68. PUENTES
Sin embargo, me parece que todas las cosas han sido establecidas para un propósito, y si nosotros, como niños, trasteamos en el taller, nos arriesgamos a exacerbar un problema, no a impedirlo.
Las Llanuras Quebradas.
Raven no reclamaba estas tierras como hacía con los abismos, donde sus hombres habían encontrado la seguridad. Recordaba demasiado bien el dolor de los pies ensangrentados en su primera incursión, agotada por esta estéril extensión de piedra resquebrajada. Allí apenas crecía nada, solo el ocasional grupito de rocabrotes o las enredaderas que caían al abismo a barlovento de la meseta. El fondo de las grietas rebosaba de vida, pero allí arriba era yermo. El dolor de los pies y los hombros erosionados por transportar los puentes no fue nada comparado con la matanza que esperaba a sus hombres al final de cada incursión. Tormentas… el simple hecho de mirar las Llanuras hacía que Raven se estremeciera. Le parecía oír el silbido de las flechas en el aire, los gritos de los aterrorizados hombres de los puentes, la canción de los parshendi.
«Tendría que haber salvado a más gente del Puente Cuatro —pensó Raven—. Si hubiera aceptado más rápidamente mis poderes, ¿habría sido capaz de hacerlo?».
Inspiró luz tormentosa para tranquilizarse, pero no sirvió de nada. Se quedó allí de pie, aturdida, mientras los soldados cruzaban uno de los enormes puentes mecánicos de Bellamy. Lo intentó otra vez. Nada.
Sacó una esfera del bolsillo. El marco de fuego brillaba con su luz habitual, tiñendo sus dedos de rojo. Algo fallaba. Raven no podía sentir la luz en su interior como antes. Syl revoloteaba sobre el abismo acompañada por un grupo de vientospren. Su risa cantarina la alcanzó, y Raven miró hacia las alturas.
—¿Syl? —preguntó en voz baja. Tormentas. No quería parecer un idiota, pero algo en su interior sentía pánico, como una rata agarrada por la cola—. ¡Syl!
Varios soldados que marchaban la miraron y luego alzaron la vista al cielo. Raven hizo caso omiso de ellos mientras Syl descendía en forma de lazo de luz y revoloteaba a su alrededor, todavía riendo. La luz tormentosa regresó a ella. Raven la sintió de nuevo y la sorbió de la esfera con ansiedad… aunque tuvo la presencia de ánimo para ocultarla en su puño y llevárselo al pecho para hacer menos visible el proceso. La luz de un marco no era suficiente para descubrirlo, pero se sintió mucho, muchísimo mejor con esa luz tormentosa surcando en su interior.
—¿Qué ha pasado? —le susurró a Syl—. ¿Le ocurre algo a nuestro vínculo? ¿Es porque no he encontrado las Palabras lo bastante pronto?
Ella se posó en su muñeca y tomó la forma de mujer joven. Le miró la mano, ladeando la cabeza.
—¿Qué hay dentro? —preguntó con un susurro conspirativo.
—Sabes lo que es, Syl —dijo Raven sintiéndose helada, como si acabara de ser golpeada por una oleada de agua de tormenta—. Una esfera. ¿No acabas de verla?
Ella la miró con cara de inocencia.
—Estás tomando malas decisiones. Desagradable. —Sus rasgos la imitaron durante un momento y dio un salto adelante, como para sorprenderla. Se echó a reír y se marchó volando.
Syl no podía comprender por qué su decisión era la adecuada. Era una spren y tenía una moralidad básica y simplista. El hecho de ser humana a menudo implicaba verse obligada a elegir entre opciones desagradables. La vida no era algo limpio y claro como ella quería que fuera. Era sucia, cubierta de crem. Ninguna mujer deambulaba por ella sin mancharse, ni siquiera Bellamy.
—Esperas demasiado de mí —le replicó cuando llegó al otro extremo del abismo—. No soy ninguna gloriosa caballero de días pasados. Soy una mujer rota. ¿Me oyes, Syl? Estoy rota.
Ella se acercó volando y susurró:
—Así estaban todos, tonta. —Se marchó.
Raven vio que los soldados cruzaban el puente. No se trataba de una carga, pero de todas formas Bellamy había traído un gran número de hombres. Salir a las Llanuras Quebradas era entrar en una zona de guerra, y los parshendi representaban siempre una amenaza. El Puente Cuatro cruzó pesadamente el puente mecánico, cargando con el suyo propio, más pequeño. Raven no estaba dispuesta a dejar los campamentos sin eso. Los mecanismos que empleaba Bellamy (los enormes puentes tirados por chulls que podían ser encajados en su sitio) eran sorprendentes, pero Raven no se fiaba de ellos. No tanto como de un buen puente que cargar sobre sus hombros. Syl pasó de nuevo revoloteando. ¿De verdad esperaba que viviera según su percepción de lo que estaba bien y lo que estaba mal? ¿Iba a quitarle sus poderes cada vez que hiciera algo que la ofendiera?
Eso sería como vivir con una soga al cuello.
Decidida a no dejar que sus preocupaciones le estropearan el día, fue a comprobar el estado del Puente Cuatro. «Mira el cielo despejado —se dijo—. Respira el viento. Disfruta de la libertad».
Después de tanto tiempo de cautiverio, estas cosas eran maravillosas.
Encontró a sus hombres junto al puente, descansando. Era extraño verlos con sus viejos chalecos de cuero de hombreras reforzadas sobre sus nuevos uniformes. Eso los transformaba en una extraña mezcla de lo que habían sido y lo que eran en ese momento. La saludaron juntos, y ella devolvió el saludo.
—Descansad —les dijo, y ellos rompieron la formación, riendo y bromeando unos con otros mientras Nyko y sus asistentes repartían odres con agua.
—¡Ja! —dijo Roca, sentándose a beber junto al puente—. Esto no es tan duro como recordaba.
