Un cuento de Navidad
Capítulo IV
"El espíritu de la Navidad Futura"
Abrió los ojos lentamente. Aunque en toda la noche no había dormido más que unas cuantas horas interrumpidamente y había experimentado más emociones juntas de lo que jamás pudo en los últimos años. Sin embargo, se sentía despejado, sin sueño, pero bastante cansado; no era agotamiento del cuerpo, era del alma.
Su pasado, por duro que hubiera sido, no le daba derecho a tratar a los demás como basura. El dolor que lo había marcado se extendió a todos aquellos a su alrededor que le apreciaban. Siempre terminaban lastimándolo o abandonándolo, así que ¿para qué molestarse? Probablemente por eso, cuando conoció a Tala, se negó a crear un lazo fuerte con el chico. No tenía caso si al final se iban a separar.
¡Qué equivocado estaba¿Acaso no había sido Tala quien regresó a salvarlo? Se entristeció por causa de todos los años perdidos. ¡Cuántos momentos compartieron y él nunca le dijo que lo apreciaba! O tal vez era que el tiempo heló su corazón y por eso no derramó ninguna lágrima durante el entierro de su amigo.
Se sintió como un idiota. Era un verdadero ogro y aún así había personas que lo recordaban con cariño, como Ray, o que brindaban a su salud, como Hiro Kinomiya.
A lo lejos el sonido de las campanas de la iglesia interrumpió el silencio. Pero Kai estaba tan sumido en sus pensamientos que no las escuchó.
Ding, dong.
¿Por qué lo apreciaba Ray¿Acaso no lo había dejado cuando más lo necesitaba? Eso había dicho él. Si tan sólo hubiera sabido que un día después de aquella triste Navidad el padre de Ray había muerto, nunca se habría ido a Rusia. Si hubiera sabido que regresaron a China, a vivir con una madre que jamás los quiso a él ni a Mariah, entonces no habría dudado en ayudarle. Si se hubiera detenido por dos segundos habría sabido que su amor era correspondido. Pero tuvo miedo y lo echó a perder.
Ding, dong.
¿Por qué lo apreciaba Hiro¿Acaso no lo había insultado duramente? Él era la persona que más tenía que soportar sus gritos. Muchas veces le había gritado por algo que no hizo, y aún sabiéndolo, no se detenía. Hiro sólo escuchaba en silencio, aceptando errores ajenos como si fueran suyos. Si tan sólo no lo hubiera despedido. ¿Qué pasaría si el pequeño Takao moría? No soportaría cargar esa culpa en su conciencia.
Ding, dong.
Suspiró con nostalgia. De nada le servía lamentarse. Lo que fue nunca podría cambiarlo. No merecía el derecho a cambiarlo aunque pudiera.
Fue entonces que se incorporó en su cama presintiendo que algo andaba mal. La habitación estaba demasiado oscura y el silencio era absoluto. Ni siquiera el lejano maullido de un gato o un carro en la distancia, nada. Lo único audible era su agitada respiración. Todo aquello le producía un miedo pavoroso. Jamás había sentido tanto miedo.
Y, entre aquella densa oscuridad, una silueta tomó forma.
Kai no la vio, no podría distinguir la forma corpórea entre la penumbra. Pero sintió el miedo. Fue una ola estremecedora que le heló la sangre e hizo a su corazón detenerse por un segundo; la piel se le erizó y su cuerpo comenzó a temblar a pesar del abrigo que las mantas le proporcionaban. Quiso gritar. Pero con la misma fuerza que el grito nació desde lo profundo de sus entrañas, murió en su garganta sin haber sido emitido.
Una corriente de frío aire movió el dosel de su cama y arrojó las mantas hasta el otro lado de la habitación. Kai instintivamente colocó sus brazos frente a su rostro para protegerse del punzante frío, pero el miedo era tal que no pudo mover ni un gramo más.
La sombra tampoco se movió.
Kai por fin pudo verla frente al ventanal, cuyas cortinas se corrieron por el vendaval helado de hacía segundos. Por un fugaz momento creyó que aquel viento había venido de la sombra pero desechó el pensamiento con algo de incredulidad.
¿Qué era esa sombra?
¿Era una sombra?
Cuando el miedo comenzó a menguar y la razón pudo hacerle reaccionar nuevamente, miró a la figura con más detenimiento.
Tenía como dos metros de alto. Parecía una persona con una capucha pero no podía ver un rostro, ni manos que saliesen de las mangas o pies bajo el borde de la túnica. Pero la línea que delineaba su cuerpo revelaba cuán enjuto era aquel ser; como si de un esqueleto se tratase.
Se levantó y acercó cautelosamente, como si temiera ser atacado por la figura. Además, despedía ese algo... un aura poderosa que le causaba temor, le impedía mirarle con la cara en alto y le obligaba a respetarle.
Quería preguntarle quién era, pero la figura se adelantó y señaló con lo que parecía su brazo derecho. Kai buscó con la mirada qué era lo que le señalaba y, siguiendo esa dirección, su vista chocó con la mesita de noche al lado de su cama.
