Capítulo II.

#ElVuelo

Lucerys ha tenido momentos de terror. Como las madrugadas en las que se despertaba gritando porque soñaba que el ojo que había sacado era el de Jace; o las noches en que, más pequeño, los cuentos sobre Maegor el cruel lo hacían llorar tanto que, su padre, Ser Laenor, debía quedarse a su lado hasta que podía dormir; aún recuerda gimotear en su hombro mientras él le decía que tanto Arrax como Bruma podían espantar cualquier fantasma. También ha tenido sustos volando en dragón. En Bruma y Syrax las primeras veces que sus padres lo llevaron al cielo, con Arrax cuando fueron juntos a dar sus primeros paseos. La sensación de ingravidez y el temor por ser derribado no se van fácilmente.

Esto es diferente. Vhagar es masiva, un castillo de carne que se levanta y hace retumbar el mundo, un dragón que puede opacar el sol y que vuela a altas velocidades rugiendo; con la risa endemoniada de Aemond en su oído. Lo único que le impide tirarse de allí son los brazos de su tío que, fuertemente atados a sus costados, lo constriñen. Así como su dragón, Aemond parece querer ocupar todo el espacio de Luke. Sus piernas tiemblan tratando de asirse a algo.

El ojo que falta en el príncipe de rocadragón pica y su visión media del cielo hace que se vuelva a marear un poco. Cierra su ojo con fuerza. Antes de darse cuenta está temblando por completo, está lleno de lágrimas y su garganta reducida. Han sido días horribles: murió su abuelo, su hermana nació muerta, ha perdido su ojo y está siendo secuestrado por el peor de todos sus familiares. Quiere que pare: Vhagar, la vida, los sufrimientos, quiere volver a estar preocupado por sus clases y no por el reino.

—¿Por qué lloras, sobrino? —Aemond está hablado desde la derecha, donde está el parche. Sin poder verlo, su tío es solo una voz viciosa—. ¿No estás feliz de ir a casa?

—¡Desembarco ya no es mi casa! —chilla. Le duele la garganta y allí donde tiene su parche, la herida es insoportable.

—¿Y quién está yendo a Desembarco? —Aemond vuelve a reírse, el sonido es similar al del vidrio que se rompe contra el suelo.

Lucerys enfoca su vista al frente, puede ver el humo, la bruma que exhalan la sal y el frío de la madrugada. No deberían ir sobre el mar, deberían estar sobre tierra, bordeando las Tierras de la Tormenta para entrar por las colinas que rodean Desembarco. El mismo camino que Orys Baratheon hiciera un siglo antes.

Arrax se ve como un punto gris en el horizonte. Lucerys tiene una pequeña esperanza creciendo en su pecho. Recuerda las palabras de su abuelo Corlys: El Viejo, el Verdadero, el Valiente. Nadie llega a viejo solo temiendo, ser fiel a uno mismo es también ser fiel a las cosas en las que uno cree. Tal vez Aemond sea aterrador, pero sigue siendo un Targaryen, y una de las personas más inteligentes que conoce, no puede ser tan obtuso a la vida como todos han asumido que lo es.

—¿Iremos a Marcaderiva o a Rocadragón? —se atreve a preguntar, su voz es un pequeño estertor.

Tal vez, si logra que su abuela charle con Aemond, se pueda negociar algo. No necesitan ir realmente a la guerra. Las Tierras de la Tormenta no se moverán sin su tío, con Vhagar lejos de Desembarco hay posibilidades de ampliar las expectativas.

El sol, que se alza en el horizonte con pereza, hace que las pocas nubes que los rodean se vean mullidas, blancas y blandas. Luke puede albergar algo de esperanza.

—Iremos a ver a mi hermana —el tono es sarcástico. Luke considera que podría ser llevado hasta la costa y luego vería como el dragón pasa de largo su casa. Sabe que su tío puede ser así de sádico, puede llevarlo en un vuelo hasta las puertas de su hogar, para después arrojarlo a las celdas negras de la Fortaleza Roja.

