74. CAMINANDO EN LA TORMENTA
Tú, sin embargo, nunca has sido una fuerza de equilibrio. Arrastras el caos detrás de ti como quien lleva un cadáver sobre la nieve tirando de él por una pierna. Por favor, oye mi súplica. Deja ese lugar y únete a mí en mi juramento de no intervención.
Raven agarró la mano de Lexa.
Los peñascos sonaban arriba, chocando contra las mesetas, arrancando trozos y lanzándolos a su alrededor. El viento arreciaba. El agua se acumulaba abajo, alzándose hacia ElLA. Se aferró a Lexa, pero sus manos mojadas empezaron a resbalar. Entonces, con un súbito arrebato, Lexa la sujetó con más nervio. Con una fuerza que parecía contradecir su pequeño tamaño, tiró de Raven. Ésta se impulsó con la pierna buena mientras el agua la cubría, y se esforzó por salvar la distancia restante para reunirse con ella en el hueco de la roca. El hueco apenas tenía tres o cuatro palmos de profundidad, más pequeño que la grieta donde se habían escondido. Por fortuna, miraba hacia el oeste. Aunque el viento helado aullaba alrededor y los rociaba de agua, el grueso de la tormenta se estrellaba contra la meseta. Jadeando, Raven se apoyó contra la pared; la pierna herida le dolía más que nunca. Lexa se abrazó a ella. La notó cálida en sus brazos, y se aferró a ella tanto como la joven a Raven, ambas acurrucadas contra la roca, la cabeza de la mujer de los puentes rozando el techo del hueco. La meseta se estremeció, temblando como un hombre asustado. Raven no veía gran cosa: la negrura era absoluta excepto cuando restallaban los relámpagos. Y el fragor. Los truenos rugían, aparentemente desconectados de los trallazos de luz. El agua bramaba como una bestia furiosa, y los destellos iluminaban un río revuelto y espumoso que bajaba enfurecido por el abismo. Condenación… Casi llegaba al hueco. Se había elevado quince metros o más en unos instantes. El agua sucia arrastraba ramas, plantas rotas, enredaderas arrancadas de sus engarces.
—¿La esfera? —preguntó Raven en la oscuridad—. Tenías una esfera para iluminarte.
—La he perdido —gritó ella, imponiéndose al estrépito—. ¡Se me habrá caído cuando te agarré!
—Yo no…
El rugido de un trueno, acompañado por un cegador destello de luz, hizo que se estremeciera. Lexa se apretujó más contra ella, hundiendo los dedos en su brazo. La luz dejó una imagen residual en sus ojos. Tormentas. Raven podría jurar que la imagen era una cara, horriblemente retorcida, con la boca abierta. El siguiente relámpago iluminó la riada con una secuencia de luz intermitente, y mostró el agua repleta de cadáveres. Docenas de cuerpos eran arrastrados por la corriente, los ojos muertos hacia el cielo, muchos de ellos solo cuencas vacías. Hombres y parshendi. El agua ascendió y unas pocas pulgadas inundaron el hueco. Agua de muertos. La tormenta se tornó de nuevo oscura, tan negra como una caverna bajo tierra. Solo Raven, Lexa y los cadáveres.
—Eso ha sido la cosa más rara que he visto en mi vida —dijo Lexa, acercando la cabeza a la de su compañera.
—Las tormentas son extrañas.
—¿Hablas por experiencia?
—Sadeas me abandonó en una para que muriera —dijo Raven.
Aquella tempestad había intentado arrancarle la piel y luego los músculos de su esqueleto. Lluvia como cuchillos. Relámpagos como hierro al rojo. Y una figura pequeña, toda de blanco, de pie ante ella con las manos extendidas, como si quisiera detener la tempestad para ella. Diminuta y frágil, y sin embargo tan fuerte como los mismos vientos.
«Syl… ¿qué te he hecho?».
—Tengo que oír esa historia —dijo Lexa.
—Algún día te la contaré.
El agua volvió a cubrirlas. Durante un momento, se sintieron más ligeras, flotando en el súbito estallido líquido. La corriente tiraba con fuerza inesperada, como ansiosa por lanzarlas al río. Lexa gritó y Raven se agarró a ambos lados de la roca, sujetándose en un arrebato de pánico. El río se retiró, aunque todavía oía su avance.
Volvieron a posarse en el hueco.
