¡¡Hola!!
Eva Vidal: jejeje, paciencia, todo al final encontrará su lugar en la historia... hasta la Caja, abandonada a su suerte hace ni se sabe los capítulos. Tú tranquila, que todo llegará.
Lucumbus: sí, verdad? Está interesante... y más que se pondrá, muahahaha. Tú lee, lee...
Cocojajas: jajaja, no, no tenía el Risk, pero tengo una cabeza que funciona de forma muy parecida. Pero si quieres Risk de verdad espérate al capi 24. Eso sí que es estrategia militar pura y dura. Aunque me estoy espoileando... mejor me callo. Y gracias por decirme que te gusta tanto mi manera de escribir, pero... ¡yo no soy la que nada en millones de libras esterlinas y que cobra derechos de autor por donde quiera que vaya! (snif, snif... yo también quiero ser muchirrica, jo...)
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Capítulo 23: Clase magistral
Ni siquiera le miró cuando llegaron al Atrio del Ministerio.
Desde que salieran de la casa del Primer Ministro Muggle no le había dirigido la palabra. No le importaba demasiado, pero teniendo en cuanta la situación, su comunicación debería ser un poco más fluida. Al fin y al cabo tenían que coordinarse para empezar a integrar a la Orden del Fénix en el Ministerio y cumplir con las exigencias del tratado que acababan de firmar apenas hacía media hora.
Debería haberlo esperado. Al fin y al cabo Fudge había recibido los acontecimientos de las últimas 24 horas como un ataque personal. Mentalmente se encogió de hombros sabiendo que no se lo iba a poner fácil.
Con calma fue hasta la planta dos donde el Cuartel General de los Aurores hervía de actividad. Y él sabía muy bien por qué, lo que no conocía eran los detalles. Entonces vio un brillo rojizo y la cabeza de Ron apareció detrás de uno de los cubículos.
-¡Hey, Ron!- llamó.
-¡Harry!- el pelirrojo salió del cubículo y esquivando a dos aurores y tres memorándums voladores llegó hasta donde estaba él.- ¿Qué tal?
-Bastante bien.- dijo encogiéndose de hombros.- Al fin y al cabo no les queda otra opción. O confían en nosotros o no tienen nada que hacer. Pero ahora eso no importa. ¿Qué ha pasado esta noche?
Ron le empezó a contar todo lo sucedido y todo lo que había hecho desde primera hora de la mañana.
-Aún no hemos recibido noticias de los Desterrados que fueron detrás de los supervivientes.
-¿Hemos de preocuparnos?
-Un poco.- dijo Ron torciendo el gesto.- Por eso estoy aquí. Este departamento tiene métodos increíbles para localizar a los magos. Especialmente cuando han sido expulsados del mundo mágico por ellos mismos.
-¿Cómo lo hacen?
-¿Y se supone que estás estudiando para esto?- preguntó Ron burlón.
-¡Llevo 4 meses! ¡Hay muchas cosas que no he dado aún!- protestó el moreno.
-Vale, vale…- dijo riéndose el joven Weasley.- ¿Nunca te has preguntado cómo hacían para detectar cuándo hacíamos magia fuera del colegio? Pues básicamente es el mismo sistema. Los magos que tienen prohibido hacer magia en Inglaterra y hacen magia en Inglaterra son detectados inmediatamente por este aparatito de aquí. Ven.
Ron le introdujo en el compartimento del que había salido hacía un momento. Cuando llegaron Harry pudo ver algo muy parecido a un radar en el que aparecían algunos puntitos en un mapa de las Islas Británicas sobreimpreso en el cristal. Se sorprendió al ver que cada puntito tenía una especie de bocadillo, como en el mapa del merodeador, con el nombre del mago y el hechizo que estaba utilizando. Una pluma a vuelapluma que estaba al lado escribía cada cosa que se detectaba en un pergamino largo que se enroscaba bajo la mesa. Un auror estaba sentado enfrente y enviando lo que detectaba el aparato a diferentes cubículos a su alrededor.
-Se llama Observatorio Permanente de Magia Ilegal.- informó Ron. Luego se volvió al auror.- ¿Me hará el favor de informarme en seguida en cuanto aparezcan?
-Tranquilo, chico.- dijo el hombre.- Si no soy yo quien te lo diga será Mathew Olsen, del turno de noche.
-Gracias.
Los dos muchachos se fueron hasta un pasillo paralelo que les permitió salir del barullo de aquel lugar.
-¡Qué locura!- dijo Ron apoyándose en la puerta cerrada.
