¿Es bueno despertar?
Amy observó a Pansy sentada a su lado mientras ésta comía despistadamente el desayuno con los ojos distraídos. Ya estaban a finales de septiembre y el estado de Draco no parecía mejorar. Tendía a tener fiebre y temblores y se veía que su cuerpo sufría. Su mente la mayor parte del tiempo parecía estar tranquila, sin embargo, como vagando por algún lugar distante, independiente del cuerpo, aunque alguna noche Madam Pomfrey le había oído murmurar en medio de alguna pesadilla. Le tranquilizaba pensar que, excepto en esas ocasiones, el alma del muchacho debía de reposar tranquila, ajena a todo lo demás. Era algo reconfortante, no sabía muy bien por qué pero así era. En alguna ocasión había tratado de transmitir esa idea a su compañera Slytherin, pero ella simplemente la miraba en silencio un momento, sin hacer ningún comentario, y al poco apartaba la mirada, pensativa y con un leve deje de preocupación. No parecía que la idea la reconfortara mucho.
Pansy se veía bastante afectada por la situación. No lo mostraba visiblemente, pero estaba más taciturna de lo habitual, no se la veía hacer las cosas con demasiado interés y se molestaba con facilidad. Amy suspiró tristemente. No le gustaba verla así. Cierto que la había conocido ese mismo mes, pero la muchacha de casi 16 años había calado profundamente dentro de la más joven.
Amy era de naturaleza tímida, poco habladora, callada, y la gente tendía a dejarla bastante de lado al ver que tendrían esforzarse un poco para ganarse la confianza de esa chiquilla. Tenía un par de compañeras de habitación, pero no había logrado congeniar con ellas, entrar en esas charlas suyas, y ellas tampoco se habían interesado lo más mínimo en esa poquita cosa que tenían por compañera. Con Pansy había sido distinto. Cierto que Amy había sido capaz de dar un paso importante al acercarse a Draco y con eso a ella, alentada por una misión que cumplir. Pero desde el primer momento Pansy se abrió a ella, y eso fue muy importante para la pequeña.
Ya en el principio admiró la personalidad de esa muchacha de pelo largo negro y rizado. Arrolladora, vivaz, enérgica. Con coraje. Así querría ser ella. Se sentía tan a gusto con su compañía, confiada. Allí, recién entrada en ese nuevo mundo que representaba Hogwarts, lejos de su familia (exceptuando a su tío), amigas del pueblo donde había crecido, lo agradecía de veras. Pero ahora Pansy estaba triste. Y Amy se sentía culpable. Si hubiera sido capaz de evitar esa situación... Después de todo ella tenía que vigilar a Draco Malfoy. Y, sin embargo, había dejado que saliera del castillo, luego lo había perdido de vista, se había derrumbado... Si no hubiera sido por la mano que Pansy le había ofrecido entonces ni siquiera habría sido capaz de encontrarlo y de invocar al fénix. Ojalá fuera más fuerte, ojalá hubiera reaccionado más rápidamente. Y ahora no tendría que ver a la que ya consideraba una gran amiga así.
Después de desayunar, se dirigieron lentamente a la enfermería, como cada mañana. La verdad es que Amy apenas había cruzado alguna palabra con el rubio y éste continuaba siendo prácticamente un desconocido para ella. Si alguna clase de conexión había entre ellos, no pasaba del hecho de haber recibido ella el encargo de vigilarlo y poco más. Pero aún así Pansy le permitía acompañarla a visitarlo sin decir nada, como dándolo por natural. Quizás sentía la culpabilidad de Amy, esa sensación de deuda que, de momento, sólo podía saldar acudiendo a visitarlo como si eso pudiera servir de algo.
-¡Hola, queridas! ¡Adelante! -Las recibió amablemente la señora Pomfrey en su uniforme blanco.
-¿Cómo ha pasado la noche? -Preguntó Pansy.
-Ha sido una noche tranquila.
-¿Cómo lo ve?
-Pues... por ahora sigue igual. Sin cambios... -Respondió ella.
-Bueno, pero aún está aquí... -Musitó la muchacha.
