70. DE UNA PESADILLA

Fuera designio de Tanavast o no, han pasado milenios sin que Rayse haya tomado la vida de otro de los dieciséis. Aunque lloro por el gran sufrimiento que Rayse ha causado, no creo que pudiéramos esperar un resultado mejor que este.

Raven corrió por el abismo, saltando por encima de ramas y residuos, salpicando en los charcos. La mujer la seguía mejor de lo que había esperado, pero lastrada por su vestido no era tan rápida como ella. Se contuvo, igualando su paso. Por exasperante que fuera la prometida de Clarke, no iba a abandonarla para que la devorara un abismoide. Llegaron a una intersección y escogieron un camino al azar. En el siguiente cruce, Raven se detuvo solo el tiempo suficiente para comprobar si las seguían. Así era. Fuertes pisadas tras ellos, garras sobre la piedra. Roces. Cogió el zurrón de la muchacha (ya llevaba su mochila) mientras corrían por otro pasillo. O bien Lexa estaba en excelente forma, o el pánico se había apoderado de ella, porque cuando llegaron a la siguiente intersección ni siquiera le faltaba el aliento. No había tiempo para vacilaciones. Corrió por un sendero mientras el chirrido de los caparazones llenaba sus oídos. Un súbito barrido a cuatro voces resonó en el abismo, tan fuerte como mil cuernos sonando a la vez. Lexa gritó, aunque Raven apenas la oía debido al horrible sonido. Las plantas del abismo se retiraron en grandes oleadas. En unos instantes, todo el lugar pasó de fecundo a yermo, como si el mundo se preparara para una alta tormenta. Llegaron a otro cruce y Lexa vaciló, volviendo la vista hacia los sonidos. Extendió las manos, como si se preparase para abrazar a la criatura. ¡Mujer de las tormentas! Raven la agarró y tiró de ella. Recorrieron dos abismos sin parar.

La criatura seguía persiguiéndolas, aunque solo la oían. Raven no tenía ni idea de a qué distancia estaba, pero los olía. ¿O acaso captaba el ruido que hacían? No tenía ni idea de cómo cazaban los abismoides.

«¡Necesito un plan! No puedo…».

En la siguiente intersección, Lexa se volvió hacia el lado opuesto que Raven había escogido. Raven maldijo, se detuvo y corrió tras ella.

—No hay tiempo —dijo, jadeando—, para discutir por…

—Calla —replicó ella—. Sígueme.

Lexa la condujo a un cruce, luego a otro. Raven notó que le faltaba el aire, sus pulmones protestaban. Ella se detuvo para señalar y echó a correr por uno de los desfiladeros. Raven la siguió, mirando por encima del hombro. Solo vio negrura. La luz de la luna estaba demasiado lejana, demasiado ahogada, para iluminar estas profundidades. No sabrían si tenían a la bestia encima hasta que entrara en la luz de sus esferas. Pero, Padre Tormenta, parecía que estaba cerca. Raven se concentró en la incursión y estuvo a punto de tropezar con algo. ¿Un cadáver? Saltó por encima y alcanzó a Lexa. La falda de su vestido estaba arrugada y desgarrada por la huida, el pelo alborotado, el rostro colorado. Ella las condujo por otro desfiladero y se detuvo, con una mano apoyada en la pared del abismo, jadeando. Raven cerró los ojos, inspirando y espirando. «No podemos descansar mucho. Vendrá ya». Sentía como si fuera a desplomarse.

—Cubre esa luz —susurró Lexa.

Rave la miró con el ceño fruncido, pero obedeció.

—No podemos descansar mucho —susurró a su vez.

—Calla.

La oscuridad era completa excepto por la tenue luz que escapaba entre sus dedos. Parecían tener aquel roce casi encima. ¡Tormentas! ¿Podría combatir a uno de esos monstruos? ¿Sin luz tormentosa? Desesperada, trató de absorber la luz que sostenía en su palma.

