¡Hola Eva! ¿Cómo no te voy a dedicar cada capítulo si de momento eres la única que me deja rews? Te adoro, en serio. ¡¡Un besote y gracias!!
Capítulo 9: Abren negras.
-¿Y no le ha visto?
-No Hermione. No ha venido a dormir hoy a casa. Pensaba que estaría con vosotros.
Hermione chasqueó la lengua apurada. ¿Dónde se habría metido Ron?
-Oye, ¿tengo que preocuparme?
-No, Señora Weasley, tranquila. Llámeme si sabe algo.
Hermione guardó el móvil en el bolso justo en el momento en que se metía en la boca de metro. Había demasiada gente en el andén y resopló al pensar en lo apretada que iría en el vagón. Tenía prisa. Debía encontrar a Ron, pero además tenía una cita muy importante en el centro de la ciudad.
Había trabajado mucho para que esa reunión se pudiera realizar. De ella dependían muchas de sus esperanzas.
Un redoble lejano indicó a todos los viajeros que el tren iba a entrar en el andén subterráneo en cualquier momento. Unos instantes después trataba de colocar su cuerpo de la manera más cómoda posible entre un hombre terriblemente gordo, una anciana que trataba de mantener el equilibrio con el bastón lanzándolo con violencia sobre todos los pies a su alrededor y la barra contra la que estaba en un estado de quasi fusión. Tratando de ignorar el olor a sudor que desprendía el hombre se concentró en sus tareas pendientes.
Ron.
No podía explicar por qué había mantenido esa actitud defensiva con él desde hacía tanto tiempo. Se había convertido en un mecanismo instintivo a la hora de relacionarse con él. Tanto, que se había vuelto el "único" modo de relacionarse con él. Demasiado lejos estaba el tiempo en que podían hablar como personas civilizadas...
Tenía que hablar con él, pero la sola idea le provocaba una extraña sensación en la boca del estómago. Si era sincera consigo misma tenía miedo. Miedo de descubrirse, de sincerarse, de decir lo que sentía... y de verse rechazada. Por mucho que dijera Harry desde dentro las cosas no se veían igual de claras. Había cosas que le decían que Ron quizá sí... Pero había otras que le hacían dudar muy seriamente de que siquiera fueran amigos ya.
Demasiados comentarios hirientes, demasiada hostilidad manifiesta, demasiada hiel vertida absurdamente a lo largo de los años.
Ni siquiera sabía qué era lo que pensaba de ella en realidad.
Se habían convencido tanto los dos de que levantar el muro entre ellos era la única manera de seguir juntos que ahora no sabían vivir sin él.
Las puertas se abrieron y la muchedumbre enlatada salió como sacada a presión, Hermione entre ella. Afirmó el bolso contra su costado y subió corriendo las escaleras hasta la superficie.
La ciudad le dio la bienvenida con una sinfonía de motores, cláxones, gente y edificios enormes. Sin dudar avanzó con paso seguro hasta la primera bocacalle. Una vez allí el ruido se amortiguó considerablemente, pero Hermione no prestaba atención a los sonidos habituales de la ciudad porque sus ojos habían visto a la persona con la que había quedado. Antes de que la alcanzara se metió en un portal. Unos 20 segundos después la joven abrió la puerta de hierro y pasó con prudencia al húmedo, apestoso y oscuro interior.
Alguien dio al interruptor de la luz y una bombilla decimonónica iluminó con su luz amarillenta y débil el hall y el primer tramo de escaleras. En el rellano había un hombre enfundado en un abrigo de paño negro, muy elegante. Su mano izquierda estaba enfundada en un guante de piel negro y la derecha descansaba en el bolsillo del abrigo. Hermione pudo ver, a pesar de la luz, cómo algo relativamente puntiagudo apretaba las costuras del bolsillo.
La varita.
Se lo imaginaba.
-¿Leonard Pane?- preguntó con voz firme.
El hombre no contestó en seguida. Estaba confuso. Y ella lo sabía. No la esperaba a ella... exactamente.
-¿Quién eres tú?
-Philip Myers.- contestó la chica. Le vio vacilar levemente.
-¿Dónde está Myers?- el hombre estaba además de confuso, nervioso. Debía calmarle o perdería la confianza ganada durante meses a base de correspondencia.
