Capítulo 4: La caída de la Atlántida
Aunque sólo habían pasado 6 meses desde que abandonara Hogwarts ya sentía que había un abismo entre aquella etapa de su vida y la que vivía ahora. Mientras oía resonar sus pasos en los callados corredores que le conducían hasta el despacho de Dumbledore numerosos recuerdos, buenos y malos, volvían a su mente. Miró su reloj. Pronto sería la hora de almorzar y los pasillos se llenarían de las voces de centenares de alumnos.
-¡Harry Potter!- exclamó una voz a su espalda.- ¡Cuánto tiempo, querido muchacho!
-Hola Nick.- saludó Harry. El fantasma de Griffindor flotaba medio metro sobre el suelo y miraba a Harry amistosamente.- ¿Cómo te va?
-Bueno, tirando, ya sabes. Para un fantasma las cosas no cambian demasiado.
-Ya me imagino.- Harry ya había llegado a la puerta del despacho del director de la Escuela y la gárgola le miraba con interés.- Bueno, Nick, nos vemos.
-Adios, Harry. Cuídate.
Harry vio con melancolía cómo Nick se iba pasillo arriba. Entonces oyó toser a la gárgola.
-¿Vas a estar ahí todo el día?
Harry la miró con desgana y pronunció la contraseña: Palomitas de caramelo.
La puerta se abrió y entró en la escalera de caracol que le elevó hasta la puerta del despacho. Antes de poder agarrar el picaporte la puerta se abrió mostrando a un Ron muy nervioso.
-¿Hora y media, tío?
-Bueno, es que me he entretenido.
-Ya pensábamos que te habría pasado cualquier cosa.
-¿Qué?
-Siéntate Harry.- dijo Dumbledore.- Ron me ha hablado de lo que esa chica vio tras coger el ojo de Moody.
-¿Sabe qué es esa caja?- preguntó Harry.
-Más o menos.- contestó el anciano mago con un suspiro de preocupación.- Creo que nuestros últimos logros con la Red Flu y los medios de transporte instantáneos han puesto nervioso a Voldemort. Si esa caja es lo que creo que es puede que la batalla final se acerque.
Los ojos azules de Dumbledore se clavaron en Harry, que involuntariamente notó cómo un nudo se iba formando en la boca de su estómago. Ninguno de los dos había contado a nadie lo de la profecía y lo que la cicatriz en forma de rayo de su frente significaba. Lentamente Harry asintió.
-¿Qué es esa caja?- preguntó en una voz tan grave que él mismo se sorprendió.
-Un arma terrible que puede utilizar contra ti sin necesidad de enfrentar vuestras varitas.- explicó Dumbledore. Harry comprendió. La primera vez que se había enfrentado cara a cara con Voldemort, sus varitas, al ser hermanas, habían reaccionado gracias al Priori Incantatem que impedía que pudieran luchar la una contra la otra. En multitud de ocasiones Harry se había preguntado como sería al final pues no podrían luchar con varitas.- Pero que es lo suficientemente peligrosa como para que sus efectos sean incontrolados y pueda acabar con todo el mundo: mortífagos, no mortífagos, muggles y todo lo demás.
-¿Cómo es posible que exista algo así?- preguntó Ron en un hilo de voz.- Y si existía, ¿cómo es que nadie lo destruyó?
-No se puede destruir.- aclaró Dumbledore.- Esa caja es el principio de la leyenda de la Caja de Pandora. Existe desde el principio de los tiempos y ha sido custodiada por una orden secretísima en Siberia desde hace miles de años. Yo la conozco por casualidad. No puedo entender cómo Voldemort se ha podido hacer con ella.
-¿Qué hace exactamente?- preguntó Harry.
-Dicen que en su interior se encierran los horrores del infierno y el caos absoluto. Puede ser controlada, pero a un precio muy alto, por eso es tan peligrosa. La última vez que se quiso utilizar fue en la antigüedad, en una isla cerca del Estrecho de Gibraltar que fue destruida por completo por la erupción de su volcán.
-¿Está hablando de la Atlántida?- preguntó Ron boquiabierto. Dumbledore asintió.
-¿Cómo se lucha contra ella?- preguntó de nuevo Harry con voz monocorde.
-No se sabe.- dijo Dumbledore quitándose sus lentes de media luna y frotándose los ojos cansados.- Ningún mago sobrevivió para contarnos cómo ocurrió todo. Lo que sí está claro es que fue poco para lo que esa caja puede hacer. Debe existir algún modo de detener los efectos de esa caja porque se hizo entonces, pero no quedó ningún registro.
-Entonces sólo nos queda una opción.- dijo Ron. Tanto Harry como Dumbledore le miraron atentamente.- ¿No es obvio? Tenemos que quitarles la caja antes de que la utilicen.
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Aquel lugar había sido especialmente diseñado para ser completamente indetectable tanto desde fuera como desde adentro. Estaba tan bien oculto que sólo los que colaboraban con la Orden del Fénix lo conocían.
Sus legítimos propietarios: los gemelos Fred y George Weasley.
