojos muy abiertos y bocas sin habla. A su alrededor brotaron glorispren, un remolino de al menos dos docenas de esferas de luz.

—Sus ojos —dijo Nyko—. ¿No deberían estar cambiando?

—Si sucede —respondió Clarke—, puede que no se produzca hasta que esté vinculado con la espada. Eso dura una semana.

—Ponedme la armadura —pidió Miller a los armeros. Con urgencia, como si temiera que se la quitaran.

—¡Ya está bien de todo esto! —exclamó Roca mientras los armeros empezaban a trabajar, y su voz llenó la habitación como un trueno cautivo—. ¡Tenemos que celebrar una fiesta! Gran capitana Raven, Bendita por la Tormenta y habitante de prisiones, ahora te comerás mi guiso. ¡Ja! Lo llevo cocinando desde que te encerraron.

Raven dejó que los hombres del puente la sacaran al exterior, donde esperaba un grupo de soldados, incluyendo a muchos de los hombres de otras cuadrillas de puentes. Vitorearon, y Raven vio a Bellamy esperando aparte. Clarke se dirigió al encuentro de su padre, pero este observaba a Raven. ¿Qué significaba esa mirada tan pensativa? Raven apartó los ojos, aceptando las felicitaciones de los hombres de los puentes mientras le estrechaban la mano y le daban palmadas en la espalda.

—¿Qué has dicho, Roca? —preguntó—. ¿Que has cocinado un guiso por cada día que he estado encerrado?

—No —dijo Marcus, rascándose la barba—. El comecuernos de las tormentas ha estado cocinando una sola olla, dejándola a fuego lento durante semanas. No nos deja probarla, e insiste en permanecer despierto por la noche atendiéndola.

—Es un guiso de celebración —intervino Roca, cruzándose de brazos—. Debe estar a fuego lento mucho tiempo.

—Bueno, pues vamos a probarlo —indicó Raven—. Desde luego, me vendrá bien algo mejor que la comida de la prisión.

Los soldados vitorearon y se encaminaron a su barracón. Mientras se dirigían hacia allí Raven agarró a Marcus por el brazo.

—¿Cómo se lo tomaron los hombres? —preguntó—. Me refiero a mi encarcelamiento.

—Se habló de liberarte —admitió Marcus en voz baja—. Pero les hice entrar en razón. No hay ningún buen soldado que no se pase un día o dos encerrado. Forma parte del trabajo. No te degradaron, así que solo querían retorcerte un poco la muñeca. Los hombres lo entendieron.

Raven asintió.

Marcus miró a los demás.

—Están muy cabreados con ese Amaram. Y hay mucho interés por ti. Cualquier cosa de su pasado los hace hablar, ya ves.

—Llévalos de vuelta al barracón —dijo Raven—. Me reuniré con vosotros dentro de un momento.

—No tardes mucho —advirtió Marcus—. Los chicos llevan tres semanas ante esta puerta. Les debes su celebración.

—Enseguida voy —dijo Raven—. Solo quiero decirle un par de cosas a Miller.

Marcus asintió y corrió a conducir a los demás. La habitación principal de la prisión parecía vacía cuando Raven volvió a entrar. Solo quedaban Miller y los armeros. Raven se acercó a ellos. Observó a Miller cerrar el puño con el guantelete puesto.

—Todavía no me lo creo, Rav —dijo Miller mientras los armeros le colocaban el peto—. Tormentas… Ahora valgo más que algunos reinos.

—Yo no pensaría en vender las esquirlas, y mucho menos a un forastero —dijo Raven—. Esas cosas pueden considerarse traición.

—¿Traición? —dijo Miller, alzando bruscamente la cabeza. Cerró el otro puño—. Nunca. —Sonrió, una mueca de pura alegría mientras el peto encajaba en su sitio.

—Yo le ayudaré con el resto —les dijo Raven a los armeros.

Estos se retiraron, reacios, dejándolos a solas. Ayudó a Miller a colocarse una de las hombreras.

—He tenido mucho tiempo para pensar ahí dentro —dijo Raven.

—Me lo imagino.

—El tiempo me condujo a tomar unas cuantas decisiones —prosiguió Raven mientras la sección de la armadura encajaba en su sitio—. Una es que tus amigos tienen razón.

Miller se volvió bruscamente hacia ella.

—Entonces…

—Entonces diles que estoy de acuerdo con su plan. Haré lo que quieran que haga para ayudarlos a… conseguir su objetivo.

Un extraño silencio se instaló en la estancia.

Miller la cogió por el brazo.

—Les dije que comprenderías. —Señaló la armadura que llevaba—. Esto también nos ayudará a llevar a cabo lo que tenemos que hacer. Y cuando hayamos terminado, me aseguraré de que el hombre al que desafiaste tenga el mismo tratamiento.

—Solo estoy de acuerdo porque es lo mejor —repuso Raven—. Para ti, Miller, es cuestión de venganza… y no intentes negarlo. Yo creo de verdad que es lo que Alezkar necesita. Tal vez lo que necesita el mundo.

—Sí, ya lo sé —dijo Miller, poniéndose el casco, la visera alzada. Inspiró profundamente, dio un paso y se tambaleó, casi a punto de precipitarse al suelo. Lo impidió sujetándose a una mesa, que aplastó entre los dedos, quebrando la madera.

Miró lo que había hecho y se echó a reír.

—Esto… esto va a cambiarlo todo. Gracias, Raven. Gracias.

—Llamemos a los armeros para que te ayuden a quitártela —dijo Raven.

—No. Ve a la fiesta de Roca. ¡Yo voy a practicar a los terrenos de entrenamiento! No me quitaré esto de encima hasta que pueda moverme con naturalidad.

Tras haber visto los esfuerzos de Aden para aprender a manejar su armadura, Raven sospechó que el proceso iba a durar un poco más de lo que Miller quería. No dijo nada y volvió de nuevo al exterior. Disfrutó un momento de la luz del sol, con los ojos cerrados y la cabeza levantada al cielo. Luego corrió a reunirse con el Puente Cuatro.