Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen, son propiedad de Masami Kurumada.


Capítulo 8: Crisis.


Todo fue rápido, demasiado rápido.

Los sueños extraños, la voz del otro él, las declaraciones de sus amigos, el clima, los disparos…

La gente había salido corriendo apenas los disparos fueron denotados; el tirador no estaba solo, había otros dos que se encargaron de la seguridad y de todos los que se interpusieron en su camino, aumentando los gritos, la desesperación y el movimiento en el lugar. Shura lo había arrojado al suelo después del primer disparo, y ambos, junto con Aioria, se habían arrastrado hacia la parte lejana de la salida por elevador y las salidas de emergencia, viendo cómo los otros dos hombres comenzaban con el derramamiento de sangre.

La terraza tenía una pequeña jardinera que estaba alrededor de los barandales, servía para que la gente no se acercara tanto a la orilla para asomarse y no provocar un accidente, además de que era una bella decoración. Era lo suficientemente ancha para que una persona caminara, o en el caso de ellos se arrastrara, sobre ella, y ya que era más baja que el nivel del suelo, no eran notados con facilidad por los agresores gracias a las plantas.

Durante su escape, después de salir de la terraza y quedarse en el segundo piso del restaurante por sugerencia de Milo, se encontraron con el grupo de Julián Solo y amigos, que se había ocultado en un pequeño cuarto de aseo en medio de su improvisado y casi milagroso escape, apenas visible a simple vista gracias a que la puerta era del mismo color de la pared para no desentonar con el lugar y no mostrar en dónde se encotraba dicho cuarto.

—Mierda, mierda, mierda —escuchaba Milo que susurraba uno de los acompañantes del joven empresario, el de sus sueños, curiosamente—. Julián, no cierres los ojos.

—Todavía están cerca, seguramente nos están buscando —dijo Aioria, pegado a la puerta.

Apenas habían visto a los dos chicos intentando cargar a su herido amigo, Shura y Aioria ayudaron a cargar al joven empresario; Shura, siendo apoyado por Kaza y el otro joven, estaba intentando evitar que Julián continuara desangrándose. La bala había impactado directamente en su abdomen y la sangre no dejaba de brotar, preocupando a los más jóvenes.

Milo estaba en medio de la acción, entre Aioria vigilando y Shura aplicando algo de lo aprendido durante su universidad en España. No temblaba como sus amigos, o maldecía por lo bajo como los otros chicos, sólo estaba ahí, estático. No era la primera vez que veía sangre, había soñado con algo más violento la noche anterior, y tampoco era la primera vez que su vida corría un gran peligro. Estaba intentando pensar las cosas fríamente, los demás ya habían contactado con la policía y él, aunque había sido su intención inicial, optó por dejar a la ley de lado y escribirle a Io; no sabía por qué, pero era demasiada coincidencia el cambio en el clima y el intento de asesinato de Julián Solo.

Eso no era natural.

Además de su presentimiento, desde su escape hasta el momento dónde se habían ocultado, se había sentido pesado, le costaba trabajo respirar y las cosas estaban parpadeando de nuevo, no de una forma tenue como antes, era rápido, las vestimenta de todos, el cuarto expandiéndose y haciéndose más pequeño, la luz que se filtraba por la puerta levemente abierta. Era tan rápido que le costaba asimilarlo, provocando que se sintiera mareado.

Los sonidos también habían aumentado, pasaba de las risas a los disparos y de los disparos al absoluto silencio. Milo se llevó las manos a la cara, su otro yo le había escrito que cuando las superposiciones de dimensiones fueran abrumadoras debía intentar concentrarse en su entorno, en una sola cosa, una de la que estuviera seguro sí existiera en la dimensión en la que estuviera. Respirando con dificultad, cerró los ojos e intentó concentrarse en las maldiciones bajas y los tenues susurros de Shura hablando con los amigos de Julián Solo.

—Está perdiendo demasiada sangre —decía uno, su camisa blanca al igual que sus manos estaban manchadas, probando su punto.

—Sólo presionemos fuerte la herida, no podemos hacer nada más, espero que la ayuda no tarde en venir.

—Morirá —dijo otra voz, la de Kaza—. Sorrento, maldita sea… ¿qué vamos a hacer? Perdió la conciencia.

