¡¡Hola!!

Lucumbus: Sí, bueno. La verdad es que cuando lo escribí alguna vez se me escapó una lágrima. Aquel día lloré, te lo prometo. Posiblemente haya sido uno de los peores días de mi vida. ¡Y no me afectó directamente! Sólo estaba allí, en Madrid, haciendo mi vida normal, como aquella gente.

Recuerdo que en clase sonó un móvil. "Han estallado dos trenes en Atocha hace 20 minutos". Los momentos después sólo fueron de llamadas a familiares. Después más datos: Santa Eugenia, El Pozo del Tío Raimundo. Más llamadas, más caos. Varios compañeros míos vivían en aquella zona del Corredor del Henares. Pánico, lágrimas, dónde está mi hermana..."¿Y dónde han estallado? En el andén 1... ¡Oh, Dios mío, es el que llega a la Universidad Autónoma... Pero hoy hay huelga, ¿no?..."

Y sólo éramos apenas 30 personas en un aula. Imagínate los casi 4 millones de personas de toda la ciudad. ¿Te imaginas las más de 1000 personas heridas, sus familiares, los familiares del los 192 muertos...? Es como una onda expansiva de dolor y pena. Es muy injusto. Por eso no creí inapropiado utilizarlo para ese capítulo, porque una guerra es una guerra, y no un simple juego de Risk. Es sufrimiento, es muerte de personas inocentes. Era un homenaje para que no se les olvide, para que no se olvide el mal que traen esos actos estúpidos. Quien no conoce su historia está condenado a repetirla, ¿no?

Eva Vidal: Sí, es trágico, claro que lo es. Pero lo que no te mata te hace más fuerte y los personajes lo notarán, créeme.

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Capítulo 11: Desde lo profundo del abismo

Fue denominado como el atentado más sangriento de Gran Bretaña y se celebró una semana de luto oficial por los casi 500 muertos en el Centro Comercial Lightening.

Enseguida saltaron las voces de alarma sobre el terrorismo internacional y los medios de comunicación no dejaron de especular sobre el origen de tamaña barbarie.

Y es que nadie había reivindicado el atentado todavía.

Había pasado una semana y media y las autoridades británicas y europeas daban palos de ciego no sabiendo a quién responsabilizar de la matanza. Y la situación estaba empeorando de manera catastrófica. La presión de la población de medio globo para saber cómo había sido posible que algo así ocurriera estaba llevando a los gobernantes a atacarse entre ellos y a una situación de inestabilidad social y política sin precedentes.

Sencillamente no sabían cómo podía haber ocurrido algo así.

Pero nada de eso importaba en un cuarto individual del Hospital San Mungo de Heridas y Enfermedades Mágicas.

Allí el silencio era absoluto. Sólo la respiración tranquila y acompasada de un joven que yacía inconsciente desde el día del horror. A su lado, un joven de su misma edad, con el pelo rojo brillante y expresión preocupada velaba al enfermo.

No había querido alejarse de Harry. Tan sólo para ducharse y dormir unas pocas horas a lo largo de aquellos 10 días había salido de aquella habitación. En la mesilla un gran ramo de flores enviado por su madre daba un toque de color algo histriónico en aquella habitación blanca y aséptica. Ni siquiera el marco vacío que decoraba la pared le daba gracia al cuarto.

Desde aquel día nada le daba gracia a nada.

Sólo Hermione...

El chico suspiró sintiendo un peso imposible sobre el pecho.

Miró a su amigo que dormía plácido en la mullida cama y sintió cómo una cálida lágrima se resbalaba solitaria por su rostro.

Ron Weasley tenía la absoluta certeza de que no estaría vivo si no hubiera sido por el chico que tenía delante de sus ojos; que ni él, ni las otras 25 personas que sobrevivieron dentro del edificio estarían vivas. Y ahora estaba allí, prácticamente en coma, sin atender a estímulo ninguno, hundido en algún abismo del que no podía regresar.

Y se sentía inútil por no poder ayudarle.

Por eso no se separaba de él, porque se merecía que alguien cuidara de él cuando se había preocupado por cuidar de todos ellos.

Cómo lo había hecho... ni se lo imaginaba, aunque tratándose de Harry podría ser cualquier cosa. Se lo esperaba todo de él.

