69. NADA

Rayse está cautivo. No puede salir del sistema que habita ahora. Su potencial destructivo, por tanto, ha quedado inhibido.

Mientras el puente caía bajo sus pies, Raven buscó luz tormentosa.

Nada.

El pánico la asaltó. Sintió que el estómago le daba un vuelco y manoteó en el aire.

La caída a la oscuridad del abismo fue un breve instante, pero también una eternidad. Captó fugazmente a Lexa y a varios hombres de uniforme azul que caían y manoteaban aterrorizados. Como una mujer que se ahoga y trata de llegar a la superficie, Raven se debatió en busca de luz tormentosa. ¡No moriría de esta forma! ¡El cielo era suyo! Los vientos. Los abismos. ¡No moriría así!

Syl gritó, un sonido aterrorizado y dolorido que vibró en los mismos huesos de Raven. En ese instante, consiguió una bocanada de luz tormentosa, la vida misma. Chocó contra el suelo del fondo del abismo y todo se volvió negro.

Nadaba a través del dolor.

El dolor la inundaba, un líquido, pero no interno. Su piel la mantenía a raya.

¿QUÉ HAS HECHO? La lejana voz sonaba como un trueno.

Raven jadeó, abrió los ojos y el dolor reptó hacia su interior. De repente, le dolió todo el cuerpo. Yacía de espaldas, contemplando una veta de luz en el aire.

¿Syl? No… No, era la luz del sol. La abertura en lo alto del abismo, muy por encima de ella. En esta zona de las Llanuras Quebradas, los abismos tenían docenas de metros de profundidad.

Raven gimió y se sentó. Aquella franja de luz parecía imposiblemente lejana. La había engullido la oscuridad, y el abismo cercano estaba en penumbra, sombrío. Se llevó una mano a la cabeza.

«Al final conseguí un poco de luz tormentosa —pensó—. He sobrevivido. ¡Pero ese grito!». La acosaba, resonando en su mente.

Le había resultado demasiado similar al grito que había oído cuando tocó la hoja esquirlada del duelista en el coso.

«Busca las heridas», susurraron las enseñanzas de su padre desde lo más profundo de su mente. El cuerpo podía entrar en shock por una mala rotura o una herida, y no advertir el daño que se había causado. Siguió el procedimiento de comprobar sus extremidades en busca de fracturas, sin buscar ninguna de las esferas que llevaba en la bolsa. No quería iluminar la penumbra y ver los muertos que habría a su alrededor.

¿Estaría Bellamy entre ellos? Clarke corría hacia su padre.

¿Había conseguido la princesa alcanzarlo antes de que el puente se desplomara? Llevaba puesta la armadura esquirlada, y había saltado al final.

Raven se palpó las piernas y a continuación las costillas.

Encontró moratones y arañazos, pero nada roto o desgarrado. Esa luz tormentosa que había absorbido al final… la había protegido, quizás incluso la había sanado, antes de agotarse. Finalmente rebuscó en su bolsa y encontró las esferas, pero descubrió que todas estaban agotadas. Probó en el bolsillo, pero se detuvo al oír un roce cercano. Se puso en pie de un salto y giró, deseando tener un arma. El fondo del abismo se volvió más brillante. Un brillo reveló florvolantes como abanicos y enredaderas en las paredes, ramas dispersas y musgo en el suelo. ¿Era eso una voz? Sintió un instante de confusión mientras las sombras se movían en la pared ante ella.

Entonces alguien rodeó la esquina, llevando un vestido de seda y una mochila al hombro. Lexa Wood. Gritó al verla, arrojó la mochila al suelo y retrocedió tambaleándose, con las manos en los costados. Incluso dejó caer su esfera. Mientras comprobaba la movilidad de su brazo, Raven se acercó a la luz.

—Cálmate —dijo—. Soy yo.

—¡Padre Tormenta! —exclamó la joven, corriendo a toda prisa para atrapar la esfera del suelo. Dio un paso adelante y alzó la luz para verlo—. Eres tú…, la mujer del puente. ¿Cómo…?

—No lo sé —mintió ella, mirando hacia arriba—. Tengo un tirón en el cuello y un dolor de mil truenos en el codo. ¿Qué ha pasado?

—Alguien tiró del cerrojo de emergencia del puente.

—¿Qué es el cerrojo de emergencia?

—Hace caer el puente al abismo.

