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Un cuento de Navidad
Capítulo II
"El espíritu de la Navidad pasada"
Kai se apresuró a su habitación con una velocidad que ni él mismo se conocía. Estaba tan asustado que si su abuelo viviera ya lo hubiera regañado, diciéndole que el miedo es para los débiles, que es indigno y quién sabe cuántas tonterías más.
De nuevo pensando en su abuelo, pero después de la inesperada visita del espíritu de su amigo, muerto hacía seis años, no le sorprendería ver también a su abuelo. Aunque su corazón no estaba dispuesto a soportar otra aparición sin tener un infarto. Cerró la puerta de su recámara dando dos vueltas a la llave, que posteriormente guardó en un cajón. Subió de un salto a su cama y corrió el dosel para aislarse. Se metió bajo las mantas con todos sus sentidos en alerta, listo para atacar...
No supo en qué momento el sueño le venció.
Fue hasta que las campanas de la iglesia repicaran con fuerza que Kai volvió a tomar conciencia de su alrededor. Doce campanadas haciendo eco a lo lejos, anunciando la Navidad. En ese momento seguramente la gente en sus casas estaría compartiendo abrazos, besos, palabras de cariño. Los niños estarían desesperados por abrir sus regalos, con la ilusión de encontrar aquello que tanto deseaban. Los hogares estarían rebosantes de risas, calor y sobre todo de amor. Pero la mansión de Kai Hiwatari estaba más fría y desolada que el cementerio. Sólo el suave respirar de su dueño hacía ruido en todo el lugar. No había luz que indicara movimiento, mucho menos la celebración de aquella festividad.
Al toque de la última campanada, Kai recordó la visita del espectro de Tala Ivanov. En su mente lo percibía como un mal sueño provocado por la abundante cena. Resopló con sorna al recordar las palabras de su amigo sobre esperar a otros tres espíritus.
—¡Bah! ¡Patrañas! —rezongó en la oscuridad y se cubrió con las mantas para dormir nuevamente.
Súbitamente, un frío intenso recorrió el lugar con fuerza. Kai se encogió hasta quedar hecho un ovillo pero la intensa luz blanca que apareció lo obligó a abrir los ojos y alejó el sueño en su totalidad.
El dosel de su cama se corrió solo, sin que nadie lo moviera, y Kai observó aterrorizado, un tanto arrepentido de haber dicho que todo aquello eran patrañas.
Una figura pequeña atravesó la puerta muy bien asegurada. Un niño rubio, con el rostro más angelical que pudiera imaginarse, tiernas pecas bañando su piel del color de la leche y unos ojos tan azules como agua de río, le miró. Una sonrisa de ternura surgió en aquella carita hermosa, dirigida sólo a él.
—¿Kai?
El aludido dejó de sentir ese terror latente. Pero la sonrisa de aquel ángel no fue, al parecer, lo suficientemente impresionante para conmover el corazón de piedra de Kai. Éste estuvo a punto de mofarse de la ridícula situación. ¿Acaso ese ser frágil era quien le salvaría del sufrimiento eterno? ¡Qué gran chiste! Pero lo que él no sabía era que ese ser no estaba destinado a salvarle en el sentido literal de la palabra, sino que le mostraría el camino, reviviendo cosas que por propia voluntad no se atrevería a rememorar.
—¿Eres tú el espíritu del que me habló Tala?
—Yo soy.
—Dime, espíritu, ¿qué debo hacer?
—No me llames "espíritu". Suena muy formal, ¿no crees? —el rubio ladeó su cabeza con aire de inocencia, casi causando una sonrisa en Kai.
—¿Cómo debo llamarte entonces?
—Dime Max. Después de todo ese es mi nombre.
—Bien, Max, ¿qué debo hacer?
—Yo soy el espíritu de la Navidad Pasada. Me enviaron a mostrarte el camino que has recorrido.
—¿Navidad Pasada? ¿Qué tan pasada? —inquirió Kai con curiosidad.
—Eso depende de cómo lo veas. Yo no me refiero a tiempo, al menos no al tiempo como tú lo percibes.
—¿Para qué vas a mostrarme lo que ya sé? Esto no tiene sentido.
—No comprendes, Kai. Vine a mostrarte lo que ya olvidaste. Vine a mostrarte dónde erraste el camino.
—¿De qué hablas?
—Ven, acompáñame y te mostraré.
Max comenzó a flotar con dirección a la ventana que daba al balcón, la cual se abrió lentamente. Luego se volvió hacia el hombre y le extendió su mano.
—¿Qué? —preguntó Kai con una ceja enarcada—. Estás mal si crees que voy contigo. En primera, no sé volar. Y tampoco pienso saltar por la ventana. Soy todo menos estúpido.
—Toma mi mano y no te caerás —insistió Max. Kai abandonó la calidez de su lecho y se acercó al ángel con algo de duda en sus acciones. Cuando por fin unió su mano a la de aquel ser, descubrió que era más cálida de lo que podría pensarse para un espectro.
Salieron por la ventana, elevándose en el cielo. Kai miró hacia abajo, interesado en la reacción de la gente al ver a dos personas volar por el cielo nocturno, pero no había nadie en la silenciosa calle. Sólo podía ver la luz proveniente de las casas, donde la algarabía reinaba.