La puerta se abrió, pero ni siquiera se volvió. Casi no se atrevía a apartar los ojos de su amigo, pensando que en cualquier momento dejara de respirar. La puerta se cerró y unos pasos leves se acercaron hasta él.

-Ron. Deberías descansar.- dijo Hermione en voz baja mientras le ponía una mano en el hombro.

-No estoy cansado.

-Apenas has dormido en los últimos días.- dijo la chica con un deje de angustia.- Estará bien, no te preocupes.

El chico negó con la cabeza. No había hablado con nadie de sus sospechas. La verdad es que no había hablado con nadie de nada. Sólo con Hermione, el primer día, pero después había sido incapaz de abrir la boca y mucho menos pegar ojo. Cada vez que se dormía tenía horribles pesadillas de cuerpos carbonizados y muertos agonizantes en sus brazos.

La chica se sintió angustiada. En los días siguientes al atentado había intentado averiguar lo que había pasado, quién estaba detrás de todo aquel horror, pero había tenido tanto éxito como las autoridades muggles. Nada. No había ni una sola pista que seguir. Había sido el atentado perfecto: cruel, eficaz y limpio.

Todos sus intentos habían sido en vano y se sentía inútil y vacía.

Los cuatro primeros días los había pasado en aquella habitación, con Ron, llorando los dos como niños pequeños. Pasado el primer shock, Hermione había reaccionado de la única manera que sabía: moviéndose. No había parado.

En cambio Ron...

Algo le reconcomía y ella lo sabía. No dejaba a Harry ni a sol ni a sombra y aquella actitud estaba empezando a mermar su salud. Apenas comía y casi no dormía. Y no sabía qué hacer por él. Se había encerrado en sí mismo y no dejaba que nadie se le acercara. Y a ella le daba miedo hacerlo.

El chico suspiró de nuevo y, le pareció a la joven, que le costaba respirar por la angustia. No lo pudo soportar más y se agachó para ponerse a la misma altura que el pelirrojo. Cogió su mano y dijo su nombre un par de veces, pero no parecía responder. Sin querer empezó a llorar silenciosamente. Había vertido tantas lágrimas que ya no se daba cuenta de cuándo brotaban.

-Ron, vuelve... por favor.- dijo dejando caer su frente en la mano del chico. Así permaneció un par de minutos, agachada, sollozando en silencio.- No soportaría perderte a ti también...

Entonces sintió que la mano que sujetaba temblaba sutilmente. Levantó sus enrojecidos ojos y vio que el joven sollozaba, con la cabeza gacha y los ojos fuertemente apretados. La chica no sabía qué hacer. Entonces Ron pareció dominarse y con la otra mano se limpió las lágrimas. Respiró profundamente un par de veces y habló:

-Fue él, Hermione. Él nos salvó la vida. Por eso no puedo dejarle.

Hermione recordó las palabras del hombre del pasillo, "Fue él, fue él...". Una imagen fugaz de Harry colgado de los hierros que se habían enlazado a su cuerpo y lo que había sospechado desde aquel día se confirmó.

-Despertará, Ron. No te preocupes.

-No puedo dejarle. Se lo debo.

Hermione no insistió y se sentó en otra silla al lado de Ron. Entonces el pelirrojo alargó una mano y buscó la de Hermione. Y así quedaron, al lado de la cama de Harry durante mucho, mucho tiempo.

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Ambos se despertaron bruscamente al oír la puerta abrirse a sus espaldas. Las luces se encendieron y cuando, con ojos entrecerrados miraron al que acababa de entrar no pudieron ahogar una exclamación de sorpresa al ver a Albus Dumbledore.

El anciano mago se acercó a la cama y a los dos amigos del enfermo, que continuaban con las manos unidas, como si temieran perderse.

Había visitado aquella habitación al menos una vez cada dos días y el retrato de la pared le tenía informado de todo lo que ocurría. Cuando vio a Ron y a Hermione frunció el ceño apenado.

Habían sufrido. Mucho.

Lo que habían vivido les dejaría una huella para toda su vida. Sólo con mirarles podía verlo. Algo en sus ojos...

-Buenos días.- dijo suavemente.

