¡Por fin! Después de varias semanas de mantenerme incomunicada he podido tener tiempo suficiente para usar el internet. Lo que pasó fue que tenía el tiempo exacto para publicar el capítulo, pero no para revisarlo y responder los reviews. En algún momento pensé en abandonar el fic por completo, sin embargo, ya llevo escrito demasiado... (Digo escrito, no publicado), y no quería que fuese tiempo desperdiciado, ni para mi ni para Mayra que se tomó la molestia de ser mi beta. ¡Gracias Alexms! Creo que eso es todo, solo me resta decirles: ¡Disfruten el capítulo!
Capítulo III
Harry pudo por fin dirigirse hacia las habitaciones que ocupara tiempo atrás, cuando Sirius vivía. La verdad es que no le agradaba nada el tener que pasar ahí el resto de sus vacaciones. La mansión se había convertido en un lugar triste, lúgubre, y en algunas ocasiones los gritos de alegría que daba el retrato de la madre de Sirius por la muerte de su hijo eran desalentadores. Lo primero que hizo al dejar sus cosas fue buscar a Dumbledore. Pero el director no estaba, había salido minutos antes. Aparentemente había un problema entre el Ministerio y algunos miembros de la Orden que habían sido detenidos.
-En unos momentos te atenderá Harry- le indicó Remus, señalándole una silla. Estaban en la cocina y la señora Weasley preparaba unos aperitivos para la noche, dado que se les había pasado la hora de la cena. Ron llegó poco después, seguido de Hermione, la cual se veía un poco más alta y, para asombro de Harry, con algunos nuevos "contornos".
-Hola Harry- saludó la chica, dándole un beso en la mejilla. Ron, por su parte, se limitó a un apretón de manos y una repetición de las palabras de la morena. Comenzaron a platicar de lo que habían hecho durante el verano y Harry se olvidó por unos momentos de todo lo referente a sus problemas. Definitivamente el estar con sus amigos era una buena terapia, según el pensamiento de Remus, quien los veía convivir como en otro tiempo lo había hecho él, cuando el nombre de Voldemort era todavía una sombra.
Tonks se paseaba de un lado a otro de su pequeña celda con nerviosismo. La habían llevado a San Mungo a que le curaran el pie, pero había salido minutos después, dado que sus heridas no eran de gravedad. Por primera vez en su vida deseó haberse quedado en el hospital. Fueron conducidos a una pequeña prisión dentro del Ministerio, destinada para personas a punto de ser juzgadas.
-Por favor, hay en error aquí. Soy un auror, tengo permiso especial- decía ella al guardia que los vigilaba.
-De ser así, muéstreme su permiso y la dejaré salir en libertad- le respondía el otro, sin inmutarse. Tonks no traía en esos momentos su "dichoso papel cegador", ya que con las prisas para salir en busca de los ingredientes de la poción, éste había quedado encima de su mesita de noche. Snape estaba sentado en la cama que había ahí. Para su desgracia, solo había una. Lo peor de todo era el baño. Estaba constituido de una simple letrina totalmente expuesta, es decir, al lado de la cama, sin algo que pudiera evitar las miradas indiscretas.
-¿Podría sentarse por favor? No ganará nada actuando de esa manera- le espetó el profesor.
La chica obedeció y se colocó a un lado de él, pero sufría de hiperactividad compulsiva, lo que le impedía estarse quieta, así que comenzó a morderse nerviosamente la uña del dedo índice derecho. –No haga eso. Es una muestra debilidad-
-¡Oh! ¿Eso significa? ¿Y que significa ésta?- preguntó Tonks, señalando el dedo meñique.
Snape resopló desesperado y alzó los ojos al cielo en señal de poca paciencia. El cabello púrpura de la chica y ojos de igual color contrastaban demasiado con la oscura celda y el profesor no pudo dejar de notarlo. Era extraña la mujer. Al poco rato sintieron pisadas y se encontraron con Robert Bendell, el auror de reemplazo. A Tonks jamás le había agradado, ya que era de los que se convertían en aquello contra lo que luchaban. Había matado mas Mortífagos que ningún otro auror, y lo peor de todo era cuando se jactaba de ello, en el Ministerio. Su oficina estaba al lado de la de Tonks.
-Que mala suerte que no te capturé yo, pequeña fenómeno. Es una verdadera lástima. Sin embargo, ya que estás aquí, hay que aprovechar todo al máximo- dijo, bajando peligrosamente la voz.
-Tienes testigos Bendell- Snape había salido al rescate inmediatamente. El otro le miró, más no contestó. Por lo visto lo consideraba indigno de dirigirle la palabra.