Pero todo se volvió un torbellino de luces y colores. El paisaje se disolvió hasta volver a tomar forma con la misma sutileza. La noche se había transformado en un ocaso multicolor. Max se detuvo y Kai también lo hizo a su lado, ambos permaneciendo de pie en la nieve, a las afueras de un edificio muy familiar para el ruso-japonés.
—¿Dónde estamos, Max?
—Dime tú —instó el rubio—. ¿No reconoces el lugar, Kai?
El hombre hizo funcionar su memoria. Observó el tiovivo, los columpios, los ventanales, la enorme entrada al final de algunos escalones de piedra cubiertos de nieve blanca.
Unos niños pasaron velozmente en un trineo, jalado por un enorme perro. Sus risas rompieron el silencio y llamaron la atención de Kai. Se volvió hacia las dos criaturas y su cara mostró impresión.
—Ellos son...
—¿Quiénes son, Kai? —preguntó impasible Max.
—Iván y Serguei.
—¿Los conoces?
—¡Claro que los conozco! Estábamos en el mismo grupo en la primaria... —de pronto el entendimiento golpeó la memoria del hombre—. ¡Esta es mi escuela! Aquí estuve en la primaria. Pero, ¿por qué está tan vacía la escuela?
—Estamos en vísperas de Navidad, Kai. De hace 23 años. Las clases terminaron, pero aún queda alguien adentro. Es un niño muy solitario. Está leyendo su cuento favorito...
—La espada en la piedra.
—¿Cómo sabes cuál es? —preguntó Max con tono inocente pero una sonrisa de satisfacción.
—Porque ese niño soy yo —respondió Kai escuetamente, comenzando a caminar hacia la entrada. Pero se detuvo al ver que el mencionado pequeño estaba sentado en la escalinata, concentrado en su lectura. Era exactamente al Kai adulto pero con rostro angelical e inocente. Se sorprendió al no haber notado la pequeña figura cuando hacía poco examinó el lugar.
—¿Y por qué te gustaba ese cuento en especial, Kai?
—Porque me recordaba lo que era y lo que podía llegar a ser.
—No te entiendo.
—Nadie se inmutaba ante mi presencia. No tenía amigos. Nadie se molestaba en acercarse a aquel pequeño débil y esmirriado, temeroso de lo que los demás pensaban. Mi madre me leía ese cuento todas las noches. Me decía que yo era como el Rey Arturo. Nadie hubiera apostado por él porque era un esclavo, pero los pasó a todos, sacó a Excallibur de la piedra y se convirtió en rey. Mi madre decía que yo podía ser alguien muy importante y hacer grandes cosas, que no debía importante lo que los demás dijeran. Que si ellos no me querían no era porque no valiera la pena sino porque ellos eran muy tontos para no darse cuenta de lo que valía.
Max lo miró en silencio. Había percibido la nota trémula en su voz al hablar de su madre. Descubrió que no era que Kai Hiwatari no tuviera corazón, era que había olvidado que lo tenía.
Cuando iba a preguntarle algo, un carro negro muy lujoso se detuvo cerca de la escuela. De él bajó un hombre imponente, con largo cabello gris y ropa muy costosa. Tenía un bastón negro de madera fina en su mano derecha, el cual balanceaba grácilmente al caminar. Kai respiró entrecortadamente al reconocerlo y se acercó al pequeño con la intención de decirle algo.
—No pueden vernos, mucho menos escucharnos. Esto no es real, Kai. Es sólo un recuerdo.
—Pero... —Kai tenía angustia en su rostro.
—¿Qué sucede? ¿Quién es ese hombre?
—Es mi abuelo. Él es Voltaire Hiwatari.
—¿Por qué está aquí tu abuelo? ¿Dónde están tus padres?
—Ellos... Voltaire vino porque... —la voz de Kai se quebró al ver que el hombre se acercaba al pequeño y se presentaba. El Kai adulto se dirigió al pequeño con aflicción en sus palabras—. ¡No lo escuches, Kai! ¡Aléjate de él!
—¿Por qué quieres que el pequeño Kai no escuche a su abuelo?
—Porque está a punto de romperle el corazón —contestó silenciosamente Kai.
El hombre reconocido como el abuelo de Kai se acercó al pequeño. Cuando éste le pregunto a su "abuelito" dónde estaban sus papás, recibió una escueta respuesta, que implícita tenía la verdad.
—Ellos no vendrán, Kai. Vendrás conmigo ahora.
—¿Por qué no vendrán? —preguntó con inocencia el pequeño.
—¡No lo escuches, Kai! —suplicó el hombre al lado del ángel.
Muy tarde. El hombre anciano le dijo la verdad al pequeño sin suavizar nada. El pequeño Kai se soltó a llorar desconsoladamente. Abrazó fuertemente su libro y recargó la cabeza en sus rodillas, sollozando fuertemente.
Voltaire no se inmutó por su llanto. Logró asir una de sus manitas y lo jaló hacia el auto.
Mientras, el ángel miraba fijamente al Kai adulto, con lágrimas en los ojos, obstinadas en derramarse, tanto como él se mantenía obstinado en reprimirlas.