No llegó ninguna luz tormentosa, y no había visto a Syl desde la caída. El roce continuó. Se preparó para correr pero…

Los sonidos ya no parecían acercarse. Raven frunció el ceño. El cuerpo con el que había tropezado era uno de los caídos en la lucha anterior. Lexa la había guiado de vuelta adonde habían empezado. Y… al lugar donde había comida para la bestia. Esperó, tensa, escuchando los latidos de su corazón redoblando en su pecho. Los roces resonaron en el abismo. Extrañamente, una luz destelló detrás. ¿Qué era eso?

—Quédate aquí —susurró Lexa.

Entonces, increíblemente, empezó a avanzar hacia los sonidos. Todavía sujetando torpemente las esferas con una mano, Raven extendió la otra y la agarró. Ella se volvió hacia Raven, luego bajó la mirada. Sin darse cuenta, Raven la había agarrado por la mano segura. La soltó inmediatamente.

—Tengo que verlo —le susurró—. Estamos tan cerca…

—¿Estás loca?

—Probablemente.

Continuó avanzando hacia la bestia. Raven vaciló, maldiciéndola para sus adentros. Por fin, soltó la lanza y dejó la mochila y el zurrón sobre las esferas para mitigar la luz. La siguió.

¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Qué le iba a explicar a Clarke? «Sí, princesa. Dejé que tu prometida deambulara sola en la oscuridad para que se la comiera un abismoide. No, no fui con ella. Sí, soy una cobarde».

Había luz por delante. Mostraba a Lexa (su silueta, al menos) agazapada junto a un giro del desfiladero, asomada. Raven se acercó a ella, se agachó también y echó un vistazo.

Allí estaba.

La bestia llenaba el abismo. Larga y estrecha, no era bulbosa ni gruesa, como algunos pequeños cremlinos, sino sinuosa, lisa, con la cara en forma de flecha y afiladas mandíbulas. También era equívoca. Equívoca de una manera difícil de describir. Se suponía que las criaturas grandes eran lentas y dóciles, como los chulls. Sin embargo, esta enorme bestia se movía con facilidad, con las patas en los lados del abismo, agarrándose tan fuerte que apenas tocaba el suelo. Se comió el cadáver de un soldado caído, agarrando el cuerpo con las garras más pequeñas que tenía junto a la boca, y luego lo partió por la mitad de un poderoso bocado. Aquella cara era como algo surgido de una pesadilla. Maligna, poderosa, casi inteligente.

—Esos spren —susurró Lexa, tan bajo que Raven apenas la oyó—. He visto esos…

Danzaban alrededor del abismoide y eran la fuente de la luz. Parecían pequeñas flechas brillantes que rodeaban a la bestia en grupo, aunque alguno se apartaba ocasionalmente de los demás y se desvanecía en el aire como una pequeña columna de humo.

—Anguilas aéreas —susurró Lexa—. Siguen a las anguilas aéreas también. Al abismoide le gustan los cadáveres. ¿No será una especie carroñera? No, diría que la función de esas garras es romper caparazones. Sospecho que encontraremos manadas de chulls cerca de donde estos animales viven de manera natural. Pero vienen a las Llanuras Quebradas a pupar, y aquí hay muy poca comida, por lo que atacan a los hombres. ¿Por qué se ha quedado este después de pupar?

El abismoide casi había acabado de comer. Raven cogió a Lexa por el hombro, y ella permitió (aunque con clara renuencia) que se la llevara. Regresaron donde estaban sus pertenencias, las recogieron y, lo más silenciosamente que pudieron, se retiraron en la oscuridad. Caminaron durante horas, siguiendo una dirección completamente distinta a la de antes. Lexa permitió que Raven abriera de nuevo la marcha, aunque procuró orientarse en los abismos. Tendría que dibujarlo para estar segura de dónde estaban. Las imágenes del abismoide no dejaban de rondarle en la cabeza. ¡Qué majestuoso animal! Sus dedos prácticamente ansiaban dibujarlo a partir del recuerdo que había tomado. Las patas eran más largas de lo que había imaginado; no como los insectos que tenían patitas largas y finas para sostener un cuerpo grueso. Esa criatura exudaba poder. Era como el espinablanca, solo que enorme y más extraña.

