No quiero repetir la cantidad de fics que solía tener mi vieja cuenta, MariSeverus, pero necesito mi zona de confort. Espero que les guste, es como una especie de sueño.

Tengo que actualizar los otros fics, tan pronto tenga internet de vuelta, por tantos problemas eléctricos que sufre el estado en éste momento. Venezuela y sus cosas. Qué puedo decir.

Disclaimer: Nada que tú conozcas me pertenece, a excepción de los OC y la historia que leerás a continuación. Hermione, Severus y el resto del mundo de Harry Potter, pertenece a JK Rowling y por ello éste fic no tiene algún otro fín más que entretener a quienes lo lean.

Sumario: Considerándose indeseable, las emociones de Snape se convierten en un tumulto cuando decide intentar invitar a Hermione Granger a una cita y las cosas resultan sorprendentemente bien. Poco a poco, esperanzándose más y más con el resultado, de pronto Severus Snape comienza a dudar de los sentimientos de Hermione, cuando un viejo amor aparece en escena, dejando una gran impresión difícil de olvidar.


Prólogo: Un inesperado encuentro.

"¡Como si fuese a salir conmigo si la invitara en una cita, Granger!"

Ni siquiera recordaba el por qué gritaba en ese momento en sus recuerdos, pero en verdad ya siquiera le importaba, mientras sostenía una copa de vino del cuál no tenía siquiera ni la más mínima idea de su valor y escuchaba a Hermione Granger hablar incesantemente acerca de algo que realmente le apasionaba y de lo cual tampoco tenía ni la más mínima idea, en aquel restaurant seguramente carísimo en el que se encontraban cenando.

Hacía rato que había dejado de escuchar o percibir cualquier cosa a su alrededor, aún completamente sorprendido de que una joven como lo era Hermione Granger, encontrara placentera la idea de salir a cenar con un tipo como él.

Cuánto había cambiado y cómo se habían tornado las cartas en la mesa.

— Y es por ello que encuentro fascinante el estudio de las ruinas antiguas. Pero de todos modos no creo que a alguien más que a mí le interese. — concluyó ella con su monólogo y se apresuró a mostrar interés para que no creyera que lo estaba aburriendo tan pronto.

— Runas antiguas. — ponderó mientras movía la copa de vino tinto de elfo, de un lado al otro, meciendo su líquido suavemente y como si de una cata de vinos se tratase. — no puedo decir que me resulta fascinante de igual manera, pero es sin duda interesante.

Hermione arqueó una de sus cejas y muy pronto el hombre le imitó. No podía evitarlo, ponerse a la defensiva siempre le resultaba más fácil que derrumbar cada una de sus barreras.

— Puede decirme cuándo parar, profesor. Reconozco que incluso a veces, yo misma me aburro de escucharme hablar. — rió al decirlo y quiso preguntarle dónde había quedado aquella niña tímida que siquiera se atrevía a mirarlo al ojos, y la razón por la que ahora hablaba con tanta soltura y como si no recordara lo que había hecho en el pasado.

Su facilidad para perdonar siempre le había parecido irreal. A pesar de que llevara la palabra "Sangre sucia" tatuada en su brazo, en aquel momento no parecía siquiera importarle que estuviera sentada con uno de aquellos que una vez luchó junto Bellatrix Lestrange.

Por supuesto que era lo suficientemente inteligente como para poder identificar las notables diferencias entre Bellatrix y él. Debía darle crédito por ello.

— Supongo que todavía no puedo creer que decidiera aceptar mi invitación, Granger. Y constantemente cuestiono los motivos.

Tal vez sea por la forma estúpida en la que se había comportado y la manera en la que gritaba en medio de su despacho, asegurándole que nadie siquiera lo miraría dos veces para orinarle encima si estuviera prendido en llamas y así apagar su fuego.

— Ya se lo dije, profesor. Puede resultar ser un momento muy agradable, cuando deja su personalidad hostil y sarcástica a un lado. Resulta ser un gran conversador y sinceramente puedo decir que nos parecemos mucho más de lo que cree. A ambos nos gusta la lectura, las pruebas al intelecto y las conversaciones con profundidad y significado. — volvió a reír por un momento y sintió que sus oídos abrazaron aquella melodiosa expresión de felicidad. — Y también sabe cuándo hacerme saber que me estoy excediendo al hablar. Como yo podría hacerle saber cuándo parar cuando esté siendo excesivamente sarcástico y cruel con el resto del mundo.

Si el lugar en el que estaban en aquel preciso momento resultaba ser el paraíso mismo, esperaba jamás regresar a los placeres mundanos de la vida.