Un cuento de Navidad
Capítulo III
"El espíritu de la Navidad Presente"
La noche estaba tan oscura e insondable a causa de la densa bruma que no podían verse ni los edificios del otro lado de la calle.
Los dos hombres que caminaban en la oscuridad no habían cruzado palabra desde que cerraran con gozo aquel negocio importante y pasaran casi cuatro horas en la taberna, celebrando como solían hacerlo en sus tiempos de estudiantes.
Kai miró de reojo a Tala. Sí que se le habían pasado las copas. Caminaba un poco raro y su visión estaba nublada. Pero si se atrevía a ofrecerle al pelirrojo un poco de apoyo al caminar, seguramente se ganaría un puñetazo en la cara y un molesto grito acerca de no necesitar a nadie. No era tampoco que Kai lo haría; ni siquiera la idea había cruzado su mente. Si algo Kai y Tala tenían en común era que eran independientes en extremo y jamás ayudaban a nadie. La gente debía valerse por sí misma y los débiles caían en el camino: simple y sencilla selección natural.
Al doblar en una esquina, un tipo saltó frente a ellos y los apuntó con algo. Estaba muy oscuro para distinguir nada y el alumbrado público sólo le daba un tinte fantasmagórico a la situación.
—¡Tala Ivanov! —bramó el hombre.
—¿Qué diablos...? —Kai comenzó al reconocer el objeto como una pistola.
—¡Tú me arruinaste, maldito! ¡Y por eso te vas a morir!
Ninguno de los dos rusos pudo pronunciar una palabra o mover un músculo, así que ocurrió lo inevitable. Un gran disparo retumbó en las vacías calles de los alrededores. Tala se desplomó al suelo, sosteniendo fuerte su pecho, donde había recibido el impacto. Kai estaba pasmado, por lo que sólo observó el cuerpo de su socio antes de regresar a la realidad, justo el momento en que sirenas se escuchaban a lo lejos y el perpetrador del crimen se colocaba el cañón de la pistola en la sien y jalaba el gatillo.
—¡NOOO!
Kai despertó en forma brusca e incorporándose de un salto. Respiraba con tanta dificultad que más bien pareciera como si el aire del lugar fuera insuficiente. Adaptando su vista a la oscuridad de la noche, observó el dosel de su cama, el cual no había corrido, y luego posó su vista en los demás muebles de la enorme habitación. Todo estaba en orden.
—¿Por qué me torturas así, Tala? —susurró, apoyando los codos en las rodillas aún cubiertas por las mantas y sosteniendo su cabeza firmemente entre sus manos.
Pasaron cinco minutos, tal vez diez, no supo con exactitud. El repicar de una campana a lo lejos capturó su atención. Era exactamente la una de la madrugada. Recordó las palabras del ángel y alertó sus sentidos en espera de alguna revelación.
¿Había sido real la visita del espíritu? Max había dejado un verdadero caos de sentimientos adentro de él.
—¡Patra...! —Kai no pudo completar la palabra porque en ese momento escucho un gran ruido proveniente del cuarto contiguo.
¿Sería posible que fueran ladrones? No. La casa estaba perfectamente asegurada. Salió de su cama y buscó la llave para abrir su puerta. Caminó descalzo hasta el cuarto siguiente y se encontró con una imagen algo desconcertante.
Un hombre enorme con oscuro cabello sólo en la parte central de su cabeza, desde la frente hasta la nuca, con expresión tranquila, estaba de pie ahí, mirándolo. Era un gigante. Apenas cabía en la habitación. Vestía una túnica verde olivo, sandalias negras y un cinturón de tela beige. Era de complexión recia, tenía cejas tupidas y ojos tan pequeños que a simple vista parecía que estaban cerrados.
La habitación estaba repleta de comida. Pato, puré, ensalada, frutas, colación, pasteles y un sinfín de platillos navideños. El gigante sostenía una enorme pierna de pavo, la cual parecía haber estado a punto de morder. En cuanto vio a Kai la soltó y sonrió con inocencia.
—¿Eres tú el segundo espíritu de los tres que me habló Tala? —preguntó Kai con calma, evidentemente temeroso de la mole frente a él.
—Soy el espíritu de la Navidad Actual. Mi nombre es Gary.
Kai no dijo nada al no encontrar nada que replicar. En cambio, el espíritu paseó su vista alrededor de la habitación, contemplando con embarazo el desorden.
—Disculpa el desorden —murmuró. Después junto sus dos manos en un aplauso estruendoso y todo desapareció, dejando la habitación en su estado original. Una vez hecho, dirigió una sonrisa a Kai—. Listo.
