Cap 4
De un suspiro y una apuesta
James abrió los ojos de par en par. Estaba echado sobre su litera, en el cuarto de los chicos de primero, de la casa de Gryffindor. A su izquierda se encontraba Sirius, durmiendo placidamente, con una cara de angelito poco creíble cuando estaba despierto y las sábanas tiradas a un lado de la cama. A la derecha estaban las cosas de Remus, que aún estaba en la enfermería: eran objetos sin mucho valor, muy limpios sí, pero viejos. Sin embargo, había una cama más, en donde solo se veía un bulto envuelto en sábanas y roncando.
Tenía flojera de levantarse, pero aún así tiró del cubrecama a un lado y bostezó abiertamente. Mientras se vestía, intentaba por todos los medios levantar a Sirius. Le tiró de todo: almohadas, la colcha, una pantufla y su petaca, al final.
- Ouch! Eso dolió – se quejó Black, sobándose la cabeza
- Duermes como un tronco seco, ¿qué querías? Anda, cámbiate y vamos a desayunar.
- Ya, ya… - Sirius recogió su petaca, bebió un poco, y se fue al baño.
- Te espero en la sala común
- Ok.
James cruzó la puerta del dormitorio y comenzó a bajar las escaleras. Ya casi al final de los peldaños, oyó murmullos provenientes del cuarto de chicas. Miró a todos lados, y, él, un chico que no se amilanaba por nada y nunca se acordaba, se escondió sin pensarlo dos veces detrás de un sillón muy mullido.
- ¡Apúrate, Iza!
- ¡Ya voy!
Luego, un sonido de pasos bajando las escaleras, caminando por la sala común, y de pronto, se paró. James asomó el rabillo del ojo por encima del sillón y sintió revoltijos en el estómago al ver de quién se trataba.
La dueña de los ojos esmeralda estaba parada al frente de la mesita central, ordenando su mochila con delicadeza. Se veía frágil, y… "hermosa" pensó James… Sus cabellos rojos vino caían de forma ondulante sobre su rostro perfilado… James la miraba encandilado, y se daba fuerzas… "Ya, hazlo… ¿a qué le tienes miedo? Está sola, dile tu nombre…" Pero justo cuando James se paró como un resorte, todo rígido, la chica se volteó a llamar a su amiga. James se volvió a ocultar.
- ¡Llegaremos tarde, Iza!
- Ya, ya … - James vio como otra chica llegaba a la sala común, descendiendo por las escaleras, y se espantó.
Era la chica más fea que había visto en su vida. La tal Iza tenía una gafas negras de montura muy gruesa, pecas en las mejillas, los labios resecos y el pelo opaco apretado en un moño, que se parecía al de la profesora McGonagall. Llevaba puesta una chompa guinda que no quedaba nada bien con la túnica, y un maletín marrón muy serio en la mano.
- ¿ordenaste tu mochila, Lily? – "Lily" se repitió James.
- Sí, ya está… ¡Mira la hora! Vamos a desayunar… y por cierto, duermes como un tronco, Iza, tal vez debas acostarte más temprano…
- ¿Yo?
- Las dos chicas atravesaron la sala y salieron por el agujero del retrato, conversando. James se paró. Definitivamente, Iza era horrorosa, pero Lily… Lily… "No te conoce, tienes que decirle tu nombre" James dio un suspiro… y al segundo se asqueó de lo que había hecho.
- ¿Qué miras? – Sirius ya estaba listo para desayunar y sacó a James de su ensimismamiento
- Nada… Bajemos de una vez…
- Te veo raro…
. No, no es nada…
James y Sirius bajaron corriendo las escaleras y entraron al Gran Comedor, abarrotado de alumnos y profesores, y con deliciosos desayunos esperándolos.
- E' Huero e' amre – le comentó Sirius a James, con una tostada en la boca.
- Yo también – respondió James distraído y mirando a todos lados.
- ¿Qué buscas? – Sirius ya había terminado de tragar la tostada.
- Ah, ¿Qué?... Mi… Mi horario… - "Ya la encontraré en alguna clase" – Sí, aquí está… demonios, no tendremos quidditch hasta el jueves… ¡me encantaría volar una escoba de una buena vez!
- Ah, era eso… bueno, déjamelo a mí…
- ¿Qué harás?
- Pienso averiguar donde guardan las escobas, porque debe de haber un cuarto o un armario lleno de ellas…
Al terminar de desayunar, salieron a su primera clase del día, Transformaciones, y pudieron comprobar que la profesora McGonagall no había olvidado lo de anoche, ya que pasó por su sitio, y, viendo que estaban distraídos (James y Sirius jugaban ahorcado con ella) les reprendió severamente, dejándoles tarea extra. "Yo no haré eso" había replicado Sirius, lo cual empeoró la situación. "Lo hará si es que no quiere que sus padres se enteren de esto" le respondió la profesora, arrugando los labios. Al parecer, Sirius se lo pensó mejor, porque se quedó callado y cruzado de brazos.
Las siguientes clases no fueron tan malas, aunque Sirius permaneció con su gesto hosco por un buen rato. Ya en el almuerzo, James continuó buscando a Lily con la mirada pero sin resultados.
