Capítulo III
#Coronación
Rhaenyra se hace ovacionar fuera de la Fortaleza Roja, llevando la corona de su padre. Se cubre con un vestido rojo y una capa negra, águilas bordadas en color humo rematan el borde de ambas prendas. No levanta una espada, no grita, solo está ahí de pie y ya se ve más digna, más grande y más apta que Aegon. A su lado, Jacaerys, Lucerys, Joffrey y los pequeños Aegon y Viserys, se ven como polluelos, vistiendo los colores de su madre. Los cinco están felices, juntos.
El sol, propio de finales del verano, provee una luz clara, aunque no excesiva, que acaricia los rostros de la familia real con cariño. El aire de Desembarco, festivo y energético, también empieza a agriarse por el frío. Arriba, en las torres de la fortaleza, los dragones los sobrevuelan, dejando brillar sus escamas en tonos diferentes, que maravillan tanto a los señores como al pueblo llano. No ha habido fiesta, ni torneo y, mucho menos, guerra abierta, solo un edicto a todo volumen en las calles, que proclama a Rhaenyra, de la casa Targaryen, la primera de su nombre, reina de los Ándalos, los Rhoynar y los Primeros Hombres, señora de los Siete Reinos.
El título de Protector del reino es ahora de Daemon Targaryen, que lo ejerció con mano dura hacia aquellos por los que su esposa no tuvo clemencia. Ser Criston fue el primer bendecido, con su cabeza en una pica, mirando hacia las masas; el título de "hacedor de reyes" no duró ni una semana.
Aemond, al pie de la escalinata, vistiendo prendas negras, se pregunta si podrá encontrar él mismo algo de paz en medio de tantos cambios. Acaba de vender a su madre, asesinar a su abuelo, traicionar su hermano; pero el mundo parece ignorar todo ello, lejano de los días de agitación que sucedieron a la muerte de su padre y presto para enfrentar el riguroso invierno que se avecina. Rhaenyra ha dado un discurso inspirador, calmando los ánimos sobre las dificultades que pueden avecinarse con el frío, además, tiene planes que su abuelo Otto no contempló, como una alianza con Dorne. ¿Y él? Ha empezado a fantasear con huir al otro lado del Mar Angosto, buscar a Aegon y cortar su cabeza.
Helaena, de pie a su lado, con Jaehaera y Jaehaerys tomados de sus manos, no se ve afectada por nada. Tal vez, cuando conozca los demás planes, pueda no inquietarse tanto como su madre, gritando y vociferando en el Torreón de Maegor.
—Una de mis primeras acciones como Reina, es mi deseo de hacer un reconocimiento público —Los señores se amontonan en la primera línea, levantando la cabeza en busca de las recompensas—. Esto es para mi hermano Aemond y mi hijo Lucerys.
Helaena lo empuja para que se pare frente a su nueva reina, así como Lucerys copia el gesto motivado por sus hermanos.
—Ambos hicieron posible este final pacífico y mi reconocimiento como la legítima y legal reina de Poniente. Lucerys al pagar una deuda y Aemond al aceptar el pago y, con él, pensar como familia. Ambos me pidieron algo y, siendo una Reina justa, planeo recompensarlos.
Un aplauso se levanta alrededor, enorme, apabullante. Corlys Velaryon, su esposa y sus nietas, gritan el nombre de Lucerys en apoyo. El miedo repta por la columna de Aemond. Cuando la Fortaleza Roja fue tomada, los traidores capturados y las sentencias dictadas, poca había sido la misericordia hacia aquellos que colaboraron de manera activa en la coronación de Aegon. Aemond pudo haber extendido una oferta de paz, pero eso no lo hace menos cómplice.
Y, si la sonrisa torcida del Príncipe Consorte le dice algo, no va a recibir la parte más justa de todo esto. Se ha prometido una cosa, se ha comprometido con ella y, si quiere demostrar su valía, deberá mantenerlo. ¿Qué puede ser peor que el matrimonio con Cassandra, donde tendrá que ver a Borros Baratheon como suegro el resto de su vida?