—¿Qué le dijo Voltaire al pequeño? —preguntó Max.
—Le dijo que sus padres están muertos. Que está solo. Que no debe llorar porque sólo los débiles lo hacen...
—Lo siento, Kai.
—¡¿Lo sientes?! —bramó volviéndose hacia Max. Tenía el rostro rojo por el coraje y una lágrima escapó inevitablemente de sus ojos carmesí—. ¡No creo que lo sientas! ¡No tienes la más mínima idea de lo que sentí! ¡Ni siquiera supe cómo murieron! ¡Ese maldito viejo no me dejó llorar su muerte! ¡No pude decirles adiós! ¡Era Navidad, carajo! ¡Se supone que íbamos a festejar juntos! ¡Demonios! ¡Qué vas a saber tú!
Kai estalló en lágrimas silenciosas, aún con el rostro endurecido. Max lo miraba impasible. En su rostro había compasión pero un brillo extraño en esos ojos de ¿comprensión? Entonces supo por qué.
—Tú ya sabías todo esto, ¿no es así, espíritu? —lo miró con resentimiento.
Max asintió levemente.
—Vayamos ahora a otro lugar...
—¡No! —Kai lo interrumpió—. Tú ya sabías e insististe en hacerme hablar, en hacerme recordar. ¿Quieres saber por qué odio la Navidad? Pues aunque no quieras me vas a escuchar.
Max frunció el entrecejo con angustia. Sabía perfectamente lo que estaba haciendo Kai. Sabía perfectamente lo que ocurrió después. Pero el hombre había enterrado aquel dolor que nunca pudo externar y ahora lo desquitaba en el espíritu. Su naturaleza lo guiaba para hacerlo sentir culpable.
—Después que Voltaire me llevara a su casa me prohibió llorar. Me dijo que un Hiwatari jamás llora y menos por estupideces como esa. Me dijo que llorando no los traería de vuelta. En eso tenía razón, pero su manera de decírmelo no fue tan sutil. ¡Yo tenía apenas seis años! Comprendía el significado de la muerte pero era muy pequeño para asimilarlo —Kai habló lastimeramente, con profundo dolor—. Él me gritó. Me dijo que era un debilucho sin carácter y que él se encargaría de cambiar eso. Yo no podía dejar de llorar. Me dolía saber que jamás volvería a sentir un beso de mi madre o un abrazo de mi padre. Él se enfureció y me golpeó. Una bofetada... la primera en toda mi vida. Dime, espíritu, ¿acaso era malo sentir dolor por mis padres?
La voz de Kai se había vuelto suave y temblorosa hacia el final. Su rostro había abandonado la máscara de dureza. Max se acercó a él y limpió las lágrimas de Kai con su mano suave. No supo por qué, pero aquel contacto le dio el consuelo que necesitaba.
—Ven conmigo ahora —le pidió suavemente Max—. Aún hay otra cosa que quiero que veas.
Kai tomó su mano nuevamente y se dejó guiar. El torbellino de color los absorbió y, al disiparse, el paisaje se había vuelto un poco diferente. Era una mañana muy brillante, debido a los gruesos nubarrones que ocultaban el azul del cielo y al manto de nieve que cubría el suelo hasta donde la vista alcanzaba a percibir. Pero no estaban más en aquella escuela. Se encontraban en un parque. Una risilla llegó a oídos del estoico hombre.
Desde atrás de un árbol, un muchacho de largo cabello negro, el cual llevaba recogido en una tela blanca, se escondía de algo o alguien. Tenía los ojos del color más inusual posible. Eran dorados como rayos de sol, tan profundos y cristalinos, llenos de alegría. La sonrisa del chico dejó entrever unos pequeños colmillos un poco más largos y puntiagudos de lo normal. Tenía facciones graciosas. Se veía simplemente lindo. El chico corrió ágilmente para ocultarse tras otro árbol, sonriendo en todo momento. Llevaba pantalones negros de estilo chino, al igual que sus zapatos. Seguramente su camisa sería del mismo estilo, pero estaba oculta por la gruesa chamarra de nieve y la bufanda.
Tomó un poco de nieve del suelo y la amoldó en sus manos para que se convirtiera en una bola. Las pupilas en sus ojos se alargaron y angostaron cual felino, a la par que una sonrisa traviesa transformaba en su rostro la mueca divertida de hacía poco.
Asomó ligeramente la cara, en busca de su objetivo, pero una bola de nieve se dirigió hacia él. El chico alcanzó a esquivarla y rápidamente se asomó por el otro lado del árbol, siendo atrapado por la cintura y tirado a la nieve por otro chico.
Ambos reían con mucha fuerza mientras rodaban, luchando por someter al otro.
El otro chico no era otro que un Kai de aproximadamente dieciséis años. Bastante apuesto y en definitiva demasiado alegre para ser Kai. Por fin, fue éste quien sometió al chico de cabello azabache.
—Perdiste —siseó con una gran sonrisa el chico de ojos carmesí. Los rostros de ambos estaban muy cerca y sonrojados, lo cual era producto de tanta agitación y el inclemente frío del ambiente.
—Nunca —respondió el sometido con gracioso acento pues el chico era oriundo de China.
