XXIV

Los Aburame han sido siempre ignorados. Eso es bueno, porque les permite hacer bien su trabajo. Generacionalmente se ha transmitido en ellos la habilidad de pasar desapercibidos (el Paso de la Pulga, le dicen), lo que les ha permitido tener un inigualable récord de 100% de éxito en sus misiones. No se les conocen fracaso alguno. La secreta clave de la victoria militar de Konoha radica en esos Shinobis de olor somnífero y comentarios bajos, pocas veces blancos del ataque enemigo, muchas veces únicos sobrevivientes de sus escuadras. Incluso los Uchiha, tan glorificados de cabo a rabo, tan temidos y codiciados, odiados con ganas, alcanzan apenas un promedio del 82% de misiones exitosas. Por supuesto, no hay reconocimiento público a la racha invicta, no hay elogios para los anónimos ni desfiles para el secreto. En el mundo ninja, eso se sabe bien, hasta los archivos oficiales son mentirosos.

¿Cuántos Aburame ocultos en la historia habrá sin los que no se hubiera podido contar lo que se ha contado? En Konoha existe un dicho que reza algunos están hechos para ser Hojas vigorosas al Sol, y otros para ser Raíces ocultas en la Tierra, y más allá del juego de palabras, cierto es que se solía categorizar a los muchachitos en patrones de personalidad como Hojas o Raíces, y a las mujeres como Flores o Helechos, y algunos se autoproclamaban grandes Robles y otros eran acusados de Pinos, y a ellas las trataban de Arbusto o Alga dependiendo el gusto y la estación. Y en toda esa jeringonza herbolaria sin duda hay un lugar para el insecto oculto en las hojas, aquel que se mimetiza con las ramas o convierte el tallo en su terrible guarida. Por ello, más certero siempre ha sido decir, detrás de una Hoja siempre hay un Aburame. Ningún aliado más eficaz, ninguno más silencioso, más desinteresado. No es difícil pensar quién ha sido el más beneficiado del favor de este Clan, y no es sorpresa tampoco que en la Aldea se les tenga a los Aburame como los más grandes chismosos y los peores mete-mierdas que hay y ha habido. Si hasta pareciera que se les pudriría la boca del silencio.

Se dice, por ejemplo, que la larga rencilla Hyuga-Inuzuka (o Inuzuka-Hyuga), originada en su paso por el Gran Cañón y que tantos episodios trágicos ha tenido en uno y otro bando, fue producida en realidad por el rastrero ataque de las monstruosas Hormigas León que los Aburame adiestraban en sus cuevas. Los estudiosos del asunto, que son pocos y flojos, nunca han demostrado nada, empezando por su incapacidad de explicar qué razones estarían persiguiendo los granjeros de garrapatas, que además tienen muy buenas migas tanto con los Inuzuka, cuyas bestias conviven simbióticamente con sus plagas, como con los Hyuga, con quienes comparten muy buenas recetas y perfumes. La leyenda del Ancestro Yamanaka es uno de sus mayores logros. Rumores e historias sobre un anciano hombre Yamanaka, de nombre impreciso, que hace décadas cayó en un sueño predeterminado gracias al cual puede pasearse por toda la Aldea como ánima, atestiguando los más incómodos secretos como las dudas entre esposos, las rencillas entre padres e hijos, el amor entre primos y el odio de los hermanados, constituyéndose así el Clan en la más grande reserva moral de Konoha, equiparándose su posible implosión a una suerte de catástrofe bélica. Pero incluso si ello fuera cierto, los Aburame seguirían estando en el imaginario colectivo como los más perturbadores y fastidiosos espías ninjas de Konoha. Son los insectos, a la gente no les terminan de gustar; y por más acostumbrada que esté a convivir entre bichos (y a freírlos, aunque es una práctica más bien endémica), nunca es grato encontrarse un cucarachón de ojos verdes entre las sartenes y que además conoce todos tus chanchullos. Son pues responsables los Aburame, y todos lo saben, de una u otra manera, de la diseminación de todo rumor por pequeño que fuese, pero no de su exageración ni mucho de su interpretación. Dieron ruedo a la infamia que empujó a Sakumo al Harakiri, y a las inclementes murmuraciones sobre la vida íntima del Cuarto Hokage y su digna esposa Kushina Uzumaki, y estuvieron, claro, detrás del envilecimiento de la historia de los Uchiha, casi que desde el día uno, y los acompañaron durante sus campañas militares, durante sus polémicas y sus motines, dentro de sus fiestas y sus nacimientos, y por ello, cuando se supo lo que supo, ya todo estaba sellado.

