�¡Hola!
Bueno, bueno, chicos y chicas, esto se va acabando. Este capi y otro más y todo habrá terminado. ¿Cómo lo har�? Ahhh... Pero que sepáis que ya está empezado y que va a ser bastante largo (hasta que no ate todos los cabos no se acaba, así que...). Mientras tanto...
Alice: No soy malvada, cielo, soy lo que soy (aunque ciertamente no es nada bueno... en fin), pero así le da más emoción¿verdad? Weno, niña, espero que te guste. BSS
Prisma: Bueno, el combate Harry-Voldy esperará hasta el siguiente capi, que será bastante más largo que los demás. En fin, será el último¿no? Tiene que ser un buen final de fiesta, pero hasta entonces hay que ir colocando las piezas en su lugar. Este capi sirve para eso.Me encanta que te gusten mis malos. La verdad es que se puede ser muy malo (es muy fácil) y en ningún sitio veo un malo MALO. (Quizá Lira Garbo -otra escritora de fics- lo haya logrado con su Draquito... sí,creo que sí, ese sí que es malo de narices). Además los malos son los mejores. Aquí me gusta cómo me ha quedado la parte de Voldy.Ya me dirás lo que opinas.¡Espero que te guste!
Cnedra¿Qué, de exámenes ya? Hija, qué cruz. Aunque con un poco de suerte éste será el último febrero de mi vida... ¡liberación! En fin, muuuuucha suerte y que te salga todo muy bien (te mando buenas vibraciones desde aquí, va?). Un besote, wapa!
Eva Vidal¡Hola preciosa! Weno, ya le queda poco a esta historia. Ya me contarás lo que te parece.
Lucumbus: te mola la batalla¿eh? Jeje, pillín. Pues aún le queda, aún le queda. Este y el siguiente no es más que de palos a diestro y siniestro. Ya verás. ¡Un beso!
Ely-Chan: Jeje, los fix de Jarlaxe-Bregan son para partirse, me encantan. Lo malo es que no actualice (le miro mal, aunque no me vea). ¡Y me alegro de que te guste el fic! Bueno, pero le queda poquito para terminase, muy poquito. ¡espero que no te decepcione el final! Muchos besitos.
Capítulo 28: Ataque a Hogwarts (III)
La cristalina superficie del manantial refulgía en sus ojos rojos a medida que las imágenes iban sucediéndose. Sobreimpresa, sobre aquella película de guerra, se reflejaba la imagen de Lucius Malfoy. Los ojos rojos se dignaron a mirarla y un segundo después susurró:
-Qué quieres.
-Hacerle una pregunta, mi Señor.- dijo Malfoy con tensa cortesía.¿Cuándo será nuestro momento?
-Pronto.
-Señor, con el debido respeto, las defensas de Hogwarts apenas resistirán mucho tiempo y cuando soltemos a los dement…
-Malfoy¿he de recordarte quién da las órdenes aquí?
La imagen del hombre pareció temblar en el agua calma.
-No, mi Señor.
-Bien.- Malfoy se volvió a estremecer y su Amo volvió a concentrar su mirada en las imágenes dando la conversación por terminada.
Los pasos de Lucius Malfoy resonaron en la oscura sala y el sonido de la puerta al cerrarse dejó al mago tenebroso más poderoso de los últimos tiempos, sumido en el silencio y el resplandor de las imágenes que aquel manantial mágico le ofrecía. Suspiró pasando una mano por encima de la superficie, suavemente y sin rozar el agua. La imagen se enfocó en un punto concreto. Un muchacho joven, de unos 18 años, moreno y alto, sentado a horcajadas en una escoba, surcaba veloz el cielo en ese mismo instante.
¿Dejarás de jugar cuando yo llegue, Harry?
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¡Que un grupo se dedique a abrir una brecha en las llamas y otro a cubrir la entrada- gritó Jason Henrich.
¡Será inútil, Henrich- dijo un auror.- Esos bichos se darán cuenta.
-No si los tenemos suficientemente entretenidos, Williams.- dijo el jefe de escuadra.
¡Pero son demasiados- gritó una bruja desterrada entre hechizo y hechizo.
¡Hay un modo- dijo Henrich. Los ojos del hombre se cruzaron un instante con los de Ronald Weasley.
