71. VIGILIA

Soporta el peso del odio divino de Dios, separado de las virtudes que le dieron contexto. Es lo que le hicimos ser, viejo amigo. Y lo que, por desgracia, quiso ser.

—Yo era joven —dijo Marcus—, así que no me enteré de gran cosa. Becca, en realidad no quería enterarme. Lo que hacía mi familia no eran el tipo de cosas que querías que hicieran tus padres, ¿sabes? Yo no quería saberlo. Así que no es sorprendente que no lo recuerde.

Wallace asintió a su manera, suave e irritante. El azishiano sabía cosas. Y hacía que los demás las dijeran también. Eso era injusto. Enormemente. ¿Por qué tenía Marcus que acabar haciendo guardia con él?

Los dos estaban sentados en rocas cerca de los abismos, al este del campamento de Bellamy. Soplaba un viento frío. Esa noche habría alta tormenta. «Ella volverá antes. Sin duda».

Un cremlino pasó correteando. Marcus le tiró una piedra, impulsándolo hacia una grieta cercana.

—No sé por qué quieres oír todo eso. No sirve de nada.

Wallace asintió. Extranjero de las tormentas…

—Muy bien, de acuerdo —dijo Marcus—. Era una especie de secta, ¿sabes? Se llamaban los Vislumbradores. Ellos… bueno, pensaban que si daban con la manera de hacer regresar a los Portadores del Vacío, entonces los Caballeros Radiantes regresarían también. Una estupidez, ¿verdad? Pero sabían cosas. Cosas que no deberían saber, cosas como lo que puede hacer Raven.

—Veo que te resulta difícil —dijo Wallace—. ¿Quieres jugar otra mano de michim para pasar el rato?

—Solo quiero mis esferas, tormentas —replicó Marcus, agitando un dedo ante el azishiano—. Y no lo llames por ese nombre.

—Michim es el nombre del juego.

—Es una palabra sagrada, y ningún juego tiene nombre de palabra sagrada.

—La palabra no es sagrada de donde procede —dijo Wallace, a todas luces molesto.

—No estamos allí ahora, ¿no? Llámalo de otra forma.

—Creí que te gustaba —alegó Wallace, recogiendo las piedras de colores que se utilizaban en el juego. Se apostaban, poniéndolas en una pila, mientras intentabas adivinar cuáles había ocultado tu oponente—. Es un juego de habilidad, no de azar, así que no ofende sensibilidades vorin.

Marcus lo vio recoger las rocas. Tal vez sería mejor si perdiera todas sus esferas en ese juego de las tormentas. No le convenía volver a tener dinero. Era algo que no se le podía confiar.

—Creían que la gente podía manifestar mejor sus poderes si sus vidas corrían peligro —dijo—. Así que… ponían sus vidas en peligro. Siempre a miembros de su propio grupo, nunca a un desconocido inocente, benditos sean los vientos. Pero era terrible. Vi a gente dejarse empujar por precipicios, los vi atados a un sitio mientras una vela quemaba lentamente una cuerda hasta que esta se rompía y dejaba caer una roca que los aplastaba. Era horrible, Wallace. Espantoso. Algo que nadie tendría que ver, y mucho menos un niño de seis años.

—¿Y entonces qué hiciste? —preguntó Wallace en voz baja, tensando la correa de su saquito de piedras.

—No es asunto tuyo —respondió Marcus—. Ni siquiera sé por qué estoy hablando contigo.

—Tranquilo. Comprendo…

—Los denuncié —estalló Marcus—. Al señor de la ciudad. Los llevó a juicio, un juicio grande. Y al final los mandó ejecutar. Nunca entendí por qué. Solo eran un peligro para sí mismos. Su castigo por intentar suicidarse fue matarlos. Absurdo. Tendrían que haber encontrado un modo de ayudarlos…

—¿Y tus padres?

—Mi madre murió en aquel artilugio de la roca y la cuerda. Creía de verdad, Wallace. Que los tenía dentro, ¿sabes? Los poderes. Que si estuviera a punto de morir, vendrían a ella y se salvaría…

—¿Tú lo viste?

—¡Tormentas, no! ¿Crees que dejarían mirar eso a su hijo? ¿Estás loco?

—Pero…

—Sí que vi morir a mi padre —dijo Marcus, contemplando las Llanuras—. Ahorcado. —Sacudió la cabeza y rebuscó en su bolsillo.

¿Dónde había puesto aquella petaca? Sin embargo, al darse la vuelta vio a aquel muchacho allí sentado, jugando con su cajita como hacía siempre. Aden.

Marcus no era partidario de todas aquellas tonterías que contaba Miller, que quería derrocar a los ojos claros. El Todopoderoso los había puesto donde los había puesto, ¿y quién era nadie para ponerlo en duda? Desde luego, los lanceros no. Pero en cierto modo, el príncipe Aden era tan malo como él. Ninguno de los dos sabía cuál era su sitio. Un ojos claros que quería unirse al Puente Cuatro era tan malo como un ojos oscuros que decía estupideces al rey. No encajaba, aunque a los otros hombres del puente parecía caerles bien el chaval.