No había nada especial en aquel pequeño mueble de caoba fina con acabado artesanal. Encima se posaba un reloj de manecillas con cuatro patas de oro fino y al lado, unos lentes para leer junto a un libro que Kai había estado leyendo la noche anterior. ¿Qué le señalaba entonces?
Y por fin lo entendió. Pudo ver que las manecillas del reloj marcaban las tres con cinco minutos.
—¿Eres tú el último los espíritus de los que me habló Tala?
La figura no respondió con palabras pero movió su cabeza afirmativamente.
—Entonces tú debes ser el espíritu que me mostrará las Navidades futuras¿no es así? —indagó nuevamente Kai.
Aquello tenía lógica. El primero de los espíritus, Max, le había mostrado las Navidades de su pasado; el segundo espíritu, Gary, había hecho lo mismo con la Navidad presente; entonces, éste espíritu altivo y siniestro debía ser quien le mostrara lo que el futuro le depararía.
Recordando a los otros espíritus, notó el hecho de que cada uno era más poderoso que el anterior. Sin duda Max no había sido tan poderoso como Gary, y éste espíritu mudo despedía energía fuerte que provocaba escalofríos en el hombre.
—Dime espíritu¿qué me mostrarás? —Kai preguntó con voz mansa y porte humilde. No hubo respuesta—. ¿Por qué no me hablas espíritu?
De nuevo no hubo respuesta.
Kai decidió que respetaría el silencio del espíritu. Después de todo, él no era precisamente digno de sus palabras o de su sabiduría. Aunque seguramente compartiría algo de ella para ver si así corregía el camino.
—Si hay algo que debas mostrarme, espíritu, guíame y yo pondré mi atención y corazón enteros a ello —se atrevió de nuevo a hablarle a la magra figura sombría.
El espíritu extendió los brazos y todo fue absorbido por absoluta tiniebla.
Desde atrás, un tenue haz comenzó a iluminar el lugar. Kai se volvió para mirar y vio la luna llena en el cielo, cuya luz trataba de colarse entre las nubes y la espesa niebla de la calle.
—¿En dónde estamos? —le preguntó al espíritu, mirándole de nuevo. Su voz salió acompañada de un ligero vaho de su boca. El frío era mucho pero a pesar de no traer un abrigo con él, Kai no lo sentía.
El espíritu no respondió.
Kai parpadeó confundido un par de veces. ¿Cómo podía aprender algo si el espíritu ni siquiera le había dirigido una sola palabra?
Pero antes de poder decir algo más, la presencia de alguien captó su atención. Era una figura encapuchada que trataba de pasar desapercibida. Caminó sigilosamente hasta ocultarse tras un poste del alumbrado público olvidándose que nadie en aquella ilusión le veía o escuchaba.
La figura que observaba llevaba consigo un saco que envolvía algún objeto parecido a un cuadro y lo arrastraba seguramente debido a su peso. Llegó hasta la puerta de una de las casas aledañas y tocó tres veces muy discretamente.
—¿Quién? —se escuchó desde adentro la voz de un hombre. Un viejo más bien pues tenía la voz algo ronca.
—Dickenson —respondió el encapuchado.
La gruesa puerta de madera desgastada se abrió para darle paso a la figura. Kai lo siguió adentro y, en las sombras, el espíritu también les acompañaba.
—¿Qué tienes para mí, Dickenson?
—¡Oh, te encantará Están en perfecto estado y valen mucho dinero.
—Puede ser que me guste lo que traes pero tendrás que esperar. Algunos llegaron antes que tú.
El hombre lo condujo hasta la sala, donde un tímido fuego calentaba el lugar. Había dos personas más, un hombre y una mujer.
—¿Por qué permites la entrada a más personas? —reclamó la mujer.
—Sí, dinos por qué. Tú sabes que queremos mantener nuestra privacidad. Ese fue el trato —reclamó el hombre.
—Por favor, Judy, Guideon, estoy seguro que el señor Dickenson no dirá nada de su presencia aquí hoy; ni ustedes dirán que lo vieron a él. ¿No es así, Stanley?
—Claro que sí, señor Granger.
El dueño del lugar, el señor Granger, era un hombre de edad avanzada que parecía todo menos un anciano. Tenía cabello largo hasta un poco por debajo del hombro, recogido en una coleta y un bigote poblado y largo en los extremos. Se movía con la agilidad de un adolescente y tenía la agudeza y mordacidad que sus años habían pulido. Era un hombre conocido en la localidad por vender antigüedades y Kai lo reconoció. Muchos lo querían pues su tienda era una institución que la tradición había asentado aunque no vendiera mucho en realidad.
El hombre encapuchado, que ahora tenía la cabeza descubierta, no era otro sino Stanley Dickenson. Él era uno de aquellos negociantes que se vinieron abajo con la llegada de Kai y Tala al mundo económico. Era bien sabido que estaba al borde de la miseria pero seguía viviendo en su enorme casa con todos los lujos que los de su clase social debían darse.