—Alguien viene…

La voz de Aioria detuvo la discusión. Milo ya estaba un poco más tranquilo, pero todavía no podía respirar con normalidad, así que se levantó con dificultad y se acercó a su amigo, sabiendo con seguridad que el cuarto era pequeño a lo ancho pero grande a lo largo, lo suficiente para que no molestara al herido.

Los acompañantes de Julián Solo se movieron para estar frente a su amigo y protegerlo como una especie de escudo humano, y Shura se mantuvo en su lugar, no dispuesto a dejar de evitar que el empresario se desangrara más.

Milo empujó a Aioria para poder ver por su cuenta. Había mucho movimiento afuera, parecía que una pelea estaba desarrollándose y al mirar de reojo, notó que el rostro de Aioria se relajaba, pensando que posiblemente la policía por fin había aparecido. Se alejó de la puerta cuando escuchó el ruido de algunos platos y mesas cayendo y volvió a acercarse después de un par de segundos en silencio. Entreabrió la puerta un poco más, ignorando el ligero golpe de Aioria que le decía que no lo hiciera, y pudo ver por completo una mesa de lado y un cabello rosa a su lado, un largo cabello que reconoció de inmediato como el de su antiguo médico.

Empujó la puerta por completo y salió disparado hacia Io, a quien sostuvo sobre sus piernas mientras lo volteaba debido a que estaba de boca abajo; no parecía haber recibido algún golpe, pero estaba pálido, frío y temblando, además de que le estaba saliendo sangre de su nariz. A su alrededor había dos hombres derribados, dos de los atacantes.

—Milo… —murmuró Io— ¿Do-dónde está? ¿Dónde está?

—¿Quién?

—¡Julián! —Con fuerza renovada, el relojero se sentó y llevó las manos a la cabeza— ¡Es un colapso! ¡Estamos en peligro! ¡No dejo de escucharlos! ¡Todos preguntan por él!

—¡Milo! ¿Quién es este sujeto? ¿Lo conoces? —Aioria llegó a su lado, junto con Sorrento que no tardó en preguntar si la policía estaba a su lado, deteniéndose al ver a los atacantes desarmados y en el suelo.

Milo miró a todos sin saber a quién atender primero, los desvaríos de Io, las preguntas de Aioria, las vueltas que hacía Sorrento alrededor del piso para intentar buscar ayuda. Decidió concentrarse en Sorrento debido a que cuando este llegó a una esquina del abandonado piso un hombre que estaba en el suelo se enderezó de inmediato, con ciertas dificultades que hicieron que el joven se alejara de él, alertado porque estuviera al lado de otro de los tiradores.

—Definitivamente está aquí —dijo el hombre, tratando de enderezarse para mirar a las personas que lo acompañaban, hasta que se detuvo en uno en particular—. Milo, no sé si debería decir que no me sorprende o preguntarte qué carajo haces aquí.

—¡Kanon! —Milo se levantó. Lo sabía, el remolino y el ataque, de alguna extraña forma estaban conectados— ¡¿Qué está…?!

Kanon levantó la mano derecha, diciéndole en silencio que no dijera nada, la izquierda estaba contra su cabeza, indicando su dolor de cabeza. Con varios tropiezos caminó hasta dónde estaba Io y lo sostuvo del cuello de su camisa, intentando levantarlo ya que el relojero había vuelto al suelo con más sangre saliendo de su nariz; no se veía tan mal como Io, pero estaba pálido, y usaba ropa deportiva. Sin decir nada arrastró al otro relojero al pequeño cuarto de escobas, dónde Kaza se interpuso, sin comprender qué estaba pasando pero dispuesto a ayudar a su amigo.

—Hazte a un lado, antes de que sea tarde —murmuró Kanon, soltando a Io para empujar a Kaza—. Tú también, príncipe de ensueño.

Io se movió lentamente, justo después de escupir sangre y empujar a Kaza y Shura, que se miraron entre ellos confundidos antes de mirar a Milo, quien parecía ser el único en conocerlos. Milo sólo se adentró a la habitación, ignorando las preguntas no dichas, y buscó a tientas el interruptor de la luz en el cuarto; una vez que el pequeño lugar se iluminó vió a ambos relojeros retirar la chaqueta que Shura había utilizado para detener la sangre.

—Mira esto Escila, me lo enseñó Sirena.