—¿Eso crees? —provocó Kai, causando una risilla en el otro.
—Estoy seguro.
Entonces, el chino levantó una mano, la mano que aún contenía la bola de nieve hecha por él mismo hacía momentos. Aquella masa helada chocó contra el costado de la cabeza de Kai, sorprendiéndolo un poco, pero lo suficiente para que el chino escapase de su captor.
Kai intentó seguirlo pero él era más rápido. Por fin, después de momentos, los adolescentes se cansaron y terminaron sentados bajo un árbol, recargados en su tronco.
Mientras, dos observadores les miraban en silencio. Uno de ellos el mencionado Kai, el otro era el espíritu de la Navidad Pasada, Max.
Max miró al hombre con consternación. No podía saber qué pensaba o sentía. Su rostro estaba tan vacío e inexpresivo que ni vivo parecía estar. Sus ojos carmín no se despegaban de las dos formas que conversaban tranquilamente. Mejor dicho, era el chino quien hablaba pues el otro escuchaba o respondía con frases cortas.
—¿Qué pasa, Kai? ¿No recuerdas al chico?
—Sí lo recuerdo —susurró escuetamente—. Nunca podría olvidarlo.
—¿Es eso cierto? —Max lo miró con incredulidad.
—Que no me guste recordar es muy diferente a que no lo haga. Es imposible que pueda olvidar a Ray.
—¿Ray?
—Ese chico de ahí es Ray. Lo conocí cuando teníamos quince. Algo tenía que me hizo confiar rápidamente y nos hicimos amigos, los mejores.
—¿Amigos?
—Hasta hoy sí.
—¿Qué sucedió hoy, Kai?
—Hoy es 17 de diciembre. Lo recuerdo perfectamente. Fue un día muy importante, si no es que el más importante.
—¿Por qué?
—Observa.
Ambos continuaron mirando a los chicos. En el aire podía respirarse un aroma que alegraba el corazón. Era como si a pesar del frío aquellos dos llenaran de calidez el ambiente. Y era obvio. Sólo bastaba con mirar la forma en que ambos pares de ojos se conectaban. Típicos adolescentes primerizos. No podían evitar ser tan obvios y a la vez tan ingenuos para no darse cuenta.
—¿Ya has pensado de lo que te dije ayer? —preguntó Ray de repente.
—¿Sobre qué? —Kai preguntó despreocupadamente.
—Pues de venir a mi casa a pasar Navidad, tonto.
—Ah, sobre eso...
—¿Y bien?
—¿Y bien qué? —Kai inquirió cortantemente en respuesta.
—¿Vendrás?
—Aún no lo sé —el tono de su voz sugería que aquello no era algo que importara tanto como para gastar su tiempo pensando en ello.
—Ni creas que te voy a estar rogando para que vengas, Kai —Ray cruzó los brazos e hizo una mueca parecida a un puchero.
Kai soltó una risotada al ver la expresión de su amigo.
—¿De qué te ríes, Kai? —Ray exigió saber, aún más indignado.
—De ti. ¡Claro que voy a ir a tu casa, tonto! Sabes que mi abuelo está en Rusia y no pienso aburrirme solo en mi casa —Kai lo estaba molestando. Siempre lo hacía y Ray, en lugar de darse cuenta, siempre caía en los juegos de su amigo.
—Eres malo conmigo, Kai.
—Y tú demasiado ingenuo.
Ambos se miraron sonriendo.
—Vámonos de aquí. Quiero quitarme esta ropa mojada y tomar una taza de chocolate caliente —sugirió Ray levantándose de golpe. Tomó la mano de Kai y comenzó a halarlo en dirección a su casa.
—¡No! ¡Espera! —Kai se resistía.
—¿Qué? —preguntó Ray con un poco de impaciencia.
—¿Va a estar tu hermana y su grupo de amiguitas tontas? —Kai preguntó como si cualquier cosa, pero no podía evitar el desagrado en su voz.
—No lo sé. Tal vez —el chino se encogió de hombros.
—No voy a ir si ellas están ahí. Sabes que me desagradan los cuchicheos y las risitas tontas que les dan cuando estoy ahí.
—¿Y? ¿Qué quieres que haga al respecto? —preguntó Ray con diversión—. Le gustas a Ming-Ming y por eso eres la nueva fuente de curiosidad de todas.
—Si tan sólo se limitaran a cuchichear a mis espaldas podría ignorarlas. ¡Pero no soporto sus preguntas estúpidas! ¿Acaso parezco como alguien a quien le gustaría conversar con esa niñita fresa? (1)
—Si dejaras de rechazarla tanto podrías encontrar que te agrada. No sé, deberías tratar —sugirió Ray con la misma sonrisa de diversión pero un brillo diferente en los ojos. Algo parecido a... decepción.
—¡Nunca! —espetó Kai con total desagrado.
—Sí, como sea —Ray hizo un ademán en el aire para desechar la idea y de nuevo tomó la mano de Kai para arrastrarlo a su casa.