-¡Claro que sí! -Exclamó la mujer de mediana edad con convicción. -No hay que pensar lo peor, es cierto que la Fiebre Blanca a veces se ha llevado a alguien (bueno, en realidad a menudo), pero Draco es joven y tiene mucho por delante, seguro que se repondrá.
Pero era evidente cómo esas palabras confiadas no eran más que para reconfortarlas. Era evidente la preocupación de la mujer en lo que tocaba al chico. Había que sumar a la enfermedad en sí la fea herida que, aunque ya casi curada, había sido grave y le había hecho debilitarse mucho. De hecho, mientras permanecía en la cama, sin despertarse ni comer apropiadamente, su cuerpo iba debilitándose cada vez más.
Después de que la enfermera saliera dejándoles solos y recordándoles que tenían que ser puntuales a la primera clase de la mañana, Amy observó el rostro de Draco. Ese rostro alargado y terriblemente pálido, de facciones delicadas y enigmáticas, las cejas y el cabello finos, de un rubio claro y brillante. Le habría gustado conocerlo más. Era un chico enigmático, en cierta forma misterioso, que le había parecido huraño y reservado pero que, por los comentarios de Pansy, sabía de su actitud algo diferente desde que había empezado 6º curso. La verdad es que era comprensible. Su padre había sido encerrado en Azkaban, y había pasado todo el verano cuidando de su madre enferma de, nada más y nada menos, la Fiebre Blanca. Observado recelosamente por los demás alumnos ante la fuerte posibilidad de estar cooperando con Lord Voldemort. La niña de ojos verdes pensó en el día de la tragedia, la carta que, como le habían contado a ella y a Pansy después, transmitía la noticia de la muerte de Narcisa. De seguro debió de ser un golpe terrible y, encima, luego aparece su padre y... Amy escondió el afligido rostro entre sus manos y de repente le asaltó una triste idea. Quizás... Quizás fuera mejor para él no despertar... Porque, entonces, se tendría que enfrentar a todo aquello. Sintió pena, mucha pena. Sin apenas darse cuenta, unas lágrimas corrieron por sus mejillas. Pansy se percató de ello y dejó su estado meditativo para girarse con presteza hacia ella, la preocupación reflejada en sus gestos.
-¿Amy? ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?
Ésta trató de recuperar la compostura como pudo, secándose las lágrimas con la mano, hasta que la otra le pasó un pañuelo.
-¿Estás bien? -Una mano apretó su hombro aportándole de nuevo la fuerza que siempre parecía faltarle.
-Yo... no es nada...
Pansy la miró seria y pensativa.
-Escucha... Ya te dije que no tenías que sentirte culpable por nada de lo que pasó... No había nada más que pudieras haber hecho. Las cosas fueron como fueron y ya está. Nada más.
-No. De verdad que no es eso... Sólo...
-¿Sólo qué?
-Sólo pensaba que... -Se detuvo. Amy no creía que fuera apropiado decirle algo así...
Pansy tomó el rostro de la pequeña entre sus manos y la miró con calma. Amy sintió como el calor le subía al rostro.
-Vamos. Suéltalo...
-Sólo... Ya sé que no tendría que pensar algo así pero... Tal vez... ¿no sería mejor que no despertara?
Pansy dejó caer sus manos de sopetón y la miró entre pasmada y algo más indescifrable.
-Bueno, verás... -Amy trató de explicarse. -Con todo lo que le ha pasado...
La otra muchacha se volvió a sentar en la silla de la que se había levantado el momento antes, apoyando los codos en las rodillas mientras observaba cansinamente al muchacho que dormía con rostro sereno.
-Ni siquiera sabemos qué pasó. -Murmuró.
Enseguida volvió a levantarse y se acercó a Amy con una leve sonrisa triste, pasándole un dedo por la mejilla suavemente.
-Y tú llorabas por eso...
Apartó la mano de su rostro y la abrazó con delicadeza.
-¿Sabes? Eres demasiado dulce y sensible...