-Lo tiene usted delante.- dijo Hermione mostrándole las palmas de las manos como para apuntar su presencia.- Pero es un nombre falso. Myers no existe. Mi nombre es Hermione Granger.
-¿Falso?
La luz se apagó automáticamente. Hermione oyó un fru frú y antes de poder sacar la varita saltó a un lado en el momento justo para esquivar un hechizo. La luz repentina le permitió ver al hombre que se abalanzaba escaleras arriba. Hermione corrió tras él, aunque sabía que el hombre no tenía escapatoria. Se había asegurado de ello. Aunque el hombre había elegido el lugar de reunión ella había atado todos los cabos posibles para que de aquella cita saliera algo productivo...
... y si la otra parte se marchaba no saldría nada, así que había hechizado aquella manzana para que desde ningún punto el hombre pudiera desaparecerse.
En la oscuridad, mientras subía frenéticamente las escaleras escuchó la puerta de la azotea abrirse y cerrarse de golpe. Cuando llegó a la puerta se detuvo. A esas alturas el hombre se habría intentado desaparecer y al no poder estaría, sin ninguna duda, esperando a que saliera por la puerta y atacarla por sorpresa.
Hermione respiró hondo tratando de recuperar el ritmo normal de respiración tras subir 6 pisos a la carrera y señaló la puerta con la varita.
-¡Alohomora!
La puerta salió despedida hacia delante arrancándose de los goznes y lanzando cascotes de la tosca cabina que comunicaba la azotea con las escaleras del edificio. La fuerza del impacto le dio un segundo vital para conjurar un escudo que le protegió de, efectivamente, el ataque que esperaba del asustado Pane.
-¡Pane, escuche!- gritó apuntándole con la varita. El hombre estaba a unos 8 metros con cara de muy pocos amigos.- No podía presentarme a usted con mi verdadera identidad porque nunca me habría tomado en serio y por eso creé a Philip Myers. Pero ha sido conmigo con quien ha estado hablando todo este tiempo. ¡Tiene que creerme!
El hombre seguía mirándola escéptico y furioso y seguía sin bajar la varita, pero parecía reconsiderar las palabras de la joven.
-Espero que te parezca divertido jugar a cosas de mayores.
Hermione bajó la varita sorprendiendo al hombre.
-¿Ve por qué no podía decirle mi verdadero nombre?- se quedaron en silencio unos segundos. Al fin el hombre bajó la varita sin cambiar la desconfiada expresión de su rostro.- ¿Confía usted ya en mí?
-No.- dijo el hombre.- Pero si una chiquilla ha conseguido engañarme así, seguro que lo que tenga que decir será importante.
Hermione sonrió y se acercó al hombre, que conjuró unas sillas y se sentaron. La negociación iba a ser ardua, pero tenía buenos argumentos a su favor. Y la chica sabía cómo utilizarlos.
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Su mente trabajaba a toda velocidad. No podía pararla y aunque quisiera no lo haría. No quería pensar en lo que había pasado la noche anterior en Grimmauld Place porque cada vez que lo hacía sus neuronas patinaban y empezaba a desear destrozar todo lo que hubiera a su alrededor a base de golpes.
Así que pensaba y pensaba.
Pensaba en cómo acercarse a Voldemort desde su posición actual, en la que no tenía la más remota idea de dónde estaba. El mago más poderoso de los últimos tiempos sabe cómo ocultarse y dudaba mucho que su paradero fuera conocido por muchos más mortífagos de los que constituirían su cúpula principal.
No sabía si Voldemort tenía o no tal cúpula, pero era muy previsible que la tuviera. La jerarquía en tiempos de guerra podía ser extremadamente previsible y el pelirrojo lo sabía.
Por eso él iba a cambiar el estilo que hasta ahora había llevado la Orden. Debían abandonar las estructuras anticuadas y esperables. Cierto que Voldemort parecía ir siempre un paso más adelante en poder, información y malicia y por eso pillaba a la Orden tantas veces cometiendo unos errores tan estúpidos que a veces tenía la sensación de que tenían un Dios para ellos solos y que les quería mucho.
Aquello iba a acabar.
Aunque le dolía que el empujón que había necesitado hubiera sido una discusión tan desagradable con sus amigos. Cerró los ojos fuertemente para obligarse a dejar de pensar en ello y volvió a concentrarse.
