¡¡Hola!!

Jo.... qué buenos sois todos conmigo... no sabéis lo que stáis haciendo, de verdad... Se me pone la sonrisita tonta y no se me va en un buen rato... cómo sois... Sólo os digo que a partir de ahora tengáis paciencia conmigo porque con el macropuente de la Constitución que tenemos no voy a poder colgar nada (en ningún fic) hasta el jueves que viene y luego tengo un peaso examen de Empresa que voy a fliparlo en colorines (aunque lo más probable es que lo suspenda también), así que no me mordáis por estar un tiempo perdidilla, ¿vale?

Lucumbus: (Lamia se ruboriza hasta las orejas) Calla, tonto, que me lo creo. ¿Cómo me dices esas cosas con lo sensible que soy? Pesadillas para Voldi... todos en el fondo querríamos hacerlo, ¿verdad? Martirizarle tanto como martirizó al pobre Harry...
En plan Freddy Kruger, jeje. Pero no sé, ya veremoslo que pasa. Y no, el rew del otro fic no me pareció soso. Está estupendo, pero te contestaré a él en el otro fic, ¿va?

Eva Vidal: ¿Ves como al final la caja saldría de nuevo? Mujer de poca fe... Paciencia y todo (créeme), todo encontrará su justo lugar en su justo momento (aún no sé cómo, la verdad, pero siempre lo hace...).

Cnedra: Uis... qué mala soy, actualizando la víspera de examen... ¿Veterinaria quizá? Qué chulo, con animalitos, jeje. Tengo una amiga que lo está estudiando y está de la olla, pero es muy maja. Me alegro que la historia te enganchara, en serio.Espero verte más por aquí, ¿vale?¡¡Un besote y mucha suerte con tu exámen!!

Dragon Potter: Bueno, para los shippers, colores, ¿verdad? Yo por ejemplo soy incapaz de leer nada yaoi, y no soy homófoba ni nada por el estilo (llevo estudiando 5 años en una facultad que es llamada "Rivendel" desde otras facultades, con eso te lo digo todo) y la pareja Hermione-Malfoy... me da repelús, pero fíjate qué fics más buenos hay por ahí perdidos. De todo hay, hija, de todo hay. Y tú tranquila que no me gusta dejar las cosas a medias. Lo terminaré. Me costará más o menos, pero lo haré, no te preocupes.

Celina: Harry ahora es... chachiguay en el amplio sentido del término, cielo. Pero bueno, ya le verás actuar. Y... gracias (Lamia se ruboriza más... si cabe) por todo lo que me dices. ¡Muack! ¡Qué mona eres!

Cocojajas: (Lamia se tiene que quitar las lágrimas de la risa) Vale, te acepto los millones de la Rowling. La cuenta es la ... así que ala, ya estás haciendo la transferencia. Jejeje, más quisiéramos, ¿verdad? Muuuuuchas gracias, de verdad, no hay palabras.... ¿ves? Ya tengo la sonrisita tonta.... hay que joderse... pero qué felicidad... (suspirito).

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Capítulo 24: Ataque a Hogwarts (I)

Las barreras, de momento, estaban aguantando.

-¿Dónde está Dumbledore?- preguntaba desesperado Remus Lupin mientras reforzaba las defensas del ala norte del castillo.

-Con Harry.- contestó Minerva McGonagall ayudándole.

-¡No nos queda mucho tiempo, Minerva! ¡Tenemos que avisarle!

-Si tan sólo supiéramos qué hechizos están utilizando…- gimió la mujer.- Son muy potentes y apenas damos abasto.

-Llama a Ginny Weasley.- dijo Lupin.- Que envíe a Fawkes. ¡Es nuestra última esperanza!

La Profesora McGonagall asintió y se fue corriendo hacia la atemorizada Sala Común de Gryffindor. En cuanto pasó el retrato la prefecta pelirroja se puso en su camino con expresión decidida.