—Es porque vamos más lentos —indicó Raven, señalando el puente mecánico de Bellamy—. Y porque recuerdas los primeros días de los puentes, no los últimos, cuando estábamos bien alimentados y bien entrenados. Entonces ya fue más fácil.
—No —replicó Roca—. El puente es ligero porque hemos derrotado a Sadeas. Es la manera adecuada de las cosas.
—Eso no tiene sentido.
—¡Ja! Tiene todo el sentido. —Tomó un sorbo—. Llanera tarada.
Raven sacudió la cabeza, pero se permitió sonreír al oír la voz familiar de Roca. Después de saciar su propia sed, cruzó corriendo la meseta para dirigirse al lugar que Bellamy acababa de cruzar. Una alta formación rocosa cercana dominaba la meseta, y en lo alto se erguía una estructura de madera que parecía un pequeño fuerte. La luz del sol destelló en uno de los catalejos colocados allí. Ningún puente permanente conducía a esta meseta, que estaba justo fuera del área segura más cercana al campamento de guerra. Los exploradores apostados allí eran saltadores que cubrían los abismos en puntos estrechos con el uso de largas pértigas. Parecía un trabajo que requería un tipo especial de locura, y por eso Raven siempre había respetado a esos hombres. Uno de los saltadores hablaba con Bellamy. Raven habría esperado que el hombre fuera alto y delgado, pero era bajo y recio, con gruesos antebrazos. Llevaba un uniforme de la casa Griffin con franjas blancas en el borde de la casaca.
—Vimos algo ahí fuera, brillante señor —estaba explicando a Bellamy—. Yo mismo lo vi con mis propios ojos, y registré la fecha y la hora con glifos en mi archivo. Era un hombre, brillante, que revoloteó por el cielo de las Llanuras de un lado a otro.
Bellamy gruñó.
—No estoy loco, señor —dijo el saltador, cambiando el peso de su cuerpo de un pie a otro—. Los otros muchachos lo vieron también, cuando les…
—Te creo, soldado —aseguró Bellamy—. Era la Asesina de Blanco. Tenía ese aspecto cuando atentó contra el rey.
El hombre se relajó.
—Brillante señor, es lo que pensé. Algunos en el campamento me dijeron que estaba viendo lo que quería ver.
—Nadie quiere ver a esa —replicó Bellamy—. Pero ¿por qué pasar el tiempo aquí? ¿Por qué no ha vuelto a atacar, si está tan cerca?
Raven carraspeó, incómoda, y señaló el puesto de vigilancia.
—¿Ese fuerte es de madera?
—Sí —respondió el saltador, y enseguida advirtió los nudos en los hombros de Raven—. Uh, señora.
—No creo que soporte una alta tormenta —comentó Raven.
—Lo desmontamos, señora.
—¿Y lo lleváis de vuelta al campamento? —preguntó Raven, frunciendo el ceño—. ¿O lo dejáis aquí para la tormenta?
—¿Dejarlo, señora? Nos quedamos aquí con él.
El hombre señaló una sección horadada en la base de la roca, abierta con martillos o con una hoja esquirlada. No parecía muy grande: solo un cubículo, en realidad. Parecía que llevaban el suelo de madera de la plataforma de arriba y luego la encajaban con cierres en el lado del cubículo para formar una especie de puerta. Un tipo especial de locura, en efecto.
—Brillante señor —le dijo el saltador a Bellamy—, el de blanco podría estar por alguna parte. Esperando.
—Gracias, soldado —respondió el alto príncipe, asintiendo para indicar que podía retirarse—. Vigilad mientras viajamos. Hemos recibido informes de que hay abismoides moviéndose cerca de los campamentos.
—Sí, señor —dijo el hombre, saludando, y corrió de vuelta a la escala de cuerda que conducía a su puesto.
—¿Y si la asesina viene a por ti? —preguntó Raven en voz baja.
—No veo por qué aquí tendría que ser diferente —dijo Bellamy—. Volverá tarde o temprano. En las Llanuras o en el palacio, tendremos que enfrentarnos a ella.
—Ojalá hubieras aceptado una de esas hojas esquirladas que ganó Clarke, señor. Me sentiría más cómodo si pudieras defenderte.
—Creo que te sorprenderías —respondió Bellamy, protegiéndose los ojos y volviéndose hacia el campamento—. Pero me siento mal por dejar a Finn solo allí atrás.
—La asesina dijo que te quería a ti, señor. Si estás lejos del rey, eso servirá para protegerlo.
—Supongo —dijo Bellamy—. A menos que los comentarios del asesino fueran para despistarnos. —Sacudió la cabeza—. Puede que la próxima vez te ordene que te quedes con él. No puedo dejar de pensar que se me ha pasado por alto algo importante, algo que tengo justo delante.
Raven tensó la mandíbula, tratando de ignorar el escalofrío que sentía. «Puede que te ordene que te quedes con él…». Era como si el destino mismo la empujara a una posición desde la que traicionar al rey.
—Respecto a tu encarcelamiento… —añadió el alto príncipe.
—Ya está olvidado, señor —respondió Raven. Al menos la parte referida a Bellamy—. Agradezco que no me hayan degradado.
—Eres una buena soldado —dijo Bellamy—. Casi siempre. —Sus ojos se dirigieron al Puente Cuatro, que volvían a levantar su construcción de madera. Uno de los hombres le llamó la atención: Aden, vestido con su uniforme del Puente Cuatro, empujaba para colocarlo en su sitio. Cerca, Jackson reía y le indicaba cómo sujetarlo.
—Está empezando a encajar, señor —dijo Raven—. Los hombres lo aprecian. Nunca pensé que llegaría a ver el día.
Bellamy asintió.
—¿Cómo se encontró? —preguntó Raven en voz baja—. ¿Después de lo que sucedió en el duelo?