Antes de llegar a eso, Meleys los encuentra en el aire. Vhagar no le deja ver el mar debajo, pero asume que los barcos Velaryon deben estar patrullando. El dragón de su padre va detrás de su abuela, gruñendo.

—¡Bruma! —grita, para que lo vean.

—¡¿Por qué tienes a mi nieto?! —Rhaenys lleva una cota de malla con el dragón tricéfalo en el pecho. Es una guerrera más que una señora y hoy lo ha llamado nieto, una más de las contadas ocasiones en que ha sucedido.

Aemond se aprieta contra él ante la pregunta, el movimiento de una serpiente que enrosca a su presa. Lucerys puede sentir el vaivén de la respiración contra su espalda.

—¡Vine a negociar con la reina! —responde Aemond, guiando a Vhagar hacia el frente, pasando detrás de Marcaderiva.

Rocadragón es sobrevolado por Syrax y algunos de los dragones más pequeños, los de sus hermanos Aegon y Viseys, que apenas si pueden levantar su propio peso. Arrax, en la playa, espera hasta que Vhagar baja para irse a reunir con los demás. Lucerys siente el temor del dragón ante su vuelo en otra bestia, una desconfianza nacida del odio entre los jinetes; comienza a preguntarse si, en caso de una guerra, los animales se sentirían mal por atacar a aquellos con los que había crecido y compartido nido. Su dragón, así como el de Aegon, su tío, habían nacido de la misma nidada.

El sentimiento de necesidad, de lucha, entre el jinete y el dragón, le anima a desprenderse del agarre de Aemond en cuanto puede. Se desliza por el costado del enorme dragón, sintiendo a su ojo tirar por la presión. El maestre de Bastión de Tormentas le advirtió que, aunque el arma estaba limpia, podía sentir más fiebre y mareos con los días.

⟪La sangre del dragón no se enferma ni sufre males. Aemond ni siquiera presentó fiebre.

La arena bajo sus pies, tan pálida como el cabello de su madre, ya empieza a calentarse. El medio día está cerca. Su abuela lo toma en brazos, apenas desciende, revisa sus extremidades y el parche que cubre su ojo; no dice nada, pero mira a Aemond con rencor. Es la primera vez en su vida, que la princesa Rhenys lo toca por decisión propia y muestra algo cercano a una emoción que no sea el deber.

Ser Steffon Darklyn es el Guardia de la Reina que los espera en la entrada de la pasarela de piedra que conduce al castillo. Su capa y prendas blancas emergen como una lámpara contra la roca negra, el humo de la isla y el semblante general de guerra.

—Príncipe Lucerys, princesa Rhaenys —saluda, agachando la cabeza. Luego mira detrás de ellos—. Príncipe Aemond, lamento informarle que para entrar en la morada de la reina deberá entregar sus armas.

—Vengo como parlamentario, con una propuesta.

El hombre se mantiene firme. Lucerys, que está al frente, busca a su abuela como apoyo. Ella no le presta atención, está mirando Aemond.

—Los buenos invitados respetan las normas de las casas que visitan —Rhaenys no tiene miedo nunca—. Tu dragón puede ser enorme, pero tú no.

...

#LaNegociación

Daemon y Rhaenyra lo están mirando como si le hubiese llegado proclamando un viaje a Valyria. Aemond podría sentirse orgulloso de eso si no se hubiera humillado ya bastante al llegar hasta aquí, pasando por encima de las promesas hechas a su madre, su hermano y su abuelo. Pero ¿quién más pensaría en Helaena, en los dragones y en las consecuencias reales? Ir a la guerra, es deseable solo si hay ganancia en ello. Aemond podría hacerlo, pero el vacío aun persistente en su corazón, donde el ojo de Lucerys debería haber llenado algo, le advierte que no podría ir más allá. Sus ansias por algo, lo que sea, no serían satisfechas con sangre, al menos no con la sangre de su familia.

