¡¡Hola!!

Madre mía, qué odisea. ¡Y lo peor es que casi no tengo tiempo para contestaros porque en 20 minutos tengo una clase! ¡Arrrgggg! Por favor, si hay un informático entre vosotros decidme por que un ordenador decide apagarse sin venir a cuento siguiendo todos los pasos sin saltarse ninguno: apaga programas, abre menú inicio, apagar... ¡Pero si sólo estaba escribiendo las contestaciones, como ahora! No entiendo. Bueno... al tema:

Lucumbus: Soy patéticamente consciente de que el capi anterior era absolutamente surrealista con respecto a los personajes. Pero es que se me han desmandado en esta historia. En las otras aún los controlo, pero en ésta hacen lo que les da la gana. Y no es la primera vez que me pasa. Tienen vida propia, créeme. He escrito muchas cosas desde los 14 años y en la inmensa mayoría de las ocasiones los personajes han resultado bastante deiferentes a como los había planeado al principio. He llegado a odiar a algunos de ellos. Recuerdo con especial "cariño" a una que empezó siendo una chica con caracter para convertirse en alguien poco mejor que Stalin. En fin, hacen lo que quieren. ¡Yo sólo soy una víctima! Pero lo siento, lo siento mucho.

Y sí, actualizo rápido, pero lo que me cuesta... y ahora más, por Diox, que está tan complicada la cosa que no sé qué hacer... en fin. Y bueno... dices de los exámenes... qué me vas a contar. Ahora, en el último año de carrera se ponen todos los profesores de acuerdo para mandarnos 80 trabajos y deberes para casa... ¡Deberes! ¡Por favor, ni que estuviéramos en el cole! Y claro... no los he hecho, como en el cole... arg... no sigas mi ejemplo, hazte el favor...

Eva Vidal: ¿Yo? ¿Perversa yo?.... Mmmmh.... ¿Yo?.... Qué va... ¿En serio? ¿Por qué lo dices, mujer? Si soy un cachito de pan... ejem... ¡Bonito día, verdad?!

Cocojajas: Este es un gran momento para un "Muahahahaha" hiper maligno con dedo meñique en la comisura del labio incluida en plan Austin Powers. Y NO, bajo ningún concepto te dejo que lo imprimas y lo lleves al Premio Planeta. ¡¡¡Llévatelo al Nobel, que si pretendemos ganar algo con una historia basada en lo que han hecho otros mejor que vayamos a lo grande!! Así nos darán la patada con má estilo y glamour... que mola más.

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Capítulo 19: Ultimátum.

"Pensad como si estuviéramos jugando una enrome partida de ajedrez", había dicho Ron.

Harry había retomado las clases, pero debido a los últimos acontecimientos, el temario había sido condensado y los profesores se centraban en los circuitos.

Cada día que pasaba, desde la mañana hasta bien entrada la tarde, alumnos y profesores de la Academia de Aurores llegaban hasta el límite del agotamiento para lograr avanzar lo suficiente como para poner más aurores en la calle lo antes posible. Harry vio que la Academia se había convertido en una cadena de montaje... a pesar de muchos de los alumnos.

La dureza de los entrenamientos había destrozado a 14 alumnos dos semanas después del ataque masivo mortífago. El agotamiento físico y mental sumado a la presión que suponían las cada vez más difíciles relaciones con el gobierno muggle estaban acabando con la resistencia de muchos.

Él sufría los entrenamientos como todos. Incluso más, pues Thompson siempre pedía que se quedara más tiempo y habían sido muchos los días que le habían dado las 12 de la noche y aún estaba en el patio interior de la Academia, con la varita en la mano y cansado hasta decir basta.

Pero no le importaba. Entrenándose era la única manera que tenía de hacerse creer a sí mismo que estaba luchando cuerpo a cuerpo con aquellos quienes causaban tanto dolor y tanto sufrimiento. Le hacía sentirse mejor, útil.