Los otros dos eran Judy y Guideon, dos personas también conocidas en el vecindario. La mujer era rubia y bonita, muy bien conservada para sus casi cuarenta años. Guideon era un hombre algo sombrío, con su cabello púrpura oscuro y sonrisa maquiavélica; se decía que era un genio de la ciencia pero se dedicaba a dar clases particulares por muy bajo costo.
No había nada de malo en ir a visitar al viejo Granger, mucho menos en negociar con él, pero la forma en que Stanley Dickenson entró furtivamente y los otros dos querían mantener en secreto su visita, le daba muy mala espina a Kai.
—¿Y bien¿Qué tienen para mí? —preguntó el viejo Granger a Judy y Guideon.
—Lo que tengo te lo mostraré en privado, si no le importa a los señores, claro —replicó con recelo la mujer.
—¡Oh, vamos Judy! Los señores aquí presentes son unos caballeros. Y los caballeros no tienen memoria. Todo lo que veamos u oigamos se quedará entre estas cuatro paredes.
—Muy cierto, señor —replicó Dickenson.
—Aunque también me atrevo a pedir ese favor con reciprocidad —apuntó Guideon con una amable sonrisa que lo hizo parecer más siniestro de lo que ya era.
—Así será entonces —exclamó el viejo Granger con una sonora carcajada que los demás acompañaron con sonrisas recelosas, tímidas y al final de complicidad.
Kai los miró con verdadera intriga y luego cambió su mirada hacia el espíritu que permanecía de pie en el único rincón del cuarto con sombras. Apenas podía resistir las ganas de acribillarlo a preguntas pero eso sería un esfuerzo infructuoso: el espíritu no le contestaría y se perdería algún pedazo de aquella escena que había provocado su curiosidad. Y no podían culparlo. ¿Qué tenían que ver aquellas cuatro personas y sus asuntos misteriosos con él? Se supone que el espíritu le mostraría sus Navidades futuras...
Dejó de divagar cuando la mujer se volvió para tomar una bolsa de plástico negro, de la que sacó varios objetos de sumo interés para el viejo Granger.
Uno era una caja de cartón algo alargada, que daba sonidos metálicos al moverla.
—Esto es un juego de cubiertos de plata —dijo Judy—. Esta completo y en perfecto estado. Puedes revisarlo si quieres.
—Mmm... tal vez luego —siseó el viejo—. ¿Qué más tienes para mí?
—Algunas figurillas de porcelana china. Seguro que valdrán algo. Todo en aquel lugar era muy valioso.
—Judy, Judy, Judy... —el viejo chasqueó su lengua—. Eso no es suficiente. Te daré 150 dólares por todo.
—¡No¡Espera! Falta una cosa —la mujer sacó un reloj de la bolsa. Estaba algo polvoroso y viejo, pero se podía ver que era de oro.
—Esto sí es interesante —exclamó el hombre, probándose el reloj en su muñeca izquierda—. Lo subastaré y te daré el 15 de las ganancias.
—40 —regateó Judy.
—20 —se defendió el hombre.
—25 y es trato —de nuevo Judy quería más.
—Muy bien. Será 25.
Judy guardó las cosas en la bolsa de plástico y se la dio al viejo con una sonrisa de satisfacción en el rostro.
—¿De dónde sacaste éstas cosas, Judy? —preguntó Guideon con curiosidad nada inocente.
—Tengo derecho a mantener eso en secreto¿no es así señor Granger? —respondió la mujer.
—Por supuesto, querida, por supuesto.
—Entonces creo que sería mejor reformular mi pregunta —insistió Guideon—. ¿Las sacaste de la mansión?
Los otros dos hombres prestaron oídos al escuchar aquella interrogación tan directa. Judy abrió la boca para contestar pero estaba muy nerviosa, ya no tenía la seguridad de hacía unos momentos. Y si hubiera dicho un «no» como respuesta, nadie le habría creído.
—Tu silencio lo dice todo, Judy —señaló Guideon y luego cambió su expresión por otra de complicidad—. No te sientas mal, yo también obtuve mis cosas de ahí. Además, el tipo no las necesitará en el más allá. Apuesto que si hubiera podido, se habría llevado todo al otro mundo.
—Eso es cierto —intervino Dickenson—. Escuché por ahí que era tan avaro que usaba velas para no tener que pagar la cuota de electricidad.
—No puedo creer eso —dijo el viejo Granger.
—Créelo —aseguró Judy—. Nunca se casó para no tener que compartir su dinero con ninguna esposa o hijo suyo.
—Y si cobraran por el aire que respiramos, hacía mucho habría muerto para no tener que gastar en ello —apuntó Dickenson de nuevo, haciendo que todos estallaran en sonoras carcajadas.