—Se negó a practicar con Zahel —respondió Bellamy—. Por lo que sé, no ha invocado su hoja esquirlada desde hace semanas. —Siguió mirando un momento más—. No puedo decidir si este tiempo que pasa con tus hombres es bueno para él y le ayuda a pensar como soldado, o si solo le induce a evitar sus responsabilidades superiores.
—Señor, si se me permite decirlo, tu hijo parece un tanto marginado. Fuera de lugar. Delicado, solitario.
Bellamy asintió de nuevo.
—Entonces, puedo decir con confianza que el Puente Cuatro es probablemente el mejor lugar que podría encontrar. —Le pareció extraño decir eso de un ojos claros, pero era la verdad.
Bellamy gruñó.
—Confiaré en tu opinión. Ve. Asegúrate de que esos hombres tuyos están en guardia por si la asesina vuelve hoy.
Raven asintió y dejó al príncipe. Había oído hablar antes de las visiones de Bellamy, y tenía cierta idea de su contenido. No sabía qué pensar, pero pretendía conseguir una copia completa de los registros de las visiones para que Ka pudiera leérsela. Tal vez esas visiones eran el motivo de que Syl se mostrara siempre tan decidida a confiar en Bellamy. A medida que pasó el día, el ejército atravesó las Llanuras como el flujo de un líquido viscoso: lodo que resbalaba por una pendiente poco profunda. Todo esto para que Lexa pudiera ver una crisálida de abismoide. Raven sacudió la cabeza mientras recorrían una meseta. Clarke estaba perdidamente enamorada: había conseguido reclutar a toda una fuerza de choque, su padre incluido, solo para satisfacer los caprichos de la muchacha.
—¿A pie, Raven? —preguntó Clarke, acercándose al trote. La princesa cabalgaba aquella bestia blanca que era su caballo, el animal con cascos como martillos. Llevaba puesta su armadura esquirlada azul, el yelmo atado a un pomo en la parte trasera de la silla—. Creía que tenías pleno derecho a usar una montura de los establos de mi padre.
—También lo tengo de los intendentes, pero no me verás cargando con un caldero a las espaldas solo porque puedo hacerlo —respondió Raven.
Clarke se echó a reír.
—Deberías intentar cabalgar más. Tienes que admitir que hay ventajas. La velocidad del galope, la altura del ataque. —Acarició el cuello de su caballo.
—Supongo que confío demasiado en mis pies.
Clarke asintió, como si eso fuera el comentario más sabio que nadie hubiera hecho jamás, antes de volver cabalgando a comprobar el estado de Lexa en su palanquín. Sintiéndose un poco fatigada, Raven buscó en su bolsillo otra esfera, solo un chip de diamante esta vez, y se la acercó al pecho. Inspiró. Una vez más, no sucedió nada. ¡Tormentas! Buscó a Syl alrededor, pero no la encontró. Ella se había mostrado tan juguetona últimamente que Raven había empezado a preguntarse si no se trataría de algún tipo de truco. Esperaba que fuera eso, y no algo más. A pesar de sus quejas y resquemores internos, quería desesperadamente ese poder. Había dominado el cielo, los mismos vientos. Renunciar a ello sería como renunciar a sus propias manos. Llegó por fin al borde de la meseta, donde estaban emplazando el puente mecánico de Bellamy. Allí, afortunadamente, encontró a Syl examinando un cremlino que se arrastraba por las rocas hacia la seguridad de una grieta cercana. Raven se sentó en la roca junto a ella.
—Así que me estás castigando por haber accedido a ayudar a Miller —dijo—. Por eso tengo problemas con la luz tormentosa.
Syl siguió al cremlino, que era una especie de escarabajo con una concha redonda e iridiscente.
—Syl —dijo Raven—. ¿Te encuentras bien? Pareces…
«Como eras antes. La primera vez que nos vimos». Una sensación de temor brotó en su interior. Si estaba perdiendo sus poderes, ¿era porque el vínculo se debilitaba?
Ella la miró y sus ojos se enfocaron más, hasta que su expresión empezó a parecerse a la de su yo normal.
—Tienes que decidir lo que quieres, Raven —sentenció.
—No te gusta el plan de Miller. ¿Intentas obligarme a cambiar de opinión respecto a él?
Ella hizo un mohín.
—No quiero obligarte a hacer nada. Tienes que hacer lo que pienses que es correcto.
—¡Eso es lo que estoy intentando hacer!
—No. Creo que no.
—Bien. Le diré a Miller y a sus amigos que estoy fuera, que no voy a ayudarlos.
—¡Pero le diste tu palabra a Miller!
—También le di mi palabra a Bellamy…
Ella redujo sus labios a una fina línea y lo miró a los ojos.
—Ese es el problema, ¿no? —susurró Raven—. He hecho dos promesas y no puedo mantener mi palabra en ambas. —Oh, tormentas.
¿Era este tipo de cosas lo que había destruido a los Caballeros Radiantes? ¿Qué pasaba con los honorspren cuando alguien los enfrentaba a una decisión como esa? Un juramento roto de cualquiera de las maneras.
«Idiota», se dijo Raven. Parecía que últimamente no era capaz de tomar ninguna buena decisión.
—¿Qué hago, Syl? —susurró.
Ella revoloteó hasta quedar de pie en el aire justo delante de ella, mirándolo a los ojos.
—Tienes que pronunciar las Palabras.
—No las conozco.
—Encuéntralas. —Miró al cielo—. Encuéntralas pronto, Raven. Y no, no servirá de nada que te limites a decirle a Miller que no le ayudarás. Hemos llegado demasiado lejos para eso. Tienes que hacer lo que tu corazón tiene que hacer. —Se alzó hacia el cielo.
—Quédate conmigo, Syl —susurró ella, poniéndose en pie tras ella—. Resolveré esto. Pero… no te pierdas. Por favor. Te necesito.