Lo han recibido en una sala lateral del castillo, donde la enorme mesa de Aegon el Conquistador ilumina el reino al que los Targaryen han arrodillado. Es magnífica, una muestra de vivo poder y astucia. Aegon, su hermano, no quería ser rey hasta que lo obligaron a ello. No podría sentarse aquí, ordenando las cosas con calma, para planificar un movimiento coherente de sus huestes. Rhaenyra no solo quiere reinar, se ha preparado para ello, como se ve en los estandartes ya revelados de sus abanderados y amigos (Lady Arryn apoyaría a su prima sin chistar y los Stark no sé echarán atrás con una promesa). Aegon sería un idiota como rey, no hace caso de su madre y desprecia a su abuelo. Aemond podría matarlo y tomar su puesto, pero sí hay dolor por el dolor de Lucerys, no imagina el dolor por el asesinato del quién fue su único amigo buena parte de su vida.

—¿Cómo pretendes que te creamos, cuando le arrancaste un ojo a mi hijo? —su hermana, a pesar de llevar el rigor del luto y la perdida de un bebé, parece dispuesta a pelear con todas las consecuencias.

—Tu hijo —Aemond señala a Lucerys, que está al fondo de la sala en manos de un maestre—, pagó una deuda. Ya no hay resquemor entre nosotros, solo estoy extendiendo una revisión de los propósitos de mi viaje. Una guerra sería devastadora, no considero que sea lo adecuado, pero tampoco voy a entregar a mi familia tan fácil.

—¡Tu familia es un nido de conspiradores y traidores! —el volumen de la voz de su tío es imperioso, así como el azote que da a la madera que los separa—. Es inadmisible que pidas perdón.

Hay tanta furia allí, tanto deseo de destrucción. Aemond tiene ganas de aceptar el reto, de ir hasta Vhagar e incendiar Rocadragón como Rhaenys no se atrevió a incendiar Pozodragón. De todos sus familiares, Daemon es el que más se le parece, también el que refleja su propia ineptitud. Lo vio, en la noche, mientras daba vueltas en la cama ajena. Daemon es el único futuro que le espera al lado de Aegon, el hermano menor con mayor capacidad, pero menos poder; una herida siempre abierta entre la lealtad y las aspiraciones.

—Daemon —Rhaenyra no grita, no lo necesita—. Siguen siendo de nuestra sangre. —enseguida mira directamente a Aemond, sus ojos claros no dejan ver más que astucia—. Nunca he deseado mal a Helaena, mi hermana es muy querida para mí, al igual que mis pequeños sobrinos. Puedo dar fe de que no les tocaría ni un pelo. A ti tampoco, si cumples con tu palabra. Con Aegon tendríamos que ver qué tan fácil nos lo hace. En cuando a Alicent y Otto Hightower…

Aemond conoce la respuesta: misericordia sería enviarlos a ejecutar. En un arranque de ira, podrían ser devorados por los dragones. Su madre, su querida y bien cuidada madre, no había aprendido nada de los muchos años de administrar la corte. Había sembrado una discordia que no supo controlar, se había cavado una tumba de aliados y conspiradores.

—Su majestad —Lucerys, desde su silla frente al fuego, llama a su madre. Lo hace con propiedad y reverencia—. Mi tío me ha dado la gracia de decidir pagar mi deuda o enfrentar las consecuencias. No compartimos sangre, pero los Hightower han servido a nuestra casa, deja que decidan ellos su condena.

Lucerys tiene catorce años. No tiene un ojo. Pero cuando habla, Aemond ve todo el amor que le han brindado, el derecho que su abuelo —el padre de Aemond— le defendió siempre, la gracia con la que le han favorecido; lo envidia. La claridad de sus acciones, la forma en que, aún a puertas de una guerra, es la que se esperaría de alguien digno. Pero esa sanguijuela es la misma que se llevó su ojo y lo ha convertido en un hazmerreír por años.

Durante un momento, se arrepiente de no haberlo arrojado al océano. Quiere tomarlo, ahorcarlo y hacerlo gritar, perder la cordura. Podría pelear contra el chico que le arrebató el ojo, todo furia y decisión, pero no contra este perfecto de septon penitente.