—Parece un recurso de lo más estúpido —dijo Raven, rebuscando en el bolsillo sus otras esferas. Las miró con disimulo y vio que también estaban agotadas. Tormentas. ¿Las había gastado todas?

—Depende —respondió Lexa—. ¿Y si tus hombres se han retirado atravesando el puente y el enemigo te sigue? Se supone que el cerrojo de emergencia tiene un cierre de seguridad para que no se accione por accidente, pero se puede soltar en caso de apuro.

Raven gruñó mientras Lexa iluminaba con su esfera más allá, donde las dos mitades del puente se habían estrellado en el fondo del abismo. Allí estaban los cadáveres que había esperado. Miró. Tenía que hacerlo. Ni rastro de Bellamy, aunque varios oficiales y damas ojos claros que cruzaban el puente cuando se derrumbó la estructura yacían amontonados y retorcidos en el suelo. Una caída de sesenta metros o más no dejaba supervivientes.

Excepto Lexa. Raven no recordaba haberla agarrado mientras caía, pero sí gran parte de esa caída aparte del grito de Syl. Aquel grito…

Bueno, tuvo que haber agarrado a Lexa por reflejo, infundiéndola de luz tormentosa para frenar su caída. Ella parecía descompuesta, con el vestido azul manchado y el pelo en desorden, pero por lo demás parecía ilesa.

—Me desperté aquí en la oscuridad —dijo Lexa—. Ha pasado un rato desde que caímos.

—¿Cómo lo sabes?

—Está casi oscuro allá arriba. Pronto será de noche. Cuando me desperté, oí ecos de gritos. Luchas. Vi algo que brillaba en aquella esquina. Resultó ser un soldado que había caído, y su bolsa de esferas se había roto. —Se estremeció visiblemente—. Algo lo mató antes de que cayera.

—Parshendi —dijo Raven—. Justo antes de que el puente se desplomara, oí que la vanguardia hacía sonar los cuernos. Nos atacaron. —Condenación. Eso probablemente significaba que Bellamy se había retirado, suponiendo que hubiera sobrevivido. Allí no había nada por lo que mereciera la pena luchar.

—Dame una de esas esferas —dijo Raven.

Ella le tendió una y Raven se puso a buscar entre los caídos. Aunque hizo como que buscaba el pulso, en realidad buscaba equipo o esferas.

—¿Piensas que puede haber quedado alguien con vida? —preguntó Lexa, y su voz sonó débil en el abismo silencioso.

—Bueno, de algún modo nosotras hemos logrado sobrevivir.

—¿Cómo crees que sucedió? —dijo Lexa, mirando hacia la lejana abertura en las alturas.

—Vi algunos vientospren mientras caíamos —repuso Raven—. He oído historias acerca de que protegen a la gente cuando cae. Tal vez sucediera eso.

Lexa guardó silencio mientras ella registraba los cadáveres.

—Sí —dijo por fin—. Suena lógico.

Parecía convencida. Todo iba bien mientras no empezara a preguntarse por las historias que se contaban acerca de «Raven Bendita por la Tormenta».

No había nadie más con vida, pero comprobó que ni Bellamy ni Clarke se contaban entre los cadáveres.

«No me equivoqué al advertir que iba a producirse un intento de asesinato», pensó Raven. Sadeas había intentado por todos los medios desprestigiar a Bellamy en la fiesta unos cuantos días antes, con la revelación de las visiones. Era una estratagema clásica. Si vas a matar a tu enemigo, primero desacredítalo, así te aseguras de que no se convierta en mártir.

Los cadáveres tenían poca cosa de valor. Unas cuantas esferas, algunos útiles de escribir de los que Lexa se apoderó ansiosamente y guardó en su zurrón. Ningún mapa. Raven no tenía ninguna idea concreta de dónde se encontraban. Y con la inminencia de la noche…

—¿Qué hacemos? —preguntó Lexa en voz baja, contemplando el reino de la oscuridad, con sus sombras insospechadas, sus hojas, enredaderas en movimiento, el canturreo de los pólipos con los tentáculos extendidos y agitándose en el aire.

Raven recordó las primeras veces que estuvo allí abajo, donde todo parecía demasiado verde, demasiado húmedo, demasiado extraño. Cerca de ellos, dos cráneos asomaban entre el musgo, mirando. El sonido del agua al salpicar sonó en un charco lejano, lo que hizo que Lexa se volviera velozmente. Aunque a esas alturas los abismos eran para Raven como su casa, debía admitir que en ocasiones resultaban innegablemente inquietantes.

