Capítulo 20: La sala del Wizengamot

Estaba agotado. Tanto, que al llegar a la cama, apenas podía conciliar el sueño.

Le dolía cada músculo de su cuerpo. Aquel día había sido el más duro de entrenamiento desde que había entrado en la Academia. Realmente el verdadero entrenamiento había empezado ahora.

Dumbledore le había atacado sin piedad con algunos hechizos que no había visto nunca, de una potencia tales que las 4 primeras horas las había pasado nada más que huyendo de él. Sus escudos no eran lo suficientemente poderosos. Sabía cómo imprimirles más fuerza, pero el anciano mago no le daba oportunidad.

Realmente era muy poderoso y mucho se temía que no estuviera viendo más que la punta de iceberg. Se dio cuenta entonces que le quedaba mucho trabajo antes de siquiera llegarle a la suela de los zapatos.

En todo caso tenía un mal presentimiento.

Tumbado en su cama, en la oscuridad, trató de alejar la sensación de ansiedad que le atenazaba a todas horas. La urgencia insatisfecha de acabar con Voldemort cada vez era más fuerte y se le hacía más difícil ignorarla. Tanto fue así que cuando al final cayó rendido había olvidado levantar las barreras de oclumancia alrededor de su mente.

Estaba sentado en un parque. El helado aire de la madrugada le golpeaba en la cara con olor a sal. Estaba realmente cerca del mar pues oía a lo lejos el oleaje. Miró a su alrededor. El parque era muy común. Bancos, césped, árboles y columpios para los niños. Nadie había a su alrededor. Se levantó y caminó calle arriba.

Entonces, cruzando la calle lentamente, vio una sombra alargada que se giró hacia él y se quedó quieta. Movido por una curiosidad infinita Harry se acercó. Era una serpiente. La reconoció en seguida.

-Nagini...- dijo.

-Hola, Harry Potter.- dijo la serpiente en su lengua.

-¿Dónde está tu amo?- preguntó en pársel el joven.

-Muy cerca, Harry Potter, muy cerca.- la serpiente entornó su cabeza ahusada y le miró como si le evaluara.- Has crecido desde la última vez que nos vimos.

-¿Dónde está tu amo?- preguntó otra vez Harry imprimiendo a su voz un tono peligroso.

-No tengas prisa en encontrarle, Harry Potter, porque cuando lo haga, y será pronto... morirás.

Harry abrió los ojos de par en par en mitad de la oscuridad que reinaba en su cuarto y se maldijo a sí mismo por no haber practicado Oclumancia al dormirse. Cada vez que tenía esos sueños le ardía la cicatriz de tal manera que le entraban náuseas. Controlando a duras penas las arcadas se sentó en la cama y miró el reloj. Apenas había dormido unas 3 horas, pero se levantó y bajó al salón.

Con un movimiento de la varita encendió la chimenea y se sentó en uno de los sillones mientras se frotaba la frente con la mano. Esta harto de aquello. Sus días eran lo suficientemente duros como para luego no poder descansar por las noches.

¿Y qué demonios era aquel lugar? ¿Y la dichosa serpiente? Muy cerca... ¿de dónde? ¿De él, allí en Londres, o de la serpiente, allí donde estuviera? No podía ser la primera opción porque Londres estaba a unos cuantos kilómetros de la costa. Trató de recordar los detalles de aquel lugar, pero no había nada especialmente singular como para que sirviera de señal y poder decir un lugar en concreto. Un parque, una calle... nada más. Habría multitud de lugares similares.

¿Y si todo fuera un engaño?

Harry suspiró desanimado mirando a las llamas que chisporroteaban frente a él.

Entonces escuchó un chasquido. Alguien se había aparecido en el hall.

-¡Harry!- llamaba una voz conocida. Entonces los pasos del recién llegado subieron las escaleras en dirección a su habitación. Harry se levantó de un salto y abrió la puerta del salón justo para encontrar a Jason Henrich en mitad de la escalinata.

-Henrich, ¿qué ocurre?

-Tienes que ir ahora mismo al Ministerio, Harry.- dijo el hombre con voz y expresión alterada.- El Wizengamot requiere tu presencia.

-¿Para qué?

-Dumbledore no nos ha dicho nada. Sólo que vayas. Ahora.

De nuevo corría por aquel pasadizo de piedra hacia la sala donde una vez le juzgaron por haber salvado la vida de su primo y la suya propia de unos dementores. Pero ahora no tenía ni idea de lo que iba a encontrar tras las gruesas puertas de madera. Jason le había explicado a grandes rasgos lo que había ocurrido: el ultimátum muggle, la reunión del Ministro con el Wizengamot y la Orden de Merlín y Ron y Hermione corriendo hacia el lugar que apenas quedaba a 10 zancadas de él.