Las marchas del mecanismo del puente de Bellamy chirriaron cuando los soldados hicieron girar las palancas, y el puente entero empezó a desplegarse.
—¡Alto, alto, alto!
Lexa Wood llegó corriendo, un borrón de pelo rojo y seda azul, con un gran sombrero en la cabeza para protegerse del sol. Dos de los guardias corrían tras ella, pero ninguno era Monty. Raven se volvió, alarmada por su tono, buscando cualquier señal de la Asesina de Blanco. Jadeando, Lexa se llevó la mano segura al pecho.
—Tormentas, ¿qué pasa con los porteadores del palanquín? Se niegan rotundamente a moverse con rapidez. «No es señorial», dicen. Bueno, pues rara vez soy señorial. Muy bien, esperad un momento, luego podéis continuar.
Se sentó en una roca cerca del puente. Los aturdidos soldados la miraron mientras sacaba su cuaderno de dibujo y empezaba a hacer bocetos.
—Muy bien —dijo—. Continuad. Llevo todo el día intentando hacer una serie de bocetos de ese puente cuando se despliega.
Porteadores de las tormentas…
Qué mujer tan extraña.
Vacilantes, los soldados continuaron colocando el puente, desplegándolo ante los vigilantes ojos de tres de las ingenieras de Bellamy, viudas de oficiales caídos. Varios carpinteros estaban también cerca, para trabajar a sus órdenes si el puente se atascaba o se rompía alguna pieza. Raven agarró su lanza, tratando de ordenar sus emociones en lo referido a Syl y las promesas que había hecho. Sin duda podría resolver todo el asunto de algún modo. ¿No?
Ver ese puente llenó su mente de ideas de incursiones por las mesetas, y le pareció una distracción agradable. Comprendía por qué Sadeas prefería el simple, aunque brutal, método de las cuadrillas en los puentes: aquellos puentes eran más rápidos, más baratos, menos problemáticos. En cambio esos enormes artilugios eran colosales, como grandes embarcaciones que intentaran maniobrar en una bahía.
«Corredores con armadura para cargar con los puentes es la solución natural —pensó Raven—. Hombres con escudos, con pleno apoyo del ejército para ayudarlos a situarse en posición. Se podrían tener puentes móviles y rápidos, pero no dejar que los hombres sean masacrados».
Naturalmente, Sadeas quería que mataran a los hombres de los puentes, como señuelo para evitar que las flechas acribillaran a sus soldados. Uno de los carpinteros que ayudaba con el puente y examinaba una de las cuñas de madera y hablaba de tallar una nueva le resultó conocido. El hombre, fornido, tenía una marca de nacimiento en la frente, casi oculta por la gorra de carpintero que llevaba. Raven conocía aquella cara. ¿No era un soldado de Bellamy, uno de los que había perdido la voluntad de luchar tras la masacre en la Torre? Algunos de ellos habían pasado a realizar otros trabajos en el campamento.
Lo distrajo Miller al pasar, quien levantó una mano para saludar al Puente Cuatro, arrancando aplausos. Llevaba la brillante armadura esquirlada repintada de azul con tonos rojos en las puntas con sorprendente naturalidad. Todavía no había pasado una semana y Miller caminaba con facilidad con la armadura puesta. Se acercó a Raven y, entre tintineos de la armadura, hincó una rodilla en tierra. Saludó con un brazo sobre el pecho. Sus ojos… eran más claros: castaño claro en vez de marrón oscuro como habían sido siempre. Llevaba la espada esquirlada cruzada a la espalda, con una vaina protectora. Faltaba un día para que el vínculo con ella fuera completo.
—No tienes por qué saludarme, Miller —dijo Raven—. Ahora eres ojos claros. Me superas en rango por un kilómetro o dos.
—Nunca te superaré en rango, Rav —replicó Miller, con la visera alzada—. Eres mi capitana. Siempre lo serás. —Sonrió—. Pero no puedes ni imaginarte lo divertido que es ver a los ojos claros intentando decidir cómo tratarme.
—Tus ojos están cambiando de verdad.
—Sí —dijo Miller—. Pero no soy uno de ellos, ¿me oyes? Soy el de siempre. Puente Cuatro. Soy nuestra… arma secreta.
—¿Secreta? —preguntó Raven, alzando una ceja—. Probablemente ya se habrán enterado hasta en Iri, Miller. Eres el primer ojos oscuros que recibe una espada y una armadura en siglos.
Bellamy incluso le había dado a Miller tierras y un estipendio de ellas, una suma apreciable, y no solo para los baremos de los hombres de los puentes. Miller seguía pasándose a probar el guiso algunas noches, pero no todas. Estaba demasiado ocupado preparando su nueva vivienda. No había nada malo en ello. Era natural. De hecho, era una de las razones por las que Raven había rechazado la espada, y quizá porque siempre le había preocupado mostrar sus poderes a los ojos claros. Aunque no encontraran un modo de arrebatarle sus habilidades (sabía que ese temor era irracional, aunque lo sentía igualmente), podrían encontrar la manera de despojarle del Puente Cuatro. Sus hombres… su propia esencia.
«Puede que no sean ellos quienes te lo quiten —pensó—. Puede que lo estés haciendo tú misma, mejor de lo que podría hacerlo ningún ojos claros».
La idea la repugnaba.
—Nos estamos acercando —dijo Miller en voz baja mientras
Raven sacaba su odre de agua.
—¿Acercándonos? —preguntó este último. Bajó el odre y contempló las mesetas por encima de su hombro—. Creí que aún nos quedaban unas cuantas horas antes de llegar a la crisálida muerta.
Estaba lejos, casi a la máxima distancia que los ejércitos recorrían en las cargas con los puentes. Bethab y Thanadal la habían reclamado el día anterior.
—No me refiero a eso —adujo Miller, mirando hacia un lado—, sino a otras cosas.
—Oh. Miller, estás… quiero decir…
—Rav. Estás con nosotros, ¿no? Lo dijiste.