Y, naturalmente, Miller ya era uno de ellos. Tormentas. ¿Se había dejado su petaca en el barracón?

—En pie, Marcus —dijo Wallace, incorporándose.

El aludido dio media vuelta y vio acercarse a hombres de uniforme. Se puso en pie, agarrando la lanza. Era Bellamy Griffin, acompañado por varios de sus consejeros ojos claros junto con Drehy y Cikatriz del Puente Cuatro, los guardias del día. Con Miller ascendido y Raven… bueno, ausente, Marcus se había encargado de adjudicar las misiones diarias. Nadie más quería hacerlo, tormentas. Decía que ahora estaba al mando. Idiotas.

—Brillante señor —dijo Marcus, golpeándose el pecho a modo de saludo.

—Clarke me ha dicho que ibais a venir —dijo el alto príncipe. Dirigió una mirada a Aden, que también se había puesto en pie y saludaba, como si no fuera su propio padre—. Una rotación, tengo entendido.

—Sí, señor —respondió Marcus, mirando a Wallace. Es lo que era.

Aunque Marcus estaba en casi todos los turnos.

—¿De verdad crees que sigue viva, soldado? —preguntó Bellamy.

—Lo está, señor. No tiene nada que ver con lo que piense yo ni nadie.

—Cayó docenas de metros —expuso Bellamy.

Marcus continuó firmes. El alto príncipe no había hecho una pregunta, así que Marcus no respondió. Tenía que borrar unas cuantas imágenes terribles de su cabeza. Raven golpeándose la cabeza al caer. Raven aplastada por el puente al caer. Raven yaciendo con una pierna rota, incapaz de encontrar esferas para curarse. La muy necia a veces parecía creer que era inmortal.

Becca. En realidad todos pensaban que lo era.

—Va a volver, señor —le dijo Wallace a Bellamy—. Saldrá escalando de ese abismo. Y estaremos aquí para recibirla. Con los uniformes puestos y las lanzas pulidas.

—Esperamos en nuestro tiempo libre, señor —intervino Marcus—. Ninguno de nosotros tres tiene nada más que hacer. —Se ruborizó en cuanto lo hubo dicho. Y él que veía con malos ojos la forma en que Miller respondía a sus superiores.

—No he venido a ordenaros que abandonéis vuestra tarea escogida, soldado —dijo Bellamy—. Solo quería comprobar que os estabais cuidando. Ningún hombre debe saltarse ninguna comida mientras espera aquí, y no quiero que a nadie se le ocurra quedarse durante una alta tormenta.

—Por supuesto, señor —respondió Marcus. Había aprovechado la pausa del almuerzo para ir allí. ¿Cómo lo sabía Bellamy?

—Buena suerte, soldado —se despidió el alto príncipe, y continuó su camino, flanqueado por sus asistentes, al parecer para inspeccionar el batallón más cercano al extremo oriental del campamento. Los soldados correteaban por allí como cremlinos después de una tormenta, llevando bolsas de suministro y apilándolas dentro de los barracones. El momento de la gran expedición a las Llanuras se acercaba rápidamente.

—Señor —llamó Marcus.

Bellamy se volvió y sus asistentes se callaron a media frase.

—No nos crees —dijo Marcus—. Que volverá, quiero decir.

—Está muerta, soldado. Pero comprendo que necesitéis que esté aquí.

El alto príncipe se llevó una mano al hombro, un saludo a los muertos, y continuó su camino. Bueno, Marcus supuso que no pasaba nada por que Bellamy no creyera. Se sorprendería mucho más cuando Raven regresara.

«Alta tormenta esta noche —pensó, sentándose de nuevo en su roca—. Vamos, muchacha. ¿Qué estás haciendo ahí fuera?».

Raven se sentía como uno de los diez locos.

De hecho, se sentía como todos ellos. Diez veces idiota. Pero sobre todo Eshu, que decía cosas que no comprendía delante de los que sí lo hacían. Recorrer las profundidades de los abismos era difícil, pero por lo general sabía reconocer las direcciones por la forma en que se depositaban los residuos. El agua llegaba de este a oeste, pero luego se drenaba en el sentido contrario, así que las grietas de las paredes donde los residuos se agolpaban normalmente marcaba una dirección hacia el oeste, pero en los sitios donde los residuos habían sido depositados de manera más natural indicaban dónde el agua, al drenarse, fluía hacia el este. Sus instintos le decían qué camino tomar. Se equivocaron. No tendría que haberse confiado tanto. Tan lejos de los campamentos de guerra, el fluir del agua debía ser diferente. Molesta consigo misma, dejó a Lexa dibujando y se alejó un poco.