Kanon dibujó un círculo con el dedo anular que tenía su anillo, alrededor de la herida de bala en el cuerpo de Julián, que estaba debajo de las costillas en el lado derecho, dibujó también doce divisiones y posterior a eso intentó acomodar su mano de forma que el anular quedara apuntando hacia arriba, como si fuera la manecilla de un reloj, pensó Milo mientras daba pequeños pasos para acercarse aún más, con los demás detrás de él, intrigados y confundidos por lo que veían. Kanon movió los labios sin emitir ningún sonido y lentamente comenzó también a mover la mano, de forma contraria a las manecillas del reloj.

Una inhalación colectiva de sorpresa se escuchó en el silencioso cuarto cuando todos vieron que la sangre alrededor de la herida y que seguía brotando comenzaba a retroceder, lenta pero progresivamente. Julián Solo tosió varias veces y entreabrió los ojos, asustando a la mayoría de hombres que ya lo daban por perdido. Cuando lo hizo Milo exhaló con alivio, al igual que Io y Kanon, la presión del ambiente había disminuído considerablemente, incluso se sintió más liviano, las cosas a su alrededor dejaron de ser difusas y los sonidos fueron silenciados, dejando sólo el nulo ruido de todos en el lugar.

—Dragón Marino —murmuró Julián Solo, mirando al hombre frente a él. Su mirada estaba dilatada y su piel pálida daba la apariencia de que en cualquier momento se desmayaría de nuevo.

Kanon asintió una vez y extendió la mano libre hacia Io, que se quitó uno de los cuatro relojes que traía en la mano izquierda. El relojero sostuvo el aparato, manchandolo de sangre, y después de mover el minutero se lo puso a Julián.

—Hazte cargo de ellos, debo ver las otras dimensiones —le dijo a Io cuando se levantó y volvió a apartar a todos para salir del pequeño cuarto—. Creo que utilizaré tu método de viaje, no tengo tiempo para llevar este cuerpo a su lugar.

—¿No hay tiempo, o tenemos todo el tiempo del Mosaico? —Io había dejado de temblar, pero aún se veía pálido. Su comentario logró sacarle una leve sonrisa a Kanon, que sin decir más tomó una de las sillas del suelo y la arrojó contra el ventanal frente a él, rompiéndolo.

—Hazte cargo de ellos, Milo, te veré en unas horas.

Dicho eso, Kanon dió un paso al frente y se dejó caer. Aioria y Sorrento corrieron hacia el ventanal, asustados porque acababan de ver a alguien arrojarse al vacío; Milo se acercó lentamente a ellos, cuando vió que ninguno se movió y mantuvieron la cabeza agachada, mirando hacia el exterior. No había rastros de Kanon en el suelo y cuando Milo miró alrededor del edificio, buscando las ambulancias y los policías, sintió que un escalofrío le recorría todo el cuerpo al notar que la ayuda sí había llegado.

Como había sido en su dimensión, parecía que toda la ciudad estaba congelada, había algunos policías saliendo de sus autos y gente corriendo lejos del restaurante, todos sin moverse, estáticos. Milo suspiró por lo bajo y comprendió que el silencio no era exclusivo de ese piso, probablemente toda la ciudad estaba en el mismo estado.

Dejó que Aioria y Sorrento continuaran en su estado anonadado, y se dió la vuelta, justo en el momento en que Io estaba poniéndole un reloj a Kaza, ambos de pie a un lado de Shura, que sólo miraba a todos con una expresión seria, analizando lo que sucedía.

—Temporizaste toda la ciudad —señaló, acercándose a ellos.

—No, no está temporizada, y no es sólo la ciudad.

La voz de Io fue clara y fría, su expresión en cambio era desoladora. Sin dar más oportunidad para explicaciones, Io se dió la vuelta y caminó hacia Sorrento, tomándolo de las manos y asintiendo cuando vió el reloj digital que utilizaba el joven.

—No es necesario que lo diga, pero la salud de Julián es importante, no deben dejar de muera, no ahora, y protéjanlo, ellos podrían volver, y si no son ellos, será algo más —dijo, quitándole el reloj a Sorrento para hacerle algunos cambios con algunos instrumentos que traía en los bolsillos de la ropa.