Cuando Vhagar llega a Pozodragon, Helaena lo está esperando. Está sola, sin corona y sin distintivos de su casa, también hay lágrimas en sus ojos. Se ve apagada, envuelta en una capa gris.

—¿Hermana? —si Aegon le ha hecho algo, algo demasiado inmoral, va a asesinarlo.

—¿Lo has matado? —pregunta, congestionada, sin dejar que se acerque—. ¿Mataste a Luke, Aemond? Lo vi, lo vi. Tu dragón se comió al suyo.

Aemond ha estado en algunos de los ataques de Helaena, cuando dice que escucha y ve cosas que no están ahí. Los maestros han dicho que se trata de algún padecimiento de la mente, que podría ser tratada con leche de amapola o sueñodulce en pequeñas concentraciones; pero también ha observado cuando sus sueños y palabras crípticas se convierten en realidad —su ojo—. ¿El destino había designado que debía acabar con la vida de Lucerys Velaryon? Porque entonces su frustración tiene más deber de ser.

—Helaena, él está bien. Lo llevé a Rocadragón. Vengo por ti, voy a ponerte a salvo con los niños.

Tiene que calmarla, abrazarla un buen rato para convencerla. Ella llora y se estremece, sus manos se manchan de sangre allí dónde aprieta las uñas contra las palmas de sus manos Le muestra el ojo, la masa aguada que conserva dentro de un pañuelo y que empieza a oler mal. Le cuenta, tratando de llevarla a la Fortaleza Roja, que pasó la noche pensando en todos sus errores, en todos los errores de su familia y que decidió dar un paso al costado. Todavía reciente a Lucerys, pero ahora no se va a llevar a todo el mundo por delante.

Ella llora más, le hace prometer que no va a matar a nadie. "Lloverá sangre, el hielo bajará desde el norte y nos extinguirá a todos. Vas a ahogarte en rojo". La frase se repite en su mente a cada paso que da, partiendo en dos las situaciones que enfrenta. Le miente a su madre y a su abuelo; no es una mentira como tal, él tiene a Bastión de Tormentas de su lado.

Cuando lleva a su hermana y a los niños a Pozodragón, en la madrugada, después de haber convencido a su madre de dejarlos con Lord Borros para protegerlos, cae en cuenta que Jaehaerys y Jaehaera jamás han sido elevados en dragón. Siente pena por ellos y más rencor del que puede por Aegon. También por él mismo. Su padre le contó, en algún momento, en un raro momento donde le dedicó cierto tiempo, que él y su tío Daemon habían ido a volar a los diez días de vida, atados al pecho de la abuela.

⟪Los Targaryen⟫ le había dicho ⟪deberían poder nacer en los cielos⟫. Espera que sus sobrinos alguna vez puedan apreciar aquello con amor y no con rencor.

Tiene que llevarse a Jae en Vhaghar y Helaena se acomoda con la silenciosa Jera en Sueñafuego. Su sobrina mira a los dragones con calma absoluta, como si se tratase de gatos, no pregunta nada y no llora; la gente ha empezado a decir que ha heredado la estupidez de su madre.

Si las cosas salen bien, va a cuidar de que nadie, nunca, ponga en peligro a estos niños. Jaehaerys debe aprender a usar la espada y Jaehaera a bailar.

Más tarde, Helaena, de pie en Bastión de Tormentas, rodeada por señores fieles, le da unas cuantas palabras antes de que se vaya: —Todas las cosas que odias, hermano, las tienes también dentro de ti.

...

#LaEspera

—Has perdido un ojo, pero me has dado un reino —le dice su madre dos días después, cuando un cuervo llega desde Bastión de Tormentas—. Si algún día tienes una petición que hacerme, la aceptaré.