Estaba sentado en un banco del paseo que rodeaba el río Támesis. No había ido a casa a dormir. No quería ver a nadie. Estaba demasiado indignado como para tener que ver a sus hermanos los triunfadores capitalistas recién llegados de París, a su hermanita preguntándole qué había hecho o su madre gritándole que recogiera su cuarto... Así que había estado toda la noche vagando por las calles de Londres sólo con sus pensamientos.
Y le había dado tiempo a pensar mucho.
Pasados los primeros momentos de furia asesina tras desaparecerse delante de Harry, con expresión obscena incluida, decidió que quizá su reacción sí fue demasiado... exagerada. Aunque necesitó sus buenas 2 horas y un par de copas para poner la palabra "exagerada" detrás de los puntos suspensivos. Siempre le había costado admitir sus errores. Y aquel había sido mayúsculo.
Aunque tampoco podía negar que tenía cierta parte de razón. Hermione se había pasado mucho con él. Desde que había entrado por la puerta no había hecho más que mirarle mal y contestarle peor. Últimamente no oía de ella más que "Cállate", "No digas tonterías" o "Vete a la mierda", éste último, normalmente, acompañado de portazo furibundo. Y estaba harto.
A la cuarta copa se empezó a preguntar por qué se llevaban tan mal si habían sido tan amigos. Pero tenía el suficiente porcentaje de alcohol en sangre como para que la respuesta viniera a su mente clara, dura y enorme, lo suficiente como para querer ser ocultada estando sobrio, pero demasiado evidente como para pasar desapercibida a sus relajadas barreras psicológicas, empapaditas de licor.
Celos.
No había ninguna duda. Habían sido ellos el alfa y el omega de las discusiones con Hermione desde hacía años. La mejor excusa, la mejor burla, el punto de tensión por excelencia. Después, sólo un motivo más. Las discusiones habían llegado a niveles tan estratosféricos que la mayoría de las veces acababan en acusaciones y en reproches que 10 minutos después parecían absurdos. Pero ambos eran tan orgullosos que no eran capaces de pedir perdón.
El orgullo.
Ésa era otra fuente de fricción. Con el lema de "Pa' chulo yo" habían patentado un nuevo modelo de herir a las personas. Y se conocían lo suficiente como para saber dónde estaban los puntos débiles.
Ron se agarró la cabeza con las manos y se revolvió el pelo con el nerviosismo provocado por la culpabilidad. En una de las peores discusiones hasta el momento había llegado a llamarla "sangre-sucia". Aún sentía retortijones de vergüenza. ¿Cómo había podido decirle algo así?
Con razón Hermione parecía no tener ningún interés en fingir siquiera amistad remota.
Harry tenía razón. Tenía que decírselo y acabar con aquella pesadilla. Aunque le tirara "La historia de Hogwarts" a la cara y después se sintiera como un calcetín usado. Se lo diría y se sacaría esa espina que llevaba clavada desde los 13 años.
Pero lo que tenía también muy claro es que llevaría a cabo su plan como que se llamaba Ronald Weasley. Y para ello, debía hablar con Harry.
El pelirrojo se estiró en el duro banco y se incorporó. Miró su reloj.
-Bueno, le pillaré entre clase y clase.
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Estaba absoluta e irremediablemente disperso.
Apenas escuchaba al profesor Heyman explicándoles las propiedades de la flor del jazmín para las pociones antitusivas y sus aplicaciones en los antídotos para envenenamientos a base de raíz de baobab malayo, muy raro por no haber ese tipo de árboles en Indonesia y por tanto ser excepcionalmente venenosos ya que, a saber dónde se habría metido Ron...
Harry miraba a la nada mientras meneaba con cierta inquietud la pluma entre sus dedos sin tomar ni una sola nota.
Cuando se hubo ido Hermione llamó a Bill Weasley. No creía que Ron fuera esa noche a dormir a La Madriguera, así que optó por sus hermanos independizados. Pero sin resultado. Después llamó por método mágico a Lupin, en Hogwarts, pero por allí tampoco había pasado. Llamó a Lee Jordan, a Katie Bell y hasta a Justin Finch-Fletchey, que aunque hacía trabajos para la Orden de manera ocasional, vivía con sus padres y apenas había la confianza suficiente como para permitirse algunas bromas con él, no digamos apalancarse en su casa. Pero no se le ocurría a quién más llamar. Y Hermione, por lo que sabía, había tenido la misma suerte.