Dos promesas. Syl le había dicho que siguiera a su corazón.
—Raven —dijo Miller, con más solemnidad—. Me diste estas esquirlas, incluso después de enfadarte conmigo por haberte desobedecido. Hay un motivo. En el fondo sabes que lo que estoy haciendo es lo correcto. Es la única solución.
Raven asintió.
Miller miró alrededor antes de levantarse entre tintineos de la armadura. Se inclinó hacia delante para susurrar:
—No te preocupes. Graves dice que no vas a tener que hacer mucho. Solo necesitamos una oportunidad.
Raven se sintió enferma.
—No podemos hacerlo cuando Bellamy esté en el campamento —susurró—. No me arriesgaré a que resulte herido.
—No hay problema. Nosotros pensamos lo mismo. Esperaremos al momento adecuado. El plan más reciente es matar al rey de un flechazo, para que no haya ningún riesgo de implicarte a ti ni a nadie más. Lo llevas al lugar adecuado y Graves lo abate con su propio arco. Es un tirador excelente.
Una flecha. Parecía una cobardía.
Pero había que hacerlo. Era necesario.
Miller le dio una palmada en el hombro y se marchó con su tintineante armadura. Tormentas. Todo lo que Raven tenía que hacer era llevar al rey a un lugar concreto… Eso, y traicionar la confianza que Bellamy tenía en ella.
«Y si no ayudo a matar al rey, ¿no estaré traicionando a la justicia y el honor?». El monarca había asesinado (o prácticamente asesinado) a mucha gente, algunos por indiferencia, otros por incompetencia. Y, tormentas, Bellamy tampoco era inocente. Si fuera tan noble como pretendía, ¿no se habría encargado de encarcelar a Roshone, en vez de enviarlo a un lugar donde «no pudiera causar más daños»?
Raven se acercó al puente y observó a los hombres que lo cruzaban. Lexa Wood estaba sentada decorosamente en una roca, continuando con sus dibujos del mecanismo del puente. Clarke había desmontado y había tendido las riendas de su caballo a unos palafreneros para que lo llevaran a abrevar. Llamó a Raven.
—¿Princesa? —preguntó esta, acercándose.
—Han visto a la asesina por aquí. En las Llanuras, de noche.
—Sí. Oí al explorador decírselo a tu padre.
—Necesitamos un plan. ¿Y si ataca aquí?
—Espero que lo haga.
Clarke la miró frunciendo el ceño.
—Por lo que vi —explicó Raven—, y por lo que he descubierto del ataque inicial al antiguo rey, la asesina depende de la confusión que causa en sus víctimas. Sube por paredes y techos: hace caer a los hombres en la dirección equivocada. Bueno, aquí no hay paredes ni techos.
—Así que puede volar sin más —concluyó Clarke con una mueca.
—Sí —respondió Raven, y señaló con una sonrisa—: Ya que tenemos… ¿cuántos? ¿Trescientos arqueros disponibles?
Raven había utilizado con éxito sus habilidades contra las flechas parshendi, y por eso era posible que los arqueros no pudieran matar a la asesina. Pero imaginaba que le resultaría difícil luchar mientras la atacaba una oleada tras otra de flechas.
Clarke asintió lentamente.
—Hablaré con ellos, quiero que se preparen para esa posibilidad.
Echó a andar hacia el puente, así que Raven la siguió. Dejaron atrás a Lexa, tan absorta en su dibujo que ni siquiera advirtió que Clarke la saludaba. Mujeres ojos claros y sus diversiones. Raven sacudió la cabeza.
—¿Sabes algo de mujeres, muchacha del puente? —preguntó Clarke, mirando por encima del hombro y observando a Lexa mientras las dos cruzaban la estructura.
—¿Mujeres ojos claros? —replicó Raven—. Nada. Afortunadamente.
—La gente cree que sé mucho de mujeres —añadió Clarke—. La verdad es que sé cómo conquistarlas… cómo hacerlas reír, cómo captar su interés. Pero no sé cómo conservarlas. —Vaciló—. De verdad quiero conservar a esta.
—Entonces… ¿no deberías decírselo a ella? —sugirió Raven, pensando en Harper y los errores que había cometido.
—¿Funcionan esas cosas con las mujeres ojos oscuros?
—Le estás preguntando a la mujer equivocada. No he tenido mucho tiempo para mujeres últimamente. Estaba demasiado ocupada intentando evitar que me mataran.
Clarke parecía no estar escuchando.
—Quizá podría decirle a ella algo así… Parece demasiado sencillo, y ella es cualquier cosa menos sencilla… —Se volvió hacia Raven—. Da igual. La Asesina de Blanco. Necesitamos otro plan, además de indicar a los arqueros que se preparen.
—¿Tienes alguna idea?
—No tendrás una hoja esquirlada, pero no la necesitarás, debido a… ya sabes.
—¿Ya sé? —Raven sintió una punzada de alarma.
—Sí… ya sabes. —Clarke desvió la mirada y se encogió de hombros, como si intentara mostrar indiferencia—. Esa cosa.
—¿Qué cosa?
—La cosa… con la… hum, ¿cosa?
«No lo sabe —advirtió Raven—. Solo está tanteando, intenta averiguar por qué puedo luchar tan bien. Y le sale fatal».
Raven se relajó e incluso llegó a sonreír ante el torpe intento de Clarke. Era agradable sentir una emoción diferente a la preocupación o el pánico.
—Creo que no tienes ni la menor idea de lo que estás hablando.
Clarke frunció el ceño.
—Hay algo raro en ti, muchacha del puente. Admítelo.
—No admito nada.
—Sobreviviste a esa caída con la asesina —dijo Clarke—. Y al principio llegué a pensar que trabajabas con ella. Ahora…
—¿Ahora qué?