Había luz en las alturas, demasiado firme para ser relámpagos. Algo brillaba en la meseta. Algo que se movía. Era difícil distinguirlo, ya que el agua caía por el lado de la meseta y se precipitaba en cascada ante su refugio. Raven podría jurar que había visto una figura enorme caminando, una forma inhumana brillante, seguida por otra, extraña y estilizada. Caminando en la tormenta. Una pierna tras otra, hasta que el resplandor pasó.
—Por favor —dijo Lexa—. Necesito oír algo que no sea eso. Cuéntame.
Raven se estremeció, pero asintió. Voces. Las voces ayudarían.
—Empezó cuando Amaram me traicionó —dijo, en voz muy baja, apenas a un volumen suficiente para que ella, apretujada tan cerca, la oyera—. Me convirtió en esclava por saber la verdad: que había matado a sus hombres en su ansia por conseguir una hoja esquirlada. Eso le importaba más que sus propios soldados, más que el honor…
Continuó hablando de sus días como esclava, de sus intentos de huida. De los hombres que habían muerto por confiar en ella. Salió de sus entrañas, una historia que nunca había relatado. ¿A quién podría habérsela contado? El Puente Cuatro la había vivido casi toda con ella.
Habló de la carreta y de Tvlakv, un nombre que provocó un jadeo. Al parecer ella lo conocía. Habló del aturdimiento, de la… nada. De pensar que debería suicidarse, pero no creer que mereciera el esfuerzo. Y entonces, el Puente Cuatro. No habló de Syl. En ese momento el tema le causaba demasiado dolor. En cambio, habló de las cargas con los puentes, del terror, de la muerte y de tomar decisiones.
La lluvia las cubría, impulsada en oleadas por el viento, y a Raven le pareció oír cánticos fuera, en alguna parte. Una especie de extraño spren pasó zigzagueando ante su hueco, rojo y violeta, como un rayo. ¿Era eso lo que había visto Syl?
Lexa escuchaba. Raven esperaba que le hiciera preguntas, pero no hizo ninguna. No le molestó interesándose por detalles, no habló. Al parecer sí que sabía estar callada. Sorprendentemente, Raven pudo referirlo todo. La última incursión con el puente. El rescate a Bellamy. Quiso contarlo todo. Habló del enfrentamiento con la portadora de esquirlada parshendi, de cómo había ofendido a Clarke, de cómo había defendido el puente ella sola…
Cuando terminó, las dos dejaron que el silencio las rodeara y compartieron el calor. Juntas contemplaron las veloces aguas fuera de su alcance, iluminadas por los relámpagos.
—Maté a mi padre —susurró Lexa.
Raven la miró. Bajo un destello de luz, le vio los ojos cuando alzó la cabeza, que estaba apoyada contra su pecho, y distinguió perlas de agua en las pestañas. Con las manos alrededor de su cintura, y las de Lexa alrededor de ella, era lo más cerca que había estado de una mujer desde Harper.
—Mi padre era un hombre furioso y violento —dijo Lexa—. Un asesino. Lo amaba. Y lo estrangulé mientras yacía en el suelo, mirándome, incapaz de moverse. Maté a mi propio padre.
Raven no la instó a seguir hablando, aunque quería saber.
Necesitaba saber.
Por fortuna, ella continuó hablando de su infancia y los terrores que había conocido. Raven pensaba que su vida era terrible, pero había una cosa que había tenido y quizás no había valorado lo suficiente: unos padres que la amaban. Roshone había llevado a la misma Condenación a Piedralar, pero al menos los padres de Raven siempre habían estado allí para ofrecerle su apoyo.
¿Qué habría hecho, si su padre hubiera sido como el hombre tiránico y odioso que Lexa describía? ¿Si su madre hubiera muerto ante sus ojos? ¿Qué habría hecho ella si, en vez de vivir de la luz de Tien, hubiera tenido que dar luz a la familia?
Escuchó asombrada. Tormentas. ¿Por qué no estaba rota esa mujer, verdaderamente rota? Se describía así, pero no estaba más rota que una lanza con la punta mellada, y una lanza así todavía podía ser un arma tan afilada como cualquiera. Prefería una con una marca o dos en la hoja, un mango gastado. Una punta de lanza que hubiera conocido el combate era… mejor que una nueva. Así sabías que la había empleado un hombre que luchaba por su vida, y que había permanecido firme, sin romperse. Marcas como esa eran signos de fuerza.
Sintió un escalofrío cuando mencionó la muerte de su hermano Helaran, la voz llena de furia. Helaran había muerto en Alezkar. A manos de Amaram.
