Segunda parte: El sueño del fénix
El zorrito corre, corre, corre por las praderas... Tiene que esconderse bien en un arbusto (rash, rash, rash)... no, no le gusta éste... corre, corre, corre (respiración agitada)... ¿y qué tal aquél? (rash, rash, rash) ahora sí estamos cómodos... rasca, rasca, rasca. El parchecito le molesta, le da más comezón en la cicatriz... Grrrr... De pronto, sus orejas se estiran al escuchar un ruido... mmmhhh... ¡comidaaaa!
Un sabroso conejito está dormido en la pradera, después de darse un banquete de flores y hierba fresca... Qué bonito es... así ya no vamos a tener hambre en un mes ¡jo, jo, jo!
Muy lentamente se trata de acercar, sin darse cuenta que su colita se queda atorada en una de las ramas... Y justo cuando va a saltar ¡TOING! el estirón y ¡PAF! el azotón en el suelo.
El conejito abre sus lindos ojos azules, asustado, y sale corriendo con todas sus fuerzas. Lo malo es que como comió mucho, va más lento que de costumbre.
El zorrito se zafa como puede, y todo revolcado y desaliñado va tras su presa ¡No, señor, éste no se nos escapa!
Corren, corren, corren por las praderas, que se convierten en bosques, en desiertos, en sabanas, en tundras... corren, corren, corren... hasta que el conejo se detiene, le duele mucho la panza ¿Para qué comía tanto? Pero es que estaba tan ricoooo... ¡buaaaa, haaaaa! ¡me voy a moriiiiir!
El zorrito se le avienta y juntos ruedan por el suelo. Y ya va a dar el mordisco, pero se detiene... ¿Porqué? Si tiene mucha hambre... Pero es que el conejito está tan bonito... y llora tan tierno...
Y mejor lo abraza. El conejito abre sus ojos llorosos y lo mira con asombro. El zorrito le da un besito y decide quedarse a su lado, en lugar de comérselo.
Y desde entonces juntos van por comida, aunque el zorrito tiene que aprender a hacerse vegetariano... pero le gusta estar junto al conejo, a SU conejito... es muy lindo, muy suave, muy fresco. Todas las noches duermen juntos, abrazados, y le gusta cómo las orejas del conejo le hacen cosquillas en la nariz. A veces, hasta le estornuda en la cara, pero el conejo sólo se quita las babas con una pata y se limpia en él.
El conejito también le ha tomado mucho cariño. Le gusta que sea tan fuerte, tan cálido, tan gestudo... Sus días favoritos es cuando llueve, porque van juntos a pasear, cubriéndose con una gran hoja verde... el zorrito, SU zorrito, siempre le regala flores (muy bonitas y muy sabrosas), y cuando está el conejo distraído, el zorrito siempre le planta un beso. También le encanta sentarse con él en la pradera, para hacer coronas de flores. Al conejito le gustaba adornar a su zorrito con muchas flores, especialmente en su colita, aunque el otro siempre le hiciera caras (lo importante es que se deja, pensaba el conejo y sonreía para sí).
Y así pasaron muchos días y muchas noches felices. El zorrito y el conejito nunca se sintieron tan contentos, tan queridos, tan completos como ahora. Les gustaba acariciarse, morderse las orejas, aventarse y luego rodar juntos y darse muchos besos... esa sí era vida...
¡¡¡¡¡¡¡RRRRRRRIIIIIIINNNNNNNNNGGGGGGGGG!
Ikki despertó abrazado a su almohada, mordiéndola y acariciándola. Su cara se tornó violentamente roja e inmediatamente recordó que había tenido fiebre y el cisne fue el último que estuvo con él en la habitación...
–¡¡Demonios, por qué tenía que verme asíiiii!
Felizmente, una rápida inspección visual en el cuarto le hizo darse cuenta de que no estaba Hyoga, con lo que pudo respirar tranquilo
–Puf, de la que me salvé. No le hubiera bastado toda la vida para que aquél dejara de burlarse de mí si me encontraba en esa situación... bueno, al menos es lo que yo haría ¡je je je!
Pero entonces se puso a reflexionar sobre el sueño TAN ESTÚPIDO que tuvo. ¿¿¿Cómo es posible que el Gran Ave Fénix, el Poderoso Ser Inmortal que nace de sus cenizas, tenga sueños de colegiala de 12 años? Peor aún, parecen sueños de bebé...