Kai, por su parte, tenía en su cabeza muy vívida la visita de Max. La presencia de este nuevo espíritu era prueba fehaciente de lo real de la situación. No eran en absoluto "patrañas". Por primera vez en años su corazón se llenó de temor y de humildad.
—Escucha espíritu: sé que ustedes quieren hacerme cambiar porque no estoy en el camino correcto. Muéstrame lo que has venido a mostrarme y yo te seguiré de cerca.
—Pues entonces vamos al primer lugar. Tengo muy poco tiempo. Sujeta mi túnica.
Kai asió un pedazo de la tela verde y sintió sus pies despegarse del suelo. El viento frío le golpeó la cara conforme avanzaban... pero ¡un momento! No estaban volando. Lo que sucedió fue que el suelo desapareció, junto a las paredes y muebles. Ellos estaban estáticos en un sitio mientras su alrededor se mezclaba y un nuevo lugar comenzaba a tomar forma.
—¿Dónde estamos, espíritu? —preguntó Kai al mirar el lugar donde estaban. Era una casa muy humilde. Estaban en un cuarto enorme en el que se combinaban el recibidor, la sala y el comedor. La sala tenía dos sillones vencidos y con la tela casi raída. La chimenea era pequeña y en ella temblaba un fuego débil.
—Este es el hogar de los Kinomiya —respondió Gary con un gesto inocente que lo hizo parecer un niño a pesar de su tamaño.
Kai no supo qué decir. Hiro Kinomiya era el contador de su empresa. Era de los puestos más altos y aún así vivía en esas condiciones, en un lugar apenas habitable al que sería imposible llamar «casa». Se sintió como un miserable. Si así era como vivía uno de sus empleados con un buen puesto, no quiso imaginar cómo sería la vida de la recepcionista o del hombre de seguridad en la entrada principal.
Una mujer entró en el cuarto y se dirigió a la chimenea para avivar el fuego. Era muy hermosa; de piel clara, cabello castaño, ojos grandes y sonrisa afable. Su nombre era Hillary.
—¡Niños! ¡Su padre está por llegar! ¡Vengan a ayudar!
Repentinamente, tres pequeños aparecieron corriendo con mucha energía. Uno de ellos, el más pequeño de los tres, Kyo, era bajito, de cabello castaño y grandes lentes; luego le seguía Zeo, un chico muy alegre y bullicioso de hermoso rostro angelical y cabello aguamarina largo; el mayor era Kane, un chico de unos doce años, de cabello azul tormenta y ojos rasgados.
—Kyo, tú y Zeo arreglen la mesa.
—Sí mamá —contestaron al unísono y salieron corriendo con dirección a la cocina para tomar manteles, platos y cubiertos.
—Mamá —Kane habló a la mujer con seriedad.
—Dime, amor...
—Takao no se siente bien. Dice que sí pero se ve mal.
—Ay no... —suspiró Hillary con preocupación. Iba a dirigirse a la habitación cuando un pequeñín apareció en el umbral del corredor. Era moreno y de cara redonda. Sus ojos enormes eran de color azul tormenta con tintes de castaño. Era muy parecido a Hiro.
—Mamá, yo también quiero ayudar —dijo el pequeñín con alegría. Por lo que parecía, era el menor. Y su apariencia lo hacía parecer aún más pequeño: estaba pálido y se veía frágil.
—Pero si ya está casi todo listo, amor —dijo Hillary, yendo donde su hijo, tomándolo en brazos y dándole un beso en la mejilla—. Mejor hazle compañía a Kane y asegúrate que descanse. Tu papá no querrá verlo cansado esta noche.
—Ven Takao —le llamó Kane, extendiendo los brazos para cargarlo él ahora—. Te contaré del enorme pavo que vi en el aparador de la panadería.
—¡Sí!
Kane se sentó frente al fuego con Takao en sus brazos. El pequeño casi no salía por su estado delicado de salud que podría hacerlo pescar un resfriado muy fácilmente. Kane, en cambio, pasaba la mayor parte del día afuera, haciendo entregas de varias tiendas, como trabajo de vacaciones. Sabía que su padre se las veía difícil para mantenerlos así que ayudaba, cosa que no era del todo aprobada por Hiro, quien insistía en que él no tenía la obligación de hacerlo.
Kai miró al pequeño Takao con ternura. Recordó que Hiro había dicho sobre su enfermedad. Una punzada atravesó su corazón al imaginar que una criatura tan pequeña e indefensa tuviera un destino tan triste.