¡Hay que encerrarlos en otra jaula de fuego- dijo el pelirrojo.
Como demostración tanto Henrich como Ron se cebaron con un nundu en concreto presionándole para que se acercara lo máximo posible al muro de casi 4 metros de llama pura que les rodeaba. El calor era insoportable y si no fuera porque el viento iba a su favor, estarían asfixiados por el humo. Henrich hizo una señal y Ron gritó:
¡INCENDIO- el fuego brotó de su varita como agua mientras las llamas se elevaban alrededor del animal envolviéndolo en su ardor. Oyeron los rugidos de pavor, odio y dolor del animal y entonces Henrich alzó su varita.
¡FUNDITOR!
Los aullidos desesperados del lobo de casi metro ochenta de cruz desaparecieron. Ron disipó las llamas mágicas con un movimiento de la varita y…
… nada.
Los asombrados magos que de hito en hito miraban la hazaña aún tenían que defenderse de los nundus que les atacaban, pero se percataron de lo suficiente como para imitar a aquellos dos magos de inmediato. En seguida comprendieron que sólo el fuego y el dolor podían distraer lo suficientemente a los nundus como para ser atacados con aquel hechizo que Henrich había utilizado. La maldición Destructora era complicada, apenas mejor que las imperdonables, y si era realizada correctamente era tan definitiva como la Avada Kedavra. El problema de aquella maldición era que necesitaba que el blanco estuviera más o menos inmóvil durante casi dos segundos y medio enteros, tiempo que necesitaba el hechizo en penetrar en el resistente cuerpo del nundu. La jaula de fuego lo permitía.
Henrich sonrió mientras acosaba junto con el joven Weasley a otro nundu hacia el muro de fuego del dragón. Al final su trampa se había convertido en su salvación.
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Los gigantes estaban enloquecidos. El hechizo de sueño los había atontado durante unos diez minutos, pero ahora estaban de nuevo frescos y aún más enfadados porque eran conscientes de que se les estaba atacando con lo que más odiaban: magia. Así que la habían emprendido con los invernaderos y la cabaña de Hagrid, ya destruida.
Pero entonces empezaron a ser acosados por multitud de lucecitas que les rodeaban las cabezas enormes impidiéndoles ver lo que estaban haciendo. Intentaron espantar a las lucecitas, pero era inútil. Parecían moscas pegadas a un panal recubierto de miel. Los gigantes estaban ya cegados por la ira. Un par de ellos se chocaron en sus aspavientos y, furiosos, empezaron a luchar entre ellos a base de golpes con sus armas y con sus brazos y piernas, a ciegas, con la nube de lucecitas aún rodeándoles la cabeza.
En su lucha no se dieron cuenta de que golpeaban al resto de los gigantes que también empezaron a luchar sin ver dónde apuntaban la maza o dónde clavaban el hacha. Entonces las lucecitas dejaron libres a sus presas y durante un momento de estupor, los magullados gigantes se miraron unos a otros preguntándose qué había pasado. Entonces uno de ellos señaló la nube de lucecitas y gritó de furia lanzándose corriendo en dirección a ella.
Las lucecitas huyeron y los gigantes fueron detrás ignorando barricadas, incendios de los dragones e incluso algunos nundus que iban pos allí. Lo pisoteaban todo en su afán por seguir a la nube de lucecitas parpadeantes que tanto odiaban. Pero éstas se mantenían a distancia. A veces se acercaban para permitir a algún gigante amagar un golpe que siempre fallaban y seguían avanzando.
Unos momentos después las lucecitas se quedaron quietas. Los gigantes, ciegos de furor corrieron hacia ellas sin darse cuenta de que habían caído de lleno en una trampa.
Cuando los 15 gigantes estuvieron en el punto elegido la trampa se abrió. El suelo empezó a temblar y unas grandes grietas aparecieron entre el embarrado césped. Cuando el primer gigante se dio cuenta de lo que pasaba y quiso huir, el suelo cedió bajo sus pies y los 15 enormes cuerpos cayeron unos 12 metros hacia abajo entre sus gritos de estupor y rabia y los enormes terrones de tierra y rocas que caían con ellos. Inmediatamente después, el agujero se cubrió con una red de luz mágica similar a la que aún tenía encerrados a los nundus que habían atacado a Harry.