—Aemond, me pediste clemencia para tu madre, nuestra hermana y nuestros sobrinos. —Rhaenyra continúa hablando sin gritar, su voz es fuerte y clara—. Excuso a todos, menos a tu madre, pero en lugar de ejecutarla por traición, será confinada al Torreón de Maegor, manteniendo su nombre y títulos; a menos que decida ir con su familia a Antigua, con nuestro hermano Daeron, en cuyo caso, perderá los títulos, pero no sé la condenará.
Su abuelo Otto no tuvo tanta clemencia, despojado de su cabeza y extremidades por Daemon Targaryen en un arranque de pura ira. Los hermanos Lannister tuvieron un poco más de suerte: Debieron pelear a muerte para saber quien tendría la gracia de ser el sucesor de su casa. Cuando Jacaerys mencionó que Jason ya tenía hijos propios, Corlys Velaryon habían sugerido la ejecución para los gemelos. Todavía esperan sentencia en las celdas negras.
—Aun así, fuiste parte activa de una conspiración en mi contra y eso debe ser pagado. —Ahí va—. Te doy dos opciones: Una, te quedas en Desembarco, entras en la Guardia Real y te conviertes en la espada juramentada de Jaehaera y Aegon, que serán comprometidos; dos, puedes ir a Antigua con la familia de tu madre, casarte con Cassandra Baratheon, perdiendo todos tus títulos, tu posición en la familia y tu dragón.
La última palabra lo hiere.
—¡Dí un ojo por Vhagar! ¡Un dragón no es un esclavo, es un compañero! No puedes obligarme a abandonar mi montura —antes de avanzar un paso, la espada de Ser Erryk le apunta—. No soy una ficha para usar, hermana.
Ella lo está mirando desde arriba, desarmada, solo con su cabeza aposentada debajo de una corona que él le facilitó. ¿Por qué su padre siempre la había considerado inigualable si su poder no puede ser mantenido por ella misma?
—No te estoy pidiendo consejo, hermano. Te estoy dando opciones. Me has escogido como reina.
No ha sido idea de ella, es lo que escucha. Rhaenyra puede ser intransigente, pero nunca belicista, aquella debe ser una condición impuesta por alguien más.
Antes de poder continuar, la voz de Lucerys se hace evidente: —¿Qué es lo que tienes para mí, madre?
Hay pena cuando la reina mira a su hijo, algo como un vacío. Aemond saborea la satisfacción de la desgracia que no le pertenece.
—Me pediste dejar tu título como señor de Marcaderiva y todo lo que ello conlleva, me pediste entregarlo a Rhaena como corresponde en la línea de sucesión. Pero no puedo confiar en el juicio de un niño. Así como Aegon tomó la corona y luego la abandonó, puede tratarse de un capricho nacido de la incertidumbre y el miedo —Aemond ha visto miles de veces la decepción, pero nunca ha sido tan deliciosa para él. Su querido sobrino está mirando a la reina con temor—. Así que prestarás servicio junto a tu abuelo Corlys, al menos durante un año. Viajarás y navegarás con él, aprenderás todo lo que debas saber sobre el mar. Después, puedes decidir qué hacer. Y tu compromiso con Rhaena Targaryen se mantiene, seas el señor o solo el esposo, darás el apellido Velaryon a los hijos de su casa.
El silencio que sigue a esta declaración es funesto. La masa de gente cuchichea, algunos con risas de satisfacción, otros con intriga. Alguien del pueblo llano pregunta sí no será aquello el inicio de otra disputa.
Aemond mira a su sobrino, no encuentra allí más que resignación fatídica ¿Este pedazo de mugre fue la que le arrebató un ojo y la que se sacó, sin emitir sonido, el suyo propio? Lo desprecia. Los pensamientos que le provocó en Bastión de Tormentas, la decepción fatal ante las consecuencias de sus deseos y acciones, fueron las motivantes de este desenlace ¿Por qué no está feliz o lucha contra aquello que le acongoja? La pasividad asquea a Aemond.