-Señorita Weasley, acompáñeme.

Ambas salieron inmediatamente hasta el despacho del director. Estaba vacío, pero Fawkes les hizo un gorgorito de bienvenida. La Profesora escribió un mensaje y se lo dio a la muchacha.

-Encárguese de que este mensaje le llegue al Profesor Dumbledore. Utilice a Fawkes.

La Subdirectora desapareció por la puerta dejando a Ginny sola en el despacho. Miró al fénix y después la nota. ¿Se atrevería a leerla? Por supuesto que sí.

Están atacando el colegio con maldiciones desconocidas para nosotros. Las barreras no tardarán en caer si no recibimos apoyo de inmediato. Hemos avisado a la Orden y al Ministerio, pero aún tardarán una hora en llegar. La situación es de vida o muerte.

M McG

Así que era eso lo que pasaba. Ésta era la razón por la que les habían sacado a todos de clase y les habían encerrado en las Salas Comunes. Ginny dobló rápidamente la nota y la ató a Fawkes. Por alguna razón, el pájaro la tenía especial cariño y en ausencia de Dumbledore, era a ella a quien se arrimaba y la única que dejaba que le atara mensajes y le utilizara como sistema de comunicación. Fawkes calmó a la muchacha con un gorjeo dulce y con un destello salió del despacho por la ventana y desapareció.

La joven Weasley se quedó mirando por la ventana un momento antes de marcharse. Allí afuera legiones invisibles de mortífagos estaban atacando el que se suponía el lugar más seguro del Mundo Mágico. Y lo peor de todo es que estaban a punto de penetrar en él. Cerró los ojos pidiendo que Fawkes llegara pronto a donde el director estuviese.

Mientras tanto habría que prepararse.

Salió del despacho del director en dirección a su Sala Común.

-Todos los Gyffindors hasta 5º curso inclusive que vuelvan a los dormitorios.- sin rechistar todos los niños subieron las escaleras que les conducirían hasta los cuartos. Los demás se quedaron en la sala, mirando a su prefecta expectantes. Todos, de alguna manera, habían esperado este momento y por eso se habían estado entrenando desde hacía dos años en los distintos grupos de ED que se habían formado.- Bien, ha llegado el momento de demostrar lo que hemos aprendido. Los de 6º os encargaréis de convocar a las demás casas y a defender los dormitorios. Los de 7º acompañadme.

Obedecieron.

Flitwick no se extrañó cuando un grupo de 5 estudiantes de diferentes casas aparecieron detrás de él en aquel claro del Bosque Prohibido. Tampoco se sorprendió demasiado cuando los 5 adolescentes levantaron sus varitas y hacían el mismo hechizo que estaba haciendo él y que servía para fortalecer las barreras mágicas que protegían los terrenos de Hogwarts. Él mismo se lo había enseñado ya que los grupos de ED se habían convertido en una asignatura complementaria a la de DCAO en los cursos de 6º y 7º y eran impartidos por todos los profesores.

Cada uno de los profesores recibió un grupo de estudiantes de apoyo. Cuando Ginny llegó a donde estaba Remus Lupin, el profesor sonrió. Bien sabía que aquel curso había sido duro para ella. Lejos de sus hermanos y de sus mejores amigos, ya graduados. Pero hacía honor a sus amistades y se había erigido como su heredera dentro del colegio. Tenía la misma determinación que su hermano Ron, la osadía de los gemelos y la inteligencia que la había caracterizado desde el principio. Había dejado de ser la pequeña Ginny, a la que había que proteger. Ahora, la situación era muy distinta.

Gracias a ella y a los estudiantes, tendrían algo más de tiempo.

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Albus Dumbledore se apoyó contra una roca jadeando.