—¿Syl? —preguntó.

No hubo respuesta.

—¡Sylphrena! —llamó, más fuerte.

Suspiró y volvió con Lexa, que estaba arrodillada en el suelo musgoso (obviamente había dejado de proteger su traje antaño hermoso de manchas y desgarrones), dibujando en su libreta. Era otro motivo por el que se sentía como una idiota. No debería dejar que la provocara tanto. Podía aguantar las pullas de otros ojos claros más molestos. ¿Por qué perdía el control cuando hablaba con ella?

«Tendría que haber aprendido la lección —pensó mientras la joven dibujaba con cara de concentración—. Hasta ahora ha ganado todas las discusiones, sin ninguna duda».

Se apoyó en una sección de la pared del desfiladero, con la lanza en el hueco del brazo y la luz brillando en las esferas firmemente atadas en el extremo. Había hecho un juicio de valor equivocado sobre ella, como le había dejado claro. Una y otra vez. Era como si una parte de ella quisiera frenéticamente sentir aversión hacia ella. Ojalá encontrara a Syl… Todo sería mejor si pudiera verla de nuevo, si pudiera saber si estaba bien. Aquel grito…

Para distraerse, se acercó a Lexa y se inclinó para ver el dibujo. Su mapa era más bien una imagen que se parecía extrañamente a la perspectiva que Raven había visto hacía varias noches, cuando volaba sobre las Llanuras Quebradas.

—¿Es necesario todo eso? —preguntó mientras ella sombreaba un lado de una meseta.

—Sí.

—Pero…

—Sí.

Tardó más de lo que Raven habría deseado. El sol pasó por encima de la grieta en las alturas, desapareciendo de la vista. Ya era más de mediodía. Les quedaban siete horas hasta la alta tormenta, suponiendo que la predicción fuera correcta: incluso los mejores predicetormentas se equivocaban a veces. Siete horas. «El trayecto hasta aquí duró más o menos lo mismo», pensó. Pero sin duda habrían hecho algún progreso camino del campamento. Llevaban andando toda la mañana.

Bueno, no tenía sentido meter prisa a Lexa. La dejó dibujando, volvió a recorrer el abismo y estudió la forma de la grieta, comparándola con su ilustración. Por lo que pudo ver, el mapa era exacto. Ella dibujaba, de memoria, todo el camino como si lo hubiera visto desde arriba, y lo hacía perfectamente, sin olvidar ni el menor saliente o curva.

—Padre Tormenta —suspiró, regresando a la carrera. Sabía que ella tenía facilidad para dibujar, pero eso era algo completamente diferente.

¿Quién era esa mujer?

Ella seguía dibujando cuando llegó.

—Tu ilustración es sorprendentemente exacta —comentó.

—Puede que anoche… subestimara un poco mi habilidad —dijo Lexa—. Puedo recordar las cosas bastante bien, aunque para ser sincera, no me di cuenta de hasta dónde habíamos llegado hasta que lo dibujé. Estas mesetas me son desconocidas: puede que estemos en las zonas que aún no se han cartografiado.

Raven se la quedó mirando.

—¿Recuerdas las formas de todas las mesetas de los mapas?

—Pues… ¿sí?

—Increíble.

Ella se sentó en cuclillas, alzando el dibujo. Se apartó un mechón de pelo rojo.

—Tal vez no. Aquí hay algo muy raro.

—¿Qué?

—Creo que mi dibujo está equivocado. —Se levantó, preocupada—. Necesito más información. Voy a rodear una de las mesetas.

—De acuerdo…

Empezó a andar, todavía concentrada en su dibujo, sin apenas prestar atención al camino mientras sorteaba rocas y ramas. Raven la alcanzó con facilidad, pero no la molestó cuando ella se volvió a mirar la grieta. Rodeó toda la base de la meseta que tenían a la derecha. Tardaron muchísimo tiempo, incluso caminando rápido. Estaban perdiendo minutos preciosos. ¿Sabía ella dónde estaban o no?

—Lexa —dijo Raven—. No tenemos…

—Esto es importante.

—También lo es no morir aplastadas en una alta tormenta.

—Si no averiguamos dónde estamos, no escaparemos jamás —replicó ella, tendiéndole la hoja de papel—. Espera. Ahora mismo vuelvo. —Echó a correr, arrastrando la falda.

La mujer del puente miró el papel, inspeccionando el camino que ella había dibujado. Aunque habían empezado bien por la mañana, era como había temido: Raven las había hecho dar la vuelta hasta que se dirigieron de nuevo al sur. ¡Incluso había conseguido que volvieran a dirigirse hacia el este durante un rato!

Eso los situaba aún más lejos del campamento de Bellamy que cuando empezaron la noche anterior.

«Por favor, que esté equivocada», pensó, rodeando la meseta en la otra dirección para encontrar a Lexa a la mitad.