Después de unos minutos llenos de innumerables excusas por parte de Kai para no ir a casa del chino, por fin se dejó guiar hasta el lugar, vencido por el irrefutable argumento de Ray sobre que también debería tomar algo caliente y cambiarse de ropa para no enfermarse, alegando que si lo dejaba ir a su casa no lo haría. Y en eso tenía razón el chino. Ambos caminaban tranquilamente, Ray ya sin arrastrar a Kai pero aún sin soltarse las manos. Habían reanudado la "conversación" en la que como siempre el chino no dejaba de hablar y Kai escuchaba o contestaba brevemente. No supieron cómo sus dedos se entrelazaron.
De cerca eran seguidos por sus dos observadores. Kai miraba a los dos adolescentes con algo de nostalgia. Max tenía una sonrisa ligera, pero que era provocada por la expresión del Kai adulto.
Pronto llegaron a un barrio pintoresco. Todas las casas eran pequeñas, de un piso, con jardines bien arreglados que en ese momento estaban cubiertos de nieve. Ray y Kai entraron en una de las casas y, para alivio del segundo, el lugar estaba vacío.
Los chicos se cambiaron de ropa, obviamente Kai tomando prestada alguna de su amigo, lo cual hizo después de otra pequeña discusión.
—Yo pude haber ido a mi casa y cambiarme con ropa mía, ¿sabes?
—¡Ja! Tú y yo sabemos que no pensabas ir a tu casa hasta bien entrada la noche.
—Bueno...
—Nada.
Los chicos se dirigieron a la cocina, donde el chino hiciera chocolate para los dos, y luego se dejaron caer en el sillón frente a la televisión.
—¡Doce canales y nada que ver! —el chino hizo un puchero de incredulidad. Kai (el chico) miraba atentamente, pero a su amigo y no a la televisión.
Kai estaba recargado en el respaldo y con los pies cruzados sobre la mesita de noche. Ray tenía las piernas estiradas, también cruzadas, a lo largo del sillón y con la cabeza recargada en el hombro de Kai.
—¿Y si tu abuelo te dice que te vayas a Rusia? —preguntó de la nada el chino.
—No me iré —contestó Kai. Era de esperarse la respuesta. El chico siempre hacía lo que sabía le molestaría a su abuelo.
—Pero Rusia es una gran oportunidad, ¿no?
—Pero no quiero irme.
Ray se incorporó para ver a los ojos a su amigo.
—¿Seguro?
—¿Qué? —Kai también miró al chino—. ¿Quieres que me vaya?
—No, para nada. Pero me refiero a que ni siquiera has considerado lo que dejarías ir, ¿o sí?
—Sí lo he hecho —Ray lo miró curioso pero Kai continuó antes de ser interrumpido—. Aquí en Japón está todo lo que quiero.
—¿Cómo qué?
—Como tú —Kai le sonrió.
—¿Yo? —Ray sentía sus mejillas tornarse tibias, lo cual era inequívoca señal de sonrojo.
—Ray, yo...
Kai pensaba que sería excelente oportunidad para confesar algo que guardaba en secreto desde hacía meses. Sabía que aquella confesión significaría que todo cambiaría, para bien o para mal no lo sabía, pero sin duda habría un cambio.
Max miró al hombre impasible a su lado. Buscó en su mirada algo que le dijera lo que aquel recuerdo le hacía sentir. Por fin, aquellos ojos como rubíes le miraron. Estaban llenos de emoción. Como tal vez no lo habían estado en años. Se podía ver en su corazón a través de ellos.
El espíritu le sonrió pero no dijo nada. Sólo observaron. Nada más podía hacerse. Los dos adolescentes estaban ahí, frente a frente, en silencio, uno mirando en los ojos del otro en busca de una respuesta, el otro demasiado nervioso por lo que estaría a punto de hacer.
La magia del momento les cubrió. Kai porque tenía un nudo en la boca del estómago a causa de los nervios y otro en la garganta que le impedía decir lo que quería. Se decidió a decirlo, aunque no fuese con palabras.
Tomó el rostro del chino con sus manos y lo acercó lentamente, uniendo los labios de ambos. El chino estaba temblando. Ese dulce roce de sus bocas era fantástico. Para dos chicos primerizos era un momento mágico que los elevaba hasta las nubes y les hacía tocar el cielo.
Cuando por fin se separaron y se miraron a los ojos, aquellos dos rostros mostraban emociones muy diferentes. En Kai, se leía la confesión de un cariño especial que había trascendido de la amistad a algo más fuerte. En cambio, Ray tenía el ceño ligeramente fruncido por la confusión con mezcla de perplejidad; obviamente todavía no procesaba lo que acababa de suceder.
Kai sintió la desilusión por enésima vez en su vida, sólo que por primera vez en un plano totalmente diferente. Para él era claro que sus sentimientos no eran correspondidos. Se puso de pie y se dirigió a la salida sin pronunciar palabra.
Justo en ese momento, Mariah, la hermana menor de Ray, llegaba a casa acompañada de dos amigas. Fue cuando la situación se asentó firmemente en la realidad y comprendió que no había sido un sueño; en efecto, ¡Kai lo había besado! El chino no contestó al saludo de las chicas ni se inmutó hasta que Kai se había ido. Fue cuando salió corriendo en busca del chico de hermosos ojos rojizos, encontrando que se había ido, probablemente corriendo, pues ni un lado ni el otro de la calle daban seña del chico.