Están en una de las almenas del castillo, los dragones y guivernos que hacen las veces de mamparas y remates en los techos y balcones los rodean, Lucerys y sus hermanos les han dado nombres con el pasar de los años. Al fondo, en el horizonte, la costa de Poniente es solo una línea desigual de verde y marrón. Allá, a lo lejos, está el mundo sobre el que es príncipe. ¿Aegon el conquistador se paró allí y pensó en que ese era su futuro? ¿O vino en sueños, como cuando Helaena le dijo que había soñado con dragones que tiraban abajo banderas y solo hasta hace unas noches fue consciente de que Aegon y Aemon debieron desmontar todos los estandartes rojos y negros para dar prioridad a los colores de la casa de la reina consorte?

Luke mira a su propia madre, radiante, con la corona de su abuelo entre sus cabellos de plata. Ella es todo lo que Luke considera que está bien: es fuerte, es amorosa, es bella y tiene amor para dar, montones. Lucerys nunca se ha sentido parte de nada de eso: aunque ella trató de tranquilizarlo cuando lo envío a ver a los Baratheon. No hay nada que él desee que esté sujeto al deber de ser un señor, puede ser un caballero, un guardia, un mensajero, un septon. Pero no un Señor.

—Su Majestad —dice, con seriedad, mirando en los ojos violetas que lo aman—. Seré siempre el más fiel de sus súbditos, si usted me pide dar la vida por su reino, yo lo haré. Pero no puedo ser el señor de Marcaderiva. Entrégale el título a Rhaena, respetando que ella es la hija mayor de la hija mayor del Señor de las Mareas.

—Lucerys, tú…

—Lo sé, mamá. Me amas, el abuelo me ama, la princesa Rhaenys me aprecia. Pero no voy a ser el señor de Marcaderiva, no es justo. —dejando de lado al mar, mira hacia la habitación del lado, en la biblioteca de Rocadragón. Todo allí siempre es oscuro y cavernoso, igual que los nichos en los que anidan los dragones—. Ella ha estado a tu lado aprendiendo a gobernar durante los últimos cinco años, cambiará de sitio con Baela en cuanto ésta sea la esposa del principe heredero, además, por mucho que quisiera a mi padre, no tengo la sangre de los Velaryon.

No quiere volver la vista hacia la reina. Su único ojo pica ante la sensación de llorar; ha descubierto que los músculos del otro lado de su rostro aún tiran imitando ciertos á rápido. Aemond tuvo la decencia de facilitarle una daga de acero valyrio.

Nunca hablan de su bastardía en voz alta, ni siquiera cuando le hizo prometer a su madre que algún día irían a Harrenhal a dejar flores para ser Harwin. Esta es solo una de las cosas extrañas que pasan dentro de su familia. Jace y él sí que lo han discutido, bastante, sobre todo porque su hermano es quien más tiempo pasó con sus padres perdidos.

Joffrey nunca pregunta, ni dice nada, pero siempre corrige a quien pregunta si Daemon es su padre: No, mi padre se llamaba Laenor Velaryon.

—Luke —cuando sus manos son sostenidas con amabilidad, hay poco que pueda hacer—. Lo haré, pero quiero que sepas que Laenor te quería, como a un hijo. A ti y a tus hermanos, y no te consideró menos. Estuvo el día de tu nacimiento sosteniendo mi mano mientras pujaba. Cuando las comadronas te limpiaron, te levantó para que pudiera verte y me dijo: "Mira la cara del próximo señor de Marcaderiva". No solo he defendido tu legitimidad porque él te la dio, sino también porque eran sus deseos.

Para cuando Luke se atreve a mirar a su madre, ella tiene los ojos llenos de lágrimas y aprehensión. Hay algo ahí que no puede distinguir, también teme preguntar. La abraza, porque no se le ocurre en que otra manera contener todo lo que ve, lo que siente y lo que está compartiendo.

Su cuenca de ojo vacío, late. Su madre lo ha mirado de la misma manera en que lo hizo Aemond cuando salió del salón principal de Rocadragón. Aunque los Targaryen gozan de poseer un color característico en ojos y cabello, cada uno parece ajustarse al carácter de su propietario. Mientras su madre tiene ojos violeta y cabellos de plata y oro; su tío Aemond lleva el cabello tan blanco como el tío Daemon y unos ojos tan claros, y tan enojados, que podrían ser rosados, como sangre lavada. Su madre usa sus ojos para hablar con las personas, Aemond para alejarlos. En ese pequeño instante en que se miraron por última vez, Lucerys pudo recibir un mensaje ambiguo, de sentimientos y silencio, que se fue con el batir de las alas de Vaghar.