Kai los miraba ceñudo sin entender ni un poco. Estaban hablando de alguien muerto; un tipo que por lo visto era muy avaro. Ellos traían cosas que habían sacado de la mansión de aquel desgraciado hombre.
Entonces comprendió la relación con su situación. El espíritu le mostraba lo que le pasaría si no cambiaba: su destino sería similar al de aquel desdichado hombre. Dentro de sí creció compasión hacia aquel difunto del que no conocía ni el nombre.
—Yo no traje mucho pero espero que valga algo —comenzó Dickenson cuando pararon de reír—. Son sólo dos cuadros que había en la sala de la mansión. En una subasta te darán mucho por ellos.
—Bien. Te daré igual 25 de lo que les saqué. ¿Trato? —el viejo determinó con tono de no cambiar su postura.
—Trato.
—Vaya amigos, después de verlos creo que seré más afortunado que ustedes esta noche.
—¿Qué tienes para mí, Guideon?
—Oh, ya verás. Es terciopelo del más fino. Están en perfectas condiciones...
—Muéstrame¡anda! —el viejo se frotó las manos con expectación.
Guideon arrastró un saco viejo y lo abrió para sacar parcialmente su contenido. Era terciopelo rojo del más fino. Luego metió la tela y cerró el saco.
—No me digas que es... —el viejo Granger estaba impresionado.
—Sí, es el dosel. Y tiene los arillos que lo sujetaban.
—Pero¿cómo lo conseguiste? —Dickenson estaba también pasmado.
—Yo mismo lo quité.
—Pero... el cuerpo sigue ahí —Judy susurró con alarmo.
—Sí, en efecto seguía ahí. Recostado en su enorme cama, con la mandíbula atada con un pañuelo y las sábanas cubriéndole hasta el rostro.
—No puedo creerlo, Guideon. Eso es tener muchas agallas.
—No sé por qué les causa tal asombro. No es que vaya a necesitarlas a donde va. El hombre ya no está. Sólo es un cuerpo.
—Pero es tétrico.
—Todo depende la forma en que lo vea, mi señora —Guideon reverenció ligeramente con una sonrisa torcida en el rostro—. Para mí no es más que un cuerpo vacío.
—En eso le concedo la razón, mi estimado —intervino Dickenson—. El tipo me daba más miedo en vida que ahora en muerte.
—Personalmente, el hombre no me causaba miedo en absoluto —dijo el viejo Granger—. Ese hombre sólo lástima podía inspirarme. Era una vida desperdiciada. Tan joven... no me explico por qué era tan amargado.
—¿Podríamos cambiar de tema? Hablar de ese hombre me produce repugno.
—Le concedo toda la razón, mi querida señora —terció Guideon—. Ese hombre me produce igual repugno. Pero espero que en muerte sea más útil que en vida.
—Al menos para nosotros lo será —indicó el viejo Granger señalando el montón de cosas que los presentes habían llevado a su casa. Con ello, los cuatro soltaron una risotada sonora y prolongada.
Kai ya no pudo soportar más y se volvió hacia el espíritu.
—Dime espíritu¿así terminaré yo? —pero no recibió respuesta alguna—. ¿Cómo puede la gente sentir tal desprecio y despojar la casa de un hombre muerto? Esta es una verdadera afrenta. Nadie, por más vil que fuera, merece esto. ¡Te lo suplico, espíritu¡Llévame a otro lugar¡No quiero ver más de esto!
De pronto, el espíritu salió de su rincón y extendió sus brazos, haciendo que el lugar cayera en profunda penumbra. Kai sintió miedo de ver cómo la oscuridad se tragaba el lugar, pues daba la sensación de que en cualquier momento se lo tragaría a él también.
Cerró los ojos con fuerza, esperando que todo pasara. Cuando los abrió de nuevo, se dio cuenta que el nuevo lugar era casi igual de oscuro. Giró su cabeza hacia el cielo de color entre negruzco y morado; la luna brillaba intensamente detrás de una cortina de nubarrones grises.
El lugar era una enorme extensión de pasto llena de estatuas de ángeles, cruces y lápidas, con uno que otro mausoleo aquí y allá. Era el cementerio.
Los árboles hacían bailar sus ramas al ritmo que les marcaba el frío viento de la noche y se cernían sombríamente sobre ellos. En alguno de ellos, un par de ojos redondos y grandes brillaron; era una lechuza que ululó débilmente, dando un aspecto más siniestro al lugar.
Aunque¿qué tan siniestro puede ser un lugar para alguien que ha sido visitado por un ánima del infierno y está acompañado de un tétrico espíritu capaz de cubrir de sombras los alrededores? Ni siquiera aquel cementerio podía causar que los vellos de nuca se le erizaran en tal forma como ocurrió cuando vio al espíritu de las navidades futuras por primera vez.
—¿Qué hacemos aquí, espíritu? —preguntó Kai.
Eso era algo que le preocupaba más que el tétrico aspecto de un cementerio por la noche. ¿Para qué lo habría llevado el espíritu ahí? En el cementerio sólo había tumbas y muertos. Entonces, si quería mostrarle algo, sería una tumba. La pregunta era de quién.