Se da la vuelta y abandona el lugar, ante la mirada de los señores que han vuelto a cambiar de bando y parecen ver en él a un caso perdido. No es tan hipócrita, no tiene tan poca decencia. Es un Targaryen, su sangre está unida a la certeza de la grandeza. Lo que hizo, lo meditó bajo la gravedad de las consecuencias, no por miedo. El miedo lo abandonó la noche en que se dio cuenta de que su padre jamás lo defendería, incluso cuando había perdido un ojo; el miedo se desprendió de él cuando, a pesar de sus mejores esfuerzos, su madre seguía viendo en Aegon un hijo al cual favorecer. ¿Miedo de qué? ¿De no ser aceptado? Para su familia siempre ha sido un segundo hijo, un reemplazo, una cosa que usar ante la impotencia de quién debiera poder hacerlo.
¿Cómo logró Daemon Targaryen vivir así por tanto tiempo, sabiendo que estaba bajo el yugo de alguien menos capaz, más blando? La respuesta la obtiene de un rugido de Vhagar en Pozaodragón.
El clima, aunque templado, comenzará a bajar las temperaturas en un par de meses. No podrán ir a buscarlo si hay asuntos más importantes que atender.
Cuando quiere salir del castillo, un grupo de guardias con capas doradas lo detienen. Entre ellos, reconoce a Arryk Cargyll, perdonado por la reina. Lleva la misma armadura que los demás y solo lo distingue su capa blanca.
—Lamento entorpecer su caminata, mi príncipe, pero tiene prohibido abandonar los límites de la Fortaleza Roja hasta que se haya decidido su posición.
—Fui yo quien le ofreció el salvoconducto que tiene, Ser Arryk —le recuerda—. Su juramento a Rhaenyra es temporal.
El rostro del guardia se congestiona. Las sutiles diferencias con su hermano gemelo se incrementan, es un hombre enfrentado con una verdad que es innegable.
—Un error es un error —responde el hombre—. La reina me ha perdonado y favorecido. Aegon abandonó su puesto. Yo le sirvo a quien lleve la corona y demuestre ser digno del trono.
Aemond descubre que también odia a este tipo de hombres, a los que la derrota los vuelve sumisos e inflexibles.
...
#EspadaJuramentada
Si a Lucerys le preguntasen, antes de la muerte del rey Viserys, cómo definiría a su tío Aemond, hubiese dicho que era un hombre frío, hosco, cruel y sin sentido del honor.
Si la pregunta se hubiese repetido mientras esperaba en Rocadragón, después de entregar su ojo, la respuesta hubiese variado un poco: Frío, calculador, justo y reflexivo.
Ahora, casi tres meses después de la toma de la Fortaleza Roja, Lucerys no puede poner en palabras al cúmulo de acciones contradictorias en que se ha convertido Aemond Targaryen. Tampoco entiende por qué, si su deuda está pagada, sigue apareciendo frente a él como una amenaza constante. Incluso cuando se va a dormir, la mirada lavanda lo persigue.
El día en que su tío tomó la capa blanca, volvió a quitarse su parche. Miró a la reina con su ojo sano y su zafiro. La herida de Lucerys había escocido, durante toda la ceremonia, como un pozo de culpa y miedo ante el hombre que lo odia. Aemond había hecho sus votos, tomado su armadura y vuelto la vista hacia él. El frío que recorrió su cuerpo le hizo temblar las piernas y perder el habla.
Ahora que Aemond es un Guardia Real, las cosas son peores. Ante la insistencia de Helaena de que sus hijos no necesitan una constante vigilancia, su tío se ha convertido en una sombra que lo persigue por la Fortaleza Roja. Blancos cabellos, blanca capa, blancas prendas: el único color que lo distingue es el de sus ojos y su parche.
No habla, no dice nada, pero está ahí, siempre.
Hubiese preferido a Ser Erryk, pero él fue enviado con Baela y Jace a Rocadragón.
—Si alguien te viera, creería que tienes miedo de tu protector, sobrino. —dice el hombre, mientras lo sigue a través de la pasarela que conecta las residencias con la torre donde sesiona el Consejo Privado.