—Bueno, he decidido que, seas lo que seas, estás de mi parte. —Clarke suspiró—. Respecto a la asesina… Mi intuición me dice que el mejor plan es el que empleamos cuando luchábamos juntas en el coso. Tú la distraes mientras yo la mato.
—Eso podría funcionar, aunque me preocupa que no sea de las que se dejan distraer.
—Tampoco lo era Relis. Lo haremos, muchacha del puente. Tú y yo. Vamos a abatir a ese monstruo.
—Tendremos que ser rápidos —dijo Raven—. En una pelea extensa tiene las de ganar. Y ataca en la columna vertebral o en la cabeza. No intentes un golpe debilitador primero. Ve directo a matar.
Clarke la miró con curiosidad.
—¿Por qué?
—Vi algo cuando las dos caímos juntos —dijo Raven—. La herí, pero de algún modo sanó la herida.
—Tengo una espada esquirlada. No podrá sanar eso… ¿no?
—Es mejor no averiguarlo. Golpea a matar. Confía en mí.
Clarke la miró a los ojos.
—No sé muy bien por qué, pero lo hago. Confiar en ti, quiero decir. Es una sensación muy extraña.
—Sí, bueno, intento no revolcarme de alegría por la meseta.
Clarke sonrió.
—Pagaría por ver eso.
—¿Por verme revolcándome?
—Por verte feliz —dijo Clarke, riendo—. ¡Tienes una cara como una tormenta! Casi pienso que podrías espantar a una.
Raven gruñó.
Clarke volvió a reír, le dio una palmada en el hombro y se volvió a ver a Lexa, que por fin cruzaba el puente, pues al parecer ya había terminado su dibujo. Ella la miró con afecto, y cuando Clarke extendió la mano para coger la suya, se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla. Clarke dio un paso atrás, sorprendida. Los alezi solían ser más reservados en público. Lexa le sonrió antes de dar media vuelta y soltar un gritito, llevándose una mano a la boca. Raven dio un salto, otra vez atenta al peligro… pero Lexa se limitó a ir corriendo hacia un cercano macizo de rocas. Clarke se llevó la mano a la mejilla y miró a Raven con una sonrisa.
—Probablemente ha visto un bicho interesante.
—¡No, es musgo! —exclamó Lexa.
—Ah, claro —dijo Clarke, acercándose seguido de Raven—. Musgo. Qué emocionante.
—Calla —exigió Lexa, agitando su lápiz ante ella mientras se agachaba a inspeccionar las rocas—. El musgo crece aquí en un patrón extraño. ¿Qué podría causar eso?
—El alcohol —dijo Clarke.
La joven la miró y Clarke se encogió de hombros.
—A mí me impulsa a hacer locuras. —Miró a Raven, que sacudió la cabeza—. Eso ha sido gracioso —dijo Clarke—. ¡Era un chiste! Bueno, más o menos.
—Oh, calla —exclamó Lexa—. Esto casi parece el mismo patrón que un rocabrote en flor, de los que son corrientes aquí en las Llanuras… —Empezó a dibujar.
Raven se cruzó de brazos y suspiró.
—¿Qué significa ese suspiro? —le preguntó Clarke.
—Aburrimiento —respondió Raven, mirando hacia el ejército, que seguía cruzando el puente. Mover en ese lugar una fuerza de tres mil hombres (aproximadamente la mitad del ejército actual de Bellamy, tras el reciente reclutamiento intensivo) llevaba tiempo. En las incursiones con los puentes, los cruces eran rápidos. Raven siempre se había sentido agotado, saboreando la oportunidad de descansar—. Supongo que este lugar es tan yermo que no hay mucha cosa aparte del musgo para entusiasmarse.
—Calla tú también —le dijo Lexa—. Ve a pulir tu puente o lo que sea. —Se inclinó hacia delante, luego hurgó con el lápiz un bicho que reptaba por el musgo—. Ah… —dijo, luego garabateó apresuradamente unas notas—. De todas formas, te equivocas. Hay un montón de cosas para entusiasmarse, si miras en los sitios adecuados. Algunos soldados dijeron que se ha divisado a un abismoide. ¿Creéis que podría atacarnos?
—Parece como si desearas que sucediera eso —dijo Clarke.
—Bueno, necesito hacer un buen dibujo de uno.
—Te llevaremos a la crisálida. Tendrás que conformarte con eso.
La erudición de Lexa era una excusa: para Raven la verdad saltaba a la vista. Bellamy había traído un número inusitado de exploradores ese día, y Raven sospechaba que cuando llegaran a la crisálida, que estaba en la linde de las tierras inexploradas, continuarían hacia delante para recopilar información. Todo eso no eran más que preparativos para la expedición de Bellamy.
—No comprendo por qué necesitamos tantos soldados —dijo Lexa, advirtiendo la mirada de Raven mientras estudiaba al ejército—. ¿No dijiste que los parshendi no habían aparecido últimamente para luchar por las crisálidas?
—Y así es —respondió Clarke—. Eso es precisamente lo que nos preocupa.
Raven asintió.
—Cada vez que el enemigo cambia las tácticas establecidas, hay que preocuparse. Podría significar que se desesperan. Y la desesperación es muy, muy peligrosa.
—Se te da bien pensar al estilo militar, para ser una muchacha del puente —dijo Clarke.
—Casualmente, tú no eres mala del todo siendo abominable, para ser una princesa.
—Gracias —dijo Clarke.
—Eso era un insulto, querida —apuntó Lexa.
—¿Qué? —dijo Clarke—. ¿Lo era?
Ella asintió, todavía dibujando, aunque alzó la cabeza para mirar a Raven. Raven le devolvió tranquilamente la mirada.
—Clarke —dijo Lexa, volviéndose hacia la pequeña formación rocosa—, ¿podrías matar este musgo por mí, por favor?
—Matar… al musgo. —La princasa miró a Raven, que se encogió de hombros. ¿Cómo iba a saber ella lo que pretendía una ojos claros? Eran una raza extraña.
