Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, yo solo juego con ellos.


.:: Bajo el puente de Londres ::.

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Era el quinto domingo, un día muy esperado por todos los estudiantes del colegio Real St. Pablo. Miles de carruajes esperaban en la puerta, pero no todos podían disfrutar de aquel día. En la segunda colina de Pony, estaba Terry con un cigarrillo, apunto de terminarlo, regalándole muchos dulces a Klin. Para él este era un día como todos o peor aún, muy aburrido pues no vería a su Pecosa.

Terry estaba vestido con un ceñido pantalón blanco, un chaleco marrón y una camisa blanca con los cuellos totalmente desarreglados; también con unas largas botas marrón oscuro.

Recostado en la rama alta del Padre árbol podía ver todo Londres, el puente, la catedral, las cúpulas y los castillos... pensaba en su madre, en su agitada vida y el desprecio que según él le tenía. Se preguntaba por Candy, en qué estaría haciendo un domingo más con esa familia de alcurnia que la trataba mal. Quizás se había quedado en el colegio, en su recámara. Podía ir a verla... inmiscuirse por su ventana y sorprenderla como aquella vez.

No, no podía. La metería en problemas, aunque ganas no le faltaban ya que le encantaba ver su rostro enojado. Cada vez que hacía eso, arrugaba la nariz y se le notaban más las pecas.

Candy...

Mientras su mente vagaba y soñaba, no se dio cuenta que unos pasos se acercaban a la colina. Sólo pudo salir de su estado de ensoñación al escuchar una conocida y pícara voz:

—¡Klin!, ¿pero quién te ha dado tantos dulces?

El corazón le dio un brinco. La melena rubia se disipaba entre sus sueños y dudas, como un ángel, una figura inalcanzable.

—¿Me invitas uno, verdad? —Klin asintió con la cabeza.

—¡No sabes cuanto me agradan los dulces! —exclamó Candy, sentándose al lado de Klin. Una suave brisa le rozó el rostro como si fuese una cálida caricia.

—Si lo hubiera sabido te hubiera dejado algunos en tu cuarto.

—¡Terry! —Al verlo, Candy se alegró mucho, pues pensaba que estaría en el zoológico o en el hipódromo.

—No sabía que te alegrabas tanto por verme pequeña mona pecas.

—Soy Candy Whit...

—¡Shhh! Lo sé, señorita Pecas, pero no te enfades sino, ¡se te verán más las pecas! —Y empezó una mezcla de angelicales risas...

—No me causó ninguna gracia, Terry —afirmó, llevando sus manos a la cintura. Los ojos, como el océano, del castaño la admiraron.

—Pensé que estabas con tus primos.

—Tú bien lo sabes. La tía abuela nunca me ha querido y no creo que esa vieja cabeza dura lo haga. ¡Estoy más feliz aquí que aguantar a esa vieja cascarrabias!

Terry no paraba de reír mientras se llevaba unos chocolates a la boca con su peculiar estilo

—¡Se te ven más las pecas!

—¡Terry Grent Grandchester! ¡Es imposible hablar contigo! —Lo miró furiosa, con una disimulada picardía—. ¡Klin! Acompáñame a mi cuarto!

De inmediato Klin saltó de la rama y se fue caminando con la rubia en un vaivén de dudas y reprimendas. No podía dejar de pensar sobre lo ocurrido, era un sentimiento confuso, era como pasar del frío al caliente en un segundo o estar en el monte del Éverest y al otro instante, en la profundidad de un océano.

"Pero que chico tan mimado y malcriado", pensó.

Muy en el fondo, las indirectas de Terry no la enfadaban, más bien, ella estaba ya acostumbrada y era tan cotidiano que cuando él no le decía nada, Candy se sentía triste. Muy en el fondo sus corazones estaban tan sincronizados que ambos se necesitaban, y ella aún más necesitaba escuchar las descaradas e ingeniosas frases y sobre todo los graciosos apodos que Terry inventaba.

Pero Candy no se dirigió a su cuarto... Era muy solitario y estar encerrada entre las cuatro paredes no era de su más mínimo agrado. Y para colmo estudiar... "¡Ni loca!". Necesitaba tomar aire. Según ella, Terry la había puesto de muy mal humor, en sí, la había hecho pelear y lamentaba muchísimo que él se haya apoderado de su árbol, con las ganas que traía de subirme y perderse en el horizonte tornasolado de Londres.

Un olor a carne asada le abrió el apetito, la hora del almuerzo se acercaba y los dulces que había comido no la satisficieron y su estómago vacío, no sobrevivía. Su instinto la llevó cautelosamente desde el pasillo hasta la cocina, donde se encontraba la mamá de Mark.