A la última hora les tocaba Cuidado de Criaturas Mágicas, con el profesor Kettleburn. James y Sirius salieron del castillo junto con los demás chicos y chicas de Gryffindor… y los chicos y chicas de Slytherin.
Bajaban por la explanada, sin darse cuenta de que eran observados por un chico de nariz ganchuda, y cuando estaban cerca del profesor, en vez de acomodarse para ver de cerca unas especies rarísimas, Sirius señaló un cuarto pequeño, cerca de los vestidores en el campo de quidditch.
- De seguro allí están las escobas – le dijo a James.
El volteó a ver el cuartucho. Sinceramente, ansiaba montar una escoba, porque sus padres nunca le habían comprado una debido a sus continuos castigos. Aún así, su padre le había prometido una buena escoba si es que se comportaba bien los tres primeros meses (no había impuesto un lapso de tiempo mayor ya que conocía la tendencia de James a meterse en líos). "Pero de qué te preocupas… sólo le das una miradita, nadie se dará cuenta…"
- Iremos cuando acabe la clase – James se había decidido a arriesgarse
- Bien dicho
La espera desespera. James y Sirius pasaron dos horas escuchando sobre los porlocks y sus características, aunque en realidad James observaba a Lily, que estaba en la fila de adelante con su anormal amiga, tomando apuntes.
Por fin, cuando tocó la campana, y todos los alumnos, cansados, atravesaban la explanada de regreso al castillo, James y Sirius se escabulleron entre los arbustos y de cuclillas fueron hasta el cuartucho. Tenía la manija oxidada y de un empujón, James la abrió por completo.
El cuarto estaba muy oscuro, pero James y Sirius podían notar que permanecía limpio. En un extremo se encontraba un baúl estremeciéndose, en otro bates y guantes colgados, afiches de quidditch parecidos a los que tenía James en su cuarto, y, al fondo, muchas escobas (como 25) apiñadas unas sobre otras.
- El mango es áspero – declaró James, tocando una de ellas – y son realmente mucho más antiguas de lo que me imaginé.
- Ah, no me digas que ahora no quieres montarla sólo por ser vieja – le espetó Sirius. Su humor seguía un poco ácido.
- No, sí la montaré, y ahorita mismo.
- No lo creo – dijo alguien a sus espaldas.
El tipo de la nariz ganchuda los había seguido hasta allí, y estaba apoyado en una de las paredes del cuarto. Sirius lo reconoció de inmediato.
- ¿Tú? ¿Qué quieres? – le dijo fríamente
- No te metas que no es contigo – le respondió Snape a Sirius – sólo vengo a cobrarme lo que me debes – masculló, dirigiéndose a James - ¿Crees que a los profesores les interese saber que estás haciendo? ¿entrando a un cuarto privado y sin permiso?
- ¿Es lo que harás, correr con el chisme? – le espetó James – Nunca había conocido a un METENARICES más grande que tú…
- ¡Cierra la boca! – Snape había sacado la varita de la túnica y apuntaba a James, temblando - Te lo advierto… una palabra más y te arrepentirás… veremos quien será el perdedor cuando hable con la jefa de tu casa.
James se sobresaltó: Snape se estaba dando la vuelta para irlo a acusar. No, no podía permitirlo, pero cómo evitarlo… cómo… si es que era castigado, de seguro su padre no le compraría la escoba…
- Espera un segundo – le dijo en tono decidido – espera, espera… ¿por qué viniste a hurtadillas, eh? Tú también estarías en problemas si nos acusas… De seguro que ni puedes volar una escoba, y por eso viniste antes de la clase del jueves, para no hacer el papelón de tu vida, ¿no? Pobre, ¿Habría que ayudarlo, no Sirius?
- ¿Ayudar a éste? – dijo Sirius incrédulo, mirando a James. Éste le devolvió una mirada significativa, y Sirius la captó – Ah, claro, ayudarlo… aunque, no, no creo que tenga opción… verás, algunos nacemos con talentos, James, pero otros – y meneó la cabeza mirando a Snape – no corren la misma suerte…
- Un ciego podría volar mejor que ustedes dos – habló por fin Snape, con ira contenida – Su arrogancia pesa demasiado como para elevarse sobre una escoba…
- ¿Y tú podrías? – preguntó James, provocándolo y olvidándose de su promesa - ¿Podrías, volar sin engrasar el mango de la escoba? Apuesto a que tu nariz no te dejaría verlo…
- Te ganaría en una carrera, si es a lo que te refieres…
- Pruébalo.
- El miércoles a las doce de la noche, aquí mismo.
- Hecho. Veremos quién es el arrogante.
- Veremos.
Snape les dirigió una última mirada de odio, y salió del cuarto. En cambio, Sirius retuvo a James.
- ¿Estás seguro de lo que has hecho?
- Sí, no me digas que le tienes miedo a ese…
- ¿Yo? ¿miedo? – repitió medio ofendido Sirius – Es sólo que pensé que tú no querías ningún enfrentamiento, por lo que me dijiste, tu padre…
- Mi padre no se enterará de nada…y tendré una escoba para navidad.
Sirius no dijo nada más y salió con su amigo fuera del cuarto. James se quedó muy pensativo hasta llegar a sus cuartos. Se desearon buena noche, pero James no durmió: empezó a planear cómo ganar la apuesta, ya que no había montado una escoba en su vida.
