CINCO.
7 de Diciembre.
Este día cumples años y tú mismo te encargaste de darte tu propio regalo. Llevábamos apenas una semana de novios y yo sinceramente no tenía ni idea de qué rayos regalarte. Lo más obvio (y fácil) habría sido darte una gorra, pues me había dado cuenta de que te encantaban, por no mencionar que era tu toque distintivo. Sin embargo, tenías ya cientos de miles de ellas, de todos los colores habidos y por haber y yo sabía que no lograría encontrar ninguna que no tuvieras ya. Así que me pasé cerca de dos días en el pánico total, pensando en buen regalo que dijera cuánto te quería pero que al mismo tiempo te gustara y fuera original. Sobra decir que mis amigas no me ayudaron, y tus hermanos menos, eras una persona con gustos difíciles...
Sin embargo, de pronto me llegó la inspiración. Mientras veía la TV, pasé por un programa de cocina en donde estaban preparando un pastel y de pronto me pregunté: "¿Y por qué no cocinarle un pastel?". Sería perfecto, pues estaría hecho por mí con todo mi amor, sería algo rico y original (bueno, no tanto) y, si lograba hacerlo bien, sería algo que te gustaría. Así que manos a la obra, engatusé a mi mamá para que me ayudara, diciéndole que el pastel era para Ariel, aunque ella tuvo una mejor idea: le pidió a mi cuñado (actualmente ex cuñado), chef de profesión, que me ayudara en la preparación. Pasé toda la tarde anterior cocinando, refunfuñando y desesperándome en la cocina de la casa de mi cuñado, aunque el resultado fue realmente increíble: parecía un pastel hecho por profesionales, aunque había sido preparado por una adolescente enamorada. Tal vez el toque especial se lo daba el amor... ¡Uf! Ya me volvió la cursilería...
En fin, el día de tu cumple, llevé el dichoso pastel a tu casa y me fui a tu cuarto a esperar a que llegaras, para darte la sorpresa. Sin embargo, Benji Price, la sorpresa me la diste tú. Yo estaba sentada en tu cama, leyendo una de tus miles de revistas de fútbol cuando entraste con una gran sonrisa en los labios. Yo te sonreí también y me levanté para felicitarte.
¡Muchas felicidades, Benji!.- grité y abrí mis brazos para recibirte.
Sin embargo, apenas y me dejaste terminar de hablar, porque me abrazaste con fuerza y me diste un beso en plena boca, el primero que yo recibía en toda mi vida...
Al principio no supe ni cómo reaccionar. Ya después, mis labios comenzaron a responder a los tuyos y sentí que algo maravilloso me envolvía como niebla. Fue una sensación indescriptible, uno nunca puede terminar de describir lo que siente cuando recibe un beso por primera ocasión... Sin embargo, al terminar el beso, me solté y te golpeé en la cara... Solo a mí se me ocurre hacer algo semejante...
¿Qué rayos te pasa?.- me recriminaste.
¿Por qué me besas?.- pregunté yo, con cara de idiota.
¡Pues porque somos novios y eso es lo que hacen las parejas!.- respondiste, algo enojado.- O al menos así es de donde yo vengo, no sé tú a que estés acostumbrada...
¡Pero al menos debiste haberme avisado!
¿Entonces tengo que pedirte permiso cada vez que quiera besarte?
¡Pues eso estaría bien!
De pronto, me sentí como idiota. Me senté en la cama y sentí como el color invadía mi cara. ¡Qué idiota era, había arruinado mi primer beso!
Lo siento mucho.- musité.- Es que no me lo esperaba...
Esta bien.- te sentaste a un lado mío y me abrazaste con ternura.- Me he dado cuenta de que estás tan verde como yo en estas cosas del amor y eso me gusta.
Mira tú... .- musité, al tiempo que enterraba mi cara en tu sudadera.
Está bien, no te mortifiques.- me besaste la cabeza.- Pero espero poder besarte sin temor a que me golpees...
¡No seas así!.- hice un puchero. Esto siempre te causó mucha gracia.
¡Pues oye, es mi cumpleaños y en vez de darme algún regalo me golpeas!