—¡Oh Candy pasa! —le dijo la mujer ni bien se asomó por el umbral de la puerta.

—No quería molestarla —susurró—, pero ya ve... ¡estoy hambrienta! —hizo una pausa larga atormentándose por el rugir de su estómago vacío. Sus mejillas se colorearon.

—Siempre eres bienvenida Candy. Te sirvo un plato antes que lleguen las madres y te pillen.

—¡Uhm! ¡Huele delicioso!

Le brindó una sonrisa, aquella chica le hacía recordar a alguien.

Candy en ese instante olvidó sus problemas.

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Terry tenía un simple presentimiento. Era la hora del almuerzo y las monjas estarían comiendo. Saltó de la rama sin sufrir ningún rasguño, cogió su chaqueta y empezó cuesta abajo a descender hacia su cuarto primero, y luego al de Candy. Y como el lo había intuido, no halló a nadie.

—Tarzán pecosa, ¿en dónde te habrás metido? —murmuró para sí.

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Los Legan, Brighten y Ardley estaban almorzando junto a la tía abuela como lo hacían todos los días de descanso; luego venía la visita obligada al museo o a la reunión con el cuerpo diplomático de alta sociedad londinense. Si la encontraban de buen humor, quizá daban un breve recorrido a los lugares más contemporáneos y antiguos de la época, exaltando los momentos históricos de cada uno y que hacían del orgullo británico. Al finalizar el día, el té y de regreso al colegio, "la cárcel".

Archie y Stear estaban muy resentidos por la constante indiferencia de la tía abuela para con Candy. Sólo pensaban en lo mal que la estaría pasando, sola, en el colegio. De pronto, su subconsciente, totalmente impetuoso, relacionó la palabra colegio con el mayor de los Grandchester, obligándolo a desear que Terry se encuentre muy lejos de la rubia.

—Tía abuela —pronunció con elegancia, llamando la atención de la aludida—, insisto en que Candy sea tomada en cuenta en las reuniones familiares de los Ardley, y que la invites a participar del té el próximo quinto domingo.

—Archibol Cronwell. —La parsimonia con que mencionó su nombre le demostraba una rabia oculta—. He hablado claramente sobre el comportamiento de Candy, y como lo sabes, ella sigue siendo una deshonra para la familia por m...

—Pero tía abuela —la interrumpió—, ella es de nuestra familia, lleva el apellido Ardley.

—Como tú mismo lo has dicho Archie, lleva el apellido. Sólo eso, porque de sangre, ella es una huérfana del hogar de Pony —se adelantó Eliza, el tono que utilizó fue de total desprecio—, y no lo niegues, la tía abuela también opina igual.

—¡Eliza! ¡Te prohíbo que te expreses así de Candy!

Sus ojos furiosos, llenos de impotencia, la observaron. Neil se interpuso entre ambos, defendiendo a su hermana y clavándole una hipócrita mirada.

—¡Por favor cállense! Qué horror los dos discutiendo por ella, ¡es el colmo!

Archie, no opinó más, pero por dentro era una persona muy triste al ver cómo Candy era maltratada por su propia familia. ¿Podría cambiar eso algún día?

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—¡Hmmm! ¡que sueño que tengo! —exclamó Candy al ingresar a su habitación, le pareció sentir un aroma distinto, de una fragancia que no podía identificar—. Oye Klin, sé buen chico y déjame descansar ¿ok?, con todo lo que hemos comido, ¡merecemos un buen descanso!

Klin salió corriendo pero no exactamente por el pedido de su ama, sino que presentía otra cosa más interesante.

—¡Pero qué aburrido es todo esto! No sé cómo la hermana Margaret, siendo como es, pueda soportar este festival de claustrofobia —refutó, acercándose despacio a su armario, colgó su chaqueta y detuvo un instante su atención en la caja que había recibido días anteriores. Alzó su mano para abrir el paquete, pero, se detuvo. Con el corazón latiéndole a mil, cerró sus ojos y se meció ante la voz que habló a sus espaldas, dejándola totalmente atónita...

—Hasta que por fin, Candy —dijo con voz aterciopelada—. ¡Por poco y me encuentras sepultado y momificado!

—¡Terry! —gritó Candy como si hubiera visto al mismo Frankenstein, pero ella tenía la razón, ser asustada de esa forma no es para menos—. Pero ¡¿qué haces aquí en mi cuarto!? ¿Quién te ha dado permiso? Eres un...