Fue entonces que otra vez Hillary interrumpió sus pensamientos.
—¡Niños! ¡Su padre ya llegó!
Kyo y Zeo terminaron con la mesa y se dirigieron a la entrada, donde ya estaba Kane. Pero el pequeño Takao había sido más rápido y había corrido afuera al encuentro de Hiro. Kai pudo escuchar la risa de Hiro desde lejos y lo miró entrar con el pequeño Takao montado sobre sus hombros.
Las risas de esos dos eran tan contagiosas que en Kai se formó una sonrisa amplia, que el espíritu notó al mirarlo por el rabillo del ojo. Hiro puso al pequeño Takao en el suelo y luego los otros tres se abrazaron a él como si hubiera pasado mucho tiempo desde que lo vieron por última vez.
—Vamos niños, denle un respiro a su padre —entró Hillary en escena. Dicho esto, los cuatro pequeños se dirigieron hacia la chimenea.
—Hola Hillary —Hiro la abrazó por la cintura y le dio un tierno beso en los labios.
—Hola amor —contestó ella, acariciando su mejilla—. ¿Qué tal el trabajo?
—Pues, bueno, tú sabes... nada interesante —respondió Hiro algo nervioso. Kai se sintió un poco incómodo y bastante culpable al recordar la manera en que lo había humillado en la mañana. Pero Hiro no pensaba decirle a su esposa que lo habían despedido en la noche de Navidad; no quería arruinar la alegría.
—No me gusta que estés ahí. Tu jefe no te trata como mereces. Deberías buscar algo mejor. Estoy segura que alguien tan inteligente puede conseguir mejores cosas que trabajar para el ogro de Kai Hiwatari.
—Ay Hillary —suspiró Hiro resignado—. El señor Hiwatari no es malo. Es sólo que tiene demasiadas cosas en qué pensar y en qué ocuparse. Cualquiera en su situación se sentiría estresado. Pero en el fondo es una buena persona.
—Ajá... pero muy en el fondo.
—Nunca te haré cambiar de opinión, ¿verdad? —preguntó él con una sonrisa de diversión ante la mueca de disgusto de su esposa.
—No. No puedes defender lo indefendible.
Hillary regresó a la cocina para comenzar a llevar los platos a la mesa. Hiro la miró con ternura y la siguió.
Pronto, la familia Kinomiya estaba sentada alrededor de la mesa, lista para comenzar la cena. Hiro levantó su vaso con vino, de aquel que guardaban desde hacía tanto y sacaban sólo en ocasiones especiales, y propuso brindar.
—Quiero brindar por la Navidad. Porque tengo esta hermosa familia. Por Hillary, a quien amo con todo el corazón. Por Kane, un gran ejemplo para todos; por Zeo, que su alegría hace brillar los días más difíciles; por Kenny, que por su inteligencia se convirtió en una gran promesa; y por Takao, quien nos hace recordar todos los días que somos una familia y debemos querernos...
Todos los presentes miraron a Hiro con amor. Sus palabras eran tan conmovedoras y llenaban sus corazones de calidez.
—También brindaremos por ti, Hiro —dijo Hillary.
—Sí, papá, porque tú sabes ser fuerte y sacarnos adelante —propuso Kane.
—Y porque siempre tienes una sonrisa y una palabra de afecto para nosotros —agregó Zeo.
—Y porque nos enseñas a ser buenos —intervino Kenny.
—Y porque eres el mejor papá del mundo —exclamó el pequeño Takao con una enorme sonrisa y sus ojos grandes brillantes de emoción. Kane, que estaba a su lado, soltó una risilla y abrazó a su hermanito por los hombros.
Hiro estaba tan conmovido que los ojos se le llenaron de lágrimas, no de tristeza sino de una inmensa felicidad. Kai vio en aquel hombre lo que él jamás tuvo ni tendría y sintió envidia. Pero no de la mala, sino en una forma que lo hizo sentirse nostálgico... y miserable.
—Gracias familia. Los amo —dijo Hiro con la voz casi quebrada—. Pero hay alguien más por quien debemos brindar.
—Sí —dijo Hillary—. Por la señora Mizuhara que muy generosamente nos regaló el pastel que tomaremos en el postre.
—Y por el señor McGregor que me pagó muy bien en el trabajo —dijo Kane.
—Y la señorita Matilda, mi maestra.
—Y por el señor Kai Hiwatari —agregó Hiro—. Porque por él tenemos para una cena tan magnífica.