-Yo puedo sola- murmuró Tonks molesta –Y tiene razón, hay testigos Bendell, yo que tú no intentaría nada. Todavía no somos criminales, así que si algo sale mal podrías ir a Azkaban. Sabes bien que con la publicación del Manual, cualquier forma de violencia, por pequeña que sea, es penada con una larga época en prisión - la chica también había bajado la voz, hasta convertirla en un susurro.
-Eres buena, pero no tanto. No lograrás intimidarme. Toma mi mano y podrás salvarte pequeña fenómeno. Claro que me pagarías de una forma... tú sabes...- le guiñó el ojo con coqueteo. Ella le miró con ojos desorbitados y luego fue a sentarse al lado de Snape.
Dumbledore llegó al Ministerio a la mañana siguiente, con un pergamino en su mano y la varita en otra. Con toda la seguridad que era capaz de proyectar, caminó por los corredores hasta llegar a donde se estaban ocupando del caso de Tonks. Pudo contemplar la escena de una mujer, vestida con una túnica blanca, gritando como loca a cualquiera que se le pusiera enfrente.
-Buenos días Andrómeda, ¿Qué te trae por aquí?- le preguntó tranquilamente, casi al borde de la risa.
-¡Tu sabes lo que me trae aquí! Mi pequeña está encerrada en algún lugar junto con ese loco a quien tú llamas profesor de pociones, y es acusada de algo que seguramente no cometió. ¿No te parece suficiente? –La mujer era pelirroja, no tanto como los Weasley, pero aún así resaltaba un poco. Tenía una nariz larga y un rostro delgado y pálido, y sus ojos eran café claro. Era pequeña y algo huesuda, cosa que le daba el erróneo aspecto de debilidad. En definitiva, no parecía una Black.
-Calma, calma Andrómeda, pronto llegaremos al fondo de esto, te lo aseguro- Le tranquilizó Dumbledore. Mandó traer un poco de café y se lo ofreció. Ella lo tomó y continuó gritando.
-Si mi marido se enterara, ten por seguro que la encerraría por más de un mes...- murmuraba de tanto en tanto.
-Te recuerdo que fue tu esposo quien la impulsó a que cursara la acertada carrera de auror, ya que de haber sido por ti, ella estaría en estos momentos en casa, tejiendo bufandas y sombreros y tu obligándola a aprender hechizos hogareños- Parecía estar evocando ciertos recuerdos de casa de los Tonks.
-¡Eso es lo que necesita! Es mujer, no tiene por que andar por ahí, peleando y matando, su deber es quedarse en casa y atender al hombre de su vida...-
-Que aún no ha encontrado- dijo una tercera voz. Era Robert Bendell, quien había terminado su turno hacía pocos minutos y se disponía a regresar a su casa a descansar. Estaba algo ojeroso, pero sonriente.
-Querido Bendell, es un gusto verte hijo mío- Andrómeda Black hablaba con toda la amabilidad que había reservado durante el griterío. Dumbledore los dejó platicar y se dirigió a la oficina de Cornelius Fudge.
-Demonio de hombre, ¡Que se pudra en manos de los Mortífagos!- exclamó Tonks cuando su acosador se hubo retirado. Snape le miró sin decir nada. La chica si que tenía carácter. Muy fuerte.
Era una de las pocas mujeres de la Orden con quien lograba mantener una conversación que iba más allá del simple saludo y despedida. La otra mujer era la señora Weasley, quién, a pesar de que él era muy frío con ella, lo trataba como si nunca hubieran existido todos los problemas de ataño.
Tonks en cambio, muy a pesar de que descargaba su mal humor con ella, intentaba agradarle. No se le encimaba ni se metía en sus asuntos. Más bien, con la mirada que le dirigía para infundirle ánimos antes de cada misión, con algunas palabras de aliento y una sonrisa lograba hacerle sentir alguien, teniendo en cuenta que el resto del grupo (excepto Dumbledore) trataba de ignorarlo. Pero nunca había ido más lejos de aquello.
Momentos después llegó otro auror, con un manojo de llaves en la mano.
-Los han puesto en libertad. Pueden retirarse- dijo malhumorado. Tonks y Snape salieron sin decir palabra, para casi caer a las narices de Albus Dumbledore.
-Me alegro que estén bien. Ahora lo mejor será que nos retiremos. Están sucediendo una serie de cosas extrañas en el Ministerio y dudo mucho que sea bueno quedarnos. Severus y yo nos adelantaremos- dijo el director.
-¿Tengo trabajo?- preguntó Tonks, algo extrañada.
-No, no es eso. Te han dado el día libre como disculpa por el error. Pero llegó un asunto un poco más importante, el cual está esperando en tu oficina. Por cierto, te recomiendo una de éstas- le entregó unas orejeras. La chica vaciló un poco, pero las tomó. Se las puso. Éstas dejaron de ser visibles al tocar sus cabellos púrpura, y pudo notar que el nivel de decibeles se reducía más del cincuenta por ciento.