—Este lugar es más seguro de lo que parece —afirmó—. Durante mi estancia en el ejército de Sadeas, me pasé días aquí abajo, recuperando restos de los caídos. Ten cuidado con los putrispren.

—¿Y los abismoides? —preguntó Lexa, volviéndose para mirar en otra dirección mientras un cremlino correteaba por la pared.

—Nunca he visto ninguno.

Lo cual era cierto, aunque sí había visto la sombra de uno en una ocasión, abriéndose paso por un abismo lejano. El mero hecho de pensar en aquel día le provocaba escalofríos.

—No son tan comunes como la gente imagina —dijo—. El verdadero peligro son las altas tormentas. Si llueve, incluso lejos de aquí…

—Sí, riadas e inundaciones —la interrumpió Lexa—. Muy peligrosas en un cañón estrecho. He leído acerca de ellas.

—Estoy segura de que eso resultará muy útil —dijo Raven—. ¿Mencionaste que había unos soldados muertos por aquí cerca?

Ella señaló y Raven se encaminó hacia donde indicaba. Lexa la siguió, manteniéndose cerca de la luz. Raven encontró unos cuantos lanceros muertos que habían sido empujados desde lo alto de la meseta. Las heridas eran recientes. Más allá había un parshendi muerto, también reciente. El parshendi tenía gemas sin tallar en la barba. Raven tocó una, vacilando, y trató de absorber la luz tormentosa. No sucedió nada. Suspiró, luego inclinó la cabeza ante los caídos, antes de sacar finalmente una lanza de debajo de uno de los cadáveres e incorporarse. La luz de arriba se había convertido en un azul oscuro.

Caía la noche.

—Entonces ¿esperamos? —preguntó Lexa.

—¿A qué? —respondió Raven, echándose la lanza al hombro.

—A que vuelvan… —Lexa se calló—. No van a volver a por nosotros, ¿verdad?

—Darán por hecho que estamos muertas. Tormentas, deberíamos haber muerto. Supongo que estamos demasiado lejos para que intenten recuperar nuestros cadáveres. Y además los parshendi atacaron. —Se frotó la barbilla—. Quizá podríamos esperar a la expedición de Bellamy. Indicó que vendría por aquí, buscando el centro. Será dentro de solo unos días, ¿no?

Lexa palideció. Bueno, palideció aún más. Aquella piel clara suya era tan extraña… Eso y el pelo rojo la hacían parecer una comecuernos muy pequeña.

—Bellamy planea iniciar la marcha justo después de la última alta tormenta antes del Llanto. Esa tormenta está cerca. E implicará mucha, muchísima lluvia.

—Mala idea, entonces.

—Podríamos decir que sí.

Raven había intentado imaginar cómo sería una alta tormenta allí abajo. Había visto los efectos cuando recuperaba material con el Puente Cuatro. Los cadáveres maltratados y retorcidos. Los montones de residuos aplastados contra paredes y grietas. Peñascos altos como un hombre empujados por los abismos hasta que se atascaban entre dos paredes, a veces a quince metros de altura.

—¿Cuándo? —preguntó—. ¿Cuándo es esa alta tormenta?

Ella la miró, luego rebuscó en su zurrón y hojeó unos papeles con su mano libre mientras lo sujetaba a través del tejido de su mano segura. Le indicó que se acercara con su esfera, ya que tuvo que soltar la suya. Raven la alzó mientras ella revisaba página tras página con líneas de escritura.

—Mañana por la noche —murmuró Lexa—. Justo después de la primera puesta de luna.

Raven gruñó. Alzó su esfera e inspeccionó el abismo. «Estamos al norte del abismo del que caímos —pensó—. Así que el camino de regreso sería… ¿por ahí?».

—Muy bien —dijo Lexa. Inspiró profundamente y cerró su zurrón—. Regresaremos andando, y saldremos inmediatamente.

—¿No quieres descansar un momento y recuperar el aliento?

—Mi aliento está bien recuperado —replicó Lexa—. Si no te importa, preferiría ponerme en marcha. Cuando volvamos, podemos sentarnos a beber vino tibio y reírnos de lo tontas que fuimos al ir corriendo todo el camino, ya que nos sobraba tanto tiempo. Me encantaría sentirme así de tonta. ¿Y a ti?