Había tenido suerte y se había desaparecido justo en el momento adecuado. Ahora miraba hacia el horizonte lejano de aquel mar que se embravecía por momentos a medida que la tormenta tomaba conciencia de lo que estaba haciendo. Al lo lejos, como un punto, aún podía verse el resplandor. Un instante después el brillo desapareció.

No sabía qué hacer.

Durante años había tenido una idea bastante aproximada de lo que ocurría a su alrededor de manera que siempre había sabido qué camino coger en cada ocasión. Pero ahora no sabía qué hacer.

Su primer impulso era ir de donde acababa de huir por salvar su vida y ver si el causante de aquello estaba bien. Pero no sabía si se aparecería en el mismo islote que había dejado. De hecho no tenía muy claro si seguía existiendo el peñasco.

En sus varios enfrentamientos con Voldemort siempre había conseguido defenderse bastante bien. Voldemort era rápido en sus reflejos y tenía una cantidad de recursos que siempre habían asombrado al anciano director. No sólo era su enorme conocimiento de hechizos y conjuros, sino la manera que tenía de hacerlos. Era una especie de estilo personal en la magia, algo que la hacía peculiar, más poderosa y a la vez más personal. Era como si al hacer los hechizos que todo el mundo podía hacer, él los convirtiera en algo más.

Se había dado cuenta cuando aún le daba clases de Transformaciones hacía ya tantos años. Cuando el joven Tom Riddle alzaba su varita y ejecutaba alguno de los ejercicios de clase, no sólo lo lograba con pasmosa facilidad, sino que parecía que no lo llevaba a la máxima perfección porque no quería o no se daba cuenta de que podía. Era como si pudiera hacer que la realidad fuera más real sólo porque él la conjurara.

Nunca había hablado con nadie de estas percepciones, pero había estado en la docencia demasiados años como para saber leer ciertos signos en sus alumnos. Y lo que en su momento vio en Riddle le maravilló. Si no fuera por que aquel muchacho estaba completamente loco hubiera sido un mago de consideración. Bueno, ahora lo era, desde luego, pero se había echado a perder. Su locura le había vencido, pero aún tenía esa habilidad de hacer de la práctica de la magia algo cercano al arte.

Y a su pesar, a lo largo de todos aquellos años, no había dejado de admirarle ni un instante.

Por eso, cuando conoció a Harry, hacía ya más de 8 años, y vio cómo poco a poco dejaba que la magia penetrara en su cuerpo y se empezaba a familiarizar con ella no pudo dejar de notar que tímidamente, nunca con el desparpajo de Riddle, la magia parecía fluir a través suya con la misma elegancia.

Sencillamente se dejaba hacer por aquel muchacho. Pero le faltaba la ambición de Riddle. Harry nunca pretendió convertirse en un gran mago en el sentido de querer el poder por encima de todo. Simplemente era un gran mago. Aunque lo disimulara, aunque le costara sacar buenas notas, aunque los conjuros se le resistieran al principio. No eran los conjuros, sino él, el que se resistía a hacerlos. Había vivido demasiado tiempo en un ambiente tan antimágico que aún una parte de su mente aún no se creía que fuera un mago.

Ahora parecía haberse reconciliado consigo mismo y el resultado había sido aquella explosión de luz cegadora que había ordenado al subconsciente del director a huir, aunque no sabía de qué estaba huyendo.

Había oído decenas de veces la profecía dentro de su mente, pero aún no sabía en qué podían ser iguales Voldemort y Harry. Si bien es cierto que la magia parecía cómoda en ellos, sus estilos eran completamente diferentes. Era como si la magia temiera a Voldemort y Harry temiera a la magia.

¿Qué había ocurrido en aquella isla?

¿Qué debía hacer?

Suspiró. Se arriesgaría a caer en mitad del mar helado y furioso.

Dumbledore se desapareció con un "plop" haciendo que a 100 metros de altura un fénix graznara contrariado.

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Quizá no fuera la estrategia más inteligente, pero no había otra y todos, tanto los atacados como los atacantes, lo sabían.