-¡..... Después de todo lo que he hecho por ti, solo se te ocurre terminar de ésta forma, tu padre....!- Los gritos eran opacados por las orejeras que buenamente le había prestado el director. El resto de los trabajadores, quienes no conocían a la señora de Tonks, miraban asustados a su hija, la cual los ignoraba olímpicamente. Daba gracias a Dios que su oficina tuviera "algo" de privacidad, de lo contrario, el Ministerio completo hubiera caído en la cuenta de que ella y el profesor Snape habían tenido una "aventura" la noche anterior.
Había vuelto a donde le indicó el director, y se encontró a su madre gritando y armando jaleo. Por alguna extraña razón, el antiguo maestro de transformaciones había decidido que lo correcto sería alentar rumores sobre una extraña relación entre Severus y para que salieras así....- de vez en cuando le llegaban frases de lo que decía su madre, pero no se preocupaba por ello. Estaba sentada sumisamente, asintiendo todo lo que decía y dejando volar su imaginación a las horas que había pasado en prisión. No sabría explicar el por qué, pero estaba segura que durante ese tiempo no se había sentido desprotegida del todo, mucho menos vulnerable. Ni siquiera cuando Bendell comenzó a amenazarla. De no haber sido por Snape, hubiera sido capaz de introducirse a la prisión y hacer quien sabe que cosa. Miró a su madre, la cual parecía estar tomando aire, y decidió que era momento de actuar. Se quitó las orejeras con discreción y las colocó en su escritorio, lejos de la vista de ella.
-Mamá, por favor, tranquilízate. Está bien, aprendí mi lección. No volverá a ocurrir.- Le sonrió con inocencia. Andrómeda pareció recapacitar la respuesta de su hija.
-Te creo que no volverá a suceder- le guiñó el ojo con complicidad y salió de ahí, dejando a una Tonks bastante preocupada.
Harry estaba en sus habitaciones en compañía de sus dos amigos, cuando llegó Lupin avisando que el director estaba en la casa. El ojiverde pensó seriamente la opción de quedarse ahí y esperar, a ver si el director se dignaba en ir a verlo, pero su vena curiosa le ganó a la orgullosa en esa partida, y, antes de darse cuenta, bajaba de dos en dos los escalones en dirección a la pequeña cocina, donde Dumbledore degustaba los deliciosos platillos de la señora Weasley.
-Debo felicitarte Molly, esto está delicioso. Algún día tendré que pasar por tu casa a comer- le dijo afablemente. Fue cuando Harry apareció en la puerta. –Buenos días Harry, me alegro que estés bien.- El muchacho inclinó la cabeza en señal de respeto.
-Hay un par de cosas importantes que estoy seguro querrás saber- le indicó una silla para sentarse, y la señora Weasley salió de ahí, alegando tener cosas que hacer. Casi al instante entró Remus Lupin, y en su rostro se adivinaba el querer ocultar una sonrisa bastante amplia.
-Es sobre el perro que vi la otra vez. Estaba en el mismo lugar que....- se detuvo. Era doloroso hablar de él. Desvió la mirada hacia otra cosa que no fueran los ojos azules tras las gafas de media luna.
-Harry- hablaba suave, pero firmemente –No quiero que te hagas ilusiones. Sabes que Sirius está muerto y cuanto antes lo asimiles será lo mejor- el muchacho asintió –En cuanto al perro... Lo hemos estado siguiendo desde hace un tiempo. Comenzó como algo sin importancia que poco a poco fue cambiando de rumbo. Es un animago.- Levantó una mano al ver que su interlocutor pretendía hablar. Lupin observaba la escena sin decir nada –No, no es él. Ya lo hemos investigado. No sabemos aún quien es, pero por lo que hemos visto, tiene especial interés en ti. Te ha estado siguiendo desde hace un par de semanas. Debes tener mucho cuidado. Es posible que trate de infiltrarse en Hogwarts. Conoce todas las jugadas que utilizó Sirius para llegar a ti y no creo que escatime tiempo para intentar hacer lo mismo. No te impediré que salgas del castillo ni nada parecido. Ambos sabemos que, por mucho que me duela admitirlo, no harías caso. Solo te pido nuevamente que tengas cuidado- había tal seriedad en su forma de hablar que Harry sintió ese comentario peor que un regaño. Dumbledore confiaba en él, lo había hecho un montón de veces, y aún así, él no había demostrado ser digno de tal confianza.
-De acuerdo- atinó a decir. Sintió un nudo en la garganta. Sus esperanzas de que Sirius estuviese vivo se habían desvanecido. Pero viéndolo fríamente, jamás habían existido. Lo había visto caer. Se sintió idiota por creer otra cosa.