Su ubicación: el sótano de la tienda de artículos de broma que los gemelos habían abierto años atrás en el callejón Diagon.
Estaba inmejorablemente situado para constituir uno de los centros neurálgicos de la Orden y uno de los escondites más idóneos para lo que en esos momentos se desarrollaba en su interior.
-Lo que no puedo entender, - decía Bill Weasley.- es cómo es que sigues encubriendo a quien te dejó tirado como un perro, herido, a merced de las ratas y de nosotros.
Goyle no abría la boca.
-Ya hemos perdido demasiado tiempo con él, Billy.- dijo Ron furioso. Sacó la varita y apuntó con ella al maniatado Goyle que dejó escapar un gemido de terror.- Hay métodos más eficaces de sacarle información a este cerdo.
Harry, oculto en un rincón bajo la capa invisible, observaba el trabajo de poli bueno poli malo que ejercían ambos hermanos. Ya llevaban 4 horas con él y aún no habían conseguido nada, aunque al parecer la amenaza de Ron había surtido un leve efecto pues el padre de su ex compañero de Hogwarts ya no mantenía su expresión de obstinada indiferencia. Ron debió notarlo también porque le presionó un poco más en la misma dirección.
-¿Ves Bill? Esta gente sólo reacciona ante la fuerza.- Ron se acercó bruscamente al hombre y le clavó la varita en la sien. El hombre temblaba y gotas de sudor se resbalaban por su frente magullada. Ron se inclinó y le susurró.- Conoces el procedimiento, Goyle, y sabes que es doloroso y a veces irreparable, así que ya estás hablando.
-Goyle, - dijo Bill.- ¿dónde escondéis esa caja?
-Mi Señor os destruirá a todos.- dijo Goyle en voz baja.- Yo sólo soy una baja.
Ron apretó la varita un poco más arrancando al hombre un gemido de dolor.
-Goyle, no me tientes.- amenazó.
-Te lo preguntaré de otra manera y te recomiendo que contestes. Conozco a mi hermano y sé de lo que es capaz.- dijo Bill.- La caja. Dónde está.
-¡Está donde el Señor Oscuro está y pronto seréis víctimas de su furia!- exclamó Goyle.
-Vale, tío, tú lo has querido.- dijo Ron propinándole un puñetazo en la mandíbula que casi le derriba de la silla.- La próxima será la definitiva y te sacaré la información a la fuerza.
Ron miró hacia el rincón donde Harry estaba. En realidad no esperaban llegar a ese punto. Sólo Hermione sabía hacer el hechizo que extraía a la fuerza los pensamientos y no estaría en Londres hasta la mañana siguiente. Sacó una mano y con un gesto les indicó que salieran.
-Tranquilo, Ron.- dijo Bill. Luego se dirigió a Goyle.- De momento te dejaremos que reflexiones sobre tus posibilidades. No van a venir a rescatarte Goyle, y en todo caso siempre te trataríamos mejor nosotros que tu amo si se entera de que has sobrevivido. Piénsalo.
Una vez fuera del cuarto oscuro y lóbrego que utilizaban como sala de interrogatorios, mazmorra y almacén (en tiempos más halagüeños) Harry se quitó la capa de invisibilidad y miró a sus dos amigos.
-La cosa está bastante difícil.- observó Ron.
-Y eso que te has pasado 3 pueblos, tío.- dijo Bill.
-Yo era el poli malo, ¿no?
-No va a soltar prenda.- dijo Harry.- Habrá que llamar a Hermione.
-¿No crees que es una medida demasiado drástica, Harry?- dijo Bill.- Estaríamos utilizando sus mismos métodos. Quizá con un poco de tiempo...
-No tenemos tiempo, Bill. La situación es lo suficientemente peliaguda como para que ciertos remilgos morales sean pasados por alto. Intentad que hable, pero ahora mismo me voy a llamar a Hermione.
-¿Y crees que ella querrá hacerlo?- preguntó Ron escéptico.
-¡Pues tendrá que hacerlo! ¿Vale?- dijo medio gritando. Ron le miró ofendido.- Lo siento. Perdonadme.
Harry se dio la vuelta y se fue. Tenía que admitirlo. Tenía miedo. Estaba histérico. Ese hombre sabía dónde estaba el objeto que pondría en grave riesgo las vidas de ni se sabe cuántas personas, y mucho más importante, sabía dónde estaba Voldemort. Saliendo al callejón Diagon lleno de gente aquella tarde de miércoles cercana a las navidades, pensó en cómo demonios podría cumplir la profecía... Suspiró abatido. Cumpliría la profecía, para bien o para mal, aunque vistas las cosas como estaban...
Lo que más le inquietaba es que no hubiera sobrevivido nadie para relatar lo ocurrido la última vez que se neutralizó el poder de la caja. La Atlántida había caído bajo sus efectos, pero alguien había dado con la forma de detener la destrucción y concentrarla en una isla. El desastre debió ser tremendo porque la leyenda de su desaparición repentina y violenta bajo las aguas ha llegado viva hasta la actualidad. Y nadie había quedado para contarlo. Quizá ese fuera el desenlace final. Quizá para detener a Voldemort debiera morir con él. Entonces lo ideal sería atraerlo a un lugar alejado en el que estuvieran solos. Así no se correría el mismo destino que la Atlántida.