—Sí. —A Raven le gustaban los abismos, pero eso no significaba que estuviera dispuesta a pasar una alta tormenta en uno de ellos—. No tendrás un mapa en ese zurrón, ¿verdad?

—No —dijo Lexa con una mueca—. No traje el mío. La brillante Velat tiene los mapas. Estaba usando los suyos. Pero puede que recuerde algo de lo que he visto.

—Entonces creo que deberíamos ir por allí —dijo Raven, señalando. Emprendió la marcha.

La mujer del puente empezó a andar en la dirección que había señalado, sin darle siquiera una oportunidad para expresar su opinión. Lexa se mordió la lengua y recogió su zurrón y su mochila, pues había encontrado algunos odres de agua que llevaban los soldados. Se apresuró a seguirla y el vestido se le enganchó en algo que esperaba fuera una rama muy blanca. La alta mujer del puente sorteaba con destreza los restos, mirando al frente. ¿Por qué había tenido que sobrevivir ella? Aunque, para ser sincera, menos mal que había encontrado a alguien.

Caminar por allí sola no habría sido nada agradable. Al menos Raven era lo bastante supersticiosa para creer que los había salvado algún quiebro del destino y los spren. Lexa no tenía ni la menor idea de cómo se había salvado, mucho menos Raven. Patrón viajaba en sus faldas, y antes de que encontrara a la mujer del puente había estado especulando que la luz tormentosa la había mantenido con vida.

¿Viva después de una caída de al menos cincuenta metros? Eso solo demostraba lo poco que sabía de sus habilidades. ¡Padre Tormenta! Había salvado también a esa mujer. Estaba segura de ello: había caído junto a ella cuando se precipitaron.

Pero ¿cómo? ¿Y podría descubrir la manera de volver a hacerlo?

Se apresuró para alcanzarla. Maldita alezi y sus raras piernas largas. Raven marchaba como una soldado, sin pensar en que ella tenía que elegir el camino con mucho más cuidado. No quería que su falda se enganchara en todas las ramas que encontrara. Llegaron a un charco grande y Raven lo saltó pisando un tronco que hacía las veces de puente, sin apenas romper el paso. Ella se detuvo en el borde. La mujer del puente la miró, alzando una esfera.

—No vas a pedirme que te entregue mis botas otra vez, ¿verdad?

Ella levantó un pie, mostrando las botas de estilo militar que llevaba debajo del vestido. Al verlo Rave alzó una ceja.

—No iba a venir a las Llanuras Quebradas en zapatillas —dijo ella, ruborizándose—. Además, nadie puede verte los zapatos bajo un vestido tan largo. —Miró el tronco.

—¿Quieres que te ayude a cruzar?

—La verdad es que me estaba preguntando cómo un árbol toconero ha llegado hasta aquí —confesó ella—. No puede ser nativo de esta parte de las Llanuras Quebradas. Es un territorio demasiado frío. Puede que haya crecido en la costa, pero ¿una alta tormenta lo ha traído hasta tan lejos? ¿Seiscientos kilómetros?

—No irás a pedir que nos paremos para hacer un dibujo, ¿verdad?

—Ni hablar —replicó ella, pisando el tronco y abriéndose paso por él—. ¿Sabes cuántos dibujos tengo de toconeros?

Las otras cosas que había allí abajo eran una cuestión completamente distinta. Mientras continuaban su camino, Lexa usó su esfera (que tenía que llevar en la mano libre, tratando de cargar también con el zurrón en la mano izquierda y la mochila sobre el hombro), para iluminar sus inmediaciones. Eran sorprendentes. Docenas de distintas variedades de enredaderas, florvolantes rojos, naranja y violeta. Diminutos rocabrotes en las paredes, y haspers en pequeños amasijos, abriendo y cerrando sus conchas como si respiraran. Motas de vidaspren revoloteaban en torno a un montoncillo de cortezapizarra que crecía en patrones retorcidos como dedos. Casi nunca se veía esa formación arriba. Las diminutas manchas brillantes de luz verde vagaban por el abismo hacia una pared entera de plantas tubulares del tamaño de puños con pequeños palpos que se rebullían en lo alto. Cuando Lexa pasó, los palpos se replegaron en una oleada que corrió por toda la pared. Ella se quedó boquiabierta y tomó un recuerdo. La mujer del puente se detuvo ante ella y se dio media vuelta.