Las lucecitas se revolvieron y se dirigieron al borde del bosque. Allí una figura oscura y cuadrúpeda se adelantó.
-Gracias, hadas del Bosque Prohibido.- dijo el centauro.- Sin vuestra ayuda no lo hubiéramos logrado.
-En estos tiempos aciagos los habitantes del Bosque hemos de estar más unidos que nunca.- dijo una voz colectiva suave y poderosa al mismo tiempo. Una luz especialmente brillante se adelantó y se posó en la mano del centauro.- Sabemos que el momento se acerca. Las estrellas que vosotros los centauros leéis con maestría desde hace milenios dicen lo mismo que las corrientes de aire y la savia de los árboles. Si ahora hemos actuado para defender nuestro hogar, también actuaremos para defender el suyo.
Una manita minúscula y brillante se extendió hacia los magos que iban y venían luchando contra los animales y sofocando los incendios. Un poco más allá las llamas lamían con suavidad las copas de los primeros árboles del milenario bosque.
-Cierto es que el momento se acerca, pero nosotros no podemos hacer nada contra los designios del destino, y aun para nosotros el resultado es difuso.- contestó el centauro con firmeza.- Hemos defendido lo nuestro así como ellos están defendiendo lo suyo.
La lucecita se estremeció.
-Ellos defienden lo suyo, sí.- asintió la lucecita con voz tranquila y dulce.- Pero es que lo suyo también es lo nuestro como lo nuestro es lo suyo. Vivimos en el mismo mundo, Rey de los Centauros, y estamos a punto de verlo tambalearse. ¡También es nuestra responsabilidad!
El Rey de los Centauros volvió a mirar el fuego y el brillo de las llamaradas de los dragones a decenas de metros de altura. También alcanzaba a oír los rugidos de los gigantes atrapados y de la lucha de los magos contra los nundus. Era una batalla en toda regla y aún no había llegado lo peor.
-No podemos darles la espalda. No ahora.- la lucecita volvió a posar su mirada en los ojos oscuros del centauro.- Lo has sentido¿verdad? Ese humano, el joven.
-Sí.- el centauro frunció el ceño y desvió la mirada.
¿Crees que él lucha sólo por los humanos? Aunque él crea que sí, lucha por todos. Lucha por todo.- la lucecita flotó frente a la cara del centauro iluminando sus ojos negros.- Darle la espalda sería traicionar a tu propia raza, a tu hogar, a tu misma esencia. ¿Qué harás pues, Rey de los Centauros?
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Los nundus empezaban a darse cuenta de que aquellas presas tan juguetonas parecían tomarse el juego demasiado en serio. De pronto, su ventaja numérica y de fuerza disminuyó tanto que se vieron obligados a replegarse, pero cuando quisieron retroceder encontraron que un grupo de magos les esperaba por detrás, forzándoles a acercarse cada vez más a las llamas y a lo que, después de verlo en numerosas ocasiones, sería claramente su fin.
El grupo de Hermione, que había escapado del cerco de fuego por la salida "trasera" que habían abierto, presionaban cada vez más al pequeño grupo de 8 nundus que aún quedaban vivos. En seguida los demás magos les apoyaron. Los animales, al verse acorralados y a punto de ser exterminados decidieron meter el rabo entre las piernas y huir hacia el Bosque Prohibido.
Exclamaciones de júbilo y victoria surgieron de las casi dos decenas de magos que se habían visto implicados en aquella batalla desesperada, aunque cuando miraron a su alrededor se dieron cuenta de que su victoria había sido parcial. Un reguero de 13 magos cubría el suelo a su alrededor, y aun así sabían que había más cadáveres en otros sitios.
En seguida los jefes de subgrupo reordenaron a sus hombres y mujeres y se organizaron para hacer una exploración del terreno.
Ron, dentro del grupo de Henrich, se percató que, a pesar de los dragones que seguían causando estragos por doquier, el lugar estaba bastante tranquilo. No había gigantes, aunque los oía y no sabía de dónde venían sus gritos. El castillo, a sus espaldas, parecía haber sido dañado, pero estaba bien. Combatiendo con realismo su sensación de alivio, pensó que aquello no había hecho nada más que empezar y que, aunque habían ganado el primer asalto, las bajas habían sido mortíferas y que las siguientes dos oleadas las sufrirían y las perderían.