—Sí —dijo Lexa, poniéndose en pie—. Dale a ese musgo, y a la roca que tiene detrás, un buen corte. Como favor a tu prometida.
Clarke parecía aturdida, pero hizo lo que le pedía, invocó su hoja esquirlada y golpeó el musgo y la roca. La parte superior de la pequeña pila de piedras se soltó, cortada con facilidad, y cayó al suelo de la meseta. Lexa se acercó ansiosamente y se agachó junto a la parte superior de la piedra cortada perfectamente plana.
—Mmm —dijo, asintiendo para sí. Empezó a dibujar.
Clarke retiró la espada.
—¡Mujeres! —exclamó, encogiéndose de hombros. Luego se fue a buscar algo de beber sin pedirle a Lexa una explicación.
Raven dio un paso para seguirla, pero entonces vaciló. ¿Qué encontraba Lexa tan interesante allí? Esa mujer era un enigma, y sabía que no se sentiría completamente segura hasta que la comprendiera. Tenía demasiado acceso a Clarke, y por tanto a Bellamy, para no investigarla. Se acercó a mirar por encima de su hombro mientras ella dibujaba.
—Estratos —dedujo—. Estás contando los estratos de crem para deducir qué antigüedad tiene la roca.
—Buena suposición —respondió ella—, pero esta es una mala localización para fechar estratos. El viento sopla con demasiada fuerza en las mesetas, y el crem no se aposenta por igual. Así que los estratos son erráticos e imprecisos.
Raven frunció el ceño, entornando los ojos. La sección transversal de roca era piedra de crem normal por fuera, con estratos visibles en diferentes tonos de marrón. Sin embargo, el centro era blanco. No se veían rocas blancas así a menudo: había que excavarlas. Lo cual significaba que esto era una situación muy extraña, o…
—Aquí hubo una estructura —concluyó Raven—. Hace mucho tiempo. Deben de haber pasado siglos para que el crem se haya vuelto tan grueso sobre algo que sobresalía del suelo.
Ella la miró.
—Eres más lista de lo que pareces. —Se volvió hacia el dibujo y añadió—: Menos mal…
Raven gruñó.
—¿Por qué todo lo que dices tiene que incluir alguna pulla? ¿Tanta necesidad tienes de demostrar lo lista que eres?
—Quizá solo estoy molesta contigo por aprovecharte de Clarke.
—¿Aprovecharme? —preguntó Raven—. ¿Por llamarla abominable?
—Lo dijiste deliberadamente de un modo que esperabas que no entendiera. Hiciste que pareciera tonta. Y ella solo intenta ser amable contigo.
—Sí —dijo Raven—. Siempre se muestra magnánima con todos los pequeños ojos oscuros que revolotean a su alrededor para adorarla.
Lexa golpeó la página con el lápiz.
—Eres una mujer odiosa, ¿verdad? Por debajo de ese aburrimiento fingido, las miradas peligrosas, los gruñidos… simplemente odias a los demás, ¿no?
—¿Qué? No, yo…
—Clarke lo intenta. Se siente mal por lo que te ocurrió, y está haciendo lo que puede por compensarlo. Es una buena mujer. ¿Tanto te costaría dejar de provocarla?
—Me llama «muchacha del puente» —dijo Raven, testaruda—. Ella me ha estado provocando a mí.
—Sí, porque ella es la que va por ahí con mala cara alternando muecas e insultos. Clarke Griffin, la mujer más difícil de tratar de las Llanuras Quebradas. ¡Mírala! ¡Es tan arisca!
Señaló con el lápiz hacia el lugar donde Clarke reía con los aguadores ojos oscuros. El palafrenero se acercó con su caballo, y Clarke cogió el yelmo de su armadura y se lo ofreció a uno de los chicos para que se lo probara. Le quedaba ridículamente grande. Raven se sonrojó cuando el muchacho adoptó una pose de portador de esquirlada, y todos volvieron a reírse. Raven miró a Lexa, que se cruzó de brazos, con la libreta en lo alto de la roca cortada que tenía delante. Ella le sonrió. Mujer insufrible. ¡Bah!
Raven la dejó y cruzó el reseco terreno para unirse al Puente Cuatro, donde insistió en ocupar un turno para empujar la estructura, a pesar de las protestas de Marcus de que ya estaba «por encima de esas cosas». No era una ojos claros de las tormentas. Nunca estaría por encima de un honrado día de trabajo. El familiar peso del puente se posó sobre sus hombros. Roca tenía razón. Parecía más liviano que antes. Sonrió al oír las imprecaciones de los primos de Nyko, quienes (como Aden) se iniciaban con esta incursión en su primer transporte del puente. Lo llevaron a través de un abismo, cruzando uno de los puentes de Bellamy, más grande y menos móvil, y empezaron a recorrer la meseta. Durante un tiempo, marchando al frente del Puente Cuatro, Raven pudo imaginar que su vida era sencilla. Ningún ataque en las mesetas, ninguna flecha, ningún asesino ni guardaespaldas. Solo ella, su equipo y un puente.