Lograron alejarse bastante. Con suerte, eso significaba que estaban a salvo. La noche empezaba a afectar a Lexa, después de haberse levantado temprano para participar en la expedición. Comprobó a hurtadillas las esferas que llevaba en la bolsa. Las había agotado todas en su huida. Bendito fuera el Todopoderoso por la luz tormentosa; tendría que hacer una glifoguarda en agradecimiento. Sin la fuerza y la resistencia que concedía, nunca habría podido mantener el ritmo de las largas piernas de Raven. Pese a todo, en ese momento estaba exhausta. Como si la luz hubiera incrementado su capacidad pero luego la hubiese dejado desinflada y vacía. En la siguiente intersección, Raven se detuvo y la examinó. Ella le dirigió una débil sonrisa.

—Tendremos que detenernos para pasar la noche —anunció Raven.

—Lo siento.

—No eres solo tú —dijo la mujer de los puentes, mirando al cielo—. Sinceramente, no tengo ni idea de si vamos en la dirección correcta o no. Estoy confundida. Si por la mañana vemos por dónde sale el sol, sabremos qué dirección tomar.

Ella asintió.

—Aun así, tardaremos lo nuestro en regresar —añadió Raven—. No hay que preocuparse.

La forma en que lo dijo hizo que ella empezara a preocuparse al instante. Con todo, la ayudó a buscar una porción de terreno relativamente seca, y se sentaron, después de colocar las esferas en el centro como una pequeña hoguera falsa. Raven rebuscó en la mochila que ella había encontrado (se la había quitado a un soldado muerto) y encontró unas raciones de pan ácimo y tasajo de chull. No era ni de lejos la comida más apetitosa del mundo, pero era algo. Ella se sentó con la espalda apoyada en la pared y miró hacia arriba. El pan era de grano moldeado, el sabor rancio lo delataba. Las nubes le impedían ver los astros, pero algunas estrellaspren se movían ante ellas, formando patrones lejanos.

—Es extraño —susurró mientras Raven comía—. Solo llevo aquí la mitad de una noche, pero parece mucho más tiempo. Las cimas de las mesetas parecen muy lejanas, ¿verdad?

Raven gruñó.

—Ah, sí —dijo ella—. El gruñido de la mujer del puente. Un lenguaje en sí mismo. Tendré que revisar contigo los tonos y morfema: no lo hablo todavía con fluidez.

—Como mujer de los puentes serías lamentable.

—¿Demasiado bajita?

—Bueno, sí. Y demasiado femenina. Dudo de que tuvieras buen aspecto con los tradicionales pantalones cortos y el chaleco abierto. O, más bien, probablemente tendrías demasiado buen aspecto. Los otros hombres del puente podrían distraerse demasiado.

Ella sonrió, rebuscó en su zurrón y sacó su libreta y sus lápices. Al menos había caído con ellos. Empezó a dibujar, tarareando en voz baja para sí misma y robando una de las esferas para iluminarse. Patrón seguía en sus faldas, feliz de guardar silencio en presencia de Raven.

—Tormentas —dijo Raven—. No estarás haciendo un dibujo tuyo llevando uno de esos atuendos…

—Sí, claro —respondió ella—. Estoy haciendo dibujos procaces de mí misma para ti solo después de haber pasado unas cuantas horas juntas en el abismo. —Trazó una línea—. Tienes mucha imaginación, muchacha del puente.

