Cap 2:1ª parte
La reina en el tablero
Ya desde el principio destacó. Era imposible que pasara desapercibida, y no sólo por su belleza. Un aura resplandeciente parecía envolverla. Era extrovertida, determinada, podía encandilar con su mirada y su sonrisa, y era inteligente y sabía lo que tenía y cómo emplearlo. Sabía de su poder y no le faltaba ambición.
Snape había ido a visitar a su alumno. Ya al día siguiente habían empezado las fiebres, y las noches del muchacho eran inquietas. La poción aplicada en los trapos fríos sobre la frente apenas sí lo calmaban. Pero al menos todo ello parecía indicar que su cuerpo estaba luchando por sobrevivir. La vida permanecía. Aunque los ojos se mantuvieran cerrados. ¿Por dónde debía de vagar su mente en esos momentos? Snape sabía cómo de delicado era su estado.
Se recostó en el asiento. Sus sospechas se habían confirmado. Lucius había llevado entre las manos un plan oscuro y elaborado, que implicaba a su hijo en alguna forma. Recordó las reuniones entre el Malfoy y el Señor Tenebroso. Años atrás, se había sabido entre las filas de mortífagos que tramaban algo grande, algo que les aseguraría su victoria en la batalla cuando la gran guerra ya estaba a punto de estallar. No dieron a conocer esos planes, pero rumores y chismorreos entre los oscuros estaban a la orden del día. Fue por aquel entonces que Narcisa quedó encinta. Y se supo que al tener al niño éste fue llevado con frecuencia a presencia del Tenebroso. Sea lo que fuera lo que se tramaba, tenía algo que ver con ese pequeño bebé. ¿Había concebido Lucius ese bebé con un fin determinado? Al poco la guerra comenzó, y Lord Voldemort fue derrotado mismamente por un bebé. Pero nunca se había marchado del todo. Había permanecido oculto, recuperando y reuniendo fuerzas, listo para renacer de nuevo con todo su poder en el momento oportuno y llevar a cabo todo aquello que se quedó a medias. Y entonces Severus Snape sintió cómo Draco también podía resultar ser un asunto pendiente. Y no se había equivocado. Aquel puzle no se reconstruiría del todo hasta que el muchacho despertara y les revelara lo ocurrido en aquel momento en que se encontró a solas con su padre. ¿Qué le fue revelado? Dumbledore y los demás profesores habían hecho sus propias conjeturas basadas en lo que habían llegado a ver y lo que les habían contado Pansy y Amy. No andaban muy lejos de la verdad. El temblor del edificio de Hogwarts aportaba una sospecha muy definida. Pero ese presentimiento no era tan fácil de aceptar.
Una fuerte mano le apartó el grasiento cabello del rostro mientras observaba al muchacho en la cama de la enfermería. Era claro hijo de su padre, de él había heredado sus facciones. Sin embargo, había algo que lo diferenciaba, algo indescriptible que evocaba en él una esencia distinta, que evocaba en Severus el recuerdo de su madre. Nunca lo había visto como a un alumno más. No sólo había sido por la preocupación que le rondaba la cabeza desde el instante de su nacimiento, sino también por ella y, porque, al igual que ella, ese muchacho pálido lo había acabado atrapando, sólo que de una forma distinta a como ella lo había hecho.
En su primer día en Hogwarts ya lució resplandeciente, ya a nadie le pasó desapercibida, atrajo la atención de todos. Esa pequeña niña de resplandeciente pelo rubio, fino y ligeramente ondulado, que entonces le llegaba sobre la altura de los hombros. Su piel era rosada y fresca, con facciones jóvenes que nunca llegaron a esfumarse del todo. En su cara esos grandes y brillantes ojos azules, despiertos y espabilados, la pequeña nariz, sus labios... Sólo era una niña, cierto, pero su infantil figura dejaba vislumbrar lo que llegaría a ser. Ella era consciente de su belleza. Estaba acostumbrada a lo que ello representaba. Y era ambiciosa. Él lo supo ver.