—Milo —Shura sostuvo a Milo de los hombros, provocando que el rubio dejara de prestarle atención a la escena frente a él—, sé que esta es una situación extraordinaria y que parece un argumento barato de una mala película, pero debes decirme qué está sucediendo.

Milo miró la expresión exigente de Shura, entendía a la perfección su razonamiento y sabía que estaba en todo su derecho el pedir explicaciones, pero no sabía qué decirle, o qué no decirle. Ni siquiera él sabía con precisión lo que sucedía y un "es complicado" no sería suficiente. Antes de poder inventar algo lo suficiente bueno para calmar la creciente frustración de su amigo, vió a Sorrento acercarse al pequeño cuarto en el que estaba Julián Solo, ignorandolos; Kaza ya estaba ahí, se había dado la vuelta apenas Io se alejó de él, con una expresión ausente.

—Si tus amigos van a venir será mejor que se apresuren, Julián recobrará la conciencia dentro de poco y el mundo volverá a girar.

Dijo Io, mirando uno de sus múltiples relojes de la mano izquierda. El pelirrosa sólo le dedicó una mirada extra a Milo y un leve asentimiento, entonces siguió el mismo camino que tomó Kanon y se dejó caer al suelo a través de la ventana abierta. Aioria, que no se había movido de la ventana, miró justo el momento en el que Io desapareció; el hombre se estremeció levemente en su lugar, incapaz de procesar las últimas horas, lo único que evitó que su crisis acrecentarse fue Milo acercándose a él.

—¿Aioria, confías en mí? —dijo, poniendo una mano en el hombro de su amigo; después volteó a ver a Shura que se acercaba a ellos a paso cauteloso— ¿Shura? Sé que es demasiado, pero necesito que se mantengan en silencio y confíen, les daré sus respuestas… les diré por qué sueñan con ella.

Milo esperó a que sus palabras fueran digeridas por sus amigos, al ver qué ellos se mantenían en silencio, optó por continuar el camino de Io. Se acercó al ventanal roto y aunque Aioria hizo el amago de detenerlo, se dejó caer. No sabía cómo lo sabía o por qué, pero era consciente de que al saltar de un edificio de dos pisos después de Io, de un relojero, no caería al suelo como las leyes físicas dictaban, sino que estaría a salvo, en un lugar desconocido.

Terminó cayendo sobre sus piernas a pesar de sentir que sólo había dado un pequeño salto. Estaba agotado; todavía no recuperaba su vitalidad del todo. Con toda la presión durante el tiroteo y esa terrible doble visión que aún perduraba, esta vez mostrándose como si él tuviera una visión de rayos X que le permitiera ver el interior de las cosas y descubrir que el interior era diferente al exterior, aún no se sentía tan bien como antes. Posiblemente vería así hasta que regresase a su hogar.

Se levantó lentamente de su lugar y miró a su alrededor. Estaba en un angosto pasillo blanco, de un lado había una pared blanca con algunos focos, y a su izquierda, un gran ventanal que mostraba algo que al principio no identificó del todo: un enorme reloj.

—¡¿Milo?!

La voz de Io lo hizo levantarse de su lugar lentamente. Estaba algo mareado, pero eso no lo detuvo de caminar hacia una de las esquinas del pasillo, donde había una puerta de madera que estaba semiabierta, y por la que Io estaba a punto de aparecer.

—Lo siento —dijo el relojero cuando chocaron, haciéndose a un lado para dejarlo entrar a la otra habitación—. Todavía no tengo el control completo de todo, tienes suerte de aparecer aquí y no en Turquía.

Milo mantuvo una expresión seria, no era el momento para esas bromas. La habitación a la que Io lo guió era mediana, pintada de blanco, lo más destacable y lo único en ella era un enorme mecanismo mecánico que estaba detenido. Justo cuando abrió la boca para preguntar por su paradero, la mano de Io en su hombro lo hizo detenerse y mirar al relojero, que sostenía un pañuelo contra su rostro.

Milo entrecerró los ojos, sin comprender la interrupción, hasta que sintió un ligero temblor, al que le siguió la desaparición completa de su doble visión. La maquinaria pronto comenzó a moverse, el eco de un metálico sonido, que se escuchaba con cada segundo que pasaba, le dió algo de vida al lugar y al frío silencio. Lo que lo alivió más fue cuando la presión desapareció y él pudo inhalar con fuerza todo el aire que le fue posible.

