La caída de un imperio
Preludio
Dirían algunos: "Es impresionante lo mucho que puede cambiar tu vida en un año…". Ahora, si esos cambios se ven acelerados por singulares acontecimientos como en el año 6,738 de nuestro venerado Gorlock, la vida - ¿la vida? -, no, el "tiempo" parece acortarse y extenderse por lapsus e intermedios.
Ahora, lo cierto es que para el errante pueblo tamaraniano, la llegada de las primeras naves gorgorianas anunciaron el principio del fin. Tomando el promedio de las observaciones, desechando las evaluaciones tímidas que describen aquella flota como no mayor a 200 naves, y rechazando las opiniones exageradas que suponen 20,000, puedo asegurar, sin embargo, el arribo de una cantidad sin precedentes de invasores hostiles en una época en que la situación política, económica y social en Tamaran era inestable y la monarquía imperial se veía amenazada. El ejército, originalmente compuesto por un cuantioso número de guerreros leales y letales, se encontraba menguado. El hambre, la pobreza, la enfermedad y la inseguridad plagaban las ciudades como pequeños smirnoff. Ante ésto, resultaba imposible no prever una inevitable revuelta civil ni el derrocamiento del emperador Myand'r, hombre bien intencionado, pero de carácter colérico, cuya imprudencia le había costado el éxito de las primeras negociaciones con los grupos insurgentes y la lealtad de la mayoría de los cortesanos.
Capítulo I: Meditaciones de un monarca
-Nueve generaciones…
Desde el balcón de su habitación, el Emperador lanzó una mirada desconsolada hacia el par de satélites que iluminan el cielo nocturno; profirió una pequeña oración a la deidad primigenia "X-Hal", pensando que la amenaza de una flota extranjera no hacía más que acelerar lo inevitable. Myand´r cerró los ojos y se permitió disfrutar, por unos minutos, de la ventisca helada; estaba tan cansado. Aspiró y suspiró profundamente intentando despejar su mente, pero fué inútil, le abrumaba la pesada carga de la responsabilidad heredada por sus antepasados. En esos momentos, de haber sido abordado por alguno de los insurgentes, con gusto hubiera entregado la corona. Ese pensamiento, aunque fugaz, le causó un mal sabor de boca - ¡¿Qué estaba pensando?! ¿Rendirse? ¿Así sin más? ¿Qué pasaría entonces con su familia? - sujetó con fuerza la barandilla frente a él; una ola de impotencia e ira contenida le comprimía el pecho. Sintió un par de tibias lágrimas emanar de sus ojos y recorrer sus mejillas hasta perderse entre sus abundantes barbas pelirrojas. El Emperador no era un hombre tonto, preveía su próximo derrocamiento y se angustiaba, no por él, no por su pueblo, sino por el destino de su familia. Sabía que el cambio era algo necesario e inevitable. Tamaran había recibido a refugiados de diferentes galaxias y sistemas solares durante generaciones, el pueblo había crecido cultural y étnicamente a escalas inimaginables para los monarcas del pasado. El modelo imperial simplemente ya no podía administrar ni contener tal variabilidad étnica. Myand´r era, bajo este panorama, un monarca anticuado. Era un hombre forjado en la guerra, poseía valentía, coraje, lealtad y una habilidad inigualable en las artes marciales y en el manejo de las armas. En la batalla, era feroz, pero en el fondo siempre fue un alma noble que amaba incondicionalmente a su pueblo.
-Tamaran necesita un cambio - susurró absorto.
- Está en vías de una verdadera revolución desde hace años - respondió una voz llevada por el viento. El monarca se sobresaltó levemente, no había escuchado entrar a su esposa quien, con cariño, posó sobre sus labios un tierno beso -. Estás intranquilo, querido.
-Luand'r, ¿hace cuánto que me observas?
-Karnas y el ministro de guerra te han buscado por todas partes, dicen tener un asunto urgente que tratar contigo - respondió la emperatriz con aire solemne. Lo cierto es que llevaba bastante tiempo observándolo y no necesitaba preguntar para saber exactamente qué pensamientos atormentaban a su marido.
-Nada queda por hacer - confesó Myand'r sintiéndose derrotado por la mirada de su esposa. Luand´r lo observó por algunos segundos, le frustraba tanto el no poder exteriorizar sus sentimientos como la mayoría de los Tamaranianos. Ella, mujer astuta, de profunda inteligencia; reflexiva, observadora y paciente; admirada, pero temida; acusada y rechaza.
La joven Luand'r, huérfana de padre y abandonada por su madre, vivió bajo la tutela de su abuela paterna, mujer de noble linaje y carácter hostil que concebía la disciplina como pilar de la educación. La futura emperatriz recibió de su tutora una formación impecable en toda arte, filosofía o ciencia política, empero jamás un solo gesto de afecto o cariño. En el fondo, Luand´r sabía que la hostilidad y frialdad de la abuela Karimd'r se debía a un profundo temor porque ella (su nieta) la abandonase, como antes lo había hecho su hijo para desposar a una plebeya. Karimd'r no descansó hasta ver a Luand´r convertida en toda una dama de sociedad desposada a uno de los herederos de la familia imperial.
-Quizá nuestros hijos tengan alguna esperanza - declaró sosteniendo fijamente la mirada de su marido.
Myand'r quedó sorprendido, siempre había admirado la suspicacia e inteligencia de su esposa. Si bien, quedó prendado de su sensualidad y belleza desde el primer momento, lo que verdaderamente lo cautivó y por lo cual se empeñó en desposarla, pese a las objeciones familiares que despreciaban el linaje innoble de la joven, fue el intelecto de Luand'r. Al final la familia terminó por ceder al capricho del príncipe, quien, en ese entonces, estaba destinado tan sólo a la vida militar. Myand'r asumiría el cargo de Comandante en Jefe del Ejército Imperial, pues estaba previsto que fuera el mayor de los dos príncipes, Bryand´r, quien subiría al trono. Sin embargo, el mayor de los hermanos cayó víctima de una grave y extraña enfermedad, muriendo sin haberse desposado o dejado descendencia legítima. Fue así que, al cumplir los 24 años, Myand´r asumió el título de Supremo Emperador del Imperio Tamaraniano…