«Tormentas… Lo maté yo, ¿no? —pensó Raven—. El hermano al que amaba». ¿Se lo había dicho?
No. No, no había mencionado que había matado al portador de esquirlada, solo que Amaram había matado a sus hombres para cubrir su ansia por el arma. Se había acostumbrado, a lo largo de los años, a referirse al hecho sin mencionar que había matado a un portador. Sus primeros meses como esclava le habían demostrado a golpes los peligros de hablar de una cosa así. Ni siquiera se había dado cuenta de que había adoptado esa costumbre al hablar.
¿Lo había advertido ella? ¿Había deducido que Raven, no Amaram, era quien había matado al portador de esquirlada? No parecía haber establecido esa relación. Continuó hablando, relatando lo ocurrido la noche en que (también durante una alta tormenta) había envenenado y luego asesinado a su padre.
Todopoderoso en las alturas. Esta mujer era más fuerte de lo que Raven lo había sido jamás.
—Y por eso decidimos buscar a Anya —continuó, volviendo a apoyar la cabeza en su pecho—. Ella… tenía un moldeador de almas, ¿sabes?
—¿Querías ver si podía arreglar la vuestra?
—Eso habría sido demasiado racional. —Raven no pudo ver su gesto de desdén hacia sí misma, pero de algún modo lo captó—. Mi plan, siendo como soy estúpida e ingenua, era cambiar la mía por la suya, volver con una que funcionara y así conseguir dinero para la familia.
—Nunca habías salido de las tierras de tu familia antes.
—Así es.
—¿Y fuiste a robarle a una de las mujeres más listas del mundo?
—Pues… sí. ¿Recuerdas lo de «estúpida e ingenua»? De todas formas, Anya lo descubrió. Por fortuna, intrigué bien y accedió a tomarme como pupila. El matrimonio con Clarke fue idea suya, una forma de proteger a mi familia mientras me formaba.
—Mmm —dijo Raven. Los relámpagos destellaron en el exterior. Los vientos parecían arreciar aún más, si eso era posible, y tuvo que elevar la voz aunque Lexa estaba allí mismo—. Qué generosa, para tratarse de una mujer a quien intentaste robar.
—Creo que vio algo en mí que…
Silencio.
Raven parpadeó. Lexa no estaba allí. Sintió un momento de pánico, buscó alrededor, hasta que se dio cuenta de que la pierna ya no le dolía y que el aturdimiento que sentía (por pérdida de sangre, conmoción y posible hipotermia) había desaparecido también.
«Ah —pensó—. Esto otra vez».
Inspiró profundamente y se levantó, dejando atrás la oscuridad para acercarse al borde de la abertura. La corriente se había detenido, como solidificada, y el hueco, que Lexa había hecho demasiado bajo para poder estar en ella de pie, la albergaba en toda su altura.
Se asomó y se enfrentó a la mirada de un rostro tan grande como la misma eternidad.
—Padre Tormenta —dijo Raven. Algunos lo llamaban Titus, Heraldo. Sin embargo, esto no encajaba con lo que Raven había oído de ningún heraldo. ¿Era tal vez el Padre Tormenta un spren? ¿Un dios? Parecía extenderse hasta el infinito, y sin embargo distinguía un rostro en su inabarcable extensión.
Los vientos se habían detenido. Raven podía oír los latidos de su propio corazón.
HIJA DE HONOR. En esta ocasión el ser le habló. La última vez, en mitad de la tormenta, no lo había hecho, aunque sí en sueños.
Raven miró hacia el lado, comprobando de nuevo si Lexa estaba allí, pero ya no pudo verla. No era parte de esta visión, fuera lo que fuese.
—Ella es uno de ellos, ¿verdad? —preguntó—. Uno de los Caballeros Radiantes, o al menos una potenciadora. Eso es lo que pasó cuando luchamos contra el abismoide, por eso sobrevivió a la caída. No fui yo ninguna de las veces. Fue ella.
El Padre Tormenta rugió.
—Syl —dijo Raven, mirando de nuevo aquel rostro. Las mesetas ante ella habían desaparecido. Estaban solos el rostro y ella. Tenía que preguntarlo. Le dolía, pero tenía que hacerlo—. ¿Qué le he hecho?
LA HAS MATADO. La voz lo hacía temblar todo. Era como si… como si el temblor de la meseta y su propio cuerpo crearan los sonidos para la voz.