—Eso está mucho mejor.

Cuando volteó a ver a Io lo encontró sin la palidez que tenía inicialmente, tampoco temblaba ni se movía a tropezones, parecía como si de repente hubiera recuperado toda su vitalidad. El pelirrosa le devolvió la mirada y señaló con la cabeza la puerta por la que habían entrado, y por la que Shura y Aioria estaban entrando, ambos con expresiones de sorpresa.

—¡Milo! —Aioria fue el primero en acercarse, tomando a su amigo de los brazos— ¿Es… estamos…? ¿Es el Big Ben?

—No lo sé…

—Aioria lo reconoció cuando aparecimos en una habitación con campanas, es lo único que le importó después de eso.

—Falso, también quiero saber cómo mierda aparecimos aquí si estábamos en Grecia… más bien, cómo mierda estamos con vida si saltamos un edificio —Aioria sostuvo a Milo con más fuerza—. Milo, ¿qué está sucediendo?

Milo miró a los hombres serio; cuando ella había aparecido en su dimensión, sus amigos estaban con él, habían estado desde el principio y habían escuchado todo al momento, además de que los conocía, Milo podía evaluar las reacciones de Camus y Aioria por todo el tiempo que llevaba conviviendo con ellos. Ese Aioria y Shura, por el contrario, eran desconocidos; si bien tenía recuerdos de ambos, no sabía qué tan reales y apegados a esas dos versiones eran.

Pensó en buscar algo de apoyo en Io, pero el relojero les había dado la espalda y revisaba algunos de los relojes que tenía en la mano derecha. Era evidente que él tendría que hacer todo el trabajo; por un momento deseó que ella estuviera ahí, para dar algo de apoyo, al menos.

—No sé lo que sucedió esta tarde, lo del restaurante y el tiroteo y todo eso…

—¿Qué hay sobre ella? —preguntó Shura, con un notable interés en su tono de voz.

—Tenían razón, ella es yo, y yo soy ella... Yo soy... provengo de una dimensión diferente dentro de un espacio conocido como El Mosaico. En otras palabras, soy de un mundo paralelo, vine aquí por accidente, intercambié lugares con ella.

—¿Tienes alguna crisis de identidad o algo parecido? —Aioria alzó una ceja y se alejó de él, para darle espacio y poder mirar el lugar en el que estaban.

—Lo sabía, está completamente loco... y nosotros también.

Milo suspiró por lo bajo, nunca había sido bueno para dar explicaciones. Rápidamente se acercó a Io, miró de reojo a sus dos amigos antes de dirigirse al pelirrosa, que lo miraba inexpresivo.

—¿Se te ofrece algo, Milo? —preguntó en un susurró.

—¿No puedes hacer con ellos lo mismo que hiciste con mi madre? Ya sabes, lo de modificar sus recuerdos.

Io asintió y se rascó la mejilla izquierda con aire distraído.

—Podría, pero es un proceso lento y cansado, en especial si tengo que rebuscar en los vestigios de lo que quedó de esta dimensión antes de que llegaras, no tenemos espacio para eso.

—¿Y cómo les explicaré…?

—Yo creo que lo explicaste bastante bien, tú eres ella y ella es tú, más claro no podría ser posible —Io alzó los hombros—. O también podrías esperar a que vengan por nosotros, ya no tardan.

—¿Que vengan? ¿Quién? ¿A dónde iremos?

—A la reunión. Una reunión en realidad.

Io miró su brazo izquierdo y después el derecho, verificando la hora. Para Milo y sus amigos apenas habían pasado un par de minutos, al estar cerca de Julián Solo, más la habilidad de Milo para ver la superposiciones de las dimensiones, los cambios no los habían afectado tanto, pero él sintió que el tiempo se había hecho eterno. Desde que vió que el cielo estaba cambiando supo que algo estaba marchando mal, pero no pudo hacer nada, en un momento estaba preparándose para evitar una intromisión y al siguiente el mundo se había detenido y él casi sufría un ataque, si Dragón Marino no hubiera aparecido él se habría quedado en ese lugar, intentando recordar cómo respirar.

Sin decir nada más, Io continuó poniéndose más de los relojes que había hecho, en los brazos y después los pies, bajo la mirada de Milo, quien prefería atenderlo a él que tener que enfrentar a Shura y Aioria.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Milo al ver que Io continuaba sacando relojes.