Al principio Thompson se dedicaba en exclusiva en entrenarle. Le ponía circuitos complicados, que requerían de toda su concentración, pero se había tomado tan en serio su tarea que pronto empezó a pasar todos sus circuitos con relativa facilidad. De todas formas, la anciana maestra, nunca le volvió a poner en la situación que le puso aquel día con el nundu. Nunca le llevó al extremo de tener que utilizar su magia sin la varita. Unos días después de que todo empezara, Thompson no vino sola al patio interior.

Harry acababa de llegar. Aún no había amanecido y no había llegado ningún alumno a la Academia. El día después del ataque mortífago, Thompson le había convencido para ir a aquellas clases particulares y le había advertido que la docencia iba a cambiar. Así que siempre llegaba antes y siempre se iba después. El patio de los circuitos estaba siendo dedicado en exclusividad para entrenarle a él. Le había preguntado a la anciana Thompson dónde entrenaban sus compañeros. Un "En otro sitio" seco y simple había acabado con la conversación. No había vuelto a preguntar. Tampoco se extrañaba por aquel trato, así como nunca se había extrañado por la fijación que tenía aquella mujer en él y el por qué de que siempre le hiciera repetir los ejercicios, siempre más difíciles que los de sus compañeros.

Quisiera o no, recibiría un entrenamiento especial por ser quien era.

Hacía un par de días que los circuitos le resultaban más livianos. Su preocupación ya no era no recibir daños o cometer algún fallo, sino que se podía permitir el lujo de preocuparse por imprimirle al hechizo más potencia o profundidad. Había conseguido aumentar la potencia de su "Desmaius" y de su "Impedimenta" en casi un 45 y los escudos se levantaban alrededor de él casi inconscientemente. Por eso no se sorprendió demasiado al ver quién acompañaba a su maestra aquella fría mañana de febrero.

Estaba dejando la mochila en un banco y se estaba quitando el abrigo cuando entraron en el patio.

-Buenos días Harry.

-Buenos días, Profesor Dumbledore.

-Señor Potter,- dijo Thompson con su vocecilla firme.- desde hoy el profesor Dumbledore se ocupará de su entrenamiento.

-Ya...

-Gracias, Natalie.- dijo el anciano director a la profesora. La mujer se despidió y se fue dejando solos a Harry y a Dumbledore.

-Harry, la profesora Thompson me ha hablado de lo que hiciste hace unas semanas con un nundu falso.- dijo Dumbledore. Harry recordó que nunca le había hablado de aquello a Dumbledore. No por que no quisiera, sólo... se le había olvidado. Miró a su viejo director. Dumbledore le miraba con unos ojos duros tras sus gafas de media luna.- Debiste decírmelo.

Harry frunció el ceño y resopló.

-Mejor no toquemos ese tema, profesor, y comencemos con esto.- dijo el chico agarrando su varita.

-Creo que sí deberíamos tocar ese tema, Harry.- dijo Dumbledore con calma.

-Pues yo creo que no, profesor, porque presiento que me quiere echar una reprimenda por mi silencio. ¿Me equivoco?

-Parece que no sabes qué es lo que estás arriesgando no confiando en mí.

-¿Ve?- preguntó Harry con voz tranquila, aunque por dentro estaba a punto de saltar como un león sobre la yugular de su presa.- Profesor, este tema no le conviene, créame.

Dumbledore no contestó enseguida. Se limitó a fruncir el ceño y desviar un instante su mirada de Harry.

-Aún estás resentido.- dijo el hombre con voz cansada. Harry no contestó.- Harry, yo arriesgué ocultándote información y perdí. Aprendí la lección de una vez para siempre. Esperaba que no cayeras sobre mi misma piedra.

-La confianza es una flor que se marchita rápidamente, profesor.

-Pues olvida la confianza y piensa en la gente que puede morir por peder tiempo en disputas personales.- dijo Dumbledore con firmeza.

-Ya lo hago.- dijo Harry con voz tensa mirando fijamente al anciano mago.- Las 24 horas del día. Pero se equivoca si piensa que no le he contado nada por despecho.