—Bueno, es de lo que estábamos hablando —gruñó Raven. Se levantó y se acercó a mirar qué estaba haciendo ella—. Creí que estabas cansada.

—Agotada, más bien. Por eso necesito relajarme. —Por supuesto. El primer dibujo no sería del abismoide. Primero necesitaba ejercitarse un poco.

Así pues, dibujó su viaje a través de los desfiladeros. Una especie de mapa, pero visto desde arriba. Era lo suficientemente imaginativo para resultar interesante, aunque estaba segura de que se había equivocado en algunos riscos y cruces.

—¿Qué es eso? —preguntó Raven—. ¿Una imagen de las Llanuras?

—Una especie de mapa —explicó ella, aunque hizo una mueca. ¿Por qué no podía trazar simplemente unas cuantas líneas indicando su situación, como una persona normal? Tenía que hacerlo en forma de dibujo—. No conozco las formas enteras de las mesetas que hemos rodeado, solo los caminos de los abismos que hemos usado.

—¿Tan bien lo recuerdas?

Vientos de tormenta. ¿No pretendía mantener en secreto su memoria visual?

—Uh… No, en realidad no. Gran parte es conjetura.

Se sintió como una tonta por haber revelado su habilidad. Velo habría sabido qué decir. Era una lástima que no estuviera allí. Podría sobrevivir mejor en este lugar inhóspito. Raven le arrancó el dibujo de las manos, se incorporó y usó su esfera para iluminarlo.

—Bien, si tu mapa es correcto, nos hemos desviado al sur en vez de ir hacia el oeste. Necesito luz para orientarme mejor.

—Tal vez —dijo ella, sacando otra hoja para iniciar el dibujo del abismoide.

—Esperaremos al sol —decidió Raven—. Eso me dirá qué camino tomar.

Ella asintió y comenzó su dibujo mientras Raven buscaba un sitio para acostarse, usando la guerrera como almohada. Ella también quería dormir, pero aquel dibujo no podía esperar. Al menos tenía algo que hacer. Solo duró media hora, terminando tal vez una cuarta parte del dibujo, antes de verse obligada a dejarlo, acurrucarse en el duro suelo con la mochila por almohada, y quedarse dormida. Todavía estaba oscuro cuando Raven la despertó empujándola con la culata de su lanza. Lexa gimió, rodó en el suelo del abismo, y adormilada trató de colocarse la almohada sobre la cabeza. Lo cual, naturalmente, solo la llenó de tasajo de chull. Raven se echó a reír.

Claro, tenía que reírse. Mujer de las tormentas. ¿Cuánto tiempo había podido dormir Lexa? Parpadeó sintiéndose exhausta y se concentró en la grieta del abismo en las alturas. Nada, ni un atisbo de luz. ¿Dos, quizá tres horas de sueño, entonces? Bueno… «dormir»… El término apropiado para lo que había hecho era discutible. Probablemente tendría que llamarlo «dar vueltas y más vueltas en un suelo de piedra, para despertar de vez en cuando con un sobresalto porque había babeado hasta hacer un charquito». Pero eso no salió de su boca. Algo que no podía decirse de la susodicha baba.

Se sentó y estiró los doloridos miembros, comprobando para asegurarse de que la manga no se le había desabrochado durante la noche o cualquier otra cosa igualmente embarazosa.

—Necesito un baño —gruñó.

—¿Un baño? —preguntó Raven—. Solo has estado fuera de la civilización un día.

Ella arrugó la nariz.

—Que tú estés acostumbrada al hedor de los hombres de los puentes sin lavar no significa que yo tenga que sumarme.

Raven hizo una mueca, le quitó del hombro un trozo de carne de chull y se la metió en la boca.

—En el pueblo donde crecí, nos bañábamos una vez por semana. Creo que incluso a los ojos claros les habría parecido raro que aquí todo el mundo, incluso los soldados rasos, se bañen más a menudo.

