Capítulo III: El Cuarto Círculo.
Seguimos descendiendo. Yue parece recuperado del shock inicial. Alabo la capacidad de adaptación de este chico, aunque aún se ve algo perturbado. Será mejor desviar su atención.
-- si no es mucha indiscreción, ¿cómo moriste? -- pregunto
-- todo está ahí -- responde molesto, señalando el libro. Claro que ya leí todo lo que es este libro hasta el momento, y ya conocía la respuesta, por lo que no me extraña su reacción. Pero al menos ya olvidó al cachorrito comiendo ávidamente su tentempié.
Y justo a tiempo, pues hemos llegado al Cuarto Círculo.
-- Cuarto Círculo -- anuncio, al tiempo que salimos del elevador -- morada final de los avaros y pródigos. Unos, por ser tan tacaños que la gente se desesperaba pidiéndoles ayuda, y otros por ser tan despilfarradores que era desesperante verlos. Por tanto, su castigo es la desesperación.
-- ... ¿qué les hacen? ¿los obligan a ver la película de "Alexander" una y otra vez?
-- No, pero gracias por la idea. ¿Has escuchado hablar del mito de Sísifo?
-- una que otra cosa
-- pues bien, es lo mismo. Sentémonos aquí y observemos a estos imitadores de Rico Mc Pato.
Así lo hicimos. Por aproximadamente dos horas y media, vimos cómo los condenados llevaban rocas a la cima de la colina, para después ver cómo, sin importar lo que hicieran, la dichosa roca volvía a rodar colina abajo. Bueno, más bien fue Yue el que soportó tan tedioso espectáculo, a menos que se haya quedado dormido, como yo. Pero creo que no fue así, porque lo que me despertó fue una inocente pregunta suya.
-- ¿terminarán algún día?
-- no.
-- ... he estado observando, y creo que esas rocas desafían las leyes de la física, porque sin importar que se coloquen sobre el punto de equilibrio, vuelven a caer.
-- Todo lo contrario, mi buen Yue. Las rocas obedecen ciegamente las leyes de la física. Aquí entre nos, en el centro tienen un poderoso imán, y si bien las faldas de la colina se ven normales, bajo ellas hay metal. Acción y reacción.
-- Vaya
-- Pero creo que ya te has aburrido el tiempo suficiente.
-- no, todo lo contrario. ¿ése es el señor Capuleto, verdad? -- me pregunta señalando, efectivamente, al tal Capuleto.
-- sí. ¿de dónde lo conoces? -- quise saber
-- es una larga historia.
-- ... bueno, volvamos al ascensor.
-- ... pero siempre vamos hacia abajo
-- lo sé. Pero ése no es mi problema, es cuestión del arquitecto y de los de la Real Academia de la Lengua Española, que no han inventado otra palabra.
-- Oh.