Un destello de sorpresa brilló en los ojos azules de Dumbledore.

-¿Se cree el ladrón que todos son de su condición?- preguntó Harry hiriente.- Se me olvidó, profesor. Fue un error, lo sé y lo siento. Pero lo olvidé.- Harry no apartaba la vista del viejo director tratando de leer algún signo de arrepentimiento, pero no lo hubo o no lo vio. Suspiró y dijo: ¿Empezamos, profesor? No tenemos todo el tiempo del mundo, ¿recuerda?

Dumbledore asintió al fin y sacó su propia varita que levantó hasta apuntarla directamente a Harry, que le miraba con una expresión confundida y extrañada en los ojos verdes.

-Harry, tu entrenamiento a partir de ahora cambiará. Se acabaron los circuitos. Desde este instante te enfrentarás a mí. Utilizaré magia oscura de igual modo que la utilizaría Voldemort contra ti. No temas atacarme con todas tus fuerzas. ¿Preparado?

Harry asintió y levantó su varita.

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-Hermione, déjalo por esta noche.- decía Ron mientras le rodeaba la cintura con los brazos y la besaba el cuello con dulzura. Hermione sintió un escalofrío e inclinó el cuello para facilitarle el trabajo al pelirrojo.

-No puedo, Ron.- dijo en un susurro. Pero Ron estaba recorriendo con destreza la línea de su mandíbula hasta llegar al lóbulo de su oreja derecha, que mordió suavemente arrancándole un ligero suspiro de placer.- Tengo que terminar esto.

-Es más de la una de la mañana.- decía el chico cogiendo sus manos y haciendo que la chica soltara el bolígrafo. Después cogió suavemente la barbilla de la castaña y la giró hacia él, besándola suavemente.- Llevas todo el día con eso.

Ron siguió besándola hasta que la joven levantó sus brazos rodeándole el cuello.

-Vale.- dijo Hermione al final.- Me has convencido.

-Siempre he sido muy persuasivo.- dijo travieso el pelirrojo levantándola en vilo mientras Hermione se encaramaba a él, aún con sus brazos en su cuello. Hermione sonrió y besándole cayeron al sofá.

Entonces empezó a sonar un teléfono.

-Ron, creo que es el tuyo.- dijo en un susurro Hermione, muy ocupada recorriendo con los labios la línea de la mandíbula del chico.

-Que suene...- decía el aludido tomando la iniciativa y empezando a desabrochar la blusa de la joven.

-No... no Ron...- decía la castaña tratando de convencerle mientras el chico se concentraba en la piel más sensible de su cuello.- Puede ser... importante.

-Mmmmm... - protestó en voz baja el pelirrojo, concentrado en la misma actividad. Pero el sonido del timbre era muy insistente.- Bueno. Vale.

Y de mal humor se incorporó y fue hasta su teléfono.

-¡Diga!- exclamó enfadado.

-¡Oye, no me grites!- dijo una voz muy conocida al otro lado.

-¡George! ¿Te parecen éstas horas de llamar?

-Menos lobos, que seguro que no estabas durmiendo.- dijo el gemelo con voz pícara.

-Pues no. Así que espero que sea importante.

-Lo es.- afirmó George recuperando la seriedad de repente. Ron hizo lo mismo.- El gobierno muggle ha mandado un ultimátum al ministerio.

-¿Qué?- preguntó Ron.- ¿Tan pronto?

-¿Te lo esperabas?- preguntó su hermano pasmado.- Papá me ha dicho que te llame para que vayas al Ministerio inmediatamente.

-¿Por qué no me ha llamado él?

-Por que se le ha acabado la batería del móvil.

-Qué propio.- comentó sarcástico Ron.- ¿Dónde estás?

-De camino a Downing Street.- dijo George.- Voy a forrar la casa del Primer Ministro Muggle con métodos de escucha. No se nos va a escapar ni una tos.

-Genial. Voy para el Ministerio.