Los dos observadores miraron al chino buscar frenético por su amigo en los alrededores, minutos después dándose por vencido, sabiendo que Kai no quería ser encontrado y, por tanto, no sería encontrado.
Max miraba complaciente, en total entendimiento, pero sin intenciones de darle al Kai adulto todas las explicaciones que su rostro confundido exigía saber.
—¿Por qué? Yo creí que él...
—¿Sucede algo, Kai? —preguntó Max con inocente expresión.
—Yo creí que le había desagrado.
—¿Crees que si le hubieras desagrado habría salido a buscarte?
—Obviamente no... —respondió Kai. Fue cuando comprendió algo, al menos eso dejó ver el repentino cambio en su rostro—. Entonces, yo... cometí la mayor estupidez de mi vida...
—¿Te parece si vamos a otro lugar? —preguntó el espíritu, quien traía algo entre manos. No le estaba mostrando estas ocasiones a Kai sólo porque sí, quería llegar a algún lado, pero entonces, sólo siguiéndolo lo descubriría. Así que el soberbio y altanero hombre, que se encontraba reviviendo su pasado, asintió sin decir nada.
Esta vez ni siquiera prestó atención al torbellino de colores. En su cabeza comenzaban a agolparse imágenes de su inestable adolescencia. Los sentimientos le invadían tan bruscamente que era tan difícil lidiar con ellos, en especial porque habían pasado años en una absurda monotonía que excluía a cualquier sentimiento que lo hacía "débil".
Cuando sintió la nieve bajo sus pies reaccionó y observó el lugar en busca de algo que le dijera qué día era. Se sorprendió de encontrarse en el mismo parque donde habían estado hacía poco. Todo se veía igual. No podía ser posible que el espíritu quisiera hacerle revivir de nuevo el fracaso de su amor, aquella bella ilusión que nació de una amistad y que murió después de un beso robado.
Y ahí estaba él. Hecho un manojo de nervios. También estaba la chica de cabello rosa y ojos ambarinos: Mariah.
—¿Estás seguro de esto, Ray?
—Mariah, no me hagas pensarlo dos veces. Ya estoy aquí, ¿no? No hay marcha atrás.
—¿Y si te rechaza?
—Correré el riesgo.
—Pero...
—No tengo nada que perder. Ha estado evitándome por una semana. ¿Qué tanto podrían empeorar las cosas?
—Aún así...
—Mariah, deja de hacerme dudar y ve con tus amigas por ahí, ¿quieres?
—Qué sutileza, Ray —replicó mordaz la chica—. Pero está bien. Búscame en una hora en el café de la plaza.
—Está bien.
—Suerte, hermano —la chica se alejó corriendo.
Ray se recargó en el tronco de un árbol, tratando de controlar sus nervios. Respiró profundamente un par de veces y frotó sus manos para calentarlas un poco.
Minutos después apareció Kai. Entonces el Kai adulto supo qué día era.
—¡Hola Kai! —saludó Ray con una amplia sonrisa.
—Hola —respondió el otro secamente.
—Me alegra que llamaras. Hay algo que debo decirte —comenzó Ray—, pero supongo que hablaste para algo, así que tú primero.
—Mi abuelo murió —Kai fue directo al grano. Su rostro estaba imperturbable. Así se veía increíblemente parecido al hombre insensible en el que se convertiría años después, y estaba totalmente diferente al alegre chico que hacía unos días se divirtiera ahí mismo con su amigo.
—Yo... no sé qué decir...
—Eso no importa —atajó Kai—. No vine a escuchar tu pésame. No me importa. El punto es que soy el heredero de la parte de la empresa que le correspondía a mi abuelo. Tengo tres años para tomar posesión de lo que me corresponde, así que me iré a Moscú a estudiar. Sólo vine a decir adiós.
Ray estaba perplejo. Estaba mudo del asombro. ¿Cuándo? ¿Cómo había sido que de pronto sucediera todo aquello? El tiempo estaba corriendo y en algún punto parecía haberlo dejado atrás.
—¿Qué hay de lo que decías? Siempre dijiste que no te irías.
—Olvídate de lo que dije. Las cosas han cambiado, Ray. Es tiempo de madurar y hacer algo por mí.
—Entonces, lo que sucedió en mi casa...
—Fue un error.
Los ojos ámbar del chino perdieron su brillo de golpe. El Kai que observaba pasivamente tenía la mirada triste, arrepentida. Parecía a punto de quebrarse, pero su orgullo lo mantenía firme.
El chino se acercó en silencio al Kai joven que le miraba serio y lo abrazó. Fue un abrazo no correspondido pero no por ello carente de emoción. Cuando al fin soltó a su amigo, le susurró sólo dos palabras.
—Buena suerte.
Kai le dirigió una última mirada y se alejó dándole la espalda. Y cuando desapareciera de la vista, el chino dejó de reprimirse. Varias lágrimas bañaron sus mejillas.
—Supongo que es mal momento para decirte que te quiero —susurró a la nada entre sollozos—. Feliz Navidad, Kai.
Con eso se sentó bajo el árbol, abrazando sus piernas y ocultando el rostro para que no vieran el amargo llanto en que prorrumpía, consecuencia de un corazón roto.