Por fin, agarró el picaporte con la mano y empujó la puerta.

Las gradas de madera eran las mismas, el techo en cúpula de cañón, también. Pero las caras no eran las mismas. Había indignación, estupor, miedo... muy lejos de la curiosidad de aquel día. En el mismo lugar, Cornelius Fudge. A su derecha, Albus Dumbledore. A su izquierda, Percy Weasley. Frente a Harry, a apenas dos metros, Ron y Hermione, sentados en una sillas con pinta de haber tenido momentos mejores. Harry frunció el ceño ante lo que significaban: los habían dejado quedarse, pero no eran bienvenidos. Sus ojos volvieron a Dumbledore. ¿Es que aquel hombre no descansaba nunca?

-Buenas noches, señor Potter.- saludó muy serio Cornelius Fudge.

-Buenas noches. ¿Para qué se me ha llamado?

-Verá. Sus amigos, aquí presentes, - Fudge hizo un gesto señalando a Ron y Hermione.- nos han contado una historia muy interesante.

-¿Cuál?

-Algo relacionado con un golpe de Estado, señor Potter. Dicen que si los muggles hacen efectivo el ultimátum, el secreto del Mundo Mágico será desvelado.- Fudge hizo una pausa, como si lo que había dicho fuera suficiente.

-¿Y bien?

-¿Cómo que "y bien", joven?- dijo el hombre con un respingo.

-Señor Fudge, tienen razón.- un coro de murmullos se levantó de las gradas y alguna que otra exclamación como "¡Qué desfachatez!" o "¡Intolerable!" llegó a sus oídos. Lo ignoró.- ¿O es que no les importa el ultimátum?

-¡Por supuesto que nos importa, muchacho!- exclamó un mago de las gradas.- Pero es muy peligroso en la situación actual pensar que el gobierno Muggle vaya a descubrirnos. Lo único que provocaríamos sería el pánico entre la comunidad mágica.

Nuevamente los murmullos volvieron a arreciar. Comentarios como "Por supuesto", "Menuda locura" o "Muy cierto" fueron seguidos de aplausos aislados.

-¿De qué otro modo podrían amenazarnos los muggles, señor?- preguntó Harry alzando la voz para hacerse oír entre el escándalo.- ¿No lo entienden? Todo esto ha sido maquinado por Voldemort.

-¡Por favor, muchacho! ¿Con qué crees que estás jugando?- exclamó Fudge horrorizado al oír el nombre que estaba causando un nuevo revuelo y varios amagos de desmayo entre los presentes. Harry estaba indignado.

-No, ¿con qué se creen que están jugando ustedes? No quieren darse cuenta, ¿verdad? El atentado del Lightening...

-¡El Lightening fue obra de terroristas muggles! – interrumpió una bruja delgada y de aspecto escurrido.

-¡No! Fue obra mortífaga, señora.

-¿Cómo puedes hacer una afirmación como esa?- preguntó otro mago.

-¡Por que estuve allí y lo vi con mis propios ojos!

Como por ensalmo, el escándalo remitió hasta que se hizo el silencio.

-El atentado del Lightening fue obra mortífaga.- repitió con calma.- Así como la bomba de la iglesia y como todo lo que ocurrió hace dos semanas. Los muggles no saben de donde les viene tanta violencia y están asustados. Están al borde de la revuelta y el gobierno muggle no sabe cómo parar la avalancha que se les avecina. Pero cuando empezó a aparecer la marca tenebrosa algunos muggles todavía podían recordarla de la última vez. Y son ellos los que han dado la voz de alarma. Son ellos los que nos han señalado a todos nosotros como culpables de las matanzas.

-¡Pero eso no es cierto!

-¡Por supuesto que no lo es!- exclamó Harry.- Pero a estas alturas les da lo mismo. ¡Por el amor del cielo! Han muerto casi 600 personas en los dos atentados con víctimas. ¿Creen de verdad que van a querer diferenciar un mago de otro?- Harry hizo una pausa. Nadie replicaba nada, pero en muchas caras podía leer susceptibilidad, desconfianza...- ¿Por qué me han llamado? Sin duda mis amigos ya les habrán explicado todo esto.

Miró a Hermione y ella negó con la cabeza. Luego Ron dijo "No nos dieron tiempo" vocalizando. Miró de nuevo a Fudge, que seguía sin contestar.

-¿Por qué me han llamado?- repitió.

-Esos dos jóvenes, - dijo una bruja regordeta.- entraron hace un rato diciendo incoherencias... o lo que parecían incoherencias. Se les mandó al orden y se les echó un encantamiento silenciador. Albus Dumbledore salió en su defensa. Hubo una discusión y entonces salió su nombre, señor Potter.