¿Cómo se atrevía a estar tan animada por la mañana? Bueno, si es que a eso podía llamarse la «mañana». Le lanzó otro trozo de carne de chull cuando no miraba. La mujer de las tormentas lo atrapó al vuelo.

«La odio».

—Ese abismoide no nos devoró mientras dormíamos —dijo Raven, volviendo a llenar la mochila menos los odres de agua—. Yo diría que es lo más parecido a una bendición que podíamos esperar, dadas las circunstancias. Venga, en pie. Tu mapa me ha dado una idea de por dónde avanzar, y podemos buscar la luz del sol para asegurarnos de que seguimos el camino adecuado. Queremos derrotar a esa alta tormenta, ¿no?

—A ti quisiera derrotarte yo —gruñó ella—. Pegándote con un palo.

—¿Cómo dices?

—Nada —replicó, poniéndose en pie y tratando de hacer algo con su pelo en desorden, que sin duda debía de parecer los efectos de un relámpago en un frasco de tinta roja. No disponía de cepillo, y Rave no parecía muy dispuesta a concederle tiempo para que se hiciera una trenza, así que se calzó las botas (llevar el mismo par de calcetines dos días seguidos era la menor de sus indignidades) y recogió su zurrón. Raven cargó con la mochila. La siguió mientras Raven se abría paso por el abismo. Su estómago se quejaba de lo poco que había comido la noche anterior. La comida no parecía buena, así que lo dejó gruñir. «Te viene bien», pensó. Significara eso lo que significase.

Al cabo de un rato el cielo empezó a iluminarse, y desde una dirección que indicaba que iban por el camino correcto. Raven volvió a su silencio habitual, y su animada conducta anterior desapareció. En cambio, parecía consumido por pensamientos agobiantes.

Ella bostezó y la alcanzó.

—¿En qué estás pensando?

—En lo agradable que es tener un poco de silencio. Sin nadie molestándome.

—Mentirosa. ¿Por qué te esfuerzas tanto en espantar a la gente?

—Tal vez porque no quiero discutir.

—No lo harás —dijo ella, bostezando de nuevo—. Es demasiado temprano para discutir. Inténtalo. Insúltame.

—Yo no…

—¡Insúltame! ¡Ahora!

—Preferiría recorrer estos abismos con una asesina compulsiva que contigo. Al menos así, cuando la conversación se volviera aburrida, tendría una salida fácil.

—Y a ti te apestan los pies —replicó ella—. ¿Ves? Es demasiado temprano. No puedo ser ingeniosa a esta hora. Así que nada de discusiones. —Vaciló, luego continuó más suavemente—: Además, ninguna asesina accedería a acompañarte. Todo el mundo necesita tener algún baremo, después de todo.

Raven bufó, los labios fruncidos en las comisuras.

—Ten cuidado —añadió ella, saltando por encima de un tronco caído—. Eso casi ha sido una sonrisa… y antes, esta mañana, podría haber jurado que estabas contenta. Bueno, ligeramente contenta. De todas formas, si empiezas a estar de mejor humor, toda la variedad de este viaje quedará destruida.

—¿Variedad? —preguntó Raven.

—Claro. Si las dos somos agradables, no habrá ningún mérito artístico. Verás, el gran arte es una cuestión de contrastes. Algunas luces y algunas sombras. La dama feliz, sonriente y radiante junto a la mujer del puente sombría, ceñuda y maloliente.

—Eso… —Raven se detuvo—. ¿Maloliente?

—Una buena representación —prosiguió ella— debe mostrar a la héroe con inherente contraste: fuerte, pero con atisbos de vulnerabilidad, de modo que quien la vea pueda identificarse con ella. Tu pequeño problema proporcionaría un contraste dinámico.

—¿Cómo podrías mostrar eso en una pintura? —preguntó Raven, frunciendo el ceño—. Además, no huelo mal.

—Oh, ¿así que estás mejorando? ¡Bien!