Como si alguien hubiera escuchado el hilo de sus pensamientos una ráfaga de aire helado llegó hasta ellos. Todos, sin excepción, se estremecieron. Hacía frío aquella noche, pero el fuego y la actividad les habían hecho sudar. Aquel viento helado les caló hasta los huesos, mucho más que cualquier frío normal. Aquel era un helor diferente, más profundo, más hiriente.
Los dementores ya habían llegado.
La reacción instintiva de muchos de ellos, al percatarse de lo que ocurría, fue dar un paso atrás. No era cobardía. Casi ni siquiera era miedo, aunque sin duda lo había. Era la reacción obvia de cualquier ser vivo ante la presencia del terror absoluto.
El frío se acentuó. De todas las bocas salían nubes de vaho delatando la respiración agitada de los magos y brujas. Todos se prepararon. Anclaron bien sus pies en el blando suelo y levantaron sus varitas; incluso los estudiantes desde las torres y almenas del colegio dirigieron sus varitas al horizonte oscuro y helado.
Entonces las llamas iluminaron a los primeros dementores. Sus capas negras ondeaban a su alrededor como si la gravedad no fuera con ellos. El sonido de muerte y estertor que producía su respiración atravesó el aire y el ruido ambiente hasta clavarse en sus corazones. La palidez llegó abruptamente a los rostros de los magos más valientes al ver que más de 250 dementores se deslizaban hacia ellos sin prisa, pero sin pausa.
Y el frío seguía aumentando.
El poder de tal cantidad de dementores empezó a hacerles efecto mucho antes de que llegaran a la distancia mínima en que sus Patronus eran efectivos. Además, no todos podían hacerlo. Seguía siendo un hechizo de magia muy avanzada y cuando se está en presencia de tal ejército la dificultad se acentúa.
Entonces Ron, en su terror, vio cómo una figura caminaba hacia ellos con decisión a unos 20 metros de donde estaba él.
Harry aún llevaba la escoba en la mano cuando se paró. Los magos vieron atónitos cómo los dementores se empezaban a arremolinar, a perder la perfecta formación. Se movían inquietos, pero llegado un punto dejaron de avanzar. Algunos se adelantaban, pero rápidamente se arrepentían y volvían a la seguridad del grupo.
Los magos capaces de hacer un patronus cerraron filas en torno al joven.
¿Qué les pasa, Harry- preguntó Hermione acercándose a él.
-Hermione, necesito que alguien llame a Dobby y que traiga aquí a todos los elfos capaces de repeler a dementores.- dijo Harry sin quitarles la vista de encima. La chica se volvió y un instante después Harry la sintió detrás de él.
-Pero¿por qué no atacan- la chica se estremeció de frío mientras trataba evitar el castañeteo de sus dientes al tiritar.
Un dementor rompió la formación, pero no volvió como habían hecho otros. Siguió avanzando muy deprisa hacia Harry y éste alzó una mano de ella salió su ciervo, que se lanzó potente y poderoso hacia el osado dementor. El dementor quiso huir, pero el patronus se adelantó y le clavó los cuernos atravesándole de parte a parte. La oscura criatura se quedó inmóvil y despareció convirtiéndose en cenizas.
-Porque saben que puedo destruirles.- contestó Harry en voz baja.
-Pero un patronus no puede destruir a un dementor.- replicó Hermione boquiabierta.- Sólo lo hace huir. ¿Cómo has hecho…
¡Harry Potter, señor- una vocecita aguda y chillona interrumpió a la joven que miró hacia abajo y vio a Dobby sonriente tirar del pantalón de su amigo.- Los elfos y Dobby están preparados, señor.
Era increíble cómo la jovialidad del elfo parecía intacta aun a pesar de la cercanía de los dementores, que parecían haberse vuelto más cautos después de la muerte de uno de ellos. Harry en realidad no sabía hasta dónde llegaban los poderes de los elfos. Los sabía poderosos, pero no sabía qué podía esperar exactamente de ellos. Miró hacia atrás y vio que una masa muy numerosa de elfos domésticos se entremezclaba con los a penas 30 magos y brujas que quedaban. Eran muchos.