—¿Kai? —Max lo llamó, pero el hombre estaba tieso por la sorpresa.
—Estúpido —fue todo lo que dijo.
Max enarcó una ceja, aún sin mirarlo. No podía saber a ciencia cierta lo que cruzaba por la calculadora mente de aquel hombre pero sin duda estaba llegando a donde quería. Luego, súbitamente, los ojos carmín se posaron sobre los suyos con reclamo evidente.
—¿Qué pretendes, espíritu? ¿Qué quiere Tala de mí? ¿Qué ganan con recordarme los peores momentos de mi vida? ¿Por qué me torturas así?
—No te estoy mostrando los peores momentos de tu vida, Kai. No vine a eso. Te estoy mostrando los momentos decisivos que cambiaron tu vida.
—¿Por qué?
—Esa es una respuesta que deberás hallar por ti mismo.
El hombre pareció calmarse. Era extraña la forma en que se sentía. Su corazón había permanecido dormido durante años y ahora, en una sola noche, experimentaba toda aquella gama de emociones que lo agobiaban y amenazaban con ahogarlo. Era simplemente frustrante.
—Sígueme, Kai. Ahora iremos a un lugar diferente.
El hombre no dijo nada. Parecía resignado a hacer lo que el espíritu quisiera. Le fastidiaba pensar que fuera por capricho de aquel ángel pero no había nada que pudiera hacer. Además, no se opondría hasta descubrir el fondo de todo aquello. Ya habían empezado a revolver el baúl de recuerdos de su pasado y terminar era la única opción.
El torbellino, las luces, los colores, las sensaciones. Prestó atención a todo aquello más que en las veces anteriores. Descubrió que aún seguía en su pijama y, a pesar de estar paseando en lugares fríos, no había sentido frío.
Cuando sus pies tocaron suelo frío, descubrió que era de madera. Observó a su alrededor. Estaban adentro de un edificio tibio y agradable a la vista, sin duda una hermosa obra de arquitectura.
Y fue cuando también reconoció el lugar. ¿Cómo podía olvidarlo? Cuando su abuelo muriera con su socio, Boris Balkov, en aquel fatídico accidente de avión, la lectura del testamento había sido clara: si quería tomar posesión de su herencia debía colocarse al frente de la empresa. Pero tan sólo era un chico de dieciséis años.
No debió haberle sorprendido el cuidado que Voltaire pusiera a los detalles. Tal era así que cualquiera diría que esperaba su muerte; sin embargo, Voltaire Hiwatari siempre era cuidadoso en todo lo que hacía. En toda su vida el único error que había cometido fue con su hijo, y ese error provocó la presencia de su nieto, el cual se había jurado convertir en digno heredero de la familia Hiwatari. Por eso había arreglado su inscripción en la mejor escuela de Moscú.
No recordaba qué cruzó por su cabeza que le hiciera aceptar las condiciones de su abuelo. Tal vez era la desilusión sin fundamentos que le provocara Ray, o la ansia de saberse heredero de tan cuantiosa fortuna, o tal vez la naturaleza que todo Hiwatari llevaba dentro y que le presionaba a buscar el poder.
Poder. Eso era lo que le ofrecía su abuelo en su voluntad póstuma. Y sería la única condición de él que acatara voluntariamente.
Después de despedirse de Ray, terminando no sólo con lo que pudo haber sido sino con una amistad tan fuerte, había tomado un avión a Moscú, donde pasaría interno los próximos tres años de su vida.
Y cual fuere su suerte que ahí conoció al otro heredero de la empresa, el sobrino de Boris Balkov, un pelirrojo de hermética expresión cuyo nombre era Tala Ivanov.
Max no se había movido en minutos, en los que Kai había recuperado cosas de su memoria que consideró insignificantes para recordarse. Los ojos carmín recorrían el pasillo en que se encontraban, claramente en conocimiento del lugar. Su vista vagó por el extenso pasillo lleno de puertas de roble con números dorados en ellas. Caminó con seguridad hasta una y se dispuso a abrirla, siendo que ésta se abriera por la mano de alguien más: él mismo.
El Kai Hiwatari que estaba ahí era un chico serio, duro, de aparentemente diecinueve años. Su personalidad había dejado totalmente de ser como el alegre adolescente en Japón y estaba muy cercana a lo que era el gran empresario que le miraba.
Adentro avistaron una habitación enorme con dos camas matrimoniales, escritorios de roble macizo y un librero que cubría una de las paredes y cuyas repisas estaban rebosantes de libros. No obstante, aquel día, lejos de ser el refugio de dos estudiantes dedicados, aquella habitación se había convertido en el espacio de fiesta personal de un pelirrojo y un chico ruso-japonés.
—Ya era hora, Hiwatari —resonó la voz fría de un chico. Era el mencionado pelirrojo, Tala Ivanov, quien estaba sentado desparpajado en su cama.
—Hmf —fue la respuesta del otro, quien sacó una bolsa de papel cartón del interior de su saco. De adentro de la bolsa sacó una botella de vodka que se apresuró en abrir para tomar el primer trago. Luego la lanzó a su compañero, que también tomó un largo trago a boca de botella.
—Espera, no podemos tomar sin hacer un brindis.