—Tal vez si no parecieras querer asesinarme, tío —contesta, mientras echa una mirada hacia atrás; como espera, el único ojo de Aemond lo recibe para enfrentarlo—. A veces siento que estás calculando el momento adecuado.
Hay una risita baja ante eso. Siente un poco de vergüenza y una ligera conmoción, algo parecido a los días en que Aegon y él planeaban tonterías para molestar a Aemond y Jace, cuando reírse con su tío no implicaba una sentencia de muerte o una incomodidad fatal. Su corazón late, con el impulso atávico de desaparecer, de fundirse con el piso o de ignorar el hecho de que los pasos que lo siguen no lo van a dejar.
A menos que su madre lo pida.
Pero su madre tiene más problemas ahora, grandes problemas. El reino, al parecer, padece con los recientes eventos y el inminente invierno que se avecina. Los Maestres vaticinan dos o tres años de nevadas, con medio año de lluvias intensas antes y después. La reina necesita conseguir comida, organizar caravanas, asegurar el comercio, no escuchar como su segundo en la línea de sucesión, no sabe qué hacer con todos los pensamientos que ha acumulado progresivamente sobre su tío.
...
#ReinaViuda
Aemond es un hijo abnegado. Puede ser un traidor, pero sigue amando a su madre. Por eso no se fue, porque ella no quiso irse, o al menos es lo que trata de decirse, cuando la culpa lo lleva hasta el septo para rezar a dioses que no considera justos. A veces no reza, solo se mantiene de rodillas, dejando a sus músculos entumecerse por la posición. Helaena le ha dicho que los dioses son sordos.
Siempre va al septo antes de cumplir con un encargo para Rhaenyra.
La reina viuda, Alicent Hightower, ha decidido enclaustrarse dentro del Torreón de Maegor, a rezar a los siete. No le habla, pero Aemond pasa a saludarla todas las mañanas. Algunas veces la encuentra frente a un improvisado altar, con sus damas, otras veces Helaena y los niños han venido a desayunar.
Hoy está sola, vestida de pies a cabeza en su característico color verde. No está rezando, ni Helaena se encuentra a su lado. Al cerrar la puerta detrás de él, Aemond recibe una cachetada.
—¡Eres un desagradecido! —recita ella— ¡Un niño ingrato!
—Ya no soy un niño, madre —le recuerda, dando un paso atrás. Cualquier cosa que ella quiera decir, o hacer, no es bienvenida sin una explicación.
Aunque no ha perdido su belleza, Alicent Hightower parece haber adquirido una mirada maniaca. Después de haber visto morir a Otto Hightower, se ha reservado el derecho de recibir o prestar atención aquellos que llegan a su habitación; las cartas de Daeron se acumulan en un lugar de las habitaciones de Aemond, negándose a abrir cualquier cosa no destinada a él.
—¡Los mataste! Me lo han dicho, fuiste tú.
A pesar de la insistencia de sus aliados, no está tan desconectada. La reina viuda aún mantiene contactos fuera de las oscuras habitaciones que son su prisión; es de esperarse, ha gobernado Desembarco casi tanto tiempo como ha vivido allí.
Aemond no puede encontrar algo de remordimiento en sus acciones, la reina le dio un trabajo y él es el único Guardia Real que aceptaría algo así: matar a todos los exfuncionarios de la ciudad que ayudaron a la anterior Mano del Rey. No solo porque le hacen la vida difícil a Rhaenyra, sino porque pueden utilizar a cualquiera de los niños para falsificar otra rebelión, o justificar alguna otra estupidez que ponga de cabeza las cosas—como convencer a Aegon de regresar de dónde sea que ahora resida—.
Por mucho que lo deteste, Aemond ha sido un príncipe consentido, no va a sacrificar su posición por un montón de niños, aunque estos sean sus sobrinos. Sobrinos de cabellos plateados que ahora lo siguen a todos lados gritando: ¡Tío Guardia!. Aegon, mayor que todos, parece ser el único reacio a corretearle.
—Lo hice, madre. Debo defender a la familia real de cualquiera que desee hacerle daño.
