Tercera parte: Esa inquietud

Pasaron los meses, nuevas batallas llegaron, y el lazo entre todos los caballeros era cada vez más fuerte. Especialmente entre Ikki y Hyoga. Cada uno procuraba proteger al otro, y si alguno caía, el otro siempre estaba ahí para apoyarlo y animarlo a seguir adelante. Y a pesar de que Ikki aún seguía molestando a Hyoga cada vez que podía, ya no era con odio, sino como una broma de amigos. Y a Hyoga no le importaba.

Después de una confrontación muy difícil, ya todos habían regresado a casa, sanando sus heridas y retomando fuerzas para lo que fuera a venir.

Otro sábado en la mañana, estaban todos los caballeros desayunando, excepto Ikki, que era el que más tarde se levantaba. Seiya tenía vendada la cabeza y un ojo, Shiru las manos, Hyoga el brazo izquierdo y Shun tenía un pie en el yeso.

–...Y entonces todos se fueron corriendo y yo les preguntaba "¿A dónde van?" y nadie me respondía, así que yo también corrí (claro, eso fue hace como dos meses) y cuando me di cuenta ya estaba yo huyendo de la policía, aunque yo no había estado en la manifestación–

Seiya nuevamente casi escupe su café:

–¡Pero Shun, deberías tener más cuidado con eso! ¡No podemos tener récords criminales! ¿Cómo podríamos defender a la humanidad, estando alguno de nosotros fichado?

Shiru bajó un poco el periódico que estaba leyendo:

–Y ni pensar lo que diga Saori si tiene que pagar alguna fianza para sacarnos...

–Ya lo sé, por eso utilicé la cadena y me colgué del edificio más cercano, esperando que pasara todo el borlote...

Hyoga tenía la extraña sensación de haber vivido esta escena anteriormente.

En eso entró Ikki al comedor, todo desaliñado, con ojeras y con el pecho vendado. Las caras de Shun y Hyoga se iluminaron.

–¡Hermanooo! ¡Parece que estuvieras muerto! ¿Quieres que te sirva algo de desayunar?

Un gruñido.

–¡Claro, por mí no hay problema!

Hyoga se levantó, le dio el café que ya tenía preparado para él y le sirvió su plato.

Otros gruñidos.

–No, todos ya desayunamos, si quieres en un momento te llevo el cambio de vendas.

Ikki salió del comedor y Hyoga limpió su lugar en la mesa.

Seiya y Shiru tenían una gotota en su frente.

–Aún no sé cómo USTEDES DOS le entienden...

–Pero si es facilísimo, Seiya...

Hyoga subió al cuarto de Ikki, ahora sin recelos, porque su amistad crecía cada vez más con el tiempo (aunque había aumentado la frecuencia con que tenía esos sueños eróticos con él). Si no se había atrevido a decirle nada era porque nunca se presentaba la ocasión, siempre había alguna batalla, alguna interrupción que hacía imposible la confesión de los sentimientos. Y si se aparecía la ocasión perfecta, Hyoga dudaba, temiendo el rechazo del fénix. ¿Arriesgar todo lo que ahora tenían, por un tonto deseo? No... no, no, no...

"Fue muy difícil para nosotros tratarnos como ahora lo hacemos, con cordialidad, con respeto, así que mejor me contento con lo que tengo... mmmhhh... al menos hasta que ya no soporte los sueños que tengo."

Tocó la puerta suavemente y pasó. Ikki estaba quitándose las vendas antes de darse una ducha.

–¡Hola, Gansito Marinela! ¡Recuérdame!

–Miserable montón de cenizas, ya no vuelvas a llamarme así. ¡Soy Hyoga, el Cisne! (¿Y ése es el respeto con el que ahora nos tratamos? Ush...)

–¡Ja, ja, ja, ja! Tú sabes que es con cariño... ¡OUCH!

–Te estás quitando mal la venda. A ver, hazte a un lado, deja a un experto hacerlo.

–¿Y de cuándo a acá es usted doctor, Doctor Marinela?

–Ikki, estás colmando mi paciencia, toda la paciencia que un amigo puede tener, pero no voy a hacerte caso en consideración a tu estado.

–Gracias, Doc– ¡ARGH! ¡Ten cuidado!

–Yo te advertí.

–¡Ja, ja, ja, ja! Te ves muy bien cuando te enojas y ¡AAAAUUUUUUU!

–¡CÁLLATE YA!

Hyoga ya le iba a dar un golpe, cuando la rápida reacción del fénix atrapó su muñeca y lo obligó a bajar el brazo, acercándolo más a él.

Ikki lo miró directo a los ojos y le dijo con voz profunda y suave:

–Te enojas más cuando soy amable contigo que cuando te molesto y me pregunto porqué...

Un sonrojadísimo Hyoga no atinaba a hablar. Una parte de su mente le decía "Díselo, ahora es el momento" y otra "Aplástalo y huye, ahora es el momento".

–N–no es ci–cierto... es que a–a veces me exasperas y–y yo...

Ikki se acercó más al rostro de Hyoga, mirándolo intensamente.

–Hyoga, necesito saber algo...

Ya más rojo no podía estar el cisne, su corazón estaba desbocado. E Ikki lo tenía tan fuertemente sujeto, que le hacía daño. "¿Pero qué infiernos me pasa? ¿Por qué soy tan imbécil? ¿Porqué puedo enfrentar cualquier peligro, puedo pelear contra cualquiera... pero con él siempre soy tan débil?"

Y de pronto, sintió la cálida presión de sus labios contra los de Ikki.

Ikki abrió sus ojos en shock. Por que no fue él quien se adelantó... fue Hyoga quien lo besó.

El cisne se sorprendió de sí mismo. Ni siquiera había pensado en hacerlo, fue su propio cuerpo quien se inclinó hacia el fénix y lo besó con ansiedad. Y sintió que algo dentro de él se había liberado. Ya no le importaba si Ikki lo rechazaba o no... por fin lo había hecho, por fin pudo calmar esa incertidumbre que lo asfixiaba.

No tuvieron conciencia del paso del tiempo... parecía haberse congelado...

Ikki, con las mejillas rojas, y después de su sorpresa inicial, cerró los ojos y se dejó atrapar por la sensación embriagante de los labios del cisne. Le soltó la muñeca y lo abrazó con todas sus fuerzas, poniendo su mano en la nuca de Hyoga, para oprimirlo aún más contra su rostro, tanta era la sed que el cisne le provocaba...

Hyoga sintió el abrazo del fénix y se apretó aun más contra él. "Dios, cómo te necesitaba, cómo desesperaba por tenerte..."

Ikki se recostó y Hyoga sobre él, besándose, mordiéndose, tocándose furiosamente. Se había abierto una compuerta y toda la pasión, todo el deseo contenido se desbordó.

Hasta que Hyoga por accidente tocó la herida de Ikki, lo que hizo que éste se apartara y gritara.

–¡AAAUUUUUUU!

Hyoga se echó hacia atrás, con las manos en la boca, pidiendo disculpas.

–¡Perdona, Ikki, no quise lastimarte, lo siento!

El fénix hizo algunos gestos de dolor pero, respirando con dificultad, tranquilizó a Hyoga con una sonrisa maliciosa:

–Ah, ah... no te preocupes... ah, ah, ah... este dolor vale la pena, ah, ah... si eres tú quien lo provoca.

Hyoga también sonrió malignamente:

–Y te puedo provocar aún más... ¿quieres ver?

–Mmmhh... sí.

(Continuará...)