Comenzó a caminar cuidando de no tropezar con alguna lápida mientras su mente intentaba descifrar qué debía encontrar. Sin embargo, imágenes de su infancia golpearon su memoria... recuerdos que creía haber enterrado para siempre.
Como si de una película se tratase pudo ver al imponente hombre de cabello canoso vestido elegantemente de negro, que con una mano sujetaba un bastón de fina madera y con la otra atrapaba la pequeña mano de un niño. El niño era algo pequeño para su edad; tenía un alborotado cabello en dos tonos y dos hermosos ojos rojizos que estaban cristalizados por causa de lágrimas no derramadas y la inmensa tristeza que sentía desde lo profundo del alma.
Podía ver claramente cómo el pequeño contemplaba dos lápidas con el nombre de sus padres grabados en ellas. Podía escucharlo sollozar incontrolablemente y al hombre gruñir cada vez que lo hacía. Era doloroso ver a un pequeño contener aquel llanto que deseaba con toda el alma derramar.
Kai sacudió la cabeza, intentando alejar aquellas memorias. Estaba seguro que el espíritu no querría mostrarle aquello. Si era parte de su pasado, entonces Max lo habría hecho.
Casi tropezó con una lápida y recuperó el equilibrio a tiempo para no caer. De pronto, la luna encontró paso entre la densa capa de nubes que se había obstinado en ocultarla, dando paso a un plateado haz de luz tenue que iluminó temporalmente el lugar. Aquella escasa luz fue lo suficientemente intensa para dejar ver claramente el grabado de aquella losa. Lo que estaba inscrito en ella era un simple nombre. No había fecha de nacimiento, ni de fallecimiento. No había un epitafio adicional que describiera a aquel difunto como "querido hijo", "amado hermano" o tan siquiera un "descanse en paz". No había siquiera una mustia flor sobre la tierra. Ni siquiera señas de que alguien visitase a aquel desdichado ser. No absolutamente nada excepto una triste lápida con un nombre en ella:
Kai Hiwatari
Aquello fue más de lo que su acongojado corazón podía soportar. Ahogó un profundo gemido por la sorpresa y lágrimas encontraron escape a través de sus ojos rojos vacíos por la pérdida del característico fuego de antaño que su odio y resentimiento alimentaran al paso de los años.
Esa visión era muy clara. Una tumba con su nombre. Entonces el desgraciado avaro que murió era él; el mismo hombre que causaba el repugno de Judy, Guideon y de muchos otros con seguridad... el mismo que inspiraba tan poco respeto como para que saquearan su casa aún estando su cuerpo dentro de ella.
Quiso llorar como un niño desconsolado pero desde muy pequeño fue enseñado a reprimir la tristeza, así que no lo hizo. En vez de eso, en su cabeza saltó una idea repentina.
—Espíritu —le llamó Kai con voz humilde, quien sin saber a ciencia cierta que tenía la atención de la alta figura, se aventuró a preguntar—. ¿Hay alguien, aunque sea sólo una persona en el mundo, una sola persona a la que le haya importado mi muerte? Quiero saber si existe alguien que no celebre mi partida, alguien que lo lamentara por mínimo que fuese. Dime¿existe alguien que pensara en mí con tristeza?
Ese era el pensamiento que le atormentaba con fuerza. Sabía que esto era lo que merecía puesto que su modo de vida era egoísta y soberbio pero quería creer que en algún lugar alguien, aunque no le conociese, pensó en él con tristeza; deseaba desesperadamente que tan sólo un corazón lamentara su partida no porque lo mereciese sino por compasión.
La sombra levantó sus brazos hacia los lados, extendiéndolos cual ave mostrando sus gloriosas alas que en lugar de plumas coloridas poseían oscuridad, la cual se tragaba todo alrededor. Aquel ser era poderoso, manipulaba el espacio y tiempo con una fuerza que podía sentirse hasta las entrañas. Kai cerró los ojos momentáneamente hasta sentir una luz golpearle los párpados. Pronto se vio en la misma posición, aún en el cementerio al lado de su tumba pero en un día diferente. El cielo nublado brillaba mucho y lastimaba los ojos con su luz blanca. Se sentía el frío cortante del viento que soplaba débilmente su canción invernal. Había nieve por todos lados, en las hojas de los árboles, encima de las lápidas y sobre cualquier obstáculo que hubiese impedido a los copos helados llegar al suelo.
A lo lejos se distinguía una figura robusta acercándose lentamente. Conforme se acercaba, Kai notó que llevaba una gruesa chamarra y una bufanda blanca larga que le cubrían muy bien; pero el cabello azabache resaltaba a la vista en medio de aquel paisaje níveo.
Llegó hasta donde estaban ellos pero no se inmutó a su presencia, al igual que siempre en aquellas visiones. Se agachó frente a la tumba de Kai y colocó una flor roja que hasta entonces no había notado.