Raven la miró, aturdida.

—Confusión —dijo ella—. Graciosamente lo aceptaré como signo de que te sorprende que pueda estar de buen humor tan temprano. —Se inclinó hacia delante y susurró, con aire conspiratorio—: En realidad no soy muy ingeniosa. Es que tú eres estúpida, y por eso lo parece. Contraste, ¿recuerdas?

Ella le sonrió y continuó su camino, tarareando. De hecho, el día parecía mucho mejor. ¿Por qué había estado de mal humor antes?

Raven corrió para alcanzarla.

—Tormentas, mujer. No sé qué hacer contigo.

—Preferiblemente no matarme.

—Me sorprende que no lo hayan hecho ya. —Raven sacudió la cabeza—. Dame una respuesta sincera. ¿Por qué estás aquí?

—Bueno, está ese puente que se desplomó, y caí…

Raven suspiró.

—Lo siento —dijo Lexa—. Hay algo en ti que me anima a hacer chistes, muchacha del puente. Incluso por la mañana. Pero bueno, ¿por qué vine aquí? ¿Te refieres a las Llanuras Quebradas en primer lugar?

Raven asintió. La tipa tenía una especie de tosco atractivo. Como la belleza de una formación rocosa, en oposición a una escultura refinada como Clarke. Pero la intensidad de Raven la asustaba. Parecía una mujer que tenía constantemente los dientes apretados, una mujer que no podía permitirse a sí misma (ni a nadie más) sentarse y descansar.

—Vine aquí por el trabajo de Anya Griffin —explicó Lexa—. Los estudios que dejó no deben ser abandonados.

—¿Y Clarke?

—Es una deliciosa sorpresa.

Pasaron ante una pared cubierta por completo de enredaderas que se aferraban a una sección rota de roca más arriba. Se retorcieron y retiraron cuando Lexa pasó. «Muy alerta —advirtió—. Más rápidas que la mayoría de las enredaderas». Eran lo contrario al jardín de su casa, donde las plantas habían pasado tanto tiempo protegidas. Trató de coger una para cortarla, pero se movió demasiado deprisa.

Rayos. Necesitaba un trocito de una para poder plantarla cuando volvieran y experimentar. Fingir que estaba allí para experimentar y registrar nuevas especies la ayudó a olvidar la pesadumbre que la agobiaba. Oyó a Patrón zumbando suavemente desde su falda, como si advirtiera lo que estaba haciendo, distrayéndose de la situación y el peligro. Le dio una palmada. ¿Qué pensaría la mujer del puente si oía zumbar a sus ropas?

—Un momentito —dijo, agarrando por fin una de las enredaderas. Raven se quedó mirando, apoyado en su lanza, mientras ella cortaba la punta de la rama con el cuchillito que llevaba en el zurrón.

—La investigación de Anya —dijo Raven—. ¿Tenía algo que ver con las estructuras ocultas aquí, bajo el crem?

—¿Por qué lo preguntas? —Guardó la punta de la enredadera en un frasco de tinta vacío que conservaba para los especímenes.

—Hiciste un esfuerzo demasiado grande para venir hasta aquí solo para investigar la crisálida de un abismoide. Aunque estuviera muerta. Tiene que haber algo más.

—Ya veo que no comprendes la naturaleza compulsiva del estudio. —Sacudió el frasco.

Raven hizo una mueca.

—Si de verdad hubieras querido ver una crisálida, podrías haber pedido que te llevaran una. Tienen esos trineos tirados por chulls para los heridos: uno de esos podría haber funcionado. No hacía falta que vinieras en persona.

Rayos. Un buen argumento. Menos mal que no se le había ocurrido a Clarke. La princesa era maravillosa, y desde luego no tenía nada de estúpida, pero también era… de mentalidad directa. Esa mujer del puente era diferente. La manera en que la observaba, la forma en que pensaba. Incluso, advirtió, la forma en que hablaba. Hablaba como un ojos claros educado. Pero ¿y esas marcas de esclava de su frente? El pelo se interponía, pero le pareció que una de ellas era una marca sash.