—¿Bien?

—¿Te das cuenta siquiera de lo hermoso que es todo esto?

Raven observó la pared de las plantas tubulares. Lexa estaba segura de haber leído acerca de ellas en alguna parte, pero no conseguía recordar el nombre. La mujer del puente continuó avanzando. Lexa corrió tras ella, con la mochila golpeando su espalda. Casi resbaló en un retorcido montón de enredaderas y ramas muertas cuando la alcanzó. Maldijo, saltando sobre un pie para mantenerse erguida antes de recuperar el equilibrio. Raven extendió la mano y le recogió la mochila.

«Por fin», pensó ella.

—Gracias.

Raven gruñó y se la echó al hombro antes de continuar sin añadir palabra. Llegaron a un cruce en el abismo, un sendero a la derecha y otro a la izquierda. Tendrían que rodear la siguiente meseta antes de continuar hacia el oeste. Lexa miró hacia la grieta (anotando mentalmente qué aspecto tenía ese lado de la meseta), mientras Raven escogía uno de los senderos.

—Esto nos llevará un rato —dijo—. Mucho más de lo que tardamos en llegar aquí. Entonces tuvimos que esperar a todo el ejército, pero también podíamos cortar camino por el centro de las mesetas. Tener que rodearlas todas y cada una hará mucho más largo el viaje.

—Bueno, al menos la compañía es agradable.

Raven se la quedó mirando.

—Para ti, quiero decir —añadió ella.

—¿Voy a tener que escucharte parlotear todo el camino?

—Pues claro que no —dijo ella—. También pretendo cotorrear, un poco de verborrea, y el farfullar ocasional. Pero no demasiado, no vaya a ser que me pase.

—Magnífico.

—He estado practicando mi verborrea —añadió.

—Me muero de ganas de oírla.

—Oh, bueno, era eso, en realidad.

Raven la estudió, taladrándola con aquellos ojos severos. Lexa se volvió. No confiaba en ella, obviamente. Era guardaespaldas: dudaba de que confiara en mucha gente. Llegaron a otra intersección y Raven tardó algo más en tomar una decisión. Ella comprendió por qué: allí abajo resultaba difícil determinar cuál era el camino. Las formaciones de las mesetas eran variadas y erráticas. Algunas eran largas y finas, otras casi perfectamente redondas. Había salientes y penínsulas a los lados, y eso creaba un laberinto en los serpenteantes caminos que había entre ellas. Tendría que haber sido fácil: había pocos callejones sin salida, después de todo, así que solo tenían que seguir dirigiéndose al oeste. Pero ¿en qué dirección estaba el oeste? Sería muy, muy sencillo perderse allí abajo.

—No estarás escogiendo el camino al azar, ¿verdad? —preguntó ella.

—No.

—Pareces saber mucho de estos abismos.

—Sí.

—Porque el ambiente sombrío casa con tu disposición, supongo.

Raven mantuvo la mirada al frente, caminando sin comentar nada más.

—Tormentas —rezongó ella, apresurándose para alcanzarla—. Se supone que era un comentario jocoso. ¿Qué hay que hacer para que te relajes, muchacha del puente?

—Supongo que solo soy una… ¿cómo era? ¿Una «mujer odiosa»?

—No me has dado ninguna prueba de lo contrario.

—Es porque no te molestas en mirar, ojos claros. Todo el mundo que está por debajo de ti es solo un juguete.

—¿Qué? —replicó ella, ofendida—. ¿De dónde sacas esa idea?

—Salta a la vista.

—¿Para quién? ¿Para ti solamente? ¿Cuándo me has visto tratar a alguien de un grado más bajo como si fuera un juguete? Ponme un ejemplo.

—Cuando estuve en prisión por hacer algo que, de haberlo hecho cualquier ojos claros, habría recibido felicitaciones —replicó Raven inmediatamente.

—¿Y eso fue culpa mía? —exigió ella.

—Es culpa de tu clase entera. Cada vez que uno de nosotros es engañado, esclavizado, golpeado o destruido, la culpa es de todos los que lo apoyáis. Aunque sea indirectamente.

—Oh, por favor. ¿El mundo no es justo? ¡Qué gran descubrimiento! ¿Algunas personas que tienen poder abusan de quienes no lo tienen? ¡Sorprendente! ¿Cuándo empezó a suceder esto?