Pero si ella estaba equivocada, no sabrían dónde estaban. ¿Qué opción era peor?

Recorrió un breve trecho antes de detenerse. Allí las paredes estaban libres de musgo, los residuos en el suelo amontonados y arañados. Tormentas, eso era reciente. De la última alta tormenta, al menos. El abismoide había pasado por allí. Tal vez… tal vez había seguido de largo, internándose en los abismos. Lexa, distraída y murmurando para sí, apareció en el otro lado de la meseta. Caminaba, todavía mirando hacia el cielo, musitando:

—… sé que dije que vi estos patrones, pero esto es demasiado grande para que lo sepa instintivamente. Tendrías que haber dicho algo. Yo…

Se interrumpió bruscamente y dio un salto al ver a Raven. Ésta entornó los ojos. Aquello parecía…

«No seas tonta. No es ninguna guerrera». Los Caballeros Radiantes fueron soldados, ¿no? En realidad no sabía mucho de ellos.

Con todo, Syl había visto varios spren extraños. Lexa echó una ojeada a la pared del desfiladero y los arañazos.

—¿Esto es lo que pienso que es?

—Sí —contestó Raven.

—Delicioso. Trae, dame ese papel.

Raven se lo devolvió y Lexa se sacó un lápiz de la manga. Raven le entregó la mochila, que ella depositó en el suelo, usando la parte recia para apoyarse. Incluyó las dos mesetas más cercanas, las dos que había rodeado para tener mejor perspectiva.

—Entonces ¿tu dibujo es correcto o no? —preguntó Raven.

—Es correcto —respondió ella sin dejar de dibujar—, pero raro. Por lo que recuerdo de los mapas, este grupo de mesetas más cercanas debería estar más al norte. Hay otro grupo más allá que tienen exactamente la misma forma, solo que invertida.

—¿Tanto recuerdas los mapas?

—Sí.

Raven no insistió. Por lo que había visto, tal vez fuera capaz de hacerlo.

Ella sacudió la cabeza.

—¿Qué posibilidades hay de que una serie de mesetas tenga exactamente la misma forma que otra en una parte distinta de las Llanuras? No solo una, sino la secuencia entera…

—Las Llanuras son simétricas —dijo Raven.

Ella se detuvo.

—¿Cómo lo sabes?

—Yo… fue un sueño. Vi las mesetas desplegadas en una amplia formación simétrica.

Ella miró de nuevo el mapa y abrió la boca. Empezó a tomar notas en el lado.

—Cimáticas.

—¿Qué?

—Sé dónde están los parshendi. —Sus ojos se abrieron de par en par—. Y la Puerta Jurada. El centro de las Llanuras Quebradas. Lo veo todo… puedo cartografiarlas casi enteras.

Raven se estremeció.

—Tú… ¿qué?

Ella alzó la cabeza bruscamente, mirándola a los ojos.

—Tenemos que regresar.

—Sí, lo sé. La alta tormenta.

—Más que eso —dijo ella, poniéndose en pie—. Sé demasiado para morir aquí. Las Llanuras Quebradas son un patrón. Esto no es una formación natural de rocas. —Sus ojos se abrieron aún más—. En el centro de estas Llanuras había una ciudad. Algo la destruyó. Un arma… ¿Vibraciones? ¿Como arena en un plato? Un terremoto que quizá rompió la roca… La piedra se convirtió en arena, y con las altas tormentas, las grietas llenas de arena quedaron huecas.

Sus ojos parecían extrañamente distantes, y Raven no entendió la mitad de lo que decía.

—Tenemos que llegar al centro —dijo Lexa—. Puedo encontrar el corazón de las Llanuras, siguiendo el patrón. Y habrá… cosas allí…

—El secreto que estás buscando —concluyó Raven. ¿Qué había dicho antes?—. ¿La Puerta Jurada?

Ella se ruborizó.

—Pongámonos en marcha. ¿No mencionaste que tenemos poco tiempo? Sinceramente, si una de nosotras no estuviera charlando todo el rato y distrayendo a la otra, estoy segura de que ya habríamos regresado.

Raven la miró alzando una ceja y ella sonrió mientras indicaba la dirección que debían tomar.

—Ahora dirijo yo, por cierto.

—Probablemente sea lo mejor.

—Aunque, pensándolo bien, quizá sería mejor que lo hagas tú. De esa forma, podríamos encontrar nuestro camino hasta el centro por casualidad. Suponiendo que no acabemos en Azir.

Raven le dirigió una risita, porque parecía lo más adecuado. En el fondo, sin embargo, se sintió hecha pedazos. Había fallado. Las horas siguientes fueron agotadoras. Después de recorrer dos mesetas, Lexa tuvo que detenerse a actualizar su mapa. Era una decisión prudente: no podían arriesgarse a perderse de nuevo. Tardaron demasiado tiempo. Incluso moviéndose lo más rápido que podían entre las sesiones de dibujo, prácticamente corriendo todo el tiempo, su avance resultaba lento. Raven se impacientaba y contemplaba el cielo mientras Lexa dibujaba de nuevo el mapa. La muchacha maldecía y gruñía, y Raven advirtió que apartaba una gota de sudor que había caído desde su frente al papel cada vez más arrugado.