-Dobby¿todos ellos saben repeler dementores?
-Sí, Harry Potter, señor, todos. Y hubieran venido más, pero decidí dejar algunos con los niños, señor.
¿Y sus patronus son potentes, Dobby- preguntó Hermione mirando a la pequeña multitud.
¿Patronus- Dobby parecía perplejo. Incluso sus orejas cayeron sobre su cabeza en su estupor, pero entonces pareció recordar.¡Ah, los animalitos brillantes¡No, no, señorita, los elfos no usamos animalitos! Nosotros protegemos a nuestra familia, señorita, nosotros la protegeremos.
¿Pero cómo?
Hermione nunca pudo recibir respuesta porque se levantó un viento helado y un ruido ensordecedor que parecía provenir de las entrañas de infierno. Los dementores empezaron a revolverse inquietos otra vez.
-Las explicaciones para luego, Hermione.- dijo Harry sin despegar los ojos de los dementores.- Dobby, mantenedlos entretenidos al menos durante cinco minutos. ¿Podréis?
¡Claro, señor!
-Hermione, tú y los demás retroceded unos 40 metros, hasta el camino del lago y esperad allí.
¿Tú qué piensas hacer?
-Manda a alguien al castillo y que avisen a los fantasmas.- prosiguió el moreno empujándola en dirección al castillo ignorando su pregunta.- En cuanto los dementores ataquen, los espíritus se abalanzarán contra el castillo. Los fantasmas sabrán que hacer y Dumbledore también.
�¡Y qué pasa contigo?
¡No hay tiempo para explicaciones¡Corre!
La chica miró un momento compungida a su amigo e hizo lo que le decía. Harry captó la mirada de Ron un segundo y se dio la vuelta donde Dobby y los elfos se preparaban. Los dementores estaban tan furiosos que la escarcha había cubierto los terrenos hasta casi alcanzar la línea que ocupaban los elfos. Muy a su pesar el chico se estremeció de frío.
-Dobby- el elfo se aproximó enseguida.- exactamente¿qué podéis hacer?
-Podemos detenerlos, Harry Potter señor, para que no se acerquen a nuestra familia.
¿Y ahuyentarlos, como los animalitos brillantes?
-No, sólo detenerlos. Y aunque son muchos y nosotros pocos, le daremos a Harry Potter esos cinco minutos.- el elfo hizo aquella declaración con una sonrisa tan sincera y tal entusiasmo que mucho se temía Harry que fuera demasiado esfuerzo para ellos. Al fin y al cabo eran más de 250 dementores contra unos 80 elfos.
Miró de nuevo hacia los dementores. Su errático movimiento los había reorganizado y ahora habían formado grupos pequeños compactos que seguían moviéndose, esperando una orden. Los elfos, por su parte, se prepararon, y Harry, por la suya, también. Dio unos pasos para tras para distanciarse algo de los elfos y cerró los ojos cayendo en trance inmediatamente después.
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Un puño crispado por la rabia se fue a estrellar contra una piedra de sillería que sobraba el pozo del manantial mágico. Unas levísimas ondas corrompieron la perfección de la superficie de agua haciendo que la ya da por sí indescifrable imagen se confundiera un poco más. El dueño de aquel puño lamentó haberlo descargado de esa manera. Debía haberlo supuesto. No debía haber reaccionado así. ¿Qué ocurría entonces?
"Vamos, Voldemort, no seas estúpido, sabías que pasaría algo así" dijo una vocecita impertinente dentro de su cabeza. Maldita sea, claro que sabía que iba a ocurrir algo así, pero había tenido la esperanza de que no pasara, de que… "La profecía…". Cerró los ojos y respiró hondo. Después los volvió a abrir y se incorporó. Hacía tiempo que había desistido por conocer el contenido de la profecía. Se había destruido la grabación y, aunque sabía que quien la había registrado había sido Dumbledore, la sola idea de preguntarle por ella le parecía absurda.
Aunque no le hacía demasiada falta. Casi se la podía imaginar.
Si ese chico era el único capaz de derrotarle debía mostrar unas capacidades suficientes como para neutralizar la visión del manantial. Lo había hecho. Él lo esperaba, pero en fondo nunca lo había creído. Caminó sin prisa hacia la puerta y la abrió.