Perdóname la vida...
Solo si me das un beso.
¿Otro?
Otro. ¿O qué, acaso fue tan desagradable?
No dije eso...
Cerré mis ojos y acerqué mi boca a la tuya, temblando. Tú lo notaste y me abrazaste con más fuerza, antes de unir tus labios a los míos por segunda ocasión. Yo suspiré y pensé, mientras me besabas, que bien podría terminar por acostumbrarme a esto...
¿Y el pastel? Te acabaste la mitad, mientras que la cuarta parte se la comió Max y el resto quedó para repartírnoslo entre los restantes. Menos mal, a todos nos gustó.
Marzo.
Todo marchaba viento en popa. Nunca había sido tan feliz como en ese entonces. Yo al fin había obtenido el reconocimiento que tanto buscaba en mi escuela, era una de las mejores alumnas y había ganado concursos de conocimiento a nivel estatal y nacional. Básicamente, ya todos habían escuchado mi nombre por lo menos una vez, y los profesores me decían que yo tenía un futuro brillante. Así que, ¿quién dice que no se puede obtener popularidad con el estudio?
¿Y tú? Pues tú también estabas en camino de conseguir lo que deseabas. Después de un difícil comienzo, al fin tus compañeros del Grunwald comenzaron a aceptar tus habilidades. Me enteré, por boca de Touya, que el muchacho con el que te peleaste la otra vez que fui a visitarte era el segundo guardameta del equipo y que te habías agarrado a golpes con él por el hecho de que ya te habías hartado de que todo el equipo entero se te dejara ir. Bola de montoneros...
Como sea, un día por fin llegó tu gran momento: el portero titular y el portero suplente se lesionaron durante un partido y tú tuviste tu gran oportunidad de debutar con el Grunwald. Me habría encantado estar ahí, lástima que yo estaba en esos momentos en un concurso de conocimientos en otra ciudad, pero Ariel se encargó de contarme la historia. Estuviste genial, según me dijo ella, ya que no despreciaste la oportunidad de lucirte y le mostraste al mundo la gran capacidad que tenías para el sóccer. No sabes lo orgullosa que estuve (y que estoy) de ti, aunque yo no me quedaba atrás, pues gané el primer lugar en mi prueba de conocimientos y me coroné como la campeona a nivel estatal.
Y lo más maravilloso e increíble de todo, era nuestra floreciente relación. Todas las tardes, Ariel se encargaba de sacarme de mi casa para que tú y yo pudiéramos estar juntos. A veces salíamos a pasear a Max, a veces simplemente nos quedábamos charlando en el jardín o en tu cuarto leyendo revistas o viendo partidos de sóccer. Tú me inculcaste el amor por el fútbol, me enseñaste las reglas básicas y me mostraste lo maravilloso que puede ser este deporte. Todas las noches, en punto de las 7:30, veíamos por TV una serie japonesa dedicada a este deporte: Los Supercampeones, y pronto, ambos nos hicimos fans acérrimos de ella. Nunca nos perdíamos ni un solo capítulo, y si por algún motivo no podíamos verlo, dejábamos la videograbadora para no perdernos ni un detalle de la historia. Lo que más me llamaba la atención era el gran parecido que había entre tú y el portero estrella de la serie, Genzo Wakabayashi. Ambos eran igual de orgullosos y engreídos, ambos tenían el mismo espíritu de lucha y don de liderazgo y sus historias eran muy similares. Pronto, comenzó a gustarme el famoso portero Wakabayashi (igual que a muchas chicas de mi salón) y tú te encelaste muchísimo de él, mi querido Benji Price, aunque no entiendo por qué, si bien que sabías lo mucho que a ti te quería (y que aún te quiero).