Todos en la mesa se quedaron atónitos ante el brindis de Hiro. No podían creer que brindara a su salud tan sinceramente siendo que el hombre era un desgraciado negrero. Kai, por su parte, se quedó de piedra al escuchar su nombre. Nunca imaginó que alguien lo recordara en Navidad, mucho menos que brindara en su nombre. ¡Y no se lo merecía! Sabía que así era. ¿Cómo podía mostrarle gratitud si lo había despedido, humillado y encima, lo que le pagaba era una miseria? ¿Cómo podía agradecerle lo que tenía si era tan poco e insuficiente? Kai estaba tan consciente de su avaricia que hasta se desagradaba a sí mismo más de lo que le desagradaba a Hillary.
—Sí. Por el señor Hiwatari, porque mi papá lo admira —exclamó el pequeño Takao.
Todos levantaron entonces sus vasos y brindaron con alegría, pero Hillary aún recelosa. Después cenaron en medio de un alegre bullicio. Risas, abrazos, halagos a la cocinera, bromas y más risas. Kai nunca había sentido tanta calidez en un hogar. Sí, «hogar», porque aquello era un verdadero hogar y no una simple casa como la que él tenía. Por un segundo deseó ser merecedor de una invitación para ocupar un lugar en aquella mesa y compartir tanta alegría.
Acabada la cena, después del postre, hicieron a un lado los sillones para jugar a la gallinita ciega. Hillary ató un pañuelo en los ojos de Zeo y le dio un par de vueltas para desorientarlo antes de dejarlo intentar atrapar a alguien.
Pronto, Zeo atrapó entre sus bracitos la figura de Kenny y estallaron en todavía más risas. Pero después de casi una hora, se sentaron tranquilos frente al fuego, cuando el pequeño Takao se talló los ojos con sueño. Pronto, el pequeñín de cuatro años se quedó dormido abrazando un dragón de peluche, en los brazos de su padre, que le acariciaba el rostro y retiraba unos mechones de su cara.
Kai no pudo evitar un suspiro. ¡Cuánto deseó haber sentido ese amor cuando niño! Pero aquel pequeño ser que sí podía disfrutarlo, los abandonaría pronto, ¿no era así?
—Dime espíritu, ¿sobrevivirá el pequeño Takao?
—Veo un dragón de peluche abandonado sobre una cama fría porque verlo les recuerda un pequeño que amaron y ya no está —fue la respuesta de Gary.
—¡¿Por qué?! ¡No pueden arrebatarle la vida a una criatura tan indefensa! ¡El pequeño Takao tiene toda una vida por delante y hay mucha gente que sentirá su ausencia!
—¿Y eso qué?
—¿Cómo que "y eso qué?
—A ti no te importa lo que le pase. Son sólo "patrañas", ¿no es así?
—¡No son patrañas! ¿Acaso ellos no se preocupan de la salud de su hijo? ¿Por qué no lo han llevado con algún médico? Hay instituciones de beneficencia que los apoyarían, ¿no?
—¿Instituciones de beneficencia? ¿En qué lo ayudarían? Esos lugares están llenos de gente que espera que les regalen el dinero que uno ha conseguido con su esfuerzo diario. Deberían ponerse a trabajar y aprender el valor del dinero, ¿no crees?
Kai no supo qué replicar. Escuchar sus mismas palabras en voz del espíritu había sido terrible. ¡Qué cruel sonaba! Deseó como nunca haber escuchado a Hiro cuando le pidió ayuda; deseó como nunca poder hacer algo por aquel niño tan frágil.
El silencio los invadió en diferentes maneras al mismo tiempo. Un silencio tranquilo y casi melodioso entre la familia Kinomiya, un silencio comprensivo por parte del espíritu y uno muy doloroso en el alma de Kai.
—Vayamos al próximo lugar. Queda poco tiempo.
Kai se asió de la túnica de Gary sin decir una palabra. Aunque era consciente de las cosas desde la visita de Max, apenas ahora comenzaban a sentarse en su corazón las verdades crueles que él había forjado y las tristezas que no había evitado.
Volvieron a permanecer inmóviles mientras el lugar se desvanecía sutilmente y tomaba forma otro escenario en su lugar.
Nuevamente se encontraban en una casa. Era más acogedora que la anterior y el fuego en la chimenea era mayor, sobre todo por la linda muchacha que se encontraba avivándolo. Ella era de tez morena, tenía grandes ojos ámbar, su cabello rosa se encontraba recogido con un moño y su traje de estilo chino realzaba las curvas de su figura.
Un chico también de peculiares facciones chinas entró en el lugar y la rodeó por la cintura, dándole un tierno beso en el cuello.