«Nos quedan tal vez cuatro horas hasta la tormenta —pensó Raven—. No lo conseguiremos».

—Intentaré encontrar exploradores de nuevo —dijo la mujer de los puentes.

Ella asintió. Habían entrado en el territorio donde los saltadores de Bellamy buscaban nuevas crisálidas. Gritarles era una esperanza tenue: aunque tuvieran la suerte de encontrar uno de aquellos grupos, Raven dudaba de que dispusieran de cuerda suficiente para alcanzar el fondo del abismo. Pese a todo, era una posibilidad. Así que se apartó, para no molestarla mientras dibujaba, hizo bocina con las manos y empezó a gritar.

—¡Hola! ¡Por favor, responded! ¡Estamos atrapadas en los abismos! ¡Por favor, responded!

Caminó durante un rato, gritando, y a continuación se detuvo a escuchar. No hubo ninguna respuesta. Ninguna pregunta a gritos desde arriba, ni el menor rastro de vida.

«Probablemente se habrán retirado ya todos a sus cubículos —pensó Raven—. Habrán desmontado sus fuertes y estarán esperando la alta tormenta».

Miró con frustración aquella rendija de cielo atenuado. Tan lejana. Recordó esa sensación, estar allí abajo con Marcus y los demás, ansiando escalar y escapar de la horrible vida de los hombres de los puentes. Por enésima vez, trató de inspirar la luz tormentosa de aquellas esferas. Sujetó una de ellas hasta que la mano y el cristal se humedecieron de sudor, pero la luz tormentosa, el poder interior, no llegó. Ya no sentía la luz.

—¡Syl! —gritó, guardando la esfera y llevándose las manos a la boca—. ¡Syl! ¡Por favor! ¿Estás aquí… en alguna parte? —Se calló—. Sigo sin saberlo —dijo en voz más baja—. ¿Me estás castigando? ¿O es algo más? ¿Qué ocurre?

No hubo respuesta. Sin duda, si ella la estuviera observando, no la dejaría morir allí abajo. Suponiendo que pudiera pensar para advertirlo. Raven tuvo una terrible imagen de ella cabalgando los vientos, mezclándose con los vientospren, olvidada de sí misma y de ella, absoluta y terriblemente ignorante de lo que era en realidad.

Ella temía eso. La aterraba.

Las botas de Lexa rozaron el suelo mientras se acercaba.

—¿No ha habido suerte?

Raven negó con la cabeza.

—Bueno, pues continuemos. —Lexa inspiró profundamente—. Agotadas y doloridas, hay que continuar. Tú no estarías dispuesta a llevarme en brazos un ratito…

Raven la miró y ella se encogió de hombros con una sonrisa.

—¡Piensa lo maravilloso que sería! Incluso podría buscar una caña para azotarte. Cuando llegáramos, podrías contar a todos los demás guardias la horrible persona que soy. Una oportunidad de oro para quejarte. ¿No? Bueno, no pasa nada. Continuemos.

—Eres una mujer extraña.

—Gracias.

Raven echó a andar a su lado.

—Vaya —advirtió ella—, veo que otra tormenta que te ronda por la cabeza.

—Moriremos por mi culpa —susurró Raven—. Me puse a dirigir la marcha y me perdí.

—Bueno, yo tampoco me di cuenta de que íbamos en la dirección equivocada. No lo habría hecho mejor.

—Debería haber pensado que fueras marcando nuestro avance en el mapa desde que emprendimos la marcha hoy. Me confié demasiado.

—Ya está hecho —replicó ella—. Si hubiera sido más clara contigo sobre mi capacidad para dibujar estas mesetas, probablemente habrías empleado mejor los mapas. No lo hice, tú no lo sabías, y aquí estamos. No puedes echarte la culpa de todo, ¿vale?

Rave caminó en silencio.

—¿Vale?

—Es culpa mía.

Ella puso exageradamente los ojos en blanco.

—Estás decidida a flagelarte, ¿no?

Su padre le decía lo mismo una y otra vez. Raven era así. ¿Esperaban que cambiara?

—Nos irá bien —aseguró Lexa—. Ya lo verás.

Eso la hizo sentirse aún peor.

—Sigues pensando que soy demasiado optimista, ¿verdad? —dijo Lexa.

—No es culpa tuya. Ya me gustaría ser como tú. Me gustaría no haber llevado la vida que llevo. Ojalá el mundo estuviera lleno solamente de gente como tú, Lexa Wood.

—Gente que no comprende el dolor.