Itachi y Shisui solían dar largos paseos por la ladera del bosque, hacia el santuario abandonado de los cuervos. Nadie sabía de qué hablaban en realidad, pero Itachi solía comentar que ninguna otra charla en la vida le resultaba tan satisfactoria y reveladora cada vez que la que tenía con Shisui andando por el bosque, charlas en las que podían ir de un tema a otro, de la política al clima, de un chiste a la filosofía, de las dudas a las certezas, como quien va de un extremo del universo al otro y todo se sigue sintiendo unido, coherente, ordenado. A la mitad del camino había una banca en la que solían sentarse a descansar la pata, y veían desde ahí Konoha y mucho más, un mundo que de pronto tenía sentido y destino.

Konoha podía ser tan hermosa algunas veces e Itachi siempre volvía revitalizado y poderoso, hasta que las dudas lo volvían a asaltar y corría a los brazos de su amigo que lo sostenía con los pilares de su pensamiento transversal. Pero esa tarde, esa tarde regresó a casa con todavía más dudas.

—Tengo una solución.

Shisui siempre parecía traer una respuesta.

—Se trata de un Jutsu que he estado elaborando. He estudiado las técnicas Yamanaka y pasé una temporada en la Aldea del Sueño, y creo haber desarrollado algo que nos sacará de este embrollo. Lo llamo... —y lo dijo con el susurro de un amante—, Kotoamatsukami.

—La Distancia entre los Dioses...

—Con este Jutsu... —la voz de Shisui era baja y ecuánime—, puedo introducir una idea en la mente de alguien. Como sembrar una semilla secreta y dejar que sus raíces vayan creciendo. Así la idea se irá desarrollando, y empezará a influir en el pensamiento y la personalidad de manera tan sutil y natural que el sujeto estará convencido de que se trata de su propio razonamiento —y mantenía una fría centralidad al hablar—. Con el tiempo, el sujeto estará bajo el total control de mi Sharingan y actuará según la idea implantada. Imposible de detectar, imposible de detener. Ese es su poder, el poder de cambiar al mundo...

—Y en malas manos —Itachi contempló las lejanías litúrgicas—, el poder de dominarlo —y se dio cuenta del inédito temblor en la muñeca de su compañero—, ¿cuál es su costo?

Shisui descubrió un horizonte iluminado. Se volvió con una sonrisa.

—La pérdida eterna del brillo.

Itachi sintió un hondo precipicio en su tripa.

—Un Jutsu, un ojo. ¿Y en quién lo usarías?

—Tres opciones. Danzo, líder del ANBU y principal instigador Anti-Uchiha. Usarlo en él terminaría este asunto de una vez y por todas, pero...

—Es imposible llegar hasta él, se rodea de los mejores y más fieles ANBU. No solo eso... que Danzo cambie una actitud tan férrea en él sería visto con mucha sospecha por su círculo cercano. Además, tampoco estoy seguro de que fuese a detener nada...

Tras Itachi iba creciendo una sombra cada vez mayor.

—Tu padre... Fugaku es la mente maestra detrás del Golpe. Si él se tira para atrás, los demás lo seguirán, todo el Golpe se caerá. Podía hacerse pasar como una duda inicial, o incluso una inesperada búsqueda de conciliación, los ánimos irían amainando, se retrasaría el plan y los Uchiha perderían fuelle.

—Sería más natural, pero aún hay muchos Uchiha que apoyan el golpe, podrían sentirse desilusionados y desconocer su liderazgo... Por eso...

El sol arrojaba sus últimos brillos entre las cabezas de piedra.

—El Hokage. Si el Tercero adquiere una actitud más determinada, podría buscar que mejorase la relación entre la Aldea y los Uchiha. Podría pararle los pies a Danzo y ceder ante algunas demandas del Clan, con lo que se calmaría la agitación interna. Pero...

Shisui casi se muerde el labio.

—Es la mejor opción —declaró Itachi, casi resuelto—, nadie cuestionará la autoridad del Hokage, todos acatarán su voluntad...