-Y lo que queda.- dijo Harry.- Tenemos que ir acoplando la Orden al Ministerio.
-Oh, por eso no me preocuparía demasiado.- dijo Ron moviendo una mano.- Mi padre y los aurores que estaban en la Orden ya han hecho parte del trabajo. Quedan departamentos como el de deportes, el de relaciones externas, y alguno más, pero no me preocuparía demasiado. Tenemos gente dentro de cada uno de ellos y saben qué hacer de ahora en adelante.
-Vaya, qué eficiencia.
-Obra de Hermione.- dio el pelirrojo encogiéndose de hombros como si fuera lo más obvio. Harry asintió.
-¿Sabes cómo le ha ido?- preguntó quitándose las gafas y frotándose los ojos mientras se apoyaba pesadamente en la pared opuesta a la de su amigo.
-Aún no.- Harry captó un ligero ensombrecimiento en la mirada azul del joven Weasley. Luego meneó la cabeza.- No debería preocuparme, pero me preocupo.
-Son inofensivos, Ron.- dijo Harry.- Estamos en plena luna nueva. Ni siquiera Lupin…
-Lo sé, lo sé…
Harry miró a su amigo. Realmente estaba enamorado. No podía disimularlo. Cada poro de su piel lo destilaba. Sonrió. Era muy bonito ver algo así, tan bueno y tan poderoso. Ron alzó la mirada y le vio observándole.
-¿Qué pasa?
Harry rió por lo bajo y negó con la cabeza. Fue hacia la puerta poniéndole una mano en el hombro a su aturdido amigo. Si había algo por lo que luchar, por lo que dejarse la piel, el aliento y la vida era eso que sus mejores amigos compartían con tanta intensidad. Miró un instante a los ojos a Ron aún sonriendo y abrió la puerta.
-Me voy a casa, tío.- dijo mientras el ruido del exterior les envolvía de nuevo.- Nos vemos. ¿Me llamas y me cuentas lo que haya pasado con tu novia?
-Vale.- dijo ligeramente sonrojado.- Oye, ¿seguro que estás bien?
Se limitó a sonreír de nuevo y se marchó.
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Dumbledore ya estaba en el patio interior de la Academia de Aurores cuando él llegó a la mañana siguiente. Miró a su alrededor y vio que las habituales pantallas que constituían los circuitos o las protecciones no estaban. El patio lucía diáfano y limpio de una esquina a otra. El anciano mago estaba sentado en los bancos donde se dejaban los abrigos y mochilas leyendo un libro de considerables dimensiones.
-Buenos días.- dijo tentativamente.
-Buenos días, Harry.- dijo Dumbledore levantando la vista del libro.- Acércate, por favor.
El muchacho obedeció y dejó el abrigo a su lado mientras se sentaba a la izquierda del antiguo profesor mirando con curiosidad el libro.
-¿Sabes cuál es este libro?
-¿El que se encontró en la iglesia?
-Así es. Mira este hechizo.- dijo Dumbledore señalando uno en especial. Harry no lo conocía.- Probaremos con él. ¿Te atreverías a hacerlo?
-¿Por qué no?- dijo el joven encogiéndose de hombros.- ¿Qué hace?
-No lo sé.- Harry alzó una ceja, pero Dumbledore se levantó y dejó el libro en el banco, abierto por la página que había señalado.- Bien, intentémoslo.
-Usted… ¿no sabe hacerlo tampoco?
-No. No tengo la menor idea. De hecho no sé hacer nada de lo que hay en este libro. Son hechizos desconocidos.
-Sí, ya lo sé, me lo dijo Ron.- dijo Harry asintiendo.- Pero, ¿no puede hacer ninguno?
-Son muy difíciles.- se disculpó.
-¿Pero cómo quiere que los haga yo entonces?
-Por intentarlo...- dijo el anciano mago encogiéndose de hombros.- ¿Vamos? El primero, ¿de acuerdo? Primero yo y luego tú. Hasta que nos salga.
Harry hizo un gesto de perplejidad y se encogió de hombros. Dumbledore leyó el hechizo y murmuró:
-Criotelim.
Un viento helado salió de su varita que al alejarse un metro empezó a convertirse en nieve. Ambos magos miraron y tocaron la nieve en el suelo y se miraron sin saber qué pensar.
-Es una buena nieve en polvo.- comentó Dumbledore.
Harry se incorporó y leyó a su vez el hechizo. El movimiento de la varita no era complicado y la palabra era muy sencilla.