Se despidieron y colgó.

-¿Qué ocurre?- preguntó Hermione. Ron se lo explicó en un par de frases.- Voy contigo.- dijo la chica al final.

Un rato después ambos se aparecían en el vestíbulo del Ministerio.

El aspecto de aquel lugar había cambiado desde la primera vez que lo habían visto. La fuente ya no era la misma. Las figuras de oro que representaban a un mundo mágico a favor de los magos y en detrimento de las criaturas mágicas habían sido reemplazadas por un juego de chorros de agua sin más, aunque la gente seguía echando monedas que simbolizaban deseos.

Ambos jóvenes se sorprendieron un poco al ver la cantidad de gente que había a aquellas horas en el Ministerio. Cierto era que la situación lo merecía, pero les extrañó un poco que la noticia hubiera corrido tan deprisa.

En seguida encontraron a Arthur Weasley, conversando en voz baja con Jason Henrich, que llevaba una capa de viaje algo sucia. Sin suda acababa de llegar de donde fuera que estuviese. Al acercarse la pareja, ambos hombres alzaron la mirada.

-Hijo, ¿ya te lo ha dicho tu hermano?

-Sí.- dijo Ron.- Pero no lo esperábamos tan pronto.

-¿Os lo esperabais?- preguntó el padre de Ron mirando alternativamente a Ron y a Hermione. Ambos asintieron.

-¿Qué dice el ultimátum exactamente?- preguntó Hermione.

-Que entreguemos a los culpables inmediatamente o tomarán medidas.- contestó preocupado Henrich.

-¿Cómo cuáles?- preguntó Hermione horrorizada pensando en misiles lanzados contra el edificio en el que estaban ahora.

-Como publicar su propia lista de culpables.- dijo Arthur.- Tienen una idea muy aproximada de cuántos magos hay en el país. Con elegir a unos cuantos de vez en cuando, la policía, el ejército e incluso la gente de a pie, los buscarían y los lincharían.

-¡Oh, Dios mío!- exclamó la chica.- Pero podrán defenderse, ¿no? ¡Son magos, por el amor del cielo!

-Por supuesto que sí, pero tendrán que olvidarse de llevar una vida normal.- dijo Henrich.- Y sólo sería cuestión de tiempo que los acontecimientos fueran tan evidentes para todos los muggles que decidieran proclamar a los cuatro vientos la existencia de la magia. Entonces la bola de nieve será tan grande que no habrá nadie que pueda pararla. Volverá a haber cazas de brujos y brujas por todas partes. Lucharíamos contra El que no Debe Ser Nombrado y contra los muggles al mismo tiempo.

-Pero alguien tiene que hacer entrar en razón al gobierno muggle.- exclamó Ron.- Se le tiene que explicar la situación en su totalidad. Les tiene que quedar muy claro que lo que van a provocar sería el fin de todo.

-Fudge está reunido con los consejeros del Wizengamot y la Orden de Merlín preparando el encuentro.- informó Henrich.

-¿Dónde están?- preguntó Hermione de repente.

-En la sala del Wizengamot, en la última planta... ¡Hermione, adónde vas! ¡Ron, no podéis entrar allí!

Pero Hermione, seguida de cerca por Ron, no prestó más atención al auror, pues corría veloz hacia los ascensores. Una vez dentro le cogió la mano a Ron tratando de calmar su ansiedad.

-Tranquila.- le susurró el pelirrojo.- Estamos juntos en esto.

Por fin, la voz femenina que se mantenía felizmente ajena a todo lo que ocurría a su alrededor le indicó que habían llegado a la planta en la que estaban las cortes de Justicia Mágica. Corrieron por el pasadizo de piedra desnuda hasta una gruesa puerta de madera oscura. Tras ella se oían multitud de voces que discutían. Se detuvieron y, sin dudar un momento, empujaron la puerta y entraron.

Todos los ojos se volvieron perplejos hacia las dos jóvenes figuras que surgieron de la puerta.