—No —susurró Raven—. ¡No!
SUCEDIÓ IGUAL QUE ANTES, dijo el Padre Tormenta, furioso. Una emoción humana. Raven la reconoció. LOS HOMBRES NO SON DE FIAR, HIJO DE TANAVAST. ME LA HAS QUITADO. MI AMADA.
El rostro pareció retirarse, desvaneciéndose.
—¡Por favor! —gritó Raven—. ¿Cómo puedo arreglarlo? ¿Qué puedo hacer?
NO PUEDE ARREGLARSE. ELLA ESTÁ ROTA. ERES COMO LOS QUE VINIERON ANTES, LOS QUE MATARON A TANTOS DE LOS QUE AMO. ADIÓS, HIJA DE HONOR. NO CABALGARÁS DE NUEVO MIS VIENTOS.
—No, yo…
La tormenta regresó. Raven se desplomó en el hueco, jadeando ante el súbito regreso del dolor y el frío.
—¡Por el aliento de Becca! —exclamó Lexa—. ¿Qué ha sido eso?
—¿Has visto el rostro? —preguntó Raven.
—Sí. Era enorme… Pude ver estrellas en él, estrellas dentro de estrellas, infinitud…
—El Padre Tormenta —dijo Raven, cansada. Extendió la mano para coger bajo su cuerpo algo que brillaba de repente. Una esfera, la que Lexa había dejado caer antes. Se había vuelto opaca, pero ya estaba renovada.
—Ha sido sorprendente —susurró ella—. Tengo que dibujarlo.
—Buena suerte, con esta lluvia —replicó Raven. Como para reforzar su argumento, otra oleada las alcanzó. El agua se revolvía entre los abismos, giraba y a veces los golpeaba. Estaban sentadas en varias pulgadas de agua, pero la corriente ya no amenazaba con llevárselas.
—Mis pobres dibujos —dijo Lexa, llevándose el zurrón al pecho con la mano segura mientras se aferraba e él (lo único que tenía para agarrarse) con la otra—. El zurrón es impermeable, pero… no sé si es a prueba de altas tormentas.
Raven gruñó, contemplando el fluir del agua. Había un patrón hipnótico en ella, mientras arrastraba plantas rotas y hojas. No había cadáveres, ya no. Las aguas se alzaron formando un bulto, como si atropellaran algo grande debajo. El cadáver del abismoide, advirtió, seguía atascado allí. Pesaba demasiado para que la riada se lo llevara. Guardaron silencio. Con luz, la necesidad de hablar había pasado, y aunque Raven pensó en decir lo que estaba cada vez más segura que era Lexa, prefirió callar. Cuando estuvieran libres, habría tiempo. De momento quería pensar, aunque seguía alegrándose de su presencia. Y consciente de ello en más de un sentido, apretujada contra ella y con aquel vestido mojado, cada vez más hecho jirones. Su conversación con el Padre Tormenta, sin embargo, distrajo su atención de ese tipo de pensamientos.
Syl. ¿De verdad la había… matado? Había oído su llanto antes, ¿no?
Trató, a modo de fútil experimento, de absorber un poco de luz tormentosa. Casi quería que Lexa la viera, calibrar su reacción.
No funcionó, naturalmente.
La tormenta pasó lentamente, la riada remitió poco a poco. Después de que las lluvias se redujeran al nivel de una tormenta corriente, las aguas empezaron a fluir en la otra dirección. Era como Raven había imaginado siempre, aunque no lo había visto. En ese momento la lluvia caía más al oeste, no tanto en las Llanuras mismas, y el desagüe se producía al este. El río volvía, mucho más lentamente, por donde había venido. El cadáver del abismoide emergió de entre las aguas. Entonces, por fin, la riada acabó y el río se redujo a un hilillo, la lluvia a un chispeo. Las gotas que caían de las mesetas de arriba eran mucho más grandes y más pesadas que la lluvia misma. Raven se dispuso a bajar, pero advirtió que Lexa, enroscada contra ella, se había quedado dormida y roncaba suavemente.
—Debes ser la única persona que se ha quedado dormida en medio de una alta tormenta —susurró.
A pesar de la incomodidad, advirtió que en realidad no le convencía la idea de bajar con la pierna herida. Sin fuerzas, sintiendo una aplastante oscuridad por lo que el Padre Tormenta había dicho sobre Syl, sucumbió al aturdimiento y se quedó dormida.