—¡Shhhh! —Le tapó la boca a Candy quién no soportó el tremendo susto y le mordió los dedos, Terry sólo atinó a gritarle aún con más fuerza—. ¡No sabes que si te escuchan las monjas nos podemos meter en líos!

—Perdón, ¡pero es que tú me provocaste!

—¿Yo? ¿Acaso soy yo la lora parlanchina con pecas y megáfono que ha gritado?

—¡Ah Terry! —Con toda su fuerza, lo hizo retroceder dándole pequeños golpecitos en su pecho hasta que cayeron en la cama siendo Terry el que aguantaba todo el peso de la rubia.

—¡Bueno ya! ¿Pero que haces acá?

—Te lo diré, pero si te bajas y me dejas salir, ¿o prefieres continuar así?

Candy estaba roja y se levantó con la mirada baja. Terry prefirió no darse cuenta y se dirigió a la ventana, la empezó a abrir y examinar cuan alto estaba el pequeño balcón del suelo.

—¿Nos vamos? Ya vi que no hay nadie y podemos salir sin que nos vean. ¡Apúrate porque tengo un apetito voraz!

Candy acabada de almorzar, pero no podía rechazar aquella suculenta oferta, su rostro se le iluminó con sólo pensar en asados y postres; y claro, su apetito nunca acabada, siempre había espacio para algo más.

—Pero Terry, ¿a dónde iríamos? —le preguntó intrigada acercándosele.

—Tengo un plan, sígueme.

Candy y Terry bajaron por la ventana cuidadosamente, ambos eran expertos y no les costó mucho trabajo. Para ella sólo existía un pequeño, o quizás gran problema: ¿a dónde se estaban escapando? Internamente, la pecosa era un mar de dudas, y a pesar que podía ganarse una gran amonestación, no le importaba en lo absoluto, porque estaba junto a un Terry risueño, rebelde y enigmático. Una combinación que, sin querer, adoraba y admiraba. "¡Qué me lleve al fin del mundo si es posible!", pensó y comenzó a reír tapándose la boca para que Terry no se desconcentre.

Iban por una estrecha acera, la avenida en sí era muy angosta. Se parecía bastante al barrio por donde Candy deambuló una noche fría buscando medicamentos para Terry y en dónde también se encontró a Albert. La pista adoquinada le daba ese ambiente perfecto para aquellos que aman Londres y todo lo contemporáneo. Estaba rodeado de innumerables casas y restaurants de clase media alta. Aquel lugar era muy concurrido los domingos y los precios eran módicos. Terry tenía un lugar preferido no sólo por la buena comida que se servía, sino porque su gente era amigable y lo conocían mucho; lo trataban como en su casa por el sólo hecho de ser sencillo y natural a pesar de tener sangre azul. En ningún caso, Terry se había disgustado por ese deferencia, ya que jamás le había importando la distinción de clases y razas, es más, le agradecía a cada uno por tratarlo como a un chico cualquiera a pesar que siempre demostraban respeto por ser el hijo del duque de Grandchester.

De repente, al inicio se crearon una imagen errada de cómo era, gracias a un reportaje realizado por el diario The Sun; al tratarlo, entendieron la gran diferencia y las bastas mentiras que un periódico podría brindar cuando se ensañaban con alguien de la sociedad.

Candy estuvo de acuerdo al ingresar a aquel local, primero que, con lo poco que tenían no podían pagar otro y segundo porque si iban a un restaurant a la altura de Terry tendrían que vestir trajes lujosos y ellos no estaban para eso. Además, sabiendo el carácter de cada uno, preferían estar en un lugar cómodo que en uno donde lo que prevalecía era la aristocracia e hipocresía.

—Pasa Candy. —Con caballerosidad le abrió la puerta e ingresaron.

El rostro familiar de Terry hizo que la mayoría de trabajadores sonrieran y levantaran la mano en señal de saludo; sin embargo, algo había cambiado esa tarde. Estaban sorprendidos... Siempre lo veían solo, pero esta vez, lo vieron entrar con una bella jovencita de ojos verdes y cabellos rubios; rápidamente la reconocieron: era la chica de quién tanto Terry les hablaba...

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Continuará...

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Notas de la Autora:

Hola y bienvenidos. Espero les guste este primer capítulo, que en mi opinión, me hubiera gustado que pase porque pienso que podría cambiar en algo la historia de Candy-Candy.

Esta historia fue la primera que escribí hace muchísimos años y hoy, la he revisado y editado. ¡Ojalá les guste!

Les agradezco anticipadamente sus comentarios, sugerencias o lo que deseen, todo es bienvenido.

Besos, Lu.