A Snape tampoco le pasó desapercibida, pero aunque su belleza le llamara un instante la atención, no más que eso, ya que a él no le interesaban las cosas bellas, sabía ya de lo engañoso de la belleza, y era algo que más bien había llegado a despreciar. Fue lo que palpitaba en ella lo que no lo dejó indiferente. Esa astucia, ese pleno conocimiento y uso de su poder, lo que despertó su interés. La inteligencia con que sabía manejar todo lo que la rodeaba, sutilmente, siempre a su favor. Eso hizo nacer en él secreta admiración y respeto, y la convirtió en lo que él definió de manera prepotente como un interesante espécimen de estudio. Sí, era un chico solitario, de poco trato con los demás. No sabía divertirse como los otros niños, pues la vida no le había llevado a ser uno más. Y tenía manías extrañas. Como ésa. Una forma curiosa de hacer pasar el aburrimiento en medio de tantas presencias insignificantes a su alrededor, lo de dedicarse a observar aquello que, como él mismo, aunque de distinto modo, se salía de lo habitual. Aquello que formaba parte de la zona reservada de lo especial. Aunque ella fuera de lo que brilla, y él de lo que permanece oscuro.
También había un punto inclasificable. Snape podía decir, para su sorpresa y secreto orgullo, que tenía un amigo. Un compañero de su misma edad, que resplandecía igual que aquella pequeña recién ingresada (para orgullo de todos los Slytherin) en su Casa. Pero, aunque tremendamente parecido en la fascinación y respeto que provocaba en los demás, y en su conocimiento de ello y la habilidad de manipular, tenía una esencia claramente distinta. Ese algo que le había hecho acercarse a Snape, atraído por la oscuridad que trasmitía. Sí, le atraía lo tenebroso, y era ambicioso, y mucho, de una forma distinta a la de ella. A Severus no le pasó desapercibido cómo su compañero miró a la recién llegada a Hogwarts, y cómo al ser asignada a su Casa una sonrisa adornaba su mirada de deseo. Sería para él. No ahora, sino cuando llegara el momento. No había duda.
Y así aquel muchacho de aspecto sombrío y huraño quedó atrapado entre ellos dos.
Reflexiones. Cap 2, segunda parte.
Jugador improvisado
Los años fueron pasando. Narcisa fue creciendo, madurando su belleza. Igualmente crecieron Lucius y Severus. El primero con el aspecto majestuoso que ya se le auguraba. Lo previsible se hizo evidente. Ella quería lo mejor, y sabía dónde encontrarlo. Clase, poder. Sus miradas al rubio, disfrazadas de timidez, dejaban claras las intenciones. La que creía cazar, segura de su éxito como siempre, se acercaba al cazador de forma realmente tan ingenua que a Snape la situación le resultaba hasta graciosa y mediocre. Ese juego tonto. Por suerte él no esperaba ni esperaba verse nunca atrapado en un juego así. Narcisa, no queriendo ser directa, queriendo asegurarse la atención de Lucius ya que él aún no parecía haber empezado a jugar sus fichas, optó por una vía clásica. Acercarse al amigo. A ese extraño amigo del chico al que quería conseguir. El moreno destacaba por sus notas. Ampliamente en Pociones y en Defensa Contra las Artes Oscuras. Las notas de ella no eran para nada malas, pero podían mejorar. La excusa era perfecta. Y logró afrontar al esquivo y huraño muchacho, consiguiendo que éste aceptase echarle una mano en las asignaturas. Sabiéndose bajo la mirada del Malfoy jugó sus cartas.
Ya podía haber optado por una vía más directa, si al final el resultado iba a ser el mismo, pensaría más adelante Severus. Porque, sin quererlo, esas siempre impredecibles redes no pretendidas por nadie pero igualmente tejidas, lo acabaron alcanzando también a él.
¿Por qué había aceptado formar parte de aquello? Debía de haberse negado rotundamente. Se vanagloriaba de ser el observador. Y creerse intocable le jugo una mala pasada. Pisó en falso y se deslizó dentro del tablero.
