Muchas gracias a todos lo que habéis leído el primer capítulo. Os respondería a los "reviews", pero, además de no tenerlos presentes ahora mismo, ya lo hice en su día en MEMORIAS DE UN LICÁNTROPO. Aquí os presento la continuación:

CAPÍTULO II (AZKABAN)

Sirius, el que en buen hora acometió su venganza, fue capturado cuando por inocente ni él mismo se daba; había entregado a los Potter a Peter, la rata traidora que en nefasta hora fue engendrada, y a Remus el licántropo creyó culpable del ardid que sobre sus cabezas se hilaba. ¡Cuánto le pesaba aquello ahora!

Aguardaba encerrado en el ministerio en un cuartucho sin iluminación y mal ventilado el que en buen momento blandió su varita. La bombilla del techo, con el casquillo reventado, se balanceaba de un lado a otro trémulamente. Fuera se decidía la suerte de nuestro héroe: si habría juicio o no.

Se abrió la puerta.

–¡Soy inocente! –gritó Sirius atropelladamente cuando dos hombres fornidos lo sacaban sujeto de las axilas–. ¡Soltadme! Peter... ¡No!

Lo dejaron en mitad de la sala, frente a la alta mesa del tribunal, franqueándolo cada uno de aquellos gigantes por cada lado. Sirius, el que en buen hora acometió su venganza, esperó paciente, los ojos vidriosos, a que sellaran su pena. Calló, pues sabía que a nadie iba a convencer. Estaba resignado a su suerte. ¡Le pesaba tanto haber desconfiado de Remus el licántropo! Si al menos con él pudiera arreglarse...

Pero ahora tenía que pensar que él era un asesino...

Bajó la cabeza aquél que ciñó varita en buen momento estelar.

–¡Sirius Black! –exclamó un hombre rollizo y de escaso pelo, vestido con una larga túnica negra, que se puso en pie en el estrado–. Por la presente, este jurado te condena sin juicio previo a pasar el resto de tu vida en Azkaban y...

Sirius levantó la cabeza, nostálgico, con la barbilla temblándole.

–...y todo este jurado espera que te pudras y pagues allí por los crueles crímenes que has cometido. –Se volvió a un par de dementores que aguardaba en la puerta–. Podéis llevároslo... –los dementores volvieron sus tenebrosos rostros sin cara y se acercaron flotando por el aire– ...cuando procedamos a la destrucción de su varita. ¡Oficial!

Éste, que hasta el momento había guardado con celo la poderosa varita de nuestro héroe, la extrajo de una caja polvorienta y la puso sobre el estrado. El hombre rollizo la tomó entre sus manos y la apretó con furia. La madera se resquebrajó.

–¡No! –gritó Sirius como si estuvieran partiendo por la mitad uno de sus brazos.

–Podéis llevároslo –dijo a los dementores.

Y flotando lo llevaron consigo recorriendo tierra y mar, hasta la fortaleza de Azkaban, adonde fueron a parar los huesos de Sirius Black, en la celda más oscura, donde ni la luna brillaba en la noche más cerrada. Cuarenta días con sus cuarenta noches pasó el que en buen hora acometió su venganza sin enloquecer, y los dementores pensaban que su fuerza era extraordinaria, pero que acabaría por ceder. Y enloquecía; mas enloquecía de tristeza, de rabia de saber que la asquerosa rata traidora campaba a su parecer por donde se le antojaba.

Tal idea no se le borraba de la mente, y con su diminuto cuerpo de orejas puntiagudas y cola de gusano, como su alma, soñaba a diario. «¡Peter! ¡Peter! Lucha como un hombre. Enfréntate a mí, ¡no huyas! ¡¡¡Peter!!!» Un halo gélido despertaba siempre al inocente encarcelado, cuando los dementores a su celda se asomaban por ver qué le pasaba. Al rato, pensando sin duda que se revolvía de hambre, le traían su plato hondo con caldo de apestoso olor, que los dementores derramaban casi por completo en el suelo, por lo que Sirius, de tanta hambre como penaba, se veía obligado a tirarse al suelo y lamer de él para que su estómago quedara contento, como si de un perro se tratara.

A la voz de la noche, cuando la luna llena brillaba, Sirius seguía despierto en su oscura celda. Los dementores franqueaban su entrada. El que en buen ora ciñó varita los llevaba observando un buen rato: no se movían, sólo flotaban; ni siquiera parecía que respiraran.

En su mente enloquecida creyó ver nuestro héroe a los Potter: aparecidos James y Lily, fantasmagóricos... Los miraba y los ojos negros se le llenaban de silenciosas lágrimas. Después, también flotando, aparecía Remus el licántropo, y se situaba en medio de ambas visiones. Y Sirius era incapaz de mirarlo a los ojos, dorados y brillantes, porque se sentía culpable de haber creído que aquél era el traidor.

–«Pero tú eres inocente...» –dijo una vocecita en su cabeza.

–Sí –susurró Sirius sin fuerzas–, lo soy.

Y las visiones se esfumaron dejando al que en buen hora acometió su venganza sumido en un frío glaciar.

–Soy inocente... –se repitió Sirius.

Y aquello lo ayudó a prosperar. Doce años. Nada menos que doce años pasó el que en buen hora recibió su varita encerrado no en Azkaba, ¡sino en su propia mente! Doce largos años tratando de consolarse a sí mismo cuando no había consuelo posible. ¡Doce largos años! ¡Doce largos años en que la rata apestosa camparía a su antojo!

Al recordar esto, Sirius se enojaba, y corría alrededor de su celda gritando como un loco. Pero se detuvo: volvió los ojos. Escuchó pasos en su corredor. Corrió hasta las rejas y un dementor se aproximó al notarlo tan próximo.

–¿Quién viene? –preguntó.

El ministro de Magia, elegantemente vestido, se quedó paralizado al torcer la esquina, viendo cómo el terrible Black lo miraba con sus ojos de muerte. Pero su rostro era decrépito, sus cabellos y barbas largos y grasientos; su ropa, mohosa, se deshacía a pedazos. Pero Fudge no sintió ninguna conmiseración por aquél.

El ministro se acercó lentamente y se detuvo a unos pasos de la reja. Charlaron, sorprendido el mago de que Black, el que a punto estuvo de matar a la rata, pareciera tan cuerdo. Antes de irse, viendo que Fudge tenía el periódico en su mano, le pidió que se lo diera, pretextando que se aburría en aquella celda; pretendía resolver los crucigramas. Al menos aquello lo entretendría un rato.

Fudge accedió y se fue. Sirius Black abrió el periódico y lo vio. «¡Peter!»

–¡Noooooooooooooooo!

Durante dos semanas y un día le costó conciliar el sueño, y cuando por fin éste lo vencía se revolvía inquieto, y hablaba en la oscuridad.

–¡Está en Hogwarts! –Oían los demás que decía–. ¡Está en Hogwarts!

Hasta que una noche no lo pudo soportar más. Cuando la trampilla de su reja se abrió, Sirius pasó al lado del dementor bajo la forma de un can enflacuchado. Éste no lo vio, pues era ciego, pero pensó que se moría, que sucumbía en la sombra. Sirius, el can fugitivo, corrió; ¡corrió! Alcanzó la salida y...

Huyó.

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No sé para cuándo lo volveré a actualizar. Quizá cuando alcance los 300 "reviews" en MDUL y os vuelva a hacer otro regalo, como ha sido éste.

No obstante, nos vemos.

Quique Castillo (KaicuDumb).