—Oh, todo el mundo comprende el dolor —dijo Raven—. No me refiero a eso. Es…

—¿El pesar de ver cómo se desmorona una vida? —terminó Lexa en voz baja—. ¿De esforzarte por cogerla y conservarla, pero sentir que la esperanza se convierte en tendones rotos y sangre entre los dedos mientras todo lo demás se derrumba?

—Sí.

—La sensación… no es pesar, sino algo más profundo…, de estar rota. De ser aplastada tan a menudo, y de manera tan horrible, que la emoción se vuelve algo que solo puedes desear. Desearías poder llorar, porque entonces sentirías algo. En cambio, no sientes nada. Solo… bruma y humo. Como si ya estuvieras muerta.

Raven se detuvo.

Ella se volvió a mirarla.

—La aplastante verdad de sentirte impotente —añadió—. De desear que te hubieran hecho daño a ti en vez de a quienes te rodean. De gritar y patalear y odiar mientras aquellos a quienes amas son destrozados, reventados como un forúnculo. Y tú tienes que ver impotente cómo les arrebatan la alegría. Destruyen a quienes amas, y no a ti. Y suplicas. ¿No puedes golpearme a mí en lugar de a ellos?

—Sí —susurró Raven.

Lexa asintió, sosteniéndole la mirada.

—Sí. Sería bonito que nadie en el mundo conociera estas cosas, Raven Bendita por la Tormenta. Estoy de acuerdo. Con todo lo que tengo.

Raven lo vio en sus ojos. La angustia, la frustración. La terrible nada que arañaba en su interior y buscaba sofocarla. Ella lo sabía. Estaba allí dentro. La habían destrozado. Entonces Lexa sonrió. Oh, tormentas. Sonrió de todas formas. Era lo más hermoso que Raven había visto en toda su vida.

—¿Cómo? —preguntó.

Ella se encogió levemente de hombros.

—El hecho de estar loca ayuda. Vamos. Creo que andamos un poco apuradas de tiempo…

Echó a andar desfiladero abajo. Raven se quedó atrás, sintiéndose exhausta. Y extrañamente animada. Debería sentirse como una necia. Lo había vuelto a hacer: le había echado en cara lo fácil que era su vida, sin saber que ella tenía aquello oculto en su interior todo el tiempo. Esta vez, sin embargo, no se sintió como una necia. Creía comprender. Algo. No sabía qué. El abismo parecía un poco más brillante.

«Tien siempre me hacía eso… —pensó—. Incluso en el día más oscuro».

Permaneció allí quieta tanto tiempo que los florvolantes se abrieron a su alrededor, desplegando sus anchas hojas como abanicos con sus venas anaranjadas, rojas y violetas. Al cabo de un rato echó a correr detrás de Lexa, sobresaltando a las plantas, que se cerraron.

—Creo que tenemos que concentrarnos en la parte positiva de estar aquí en este terrible abismo —dijo ella.

La miró. Raven no dijo nada.

—Vamos.

—Yo… tengo la sensación de que sería mejor no animarte.

—¿Y dónde queda entonces la diversión?

—Bueno, estamos a punto de ser alcanzadas por la riada de una alta tormenta.

—Así se nos lavará la ropa —replicó ella con una sonrisa—. ¿Ves? ¡Positivo!

Raven bufó.

—Ah, el dialecto de los gruñidos de la mujer del puente otra vez —advirtió ella.

—Ese gruñido significa que al menos si vienen las aguas se llevarán el hedor que desprendes, al menos en parte —dijo Raven.

—¡Ja! Medianamente divertido, pero no te llevas ningún punto. Ya había quedado establecido que el maloliente eres tú. Reutilizar los chistes está estrictamente prohibido so pena de remojarte en una alta tormenta.

—Muy bien —admitió Raven—. Menos mal que estamos aquí porque tenía servicio de guardia esta noche. Ahora voy a perdérmelo. Esto es prácticamente como tomarte el día libre.

—¡Para ir a nadar, nada menos!

Raven sonrió.

—Yo me alegro de que estemos aquí abajo porque el sol es demasiado intenso allá arriba —apuntó ella—, y suelo quemarme a menos que use sombrero. Es mucho mejor estar en estas profundidades húmedas, apestosas, oscuras, rancias y potencialmente peligrosas para mi vida. Nada de quemaduras. Solo monstruos.

—Yo me alegro de estar aquí porque al menos fui yo, y no uno de mis hombres, quien cayó.

Ella saltó por encima de un charco y la miró.

—No se te da muy bien esto.

—Lo siento. Quería decir que me alegra estar aquí abajo porque cuando salgamos todos me vitorearán por ser un héroe y haberte rescatado.

—Eso está mejor. Excepto por el detalle que creo que soy yo quien te va a rescatar a ti.

Raven miró el mapa.

—Punto.