-Como siempre.- finalizó cínico Fudge. Tras una pausa envenenada continuó.- Querían que usted estuviera presente en la reunión que se mantendrá mañana con el gobierno muggle.

-¿Y lo estaré?

-No hasta que no conteste algunas preguntas.- dijo el Ministro con voz cortante.- Demasiados rumores, demasiadas sospechas, demasiados cabos acaban siempre en su persona, señor Potter. Aunque de un tiempo a esta parte parecían haber desaparecido. Hasta hoy.

"Bien, Potter, responda: ¿Cuál es su relación con el claustro de la Academia de Aurores en la que actualmente está matriculado?

-Pues supongo que de alumno, ¿no?

-No se haga el tonto. Sabemos que desde hace semanas recibe un entrenamiento exclusivo por parte del profesorado. ¿Por qué?

-Vivimos tiempos inciertos, señor Ministro. Hay que poner al mayor número de aurores en la calle cuanto antes. No soy el único en recibir un aprendizaje intensivo.

-¿Y dónde recibe esos entrenamientos?

-En la Academia.

-¿En su patio interior?

-Así es.

-¿Y dónde entrenan sus compañeros si usted está ocupando el lugar?

-No lo sé.

-¿No lo sabe?

-No.- Harry apretó los puños.- La profesora Thompson me dijo que entrenaban en otro sitio. No me dio más explicaciones.

-Quizá por que no lo hacían, señor Potter. No entrenaban.- Harry le miró sorprendido y extrañado. Fudge le sonrió satisfecho.- Segunda pregunta: ¿Cuánto lleva espiando en el Ministerio?

-¿Espiando?

-Señor Potter, sé de buena tinta que tiene en todos los departamentos al menos a un par de topos que le envían información directamente a usted sobre todo lo que hace el Ministerio y que incluso tiene capacidad para modificar sus comportamientos según le convengan. Eso, señor Potter, es alta traición.

Harry no respondió.

-El que calla otorga, señor Potter, y no es la primera vez que maquina a mis espaldas. ¿Qué pretendía esta vez? ¿Arrebatarme el puesto y colocarse usted?

-¡Oh, por favor!- exclamó el joven.- ¿Es que no sabe pensar en otra cosa? No tengo la más mínima intención de ocupar su puesto, Fudge. Hay cosas más importantes que ser Ministro de Magia.

-¿Cómo por ejemplo?

-Ahora mismo lo importante es mantener el equilibrio con el mundo muggle. No podemos amanecer mañana con dos enemigos.

-Bonita demagogia, muchacho.- dijo Fudge sonriendo.- Y finalmente, tercera pregunta: ¿Qué es la Orden del Fénix?

Harry se quedó lívido. Hermione y Ron miraron pálidos a la tribuna y hasta Dumbledore se quedó ligeramente paralizado. Murmullos de perplejidad e incomprensión surgieron de las gradas.

-Responda, Potter.- Harry no sabía qué hacer. Estaba atrapado. Le habían acusado ya de tantas cosas que...

-La Orden del Fénix es una organización creada por y para la lucha contra Voldemort hace más de 20 años, Cornelius.- dijo Dumbledore con voz calmada.- Y eso ya lo sabías.

-Sí, pero tengo sospechas de que haya vuelto a ponerse en funcionamiento, Albus. ¿No tienes nada que decir al respecto?

-¿Cómo qué?

-¡Como que es cierto, como que está detrás de todos los espías que pululan en este edificio, como que estos jóvenes irresponsables están dentro y como que tú, Albus Dumbledore, estás al mando otra vez!

-Cornelius, salvo lo del espionaje, y te aseguro que es por una buena causa, el resto de las acusaciones son absolutamente inocuas. Y te recuerdo que no nos veríamos en una situación como esta si hace dos años me hubieras hecho caso y hubieras seguido los pasos que te dije. Pero no lo hiciste y aquí estamos, a las 3 de la mañana, cansados y discutiendo entre nosotros cuando deberíamos estar trabajando en la reunión de mañana con el Primer Ministro.

Fudge dudó. El labio inferior le temblaba de indignación y confusión. Estaba de nuevo en una situación tan complicada como la que vivió después de admitir que Voldemort había vuelto. Se veía al borde de la destitución y la sola idea le trastornaba. Harry miró a las gradas. Muchas de las caras estaban pensativas, rumiando lo que habían escuchado a lo largo de la noche, otras pasmadas por lo que acababan de oír, otras aún indignadas y otras, muy pocas, se volvían hacia él, con expresión interrogante.

-Señor Potter.- dijo uno de los magos que le estaban mirando.- Hay algo que no me ha quedado claro. ¿Cuál es su lugar en todo esto? Porque si lo que se ha dicho es cierto, los espías mencionados han de ser por fuerza mayores que usted. ¿Cómo un muchacho de su edad puede ser responsable de algo así?