El cabello rojizo de su madre se deshace en mechones mal distribuidos cuando ella arranca el tocado. Es como si, de pronto, un caballero se estuviese desarmando, preparado para el momento final. Piensa en Ser Criston, riéndose de él, mientras Corlys Velaryon preparaba el hacha que le quitaría la vida.
—¿Y tú le creíste a esa zorra? —pregunta—. ¿Crees que ella te diría la verdad? Te está manipulando, hijo. Mintió sobre la muerte de su esposo, se casó con su tío. Es una blasfema.
Aemond quiere decirle que él es fruto de todo lo que ella detesta, que sus antepasados se han casado entre ellos por generaciones. Los padres de su padre eran hermanos. Y el recién vuelto a la vida, Laenor Velaryon, parece más que feliz de no ser él quien lleva el título de Príncipe Consorte. ¿Su madre es infeliz por qué ella nunca consiguió el cuento de hadas que Rhaenyra sí?
—No siempre obtenemos lo que queremos, madre —le dice, poniendo una mano sobre su hombro delgado, ¿cuánto ha estado comiendo?
La mirada que obtiene es de puro odio.
—Tu sí, ¿no? —reclama ella—. Ahora puedes matar como te plazca, decir lo que se te da la gana y no tener que responder por ello nunca. ¿De qué te sirvió un dragón si perdiste la cabeza? ¿Qué hizo Lucerys Velaryon para que lo prefirieras sobre tu familia?
Cumplir su palabra. Ser más valiente que él mismo. Mirarle a la cara y burlarse, aun cuando podía ser asesinado. Aemond sí que se parece a su madre, la misma envidia que lo carcome por dentro, la misma ansia por alguien que está tan lejos, y a la vez tan cerca, que se mete debajo de su piel sin darse cuenta. ¿Qué importa matar a algunos desconocidos? ¿Cuánto puede calentarlo la súplica clemente de alguien que simplemente puede ser aplastado bajo su mano sin misericordia? No, nadie lo puede mantener tan despierto y tan alerta como Lucerys Velaryon la noche en que se arrancó su propio ojo para derrumbar las excusas entre ambos.
Su madre lo está mirando, escudriñando. Ella siempre ha sido así, inconsciente hasta el último momento de lo que se fragua en sus narices; por eso fue tan fácil traicionarla, por eso Aegon había huido.
—¡Eres un maldito pervertido! —le grita, mientras se desprende del agarre de su mano.
—Lo siento, madre, pero no sé de lo que hablas.
Le es ordenado salir. Aemond le deja un beso en la frente antes de retirarse. Ella sigue gritando y maldiciendo, llamando al Desconocido para que barra a toda su familia.
La Fortaleza Roja es una mole que se mueve lento. En el pasillo encuentra a Helaena, lleva una bandeja de comida y va sin compañía. Parece preparada para la rabieta que se escucha dentro, sonríe para él y le asegura que contendrá lo que sea que su madre quiera decir sobre ambos.
—Ve a cuidar de los niños, mientras yo cuido de ella.
Eso hace, porque es, en teoría, la razón para llevar una capa blanca.
—¡Luke! ¡Luke! —las voces de Jaehaera y Viserys lo guían a uno de los patios interiores. Los niños, sentados en un círculo, reciben golosinas de su sobrino mayor. Los cabellos oscuros y la ropa negra contrastan contra los pequeños albinos, engalanados de oro, plata y rojo.
Aemond hace un gesto de reconocimiento a su Lord comandante, Steffon Darklyn, que está de pie al otro lado del recinto. Se mantiene en silencio al tomar su posición, vigilando los movimientos de Lucerys, quien parece disfrutar de dar lecciones sobre valyrio a los pequeños. Jaehaerys parece el único prometedor en la materia, mientras los demás se pelean por una golosina.
Aemond es una sombra, una sombra que vigila una presa.
...
#LaenorVelaryon
Su padre es, como en sus más viejos recuerdos, una presencia agradable, blanda, que lima las partes ásperas del carácter de su madre y de la corte en general. Sonríe todo el tiempo, tiene historias de todo tipo y nunca se amarga cuando comienzan las discusiones sobre dinero. Lucerys tiene que recordarse cada día, al despertar, que Laenor Velaryon está vivo.