Entonces descubrió que, aunque tenía unos amigos maravillosos y que en lo más hondo de su ser no quería morir, si tenía que hacerlo, lo haría. Pero esa certeza no le liberó del peso enorme que sentía, no le alivió la carga de responsabilidad, sino todo lo contrario. Se paró en seco en mitad de la calle dejando que la multitud se chocara contra él, sin importarle lo más mínimo los codazos, los empujones o las palabras molestas.
Entonces sintió cómo alguien agarraba su brazo y le arrastraba hacia un lado de la calle. Cuando miró a su captor descubrió que era Ron. Se dejó arrastrar. Se sentía demasiado angustiado como para oponerse. Una vez salieron del río de gente Ron le apoyó en la pared y poniéndole las manos en los hombros le miró a los ojos.
-Harry, me ocultas algo. Me lo llevas ocultando desde hace años y te está superando.
-No, Ron...
-¡Venga tío, mírate! Dumbledore y tú os traéis un rollo muy misterioso relacionado con todo esto.- Harry alzó la mirada hasta su amigo. No pudo evitar que su visión se nublara por las lágrimas.- No estás sólo, ¿vale? Es incluso egoísta querer guardártelo para ti. Hermione y yo ya no sabemos qué historia inventarnos para poder explicar tu comportamiento desde la muerte de Sirius.
Harry sintió el último comentario como una bofetada. No supo qué decir, pero se sintió lo suficientemente ofendido para zafarse de las manos de su amigo y marcharse con paso firme. Pero Ron no se dio por vencido.
-¿Ves?- dijo enfadado.- Esa es la actitud de la que te he hablado. ¡Por el amor de Dios, mírame cuando te hablo!- y agarró fuertemente el brazo de Harry obligándole a pararse y darse la vuelta.
-Déjame en paz, Ron.
-De eso nada.- dijo Ron con determinación sin soltar el brazo de su amigo.- Tú y yo vamos a tener la conversación que debimos tener hace dos años.
Harry no pudo evitar ser arrastrado por Ron hasta la tienda de Fred y George. Bajaron las escaleras hasta el almacén donde los gemelos guardaban los artículos que vendían. Ron siempre había sido más fuerte que él y ahora lo notaba en carne propia. Su amigo cerró la puerta y miró a Harry fijamente.
-Bien, comienza.
-Por dónde quieres que empiece.- preguntó Harry sin ninguna gana de hablar.
-Por la noche en que murió Sirius.
Harry respiró hondo y comenzó a contarle todo lo que ocurrió después de los acontecimientos del Departamento de Misterios, toda la conversación con Dumbledore y lo referente a la profecía. Ron asentía de vez en cuando y hacía gestos de aquiescencia, como si la mitad de las cosas ya las hubiera deducido o se las esperara. Cuando Harry terminó se sintió agotado, pero el habérselo contado a Ron había tenido un cierto efecto balsámico que le hacía respirar algo mejor.
-Bueno, más o menos concuerda con lo que Hermione y yo habíamos supuesto...
Harry miró a Ron.
-Vale, lo que Hermione había supuesto. Pero he de reconocer que el detalle místico de la profecía y que fuera hecha por Trelawney... – Ron sonrió.- La verdad es que... Pero no me sorprende demasiado.
-No era mi intención contar una historia emocionante.
-No lo es. Es una putada.
-Vaya, gracias por tu comprensión.
-De nada, para eso estamos.- dijo Ron sonriendo. Harry se enfadó por su expresión, como si no importara, como si fuera una broma.- No te enfades, Harry. ¿No lo ves? Para eso estamos, para apoyarte. Desde luego el momento en que Quien Tú Sabes y tú os enfrentéis será sólo vuestro porque ese es vuestro destino, pero hasta ese momento nos tendrás a tu lado. Y no tienes por qué soportar la carga tú sólo todo el tiempo.
-Ya oíste a Dumbledore hablar sobre esa caja. Nadie sabe cómo neutralizarla, pero al parecer Voldemort sí sabe cómo utilizarla, aunque sea posible que se descontrole. Sabe más de esa caja que Dumbledore y no tenemos ni idea de dónde puede estar Voldemort ahora mismo. Si quiere abrir esa Caja de Pandora la abrirá y todo habrá acabado.
-Pues ya sabes qué tenemos qué hacer, ¿no?- dijo Ron.- Querido, esa aura negativa que te rodea puede traer consecuencias fatales.
Harry sonrió al reconocer la torpe imitación que Ron había hecho de Sybill Trelawney.
-Y qué es lo que tenemos que hacer.- preguntó algo más animado.
-Hermione y yo nos pondremos a investigar sobre esa caja.
-¿Y yo?
-Tú vas a localizar a Quien Tú Sabes y a sacarlo de su madriguera.
-¿Cómo?
-Con Goyle.