Era el punto más débil de las barreras mágicas del colegio.

A medida que habían ido reparando las grietas de otros lugares, todos los grupos de estudiantes y profesores se habían reunido en el mismo lugar. Ahora, casi medio centenar de varitas se elevaban hacia lo que parecía una pared de algo parecido a la melaza que se sostenía en el aire frente a ellos.

Era la barrera mágica.

A pesar de su aspecto espeso, era extrañamente transparente, y los defensores podían ver con escalofriante nitidez lo que había detrás.

Parecía como si el bosque más allá se hubiera quedado en una especie de éxtasis, quieto, inmóvil. Ni siquiera el aire parecía correr por entre los árboles. Era como si el bosque no quisiera, con alguna imprudencia por su parte, precipitar lo que se avecinaba. Pero todos, en el sentido más amplio de la palabra, sabían que era inevitable.

Era inevitable que aquel pedazo de barrera cayera. Por mucho que se empeñaran todos los magos y brujas que estaban con el brazo alzado y con la mente concentrada en ello. Caería. El hechizo que habían lanzado desde alguna parte de aquel bosque estático era como un virus que carcomía la magia que lo sostenía. Aunque conseguían que se mantuviera, las fuerzas no eran infinitas y empezaban a acusar los últimos 40 minutos de vorágine y cada vez con más facilidad, aquel hechizo maldito conseguía hacerse un hueco mayor a base de codazos entre las moléculas de magia.

Una muchacha de Ravenclaw se desmayó.

La barrera cayó.

La isla había desaparecido.

Sólo había dos torreones de piedra que se alzaban a 50 metros del mar.

Dumbledore era muy consciente de que habían sido dejados allí con el propósito expreso de sostenerlos a ellos. La lluvia le empapaba cada centímetro de su ser, pero no importaba.

Harry estaba de pie en el otro torreón de roca con su abrigo tan mojado como él. Una mano del anciano fue hasta uno de los bolsillos de su túnica. Sacó la varita del chico. Una especie de golpe hizo que cayera de sus manos y se precipitara hasta las tumultuosas aguas del Mar del Norte. El director devolvió su mirada al joven que seguía de pie a unos 20 metros de él. Le miraba.

¿Qué debía hacer ahora? ¿Preguntarle cómo estaba? La misma idea le parecía ofensiva. Con un escalofrío supo que sentía miedo de aquel chico. El miedo que nunca se permitió sentir por Voldemort lo sentía ahora cuando aquellos puntos lejanos de verde intenso le taladraban tras unas gafas empapadas.

El chico se desapareció.

Dumbledore suspiró abatido. ¿Dónde habría ido? Ahora mismo podría hacer cualquier cosa, pero él ya no podía hacer nada por detenerle. Miró hacia el cielo encapotado ignorando las gotitas heladas que se le metían en los ojos.

-¿Fawkes?

El fénix descendió gradualmente hasta posarse con precisión milimétrica en el brazo del anciano mago clavando sus garras en la gruesa capa que lo cubría. Dumbledore se dio cuenta de que tenía una nota atada en la pata. Un mal presentimiento le hizo desatar el pergamino con manos nerviosas. Lo leyó mientras sentía que sus entrañas se perdían en un abismo infinito. Soltó a Fawkes y se desapareció.

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Luchar a ciegas es muy peligroso. Pero luchar a ciegas y en clara desventaja numérica lo era más. Tanto los profesores como los estudiantes eran muy conscientes de ello. Pero eran lo mejor que había habitado Hogwarts en muchos años, así que, de momento, estaban plantando cara con bastante buenos resultados.

La barrera había caído dejando un agujero lo suficientemente grande como para que entraran grupos de dos o tres personas cada vez. Eso, al principio había supuesto una ventaja, pero el hechizo que había abierto esa pequeña brecha, seguía trabajando incansable y ahora la grieta era mucho mayor.