-Criotelim.- dijo.
El viento helado surgió de la varita de Harry en forma de ventisca. La pared de enfrente recibió todo el impacto del viento y en dos segundos un círculo de al menos dos metros de diámetro se cubrió de una capa de hielo de unos cuatro centímetros de grosor.
Ahora los dos magos se quedaron quietos, mirando hacia la pared y toda aquella parte del patio cubierta por una capa de nieve de 3 centímetros al menos. Harry carraspeó.
-Bueno… quizá no hizo el movimiento correctamente.
-Quizá…- el director alzó una ceja mirándole.- Prueba otro.
Harry leyó el siguiente hechizo y murmuró las palabras antes de hacer nada. Entonces miró fugazmente a Dumbledore y dirigió su varita hacia el círculo congelado.
-Ignie Claste.- dijo.
Una explosión de fuego, lava, roca y polvo destrozó la pared y parte de aquella parte del edificio, por suerte vacía a aquellas horas tan tempranas.
-¡Madre mía!- musitó Harry mirando perplejo su varita a través del polvo.
-Creo que deberíamos seguir la clase en un espacio más… abierto.
-¿Está seguro? Estos conjuros son un peligro aun en mitad del desierto. ¡Y sólo son dos de un libro entero!
-Imagínate la ventaja que nos lleva Voldemort.
Harry calló y asintió.
-Quizá debiéramos arreglar esto un poco, ¿no?- dijo al final.
-Sí, tienes razón.
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La isla era muy pequeña. Lo suficiente como para que el perímetro de costa fuera visible desde el punto más alto en todas direcciones. Apenas crecía vegetación en la roca y el suelo martirizado por los elementos. Desde los cuatro puntos cardinales les llegaba el rugir del océano ensañándose con aquél islote, perdido en el mar, al norte de las Shetland.
-Algo más al noreste está Azcabán.- dijo Dumbledore alzando la voz sobre el estrépito del viento y el mar.
El viento removía la larga melena plateada del anciano director. Harry pensó que el frío y la humedad no debían de hacerle mucho bien a su mentor, pero le parecía ridícula la idea de decirle a Albus Dumbledore que se fueran porque el clima no era muy adecuado para personas de su edad. Además, había sido el mismo Dumbledore el que había creado el traslador hacia aquel peñón abandonado. Tendría sus razones. Harry se arrebujó en su abrigo y miró al cielo, bastante encapotado y con pinta de tormenta. Aún sostenía el libro en sus brazos y se preguntó cómo podrían seguir la clase en unas condiciones tan desagradables.
Pero Dumbledore seguía con la vista fija en dirección noreste, hacia donde decía estaba Azcabán… la prisión donde Sirius había estado 12 años de su vida… El dolor volvió a Harry como un viejo amigo, pero como siempre, obligó a su mente a preocuparse por otras cosas.
-Profesor, ¿no había otro lugar para seguir la clase?
-Por supuesto que sí.- dijo Dumbledore volviéndose y haciendo cara así al rugiente viento. La capa que le cubría ondeó a su espalda.- Pero no hemos venido aquí a probar más de los hechizos que hay en ese libro.
-¿Entonces?
Dumbledore se acercó a él y colocó su mano derecha en el pecho del muchacho.
-Cuántas veces se ha roto y cuántas veces se ha rehecho.- dijo más para sí que para el joven que le miraba extrañado.- ¿Sabes por qué tu varita y la de Vodemort tienen una pluma de fénix, Harry?
-Bueno, no son las únicas. Hay otras varitas que las tienen.
-Sí, pero convendrás conmigo en que vuestras varitas son "especiales" no sólo por sus poseedores, sino también por el hecho de que las plumas que contienen sean del mismo ave fénix.
-¿Adónde quiere llegar?
-El fénix, Harry, es un pájaro que muere y renace de sus cenizas. Costumbre que tanto Voldemort como tú tenéis. Él fue vencido y resurgió… varias veces. Tú… estás aquí, ¿verdad? Después de todo.- Dumbledore le miró intensamente, pero Harry no desvió la mirada aunque no entendía nada de aquella conversación. Tampoco dijo nada.- La caja de Krotiev, la puerta al origen de la magia de la que hablaba Kurinov, la magia pura, Harry, todo, es completamente desconocido. Son los misterios fundamentales del Mundo Mágico. Conocerlos significa conocer la base misma de la existencia.