Y sin embargo... qué bien se sentía en el sueño... tan libre... tan sencillo... sin máscaras, sin ocultar nada...
En eso, Hyoga tocó suavemente a su puerta.
–Ikki, soy yo ¿Puedo pasar?
Ikki ya le iba a contestar una grosería, pero se contuvo... Aún sentía un placer interno por el sueño tenido (donde Hyoga se veía muy lindo... realmente muy lindo...), así que mejor contestó lo más amable que pudo.
–Pasa, plumífero.
–Por si no te das cuenta, tú también lo eres.
Al entrar Hyoga con una bandeja de té, Ikki tuvo que ahogar un grito espantoso que pugnaba por salir de su garganta... ¡Hyoga... Hyoga... ESTABA USANDO OREJAS DE CONEJO!
–¡¡¿Pero qué demonios tienes en la cabeza!
–¿Ah, ésto? Shun nos hizo una broma, y todos despertamos con orejas esta mañana. Una niña se las regaló por haberle ayudado a bajar su gatito del árbol. Y como su mamá hace adornos para fiestas infantiles...
–¿Entonces... entonces... yo– yo–?
Lleno de terror, Ikki colocó sus manos sobre su cabeza y... sip... ahí estaban... unas oscuras, grandes y peludas orejas de zorro.
–¿Ikki, estás bien? Creo que el desmayo de ayer sí te afectó demasiado.
–¡¡AAAAAAARRRRGGGGGGGGGHHHHHH! ¡¡¡QUÍTENME ESTOOOOO! ¡¡¡¡¡¡SHUN, ME LAS VAS A PAGAAAAAAAAARRR!
–Lo malo es que tienes que esperar a que Shun regrese con el solvente, ya que al niño se le ocurrió pegarlas para que no nos deshiciéramos de ellas, al menos en un buen tiempo.
–¿¿Y a ti, no te importa hacer el ridículo?
–Cuando me desperté y me vi tan idiota, pensé ¿para qué me enojo? Además, hay otros que se ven aún más idiotas ¡je je je!– Contestó Hyoga, riendo entre dientes.
–¡No, tengo qué librarme de esto! ¡Fuera de mi camino!
Y así desnudo se fue corriendo al baño, dejando a un Hyoga sonrojadísimo y con la taza de té en las manos.
–Eeeer... Creo que sí debí ponerle calzoncillos ayer que lo recosté de nuevo... –Y se puso todavía más rojo. –¡¡No! ¡¡¿pero qué estoy pensando! Mejor le dejo el té y que él se las arregle solo. –Y se fue al comedor, a desayunar.
Ikki se echó todos los shampoos que encontró y frotó furiosamente su cabello, para ver si así salían las orejas... pero nop... estaban firmemente sujetas, y el único modo para quitarlas era con el solvente, o cortando esos cabellos.
–¡Pero cómo me voy a ver con dos huecos en mi cabeza! Ush...
Después de mil y un intentos, y de dejarse el cuero cabelludo y las manos rojas de tanto tallar, decidió darse por vencido, y mejor vestirse y bajar a desayunar.
Cosa rara, ahora no había nadie en el comedor. Después de mucho buscar por toda la casa, Ikki encontró a un avergonzado Tatsumi, usando un gorro para dormir.
–¡Ja, ja, ja, ja! ¿Qué no es muy tarde para que todavía estés en pijama, Tatsumi?
–Tú cállate, condenado muchacho. Eso es lo que sacamos porque tienes demasiado consentido a Shun. Además ¿qué me dices tú de esa cachucha que estás usando?
–Eeer... Eso es asunto mío. ¿Dónde están los demás?
–Todos fueron al centro con Shun para que no se le ocurriera salir con otras bromas. Y yo voy a casa de mi abuela, porque no soporto la humillación de estar así. Así que ahí te ves.
Y Tatsumi salió dando un portazo, dejando una casa extrañamente desierta y muy tranquila...
–Bueno, qué se le va a hacer... Ya verás, Shun, cuando regreses... ahora tendré que esperar.