Narcisa resultó ser una agradable compañera. Inteligente, aguda. Incluso ella realmente empezó a interesarse por lo que en principio sólo fuera un pretexto para alcanzar su meta. Lucius permanecía indiferente. Mientras, ellos dos se iban conociendo y superando barreras. Sus charlas eran productivas, ella mejoró sus notas y su interés en lo que aprendía era evidente. Él encontró un nuevo interés en sus clases, el placer de descubrir, y dar a conocer aquello descubierto, trasmitir esos conocimientos adquiridos. Disertar sobre ello, y descubrir más aún. Además la presencia de la chica le aportaba una extraña paz, algo que siempre agradecía Snape en aquellos tiempos en que él resultaba ser la víctima preferida un grupo impertinente y incordiante de griffindors que se la tenían jurada. Con el tiempo, inesperadamente para los dos, lo suyo se volvió amistad envuelta de complicidad mutua. Y cada uno conocía bien las reglas del otro, como la de no inmiscuirse en sus asuntos. Ambos eran orgullosos. Por ejemplo Narcisa nunca se implicaría en sus problemas con los merodeadores, algo que él no habría recibido nada bien. Eso eran sus asuntos. Y su relación siguió siendo buena y, sin apenas darse cuenta, la belleza de ella fue renaciendo para él. Llegó a desear que aquella muchacha fuera suya e incluso llegó a parecerle posible. ¿Quizás ella sería capaz de atravesar la última barrera? Y él no lo sabía, pero en ella también habían nacido las dudas. Por primera vez en su vida se sentía confusa, sin tener nada claro lo que quería.
Y entonces fue cuando el jugador olvidado y ganador indiscutible decidió que ya era hora de actuar. Snape creía saber por qué decidió actuar entonces. Sabía que se percató de lo que estaba ocurriendo. Y nunca sabría si culparle por ello o achacarlo a lo inevitable. Nunca supo por qué esperó Lucius a ese momento en vez de avanzar antes. Si fue un maquiavélico plan o sólo fruto del azar. Sin embargo, supo hacerlo con maestría y elegancia, antes de que ocurriera nada real entre ellos dos, si es que ese algo hubiera podido llegar a suceder. Lo cierto es que ella enseguida se apartó del moreno, recordando cuál era su objetivo. Durante un tiempo Snape odió a Lucius en silencio por arrebatársela y a ella por ser ella misma. Eso que al principio le había resultado tan interesante en la muchacha se había vuelto contra él. Pero no pudo más que resignarse, recriminarse el haber llegado a creer en algo que ya de niño había comprendido que no era más que una falacia y que, desde luego, no era para él y nunca habría de serlo.
Incluso, con el tiempo, llegó a sentir lástima por Narcisa. Lucius supo mantenerla a su lado confiada. Lo que sólo Snape pudo ver fue que, pese a todo, estaban hechos de pastas diferentes. Más allá del aspecto, de la posición, del poder y la ambición. Esa muchacha había crecido querida y mimada por todos, y no esperaba que eso pudiera llegar a cambiar. Eso lo veía como algo intrínseco al matrimonio, algo tan evidente y natural que no cabía preocuparse. Había cambiado de unas manos protectoras y seguras a otras. Pero, una vez atrapada, Lucius revelaría cómo en él no había lugar para el cariño y el amor. Había adquirido una pieza valiosa. Con los años, Severus fue capaz de percibir cómo la sonrisa que era capaz de iluminar el día más oscuro se iba apagando poco a poco detrás de una máscara casi perfecta. Sufrió por ella, pero era ella la que había elegido dejándole a él atrás. Y ella nunca reconocería que se había equivocado, que no vivía la vida perfecta que representaba de cara a los demás. Pero él podía ver el dolor tras sus ojos. Y ella lo sabía. Pero ninguno de los dos admitió nunca nada.
Severus Snape suspiró. De todas formas no creía que él mismo hubiera sido capaz de ofrecerle lo que ella deseaba.
Observó al muchacho que le traía todos aquellos recuerdos del pasado. Se interesó por el joven Malfoy por muchas cosas. Primero, por ser el hijo de ella. Segundo, por todos los rumores que habían corrido entre las filas de mortífagos. Y además, pese a que en apariencia eran tan distintos, le provocaba un cierto apego el imaginarse su situación en aquella familia. Siendo como habían sido las cosas, tenía una ligera idea. Le produjo simpatía al pensar en su propia situación cuando él había sido niño. Aunque imaginaba que las cosas no habían sido para nada iguales, sí percibía un cierto paralelismo. Por último, estaba su función de controlarlo por si seguía los mismos pasos que su padre (que también fueron los de Snape en su momento). De todas formas, creía que cada cual era libre de elegir lo que defendía y lo que no, de elegir sus propios principios. Aunque no se negaba que en el fondo había aspirado a, en el momento de la verdad, poder convencerlo de no seguir ese camino.
Pero, llegado ese momento, ironía del destino, eso ya no habría de ser una preocupación.
-Fin del capítulo 2-