Amy no quería ser dulce y sensible. Pansy la abrazaba como su tío la había abrazado aquel día. Parecía que siempre tenía que coger fuerza de los demás. Y no era así como tenía que ser. Tenía que ser más fuerte. Pero se sentía tan a gusto entre esos brazos... El largo cabello de Pansy le hacía cosquillas en las mejillas y era muy agradable... Sintió que quería ser ella quien la protegiera, y para eso aún tenía que madurar mucho.
Poco a poco se separaron.
-¿Sabes? -Pansy miró a Draco, apartándole con cuidado unos mechones de la frente. -Confío en su fuerza.
Amy observó atenta su mirada al muchacho. Y, casi inconscientemente, la pregunta salió de sus labios.
-Pansy... A ti, ¿te gusta Draco?
Ni siquiera sabía por qué se lo preguntaba. Simplemente, en ese momento, sintió la necesidad de preguntárselo, de saberlo. Pero, ¿qué más le daba a ella, realmente?
-¿Eh?
Pansy tardó un poco en responder a la inesperada y repentina pregunta.
-Pues... eso. -Respondió la otra nerviosa.
-¿A qué viene esa pregunta? -Inquirió la mayor algo azorada y muy extrañada.
Amy acabó de arrepentirse totalmente de haber hecho esa pregunta. Sonrojada, se giró rápidamente hacia la puerta.
-Déjalo. No importa. Vamos, llegaremos tarde nuestras clases.
-Espera.
La de ojos azul marino la cogió del brazo con fuerza. Pansy la miró dubitativa, sujetándola aún con una mano mientras la otra la apoyaba en la frente apartándose el cabello.
-No importa. No te cortes... Si es porque te gusta Draco...
-¡No, no es eso!.. -Interrumpió azorada Amy con una débil voz.
-...No tienes que preocuparte... -Continuó la otra muchacha sin hacer caso a la interrupción. -A ver, es cierto que hace unos años estuve bastante encaprichada de él, no lo voy a negar pero, bueno... Él pasó olímpicamente y sólo fue eso, un capricho tonto... Con el tiempo, bueno, supongo que senté un poco la cabeza y dejé eso a un lado... De hecho, ahora... -Se acercó a donde estaba él ignorante de toda aquella conversación. -Viéndolo sólo como un amigo, estoy mucho mejor con él.
¿Qué era lo que hacía que Amy no acabara de creerse esas palabras? ¿Era la forma de decirlo, el hecho de que mientras decía esas palabras sus ojos miraran con gran dulzura a Draco, que ahora se veía tan frágil, mientras le rozaba la frente suavemente con el dedo?
Prefirió no hacer ningún comentario y permaneció en silencio mientras se dirigían a sus respectivas clases.
...
Unos días después...
Muchos temen el pensar que no hay nada en la muerte. Gustan de pensar en cielos o en infiernos, en felicidad eterna o en desgracia, pero no en la nada. Pareciera que eso fuera más angustioso para ellos que el temor de un castigo eterno. No, no es exactamente eso. Lo que ansían es un paraíso, una continuidad... ¿Por qué ese deseo, esa angustia en, simplemente, desaparecer? ¿No es ese el mejor final? El verdadero descanso definitivo. ¿Para qué buscar algo más, para que inventarse historias, para que buscar algo más allá? ¿Es que no desean regresar al principio? Ese es el paraíso, el merecido descanso. El olvido, el fundirse en el silencio de pensamientos, de deseos, de sueños y del sentir. Quizás por eso morimos de viejos. Por ese cansancio acumulado en la mente, en el alma. Esperando que ese sueño sea ya el último, pues ya hemos vivido suficiente. A veces, ese agotamiento llega prematuro. A veces el descanso es ansiado por los jóvenes pero, sin embargo, incapaces de refugiarse en él, han de continuar adelante, arrastrando el peso de los días y de los años. ¿Y si éstos pudieran elegir?