—Ray...
El chino que una vez fue su mejor amigo, la primera y única ilusión de amor que se convirtió en fracaso, estaba ahí frente a su tumba.
—Hola Kai —comenzó el chino—. Otra vez estoy aquí, como siempre. Mariah se molestó conmigo porque dice que no tengo nada que hacer aquí y que de cualquier forma, hablarle a una tumba no es sano. A mí me gusta pensar que sí me escuchas —exclamó en voz baja con un brillo alegre en los ojos—. Sé que aquí no hay más que un cuerpo vacío pero si no es aquí, entonces ¿dónde puedo encontrarte? En mis recuerdos podría hacerlo pero no es lo mismo. Ya ha pasado mucho tiempo pero aún te extraño e igual lamento que no estés. Siempre te quise mucho¿lo sabes? Espero que sí... duele pensar que te fuiste sin que pudiera decírtelo de frente como tampoco te dije lo que sentía cuando me besaste aquel día.
Kai lo miró con ternura. Los ojos dorados de Ray seguían siendo transparentes y podía leerse claramente lo que sentía el muchacho, que ahora ya era un hombre.
—Voy a ser tío —dijo de pronto Ray, olvidando su tristeza por un segundo—. Mariah está embarazada. Lee está que se vuelve loco con los antojos y demás caprichos que tiene mi hermana. Los envidio mucho porque son felices. Bueno, tampoco es que sea infeliz porque no es así, pero no estoy muy seguro de estar haciendo lo correcto. Mariah no se cansa de repetirme que sí lo es y creo que tiene razón... me voy a casar y me iré de Japón. Digamos que este es un adiós aunque tú te hayas ido antes. Lo único que me duele es que nadie vendrá a hablar contigo ni a dejarte una flor para alegrar un poco tu lugar. Pero no dudes que jamás te voy a olvidar.
El hombre de cabello en dos tonos no tenía palabras. Sonrió sinceramente como hacía demasiado tiempo que no lo hacía; con esa sonrisa que sólo era para Ray cuando eran amigos y nunca le mostró a nadie más.
—No eras tan malo como la gente piensa; eras solitario y duro pero no malo; no puedo imaginar que alguien que amara, riera, soñara y viviera como tú, pudiera ser malo... es imposible. Creo que les gusta hablar aunque no sepan nada de ti; yo no sé mucho pero sí más que ellos, está claro. Sé cómo eras porque fuiste mi mejor amigo y aunque la vida te haya golpeado fuerte sé que conservabas dentro de ti a ese chico que quise mucho; escondido, olvidado o negado por voluntad, no puedo saberlo, pero ahí estaba. Y siempre serás especial para mí. Adiós, Kai.
—Ray...
Recordaba el día en que se conocieron. Precisamente en Navidad cuando tenían él quince y Ray catorce. Había sido una casualidad. Por la calle iban distraídos caminando cuando no se fijaron que venían directo al otro y chocaron. Con ello fueron a dar al piso junto a la bolsa de víveres de Ray. Lo que pasó después fue asombroso. Al mirarse a los ojos sonrieron; el chino siempre lo hacía pero en Kai, aquello fue extraño. Pero la confianza que inspiraba el chico era tal que aquel gesto le surgió natural. Luego se encontrarían de nuevo en la escuela y a partir de entonces serían los mejores amigos.
—Debí imaginar. Ray es el único capaz de sentir pena por mí. Incluso se niega a creer que yo era el hombre mezquino que todos dicen. Pero es que él es así. No importando que yo fuera su amigo o no, sería incapaz de ser indiferente o injusto. Es algo más normal de su personalidad que verdadera compasión hacía alguien como yo.
La sombra pareció verle puesto que giró la cabeza en torno a él y, pese a no verle mirada alguna tras la oscuridad de un rostro indefinido, pudo sentir fuertemente su mirar sobre su persona.
—Disculpa, espíritu. No soy un ingrato. Tú no necesitas que te diga cuánto aprecio y quiero a ese muchacho¿cierto? Es sólo que por un segundo llegué a creer que habría alguien que no se pareciese a mí y pudiera sentir al menos lástima por mi muerte. Supongo que merezco ser olvidado —agregó por último bajando la cabeza para ocultar el pesar que sentía.
La sombra extendió sus extremidades superiores a todo su largo y fue recogiéndolas como si quisiera abrazarse, pero al mismo tiempo el lugar fue barrido por las sombras para mostrar un escenario más.
Era una casa. Gris, deteriorada y empobrecida pero que en su interior albergaba un calor muy diferente al que el fuego proporciona con sus ardientes flamas. Se respiraba incluso en el denso aire invernal que se había colado sutilmente por debajo de la puerta o cualquier mínimo resquicio que ofreciera contacto al exterior. Era un calor que abrazaba todo aquel que visitase el lugar, incluso ellos que no eran parte de la ilusión. Era un calor que no recordaba haber sentido desde que sus padres murieran el día de las vísperas de Navidad: el calor de hogar.