Por desgracia, cuando se acercaban al otro extremo de la gran meseta, empezó a sentirse muy cansada y, por reflejo, intentó absorber un poco de luz tormentosa para impulsarse. No consiguió nada. La vida no era sencilla. Nunca lo había sido, y mucho menos cuando corrían con los puentes. Pretender lo contrario era maquillar el pasado. Ayudó a depositar el puente y entonces, al ver que la vanguardia del ejército avanzaba, los hombres y ella empujaron el mecanismo sobre el abismo. La vanguardia agradeció la oportunidad de adelantarse, cruzar y asegurar la siguiente meseta. Raven y los demás los siguieron y, media hora más tarde, condujeron a los soldados a la siguiente meseta. Continuaron así durante un buen rato, esperando a que el puente de Bellamy llegara antes de cruzar, y luego guiando a la vanguardia a la siguiente meseta. Pasaron varias horas de agotadora y tensa actividad. Buenas horas. Raven no tomó ninguna decisión respecto al rey ni su lugar en el potencial asesinato de aquel hombre, se limitaba a transportar su puente y disfrutar del avance de un ejército que se dirigía hacia su objetivo bajo un cielo despejado. A medida que fue pasando el día, llegaron a la meseta que era su objetivo, donde las crisálidas vaciadas esperaban el estudio de Lexa. Raven y el Puente Cuatro dejaron cruzar a la vanguardia como habían venido haciendo y se dispusieron a esperar. Al cabo de un rato llegó el grueso del ejército y los inmensos puentes de Bellamy se colocaron en posición, extendiéndose para abarcar el abismo. Raven dio un profundo sorbo de agua caliente mientras observaba. Se lavó la cara, luego se secó la frente. Se estaban acercando. Esa meseta estaba lejos en las Llanuras, casi junto a la Torre misma. Tardarían horas en regresar, suponiendo que avanzaran al mismo ritmo relajado que habían empleado para llegar hasta aquí. Habría oscurecido ya cuando regresaran a los campamentos de guerra.
«Si Bellamy quiere atacar el centro de las Llanuras Quebradas —pensó Raven—, harán falta días de marcha, y mientras tanto estaremos expuestos en las mesetas, con la posibilidad de ser rodeados y quedar aislados de los campamentos».
El Llanto sería una gran oportunidad para eso. Cuatro semanas seguidas de lluvia, pero sin altas tormentas. Era el año alterno, donde ni siquiera habría una alta tormenta el Día Claro, parte del ciclo de mil días que componían una rotación de tormentas completa. Con todo, sabía que muchas patrullas alezi habían intentado explorar la zona oriental antes. Todas habían sido destruidas por altas tormentas, abismoides o equipos de asalto parshendi. Solo un movimiento pleno de recursos hacia el centro sería efectivo. Un ataque que dejaría a Bellamy, y a quien lo acompañara, aislado. El puente de Bellamy encajó en su sitio. Los hombres de Raven hicieron pasar su propio puente y se prepararon para empujarlo para que los siguiera la vanguardia. Raven cruzó y a continuación los dejó pasar. Se acercó al lugar donde se había posado el gigantesco puente. Bellamy lo estaba cruzando acompañado por algunos exploradores, todos ellos saltadores, y criados que cargaban con las largas pértigas.
—Quiero que os despleguéis —les dijo el alto príncipe—. No tendremos mucho tiempo antes de regresar. Quiero que exploréis todas las mesetas que veáis desde aquí. Cuanta más ruta podamos planear ahora, menos tiempo tendremos que perder durante el asalto real.
Los exploradores asintieron y saludaron mientras él los despedía. Bellamy bajó del puente y asintió a Raven. Tras ellos, los generales, escribas e ingenieras cruzaron el puente. Los seguiría el grueso del ejército y, por último, la retaguardia.
—Me he enterado de que has ordenado construir más puentes móviles, señor —dijo Raven—. Supongo que eres consciente de que esas estructuras metálicas son demasiado lentas para tu asalto.
Bellamy asintió.
—Pero haré que los soldados los carguen. Tus hombres no tendrán que hacerlo.
—Señor, eso es muy considerado por tu parte, pero no creo que tengas que preocuparte. Las cuadrillas de los puentes las cargarán, si lo ordenas. Muchos de ellos probablemente agradecerán la confianza.
—Creía que tus hombres y tú considerabais que estar asignados a esos puentes era una sentencia de muerte, soldado —objetó Bellamy.
—Tal como los dirigía Sadeas, sí. Tú podrías hacer un trabajo mejor. Hombres blindados, entrenados en formaciones, cargando con los puentes. Soldados marchando delante con escudos. Arqueros con instrucciones para defender a las cuadrillas de los puentes. Además, el peligro es solo para un asalto.
Bellamy asintió.
—Prepara a las cuadrillas, entonces. Si tus hombres se ocupan de los puentes, los soldados estarán libres por si nos atacan.
Empezó a cruzar la meseta, pero uno de los carpinteros al otro lado del abismo lo llamó. Bellamy se dio media vuelta y se dispuso a recorrer de nuevo el puente. Pasó ante los oficiales y escribas que lo cruzaban, incluyendo a Clarke y Lexa, que caminaban la una al lado de la otra. Ella había renunciado a su palanquín y Clarke a su caballo, y la muchacha parecía estar explicándole algo sobre los restos ocultos de una estructura que había encontrado antes dentro de aquella roca. Tras ellos, al otro lado del abismo, se encontraba el trabajador que había llamado a Bellamy.
«Es el mismo carpintero —pensó Raven. El hombre recio de la gorra y la marca de nacimiento—. ¿Dónde lo he visto…?».
Entonces recordó. Fue en los aserraderos de Sadeas. El hombre era uno de los carpinteros que trabajaban allí, un supervisor de la construcción de puentes.
Raven echó a correr.
Se lanzó hacia el puente antes de que la conexión se estableciera plenamente en su cabeza. Ante ella, Clarke se volvió de inmediato y empezó a correr en busca del peligro que Raven había divisado, dejando a Lexa, asombrada, en el centro del puente.
Raven la alcanzó en un instante.
El carpintero agarró una palanca situada a un lado de la estructura.
—¡Ese carpintero, Clarke! —gritó Raven—. ¡Detén a ese hombre!
Bellamy seguía en el puente. Algo había distraído al alto príncipe.
¿Qué? Raven advirtió que también había oído algo. Cuernos, la llamada de que habían divisado al enemigo.
Todo sucedió en un instante. Bellamy se volvió hacia los cuernos. El carpintero tiró de la palanca. Clarke con su brillante armadura esquirlada alcanzó a Bellamy.
El puente se sacudió.
Luego se desplomó.