—Yo me alegro de estar aquí —dijo ella—, porque siempre me he preguntado cómo es ser un trozo de carne viajando a través de un sistema digestivo, y estos abismos me recuerdan a los intestinos.

—Espero que no lo digas en serio.

—¿Qué? —Ella pareció sorprendida—. Por supuesto que no. Puaff.

—De verdad que te esfuerzas demasiado.

—Es lo que me mantiene loca.

Raven se subió a un gran montículo de residuos y le ofreció una mano para ayudarla.

—Yo me alegro de estar aquí —dijo— porque me recuerda la suerte que tengo de haberme librado del ejército de Sadeas.

—Ah —exclamó Lexa, llegando a la cima con Raven.

—Sus ojos claros nos enviaban aquí abajo a rescatar material —dijo Raven, deslizándose por el otro lado del montículo—. Y no nos pagaba mucho por el esfuerzo.

—Trágico.

—Podríamos decir que solo nos daban una miseria —añadió mientras llegaba abajo.

Le sonrió.

Ella ladeó la cabeza.

—Mi-seria —insistió Raven, indicando la profundidad del agujero—. Ya sabes, lo seria que es mi situación.

—Oh, tormentas —bufó ella—. No esperarás que eso cuente. ¡Es malísimo!

—Lo sé. Lo siento. Mi madre se sentiría decepcionada.

—¿No le gustaban los juegos de palabras?

—No, le encantaban. Solo se enfadaba si intentaba hacerlos cuando ella no estaba presente para reírse de mí.

Lexa sonrió y continuaron avanzando, manteniendo un buen ritmo.

—Me alegro de que estemos aquí abajo —dijo—, porque a estas alturas Clarke estará preocupadísima por mí, así que cuando regresemos, estará encantada. Puede que incluso me deje besarla en público.

Clarke. Bien. Eso enfrió su estado de ánimo.

—Probablemente tendremos que detenernos para que pueda dibujar nuestro mapa —apuntó Lexa, mirando al cielo con el ceño fruncido—. Y para que tú puedas gritar un poco más a nuestra potencial salvación.

—Supongo —dijo Raven mientras ella se sentaba para sacar el mapa. Hizo bocina con las manos—. ¡Eh, ahí arriba! ¿Hay alguien? Estamos aquí abajo, haciendo chistes malos. ¡Por favor, salvadnos de nosotras mismas!

Lexa se echó a reír.

Raven sonrió, luego se sobresaltó al oír algo que sonaba. ¿Era una voz? O… Un momento…

Un barrido, como la llamada de un cuerno, pero solapándose. Se hizo más fuerte, estrepitoso.

Luego una enorme masa serpenteante de caparazón y garras asomó en la esquina.

Un abismoide.

La mente de Raven se llenó de pánico, pero tomó el control por su cuenta. Agarró a Lexa por el brazo, obligándola a ponerse en pie y echar a correr. Ella gritó, soltando su mochila. Raven corrió siguiéndola y no miró atrás. Sentía a la criatura, demasiado cerca, mientras las paredes del abismo temblaban por la persecución. Huesos, ramas, conchas y planchas crujieron y se rompieron.

El monstruo volvió a barritar, un sonido ensordecedor.

Lo tenían casi encima. Tormentas, sí que se movía rápido.

Raven nunca habría imaginado que algo tan grande fuera tan veloz. Esta vez no podía distraerlo. Lo tenían casi encima: lo notaba justo detrás…

Allí.

Colocó a Lexa delante y la empujó hacia una fisura en la pared. Mientras una sombra se alzaba sobre ella, se lanzó hacia la fisura, empujando a Lexa hacia atrás. Ella gruñó mientras Raven la apretujaba contra los restos de ramas y hojas que las riadas habían depositado en esa grieta. El abismo quedó en silencio. Raven solo oía los jadeos de Lexa y los latidos de su propio corazón. Habían dejado casi todas sus esferas en el suelo, donde Lexa se disponía a dibujar. Pero Raven todavía tenía la lanza, su lámpara improvisada. Lentamente, Raven se volvió, dándole la espalda a Lexa. Ella la agarró por detrás y Raven notó que temblaba. Padre Tormenta. Raven temblaba también. Giró la lanza para darse luz y asomarse al abismo. La fisura era poco profunda, y solo unos palmos la separaban de la abertura. La frágil luz lechosa de sus esferas de diamante se reflejó en el suelo húmedo. Iluminó los florvolantes rotos en las paredes y varias enredaderas que se rebullían en el terreno, cortadas de sus plantas. Se retorcían y agitaban, como hombres arqueando las espaldas. El abismoide… ¿dónde estaba?