Su presencia fue como una descarga eléctrica en la sala. Quien no tembló, trastabilló o carraspeó nervioso, pero todos sin excepción se inclinaron ante su señor. Un par de velas iluminaban la habitación mal ventilada que apestaba a sudor, tabaco y terror. Voldemort torció el gesto en una expresión de asco.
-Estáis aterrorizados.- dijo con desprecio. Todos se estremecieron.- Pero aun así lucharéis.
¿Ha llegado ya la hora, mi Señor- preguntó Malfoy alzando ligeramente la cabeza pero sin atreverse a mirarle.
-Sí.- Voldemort se adelantó y se perdió por el pasillo dejando a sus mortífagos perplejos y atemorizados. Sabían lo que hacer a partir de entonces. Mientrasél tenía que hacer otras cosas.
Llegó al final del pasillo a una puerta que nadie más que él podía ver y podía abrir. Accionó el picaporte y la conocida brisa cálida le recibió envolviéndole con cariño. La caja reposaba en aquella mesitaésta vez con grabados de adamasco y cierre de platino. Voldemort puso sus manos sobre ella y se concentró. Inmediatamente después sus labios empezaron a moverse rapidísimamente mientras una pluma comenzaba a escribir por sí misma todo lo que el mago decía en un gran libro colocado en un escritorio.
La brisa se revolvió jubilosa, feliz por ayudar a su maestro, la estaba convirtiendo en magia de verdad, la estaba dando nombres. Llevada por la emoción del momento se introdujo en el mago de golpe haciendo que el susurro incesante de sus labios se detuviera súbitamente. La brisa también se detuvo.
¿Qué era aquello?
La brisa se empezó a mover dentro del cuerpo del mago rodeando aquello con una mezcla de miedo y curiosidad. Entonces el mago se revolvió. No le gustaba. Sintiéndose culpable por su atrevimiento, la brisa se retiró y pidió perdón de la única manera que sabía: entregándose más, haciendo que aquel mago le diera más y más nombres.
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Mientras corrían hacia el castillo Ron no pudo evitar echar miradas hacia atrás. A medida que se alejaba sentía cómo el frío disminuía y podía pensar con más calma. Cuando decidieron detenerse respiró hondo dándose cuenta de la angustia que le había estado aplastando el corazón bajo la influencia de los dementores. Aquellas eran, sin duda, las peores criaturas que existían en el mundo.
Miró al cielo. Ahora que se daba cuenta, los dragones parecían haber desaparecido, así como los thestrals. ¿Dónde se habrían metido? Miró hacia todos lados, pero no les vio. Preocupado preguntó a una bruja que tenía al lado si sabía a dónde habían ido. La mujer estaba concentrada mirando a los dementores y sólo se encogió de hombros. Cuando se giró para ir hasta Henrich un brusco movimiento por la parte de los dementores atrajo su atención.
Los grupos que no habían dejado de moverse se lanzaron sobre los elfos, pero llegado a un punto sonó un golpe sordo y los dementores se quedaron inmóviles. Los que estaban en la retaguardia y aún se movían decidieron esquivarlos y pasar a los lados de los elfos para llegar hasta los magos que estaban detrás. Parecía que funcionaba, pero otro nuevo golpe sordo y también se quedaron quietos.
Los magos, por su parte, estaban como hipnotizados. Bastante más de dos centenares de dementores habían sido paralizados en el aire como si hubieran parado una cinta de vídeo. Los elfos también permanecían estáticos, concentrados, y pocos metros detrás de ellos, Harry estaba igual de inmóvil, con los brazos caídos a ambos lados del cuerpo y la cabeza gacha.
Estuvieron exactamente igual unos 3 minutos al cabo de los cuales, Ron pudo ver cómo los elfos empezaban a acusar el cansancio. Empezaban a moverse y hubo un momento en que, con espanto, creyó ver que los dementores se habían movido un poco. Unos segundos después un par de elfos cayeron desfallecidos. Los dementores temblaron sutilmente y avanzaron unos pocos centímetros haciendo ondear sus negros y colgantes ropajes para después volverse a detener en un nuevo esfuerzo de los elfos. Los segundos parecían tener pereza por pasar pues cada uno transcurría lento, angustioso, como si intentara aprovechar al máximo su duración.