Raven no respondió. Había atado sus esferas al extremo de su lanza con una bolsa formada con el pañuelo blanco que había encontrado en una de las escribas. Sujeta en alto, servía bien para iluminar el abismo.

—Diría que estás buscando excusas —expuso ella, guardando su propia esfera para luego—. Sí, te han tratado mal. Lo admito. Pero creo que eres tú quien se preocupa por el color de los ojos. Supongo que te resulta mucho más fácil partir de la base de que todos los ojos claros abusan de ti por tu estatus. ¿Te has preguntado alguna vez si hay una explicación más sencilla? ¿No será que la gente te rechaza no porque seas ojos oscuros, sino porque eres simplemente un incordio?

Raven bufó y siguió avanzando más deprisa.

—No —dijo Lexa, prácticamente corriendo para alcanzarla y seguir sus largas zancadas—. No te vas a librar de esta. No vas a acusarme de que abuso de mi posición y luego marcharte sin una respuesta. Lo hiciste antes, con Clarke. Ahora conmigo. ¿Qué te pasa?

—¿Quieres un ejemplo mejor de cómo juegas con la gente que está por debajo de ti? —soltó Raven, esquivando su pregunta—. Bien. Me robaste las botas. Fingiste ser quien no eras y acosaste a una guardia ojos oscuros a la que apenas conocías. ¿No es un buen ejemplo de cómo juegas con la gente a quien consideras inferior?

Ella se detuvo. En eso llevaba razón. Quiso achacarlo a la influencia de Indra, pero su comentario le cortó las ganas de discutir. Raven se detuvo y se volvió a mirar atrás. Finalmente, suspiró.

—Mira —dijo—, no volveré a echarte en cara lo de las botas. Por lo que he visto, no eres tan mala como los otros. Así que dejémoslo así.

—¿No soy tan mala como los otros? —exclamó Lexa, avanzando—. Qué maravilloso cumplido. Bien, pongamos que tienes razón. Tal vez soy una mujer rica e insensible. Eso no cambia el hecho de que puedes ser sumamente mezquina y ofensiva, Raven Bendita por la Tormenta.

Raven se encogió de hombros.

—¿Eso es todo? —preguntó ella—. ¿Pido disculpas y lo único que recibo a cambio es un gesto de indiferencia?

—Soy lo que los ojos claros han hecho de mí.

—Así que no eres culpable de nada —dijo ella llanamente—. De nada de lo que haces.

—Yo diría que no.

—Padre Tormenta. No puedo decir nada para que dejes de tratarme así, ¿no? Vas a continuar siendo una mujer odiosa e intolerante, llena de rencor. Incapaz de ser amable con los demás. Tu vida debe de ser muy solitaria.

Eso pareció afectarla, ya que su rostro enrojeció a la luz de las esferas.

—Empiezo a revisar mi opinión de que no eres tan mala como los otros —soltó Raven.

—No mientas. Nunca te he caído bien. Desde el principio. Y no solo por las botas. Me he dado cuenta de cómo me miras.

—Eso es porque sé que estás mintiendo a todo el mundo con esa sonrisa. ¡Solo pareces sincera cuando insultas a alguien!

—Las únicas cosas sinceras que puedo decirte son insultos.

—¡Bah! —replicó Raven—. Yo te… ¡Bah! ¿Por qué tu simple presencia hace que me den ganas de arañarme la cara, mujer?

—He recibido una formación especial para eso —contestó ella, mirando hacia un lado—. Y colecciono caras.

¿Qué había sido eso?

—No puedes…

Raven se interrumpió al captar un ruido que resonaba en uno de los abismos y cobraba intensidad. Inmediatamente colocó la mano sobre su improvisada lámpara, sumergiéndolos en la oscuridad. Para Lexa, eso no ayudaba en nada. Avanzó hacia ella a tientas y le agarró el brazo con la mano libre. Era molesto, pero también estaba allí. El roce continuó. Un sonido como de roca sobre roca. O… caparazón sobre roca.

—Supongo que tener una discusión a gritos en una red de abismos que hacen eco no ha sido muy inteligente —susurró ella, nerviosa.

—Ya.

—Se acerca, ¿verdad?

—Sí.

—Entonces… ¿corremos?

El roce parecía estar justo detrás del siguiente giro.

—Sí —dijo Raven, retirando la mano de las esferas y huyendo en dirección contraria al ruido.