—¡Basta Lee! ¡Me haces cosquillas! —la muchacha rió quedamente.
—Entonces te daré otro —susurró Lee, dándole repetidos besos en el cuello y provocando la risa de la joven.
Kai recordaba a esa chica, pero no precisaba dónde. Estaba seguro de haberla visto antes.
—¡Deja de jugar! Ray nos puede ver.
—¿Y? Él ya sabe que te quiero.
—Sí pero...
—¡Mariah! —Lee hizo una mueca de puchero.
La chica lo tomó por la barbilla y le besó los labios ligeramente. Cuando se separó, Lee tenía aún los ojos cerrados y una enorme sonrisa en el rostro. Mariah rió juguetonamente y se dirigió a la cocina, aún divertida por la forma en que podía someter a su novio con un simple beso.
—¡Oye! ¡Espera! ¡No puedes dejarme así! —Lee reaccionó y corrió detrás de Mariah.
Kai, aún de pie a mitad de la sala junto a Gary, tenía los ojos abiertos por la sorpresa. Ella era Mariah, ¡la hermana de Ray! Entonces supo por qué no la había reconocido. Ela simplemente había cambiado totalmente. Ya no era aquella niña molesta que insistía en juntarlo con su amiga Ming-Ming.
Y si ahora estaban en la casa de ella, seguramente también estaría él.
De pronto, la perilla de la puerta giró y ésta se abrió lentamente. Una figura alta y atlética entró. La persona se quitó la gruesa chamarra, bufanda, guantes y orejeras. Una mata de cabello negro apareció, al igual que una cola de caballo envuelta en una tela blanca. Kai esperaba ver en su frente la banda roja con el símbolo del yin-yang pero no estaba. Sin embargo, sus ojos seguían igual de hermosos que antes. Eran del mismo dorado que los rayos del sol de invierno, tan profundos que podía perderse en ellos. Su rostro no era más el de un niño, era un hombre ahora... uno muy apuesto.
—¿Mariah? —preguntó el hombre con voz fuerte. Kai sentía su corazón latir fuertemente mientras permanecía bajo el hechizo de aquellos ojos y la melodiosa voz con acento chino.
—¡Ray! —Mariah se asomó desde la cocina, agitando la mano en señal de saludo a la vez que sostenía una cuchara—. Lee también está aquí.
—¡Hola Ray! —saludó Lee, que apareció tras su novia.
—¡Hey, Lee!
—Hoy llegaste más temprano, hermano.
—Sí, bueno, es Navidad. Hoy cerramos más temprano.
—¡Qué bien! Entonces ven aquí y ayúdame —Mariah le sonrió con los ojos cerrados y regresó a la cocina. Ray suspiró con una sonrisa en los labios.
Entre los tres chicos acabaron todo lo necesario para la cena.
—Me queda poco tiempo —murmuró Gary, haciendo que Kai saltara un poco. Estaba tan absorto mirando a Ray ir y venir que hasta olvidó que el espíritu estaba a su lado—. Nos adelantaremos un poco al tiempo.
Kai asintió levemente sin tener idea de lo que hablaba Gary. El espíritu sacó del bolsillo de su túnica un reloj de arena enorme y lo sostuvo con las manos en ambas bases. Pronto, su sorpresa se hizo evidente cuando observó todo aumentar de velocidad hasta que se volvió borroso. En medio de aquel torbellino que le provocaba mareo al ruso-japonés, sólo pudo distinguir la enorme figura del espíritu y el reloj dando vueltas como loco entre sus manos.
La tarde se volvió noche y el lugar era el mismo, sólo que en la mesa quedaban los restos de la cena y los tres habitantes de la casa estaban sentados frente a la chimenea, conversando amenamente. La voz de Mariah resaltaba entre las demás.
—Y entonces la anciana dijo: "yo creí que me habías dicho a mí, muñeco".
Los dos hermanos estallaron en carcajadas ante la cara avergonzada de Lee.
—Más te vale que no cambies a mi hermana por un romance con la señora Hizaki.
—Muy gracioso, Ray —espetó Lee.
Después de más risas, se quedaron en silencio. Fue cuando Mariah propuso un juego. Ella haría mímica y los otros dos tendrían que adivinar de quien se trataba.
—¡Espera! ¡Yo primero! —Lee se puso de pie, dando la espalda a la chimenea.