Pero no todo era color de rosa. Mi familia no sabía que éramos novios, pues de ser así te habrían linchado de inmediato. Y yo siempre le tenía muchísimo miedo a tu padre. Era un señor muy serio y distante, y cada vez que me veía sentía como mis piernas me temblaban. Nunca te lo dije, pero una tarde escuché a tu padre discutiendo con tu madre por mí. Alcancé a oír perfectamente cómo tu padre decía que yo era una mala influencia no solo para ti, sino también para Ariel, Touya y Kenji. Él decía que ustedes nunca deberían de codearse con gente que no fuera japonesa (sinceramente, eso resulta un tanto cuanto difícil si te encuentras viviendo fuera de Japón) y mucho menos con una latina como yo. No sé sinceramente qué pensaba tu padre, pero algo así dijo que ni loco permitiría que te casaras con alguien como yo. Por todos los cielos, apenas éramos novios y aun éramos un par de chiquillos, nadie pensaba en el matrimonio, al menos no ese momento...
Sin embargo, tú me decías que no le prestara atención a lo que él decía y yo terminaba por hacerte caso siempre. No sé cómo le hacías, pero siempre, siempre conseguías lo que te proponías. Yo nunca podía decirte que no.
Todo era maravilloso. Mi vida era como la canción de Las campanas del amor :
Yo era una niña normal, con un encanto especial y fantasía en el pelo.
Él era un muchacho feliz, con buen porvenir y pantalones vaqueros...
Así éramos tú y yo, un par de locos enamorados que lo único que querían era estar juntos.
¡Qué dulce ingenuidad!.
¡Qué tiernos bajo el sol!
¡Qué ganas de vivir!
Y yo me convertí en otra persona diferente. Participaba más activamente en las actividades de mi grupo y todos mis compañeros me decían que era una lástima que no me hubiese comportado así desde el comienzo de la escuela. Y yo siempre pensaba que era una lástima que no te hubiese conocido desde entonces...
Me sentía influenciada por tu forma de ser. Tú eras mi fuente de inspiración y de admiración. Me impulsabas a superarme a mí misma y a buscar nuevos horizontes y a vivir la vida al máximo.
Pero mis compañeros no fueron los únicos que notaron el cambio. También lo hizo Adolfo.
Una vez, a la salida de clases, te encontré platicando en la puerta de la escuela (suena a canción de Mercurio ¬¬) con Adolfo y el alma se me fue a los pies. Ambos se miraban de forma muy retadora y yo temía que en cualquier momento comenzaran los golpes. Sin embargo, llegué justo a tiempo para impedirlo. Saludé a Adolfo con un "hola" antes de tomarte del brazo y sacarte de ahí.
¿Qué te decía?.- pregunté, algo temerosa.
Nada, que es amigo tuyo.- respondiste, muy serio.
¿Nada más?
Pues sí, quería saber si yo soy tu novio.
¿Y qué le contestaste?
Pues que sí, obviamente.- gruñiste.- Por lo visto tú aun no le has avisado que ya tienes novio...
No empieces.- supliqué.- Él sabe perfectamente que tú eres mi novio.
¿Se lo has dicho?
No, pero ya media escuela lo sabe.- respondí, tratando de calmarte.
Pero no se lo has dicho directamente...
¡Porque no me interesa si lo sabe o no!.- grité, exasperada.- Me da lo mismo si se entera o no, no es alguien importante en mi vida.
¿Era él el chico que te gustaba antes que yo?
"En la torre, me carga Pepe el Toro", pensé.
Pues sí, sí era Adolfo el chico que me gustaba antes, ¿y?.- te besé en la mejilla.- Ahora me gustas tú.
Me besaste rápidamente en la boca y me pasaste un brazo por los hombros. Yo me recargué contra tu pecho y caminamos así, muy juntos. Yo no lo sabía en ese entonces, pero Adolfo nos vio irnos, y supongo que fue en ese momento cuando ideó su plan de separarnos.
Notas:
Las campanas del amor, interpretada por Mónica Naranjo.
Mercurio era una "boyband" mexicana, compuesta por 5 chicos adolescentes que cantaban canciones muy cursis. Fue muy famosa y conocida hace unos cuantos años en México y sus alrededores. En mi opinión, eran más o menos como un clon de "Magneto".
Pepe el Toro, es un famoso personaje de películas interpretado por el ídolo del pueblo mexicano, Pedro Infante. Creo que no hay mexicano que no lo conozca.