-Yo no soy responsable de eso, señor.

-No.- dijo Ron desde su silla.- Soy yo.

Harry sonrió y Ron le devolvió la sonrisa. Pasase lo que pasase pringarían todos.

-¿Usted?- preguntó otro mago.- ¿Esto es una broma? ¿Unos simples chiquillos han estado manipulando el Ministerio a nuestras espaldas durante meses sin que nos diéramos cuenta?

-Señores, - intervino Dumbledore.- estos "chiquillos", como usted les llama, han manipulado el ministerio, descubrieron los alijos de pociones mortífagas de las últimas semanas, han protegido sus espaldas cuando las han dejado inconscientemente desnudas y han previsto todo lo que está ocurriendo. De hecho estoy seguro de que la señorita Granger no ha traído esa carpeta por capricho. ¿Me equivoco?

Hermione se levantó.

-No, profesor.- dijo la castaña con voz clara y segura.- En esta carpeta llevo un borrador de lo que debería ser la negociación del ultimátum. Llevamos trabajando en ello desde hace una semana y es lo que, según la situación actual, mejor se adapta tanto a nuestras necesidades más inmediatas como a las posibilidades reales. Habríamos preparado una presentación, pero se han adelantado a lo que habíamos previsto.

Fudge no sabía qué hacer, ni qué decir. Era evidente que su ataque de histeria no había servido para nada. Había quedado muy claro que tras el Ministerio no había más que un pusilánime demasiado preocupado por sí mismo y que más allá, había toda una organización que, en la sombra, hacía lo que el Mundo Mágico más necesitaba: tratar de protegerlo. Y lo más increíble de todo era que, aunque Dumbledore estaba al mando, las decisiones y las ideas parecían partir de aquellos tres jovencitos. Era demasiado para él y se derrumbó en su sillón tapizado.

-Muéstralo, joven.- pidió una bruja de la grada.

-Sí, vamos. Empecemos a hablar en serio.- corroboró un mago de barba rojiza.

Harry sonrió al ver cómo la multitud instaba a Hermione a hablar sobre el borrador. Si no podía contar con el sentido común de Fudge, al menos podía contar con el del resto de la sala. Conjuró una silla y se sentó para escuchar a su amiga, que acababa de conjurar una especie de pantalla blanca en la que iba escribiendo los puntos importantes. Eran las negociaciones, la diplomacia, los tiras y aflojas en temas de acuerdos o contratos lo que mejor se le daba a Hermione. Nadie mejor que ella para convencer al Wizengamot y a la Orden de Merlín de lo acertado de su propuesta.

Fue breve, conciso, claro. Su exposición no duró ni 10 minutos y los aplausos llenaron la sala abovedada. La propuesta había sido aprobada por unanimidad.

-Ahora, Cornelius, - dijo Dumbledore al final.- ¿permitirás a Harry estar presente mañana en Downing Street?

-¿Haciendo de qué? ¿De asistente junior?

-Como Secretario de Defensa.

-¡Eso es un ultraje, Albus!- exclamó Fudge.- ¡Sólo es un chiquillo y además ese es papel para el Jefe de División de Aurores! Ralph nunca permitiría una humillación de tal calibre.

-Cornelius, este muchacho tiene mayor control de lo que hacen tus aurores que Ralph Carlton.- dijo Dumbledore.- Y como prueba de buena fe te informo que no sólo la totalidad de las escuadras de aurores están bajo su mano, sino que además un grupo de 30 aurores de Europa central, casi 60 Brujos Desterrados y varias nutridas legiones de criaturas mágicas leales a la Orden obedecen sus órdenes y las de estos dos jóvenes que tienes ante ti.- el anciano director hizo una pausa. Fudge parecía al borde del colapso. Dumbledore se dirigió entonces a toda la sala.- Señoras y señores, no es momento para disputas internas. La Orden del Fénix sólo sirve para proteger al Mundo Mágico contra el único enemigo posible. ¿Qué decidirán entonces? ¿Condenar a los únicos con capacidad real para protegernos o apoyarlos para poder tener una esperanza?

Dumbledore calló y un intenso silencio se apoderó de la sala. Entonces un hombre con una túnica color azul marino y barba gris se levantó. Una insignia dorada decoraba su pecho y tenía una expresión altiva en su rostro. Miró a Dumbledore y después a los tres amigos que escuchaban desde la parte de abajo.

-Habiendo escuchado todo lo expuesto, tanto el Wizengamot como la Orden de Merlín se irán a deliberar por separado.- la voz de bajo de aquel hombre resonó potente en toda la sala.- Nos reuniremos en esta misma sala en 30 minutos. Muchas gracias a todos.