Comenzó a caminar arrastrando un pie y se detuvo de pronto, fingiendo que su espalda lo mataba de dolor, luego tosió un par de veces en forma escandalosa, casi ahogándose. A la tercera vez pareció haber escupido algo, que se agachó a recoger con la lentitud de un anciano con lumbalgia; y ya teniendo en la mano el objeto imaginario, se lo metió a la boca y lo acomodó, dando a entender que era una dentadura postiza.
—¡Yo sé! —saltó Ray entre risas—. ¡Es el viejo Granger!
—¡Sí!
—¡Oye! ¡No es justo! ¡El señor Granger no camina así! ¡Es más atlético que nosotros tres juntos! —se quejó Mariah, cruzando los brazos y haciendo un puchero.
—Oh, no seas mala perdedora y levántate porque te toca a ti ahora —Lee le dio un beso en la mejilla y la jaló para que se levantara.
—Bien. Déjenme pensar en alguien. ¡Ah, ya sé! ¡Este nunca lo adivinarán!
Mariah se paró muy derecha y cambió su sonrisa por una de total seriedad. Su rostro alegre se volvió estoico. Enarcó una ceja y miró a los dos chicos por encima del hombro con algo parecido al asco. Se paseó enfrente de la chimenea como lo haría una princesa en su palacio. Ray no podía aguantarse la risa; su hermana se veía ridícula. Lee, en cambio, estaba pensando, pues no podía adivinar a quién estaba imitando.
—Me doy, Mariah, no tengo idea.
Pero la chica no hizo caso. Se acercó a él con aire petulante y se detuvo a segundos de sus labios para burlarse de él.
—No puedes inventar un personaje. Tiene que ser alguien que conozcamos —señaló Ray.
—¡Claro que lo conocen! Todos lo conocen.
—¿Segura? —insistió Ray, aún divertido por la pantomima de Mariah que no le prestaba real atención a pensar en quién sería.
—¿Acaso tú, pobre diablo, no sabes quién soy? ¡Soy el dueño del mundo! ¡Todos me conocen! —replicó Mariah con arrogancia, pavoneándose frente a los chicos.
—¡Ya sé! —saltó Lee—. ¡Bryan Kuztnetzov!
Kai miró a las tres personas un poco divertido. Se veía que se estaban divirtiendo. Estaba tan absorto que hasta él mismo pensaba en quien era el imbécil que podía ser peor que Bryan.
—No. ¡Por favor no me compares con gentuza!
—¡Por Dios! ¿Quién puede ser más imbécil y presumido que ese tipo? —se rió Lee, secundado por Ray.
—Mariah, de verdad te ves ridícula —se burló Ray, abrazándose para detener un poco la punzada en el estómago por tanto reír.
—¡No actúo ridículamente! ¡Así soy! ¡Y más vale que no te burles de mí, puedo borrar tu patética existencia con una firma!
Lee también estalló en carcajadas ante aquella actuación. Fue cuando se dio cuenta.
—¡Ya sé! ¡Eres Kai Hiwatari!
Súbitamente se le borró la sonrisa a Kai. Gary lo miró con atención, interesado en su reacción. ¿Acaso era tan aborrecible? Kai se preguntó si en verdad todos pensaban eso de él. En el fondo de su corazón presentía la respuesta. Y no podía culparles. En verdad se comportaba como un imbécil sin sentimientos.
Mariah asintió y se echó a reír junto con él, pero a Ray se le fueron las ganas de pronto. Se disculpó con la excusa de ir al baño y salió de la sala, aún escuchando las risas de los otros dos chinos.
Al ver a Ray alejarse, Kai lo siguió. Había visto que no le había hecho gracia la elección de su hermana y se preguntó por qué. Después de todo, ¿cómo esperar que le guardara un poco de aprecio cuando se comportó como un idiota?
Ray entró en su cuarto y cerró la puerta suavemente. Se recargó en ella un momento y suspiró. En su cabeza rondaban un millón de ideas, todas originadas por esa sensación nacida en su pecho al escuchar el nombre de Kai.
—No seas idiota, Ray. Deja de pensar tonterías —se regañó, sacudiendo la cabeza en un vano intento de deshacerse de los turbulentos recuerdos.
Se dirigió a su closet para sacar los regalos que tenía para su hermana y cuñado, y no pudo evitar mirarse en el espejo, que reflejaba a Kai y Gary sin que él pudiera verles. Buscó dentro de su camisa y sacó una cadena con un tigre en el dije. Se mordió el labio inferior en señal de inseguridad pues recordaba claramente cómo había llegado esa cadena a sus manos.