Unos momentos después los elfos empezaron a desmayarse uno a uno, al principio lentamente y después parecía que una mano invisible los hacía caer con sólo señalarlos. El agotamiento les había vencido y los dementores entonces se vieron libres de su prisión momentánea. Entonces hicieron algo que hizo que tanto Hermione como Ron saltaran para correr hacia ellos y que ambos fueran detenidos por manos ajenas.
¡Harry, no- gritó Hermione luchando contra las manos firmes de un par de aurores.
Los dementores recuperaron su movilidad e, ignorando a los elfos, los superaron y fueron directamente a Harry, que seguía quieto y en la misma posición de los últimos minutos. En un instante el chico desapareció bajo una barahúnda de capas negras y oscilantes que se movían tratando de alcanzar su objetivo. Habían formado una bola de movimiento alrededor de él. Los magos estaban paralizados viendo cómo los dementores se cebaban de aquella manera tan desesperada con una sola persona, pero poco después no tuvieron más remedio que prestar atención a otra cosa que se les echaba encima con una rapidez inusitada.
Una niebla se empezó a levantar desde el lago. Aquella niebla traía el sonido de lo que parecían millares de lamentos. La niebla, al llegar a la orilla se hundió en la tierra y desapareció. Un instante después los magos encontraron rostros macilentos y deformados delante de sus caras, tan cerca que casi podían notar la sensación de frío que transmitía su tacto. Todos retrocedieron espantados. Los espíritus malditos habían hecho acto de presencia y lo peor de todo es que no podían hacer nada por evitarlo. No podían luchar contra ellos con las armas de las que disponían. Entonces se convirtieron en niebla de nuevo y pasaron atravesándolos y provocando gritos y lágrimas entre los magos. Estaban acostumbrados a los fantasmas, pero aquellos no eran fantasmas comunes. Aquellos no se habían quedado en el mundo por miedo a la muerte o por un despiste al morir, sino que no se les había dejado llegar al lugar donde las almas descansaban para siempre. Eran almas malditas, perversas, malvadas en vida y terribles en muerte. Ahora, cargadas de ira y rencor contra los vivos, descargarían su terror sobre los muros a los que se dirigían.
Pero justo antes de que llegaran un esplendor nacarado rodeó la mole del castillo. Los magos que se recuperaban tambaleantes de la embestida de los espíritus miraron hacia arriba y se dieron cuenta de que los estudiantes ya no estaban en las torres y almenas del castillo. Todos se habían refugiado en el interior. Ahora, sin embargo, una especie de campo de fuerza blanquecino rodeaba el gigantesco conjunto de edificios haciendo que la niebla de espíritus se detuviera. Un momento después todos los fantasmas del castillo (y eran unos cuantos) incluido Peeves, atravesaron las paredes para enfrentarse a los intrusos.
Entonces un rugido desgarrador les hizo mirar hacia donde la nube de dementores aún cubría a Harry. El rugido provenía de los mismos dementores. Una serie de ondas expansivas de luz plateada brillante brotaban del interior de la nube haciendo que los dementores se estremecieran y trataran de huir, pero los magos, desde donde estaban, podían ver cómo los que huían acababan desintegrándose un par de segundos después. Las ondas expansivas se extendían en todas direcciones hasta alcanzar a los mismos magos, que sintieron cómo la energía de aquella versión ciclópea del Experto Patronum les envolvía y penetraba en ellos. En seguida se sintieron más fuertes, con más voluntad, con mayor empeño por ganar aquella batalla. Un momento después la nube se había disipado lo suficiente como para entrever el núcleo, donde supuestamente estaría Harry.
Los dementores seguían desapareciendo entre estertores de muerte y rabia y poco a poco, entre su movimiento, los magos empezaron a entrever una luz muy potente, de la misma clase que la de las ondas expansivas que seguían sucediéndose una tras otra a apenas un segundo de diferencia una de otra, como el latido de un corazón. Cada vez quedaban menos dementores que parecían no saber qué hacer, si acercarse a aquella luz o alejarse, moviéndose a su alrededor como erráticos satélites que acabarían destruidos en ambos casos. Poco después la población total de dementores que habían acosado al joven había desaparecido y las ondas expansivas también habían dejado de brotar de él, aunque el chico aún brillaba con luz propia.