-Buenos días, profesor.- consiguió decir Hermione.

Los jóvenes vieron cómo Dumbledore rodeaba la cama y se ponía al otro lado de Harry dándole la espalda a la ventana. Entonces colocó una mano en la frente de Harry, como si le estuviera tomando la temperatura. El durmiente respiró profundamente por la boca, como si hubiera sido sorprendido por un frío repentino. El director de su antigua escuela mantuvo la mano en su frente y cerró los ojos, concentrándose.

Ron y Hermione le miraban sin pestañear, sorprendidos por lo que parecía ser la primera reacción de Harry en 11 días. Entonces Dumbledore apartó la mano y abrió los ojos. Entonces los fijó en cada uno de ellos, cogiéndoles por sorpresa.

-Os necesita.- dijo.- Debéis ayudarle a volver.

-¿Cómo?- dijo Ron con voz ronca.

-Está atrapado dentro de sí mismo. Yo no he podido traerle... no... confía en mí.- Dumbledore miró a los dos jóvenes con una expresión fatigada. Suspiró y volvió a hablar.- Os diré cómo hacerlo.

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Era una sensación extraña. Como estar en un sueño, pero teniendo la total conciencia de que era el sueño de otro. Y era extraño, muy extraño. Aunque eso no era del todo cierto. Los extraños eran ellos. Aquellas imágenes tenían completo sentido para el que las soñaba, pero no para ellos.

Imágenes fugaces de lugares en los que nunca habían estado, sensaciones y sentimientos y por encima de todos, el miedo, el miedo atroz que atenazaba a Harry.

Al principio Ron sólo había podido sentir terror. No podía imaginarse que introducirse en la mente de su amigo iba a ser así. Durante los primeros segundos se quedó inmóvil, paralizado por el horror de lo que había visto y sentido Harry. Sentía su miedo, pero también sentía el suyo propio. Si no hubiera sido por Hermione se hubiera quedado allí, horrorizado, atrapado.

Vieron el momento en que Voldemort regresó. Le vieron tal y como le había visto Harry y a punto estuvieron de flaquear, pero recordaron por qué estaban allí. Cuando creían haber avanzado algo apareció la sala del velo y a un Sirius cayendo una y otra vez a través de él como un vídeo en bucle. Y sintieron el dolor insondable de su amigo que se transformó en el odio brutal que le hizo ir detrás de Bellatrix Black y enfrentarse de nuevo a Voldemort.

Después el miedo. El total y absoluto pavor de que algo así ocurriera a los seres que más quería, su absoluta dedicación a la Orden, su preocupación constante por saber lo que estaría tramando el Innombrable.

Y después Ron pudo ver las imágenes que formaban también sus pesadillas. Los cadáveres, los trozos de personas repartidos por doquier, los escombros, el ruido atronador y aquel repugnante olor...

Nuevamente fue Hermione la que tomó el mando pues él no sabía cuánto podría aguantar.

Avanzaron, los dos juntos, a través de todo aquel caos de sentimientos, imágenes y sensaciones. Entonces llegaron a una puerta. Ron la abrió. El cuarto que había detrás les sorprendió tanto que creyeron que algo había salido mal... hasta que le vieron.

Era un cuarto cuadrado, de al menos 3 metros de lado, de paredes color crema, toscas, como de adobe. Las ventanas dejaban entrar una luz clara y limpia y la brisa movía suavemente unas cortinas leves semitransparentes que traían un aroma a hierba recién cortada. Harry estaba sentado en el suelo, en mitad del cuarto alfombrado por césped y tréboles en flor, mirando a la pared opuesta a la puerta, en silencio, inmóvil. Todo aquel cuarto era paz, frescura, quietud, felicidad... Hubieran deseado quedarse allí por siempre, respirando aquel aire fresco, paseando descalzos por aquella suave hierba.

Cerraron la puerta tras de sí.

Harry no se movió.

Hermione caminó lentamente hacia su amigo y se arrodilló frente a él. Harry giró sutilmente la cabeza, para mirarla. La chica se mordió el labio inferior y miró a Ron buscando apoyo.

El muchacho se sentó frente a su amigo. Harry le miró.