Harry se quedó callado. Si había algo que le irritaba de su ex director era la manía suya de controlar ambos lados de la conversación. ¿Qué lección vital debía sacar de sus palabras? ¿Qué información trascendental debía destilar? (n/a: no sé si se percibe, pero esto Harry lo piensa con un tono más bien sarcástico)
-Voldemort planea hacerse con el control total.- dijo Dumbledore en tono grave.- No sólo con el Mundo Mágico y el Muggle. No. Quiere la forma más absoluta de poder. Lo quiere todo. Por eso robó la caja, porque es una de las preguntas y porque toda pregunta lleva implícita su respuesta. Pretende descubrirla, Harry. Y si lo hace, ni siquiera tú podrás detenerle.
-¿Por qué?
-Porque se habrá convertido en un nuevo demiurgo capaz de reordenar el universo a su antojo.
-¿Y eso cómo lo sabe? Kurinov dijo que la caja no dejaría que la hurgasen así como así. Se defenderá de alguien como Voldemort.
-¿Y por qué habría de hacerlo? Voldemort es un mago de impresionante poder. ¿Quién mejor que él para mostrarle al enorme poder de la caja el camino al equilibrio? A su equilibrio. ¿De dónde crees que ha salido el contenido de ese libro?
-Entonces Voldemort… ¡ya está utilizando la caja! ¡Y la está utilizando con éxito!- Harry estaba horrorizado ante la perspectiva, pero se le ocurrió algo.- Pero… entonces el poder de la caja no puede ser el poder que se supone que tengo porque él no podría utilizarlo porque no lo conoce, ¿no? Entonces… ¿cuál es mi poder?
-Harry, tú eres su igual. Su poder es igual que el tuyo, pero sólo hay una cosa que os diferencia.- Dumbledore se acercó de nuevo.- Tú has amado y de hecho amas. Él no ha amado nunca ni ha sido amado jamás.
-¿Esa es la diferencia? ¡Y cómo puede eso ayudarme en el momento final! ¿Vendrán mis padres muertos a ayudarme ya que tanto me quisieron? ¿Vendrá Sirius?- no se daba cuenta, pero gruesas lágrimas surcaban su rostro.- Seré su igual, pero aún no estoy preparado, profesor y el momento se acerca.
-Ya lo estás, Harry. Desde hace tiempo, pero no lo sabes.
-¿De qué está usted hablando?
-Te hablo del Patronus que ahuyentó al centenar de dementores cuando tenías 13 años. ¿Crees que un Patronus normal tendría tanto poder? Apenas yo y algunos magos más en el mundo podríamos haber hecho algo así. Te hablo de todas aquellas ocasiones en las que sin querer has hecho algo, aunque fuera lo más nimio, sin una varita. ¿No se han abierto las puertas y ventanas a tu paso? ¿No has provocado incidentes con sólo sentirlo? Te hablo de contrarrestar la Maldición Imperius a la primera. Te hablo de aquella vez en que obligaste a la varita de Vodemort a tragarse el Priori Incantatem sólo con tu voluntad. ¡La voluntad de un niño de 14 años contra el mago tenebroso más poderoso de los últimos tiempos! Te hablo de echar a Voldemort de tu mente con la simple fuerza de tu corazón cuando tenías 15 años. Te hablo de la herida que le causaste en 6º y de las vidas de las 15 personas que salvaste de sus garras en 7º.- Dumbledore hizo una pausa.- Sólo tienes que sentirlo, Harry, ¿no te das cuenta? La magia para ti no es más que una prolongación de tu cuerpo. Te obedece como lo hacen tus pulmones y lo que la rige es nada más y nada menos que tu corazón. Así que deja ese libro y deja la varita. Hoy yo no te voy a enseñar nada porque no hay nada de lo que yo sepa que te sirva de ahora en adelante. Ahora serás tú el que enseñe.
-¿Pero cómo?
-¡Abandona esa actitud de una vez!- gritó Dumbledore con firmeza sobre las olas que se estrellaban en las rocas.- ¡Por eso nunca has podido utilizarlo! Por que no te lo crees. Aún no te crees la profecía. No crees en ti mismo.
-¿Y cómo voy a hacerlo? Parece que todo el que se acerca a mí acaba muerto o sufriendo heridas graves. Y por mucho que usted diga, lo único que he hecho cada vez que me he enfrentado a Voldemort en persona, ha sido huir. Sé escapar de él, pero no luchar para vencer. Tiene la experiencia y las ganas de matarme. Yo no. Él me eligió. Él se ha preparado durante toda su vida para hacer lo que está haciendo. ¡A mí me lo ha impuesto una estúpida profecía!- Harry hizo una pausa para tomar aliento.- Siento no ser el líder de masas que quizá esperaba, el valiente caballero andante. Sólo soy Harry. Soy humano y tengo las mismas debilidades que el resto de los mortales. Nadie está preparado para recibir una carga como la mía. ¡Nadie!