La noche en que apareció en una cena familiar en Rocadragón, Jace y él habían llorado mucho, manchando de lágrimas el jubón negro con el que vestía. Gritaron también, enojados. Por años, han celebrado ritos de luto en su nombre, llorando en ocasiones, abrazando a Baela, Rhaena y sus abuelos. Era un nombre más en la larga lista de fantasmas en la familia. Su abuela fue la más afectada, amenazando a todos en la sala por aquella burla.
—Eso explica muchas cosas —fue lo que dijo Aemond, detrás de él, cuando llegó para acompañarlo de Rocadragon a Desembarco, la tarde del día del reencuentro. Las lágrimas aún se escurrían por las mejillas de Luke mientras caminaba.
Ahora que existe un miembro de la Guardia Real con un dragón, es el encargado de vigilar los viajes reales.
—¿Qué cosas? —preguntó, mientras seguía a su tío rumbo al lugar donde Vhagar y Arrax jugaban cerca al agua.
—Por qué tu madre no estaba llorando al enterarse de su muerte—dijo el Guardia, mirándole con algo de rencor—. Era obvio que no se acostaban, pero se querían. Mi madre siempre se ha quejado de que Laenor tenía el suficiente descaro como para alabar a Rhaenyra, incluso cuando no estaba cerca, como si de verdad estuviese enamorado.
—El amor no tiene nada que ver con halagos —Lucerys lo sabe bien. El amor podía ser solo el príncipe Daemon masajeando los pies de su madre luego de un largo día, o Ser Harwin golpeando a Criston Cole en represalia por sus palabras.
—No, pero lo hace más evidente —es lo que recibió de Aemond.
Ahora, su padre se toma su tiempo aconsejando a la Reina, pasa más tiempo con ella del que pasa su esposo real. La Fe de los Siete desconoce a Daemon y, según la costumbre Valyria, su madre tiene dos esposos; es una discusión ávida que los señores y sus sirvientes siguen asumiendo como propia cuando se encuentran en la fortaleza o en las salas del reino. La pregunta ya no es si los tres primeros hijos son bastardos, sino sí los pequeños Aegon y Viserys lo son. De serlo, la línea de sucesión se delimitaría aún más, pues, sin herederos propios, después de los Velaryon, la línea de sucesión continua en Helaena.
Luke no ya dicho nada. Bastardos o no, sus hermanos tienen dragones. Y Aegon será un día el esposo de Jaehaera, uniendo las dos líneas familiares. Así como Baela será la reina de Poniente. Entre más se estrechen los lazos, menos pretenciones que puedan agrietarlo todo. Pero la Fe ha abierto una gran herida, una que pone a los señores del sur inquietos. Es Laenor quien pone orden.
—No vengo a quedarme, solo vine por Lucerys.
El dictamen de la reina el día de su coronación aún debe cumplirse. Así, seis meses después del día en que se arrancó un ojo, Lucerys Velaryon abandona la comodidad del palacio para vivir como un navegante. Lo último que ve de Poniente es el ojo de zafiro de Aemond, sobre Vhagar, que lo acompañan hasta las costas de Marcaderiva.
—Buena suerte, sobrino. Ese parche en el ojo va mucho con el espíritu de los piratas.
Hay burla y buenos deseos. Aemond nunca habla sobre la perdida de sus ojos a menos que sea para poner una tregua, trata el asunto como si fuera una especie de rito de paso. Lucerys está bien con eso: un poco de sangre como compromiso entre ambos.
—Te veré después, tío. No vayas a asesinar gente sin pensar en mí.
¡AHHHHHHH!
Aquí finaliza el primer arco de esta fanfic. Es decir, las bases para justificar la situación psicológica, política y personal de los dos protagonistas de esta obra. Estoy pensando en que la otra parte necesitará más espacio (es decir, serían ocho capítulos en lugar de siete) porque escribir el capítulo final me está quedando muy largo, pero lo veremos.
Nos vemos en el próximo capítulo.