Resistían gracias a las barricadas de magia que habían creado en la zona sabiendo muy bien que aquel sería el lugar de invasión definitivo.

-¿Cuántos son ahora?- preguntó Minerva McGonagall al aire.

-¡Por aquí hay 26!- exclamó la voz de un chico a su derecha.

-¡Creo que por aquí hay alrededor de 31!- dijo la voz de otro chico a su izquierda.

-¿Crees?

-¡Entran y salen, profesora y utilizan hechizos de camuflaje!

Una explosión destrozó parte de una de las barricadas de vanguardia. La profesora Sinistra y varios alumnos quedaron inconscientes en el suelo. Recrudecieron como pudieron la defensa, pero los hechizos que protegían a los defensores empezaban a flaquear ante la andanada de conjuros lanzados por los mortífagos.

Por el rabillo del ojo vio cómo una roca de impresionantes dimensiones era lanzada desde detrás suya hacia unas piedras que servían de refugio a unos mortífagos. Fue devastador. Las piedras se hicieron pedazos tras el impacto. Pero no pudo fijarse si había habido víctimas porque su sección de barricada estaba siendo atacada con saña.

A su lado estaba la mayor parte de los Hufflepuff y un par de Slytherin que aún seguían fieles a Hogwarts. Entre maldición y maldición no pudo menos que apreciar su valor. Serían ellos los que recibirían el peor castigo si sucumbían.

De nuevo, multitud de proyectiles naturales salieron despedidos desde la retaguardia hacia los asaltantes. Aprovechando el desconcierto causado, McGonagall ordenó un despliegue. Lupin vio su intención y se le unió mientras Flitwick y su equipo les cubría. Todos oyeron el mismo grito a sus espaldas justo antes de otra andanada de piedras se lanzara contra los mortífagos justo antes de que los profesores y sus equipos de estudiantes llegaran a sus posiciones.

Ginny Weasley encabezaba el grupo de retaguardia. Apoyaban a los que estaban en primera, segunda y tercera línea y serían los últimos en retirarse en el caso en que retrocedieran posiciones.

-¡Susan, Peter y Nathan, cubrid a aquellos Ravenclaw! – gritó al ver cómo tres chicos se dedicaban a arriesgar el pellejo para ir a buscar a los que habían caído. En seguida maldiciones y hechizos de todo tipo se dirigieron hacia los mortífagos que pretendían atacar aquella zona.

-¡Los demás, a mi señal, nueva oleada de piedras! – Ginny se colocó con sus compañeros delante del ingente montón de piedras de todos los tamaños tras el cual se protegían y divisaban el campo de batalla. Volvió la mirada a los grupos que se habían desplegado y en un momento en que parecía que su fuego disminuía gritó "¡Ya!" y el breve vacío que dejaba indefenso a los suyos se llenó de duros proyectiles de piedra.

-¡Ginny, necesitamos refuerzos!- gritó Susan.

Fue ella directamente. Corrió por el montón de piedras hasta colocarse en el promontorio recubierto de césped que protegía a sus tres compañeros. Los tres estaban tirados en el suelo húmedo y frío para ofrecer menor superficie de blanco y ella les imitó.

El panorama al otro lado era terrible. Los tres Ravenclaw que estaban ayudando a los heridos estaban siendo ayudados por otras dos chicas más de Hufflepuff. Y aun así no daban abasto. Había muchos cuerpos por el suelo y casi la mayoría vestían uniformes del colegio. Ahogó un gemido de angustia y lanzó un "desmaius" hacia un mortífago que había osado abandonar su escondite. Le dio de lleno.