Su expresión era la de alguien liberado del dolor, del sufrimiento. Alguien que es absoluta y completamente feliz. Sus ojos verdes brillaban tras las gafas y una sutil sonrisa curvaba sus labios. No había dicho nada, pero parecía satisfecho con tenerles allí. Ron se preguntó si sería justo para él sacarle de aquel remanso de paz para lanzarle otra vez al mundo.

-Harry.- comenzó Hermione.- ¿Cómo estás?

-Muy bien, Hermione.- dijo sonriendo.- ¿Qué hacéis aquí?

Ron y Hermione se miraron culpables.

-Hemos venido a pedirte que vuelvas con nosotros.- dijo Ron.

-¿Para qué?- dijo Harry encogiéndose de hombros.- Ya estáis aquí, conmigo. Y eso está bien.

-No, Harry.- dijo Hermione.- No está bien. No estamos aquí realmente. Sólo es un sueño. Debes despertar.

-¿Por qué?- dijo frunciendo levemente el ceño. Ron se percató de una sutil disminución de la luz en el cuarto.

-Porque te necesitamos.- dijo Ron.

Entonces Harry pareció recordar y la luz clara y nítida fue sustituida por una luz de luna fría, ponzoñosa. Harry se levantó y les miró desde arriba con expresión de enfado.

-¿Me necesitáis?- dijo. Entonces la puerta se abrió de golpe dejando entrar el ruido de los recuerdos dolorosos y los señaló.- ¿Para eso me necesitáis?

-No.- dijo Hermione en un hilo de voz.

-Te necesitamos porque eres nuestro amigo y no podemos verte tendido, como muerto, sin hablar ni abrir los ojos.- dijo Ron con una muda súplica en los ojos. Pero una vez hubo hablado sus palabras le sonaron huecas. Aquella habitación llena de paz y luz era la felicidad y no se sentía con derecho de arrebatárselo.

-Ni siquiera crees en lo que estás diciendo.- dijo Harry mirándole.

-No, no lo hago.- dijo Ron sinceramente y se incorporó.- Pero sé que encerrarse en esta felicidad falsa no es la solución.

-La solución...- repitió Harry.- Para eso me necesitáis. Para que lo solucione todo, ¿verdad?

Ron no contestó. Hubiera querido decirle que no era así, que no debía simplificar tanto las cosas, que ellos le necesitaban como amigo, que debía volver porque sin él, él y Hermione quedarían amputados de una parte fundamental de sus vidas. Pero no pudo porque en el fondo también quería que volviera porque él era el único capaz de solucionar el mayor de sus problemas, quizá a costa suya.

-No Harry.- dijo Hermione.- Queremos que vuelvas por que de verdad que desde que te fuiste no hemos podido ser quienes somos. Y tú tampoco eres así.

-No tenéis ni idea de quién soy.

-Te equivocas.- dijo Ron.- Te conocemos muy bien. Quizá más de lo que imaginas. No por que no nos digas las cosas directamente no las sepamos o las intuyamos. Te conocemos, Harry y sabemos que huir de esta manera no está en tu carácter.

Harry se le quedó mirando sin decir nada, temblando ligeramente de la indignación.

-No puedes encerrarte aquí, sólo.- continuó Ron.- No otra vez.

El pelirrojo se refería al verano de 5º a 6º en que Harry parecía haber decidido dejarse morir lentamente por la tristeza.

-¿Qué más podemos hacer?- preguntó Hermione. La muchacha se levantó y se acercó al moreno. Dio un paso hacia delante y le cogió la mano. Harry pareció sorprendido por el contacto, pero no retiró la mano.- ¿Cómo podemos hacerte entender que no estás sólo, que nunca lo has estado y que nunca lo estarás?

No supo nunca por qué lo hizo, pero Ron imitó a Hermione y se acercó a su amigo, que aún miraba perplejo su mano derecha cogida por la chica.

-Te sacamos de un abismo similar hace más de dos años.- Ron cogió la mano izquierda del chico.- Y te sacaremos las veces que hagan falta.

Hermione agarró la mano que le quedaba libre a Ron y lo último que vieron fue cómo una luz blanca iluminaba los recuerdos horribles del otro lado de la puerta mientras que sonaba una música suave y dulce.