Y aventando la cachucha, ya iba de regreso a su cuarto miró descuidadamente por la ventana que daba al jardín. Acababa de pasar una lluvia muy fina, con lo que todo estaba verde, húmedo y brillante... tan vivo... y entonces vio a Hyoga recostado en la hierba, durmiendo... usando esas malditas orejas de conejo...
El corazón de Ikki palpitó fuertemente, no sabía si por coraje... o por otra cosa...
–¡¡¡¡AAAAARRGGGGHHH! ¡¡¡Maldito sueño estúpido! ¿¿¿Porqué tenía que soñar eso? ¡¡Ahora no puedo borrarlo de mi menteee!
Dio un paso, pero se detuvo... no podía apartar su mirada de Hyoga... se veía tan lindo, tan indefenso... tan apetecible...
–¿¿Apetecible? ¿Cómo puedo pensar eso de un compañero de armas?
Otro paso más y volvió a detenerse.
"Mmmhhh... pero ahora no hay nadie aquí."
Un paso más y mejor se regresó.
"Total, ¿quién se va a enterar?"
Ikki salió al jardín, tratando de hacer el menor ruido posible y escondiéndose detrás de algunos arbustos, para acercarse a Hyoga sin ser notado. Se decía a sí mismo que sólo quería darle el gran susto de su vida a Hyoga, que sólo era una pequeña broma... pero no reconocía que añoraba lo que el sueño le había dado, una sensación de armonía y felicidad tonta como pocas veces había tenido.
Estando a unos pasos de Hyoga, Ikki se dispuso a atacar, pero no había notado que un pie se le había atorado en las raíces de los arbustos. Y justo cuando iba a saltar ¡TOING! el estirón y ¡PAF! el azotón en el suelo.
Hyoga se despertó alarmado, y al ver a una persona en el suelo, lo primero que pensó fue que era un enemigo, así que encendió su cosmos y gritó:
–¡¡EJECUCIÓN AURORAAAA!
–¡No, espera Hyoga, soy yo!
–¿Eh? ¿Y qué diablos haces en el suelo?
Ikki se levantó adolorido, con una pequeña manchita de sangre en la frente, la nariz tallada y las mejillas rojas, sonriendo como pocas veces lo hacía, y con una mano rascándose la cabeza.
–Es que te iba a asustar, pero ya no salió.
Hyoga lo miró asombrado. "¿Es éste el hosco Ikki? ¿Haciendo bromas tontas?" Y con cautela le contestó:
–Creo que aparte de la fiebre, te afectó el pegamento en tu cabeza. Además, te lastimaste la frente. Hoy no eres tú, Ikki, y eso me asusta. Ven, vamos a la enfermería a ponerte un vendaje.
–Estoy bien, no hay prob–
Y Hyoga lo tomó de la mano y lo ayudó a sentarse en la hierba. Ikki no pudo evitar ponerse rojísimo.
Hyoga lo miró muy preocupado: "Realmente está muy mal".
–Parece que te regresó la fiebre, así que has de estar muy débil para caminar. Mejor déjame traerte el botiquín.
Y salió corriendo hacia la casa.
Ikki lo vió hasta perderlo de vista, y luego cerró los ojos... "Igual que en el sueño."
Hyoga regresó con el botiquín, un paraguas y dos mantas. Arropó a Ikki con una manta y él se envolvió en otra.
–No me afecta el frío, pero ya estaba algo húmedo aquí. A ver, déjame examinar esa frente.
Y con mucha delicadeza limpió su herida y le puso las venditas en forma de cruz.
–¡Listo! Con eso ya quedas parchado.
–Hyoga... ¿por qué te preocupas tanto por mí?
El rubio evitó mirarlo a los ojos.
–¿Qué dices? Me preocupo tanto por ti como por cualquiera de los demás... Bueno, también quisiera que nos lleváramos un poco mejor, ya que no me gusta estar peleando contigo todo el tiempo.
En eso, empezó a llover nuevamente, con lo que Hyoga abrió el paraguas... que era grande... y verde... con dibujos de hojas en toda la tela...
–Ven, mejor regresemos a la casa, no te nos vayas a poner peor. Ven, pasa tu brazo por mi espalda, yo te ayudaré a caminar.
Y así juntos regresaron a la casa solitaria, con la sensación de que nacía una hermosa amistad... y tal vez algo más.
(Continuará...)