Al día siguiente, mientras divisa Desembarco del Rey a lomos de Arrax, se arrepiente de no aceptar la sugerencia del maestre de emplear unas cuantas gotas de leche de la amapola para dormir mejor. El reflejo del sol matutino en el agua, así como el calor, le están haciendo marear. Ha vuelto a tener pesadillas, esta vez con el zafiro incrustado en la cicatriz de su tío. Lo atormenta el azul profundo, como el mar en sus días más bravos. Teme ahogarse, no respirar. Morir. También tiene otros sueños, que aún no sabe cómo clasificar, donde la voz de Aemond le susurra cosas, cosas que no logra descifrar, para después aparecer junto a su cama como un espectro: piel, cabello y ojos claros; una sonrisa sardónica que le interroga sobre su papel en todo esto.

Se levantó agitado y corrió para hallar a Arrax, acurrucado en una cueva, esperando por su llegada. Habían pasado la madrugada juntos, con un libro en valyrio, lleno de ritos y leyendas, que Lucerys usó para distraerse y para hablar con el dragón.

Mientras ve la ciudad acercarse cada vez más, piensa en su tía Helaena. No sabe qué hizo Aemond para convencerla de abandonar Desembarco y dejar a su madre, pero está agradecido de que no esté aquí. Si las cosas se complican, no quiere ser quien ocasione que su tía pueda sentirse mal. Ella, a pesar de todo, siempre se ha congraciado con ellos y su madre; la reina tiene especial agrado por su hermana.

Es cuando están sobre la bahía, con la desembocadura del Aguasnegras a menos de tres nudos de distancia, que Fuegosol aparece sobre Pozodragon. Medio oculta por la colina principal, la estructura que alberga a los dragones cobra vida con el reflejo dorado y carmesí del dragón de su tío. Lucerys se pregunta si la corona ha enloquecido a Aegon, pues no encuentra razón de montar a su dragón para atacar por sí solo a Meleys, Arrax, Vermax, Danzarina Lunar y Syrax, qué montada por su madre, espera atrás. Caraxes está con su tío, sobrevolando Bastión de Tormentas por si Aemond decide traicionarlos.

Aegon, contrario a lo que podrían haber esperado, no duda. Vuela hacia ellos, en un ritmo tranquilo, y Fuegosol no parece agitado, más bien se desliza en el aire feliz de ser liberado del pozo.

—¡Tranquilos! —grita, agitando su corona en el aire.

Meleys toma la delantera, bloqueando a Vermax y Arrax.

—¡No tienen que temer! ¡Vengo a entregar esto! —agitando una vez más la corona, Aegon se acerca para lanzarla a los brazos de la princesa Rhaenys. Lucerys no entiende del todo, pero Jace, desde su dragón, parece igual de desconcertado.

Su pobre hermano ha tenido que ver demasiadas cosas en las pocas horas que ha estado en casa, después de visitar el Norte. Primero su ojo faltante, luego la carta de Aemond y ahora esto.

—¡Ten un buen reinado, hermana! —el grito de Aegon es entusiasta mientras guía a su dragón en dirección al mar—. ¡Díganle a Helaena que es una traidora!


Notas de autor:

¿Esto se desarrolla como House of Dragon, con saltos de tiempo? Sí y no. Como siempre, mi interés por la situación política evita que pueda asumir simplemente la perspectiva de una reunión romántica, así que estoy gestionando ambos y dejando que madure el instinto de preservación de Lucerys xD

Además, esto va unido a un headcanon que tengo sobre porque, sin importar quien reinase, igual habría guerras y la familia Targaryen se fracturaría, aún más. Así que, continúen sintonizades para ver a donde nos lleva esta idea mía.