Lexa jadeó, apretando los brazos en torno a la cintura. Raven alzó la mirada. Allí, un poco más arriba en la grieta, un ojo grande e inhumano las miraba. No se distinguía la masa de la cabeza del abismoide, solo parte de la cara y la mandíbula, con aquel terrible ojo verde y vidrioso. Una gran garra golpeó el lado del agujero, tratando de introducirse en él, pero la grieta era demasiado estrecha. La garra rebuscó en el agujero y acto seguido la cabeza se retiró. Un roce de piedra y quitina, pero la criatura no fue muy lejos antes de detenerse. Silencio. Una gota caía de continuo en un charco, pero por lo demás, silencio.

—Está esperando —susurró Lexa, cerca de su hombro.

—¡Pareces orgullosa de ello! —replicó Raven.

—Un poco. —Ella hizo una pausa—. ¿Cuánto tiempo supones, hasta…?

Raven miró hacia arriba, pero no distinguió el cielo. La fisura no ascendía por el lado del abismo, y apenas tenía diez o quince palmos de altura. Se inclinó hacia delante para mirar hacia arriba, sin asomarse del todo pero acercándose un poco más a la abertura para poder ver el cielo. Oscurecía. El sol no se había puesto todavía, pero no faltaba mucho.

—Dos horas, tal vez —dijo—. Yo…

Una tempestad resonó en el abismo. Raven saltó hacia atrás, empujando de nuevo a Lexa contra los residuos mientras el abismoide intentaba, sin mayor éxito, meter una de las patas en la fisura. La pata seguía siendo demasiado grande, y aunque el abismoide pudo extender la punta hacia ellos, lo suficiente para rozar a Raven, no bastó para herirlas. Aquel ojo regresó, reflejando la imagen de Raven y Lexa, andrajosas y sucias por su estancia en el abismo. Raven parecía menos asustada de lo que se sentía, mirando a aquella cosa directamente, con la lanza en alto para protegerse. Lexa, en vez de aterrorizada, parecía fascinada.

Mujer loca.

El abismoide se retiró de nuevo y se detuvo más abajo. Raven oyó que se disponía a vigilar.

—Entonces… —dijo Lexa—. ¿Esperamos?

El sudor le corría a Raven por la cara. Esperar. ¿Cuánto tiempo? Podía imaginarse allí dentro, como un amedrentado rocabrote atrapada en su caparazón, hasta que las aguas bajaran por los abismos. Había sobrevivido a una tormenta antes. A duras penas, y solo porque contaba con la ayuda de la luz tormentosa. Allí dentro sería muy distinto. Las aguas las azotarían al bajar por los desfiladeros, aplastándolas contra las paredes, los peñascos, revolviéndolas con los muertos hasta que se ahogaran o acabaran por desmembrarse…

Sería una forma muy, muy mala de morir.

Apretó la lanza con más fuerza. Esperó, sudorosa, preocupada. El abismoide no se marchó. Pasaron los minutos. Finalmente Raven tomó una decisión. Se dispuso a dar un paso adelante.

—¿Qué vas a hacer? —susurró Lexa, aterrorizada. Trató de sujetarla.

—Cuando salga, corre hacia el otro lado.

—¡No seas estúpida!

—Lo distraeré —explicó Raven—. Cuando estés fuera, lo alejaré de ti y luego escaparé. Después nos reuniremos.

—Mentirosa —susurró ella.

Raven se retorció para mirarla a los ojos.

—Tú puedes volver a los campamentos por tu cuenta —alegó—. Yo no. Tienes información que Bellamy necesita. Yo no. Tengo entrenamiento de combate. Puede que consiga librarme de esa criatura después de distraerlo. Tú no. Si esperamos aquí, las dos moriremos. ¿Necesitas más lógica que esa?

—Detesto la lógica —susurró ella—. Siempre la he odiado.

—Ahora no tenemos tiempo para hablar de eso —replicó Raven, retorciéndose hacia el otro lado, de espaldas a ella.

—No puedes hacer esto.

—Sí puedo. —Raven inspiró profundamente—. ¿Quién sabe? —dijo más suavemente—. Tal vez tenga un golpe de suerte.

Extendió la mano para arrancar las esferas de la lanza y las arrojó al abismo. Necesitaría una luz más firme.

—Prepárate.

—Por favor —susurró ella, cada vez más frenética—. No me dejes sola en estos abismos.

Raven sonrió amargamente.

—¿Tanto te cuesta dejarme ganar aunque sea una discusión?

—¡Sí! No, quiero decir… ¡Tormentas! Raven, te matará.

Raven agarró la lanza. Tal como le habían ido las cosas últimamente, tal vez era lo que se merecía.

—Pídele disculpas a Clarke de mi parte. En realidad, la aprecio. Es una buena mujer. No solo para ser un ojos claros. Solo… una buena persona. Nunca le he reconocido lo que vale.

—Raven…

—Tiene que ser así, Lexa.

—Al menos llévate esto —dijo ella, extendiendo la mano sobre su hombro, por encima de su cabeza.

—¿Qué?

—Esto —se limitó a responder Lexa.

Entonces invocó una espada esquirlada.