Una mujer se acercó al lugar y se sentó en uno de los raídos sillones con la mirada llena de tristeza. Volteó hacia la chimenea, sobre la cual descansaban varios portarretratos con fotografías familiares. Suspiró con melancolía y se levantó con desgano para tomar una de ellas, donde podía apreciarse el rostro alegre de un pequeño de no más de cinco años.
Acarició la fotografía con tanta ternura que parecía como si a través del frío cristal pudiera sentir la suave piel del pequeño.
—Mi pequeño... —gimoteó la mujer—. Mi dulce pequeño ¡cuánto te extraño!
—Hillary —susurró una voz grave, captando la atención de la mujer y también de Kai. Ese era Hiro Kinomiya—. ¿Otra vez atormentándote con los recuerdos?
—No puedo evitarlo —balbuceó ella rompiendo en llanto—. Si Takao no... si él... hoy cumpliría diez años.
—Deja de hacer eso, sólo te haces daño —le suplicó Hiro casi en un susurro, sentándose a su lado para estrecharla en un abrazo protector.
—No puedo. Y tú tampoco tienes derecho a pedirme que olvide a nuestro hijo.
—No te estoy pidiendo que los olvides. Sólo que no te dejes llevar así por la tristeza. También están Kyo, Zeo y Kane. Ellos y yo te necesitamos.
Hillary dejó escapar un sentido sollozo.
—¡Es que era tan pequeño¡No se supone que los padres entierren a sus hijos¡Está mal¡Simplemente mal! —explotó. Hiro sólo apretó su cabeza contra su pecho y la dejó decir lo que sentía sin interrumpirla, depositando tiernos besos en su frente de vez en cuando—. Fue mi culpa. ¡Debimos trabajar duro y conseguir ese dinero!
—No fue tu culpa. No había nada que pudiéramos hacer. Tal vez era el destino.
—¡Destino¡Esas son tonterías¡También culpo a ese maldito Hiwatari¡Si ese déspota no te hubiera corrido...!
Hillary se volvió a quebrar.
—No maldigas a los muertos, cariño —Hiro se separó lo suficiente para poder mirarla a los ojos—. Sé que el señor Hiwatari no era tu persona favorita y con justa razón. Pero él no tiene la culpa, tú sabes eso.
¿Que no tenía la culpa¡Claro que la tenía! Tal vez indirectamente pero sí podía sentir pesar por ello. Kai no daba crédito a sus oídos. ¿Cómo era que ése hombre no sintiera odio por él? Aún recordaba con claridad cómo Hiro pidió un aumento para pagar el tratamiento de su hijo y él, cegado por la oscuridad de su corazón, no sólo le negó su ayuda sino que lo despidió.
El espíritu levantó sus brazos para dejar de nuevo que las sombras atrapasen el lugar con su abrazo siniestro y revelaran otro escenario al irse. Kai aún trataba de asimilar las cosas cuando se dio cuenta que estaba a la mitad de la calle. Reconocía aquel lugar porque era una avenida importante donde se localizaban la mayoría de las tiendas y negocios comerciales como el del viejo Granger.
Caminando por la acera iba una mujer alta y atractiva de nívea piel y dos hermosos ojos aguamarina que apenas asomaban entre la gruesa bufanda, el abrigo y el gorro que usaba par protegerse del invierno.
—¡Mariam! —una pelirroja se acercó a su encuentro mientras que aquella esperaba con una enorme sonrisa en el rostro.
—¡Emily¡Cuánto tiempo de no vernos!
—Sí, es cierto. ¿Qué ha sido de ti, mujer?
—He estado trabajando en un restaurante de los suburbios.
—¿Eres mesera? —inquirió con incredulidad Emily.
—No hay mucho trabajo. Éramos demasiados en Hiwatari Corp.
—Sí. Sé que ha sido duro. Matilda es secretaria en un banco; es la única que encontró trabajo en lo que sabe hacer mejor.
—¿En serio¿Y tú?
—A mí no me va tan mal. Tú sabes, Michael puede mantenernos a los dos con lo que gana. Pero igual sigo sin trabajo.
—Extraño la vida en Hiwatari Corp¿sabes?
—Yo no mucho. La verdad es que no hay como tener una vida tranquila sin los gritos histéricos de ese maniático al que llamabas jefe.
—¡Emily! —exclamó Mariam con sorpresa—. ¡No puedes hablar así de los muertos!
—¡Oh, vamos¿No vas a defenderlo, o sí?
—Está bien. Admito que a veces era un... bueno, la mayoría del tiempo era un gruñón y grosero —Mariam aceptó ante la mirada de Emily—. Pero eso no me hace alegrarme de su muerte. ¿Sabes? Incluso siento lástima. Él no tenía familia o amigos. Es muy triste haber muerto solo¿no crees?
—Tienes razón. Era un desperdicio de hombre —suspiró Emily—. Tan joven y guapo. Lástima de carácter.