—Sólo tu amigo, el pelinegro, puede ponerse un reloj, tú y el otro no a menos que quieran que sus versiones con relojes tengan problemas.

Milo hizo una mueca y asintió, podía decir que conocía lo suficiente de su otro él para saber que no debía fastidiarlo más de lo que al parecer ya lo fastidiaba.

—Milo, cuando termines de ignorarnos, tenemos una charla pendiente —Aioria se acercó a ellos y miró impaciente al rubio.

—Yo… ya se los dije —Milo suspiró y miró a Aioria y Shura—. Yo no soy de este lugar —dijo, deteniendo a Shura con un ademán justo cuando el español iba a hablar—. Yo no soy de este lugar, ella sí, la… Milo, con la que han soñado, ella es real, y todo lo que soñaron con ella sucedió, yo soy de otra dimensión, o algo así… sería más sencillo si existiera una forma de mostrarles, de que… —Milo suspiró frustrado, ahora entendía por qué Écarlate se había tomado su tiempo para explicarles, y ni siquiera les había dicho todo el contexto completo, todo lo que necesitaban saber— Lo vieran…

—Ustedes dos son bastante parecidos, fuera del obvio y natural hecho de que son la misma persona, hay otras versiones tuyas que no tienen nada que ver contigo, pero tú y ella… no son expertos en el arte del habla.

Todos en la habitación miraron hacia la esquina derecha, contraria a la maquinaria del reloj, dónde había un rubio sentado en una silla, tan casual que parecía que siempre había estado ahí. Aunque mantenía los ojos cerrados, el hombre tenía su cabeza justo en su dirección, como si supiera en dónde estaba.

—¿Y este de dónde salió? —preguntó Shura.

—Bien, son demasiadas cosas, creo que voy a entrar en crisis justo ahora —sentenció Aioria, mirando a todos los presentes.

Sin embargo, en un rápido movimiento, el rubio se levantó de su asiento y se detuvo frente a Aioria. El estudiante abrió los ojos y dió un par de pasos hacia atrás, después otro y otro más pequeño a la derecha, frente a Shura, justo antes de que sus piernas le temblaran y se dejara caer hacia el atrás. Shura evitó que Aioria cayera al suelo, sosteniéndolo de los hombros; cuando levantó la cabeza para mirar al rubio que también se había movido, siguiendo los pasos de Aioria, no tardó en sucumbir bajo los mismos efectos que su amigo segundos atrás.

Milo intentó interponerse antes de que Shura y Aioria cayeran al suelo, pero no logró llegar a tiempo.

—¡¿Qué les hiciste?!

—Dijiste que querías que vieran lo que sucedió para que pudieran comprenderte —el rubio se acercó a él, provocando que Milo diera un paso hacia atrás.

—Estoy listo, hay que irnos —Io intervino, sus brazos estaban llenos de relojes.

—¿Qué hay de mis amigos? ¿A dónde iremos? —preguntó Milo, mirando al suelo dónde estaban Shura y Aioria.

—Regresaremos antes de que ellos despierten, estarán bien, esto sólo durará un segundo —dicho eso, el rubio abrió los ojos y miró a Milo con expresión seria—. Iremos a la madriguera del conejo.

Milo se mantuvo estático, apenas vió al hombre a los ojos sintió que su vista se nublaba y sus piernas flaqueaban, nunca había visto un azul tan intenso como el color de los ojos del hombre, que poco a poco fue cambiando de tonalidades. Todo se oscureció a su alrededor; de repente estaba solo en la nada hasta que frente a él, una pequeña luz fue haciéndose cada vez más grande.


Comentarios:

¡Gracias por leer!

Ha pasado demasiado tiempo, y una disculpa no sería suficiente. He tenido algunos problemas técnicos y algo personales que me interrumpieron, pero aquí estamos de nuevo. Esta historia está terminada, pero a medias en este formato, así que puedo asegurar que se terminará de publicar, por ahora, en el mismo formato que antes, cada quince días más o menos.

Me disculpo sinceramente por la tardanza y siento un enorme agradecimiento con las personas que siguen esta historia. Espero poder estar a la altura de su apoyo y brindarles una buena historia.

De nuevo, y como siempre, gracias por leer!