Tal vez debería pasarse tanto tiempo reflexionando sobre los motivos de esta mujer como el que al parecer Raven pasaba preocupándose por ella.

—Riquezas —dijo Raven, mientras continuaban. Apartó unas ramas muertas que sobresalían de una grieta para que ella pudiera pasar—. ¿Aquí hay un tesoro de algún tipo, y eso es lo que buscas? Pero… no. Tendrías riquezas fácilmente a través del matrimonio.

Ella no dijo nada mientras pasaba por el hueco que Raven le había abierto.

—Nadie había oído hablar de ti antes de esto —continuó Raven—. La casa Wood tiene en efecto una hija de tu edad, y encajas con la descripción. Podrías ser una impostora, pero eres ojos claros de verdad, y esa casa veden no es particularmente importante. Si te molestaras en hacerte pasar por alguien, ¿por qué no elegir alguien con más enjundia?

—Parece que has pensado mucho en todo esto.

—Es mi trabajo.

—Soy sincera contigo: vine a las Llanuras Quebradas por la investigación de Anya. Creo que el mundo podría correr peligro.

—Por eso le hablaste a Clarke de los parshmenios.

—Espera. ¿Cómo sabes…? Tus guardias estaban en la terraza con nosotras. ¿Te lo han contado? No me di cuenta de que podían oírnos.

—Les recalqué que se mantuvieran cerca. En ese momento, estaba medio convencida de que habías venido a asesinar a Clarke.

Bueno, desde luego era sincera. Y ruda.

—Según mis hombres, parecías querer que asesinaran a los parshmenios —continuó Raven.

—No dije nada de eso. Aunque me preocupa que puedan traicionarnos. Es un argumento estéril, y dudo de que pueda convencer a los altos príncipes sin más pruebas.

—Sin embargo, si lo consigues, ¿qué harías? —dijo Raven, curiosa—. Con los parshmenios.

—Los exiliaría.

—¿Y quién los sustituirá? —dijo Raven—. ¿Los ojos oscuros?

—No he dicho que fuera fácil.

—Harían falta más esclavos —añadió Raven, pensativa—. Un montón de hombres honrados podrían acabar marcados.

—Todavía estás dolida por lo que te sucedió, ya veo.

—¿No lo estarías tú?

—Sí, supongo que sí. Lamento que te trataran de esa forma, pero podría haber sido peor. Podrían haberte ahorcado.

—No habría querido ser el verdugo que lo intentara —replicó Raven con suave intensidad.

—Ni yo tampoco —repuso Lexa—. Creo que ahorcar a la gente es una mala elección para un verdugo. Mejor ser el tipo que lleva el hacha. Ves —dijo ella—. Con el hacha es más fácil ir en cabeza.

Raven la miró con el ceño fruncido. Entonces, después de un momento, dio un respingo.

—Oh, tormentas. Eso ha sido malísimo.

—No, ha sido divertido. Parece que confundes continuamente las dos cosas. No te preocupes. He venido para ayudar.

Raven sacudió la cabeza.

—No es que no seas ingeniosa, Lexa. Es que da la impresión de que te esfuerzas demasiado. El mundo no es un lugar soleado, y tratar frenéticamente de convertirlo todo en un chiste no va a cambiarlo.

—Técnicamente, es un lugar soleado. La mitad del tiempo.

—Para gente como tú, tal vez —dijo Raven.

—¿Qué significa eso?

Raven hizo una mueca.

—Mira, no quiero discutir otra vez, ¿vale? Es que… Por favor. Dejemos correr el tema.

—¿Y si prometo no enfadarme?

—¿Eres capaz de eso?