—Qué patético soy. Si Kai me viera se burlaría, excepto claro, porque él no se ríe. Es más, probablemente si nos cruzáramos en la calle no me reconocería... ¡qué patético soy! —susurró desolado el joven—. Y más aún sigo pensando en ello. Eso me hace patético y estúpido.
Kai se acercó a él, con la intención de colocar la mano en su hombro y decirle que no era patético, pero recordó que nada de eso era real, al menos no en ese tiempo y espacio.
—¡Kai! —susurró el chino—. Seguro estás feliz en tu enorme mansión, celebrando en grande, sin recordar que alguna vez tuviste un amigo llamado Ray Kon.
—Es cierto que no te recordaba, Ray, pero eso no significa que te olvidé en realidad —le dijo Kai, triste porque sabía que sus palabras no eran escuchadas.
—Ojalá no te hubieras ido a Rusia, Kai. Ojalá no me hubieras dejado cuando más te necesitaba. No sabes lo difícil que fue soportar la muerte de mi padre sin ti a mi lado, regresar a China... no sabes cómo te extrañaba todos los días, y aún sigo extrañándote...
—¿Ray? —Mariah tocó quedamente y entró en la habitación.
—¿Sí? —respondió el chico, guardándose la cadena bajo la camisa y poniendo una sonrisa en su rostro.
—¿Qué haces aquí?
—Vine a recoger unas cosas. Creo que no puedo esconder un regalo sin que se den cuenta, ¿cierto? —sonrió pícaramente.
—Sabes que no. Cuánto más secreto lo hagas, más rápido nos enteraremos.
Los dos sonrieron en silencio.
—Ya dime la verdad —comenzó ella—. ¿Por qué estás aquí?
—Ya te dije, Mariah. ¿Qué más quieres escuchar?
—La verdad. Sé que te molestó mi pequeña 'actuación' de hace rato.
—De hecho no. Fue divertido —contestó él no muy convencido.
—Sí, claro. Dime, hermano, ¿cuánto más pasará para que lo olvides?
—¿A qué te refieres?
—A Kai y todo ese asunto. Ya pasaron casi catorce años, ya deberías olvidarlo.
—Nunca.
—¿Cómo? —Mariah abrió los ojos incrédula.
—No olvidaré a Kai nunca. Ni a nadie que haya representado algo especial en mi vida. Créeme que recuerdo a todas y cada una de esas personas especiales.
—¡Por favor, Ray! No me refiero a eso.
—¿Entonces?
—Ya no soy una niña, no puedes ocultarme las cosas como lo hiciste entonces. Sé lo que ocurrió aquel día. Siempre lo supe, pero tú no querías decir nada, así que fingí no saber nada.
—Mariah...
—Ya olvídalo. No vale la pena. Tú y yo sabemos que el chico que era tu amigo murió aquel día. El Kai Hiwatari de hoy no es el mismo de antes. El de antes era el tipo frío y serio que sólo te hablaba a ti; el de hoy es un bastardo que se cree el dueño del mundo y que seguramente ya te olvidó.
—Lo sé.
—¿Entonces?
—No lo sé... supongo que es cuestión de tiempo.
Mariah le sonrió y lo abrazó fuertemente. Cuando se separaron, Ray le dio un beso en la frente y luego le entregó un paquete envuelto en papel metálico y con un moño grande.
—Feliz Navidad, hermana.
—Gracias. Feliz Navidad, hermano.
Mariah estaba a punto de abrirlo cuando las manos de Ray la detuvieron.
—No lo abras hasta después que Lee te haya dado el suyo.
—¿Lee?
—Sí. ¡Y no hagas preguntas! —advirtió él con una gran sonrisa, notando la creciente curiosidad de la chica.
—¿Te refieres a este regalo? —preguntó ella mostrándole el dorso de su mano izquierda, donde un sencillo anillo dorado con una piedra de diamante brillaba.
—¡Ya te lo dio! ¡Felicidades! —se volvieron a abrazar pero con más felicidad si se podía. Ray estaba muy alegre porque su pequeña hermana había encontrado a su alma gemela. Era lo único que le había gustado de haber regresado a China después de la muerte de su padre: ahí conocieron a Lee.
—Ahora sí puedo abrir tu regalo —dijo la chica emocionada, rasgando el papel del pequeño paquete. Dentro de la caja que había descubierto se encontraban unos aretes muy valiosos—. ¡Los de mamá!
—¿Recuerdas que eran los que querías? Ella me dijo que te los diera para que los usaras en tu boda.
—¡Hey! ¿Qué hay de interesante aquí que me han hecho esperar tanto tiempo? —Lee interrumpió la conmovedora escena y los tres estallaron en risas otra vez.