Resopló abatido.
Entonces Liam le dio un codazo. Cuando se giró para dirigirle una mirada glacial su compañero le hizo una seña para que mirara hacia delante.
Heyman le miraba con expresión expectante. ¿Le había preguntado algo? ¿Cuándo? Cogido por sorpresa se revolvió incómodo y pasó su mirada del profesor a Liam y de Liam, que no le había ofrecido ningún apoyo, al profesor, que seguía esperando y parecía impacientarse.
-Eehhm...- empezó.- Perdone, ¿podría repetir la pregunta?
-Baje de la nube, Potter.- advirtió Heyman.- Le preguntaba que si ha traído hecho el esquema de las plantas asfódelas en relación con las pociones atitusivas.
Harry palideció. Recordaba el momento exacto en que Heyman, el día anterior, había escrito los deberes en la pizarra, pero también recordó todo lo que pasó el día anterior y como un mazazo supo que para nada había traído aquel esquema.
-Verá, profesor Heyman...
-¿Lo ha hecho o no?- el tono de voz del hombre era lo suficientemente amenazador como para que se viera reflejado en sus notas.
-Sí, pero no lo he traído, señor.- dijo Harry pensando que no saldría de ésta muy entero. Heyman sonrió. Era evidente que sabía que no lo había hecho. Pero para sorpresa de Harry no dijo nada.
-Bien, Potter.- dijo al final.- Entonces se lo sabrá de memoria. Salga y dibújelo en la pizarra, por favor.
Harry trago saliva y se levantó. No sólo le suspendería, sino que además le humillaría por incompetente. Pero había tenido un día muy intenso ayer y no había podido. Dudaba que sus compañeros tuvieran tantas "extraescolares" como él. Un par de pasos después, cuando llegó al tablero sacó la varita para escribir en la pizarra, todavía sin saber nada sobre las plantas asfódelas.
Allí estaba la pizarra. Limpia e inmaculada. Harry notó los ojos de Heyman, pero trató de ignorarlos así como los 5 pares de ojos que le observaban. Tenía la necesidad de ganar tiempo, aunque fueran 2 minutos. Lo justo para que sonara la campana y...
-Señor Potter. No tenemos todo el tiempo del mundo.
-Sí, claro.- Harry trató de recordar la lección del día anterior. Con esfuerzo fue rescatando nombre tras nombre y los fue escribiendo, pero sabía que no podría acabar el ejercicio porque la relación de esas plantas con las pociones antitusivas estaba en un libro que ni siquiera había ido a buscar a la biblioteca. Así que escribió los nombres de las plantas muy, muy lentamente.
A su espalda oía ruidos de plumas depositadas en la mesa y los primeros murmullos. Se aburrían. Estaba tardando demasiado.
¡TOC, TOC, TOC!
Todos se volvieron a la puerta. Heyman mandó a una de las alumnas a que fuera a abrir y para sorpresa de Harry, la roja cabellera de Ron apareció en el umbral.
Nunca se había alegrado tanto de verle.
-Harry, tienes que venir.- dijo Ron. El chico de gafas miró a su profesor que aún miraba a Ron con estupor. Entonces el pelirrojo sacó su cartera y le mostró su enseña del Ministerio.- Asuntos oficiales.
-Profesor.- dijo Harry.- Tengo que marcharme. Lo siento.
Cogió sus cosas y se fue. Una vez fuera del viejo almacén que servía de Academia, Harry se volvió a Ron.
-¿Ya se te ha pasado la rabieta?
-No me toques las narices, Harry.- dijo Ron.
-Tío, tienes una pinta horrible. ¿Dónde has estado toda la noche?
-Por ahí... pensando.
-Hermione te está buscando.
Ron se quedó callado un momento. Después se frotó la nariz nervioso y cambió de tema.
-Creo que sé cómo podemos encontrar a Quien tú Sabes.
Harry sonrió.
-¿Y bien, General Bonaparte?
-Estás hoy especialmente graciosillo, ¿no?
-Estoy feliz, tío, porque me acabas de salvar el pellejo.- dijo Harry riéndose.- Venga, cuéntame.