—No seas ridículo —espetó Kai, sentándose junto a su amigo e intentando quitarle la botella, la cual fuera puesta lejos de su alcance por el pelirrojo.
—Es Navidad, Kai. No seas aguafiestas.
—Sí, sí, como sea... —refunfuñó Kai con fastidio.
—Yo quiero brindar por mi querido tío Boris que tan generoso me dejara toda su riqueza —comenzó solemnemente, causando que Kai rodara los ojos—. ¡Que se pudra en el infierno!
Ambos chicos soltaron una carcajada burlesca. El pelirrojo tomó un gran trago para completar su brindis. Así pasaron largo rato, bebiendo sin razón, refunfuñando sobre incoherencias, acabando con las botellas que Kai introdujera al recinto ilegalmente.
Hacia la última botella, ambos estaban tan tomados que no tenían razón de sí mismos. Tanto así era que Kai se animó a brindar.
—Brindo por la Navidad —le dijo a su amigo, acercándose a su rostro para enfocarlo bien—. Porque no hay fiesta más estúpida que esa.
Los chicos, que tenían una botella cada uno, chocaron los vidrios y acabaron con lo último del licor.
—¿Y ahora qué? —preguntó Kai arrastrando las palabras y sacudiendo la botella con la boca hacia abajo, como queriendo sacarle más licor.
—Ya se acabó —respondió el pelirrojo, con voz igualmente distorsionada. Los chicos volvieron a reír fuertemente. Rieron hasta las lágrimas, sin motivo. Rieron ocultando toda la amargura que les atosigaba. Y cuando por fin se calmaron, Kai volvió a hablar.
—Pues vamos a divertirnos de forma diferente —sin esperar respuesta, se lanzó sobre el pelirrojo, buscando sus labios con desesperación. La ropa salió volando en todas direcciones rápidamente, mientras los chicos disfrutaran del contacto de sus cuerpos semidesnudos. Sin embargo, sin siquiera poder concretar su lujuria recién orientada al otro, se quedaron dormidos, ahogados de tanto beber.
Max dirigió su mirada celeste al hombre que estaba a su derecha. Observó una pequeña lágrima deslizarse por su mejilla.
No hubo necesidad de palabras.
—Se acabó el tiempo —fue lo único que susurró el ángel.
Si la escena se disolvió también en un remolino de colores no lo supo. Kai reaccionó hasta que se encontraba totalmente plantado en el suelo de su habitación, donde anteriormente tomara la mano del ángel para dejarse guiar en una retrospección de su vida.
Las campanas de la iglesia resonaron a lo lejos. Kai las contó por inercia. Habían pasado sólo quince minutos desde la medianoche.
—Quince minutos para quince años —susurró el ángel, consciente de los pensamientos del hombre.
—¿Por qué? —balbuceó Kai.
—Eso sólo tú lo sabes.
Los ojos carmín lo miraron con confusión.
—Se acabó el tiempo, Kai. Espera al segundo espíritu. Vendrá a la una, cuando las campanas de la iglesia vuelvan a resonar.
Con esto, Max se cubrió por una intensa luz blanca. Avanzó casi flotando hacia la ventana del balcón, que se hallaba abierta de par en par. Las cortinas ondeaban en un hipnotizante bailar provocado por el frío aire que entraba a tumbos por la ventana.
De un segundo a otro desapareció todo rastro del espíritu. En un abrir y cerrar de ojos, la ventana había vuelto a estar cerrada con seguro, cubierta uniformemente por las pesadas cortinas.
Kai sacudió la cabeza. ¿Había sido un sueño acaso? Bien sabía que la comida en mal estado podía causar alucinaciones. Sí, seguramente la cena de hacía rato le provocaba sensaciones extrañas.
Regresó a su cama, cubriéndose con las gruesas y tibias mantas, hundiendo la cabeza en su mullida almohada, y con un único pensamiento en su mente:
«¡Bah! Sólo son patrañas».
Continuará...
(1) "Fresa" es un término que usamos los mexicanos para referirse a personas que se creen demasiado finas y delicadas, y que sienten que merecen lo mejor. Son personas generalmente presumidas, etc.
Notas de la autora:
Hola. Lo prometido es deuda. Actualizado casi a medianoche pero aquí está el segundo capítulo. ¿Qué les parece? ¿Serán suficientes razones para que Kai odie la Navidad? Además, ¿no es Maxie tierno como un ángel? Bueno, esto último no tuvo nada que ver con lo primero pero ¡ya que! No puedo evitarlo.
Habrán notado shonen ai Kai/Ray y Kai/Tala. Son mis parejas favoritas pero aún no sé si habrá una pareja o no. La historia se centra en otra temática así que veremos qué sucede más adelante ;)
Yuro-hadashi: Gracias por tu review. Ojalá también te guste este capítulo.
Sky d: Este también es mi cuento de Navidad favorito. Y no me canso de leerlo o de verlo en cualquier adaptación que le hagan, así que por eso se me ocurrió este fic. Gracias por tu review!!
Alex-Wind: Mil gracias por tu comentario! Me alegra que te gustara.
No se pierdan el próximo capítulo, "El espíritu de la Navidad Presente". Actualizaré el lunes 15 de noviembre.