Ron corrió hacia él trastabillando en el camino y cuando estuvo a un par de metros de él pudo ver que su amigo no había variado su posición ni un ápice. Estaba igual, con los brazos a ambos lados del cuerpo y la cabeza gacha y los ojos cerrados, como si estuviera profundamente dormido. El pelirrojo se acercó alargando una mano y lentamente acercó los dedos al aura de luz plateada que rodeaba a su amigo. La sensación de fortaleza le volvió a inundar y continuó hasta posar su mano en el hombro de Harry. De inmediato el joven abrió los ojos y la luz desapareció. Ron luchó contra la impresión que le produjo la mirada de Harry y dijo:
-Ya ha pasado.- Harry parpadeó y se frotó la frente. Cuando dio un paso sus rodillas temblaron y estuvo a punto de caer si no fuera por que su amigo le sostuvo.¿Estás bien?
-Sí… solo un poco cansado.
¡No me extraña- exclamó el antiguo guardián con una medio risa.- Te has cargado a 250 dementores tú solito. ¿Cómo lo has hecho?
-No lo he hecho yo…- susurró el joven sentándose en una piedra. Ron alzó una ceja.
¿Entonces…?
¿Y los…- Harry parecía tener dificultad incluso para hablar. Estaba pálido y apenas podía mantener los ojos abiertos. Su amigo le sujetó cuando se inclinó peligrosamente sobre la piedra.- espíritus…?
Ron vio cómo Hermione bajaba corriendo el camino hacia ellos cuando contestó.
-El castillo parece que resiste. Tú no te preocupes, ya has hecho suficiente.
Entonces Harry perdió definitivamente el conocimiento y se hundió en la oscuridad.
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-Mi… mi señor…- tartamudeó una figura encapuchada que tropezó cuando quiso apartarse del camino de su amo apresuradamente.
Un grupo bastante numeroso de mortífagos se preparaban para salir dentro del patio interior de la casona que les servía de escondrijo temporal. Todos, sin excepción, se inclinaron y mostraros sus respetos inmediatamente mientras caía un silencio mortal entre ellos. El mago tenebroso más temido de los últimos tiempos se detuvo en mitad del patio y miró al cielo.
Ciertamente Marte estaba muy brillante aquella noche. Bajó la mirada y sonrió.
Pero no tardaría en amanecer.
-El plan sigue su curso, mis mortífagos.- declaró con voz potente y clara.- Id, y arrasad con todo.
Uno de ellos se adelantó un paso.
¿Vos nos acompañaréis, Milord?
-Sí, Malfoy, os acompañaré.- la deformada cara de Voldemort se contrajo en un extraño rictus que pretendía parecerse a una sonrisa.- No perdería esto por nada.
Malfoy miró a los ojos del Lord Tenebroso y sonrió con verdadero placer. Después se dio la vuelta y señaló a un par de personas. Estas dos hicieron otra señal y dos grupos de 10 personas cada uno se desaparecieron con un sonoro chasquido. Las desapariciones continuaron hasta que sólo quedó Voldemort en aquel patio.
Las losas de piedra estaban partidas y las hierbas habían cubierto las grietas. Manchas de humedad cubrían grandes porciones de las paredes de la casa. La columnata que protegía los soportales brillaba azulada a la luz de la luna que iba y venía entre las nubes.
Sacó la varita y apuntó hacia una de las paredes de piedra gastada. Sus labios volaron pronunciando uno de los últimos hechizos que había aprendido y de su varita salió una luz azul, tan brillante que casi era blanca. Ésta impactó sobre el muro y se extendió sobre él espesa y pastosa como la miel formando poco a poco un óvalo perfecto. La sustancia brillante perdió su luz.
Voldemort se acercó. Podía notar desde allí, a medida que se acercaba, la brisa que entraba desde aquel agujero. Al otro lado podía ver una extensión de hierba que descendía sinuosamente hasta el lago y que conducía suavemente hasta lo que parecían varios conatos de incendio. El olor a quemado llegaba hasta su nariz destrozada por la maldad y cerró los ojos para disfrutar de su acritud.
Dio unos pasos hasta colocarse delante del óvalo y lo atravesó. Inmediatamente el óvalo desapareció y se encontró con sus dos pies en los terrenos del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.