—¿Qué crees que han estado haciendo todo este tiempo? —Shisui se mantuvo en su lado—. Danzo y los Clanes no renunciarían a su odio, y nuestro Clan no es muy diferente. Si cometemos un solo error... Konoha entera podría ir a la Guerra Civil... Pero si tenemos éxito...

El día terminó de irse.

—Debe ser mi padre... —Itachi se mostró serio—, si desarticula el Golpe y busca el apoyo del Hokage, ni Danzo ni los Clanes se atreverán a mover ficha. Pero debe ser lo más pronto posible...

—Itachi... —habló calmado Shisui, con su rápido parpadear—, no dejes que tus emociones cieguen tu Sharingan. Si actuamos motivados según el instinto de nuestros corazones... todo el Clan podría ser exterminado...

—No, Shisui, es justo lo contrario, lo que necesitamos es... —pero no fue capaz de concretizar su idea en una palabra, ¿no la conocía? ¿La moral le impedía ese ejemplo de cinismo? ¿Por qué no la alcanzaba?

Shisui se puso de pie, con la firmeza de quien ha tomado una decisión.

—Solo hay una orden que Danzo puede dar —dijo—, y un solo Shinobi que la puede cumplir... Itachi, tú no estás solo.

Era el único en quien podía confiar Itachi en este mundo, en nadie más. Ni siquiera en una cigarra advenediza que descansaba bajo el banco de su conversación. Aquel insecto llegó al dedo de Sugaru y como un violinista desabrido le reveló una serie de términos claves que luego intentó comunicar a su líder Danzo. Yoji, como realmente se llamaba el Aburame, llevaba la quijada partida. Su padre le pegó una colleja con una pata de cabra luego de hacerle caer del avestruz de forma muy bochornosa frente a sus colegas. Siempre había sido raro, incluso para los estándares de un Aburame, y su padre era orgulloso y exigente, y cuando bebía solía decir que ojalá las hormigas se hubiesen llevado a su hijo, que así no tendría que aguantar la vergüenza de tener un hijo tan torpe y tarado que escribía tres haciendo uno, uno, uno. Así que un buen día en que su padre le dijo que ensillara el ave, Yoji dejó sueltas las correas, y al montarse su padre se deslizó por la derecha hasta caer de nuca y quedar colgado por una pierna, a merced del paso nervioso del animal. Todos se rieron, Yoji más que nadie. Al levantarse su padre, al verlo carcajearse tan fuerte con todos sus pequeños dientes cuadrados tan separados, no se aguantó más y buscó el arma en su bolso. Cuando su madre salió a reclamarle que lo había dejado todo descuajeringado, su padre la amenazó con un kunai largo y le dijo que más le valiese que el próximo hijo que le diera fuese un hombre de verdad y no cagadas. Hoy, Yoji se mantiene unida la mandíbula con una serie de alambres que no le permitían masticar o hablar. Para tales efectos, ideó un método bizarro: una colmena de moscas zumbadoras habita en su lengua (les encanta el calor de ese tejido), y mueven sus colas orquestadas para producir sonidos parecidos al lenguaje humano y se encargan de ablandar toda comida siempre que entre en trozos pequeñitos. Sugaru, hoy un miembro incuestionable de La Raíz, ve el mundo de una forma pragmática, incluso demasiado mecánica. Aunque se le da bien la tortura (dicen que la picazón que ocasiona la mordida de la hormiga roja solo puede ser descrita como ser quemado por la eterna llama del infierno), en realidad es perfecto para misiones de espionajes. Le encajan de maravilla porque nadie nunca se fija en él ni siquiera cuando está a la vista porque todos prefieren evitarlo por instinto. A él no le importa, él no alberga sentimientos complejos. Para él, el mundo es sencillo: si hace lo que le piden estarán felices con él. Danzo, el hombre que le dio las herramientas para interpretar ese salvaje mundo que lo agredía y también ese espacio vital que su Clan le había negado, lo tiene como uno de sus muchachos de mayor confianza. Y Sugaru le debe todo y todo se lo hace saber, como aquello de lo que hablaron Itachi y Shisui esa tarde en la que todo parecía demasiado opaco.

—Ya veo... Como siempre, impecable, Sugaru...