Para cuando la habitación se quedó sola otra vez, Kai pudo escuchar con más claridad el eco de la culpa y el arrepentimiento. Pero el espíritu tenía otros planes.
—El tiempo se terminó, Kai.
El hombre asintió sin mirarlo y sintió la pesada mano de Gary posarse en su hombro. Nuevamente el lugar se desvaneció alrededor y cuando tomó forma al fin, se encontraban en la habitación del ruso-japonés.
—Dime espíritu, ¿tú querías enseñarme que hay quienes todavía piensan en mí en Navidad? ¿Por qué? Yo no me he portado bien con ellos.
—La respuesta sólo tú la sabes.
Kai asintió humildemente. Las campanas resonaron a lo lejos sólo una vez, con un tañido muy breve, que indicaba un cuarto de hora transcurrido. Era la una con quince minutos, en la madrugada. Hubiera jurado que pasaron varias horas durante su recorrido con el espíritu, pero ponerse a desentrañar la manera en que los espíritus manipulaban el tiempo era algo para lo que no tenía cabeza en ese instante.
—Se acabó mi tiempo en este mundo. Espera el tercer espíritu cuando las campanas de la iglesia repiquen a las tres.
Un relámpago cruzó el cielo y su luz inundó la sombría habitación por escasas fracciones de segundo, en las que ambas miradas se entrecruzaron. Cuando el destello de luz cesó, Kai se encontró solo en medio de su enorme habitación vacía, que le pareció más fría, lúgubre y solitaria que nunca. Se metió en la cama sin ser totalmente consciente de sus movimientos y se dejó llevar por el sueño, pues nada más deseaba que un descanso para su mente atribulada y su corazón acongojado.
Continuará...
Bueno, aquí está por fin. Lamento no haber actualizadocuando dije.Pero bueno, si no es una otra cosa es otra, y ahora estoy acabando el semestre así que tengo tarea de a montones. Aún así, ya tengo el próximo capítulo escrito. Se llamará "El espíritu de las Navidades Futuras", y lo subiré el Lunes 29 de noviembre.
Y ahora, a los reviews. Debo decir que me encantó haber recibido tantos. Me hacen muy feliz
Annell Ivanov: Me alegra que te gustara el fic. Espero que tu primita opine lo mismo Disculpa por no actualizar hasta ahora. u Creo que a Tala no le gustó mucho que lo matara; tendré que esconderme porque querrá torturarme cuando lea como lo maté.
Gadiss: ¡Muchas gracias! Sí, yo también he visto adaptaciones que son de lo peor; pero una de mis favoritas fue la de los Picapiedra. ¡Bam-Bam era toda ternura!
Shiroi Tsuki: También me encanta el Kai/Ray. Es mi pareja favorita. Y pensaba en no poner nada de shonen ai en este fic, pero simplemente no pude resistir la tentación u ... aunque aún no sé si haré una pareja al final, porque el enfoque principal era ponerle a Kai alguien muy especial en su vida, como con el señor Scrooge fue su hermana y su sobrino.
Kari Tsukiyono Kon: ¡Hola! Gracias por tu review Sí, de hecho lo tengo planeado para acabarlo dos semanas antes de Navidad pero ahora con este retraso tendré que actualizar rápido :) Me alegro que te gustara el fic.
Alex-Wind: Sabias palabras las tuyas... siempre por una cosa u otra no logro actualizar la fecha que me propongo. Soy un desastre en lo que a organizar mi tiempo se refiere, pero cuando no me pongo fechas, resulta que se me viene la inspiración a borbotones y escribo más. Moraleja: tirar la agenda a la basura XP No, no te creas... ¡Gracias por tu review!
Silverhell: ¡Gracias por dejarme review Silver! Me siento feliz que una gran escritora como tú lea mi fic.Y vaya que Kai sí se sintió solo cuando perdió a Tala... en cierta forma siempre estuvieron solos pero eran dos solitarios compartiendo una amistad sin que lo admitieran. Pero verás que en este capítulo Kai empieza a agarrar la onda, me dolió matar a Tala pero no puedo dejar a Kai condenarse, ¡eso sí que no! :P
Ayanai: Gracias por leer :) ¡Claro que puedes agregarme al msn. Me encantará conversar contigo. Mi e-mail está en la página de mi bio, lo pondría aquí pero algo pasa que no aparecen. No te preocupes por el fic, esperaré pacientemente a que actualices(cosa rara en mí últimamente) y me daré una vuelta por ahí ;)
Eso es todo por ahora. Esperen pronto el próximo capítulo...