Un instante después vio, en aquella posición, cómo los mortífagos se reagrupaban para atacar un punto de las barricadas que había sido debilitado. Se giró hacia sus compañeros que estaban listos para una nueva salva de piedras y dio la orden. Pero fue tarde. Flitwick y sus estudiantes se encontraron rodeados de mortífagos. Los esfuerzos de todos ellos se dirigieron hacia ese grupo, pero eran muy pocos, cada vez menos, y no podían ayudarlos. En poco tiempo sus compañeros desaparecieron bajo el movimiento de aquellas capas negras.

Sólo la profesora Sprout y la profesora Vector con sus chicos separaban la batalla de su grupo de retaguardia. Pronto deberían retroceder, pero aún los grupos de McGonagall y Lupin oponían resistencia en la vanguardia. Ginny vio un rayo de esperanza. Si ellos conseguían afirmar su posición, podrían atacar a los mortífagos que habían ocupado las posiciones centrales por detrás y así atraparles. Aunque fuera por poco tiempo conseguirían mermar sus fuerzas para volver a reagruparse y reorganizar un nuevo ataque.

Ordenó una oleada de piedras y llamó a sus compañeros para que cubrieran el otro lado opuesto al que estaban ellos y así poder apoyar a Lupin y MCgonagall. Los que quedaban en el montón de piedras atacarían al grueso de los mortífagos que ahora atacaban a Sprout y Vector.

Consiguieron ayudar a sus profesores en la vanguardia de tal manera que pronto pudieron ocuparse del grupo mortífago del centro del campo de batalla. Ginny y los suyos seguían cubriéndolos. Parecía que las cosas empezaban a encauzarse.

Pero sabía que aquello no duraría. Eran muchos menos y la pérdida de un estudiante tenía que esperar a la caída de 4 mortífagos para que el daño se equiparase. Necesitaban ayuda de inmediato o no lo contarían. ¿Cuánto tiempo tardarían los de la Orden? ¿Y Dumbledore? Una lágrima solitaria se resbaló de sus ojos nublándole momentáneamente la vista. ¿Dónde estaba Harry?

Entre aquel maremagno, apunto de caer la resistencia de la profesora Vector, oyó un grito ahogado de una chica de su grupo. Se giró. Dumbledore había llegado y se encaramaba encima del montón de piedras. Alzó la varita y una fila entera de mortífagos se desplomó en el suelo. Aquella pequeña victoria dio ánimos a los que quedaban de los grupos de Sprout y Vector.

Los grupos de Lupin y McGonagall atacaron con más energía.

Cuando Ginny creía que aun contra todo pronóstico podrían ganar, de la abertura en la barrera apareció una nueva legión de mortífagos. La muchacha creyó morir. No habría esperanza, ni aun con Dumbledore, que seguía causando estragos.

Los profesores gritaron "¡Retirada!" y todos los estudiantes que quedaban se refugiaron traes el montón de piedras y siguieron corriendo mientras Dumbledore y el grupo de Ginny permanecía en su sitio.

Dumbledore conjuró una débil barrera que dio tiempo a los chicos de Ginny a reagruparse junto a su director y emprender la retirada. Al llegar a su altura, Ginny gritó:

-¿Dónde están los de la Orden, señor?

-¿No han llegado aún?

-No.

No podrían aguantar mucho más. La barrera no aguantaría más maleficios por mucho tiempo ya. Debían correr por sus vidas de un momento a otro.

-Entonces no tardarán.- dijo Dumbledore.- ¡Vamos chicos, corred!

Los estudiantes de Ginny y ella misma echaron a correr tras el montón de pedruscos hacia el siguiente punto de defensa: los invernaderos.

Mientras corrían por el suelo reblandecido por la lluvia y la nieve derretida antes de tiempo, el cielo encapotado se abrió dejando pasar el sol cegándola un momento. El resquicio de cielo azul le dio esperanzas. No tardarían en llegar los refuerzos del Ministerio y de la Orden, podrían aguantar y quizá vencer. Quería pensar en que había aún una esperanza.

No podían perder. No podían. Porque si perdían…

... ya nada volvería a ser lo mismo.