La conciencia llegó lentamente, alejando las brumas. Llegaron a él una blanca claridad hiriéndole los ojos, dando paso a formas extrañas y confusas definiéndose lentamente. El blanco lo recibió. Blancas paredes, blanco techo. Torció el cuello y vio una ancha ventana a su derecha. Sentía el cuerpo dolorido. El tacto de la almohada en su mejilla era húmedo, empapada de sudor. No reconocía aquel lugar. Nada tenía sentido todavía en su mente adormecida recién despertada de un muy largo sueño. Solo sentía un profundo cansancio arraigado en lo más hondo y una sensación extraña, que había ido percibiendo a medida que era arrastrado inevitablemente a regresar a la superficie de la realidad. Una extraña angustia, una alerta, que no hacía más que aportar más sin sentido a la situación. ¿A dónde sentía esa necesidad de regresar urgentemente, si no sabía ni en dónde estaba?
Vio un par de sillas en el mismo lado de la ventana. Le extrañó su presencia, algún rinconcito de la mente le decía que no había nadie para ocupar esos asientos, que estaban destinados a permaneces vacíos, inútiles, sin nadie que acudiera. ¿Por qué? Ni siquiera sabía qué hacía él ahí, ni quién era él.
En ese momento la puerta de la habitación se abrió, dejando paso a una mujer de mediada edad, de rostro redondo y amable, vestida con unas ropas igual de blancas que el resto de la habitación. Habló con voz fuerte y clara mientras atravesaba el marco de la puerta.
-Bueno, vamos a ver qué tal se encuentra nuestro muchacho hoy, después de tan mala noche...
La voz se congeló al encontrarse su mirada con aquellos ojos grises tan característicos que la miraban con curiosidad.
-¡Pero, bueno, qué sorpresa tan maravillosa! -Exclamó con alegría.- ¡Si estás despierto!
Se acercó presurosa a él, examinándole el pulso mientras lo miraba exultante y sonriente.
-¿Qué tal te encuentras? Debes de estar exhausto, han sido muchos días de fiebre y temblores. Pero, aquí estás. Lo has conseguido. Es estupendo. Tienes un cuerpo muy fuerte, ¿lo sabías?
El chico, pálido como la muerte, no hacia más que mirarla sin decir nada, sin tener ni idea de qué hablaba aquella mujer. Sin embargo, le resultaba vagamente familiar...
-Dime, ¿cómo te sientes? Enseguida iré a avisar al director y al profesor Snape de que por fin has despertado.
Se suponía que esos nombres le tenían que decir algo, pero siguió mirando aquella mujer con rostro confundido. Percatándose, la señora Pomfrey lo examinó con ojos de experta. Había sobrevivido a algo duro, podría sufrir alguna secuela física o mental. Se preocupó bastante.
-Dime, Draco, ¿puedes oírme?
Él la miró en silencio. Entonces abrió los labios. Sentía la boca seca y le costó articular los sonidos.
-¿Draco.?..- Murmuró apenas audible, y la miró con esos enigmáticos ojos grises mientras arrastraba la palabra.
A la señora Pomfrey le invadió una sospecha.
-Ajá. -Asintió suavemente. -Ese es tu nombre. ¿No recuerdas nada?
Él negó con la cabeza.
-Bueno, acabas de despertar, es normal que aún te sientas cansado y confuso. Puede que al principio no recuerdes nada, pero quizás poco a poco... -Lo miró dubitativa.
-¿Dónde... estoy?
-Esto es la enfermería de Hogwarts.
-Hogwarts.
-Exacto. La gran escuela Hogwarts de Magia y Hechicería. Aquí estudias tú. Draco Malfoy.
Draco Malfoy. Malfoy. El sonido de su nombre y apellido produjeron en Draco un extraño malestar. Cerró los ojos tratando de alejar esa sensación desagradable.
-Ahora debes descansar. Sobretodo no te presiones. Descansa, más tarde te traeré algo de comer, pues tu cuerpo está muy debilitado. Necesitas alimentarte como Dios manda. Mira qué delgado te has quedado. Y después, cuando hayas reposado lo suficiente y recuperado algo de fuerzas, avisaré a tus profesores y a tus pequeñas amigas. -Le guiñó un ojo. -Ya verás qué agradable sorpresa tendrán. -Dicho esto salió alegre cerrando la puerta con suavidad.
Draco observó en silencio la puerta. Dos palabras se le había quedado registradas, grabadas a fuego. Draco Malfoy. Malfoy. Y el recuerdo vino inexorablemente. Doloroso y ardiente. Inevitable.