Kai observó a las dos mujeres como si las viera por primera vez. Siempre las había tratado como seres inferiores que estaban ahí para atenderle y obedecerle. Recordaba haberle gritado una vez a Mariam, hacía años, sólo porque le sirvió su café con azúcar cuando a él le gustaba negro y sin endulzar. ¡Y eso no era parte de su trabajo! Después de todo, una secretaria no era contratada para servirle café a su jefe.
Por segunda vez no prestó atención al espíritu tras de sí ni se inmutó ante la oscuridad que ahogaba el lugar. Pero cuando la penumbra no se desvaneció, comenzó a invadirlo una angustia indescriptible que le oprimía el pecho intensamente. Se giró completamente pero no distinguió al espíritu por ningún lado.
—¡Espíritu! —llamó a voz en cuello, obteniendo por toda respuesta su eco.
Volvió a llamar al espíritu varias veces más en vano. Su respiración se volvió entrecortada y se dio cuenta de que comenzaba a hacer frío porque sentía el vaho tibio de su aliento dispersarse al exhalar.
Kai sentía como si fuese tan sólo un minúsculo ser en medio de la inmensidad, tan frágil y vulnerable. Por primera vez comprendía lo estúpida que había sido su soberbia.
A lo lejos escuchó surgir un rumor que le erizó la piel. Éstos fueron aumentando de volumen hasta que pudo distinguir que se trataban de gritos de ultratumba. Parecía un coro de almas torturadas cantando su dolor. Era escalofriante.
De entre los gritos pudo notar el sonido metálico de cadenas que se arrastraban y se acercaban cada vez más. La desesperación se apoderó de él hasta casi volverlo loco de terror pero seguía sin ver nada.
—Kai...
—?Quién está ahí! —gritó despavorido.
—No lo olvides, Kai...
El frío del lugar parecía entrar en su corazón poco a poco. De pronto pudo ver en la oscuridad; algo extraño puesto que no había fuente de luz por ningún lugar. No se detuvo a razonar en aquella contradicción porque vio frente a él a Tala extendiendo los brazos hacia él. Kai estiró la mano para hacer contacto con su amigo pero no pudo puesto que las cadenas que lo ataban a su tortura eterna cayeron con estrépito. El pelirrojo le sonrió con sencillez, de manera en que jamás le vio cuando estaba vivo; sus ojos azules dejaron de parecerle dos fríos hielos para asemejarse más al cielo alegre de primavera. Un débil haz iluminó momentáneamente, llevándose consigo a Tala y desapareciendo después, como perdiendo la batalla contra la inmensa oscuridad.
El hombre frío y estoico no sabía qué hacía en aquel lugar pero sí sabía que el hermoso sentimiento dentro de sí mismo era alegría pura, surgida de ver a su amigo tan cerca aun cuando no terminaba de comprenderla del todo.
Luego, repentinamente, el suelo bajo sus pies desapareció. El vértigo volvió a hacerse presente y, cuando sintió chocar contra el suelo, abrió los ojos para encontrarse en medio de su tibia cama con los doseles corridos y el acostumbrado sonido de la noche a su alrededor.
Continuará...
Mucho tiempo después pero aquí le sigo. Espero que les guste el capítulo. El próximo será el final.
Al inicio dije que serían seis porque había hecho este capítulo en dos partes. Pero como no me gustaba el resultado (una parte estaba muy cargada y la otra muy sosa), decidí juntar ambas aunque fuera un poco más largo que el resto de los capítulos.
Alex-Wind: Sabio consejo. Y créeme que lo he hecho. Ahora tengo muchas ideas para escribir. El problema es que ya comencé la escuela. Supongo que me haré de una agenda para administrar mi tiempo porque si no soy un desastre! Gracias por dejar review.
Annell Ivanov: Ya se fue Tala-me asomo ligeramente- Ya veo que no le gustó para nada. Pero intenté cambiar un poco las cosas para compensar que lo haya matado tan fríamente. Espero que me deje de perseguir nnu
Silverhell: Me pasé un poco con la pobre Hillary, no? Cuatro hijos y como si nada... es que no tenían televisión P Tú pésima? Cómo se te ocurre semejante idea? Escribes mejor que yo, que bueno, no soy precisamente ejemplo de actualización rápida. Saludos!
Ayanai: Gracias por tu review! Más que cruel, la navidad futura ha sido 'reveladora', no crees? Aquí está ya el capítulo así que pueden juzgar por uds. mismos. Espero verte en el msn. Ahora que estoy en la escuela, entro más seguido pero he tenido algunos problemas de internet, aún así estoy segura que nos veremos pronto!
Kari: Rei es mi personaje favorito, qué puedo decir? Desde el principio planeé el fic para centrarlo en Kai pero no puedo evitarlo! Pero mira que el próximo capítulo no seré tan mala con ellos, en especial Kai.
Bueno, eso es todo por ahora. El final lo subiré el lunes por la noche, estén pendientes.
Un beso a tods!