—Pues claro. Me paso la mayor parte del tiempo no enfadándome. Soy enormemente eficiente. La mayoría de esas veces, cierto, tú no estás cerca, pero creo que lo conseguiré.

—Estás volviendo a hacerlo.

—Lo siento.

Caminaron en silencio durante un rato, pasando ante plantas en flor que tenían debajo un esqueleto sorprendentemente bien conservado, apenas afectado por el fluir del agua en el abismo.

—Muy bien —dijo Raven—. Vale. Puedo imaginar cómo debe de ser el mundo para alguien como tú. Crecer entre mimos, con todo lo que quieres. Para alguien como tú, la vida es maravillosa y llena de sol y de risas. No es culpa tuya, y no debería reprochártelo. No has tenido que tratar con el dolor o la muerte como yo. La pena no es tu compañera.

Silencio. Lexa no contestó. ¿Cómo podía responder a eso?

—¿Qué? —preguntó Raven por fin.

—Estoy intentando decidir cómo reaccionar —dijo Lexa—. Verás, acabas de decir algo muy, muy gracioso.

—Entonces ¿por qué no te ríes?

—Bueno, no es de ese tipo de gracia. —Le tendió el zurrón y pasó a un pequeño promontorio de roca que se prolongaba por el centro de un profundo estanque en el suelo del abismo. El terreno era habitualmente llano (todo aquel poso de crem), pero el agua de ese estanque parecía tener dos o tres palmos de profundidad.

Lexa cruzó con las manos a los costados, equilibrándose.

—Bien, déjame ver —dijo la joven mientras pisaba con cuidado—. Crees que he llevado una vida sencilla y feliz llena de sol y alegría. Pero también das a entender que tengo secretos oscuros y malignos, así que te muestras recelosa e incluso hostil conmigo. Me dices que soy arrogante y asumes que para mí los ojos oscuros son juguetes, pero cuando te digo que estoy intentando protegerlos (a ellos y a todos los demás) insinúas que estoy entrometiéndome y que debería dejar a la gente en paz.

Llegó al otro extremo y se volvió.

—¿Dirías que es un buen resumen de nuestras conversaciones hasta este momento, Raven Bendita por la Tormenta?

Raven hizo una mueca.

—Sí, supongo.

—Vaya, sí que me conoces bien. Sobre todo considerando que empezaste esta conversación diciendo que no sabes qué hacer conmigo. Una extraña declaración para alguien que, desde mi punto de vista, parece que lo sabe todo. La próxima vez que intente decidir qué hacer, te lo preguntaré a ti, ya que por lo visto me comprendes mejor de lo que yo me comprendo a mí misma.

Raven cruzó el mismo saliente de roca mientras ella la observaba ansiosa, ya que cargaba con su zurrón. Sin embargo, confiaba en que ella lo transportaría mejor sobre el agua que ella. Extendió la mano para cogerlo cuando llegó al otro lado, pero en cambio se encontró agarrándola del brazo para llamar su atención.

—¿Qué te parece esto? —dijo, mirándola a los ojos—. Prometo, solemnemente y por el décimo nombre del Todopoderoso, que no pretendo causar ningún daño a Clarke ni a su familia. Quiero impedir un desastre. Puede que esté equivocada, y puede que esté confundida, pero te juro que soy sincera.

Ella la miró a los ojos. Intensamente. Lexa sintió un escalofrío al enfrentarse a aquella expresión. Esta era una mujer apasionada.

—Te creo —declaró—. Y supongo que eso valdrá. —Miró hacia arriba y soltó una maldición.

—¿Qué ocurre? —preguntó ella, mirando hacia la lejana luz en las alturas. El sol asomaba por el borde del desfiladero.

El borde equivocado. Ya no iban hacia el oeste. Se habían desviado de nuevo, y se dirigían hacia el sur.

—Rayos —dijo Lexa—. Dame ese zurrón. Tengo que dibujar esto.