-Efectivamente nadie podría hacerlo.- dijo Dumbledore con voz calmada.- Nadie excepto tú. Harry, eres veterano en esto. Llevas enfrentándote a Voldemort desde hace más de 7 años. Lo que ahora ves como una carga, antes de conocer la profecía, era un asunto personal. ¿Qué te llevó a descubrir la Piedra Filosofal con 11 años, por el amor del cielo? ¿Qué fue lo que te obsesionó cuando la Cámara de los Secretos fue abierta? Vamos, seguro que has pensado en ello. La profecía es un simple contrato verbal de un trabajo para el que decidiste firmar el mismo día en que regresaste al Mundo Mágico. Simplemente acéptalo de nuevo como lo aceptaste hace años. Venga, suelta ese libro y dame tu varita.
El chico dejó el libro en una roca, pero dudó al darle la varita a Dumbledore. Sí. Había pensado en todo aquello, por supuesto. Pero era duro escuchárselo decir a alguien… y mucho más en formato bronca.
-Aún no entiendo cómo puede ser el amor la diferencia entre Voldemort y yo.
-Yo tampoco.- dijo Dumbledore.
No supo por qué lo hizo. Quizá porque no parecía haber otra opción, quizá porque empezaba a confiar de nuevo en el anciano mago… Al final le dio su varita. Entonces empezó a chispear.
-¿Cómo salvaste a aquellas personas en el centro comercial?- preguntó Dumbledore.- ¿Cómo derrotaste a aquel nundu?
-No lo sé.- respondió sinceramente.- Fue instintivo.
-Tu voluntad inmediata por protegerte activó tu poder. Debes mirar dentro de ti hasta volver a sentirlo. Está ahí, Harry. Sólo siéntelo, encuéntralo y úsalo.
Harry cerró los ojos y se concentró en tratar de captar cada sensación de su cuerpo. El tacto de la ropa, el frío del viento golpeando su rostro, las gotitas heladas impactando contra su piel, el latido de su corazón… el latido de su corazón.
¡Pum, pum! ¡Pum, pum! ¡Pum, pum!
Como aquella vez en el circuito su corazón tomó el control de sus sentidos. Empezó a oírlo con inusitada potencia, temblándole los tímpanos al compás de los latidos, que se iban espaciando y relajando más a medida que se concentraba, profundizándose y tomando conciencia de sí mismo. Las yemas de sus dedos recibían los impactos de la sangre recién llegada, sus frías orejas, los párpados cerrados…
Un vértigo le invadió al notar el abismo infinito que se escondía detrás de cada latido. Sentía como si cayera por un precipicio. Al principio tuvo miedo y quiso abrir los ojos, pero había caído en trance. La sensación de caída se incrementaba, pero recordó que en realidad no caía a ninguna parte, que aquella inmensidad no era más que lo que le había salvado la vida en el Centro Comercial, lo que le había salvado de tantas cosas antes. Aquella inmensidad era él mismo. No tenía por qué tener miedo. No tenía por qué seguir cayendo.
La sensación de caída desapareció.
Volvió a sentir su corazón recobrándose después del susto. Sintió cómo los músculos de su rostro se contraían en una sonrisa. Ahora todo tenía sentido. Cada célula de su cuerpo ahora tenía sentido. Las sentía de una manera consciente, como una descarga eléctrica que le recorriera todo el cuerpo. Su percepción se amplió. Las células se convirtieron en tejidos, en músculos, después en órganos y finalmente en sus brazos, sus piernas, su cabeza y su torso. Era igual, pero ligeramente diferente. Tenía la sensación de que sus manos podrían alcanzar cualquier cosa, que podría hacer cualquier cosa.
Abrió los ojos. Aunque por primera vez en su vida sabía perfectamente que no eran los suyos.
Se levantó de la cama y se obligó a mirarse al espejo.
Ahí estaba, tan alto, tan delgado, tan pálido, con esos ojos rojos y esa nariz tan peculiar, con esa boca curvada en una expresión de desconcierto.
-¿Qué se siente cuándo invaden tus sueños, Tom?- dijo con aquellos labios.
Abrió los ojos. Aunque ésta vez, eran lo suyos.
Y ahora, todo había cambiado.