-Y mi segundo punto tiene que ver con Remus Lupin- aclaró con una semi sonrisa. –No creo que sepas que Sirius, antes de morir dejó... bueno, un testamento. El hecho de que fuera fugitivo no importaba, aún así, toda la repartición de las cosas sería legal. La casa me la dejó a mí, para disponerla en beneficio de la Orden, sin embargo, eso no es lo que importa... Sino tú custodia. Se que nunca pudo tenerla completamente, pero aún así, legalmente era tu padrino.-
El nudo que se le había formado en la garganta pasaba ahora a su estómago. Sentía como cada fibra de su ser trataba de soltarse y derretirse en la silla en la cual estaba. Miró a Lupin el cual estaba perdido en sus pensamientos. Al menos eso aparentaba, no queriendo dar mas pistas sobre el asunto.
-Remus Lupin es ahora tú tutor- terminó. Harry se sintió flotando. ¿Era verdad? ¿No era uno de esos sueños que tan a menudo tenía desde chico, deseando que alguien fuera por él a rescatarlo de sus tíos? –Podrás mudarte con él en cuanto terminemos de hacer los debidos hechizos de protección en su casa- concluyó. Un salto de alegría por parte del muchacho les indicó a los adultos que la noticia era bien recibida. Suspiraron aliviados.
-¿De verdad podré?- exclamó alegremente.
-Claro que si Harry. No es la gran cosa, mi casa es pequeña y sabrás que no cuento con muchos recursos, así que si no quieres... Lo entenderé- explicó el licántropo.
-No me importa, no me importa. Aunque vivas debajo de un toldo, con tal de salir de casa de los Dursley soy feliz. ¡Jamás volveré con ellos! ¡Espera que le cuente a Ron y Hermione!- En su rostro estaba reflejada una alegría de esas que se sienten pocas veces en la vida. Salió apresuradamente en busca de sus amigos.
-¡Mamá, por favor! No es necesario que te quedes. Te iré a visitar el domingo- decía Tonks, tratando de apaciguar los ánimos de la pelirroja que caminaba con seguridad a su lado. Estaban en el salón de la casa Black, y al punto escucharon los chillidos de la madre de Sirius desde el recibidor. Andrómeda lanzó una carcajada que hubiera helado a cualquiera de sus enemigos, sin embargo, para los amigos resultó ser algo normal.
-Hace siglos que no entraba aquí- murmuró, después de haber acaparado las miradas de la mayoría de los personajes que se encontraban actualmente en la casa. Recorrió el salón, apuntando con su varita a todo lo que pareciera sospechoso, obteniendo una mirada interrogante por parte de la señora Weasley y el profesor Lupin. Tonks estaba tratando de asimilar todo. –Esa bruja siempre tenía trampas por doquier. No puedo creer que hayan sobrevivido aquí por mucho tiempo- se excusó.
-Bueno, Sirius nos ayudó bastante- explicó Lupin, saludando con un abrazo a la prima favorita de su amigo. Molly también la saludó, aunque la miraba de una manera extraña.
-Me lo imaginé- Andrómeda fue al escritorio que había ahí y, después de revisarlo, se encontró el último cajón cerrado con llave. -¿No lo han abierto nunca?- preguntó.
-Sirius dijo que la llave se había perdido cuando murió su madre. Hay muchas cosas que ni él mismo sabía sobre lo que sucedía aquí. Recuerda que salió muy joven y regresó en las últimas- Contestó Lupin
En los ojos de Andrómeda se pudo leer el dolor que sentía por la muerte de su primo, sin embargo, no hizo alusión a ello. Murmuró un hechizo que nadie pudo escuchar, apuntando con su varita al último cajón y al instante se movió, ya que éste salió volando con un montón de cuchillos al frente. –Si que estaba loca la mujer.- exclamó con una sonrisa. Todos la miraban con cierto temor y respeto.
Casi al instante entró corriendo Arthur Weasley con un papel oficial del Ministerio en sus manos y el rostro pálido.
-¡Ha sucedido!- exclamó. Fue cuando cayó en cuenta de la presencia de alguien ajeno a la Orden. -¿Andrómeda?- preguntó. Ésta asintió. Casi al instante se abrazaban cariñosamente con miles de palabras de alegría por el reencuentro.
-¡Arthur!- chilló la señora Weasley -¿Qué es lo que ha sucedido?- El hombre volvió a la realidad prontamente y extendió el papel a su mujer.
-Han destituido a Cornelius Fudge- soltó.
Eso es todo por el momento, espero con toda el alma que les haya gustado. Hoy, como siempre, no he tenido tiempo de responder los RR. ¡Lo siento! ¡De verdad! Espero que acepten mis humildes disculpas. Prometo que para el siguiente capítulo los responderé. Muchas gracias por su tiempo. :D
